Graciela Iturbide: Esculpir el tiempo. Post Plaza de las palabras

 

Autorretrato con pescados, 1996

Plaza de las palabras en su sección Fotografía presenta a la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide. Cuyo nombre completo es María Graciela del Carmen Iturbide Guerra (Ciudad de México, 1942). Actualmente tiene 79 años y vive en la ciudad de México. Recientemente gano el premio Sony Award Fotography (2021), en la categoría Contribución Sobresaliente a la fotografía: por  «evocar un México impregnado de carácter, cultura y espiritualidad». Este post esta dividido en dos partes, la primera parte Graciela Iturbide: Esculpir el tiempo. La segunda parte Graciela Iturbide La plasticidad del tiempo en una selección  de fotos comentadas.

Primera Parte

Graciela Iturbide: tres instantes  

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«Nació en la Ciudad de México en 1942. Comenzó su incursión en la fotografía a principios de la década de los setenta y durante su paso por el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, fue alumna y asistente de Manuel Álvarez Bravo. Perteneció al Salón de la Plástica Mexicana, al Foro de Arte Contemporáneo y al Consejo Mexicano de Fotografía; fue becaria de la Fundación Guggenheim y del Sistema Nacional de Creadores de Arte (Fonca, 2011).»

«Es una de las figuras más importantes y prolíficas de la escena fotográfica mexicana. Ha participado en más de sesenta exposiciones colectivas e individuales en distintos países, entre los que destacan México, Estados Unidos, Francia, Ecuador, Cuba, Austria, Suiza, Italia, España, Alemania, Suecia, Polonia, Nicaragua y Japón. Fue premiada en la I Bienal de Fotografía del Instituto Nacional de Bellas Artes (1980). Entre 1987 y 1991 recibió los siguientes premios: W. Eugene Smith; Gran Premio del Mes de la Fotografía (París, Francia); Hugo-Erfurth (Leverkusen, Alemania); Gran Premio de Hokaido (Japón), y el premio Rencontres Photographiques (Arles, Francia). También ha recibido el Premio a la Mujer Montblanc (2005); el Premio Assegnato ad una Donna Fotografa alla Carriera (Benevento, Italia, 2005); el Premio Hasselblad (Gotemburgo, Suecia, 2008); el Premio Nacional de Ciencias y Artes (México, 2008), y el Premio PHotoEspaña Baume & Mercier (Madrid, España, 2009). Ha sido artista en residencia de Beaux-Arts (París, Francia, 1995); Kleberg Foundation (San Antonio, Texas, Estados Unidos); Civitella Ranieri (Italia, 2001); Atlantic Center for the Arts (Florida, Estados Unidos, 2002), así como miembro del jurado de Czech Press Photo (2005) y del Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI (2006). Recibió el Legacy Award (The Smithsonian Latino Center, Washington, Estados Unidos, 2007) y el Honorary Doctorate of Arts (San Francisco Art Institute, Estados Unidos, 2009).» (1)

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«Cuando Iturbide pasa largas temporadas en un lugar, también ha estado en la India, en Estados Unidos, en España, en Italia, en Mozambique, tiende a revelar su trabajo para enseñarlo allí, algo que, como dice ella, lo aprendió de Francisco Toledo. Cuando hizo la exposición de los habitantes del desierto estos le dieron un lacónico '¡no gusta, no gusta, color!', por respuesta. Sin embargo, al día siguiente detectó que cada uno se había llevado su retrato. El blanco y negro es su marca personal porque, asegura, ve la vida en estos tonos. "Con Álvarez Bravo trabajé en blanco y negro y me acostumbré. He hecho algunos trabajos, como El baño de Frida Kahlo en color, pero como decía Octavio Paz: "la vida es, pero es en blanco y negro". Yo veo la vida así, el color distorsiona más la realidad que el blanco y negro. Este abstrae y el color, cuando es chillón, no representa la vida", opina la fotógrafa. Graciela Iturbide: "El color distorsiona más la realidad que el blanco y negro"» (2)

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«Medina argumenta en contra de la clasificación de Graciela como fotógrafa antropológica, reaccionando en parte a la afirmación que hiciera, por ejemplo, Gerardo Estrada, en "Graciela Iturbide en la tradición fotográfica mexicana", texto que prologa el catálogo de Foto septiembre de la exposición realizada de su obra en el Museo del Palacio de Bellas Artes de septiembre a octubre de 1993.2 Estrada afirma desde el inicio de su ensayo: Detrás de la obra fotográfica de Graciela Iturbide hay quien encuentra la mirada de una antropóloga. Graciela Iturbide es, por así decir, una "antropóloga cultural". Además de saber ver, entiende lo que ve y por ello sabe expresarlo. La realidad ante la que ella se sitúa, en la que ella está inmersa, es exaltada por la forma artística y así adquiere su verdadera dimensión.

El segundo texto del mencionado catálogo, escrito por Christian Cajoulle, propone la obra de Graciela casi como el equivalente visual del realismo mágico literario. Y Medina se dedicará a intentar demostrar como erróneas, en la apreciación de la obra de la fotógrafa, tanto la afirmación de Estrada como la de Cajoulle.

Medina comienza su texto con una estrategia muy clara y atinada: ubicar al lector en el contexto del conflicto de identidades que existe en los países latinoamericanos. Nuestra experiencia poscolonial, explica, está marcada no por la existencia de un alma milenaria, como sugirieron nacionalismos y exotismos de principios del siglo XX, sino por la diferencia y "la aventura de diálogos imposibles" que conocemos a finales del siglo XX. De manera bastante directa, entramos de lleno en el problema de la clasificación equívoca de la obra de Graciela Iturbide como de una "antropóloga innata".» (3)

 

Gabriela Iturbide: la plasticidad del tiempo

2053  palabras

Por Plaza de las palabras

 

 

Serie Naturata, Graciela Iturbide,  1996̶ 2004

Graciela Iturbide de niña quería ser escritora pero a los 11 años su padre le regalo una cámara fotográfica Brownie. De adulta cayó en las clases de cine que impartía Manuel Álvarez Bravo.  Pero Iturbide a pesar de haberse inicialmente   matriculado en el Centro Universitario de Estudios Cinematográfico de la UNAM,  no fue cineasta sino fotógrafa. De Álvarez Bravo aprendió a ser paciente y a manejar el tiempo.  «Hay tiempo, siempre hay tiempo», rezaba un cartel en el estudio de Álvarez Bravo que Graciela Iturbide hizo suyo.  Y de ahí vienen esas imágenes que parecen retar al tiempo. No solo a lo Cartier Bresson como espera del instante preciso, sino a patentar una fotografía que parece congelada en el tiempo pero que a su vez dialoga desde la inmediatez de  lo cotidiano. Las fotografías de Iturbide son siempre un dialogo en el tiempo. La fotografía como el Dios Jano, reviste dos facetas, la de una especie de   escultura visual y la un destello de la magia del cine.

Pero ese emparejamiento entre la escultura y el cine, comparte esa paciencia que también circunda el arte de la fotografía. Cincelar la escena para dejar solo la imagen evocadora; el mensaje exacto.  O buscar esa perdurabilidad milenaria que uno reconoce en algunas de las fotos  de  Ansel Adams. No obstante, al fotógrafo se le impone el desmontaje visual para dejar la imagen final de una escena que comunique la esencia del objeto artístico. Si Ansel Adams parecía un escultor  del paisaje y un devoto de la naturaleza, Iturbide parece ser una escultura peregrina y consumada del  tiempo.

 

Zihuatanejo, México, 1969. Una de las primeras fotos de Graciela Iturbide 

Graciela Iturbide, además de haber sido asistente y alumna de Álvarez Bravo, tuvo un par de experiencias profesionales que fueron básicas para orientar su carrera fotográfica, la primera haber sido comisionada en 1978 por el Archivo Etnográfico del Instituto Nacional Indigenista de México para documentar la población indígena del país. Una experiencia similar tuvo Ansel Adams como fotógrafo de los Parques Nacionales en Estados Unidos. En ese marco Iturbide decidió fotografiar el pueblo Seri, un pueblo nómada en el desierto de Sonora al noroeste de México.  La segunda, fue la invitación por el artista Francisco Toledo en 1979  a fotografiar el pueblo de Juchitán, inmerso en la milenaria cultura zapoteca en Oaxaca, en el sureste mexicano.

 

Pero Iturbide va más a allá del simple paisaje o del tema meramente indigenista o etnográfico, que a veces se vuelve un cliché o es tan reiteradamente abusado. Tampoco Iturbide apuesta por un tiempo lineal, cronológico o histórico. Iturbide quiere atrapar una esencialidad, el rasgo distintivo de un rostro, un pedazo de paisaje que evoque la profundidad del mundo, unos animales que nos trasportan a otra época, una humanidad intima y dialógica.   Pero simultáneamente toda su obra también nos están diciendo que esas imágenes, que esas escenas, que esas secuencias, que esa narrativa visual, están aquí y ahora.  La presentación de rostros, cuerpos, objetos y animales que rememoran una pizca del cosmos y un instante de la eternidad.  Así para el observador, ante esa escena, se abre un espacio mítico y la mirada sabe que está ante algo más profundo que una simple forma temporal o un lenguaje simplemente simbólico.

 

Ante esa mirada  el símbolo a veces toma el rostro del personaje o la lejanía de la forma. Pero también la cercanía de lo inmediato. Si bien el símbolo sugiere mundos y evoca lo primigenio del mundo. El símbolo como tal, al final se diluye y todo queda en un saludo de manos en el presente. En un gesto que es más humano que esotérico. Más de presente que ancestral. Más de silencio que de gritos. Así el símbolo recogido por el acontecimiento produce ese desdoblamiento de atemporal  a temporal que es el tiempo. Por eso queda la rara impresión que algunas de sus fotografías fueron tomadas hace 100 años o quizá hace una hora. El símbolo y el tiempo se descarnan. 

 

Y si bien la fotografía de Iturbide hace un acercamiento a lo étnico y como tal puede atestiguar la mirada de una etnóloga, también nos sugiere algo de ascesis. Hay una fuerte e intuitiva introspección con el medio, hay una empatía emocional, hay una intuición virtuosa, hay un descombrar lo  insustancial. Y el acercamiento revelador a una veta de espiritualidad.  Aunque sin por eso etiquetar a Iturbide  de mística, ni entrar en esa polémica de si es una fotógrafa etnóloga, o que tiene una mirada de antropóloga o que su fotografía sea una vertiente visual del realismo mágico. Etiqueta que ella rechazo;  así como también se deslindo de cualquier tipo de surrealismo. Negó ser una socióloga o una antropóloga. También apunto que no era política ni feminista. Durante toda su vida se ha mantenido alejada de los ismos y las etiquetas. Pero desde lo conceptual si afirmo apostar más por la plasticidad del símbolo que por el tiempo.

 

Japón, 2014

No obstante, a lo que ella renuncia es a un tiempo lineal o un tiempo histórico. No al tiempo como símbolo. Porque el mismo tiempo es  a su vez un misterio y  es un símbolo. Solo insistiremos en un punto: el tiempo que abraza tanto el símbolo como la plasticidad. El proceso mental va  desde su espera,  la mirada paciente, la intuición justa, el desmontaje de la escenografía y dejar lo esencial: un dialogo visual y un llamado de lo profundo. Y que al final se convierte en un mensaje que va más allá de lo simplemente visual y se adentra en las posibilidades de un universo íntimo, provocativo e infinito. Las fotos de Graciela Iturbide no son necesariamente una respuesta sino una pregunta. No son una salida sino una entrada.   Retratar el tiempo desde el realismo cotidiano y la plasticidad poética  del instante.

Duelo, Chiapas, 1975 

El cineasta ruso Andrei Tarkovsky, en su libro Esculpir en el tiempo se preguntaba:

 Pero, ¿qué es el arte? ¿Lo bueno o lo malo? ¿Procede de Dios o del diablo? ¿De la fuerza del hombre o de su debilidad? ¿Es quizá una prenda de la comunidad humana y una imagen de armonía social? ¿Es esa su función? (El arte) Es algo así como una declaración de amor. Un reconocimiento de la propia dependencia de otros hombres. Es una confesión. Un acto inconsciente, que refleja el verdadero sentido de la vida: el amor y el sacrificio. (4)

 

Y citamos a Andrei Tarkovsky porque Graciela Iturbide comparte ciertas afinidades con el gran cineasta ruso. Ambos eran fotógrafos visuales, ambos comparten una vertiente de espiritualidad, ambos buscan el contacto directo con la gente, ambos levantan una voz revelada en el silencio del universo. Ambos nos hacen pensar desde lo cotidiano y desde la sencillez, en lo invisible de lo visible. En ambos se encuentra el lado poético de la vida. Y en ambas obras emana  flotando un misterio que siempre golpea la mirada y conmueve el alma. Y acerca del cine Graciela Iturbide declaraba que se sentía « atraída por el cine neorrealista italiano, las obras del director sueco Ingmar Bergman y Andréi Tarkovsky». Y puntualmente del cine  de Tarkovsky, confesaba: «es el que mas me llena el alma ». (5) Hay en ese misterio del tiempo  belleza pero también es un refugio del dolor y la soledad.  Lo bello y lo feo se hermanan.  Tarkovsky tal y como lo dice en su libro Esculpir en el tiempo, creía que en el cine la obra del cineasta era esculpir en el tiempo y subrayaba la  objetivismo del tiempo que se produce en el cine.  De ahí que él pensara:

 

«Del mismo modo que un escultor adivina en su interior los contornos de su futura escultura sacando más tarde todo el bloque de mármol, de acuerdo con ese modelo, también el artista cinematográfico aparta del enorme e informe complejo de los hechos vitales todo lo innecesario, conservando solo lo que será un elemento de su futura película, un momento imprescindible de la imagen artística, la imagen total» (6)

 

Primer día de verano en Veracruz, 1982

 

El objetivismo del tiempo que proclamaba Tarkovsky del cine también  puede ser trasladado a la fotografía. Si el cine es tiempo en movimiento, la fotografía es el congelamiento del tiempo en un instante. Pero aun en ese destello del instante abarca un contexto del tiempo anterior y del tiempo futuro.  Esculpir en el tiempo, es  un recurso metafísico y una inquietud filosófica que también es muy afín a la fotografía y que apreciamos en mayor o menor medida en la obra de fotógrafos, entre muchos otros;   fotógrafos tales como Ansel Adams, H. Cartier Bresson, Sebastián Salgado, Alejandro Álvarez Bravo y por supuesto Graciela Iturbide.

 

El cine y la fotografía le dan una importancia fundamental a la imagen.  La imagen es una especie de cuerpo viviente. De cómo se obtiene y qué tratamientos o por qué filtros pasa, es parte del proceso. En ese sentido  la imagen solo adquiere cuerpo si representa algo natural de manera visual, pero también si logra trasmitir una  impresión emocional. Es decir, hay una narración visual, la imagen también es prosa. Hay una historia que contar, una historia más por  sugerir. Para finalmente conseguir que el espectador capte ese mensaje y haga suyo ese tiempo en forma real y directa. En ese sentido la imagen nos presenta un presente eterno. En términos de Tarkovsky un «tiempo verdadero». (7) El instante que queda plasmado en la fotografía, produce un congelamiento del tiempo, pero también mediante la imagen atrapada, se trasmite una experiencia, un sentimiento, un conocimiento, una revelación  que llega y brinda al observador: el destello de alguna verdad, el abrigo de una emoción intima, el vínculo con la riqueza del cosmos.

 

Para Andréi Tarkovski, el arte es una vía y una búsqueda espiritual. Y aunque en algún momento Graciela Iturbide expreso que la fotografía no iba salvar el mundo. Para ella  la cámara y la fotografía son un pretexto para conocer el mundo. Es decir, es un viaje y como tal una búsqueda para conocer el anima mundi. La autora se va afirmando y conociendo cada vez más en su propia obra, la cual es solo un medio para llegar al  conocimiento pleno de su ser. Y en esa peregrinación, Iturbide  nos enfrentan con la belleza pero también con la fealdad. En ese agarrón confraternizan  lo sublime y lo ordinario. Conviven  la ternura y la crudeza del mundo.  Lo espiritual se funde con lo material. La vida y la muerte se hermanan.  Lo antiguo y lo moderno se encuentran. La prosa de la narración visual se mezcla con  la poesía visual del mundo.  Esa poesía que Iturbide aprendió a mirar. Y que le trasmitió Álvarez Bravo, quien por la visión poética de su fotografía decía: «Mira, yo no persigo la poesía. La poesía está en la realidad». (8) No obstante también Graciela Iturbide cree que «La imaginación es la facultad que permite narrar la realidad a través de un símbolo, descifrarla y compartirla». (9) Y cita a Dante Alighieri: «La fantasía es el lugar en el que llueven las imágenes». (10)

También pensaba Iturbide que uno era el mundo que veía y otro el que veía con la cámara. Una vez confeso que al estar con su cámara,  la hacia sentirse en estado de gracia así como se sentía Giotto al pintar sus lienzos. (11) De sus influencias fotográficas, es seguidora de Francesca Woodman, Diane Arbus, Robert Frank, Henry Cartier Bresson, Brassai, Josef Koudelka, Cesar Frank, Sebastian Salgado y por supuesto el mismo Manuel Álvarez Bravo. Sin embargo manifestaba Iturbide: « Hay que evitar todas las influencias. Álvarez Bravo me decía que la pintura me iba a ayudar más». (12) Pero sobre todo Graciela Iturbide al margen de todas las influencias aprendió a ser ella misma y tomar su propio rumbo y ser fiel a su visión fotográfica. 

Finalmente, Tarkovsky  en su libro póstumo, ‘Atrapad la vida: lecciones de cine para escultores del tiempo, afirmaba «El arte nos permite, al crear una imagen, abrazar la inmensidad.(…) Del mismo modo en que en una gota se reflejan las nubes y los árboles, así se refleja en la imagen artística, el universo.» (13) 





Mujer Ángel, desierto de Sonora, 1979

 

 

Notas bibliográficas

1.  Fotográfica MX 

2. Camarzana, Saioa;  Graciela Iturbide: "El color distorsiona más la realidad que el blanco y negro", El cultural, 24 mayo 2018

3. Libros Graciela Iturbide 55, Cuauhtémoc Medina por Deborah Dorotinsky  Londres, Phaidon Press Limited, 2001

4. Tarkovsky Andrei De esculpir el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine. Traducción Enrique Banus Irusta, Ediciones Rialp,  Madrid, 2002, p.  259

5 Flores soto, Alondra. Graciela Iturbide, fotógrafa que evoca un México impregnado de carácter y cultura. La Jornada, sábado 20 de marzo de 2021, p. 4a 

6. Ob. Cit.,   2002, p.  84

7. Citado en Hinojosa, Matias. Cine y tiempo: Las lecciones de Andréi Tarkovski. Revista Santiago, I 4 Diciembre 2018

8. Citado en CartierBressonnoesunreloj. Graciela Iturbide, Manuel Álvarez Bravo y Octavio Paz: breve historia de imágenes, poesía y palabras,  octubre 2020

9. Citada en Ávila, Sonia. Graciela Iturbide la académica de la imagen. Excélsior, 11 agosto 2014

10. Citado en Caballero, Jorge. La cámara es una lluvia de imágenes e imaginación: Graciela Iturbide. La Jornada,| domingo, 18 oct. 2020

11. Ob.cit. Flores Soto, Alondra.  La Jornada, 18 marzo 2021, p.4a

12. Ob.cit. Camarzana, Saioa;  El cultural, 24 mayo 2018

13. Tarkovsky, Andrei., Atrapad la vida: lecciones de cine para escultores del tiempo.(Libro póstumo). Errata Naturae, Madrid, 2018, p.41

 

Enlaces

Pagina oficial Graciela Iturbide

http://www.gracielaiturbide.org/

 

Sobre la obra de Gabriela Iturbide remitimos al lector a dos textos excelentes sobre Graciela Iturbide  

El ensayo y trabajo investigativo muy completo, bien documentado y muy esclarecedor. 

COLORADO NATES, ÓSCAR. GRACIELA ITURBIDE: SEÑORA DE LOS SÍMBOLOS. ABRIL 7, 2012 Sitio WEB Oscar en fotos

https://oscarenfotos.com/2012/04/07/graciela-iturbide-senora-de-los-simbolos/

 

Y la reseña perspicaz del libro Graciela Iturbide 55

Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

Versión impresa ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.24 no.80 México mar./may. 2002

Libros Graciela Iturbide 55, Cuauhtémoc Medina

por Deborah Dorotinsky  Londres, Phaidon Press Limited, 2001

http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-12762002000100010

 

Y sobre Andréi Tarkovsky remitimos al lector al excelente enlace

Cine y tiempo: Las lecciones de Andréi Tarkovski por Matías Hinojosa

Revista Santiago, I 4 Diciembre 2018

https://revistasantiago.cl/cultura/cine-y-tiempo-las-lecciones-de-andrei-tarkovski/

 

Y de este blog Plaza de las palabras en su sección Fotografía remitimos al lector a dos post

 Imagen y fotografía. Ansel Adams: la escultura de una fotografía. Post Plaza de las palabras

https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2019/02/imagen-y-fotografia-ansel-adams-la.html+

Sebastián Salgado: la cámara de Dios. Reproducido de El cultural

https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2014/01/arte-sebastiao-salgado-la-camara-de.html

Cabeza de Jaguar un cuento por Álvaro Calix. La muerte por despojo. Post Plaza de las palabras

 

 

Plaza de las palabras publica el cuento Cabeza de Jaguar por Álvaro Calix. Escritor e investigador social hondureño. En el campo literario ha publicado dos libros de cuentos Ariana y la burbuja (2014)  y Plaza de las palabras (2006). Además ha incursionado en la poesía: Poemas vueltos, (2019). Ha publicado en diversos medios y revistas nacionales y extranjeras;   y además ha ganado varios premios en la rama del cuento.  Es  cofundador del blog Plaza de las palabras. Al final del cuento seleccionado se brindan una serie de enlaces de cuentos de  Álvaro Calix que  ya han sido publicados en este blog.

 

Cabeza de Jaguar: la inutilidad de la muerte


M. A. Membreño Cedillo

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El cuento seleccionado para comentar es el segundo del libro Ariadna y la Burbuja, (2014). El cual ya había sido publicado en este blog, pero ahora le estamos acompañando de una reseña crítica. Un cuento de cerca de 2000 palabras; y que como casi todos los cuentos de Álvaro Calix, son relatados con amenidad y con talento. Conducido con  descripciones cortas y a  veces un lenguaje coloquial atento a las circunstancias. Narrado en tercera persona y combinado con un  estilo directo. El cuento a partir de un hecho aparentemente fortuito, la muerte de Cabeza de Jaguar, descubre otra realidad. La de la estigmatización y perjuicios sociales. La de la indiferencia e indolencia de la sociedad. Una institucionalidad de la muerte, un cuento aleccionador. Y que por supuesto provoca la reflexión. A veces los cuentos de Álvaro Calix engañan por su sencillez y la facilidad de su lectura. Pero en una lectura atenta o una relectura de sus cuentos, el lector siempre encontrara otros significados u otras posibles líneas de interpretación. El cuento seleccionado gira en torno a Cabeza de  Jaguar, nombre hipotético o  rasgo distintivo de un muchacho de 20 años que yace tirado en la calle con un tiro y cuya única identificación es un tatuaje con cabeza de jaguar que lleva en el hombro.


Al principio al lector el nombre de jaguar podría  remitir a las líneas de apertura de la novela   La ciudad y los perros de Vargas Llosa en que un personaje de nombre Jaguar tira los  dados.  «-Cuatro -dijo el Jaguar.» Otro dado tirado a registrar que los jaguares son una especie amenazada y en algunos lugares está en peligro de extinción.  Otro dado lanzado seria el símbolo que el jaguar representa en la cultura maya y en muchos de los pueblos prehispánicos: el jaguar representaba la luz y oscuridad pero también el poder.  Y finalmente el azar de los dados nos lleva a Jorge Luis Borges, autor que utiliza al jaguar en su cuento La escritura del dios. Ahí Tzinacan mago de la pirámide de Qaholom, esta  cautivo en una prisión de piedra  donde convive separado por una mediana con un jaguar, en que por las rayas y manchas de su piel a manera de un tatuaje esta escrito un mensaje para el final de los tiempos. En algún momento de su cautiverio el mago recuerda que el jaguar es uno de los  atributos de dios, y se dispone a encontrar el mensaje en la piel del jaguar. Tzinacan descubre el mensaje.

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Nombre Cabeza de Jaguar que remite al titulo y exclusivo para el lector porque en el cuento nadie se refiere a Cabeza de Jaguar como Cabeza de Jaguar. Y quien es nombrado a falta de más datos como el «cuerpo», el «cadáver» el «bulto», el «muerto», el «difunto», y en forma despectiva y temeraria, por su presumible oficio: «ladrón», «zángano», «malnacido», «pandillero», «pícaro»,  «delincuente», «marero»,  «vago», «compinche», un «drogo trapo viejo», «bandido». Además que nadie sabe a ciencia cierta quién es Cabeza de Jaguar, se agrega el hecho que a nadie le importa quien sea y que haya muerto. Todos los que presenciaron su muerte, se muestran indiferentes ante el moribundo y al ratito cadáver. El encargado del restaurante chino quiere que se lleven el cadáver porque le ahuyenta la clientela, el chiclero más bien se lo agradece a Dios porque es un delincuente menos, y quien además agrega «Ya nos da igual», el lustrabotas sigue con su trabajo de lustrar botas, dos señores en camiseta siguen con su partida de damas,  los policías cuando llegan actúan con desidia y hasta los socorristas de la ambulancia intervienen con cierta parsimonia.


Rompe esa continuidad, la presencia de «una mujer en harapos, se acerca, descalza y con llagas en las piernas»  es  una «loquita» que lamenta la muerte del joven como si fuese su propio hijo pero ella es solo una «loquita»: quizá solo el eco de otro despojo humano. Estamos ante los desechos humanos de la sociedad moderna: un presumible marero y una loquita confesa. Solo hay un personaje, Libio que parece interesarse por el muchacho, y que ante el cadáver  se conduele y exclama «Pobre muchacho». Libio es un  vendedor de libros que al final también termina preocupado más por cuantos libros o enciclopedias venderá las próximas semanas. Todo el cuento gira en torno al cadáver del muchacho y que opinan los que  presenciaron el hecho.


Como en el cuento En el bosque de Ryunosuke Akutagawa, ante un crimen cometido los personajes dan su versión de los hechos, pero en Cabeza de Jaguar las versiones son lacónicas y hasta disimuladas. Y la más completa es la del chiclero, que es mediatizada y hasta prejuiciada y ambigua. Da  una declaración a la policía y otra a Libio. Y ese mutismo y falta de claridad en el suceso es uno de los pilares de la centralidad del cuento. Nadie parece haber visto nada y si lo vio como es el caso del chiclero parece manipular el hecho.  El mutismo sobre Cabeza de Jaguar es casi absoluto y en eso descansa una parte de la eficacia del cuento. Reducir a Cabeza de Jaguar a un símbolo, a una incógnita, a  un silencio, o sencillamente dado lo fortuito del hecho: al azar.

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No deja de haber algo kafkiano en la situación del joven muerto. Y nos recuerda esa característica de Walter Benjamin de construir sus ensayos partir de los despojos y fragmentos del mundo. Para Benjamin un símbolo de esos despojos era el trapero actualmente el pepenador. Para  Franz Kafka era buscar personajes destruidos o marginales. Construir su narrativa partir del despojo humano o de animalizar muchos de su cuentos en parábolas.  Solo pensemos en el cuento Un  artista del hambre. En ese cuento de Kafka, al final asoma la silueta felina de una pantera,  los espectadores dejan de interesarse en el artista del hambre y ponen su interés en la pantera. El artista del hambre es el despojo, lo ya inservible, y la pantera es la apariencia del mundo. En el cuento Cabeza de Jaguar el cuerpo inerte que yace en la cuneta es el despojo del mundo, el tatuaje es la apariencia sensible del poder y de la fascinación del mundo. La supremacía de la externalidad ante la interioridad.


 Y aún en vida el muchacho es visto con desprecio, por los que presencian  su agonía, esa indolencia con que poco a poco se fue muriendo Iván Ilich en el famoso cuento de L. Tolstoi. Pero el mundo es moderno. Lo que sabemos de Cabeza de Jaguar es que aun en su muerte es  estigmatizado por su tatuaje y quizá por su apariencia. Es visto peor que aquel leproso en el cuento de Froylán Turcios.  Y ante el cadáver uno se pregunta  y qué hace ahí, este desecho humano. Paralela y paradójica y extrema corre aquella explicación en  un cuento de E. Hemingway que al subir a lo alto de una montaña nevada del Kilimanjaro se encontró en su cumbre occidental el cadáver  congelado de un leopardo. Y se preguntaban  los asombrados cómo habrá llegado hasta allí y qué buscaba ese leopardo a esas alturas. Y uno, igualmente se podría preguntar al ver a Cabeza de Jaguar tirado bocarriba, quién era Cabeza de Jaguar, qué tipo de vida llevaba,  y cómo llegó hasta ahí.

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No obstante nunca sabremos a ciencia cierta quién era Cabeza de Jaguar, pero el lector se puede imaginar varias hipótesis, porque leer es imaginar. Los autores solo pueden plasmar los hechos, le toca al lector imaginarse la  plasticidad de esos hechos. Y quizá en este cuento de Álvaro Calix, aunque es muy  extenso, sea una versión moderna del breve cuento La mejor  limosna de Froilán Turcios. Revivir en una narración moderna sus posibles interpretaciones y mutaciones. El tema podría  parecer antiguo como los leprosos bíblicos,  esquivo porque todo mundo rehúye a esos personajes, y hasta paradójico porque ese estereotipo siempre ha sido históricamente repudiado, pero aun en ciertas ocasiones salía a flote una cierta piedad. Por ejemplo en el cuento ya señalado de Froilán Turcios, el manco Mena actúa así con una piedad falsa pero con todo conmovido.  Sin embargo, en los tiempos que corren la muerte no tiene visa, ni tarjeta de identidad, ni mascarilla. En la sociedad moderna a  los pobres, marginales y estigmatizados  del mundo además de haberlos convertido en una legión de «despojo viviente», ahora hasta la muerte les resulta inútil.


Cabeza de Jaguar


1980  palabras

 Álvaro Calix


Libio, mediodía en punto, ve sobre la cuneta un cuerpo boca arriba, tirado en las afueras del restaurante chino. Camina, lo rodea. No hay mirones ni tampoco ha llegado la Poli. El vendedor de chicles, pelo y bigote cano, lentes de plástico enormes, está a dos metros, cubierto del sol por el alero del restaurante. ¿Ladrón?, pregunta Libio. Por supuesto, dice el chiclero, uno menos… gracias a Dios, agrega. Tendrá unos veinte el muerto, cuando mucho; el pelo rapado a los lados, un arete diminuto en la oreja izquierda y, sobre el hombro desnudo, tatuada en gris se adivina la cabeza de un jaguar. ¿Quién los manda, verdad?, eso les pasa por andar de zánganos, murmura el viejo. Libio vuelve a preguntar, acomodándose las gafas de sol, ¿por qué no hay gente alrededor?, el otro se apresura a contestar: ¡No señor, ya nos curtimos!, hoy un malnacido, ayer una señora que se las tira de valiente, de vez en cuando un policía baleado…  Ya nos da igual.

 

En la cuneta, se ha encharcado la sangre. Arremolinada sobre el cadáver, zumba una nube de moscas verdes. La gente ignora el bulto y sigue su camino. Es un día más agitado que de costumbre, pagan el aguinaldo. Con megáfonos y grandes carteles, las tiendas anuncian descuentos. No hay tiempo que perder, es tiempo de arrebato. ¿Lo conoce usted?, increpa Libio de nuevo. No, ni idea, primera vez que lo veo; seguro es un pandillero del Zanjón.

Aparece la patrulla. Una Volkswagen que se cae a pedazos. A paso lerdo, se apean dos azulitos. Uno es alto, tostado, no puede ocultar el fastidio, se bambolea embutido en un pantalón digno de otro cuerpo. El otro, bajo, regordete y de pelo liso, parece más dulzón. Se acercan al cuerpo. Llegaron cuando se les antoja, dice el chiclero a Libio. El oficial alto, oído aguzado, cazó el comentario, lo mira, empurrando la cara, señala con el dedo y amenaza cuidadito con lo que dice, más respeto, si supiera qué día el de hoy, desde la madrugada, de arriba a abajo por todo el distrito. Luego se queja del sueldo, escupe, y vuelve a mirar al chiclero, así que mejor cállese la boca. El otro sospecha algo, se inclina y toca el pulso del muchacho. ¡Todavía está vivo!, llamá una ambulancia, le grita al compañero.

¿Cómo fue la cosa?, pregunta el bajito al chiclero. Yo no vi nada. Pero sí fue en sus narices, cómo va a decir que no vio nada. No se enoje señor oficial… El pícaro, navaja en mano le birló la cartera al cristiano que salía del banco; el hombre ni se resistió, mansito se la dio; ¡ah!, pero sólo esperó a que el bandido huyera y… comienza a perseguirlo; acortó distancia, sacó la pistola y ¡pum!, zampó el cuetazo. Y el hombre que disparó, ¿usted lo había visto antes?, dígame la verdad. Se lo juro que no, ni idea, el fulano siguió su camino como si nada.

Libio termina de comprar golosinas al viejo y se aleja unos metros para sentarse en las bancas donde se la pasan los lustrabotas. Con pasta neutral, le dice al bolero, que acaba de tragarse el último bocado de un taco de pollo. El muchacho, sin prisa, se limpia la boca con el envés de la mano. Saca la franela y la pasta. A la par, dos señores en camiseta, con chapas de refresco sobre un tablero de madera, juegan una partida de damas. El policía tostado continúa apuntando en su libreta. El encargado de turno del restaurante sale para reclamar a la policía por qué no se han llevado al muerto, que le están espantando la clientela. No se inmuta cuando el oficial le dice que el joven todavía está vivo. Que se lo lleven ya, por favor. 

Los botines, como nuevos; el polvo de las calles adherido al cuero cede a la fruición de franelas y cepillos. El bolero, palmea la cajita para que Libio cambie de pie. Baja la mirada y aprueba el trabajo del jovencito de gorra roja. Con el garbo de un caballero, piensa darle propina. Uno de los policías se acerca a las bancas de los lustrabotas para pesquisar. Pero nadie suelta hilo, dicen que no vieron nada, que el disparo se oyó de repente. Después, el azulito cruza la calle y comienza a preguntarle al guardia que cuida el banco. Escopeta al ristre, el vigilante, cejas tupidas y ojitos achinados, niega meneando la cabeza. Con el dedo índice, traza en el aire un cuadrado, demarcando el territorio a su cargo. Se dan la mano, a lo mejor se conocen. De mala gana, el policía cierra el cuaderno y va a reunirse con su compañero, que sigue platicando con el chiclero.

Llega la ambulancia. Dos muchachas se bajan, saludan a los policías. Se agachan con sus aparatos. La más joven de las socorristas se encoge de hombros, mientras se rasca la nariz. Ahora solo queda esperar a los de medicina forense.

De los transeúntes que pasan, una mujer en harapos se acerca, descalza y con llagas en las piernas. Comienza a insultar a policías y cruzrojistas, peor aún, blandiendo un estropajo de sombrilla amaga sopapearlos a punta de varillazos. ¡Mi hijo, mi hijo!, ¡ay, por qué me lo mataron!, ¡asesinos, asesinos!, ¡solo con los pelados se meten!, grita. El chiclero dice que no le hagan caso, es la vieja Crescencia, una loquita que no se mete con nadie, que sólo es el susto. Se carcajean, relajados, y ven como la mujer se aleja, da unos pasos más y comienza a reírse hasta reventar; inclina la cabeza hacia arriba y mira el cielo, la hora del cenit; deja de reír, se persigna, sigue caminando hasta perderse en el final de la calle. Alguien bosteza, otro recuerda que es la hora del almuerzo. Distraídas, un par de palomas picotean migajas en la acera de enfrente. Y mientras esperan a los forenses, una de las jóvenes extiende una sábana sobre el difunto.

En el cielo, nubes altas y delgadas se mueven con pereza. Los alisios se hacen esperar. En las tiendas de calles aledañas, las cajas registradoras redoblan facturación. Dos por uno es el estribillo que mejor engancha. Pero cautela, todos saben que el peligro acecha. Se aferran a sus bolsas y carteras, no vaya a ser que un espectro de los bajos fondos pille sus gangas.

Libio paga el lustre, propina incluida. Buen trabajo, muchacho. De nada, señor, vuelva cuando quiera. Se retira, erguido. Ve todavía el cuerpo en el suelo, ahora cubierto con la sabana. Pobre muchacho, dice, aunque un relámpago descubre en su interior un pensamiento paralelo: menos mal que no soy yo, menos mal...

A la semana siguiente, en su ir y venir por la ciudad, Libio vuelve a merodear la esquina de los limpiabotas. Jadea, lleva cuando menos dos horas gastando suela. La brisa de los macuelizos le devuelve de a poco el aliento. Se deja caer en la banca y, oyendo el ulular distante de alguna sirena policial, pone el pie en la caja. Agachado, el mismo muchacho de la semana pasada. ¿Siempre con neutral?, pregunta. Libio asiente con la cabeza. Rechaza el periódico que le alcanza el muchacho; apenas distingue en la portada el abrazo de futbolistas celebrando algún campeonato, pero no le interesa. Se afloja la corbata y destraba el último botón de la camisa, saca un pañuelo de la bolsa del pantalón y se limpia la cara. Alarga la mirada y observa el puesto del chiclero y, casi al lado, la afable sonrisa del encargado del restaurante que anuncia el combo del día. Libio, hinchado de nuevo por el reluciente marrón de los botines, dobla la propina y se levanta de la banca, con ganas de comprar un dulce de coco.

Saluda al vendedor. De primas a primeras el viejo no lo reconoce. ¡Ajá!, y en qué quedó la muerte del marero, pregunta Libio. ¿Qué dice?...  Ah, es usted, ¿cómo me le va?, pues vea, al rato se lo llevaron, y le apuesto el almuerzo a que ni siquiera saben quién lo palmó.

Oiga joven, ahí me disculpa, pero usted pintaba raro ese día... Me figuré que era detective. ¡No!, se sorprende Libio por la insinuación, pasaba por casualidad. ¿A qué se dedica pues?, es que verlo con ese maletincito. Ah, esto…, sonríe, soy vendedor de libros, por catálogo. Como acusado de un delito que urgiera refutar, abre el maletín malva y le enseña, en multicolor, los pliegos satinados de las colecciones. Toma la cajeta de coco de la chiclera y paga con un billete de cincuenta pesos. No, no tengo vuelto, se enfada el anciano.

El vendedor de libros compra también una goma de mascar para que el chiclero decida sacar un fajo de billetes de la bolsa del pantalón. Se lame el dedo antes de desdoblar el bulto y dispensar el cambio. ¡Conque vendedor de libros!... Me cae usted simpático, sabe, yo también tengo un hijo que los vendía. ¿Vendía?, a lo mejor no le entendió al trámite. Qué sé yo, la verdad es que le iba demasiado mal, por suerte halló chamba de botones en el hotel que está al fondo de la otra cuadra, lo mira… el que tiene treinta y pico banderas en la entrada. Sí, he pasado muchas veces por ahí, supongo que en otra época tuvo prestigio. ¡Bah!, no creo; y a propósito, ¿ha visto qué mujeronas se pasean por allí después de las siete?, colgadas del brazo de los gringos… Ya oyera usted las historias que cuenta mi hijo. Me imagino. Pero bien, volviendo a lo del jueves, escúcheme bien, jovencito, voy a contarle, eso sí, por favor no vaya a andar de lengua suelta,  le puede costar caro.

A ver, recuerda usted que el cliente del banco salió corriendo, hecho un diablo, y al tener al ladrón de cerca le apuntó con la pistola. Sí, me acuerdo, usted se lo dijo al policía. Pues bien, el hombre sacó la treintaidós y como a unos tres metros le puso la bala, supongo que no tiraba a matar, quién sabe, pero el caso es que el ladrón se resbaló, justo cuando el hombre jaló del gatillo. ¿Lo agarró entonces en el suelo?, ¡qué cobarde!, me lo suponía. ¡No, hombre!, escuche, cuando se cayó el ratero, si es que me parece estarlo viendo en cámara lenta, la bala caló al vago ése que venía atrás, ¿y el ladrón?, preguntará usted, pues ni se le vio la coleada, huyó con la billetera, aprovechando el molote. ¿Entonces?, error de cálculo. ¡Sí!, cabal… el pelón no tenía vela en este entierro. ¡Por Dios!, ¿por qué no le dijo la verdad a los azulitos?, hizo mal callándose. ¿Para meterme en líos?, no joven, suficientes tengo ya. ¿Y quién era entonces el finado?, ¿acaso andaba de compinche con el ladrón?, supongo. ¡No!, andaba solo, yo lo había visto un par de veces, un drogo trapo viejo; a lo mejor, si robaba, peinaba en otra zona, qué sé yo… Pero la pinta de bandido no se la quitaba nadie, por eso digo ¡Uno menos!

¡Uno menos!, uno menos, repite Libio con pesadez, como si resolviese un problema aritmético. Asegura el maletín, deja de mascar el chicle; suspira, con la vista en el hotel al final de la otra cuadra, el de las treinta y pico banderas en la entrada. Tiembla. De botones no, murmura para sí. Se despide del viejo. Quizás la próxima semana no tendrá cómo dar propina al lustrabotas y, de seguro, en la siguiente ni siquiera ajustará la lustrada. Para infundirse ánimos advierte de nuevo el magnífico brillo en sus botines, como corresponde a un caballero. Su cabeza no puede entender cómo alguien pueda malgastar plata comprando libros, aun así, conjetura, barajando sus cartas, si por fin, después de tres semanas, podrá vender un juego de enciclopedias.

 

De  Libro de cuentos Ariana y la burbuja, 2014

 

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Ilustración

 

Dibujo digitalizado con base a foto de Google Imagen