Tres poetas hondureños: Merren, Rivas y Quesada. Post de Plaza de las palabras



En esta ocasión Plaza de las palabras, presenta una selección de tres poetas hondureños, todos miembros de la generación del 50. El primer poeta seleccionado es Nelson Merren, quien vivió buena parte de su vida en Nueva York. Publicó dos libros de poesía  “Calendario Negro” (1968), “Color Exilio” (1970) y “Mundo de cubos”, obra póstuma (2007). Su poesía es existencial, con un tono pesimista sobre la vida. Quizá una de sus características, es que escribió una poesía, sencilla, sin rebuscamientos, trasparente. Según Helen Umaña, en su obra critica sobre la poesía hondureña, “La Palabra Iluminada”, Merren fue un poeta de “ruptura”, y “es uno de los primeros poetas hondureños en los que se incorpora el pastiche. La práctica de la intertextualidad con intención sarcásticamente demoledora.” (1)

El segundo poeta seleccionado es Antonio José Rivas, un poeta que ha sido catalogado como hermético. Su principal obra es “La mitad de mi silencio” (1964). "Premio nacional de literatura Ramón Rosa". El "Premio Nacional Poeta metafísico", "Calavera de plata de Barcelona" en 1967, "Premio de Hispanidad de Barcelona" en 1968.  En vida publicó un solo libro de poesía: “La Mitad de mi silencio” (1964). Dejó dos libros inéditos, que se publicaron de forma póstuma: “El agua de la víspera” (1996) y “El interior de la sangre” (2002).

El tercer poeta es José Luis Quesada, poeta, cuentista, y pintor, tiene una obra más vasta. Ha sido acreedor de varios premios y reconocimientos nacionales e internacionales;  su obra entre otras, incluye,  “Porque no espero nunca más volver”. San José, Costa Rica. 1974  “Cuaderno de testimonios”. Tegucigalpa, Honduras. 1981 “La vida como una guerra”. San José, Costa Rica. 1982  “Sombra del blanco día”. Tegucigalpa, Honduras. 1987 “La memoria posible” [Antología Personal] Tegucigalpa, Honduras. 1986 Recientemente publico otro libro de poesía, “El mar a destiempo” (2016).  Su poesía es más elaborada  y pulcra. Refleja un horizonte más amplio en cuanto a la temática. Su poesía, como el mismo lo afirma,  es de un estilo entre “lirismo combinado con lo coloquial”, da suma importancia a la voz y tono en la poesía. “hay una enunciación, una voz, un tono” “y esa enunciación hala  el contenido” (2) Cabe destacar que poetas como Nelson Merren y José Luis  Quesada, son poetas que han sintonizado con las actuales generaciones de poetas jóvenes. Y que los dos formaron parte del grupo de poetas La  voz convocada.   




Nelson Merren
(1931-2007)

Los poemas seleccionados para Nelson Merren son “Pasando”, seguido de “Equinoccio”,  y el tercero  “Invocación” En el primero de manera muy elemental describe, amparándose en trazos de la ciudad de Nueva York, en lo que parece un recorrido visual, el deambular  por las calles, su estado existencial; que ha estado marcado por su sabor a exilio. Sin embargo no parece ser un poema nostálgico por un retorno, sino un exilio permanente, sin regreso. Más que a la condición geográfica es un exilio del alma. En Equinoccio, continúa como una especie de  observador pero ahora amparado bajo el manto de la noche, y aquí es necesario puntualizar que hay una similitud en varios poemas de Merren, País Nocturno, Mundo de cubos, Pasando, Equinoccio; todos poemas que se desarrollan en gran proporción por la noche, poemas nocturnos; y también que todos responde a la  perspectiva de un flâneur, un paseante solitario que recuerda el cuento de Poe “El hombre de las multitudes”. Pero que también es oportuno contextuarlo en sus poemas neoyorkinos, en el antecedente de “Poeta en Nueva York”, de Federico García Lorca, quien residió en entre 1929 y 1939 en dicha ciudad, aunque el libro fue publicado hasta en 1940.

Y es que hay varios vasos comunicantes entre Merren y García Lorca, así como también hay distancias y diferencias. Ambos son extranjeros y ven con ojos sorprendidos, el ámbito neoyorkino, ambos plantean sus poemas desde un el recorrido de un paseante, ambos parecen tener una afinidad con la muerte. Pero con diferentes grados de intensidad. Pero hay diferencias, en García Lorca hay una pasión con altibajos, en Merren hay un desapasionamiento, hasta sus gritos parecen ecos lejanos.. Los poemas de García Lorca, marcan de cerca la mirada, en Merren, su lejanía es casi impersonal. Sin embargo , ambos ven en el paisaje urbano  imágenes  que como un espejo revelan fogonazos de su ser. La mirada de García Lorca es más visible. Ambos en diferente grado traslucen la deshumanización de la era industrial, un dejo de anti capitalismo. Pero en García Lorca, también a su manera y cargando su pesimismo, poetiza colateralmente el vigor del alma americana. Para Gracia Lorca, los neoyorkinos le han dado la espalda a la naturaleza. Pero piensa como Whitman “Nueva York: humana y heroica”. A García Lorca le duele la opresión de los negros y marginados, en Merren su visión se teje en una telaraña de  escepticismo o nihilismo.

Los poemas de Merren busca más lo abstracto o genérico de las realidades, en García  Lorca, hay poemas a una niña, a un niño, al rey de Harlem, a una vaca. Finalmente, desde un uso del lenguaje, la imagen literaria, en García Lorca, es vigorosa e inédita. En Merren, hay una sencillez en su lenguaje poético, pero sobre todo; que no busca la imagen novedosa, ni va a la caza del asombro. La poesía de García Lorca, se vale en algunos de sus poemas del verso largo de Whitman y del surrealismo, la de Merren del verso corto y lacónico, casi sin respirar.  La poesía de Merren no es para deslumbrar, pero dentro de su lenguaje, logra los mismos resultados. Es una poesía en que el poeta  esconde su presencia, y apuesta su poesía a que deambule sola por las calles, que trasgrede la noche, que edifica una visión desde una mirada espontanea y de primera intención.  En Mundo de cubos, Merren dice “La noche se escurrió entre los cañones/y subió como una marea. /Del lado de Times Square/el cielo tiene un resplandor de cataclismo/rojizo, apocalíptico./Ondulantes multitudes pasean/bajo las brillantes marquesinas/muchachas con calcetines poetas barbudos judíos con fríos espejuelos/hombres de negocio, turistas, marineros./Muros y cubos, sólidas moles/concreto y ventanas./Pequeños cubos dentro de los cubos/de un color de ratón corriendo/con su florero y su lámpara de cama./Un hombre en camiseta fuma/y el humo va a dar a un nervioso/anuncio de neón que no conoce la paz (…)”.

Por su parte García Lorca en su poema Aurora, dice “La aurora de Nueva York tiene/cuatro columnas de cieno/y un huracán de negras palomas/que chapotean las aguas podridas/La aurora de nueva york gime/ por las inmensa escaleras/buscando entre las aristas/nardos de angustia dibujados/ (…)”. En su poema Ciudad sin sueño (Nocturno del Brooklyn Bridge)No duerme nadie por el cielo. Nadie. Nadie/No duerme nadie. /Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. / Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan/y el que huye con el corazón roto encontrara por las esquinas/el increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros (…)”.       

En Equinoccio, metáforas sacadas de un paisaje marítimo, en este poema Merren parece  hacer un recorrido imaginario y reflejar estados del alma, de acuerdo a lo que su imaginación poética va encontrando. Pero parada en seco, nos advierte categóricamente  “pues no he venido a tañer campanas/ ni  a apagar la lámpara de la mesa del miedo”, es decir no viene como héroe ni como avatar. No asume ningún riego más la de esquivar su propia sombra; y trasmutar poéticamente lo que su recorrido nocturno le va presentando; como si fuera una secuencia cinematográfica de imágenes marinas: animal  marino, poeta enmascarado  en el  imaginario de la noche, poeta noctambulo. Resulta emblemático que a Merren se le conoce como el “Lobo estepario” de la poesía hondureña. No parece preocuparle su integración a un grupo, a una tendencia poética, a una calle, a una  casa.  Su lenguaje trasparente lo delata  como un poeta por encima de las cosas y las banderías,  pero con todo un poeta que sufre y que está marcado por una “obsesión por los retos de la muerte”, y a quien hay que leer desde un a perspectiva de “ocultamiento y desocultamiento” (3). Pero que  en su poema Invocación, aspira a encontrar,  “una desnuda imagen de alegría”, aunque sea “desde un vórtice de espejos”.  

Pasando
Bajo altos edificios
en las aceras
en la algarabía de tomates y repollos
de los mercados
en los elevadores y tranvías
cruzando puentes
contestando a gritos
discutiendo a gritos
llorando a gritos
sintiendo en la garganta y en los sesos
el aguardiente de una cólera terrible,
leyendo diarios o revistas
en consultorios pintados de blanco,
por todos lados, a donde vaya
aquí, allá, siempre he tenido,
tengo en los ojos ante mí
ese color de cuernos negros,
tengo en la boca, siempre
ese sabor a exilio.
De Color de exilio (1970)



Equinoccio
La noche avanza desde la bahía
desvaneciendo plumas y bronces
la noche viene como un animal marino
y se hunde bajo la quilla de las goletas
veloz con altos muros de calma
la noche que tiene ajedreces azules.
El agua viaja hasta las rocas acorazadas
el cielo no va a ningún lado.
Pienso siempre estoy aquí
formando arriba polígonos a mí enojo
pues no he venido a teñir campañas
ni a apagar la lámpara en la mesa del miedo.
Amé sí a veces la fuerza el misterio
de un rostro barbudo
un perfil de muchacha
todo eso es una pequeña moneda.
Seguiré en esta noche de cáscaras doradas
hasta el último signo
hasta las llaves calientes.
Así también la vieron los grandes espinazos.
Tiempo, atroz piedra fija sin memoria de tiempo
y el agua negra quieta ignorada lo inmenso.
Solo una arista de ruido queda sobre las aguas.

Invocación
Mi noche es un jadeo que se alarga
como la voz de un naufrago,

y una estrella me sorbe las retinas
cegadas de ceniza.

Un cielo turbio me promete un cielo
de sombra sumergida

y un roció de cálida salmuera
me rodea los ojos.
Quiero mirar un ramo de azucenas
pero mis ojos fallan,

y siempre que hablo se despeña un aura
De pétalos amargos.

Quiero borrar las sombras apretadas
con mis manos de piedra

y mirar desde un vórtice de espejos
una desnuda imagen de alegría.





Antonio José Rivas
(1925-1995)

El  poeta es Antonio José Rivas, es considerado por la crítica como un poeta  hermético. El titulo de su único libro publicado en vida es “La mitad de mi silencio”, esto nos remite a dos posibles fuentes: una local, cuyo antecedente sea el poema de “El quinto silencio” de Alfonso Guillen Zelaya, un ensayista y poeta, como tal casi olvidado, salvo por su poema Lo Esencial;  y el otro a una fuente referencial más que cronológica, es  “hay un silencio antes dela palabra: y otro después de la  palabra, que es querer decir lo único que no se puede decir”,  de Octavio Paz. Aquí lo que se teje es que el silencio que  anuncia Rivas es solo una mitad, porque la otra parte es un silencio que es incomunicable. Lo vigoroso en Rivas es su propia conciencia del hecho. Este axioma por supuesto puede tener muchas aristas, pero es frecuente encontrar poetas o filósofos del lenguaje que nos advierten de la imposibilidad de que el lenguaje pueda describir la realidad total. Siempre hay algo más allá de las palabras, que no nos es dado aprehender. Esta imposibilidad de la palabra más que un decir, es un callar, lo que no se puede decir. Esta desconfianza en el lenguaje, como si la palabra per se ya no fuera capaz de decirnos algo más allá de su propio significante. En este entredicho entre palabra y silencio, el poeta queda a merced de la confusión o de la angustia, a veces del entendimiento. 
En nuestra época, la desconfianza hacia el lenguaje se hace más esencial en la posibilidad de que haya realidades para las cuales no existan  palabras. Pero también de que el poeta no puede actuar como un Dios, siempre habrá algo que esta más allá de la capacidad del poeta. Bachelard ofrece  otra pista cuando habla  de la imagen literaria. Citando a Keats A una urna griega, “Las melodías que se oyen son dulces/pero las que no oímos son mas dulces aún; / así, tiernos caramillos, tocad siempre, /no para el oído sensual, /sino, aún más seductores, /modulad para el espíritu, cantos silenciosos…” Es decir hay una realidad más allá que no nos es dada, solo podemos sugerirla, intuir destellos pero nunca abrazarla totalmente. Bachelard nos dice que “hay poetas silenciosos, silenciarios, poetas que en definitiva hacen callar primero un universo demasiado ruidoso, (…)  para él la poesía es verdaderamente el primer fenómeno del silencio. Deja, vivo, bajo las imágenes, el silencio que atiende. Construye el poema bajo el tiempo silencioso, sobre un tiempo al que nada martillea, que nada urge, al que nada ordena, sobre un tiempo dispuesto a todas las espiritualidades…, el tiempo de nuestra  libertad”.  (4)
Y aquí sobre esa espiritualidad, sacamos unas reflexiones de Paz Sobre el haiku, en que afirma que estos son en el fondo ejercicios espirituales. Y decimos esto porque, si bien no todos los poemas pueden ser entendidos en ese sentido, en los haiku, se pasa de la palabra al silencio, de la quietud a la irrupción, de la enunciación a la intensidad.  Pero en los poemas herméticos por su propia naturaleza; por ese gesto de silencio y de invisibilidad, por tocar la otredad;  y estar en un plano inaprensible, convierten al poeta al  elaborar el poema en un ejercicio  espiritual; pero también son un ejercicio espiritual para el lector. Y si en los poemas herméticos cabe, leerlos e interpretarlos como ejercicios espirituales; siempre estará  latente, la otredad.  
Pero también para Bachelard, “Hay imágenes literarias que nos envuelven en reflexiones indefinidas, silenciosas. Se advierte entonces; que un silencio de profundidad se incorpora a la imagen misma. Es preciso comprender que el principio del silencio en poesía, es un pensamiento oculto, un pensamiento secreto. En cuanto un pensamiento hábil para esconderse bajo sus imágenes, acecha en la sombra a un lector (…) La lectura empieza, la lectura soñadora. Buscando un pensamiento oculto bajo los sedimentos expresivos se desarrolla la geología del silencio” (5)   
Pero estas  son cosas/ cuyo nombre no es sonido ni silencio  O.de Milosz  (6)    
En esa perspectiva, Cioran: «Nos interesamos cada vez más [...] no en lo que el autor ha dicho sino en lo que hubiera querido decir, no en sus actos, sino en sus proyectos, menos en su obra real que en su obra ideada. Sin embargo,  en palabras de George Steiner, « [...] parece, en virtud de la perspicacia de Wittgenstein, no tanto un muro como una ventana» (7) .
En Ribas esto es un hecho, se le tilda de hermético. Y posiblemente así sea, aún con eso de clasificar a los poetas por corrientes o movimientos. Si los poetas metafísicos ingleses son tan difíciles de ubicar, y que  T.S.Elliot en su ensayo “Poetas metafísicos”, advertía la dificultad de  definir este termino,  y menos que poetas lo hacen y cuáles de sus poemas se podrían considerar metafísicos (8) Ya que no todos los poemas pueden ser de una sola pieza metafísicos o herméticos.
En ese tenor, hay que considerar aunque sea como contexto al poeta polaco Czeslaw Milosz, premio nobel 1981, quien declaraba “soy un poeta hermético, metafísico y religioso”. Decía “Dar caza a la volatilidad del mundo” En su poema Despertar, aquí un fragmento: “¿Por que me has sonreído en la gastada luz,/y por qué y cómo me has reconocido,/extraña muchachita de arcangélicos párpados,/de reidores, azulados, suspirantes párpados,/hiedra de noche estival sobre la luna de las piedras?/¿Y por qué y cómo, no habiendo jamás entrevisto/ni mi rostro ni mi duelo, ni la miseria/de los días, me has reconocido tan de pronto,/cálida, musical, brumosa, pálida, amada?/¿Por quién morir en la noche inmensa de tus/párpados?/Sin embargo, el día llueve sobre el vacío/absoluto./¿Qué palabras, qué músicas terriblemente caducas/se estremecen en mí con tu presencia irreal,/sombría paloma de los días lejanos, tibia, bella?/¿Qué músicas en eso se estremecen durante el/sueño?/¿Bajo cuáles frondas de soledumbre antiquísima,/en qué silencio, en qué melodía o en qué/voz de niño enfermo volver a encontrarte,/oh bella,/oh casta, oh música escuchada en el sueño?/Sin embargo, el día llueve sobre el vacío/absoluto”. Pero los poetas herméticos sea en el tiempo que escriban siempre serán  poetas para poetas. 
El poema seleccionado de Antonio José Rivas, es “Dispersión de los rostros”, en que el poeta Rivas juega con la idea de una búsqueda que puede ser de identidad o de origen. Y que en esa búsqueda encuentra el rostro en el rostro de un desconocido. “buscar el otro de uno en los  recodos/del tiempo: pese a fieros acomodos/se halla siempre en el de algún desconocido”. No se sabe si lo dice como lamento o como feliz hallazgo. La idea no es nueva porque es una preocupación que ha rondado la cabeza de otros poetas. Ya el poeta simbolista W.B.Yeats, en su poema “Antes de que el mundo fuera hecho”, escribía “Busco el rostro que tuve antes de que el mundo fuera hecho(9) Un zarpazo del tiempo y una multitud de rostros pablan el mundo, la diferencia que uno tiene acceso a esa multitud de rostros, pero también nuestro rostro forma parte de esa multitud de rostros. También hay en este poema en forma explicita el concepto del tiempo. Un tiempo que nos cambia cada hora, porque como fino reloj va cincelando un rostro cambiante. Nadie bebe dos veces agua en el mismo rio. Recuperar ese rostro, recuperar ese momento, “es la suma de todas las tristezas”. 




Hay otro aporte peculiar en ese poema de Rivas: la noción implícita de múltiples rostros. Si consideramos que el poema es de 1964; y aunque en ese tiempo ya había una vigorosa partida de medios de comunicación;  no habían llegado a la explosión exponencial de la actualidad, donde la imagen o el rostro se multiplican, en redes cibernéticas y artefactos;  los rostros dispersos, en que seguramente a veces nos vemos en el rostro de otro.

Dispersión de los rostros
Cada hora, tiene, si,  un rostro perdido.
El tuyo. El mío. El de Anabel. O el de todos
Juntos. Y muchos más de tantos modos
de ser. O de no ser. O de haber sido,

que resulta, en verdad, comprometido
buscar el otro de uno en los  recodos
del tiempo: pese a fieros acomodos
se halla siempre en el de algún desconocido.
Recuperarlo, entonces, es la suma
de  todas las tristezas. Es la bruma
de verse  en rostro antiguo-desde ahora-,

incorporando a tantos años menos.
Repitiendo murallas y venenos.
Repitiendo la muerte, aunque a  otra hora.






José Luis Quesada

(1947- )

De José Luis Quesada, hay tres poemas, el primero “El fuego”, donde el poeta en sus versos finales, se lamenta “Donde esta aquel  antiguo deslumbramiento”, y ese lamento  parece esa búsqueda también dada en Rivas por lo pasado, por lo que fuimos o quizá por una época pasada que no sabemos si es inmediata o muy remota. Ese estado de mundo primitivo en que se fue por única vez original.  Pero también hay una exclamación en donde está aquel  deslumbramiento, aquella sorpresa, aquel asombro. Y es que la vida moderna, no nos da tiempo de meditar; todo pasa tan rápido, que ya no hay espacio para el asombro decía el filósofo Karel Kocis. Aquella capacidad que era la materia prima de los filósofos: el asombro. Entonces si ya no hay asombro, deslumbramiento; y en que la razón parece perdida, desfocalizada, incapaz de allanar las verdades esenciales; entonces  la poesía vuela; y como señalaba el poeta León Leiva Gallardo, “La razón miente más que la poesía”(10), por lo que en  lugar de la razón, le toca “al león azul de la poesía, salir  a cazar estrellas”.
El segundo poema es “El cuarto”,  en el que desde el primer verso nos anuncia “Me gusta este cuarto porque nada contiene diferente a mi” y unos versos más adelante, nos dice “Durante muchos años lo forje para mirarme  en el  rostro de él”, transposición de un cuarto a su propia imagen, una especie de espejo donde habitan los recuerdos y las cosas. Y donde solo él se ve porque no quiere perder la memoria de las cosas ni su identidad. Es un rostro construido de la memoria posible. Siempre a la mano, no necesita más cosas solo la memoria que lo perpetué. El tercer poema aunque solo un corto fragmento, en el que se retoma  el tema de las mascaras y el rostro, aquí es un tema de amor. El poeta Quesada, en el capitulo II,  dice , “Su sombra se parece a mi rostro”,   luego en la parte final Capitulo XXIII,  comienza con una  cita a W.B.Yeats, del poema “Las Mascaras” , aquí el estado de las cosas es otro, las mascaras como ocultamiento, en el amor  uno es lo que parece y otro el ser real que hay detrás de esa mascara, pero al final en el poema de Yeats, el amor da igual porque, “Que importa en tanto exista/ El fuego en ti  y en mi(11) En el poeta Quesada  “Su sombra se parece a mi rostro”, mucho mas adelante y ya al final dice :“Era fiel esta  mascara/Los huecos de sus ojos a veces se llenaban de ternura”.



El Fuego

La poesía, león azulado,
sale a cazar estrellas.

El cielo duerme, cubierto de cadenas,
cierra los ojos para morir.

Las estrellas no aluzan el lindero,
por donde el leñador regresaba al hogar.

El lago ya no ofrece el alimento de los astros,
la chispeante leche del firmamento.

¿Dónde está aquel antiguo deslumbramiento?
¿No hay fuego ya en el pecho de los hombres?


El Cuarto
Me gusta este cuarto porque nada contiene
diferente de mí.
Podría ser mejor, pero así lo hice;
durante años lo forjé como un rostro
para mirarme en él.
Amor, no perfección, encontraréis aquí.
Las cosas que lo habitan
poseen la confianza de la naturaleza.
No son muchas o pocas, existen solamente.
Austeridad y paz me ganaron también,
quizás para que no me distraiga
del resplandor de mis sentidos:
los sentidos en selva de objetos
se fruncen y se nublan.
El uso es la humanidad de las cosas.
Por el uso se vuelven una segunda piel.
Lo que se colecciona por vanidad
o se junta en exceso
vida no tiene, yace muerto,
como perla en el puño del avaro.
La mañana del cuarto debe ser clara,
con los objetos necesarios,
a modo de que no se interpongan
entre el sol y nosotros.


Fragmentos
II
Su sombra se parece a mi rostro.
Su carne, no la mía, es mi carne.
Quisiera imaginarme como fui.
Recrear un episodio de la infancia
o de la juventud,
igual que antes, cuando la memoria
me acompañaba sin desconfianza.
Los recuerdos, ahora, ella los domina.
Son el paraíso donde trabajo por nada todo el día
o merodeo sin nacer.
Son la poza prohibida.
La luna que corta las manos con su hoja de afeitar.
Quiero olvidar y recordarme
antes de ella, en mí.
XXIII
La máscara fue lo que atrajo tu mente
y luego puso tu pecho a palpitar,
no lo que hay tras ella.
W. B. Yeats
Amé una máscara, y tal vez debí amarla hasta el final.
Tal como era, me quiso ¿Podía acaso tolerar otra forma?
Era fiel esta máscara.
Los huecos de sus ojos a veces se llenaban de ternura.
Sombra del blanco día (1987)





Bibliografía
Poemas (selección) Antonio José Rivas No.4, AMDC. Honduras
William B.Yeats, Antología poética. Selecciones Austral Espasa –Calpe, Introduccion, seleccion y traduccion de E.Caracciolo Trejo. 1984.
Gastón Bachelard, El aire y los sueños. Brevarios, FCE.2002.
Federico García Lorca, Antología poética. Losada Dirección y selección de Ernesto Sábato, 1998

WEB
CONSIDERACIONES EN TORNO AL SILENCIO Y LA PALABRA Rosa M.A. Mateu Serra (PDF)
EL POEMA COMO EJERCICIO ESPIRITUAL OCTAVIO PAZ Y EL HAIKÚ (PDF)

Notas bibliográficas
1. Citada en Calendario Negro, Gustavo Campos, 23 de noviembre de 2008. LitArt
2. La poesía es una forma de matar el tiempo. Entrevista a José Luis Quesada, Diario La Prensa., 15 agosto 2013.
3. Nelson  Merren, (ensayo)  Segisfredo Infante, discurso de  incorporación a la Academia Hondureña de la lengua. 14 de septiembre de 2010
4. Gastón Bachelard, El aire y los sueños. Brevarios, FCE, 2002, 304pp. 
5.  Ídem, pp309
6. Ídem, 312pp
7. CONSIDERACIONES EN TORNO AL SILENCIOY LA PALABRA, Rosa M.A. Mateu Serra
8.  Poetas metafísicos, un término acuñado por Samuel Johnson, que aglutino a  un grupo de poetas ingleses que incluyo entre otros, a Donne, Marvall, Cowley. Cuya poesía abordaba los temas del tiempo, Dios, la muerte y el amor. Por lo general fueron marginados por mucho tiempo  hasta que el critico y poeta T.S.Elliot reivindicó este tipo de poesía.   
9. Del poema “Antes que el mundo fuera hecho”, W.B.Yeats, Selección de poemas, Austral Espasa Calpe, 1984,202pp.
10. Poesía: Deriva 21 julio, 2015  León Leiva Gallardo: “la razón miente más que la poesía” por  Salvador Madrid, Blog Deriva. 
11. Idem,W.B.Yeats, Selección de poemas, Austral Espasa Calpe, 1984,202pp. poema Mascaras, 62pp. 

Poesías
Antonio José, Rivas. Poemas selectos .AMDC, WEB Antología Mundial de poesías,  Torre Trunca, Poetas de Grado Cero, Nelson Merren Antología Mínima.    

Traducciones 
Cita dePoemas de W.B.Yeats "Antes de que el mundo fuera hecho", "Las mascaras" , por  E.Caracciolo Trejo. Poema Despertar de Czeslaw Milosz, por  Lyzandro Z. D. Galtier

Crédito de las ilustraciones por orden de aparición
Poetas reseñados Nelson Merren, Torre Trunca. Antonio José Rivas, pintura de Mario Castillo, colección UNAH. José Luis Quesada, Diario El heraldo.
Nueva York, Google imagen
Las fuerzas de una calle, 1911, Umberto Boccione, pintor futurista italiano
El enigma dela hora, 1911, Giorgio de Chirico, pintor metafísico  italiano
Visiones simultaneas, 1911, Umberto Boccione, pintor futurista italiano
Noche estrellada, Vincent Van Gogh,1889. pintor impresiones holandés 
Los misterios del horizonte, 1955,  René Magritte, pintor surrealista belga   

Grandes cuentos del siglo XX: La mosca, un cuento de Katherine Mansfield. Post Plaza de las Palabras


Serie tres cuentistas universales:
 Mansfield,Denisen y Munro





Abstract: La mosca es un cuento de Katherine Mansfield, escrito en 1922, por lo general incluido en numerosas antologías. Trata de un señor de edad, el viejo Woodifield que va a visitar a su antiguo amigo y jefe, estando en la oficina,  y después de tomarse un whisky, el viejo le cuenta  a su jefe que sus hijas  estuvieron en Bélgica, visitando un camposanto, el mismo en que el jefe tiene enterrado a su único hijo, muerto hace 6 años en la primera guerra mundial. Esto declaración vuelve al jefe angustiado  porque no ha podido superar la muerte de su hijo. En el discurrir del relato una mosca cae en el tintero, el jefe se olvida de todo y pone su atención en la mosca, que trata de sobrevivir, y lucha por salir del tintero y luego que logra salir del tintero, la  mosca trata de limpiarse las manchas de tinta con las alas. Y el jefe en estado de observación, la pone a prueba varias veces, echándole una gota de tinta…para ver hasta donde luchaba la mosca. El jefe trata de ayudarla, pero a su manera,  éste hecho es un símbolo de la lucha por la vida, que el  jefe asocia a su hijo muerto. Este  cuento trata en el fondo de la vida y de la muerte,  algunos críticos han interpretado que la misma Katherine Mansfield, era esa mosca, dado su enfermedad crónica, y que ella se veía reflejada en esa lucha por la vida.
El tema de una mosca resulta, peculiar pero no es un personaje  inédito. Ya Esopo también había fabulado sobre  una mosca. El escritor francés J.P Sartre también escribió una obra de teatro sobre la tragedia griega, intitulada “Las Moscas”. Hay también una película La Mosca de cabeza blanca, film de ciencia ficción y terror, que fue muy popular en la década de los 80s. El escritor venezolano Arturo Uslar Pietri escribió un cuento “La mosca azul”;  y si no abundan; pero varios escritores se han valido de  éste personaje alado para elaborar sus ficciones o hacer reflexiones sobre ellas.  Sobre la rememoración de un padre  sobre la muerte de su hijo,  hay un cuento muy conocido de Kipling que trata casi el mismo tema. Magistral cuento de Kipling intitulado “El jardinero”. Otro escritor británico, William Golding, premio nobel en 1983, se valió de la alegoría de las moscas, para escribir su novela más conocida,  “El señor de las moscas”. Pero quizá este tema de insectos, guardando las distancias, y entendiendo  el vocablo, insecto, en sentido general; pero en cualquiera de sus acepciones, nos trasporte a la metamorfosis de Kafka. Y  para finalizar aquella frase del siempre ocurrente de Augusto Monterroso, solo hay tres temas: “la muerte, el amor y las moscas”. 

La mosca
Katherine Mansfield



The Fly, 1922, 2230 palabras.
-Pues sí que está usted cómodo aquí -dijo el viejo señor Woodifield con su voz de flauta. Miraba desde el fondo del gran butacón de cuero verde, junto a la mesa de su amigo el jefe, como lo haría un bebé desde su cochecito. Su conversación había terminado; ya era hora de marchar. Pero no quería irse. Desde que se había retirado, desde su… apoplejía, la mujer y las chicas lo tenían encerrado en casa todos los días de la semana excepto los martes. El martes lo vestían y lo cepillaban, y lo dejaban volver a la ciudad a pasar el día. Aunque, la verdad, la mujer y las hijas no podían imaginarse qué hacía allí. Suponían que incordiar a los amigos… Bueno, es posible. Sin embargo, nos aferramos a nuestros últimos placeres como se aferra el árbol a sus últimas hojas. De manera que ahí estaba el viejo Woodifield, fumándose un puro y observando casi con avidez al jefe, que se arrellanaba en su sillón, corpulento, rosado, cinco años mayor que él y todavía en plena forma, todavía llevando el timón. Daba gusto verlo.
Con melancolía, con admiración, la vieja voz añadió:
-Se está cómodo aquí, ¡palabra que sí!
-Sí, es bastante cómodo -asintió el jefe mientras pasaba las hojas del Financial Times con un abrecartas. De hecho estaba orgulloso de su despacho; le gustaba que se lo admiraran, sobre todo si el admirador era el viejo Woodifield. Le infundía un sentimiento de satisfacción sólida y profunda estar plantado ahí en medio, bien a la vista de aquella figura frágil, de aquel anciano envuelto en una bufanda.
-Lo he renovado hace poco -explicó, como lo había explicado durante las últimas, ¿cuántas?, semanas-. Alfombra nueva -y señaló la alfombra de un rojo vivo con un dibujo de grandes aros blancos-. Muebles nuevos -y apuntaba con la cabeza hacia la sólida estantería y la mesa con patas como de caramelo retorcido-. ¡Calefacción eléctrica! -con ademanes casi eufóricos indicó las cinco salchichas transparentes y anacaradas que tan suavemente refulgían en la placa inclinada de cobre.
Pero no señaló al viejo Woodifield la fotografía que había sobre la mesa. Era el retrato de un muchacho serio, vestido de uniforme, que estaba de pie en uno de esos parques espectrales de estudio fotográfico, con un fondo de nubarrones tormentosos. No era nueva. Estaba ahí desde hacía más de seis anos.
-Había algo que quería decirle -dijo el viejo Woodifield, y los ojos se le nublaban al recordar-. ¿Qué era? Lo tenía en la cabeza cuando salí de casa esta mañana. -Las manos le empezaron a temblar y unas manchas rojizas aparecieron por encima de su barba.
Pobre hombre, está en las últimas, pensó el jefe. Y sintiéndose bondadoso, le guiñó el ojo al viejo y dijo bromeando:
-Ya sé. Tengo aquí unas gotas de algo que le sentará bien antes de salir otra vez al frío. Es una maravilla. No le haría daño ni a un niño.
Extrajo una llave de la cadena de su reloj, abrió un armario en la parte baja de su escritorio y sacó una botella oscura y rechoncha.
-Ésta es la medicina -exclamó-. Y el hombre de quien la adquirí me dijo en el más estricto secreto que procedía directamente de las bodegas del castillo de Windsor.
Al viejo Woodifield se le abrió la boca cuando lo vio. Su cara no hubiese expresado mayor asombro si el jefe hubiera sacado un conejo.
-¿Es whisky, no? -dijo débilmente.
El jefe giró la botella y cariñosamente le enseñó la etiqueta. En efecto, era whisky.
-Sabe -dijo el viejo, mirando al jefe con admiración- en casa no me dejan ni tocarlo-. Y parecía que iba a echarse a llorar.
-Ah, ahí es donde nosotros sabemos un poco más que las señoras -dijo el jefe, doblándose como un junco sobre la mesa para alcanzar dos vasos que estaban junto a la botella del agua, y sirviendo un generoso dedo en cada uno-. Bébaselo, le sentará bien. Y no le ponga agua. Sería un sacrilegio estropear algo así. ¡Ah! -Se tomó el suyo de un trago; luego se sacó el pañuelo, se secó apresuradamente los bigotes y le hizo un guiño al viejo Woodifield, que aún saboreaba el suyo.
El viejo tragó, permaneció silencioso un momento, y luego dijo débilmente:
-¡Qué fuerte!
Pero lo reconfortó; subió poco a poco hasta su entumecido cerebro… y recordó.
-Eso era -dijo, levantándose con esfuerzo de la butaca-. Supuse que le gustaría saberlo. Las chicas estuvieron en Bélgica la semana pasada para ver la tumba del pobre Reggie, y dio la casualidad que pasaron por delante de la de su chico. Por lo visto quedan bastante cerca la una de la otra.
El viejo Woodifield hizo una pausa, pero el jefe no contestó. Sólo un ligero temblor en el párpado demostró que estaba escuchando.
-Las chicas estaban encantadas de lo bien cuidado que está todo aquello -dijo la vieja voz-. Lo tienen muy bonito. No estaría mejor si estuvieran en casa. ¿Usted no ha estado nunca, verdad?
-¡No, no! -Por varias razones el jefe no había ido.
-Hay kilómetros enteros de tumbas -dijo con voz trémula el viejo Woodifield- y todo está tan bien cuidado que parece un jardín. Todas las tumbas tienen flores. Y los caminos son muy anchos. -Por su voz se notaba cuánto le gustaban los caminos anchos.
Hubo otro silencio. Luego el anciano se animó sobremanera.
-¿Sabe usted lo que les hicieron pagar a las chicas en el hotel por un bote de confitura? -dijo-. ¡Diez francos! A eso yo le llamo un robo. Dice Gertrude que era un bote pequeño, no más grande que una moneda de media corona. No había tomado más que una cucharada y le cobraron diez francos. Gertrude se llevó el bote para darles una lección. Hizo bien; eso es querer hacer negocio con nuestros sentimientos. Piensan que porque hemos ido allí a echar una ojeada estamos dispuestos a pagar cualquier precio por las cosas. Eso es. -Y se volvió, dirigiéndose hacia la puerta.
-¡Tiene razón, tiene razón! -dijo el jefe. Aunque en realidad no tenía idea de sobre qué tenía razón. Dio la vuelta a su escritorio y siguiendo los pasos lentos del viejo lo acompañó hasta la puerta y se despidió de él. Woodifield se había marchado.
Durante un largo momento el jefe permaneció allí, con la mirada perdida, mientras el ordenanza de pelo canoso, que lo estaba observando, entraba y salía de su garita como un perro que espera que lo saquen a pasear.
De pronto:
-No veré a nadie durante media hora, Macey -dijo el jefe-. ¿Ha entendido? A nadie en absoluto.
-Bien, señor.
La puerta se cerró, los pasos pesados y firmes volvieron a cruzar la alfombra chillona, el fornido cuerpo se dejó caer en el sillón de muelles y echándose hacia delante, el jefe se cubrió la cara con las manos. Quería, se había propuesto, había dispuesto que iba a llorar…
Le había causado una tremenda conmoción el comentario del viejo Woodifield sobre la sepultura del muchacho. Fue exactamente como si la tierra se hubiera abierto y lo hubiera visto allí tumbado, con las chicas de Woodifield mirándolo. Porque era extraño. Aunque habían pasado más de seis años, el jefe nunca había pensado en el muchacho excepto como un cuerpo que yacía sin cambio, sin mancha, uniformado, dormido para siempre. «¡Mi hijo!», gimió el jefe. Pero las lágrimas todavía no acudían. Antes, durante los primeros meses, incluso durante los primeros años después de su muerte, bastaba con pronunciar esas palabras para que lo invadiera una pena inmensa que sólo un violento episodio de llanto podía aliviar. El paso del tiempo, había afirmado entonces, y así lo había asegurado a todo el mundo, nunca cambiaría nada. Puede que otros hombres se recuperaran, puede que otros lograran aceptar su pérdida, pero él no. ¿Cómo iba a ser posible? Su muchacho era hijo único. Desde su nacimiento el jefe se había dedicado a levantar este negocio para él; no tenía sentido alguno si no era para el muchacho. La vida misma había llegado a no tener ningún otro sentido. ¿Cómo diablos hubiera podido trabajar como un esclavo, sacrificarse y seguir adelante durante todos aquellos años sin tener siempre presente la promesa de ver a su hijo ocupando su sillón y continuando donde él había abandonado?
Y esa promesa había estado tan cerca de cumplirse. El chico había estado en la oficina aprendiendo el oficio durante un año antes de la guerra. Cada mañana habían salido de casa juntos; habían regresado en el mismo tren. ¡Y qué felicitaciones había recibido por ser su padre! No era de extrañar; se desenvolvía maravillosamente. En cuanto a su popularidad con el personal, todos los empleados, hasta el viejo Macey, no se cansaban de alabarlo. Y no era en absoluto un mimado. No, él siempre con su carácter despierto y natural, con la palabra adecuada para cada persona, con aquel aire juvenil y su costumbre de decir: «¡Sencillamente espléndido!».
Pero todo eso había terminado, como si nunca hubiera existido. Había llegado el día en que Macey le había entregado el telegrama con el que todo su mundo se había venido abajo. «Sentimos profundamente informarle que…» Y había abandonado la oficina destrozado, con su vida en ruinas.
Hacía seis años, seis años… ¡Qué rápido pasaba el tiempo! Parecía que había sido ayer. El jefe retiró las manos de la cara; se sentía confuso. Algo parecía que no funcionaba. No estaba sintiéndose como quería sentirse. Decidió levantarse y mirar la foto del chico. Pero no era una de sus fotografías favoritas; la expresión no era natural. Era fría, casi severa. El chico nunca había sido así.
En aquel momento el jefe se dio cuenta de que una mosca se había caído en el gran tintero y estaba intentando infructuosamente, pero con desesperación, salir de él. ¡Socorro, socorro!, decían aquellas patas mientras forcejeaban. Pero los lados del tintero estaban mojados y resbaladizos; volvió a caerse y empezó a nadar. El jefe tomó una pluma, extrajo la mosca de la tinta y la depositó con una sacudida en un pedazo de papel secante. Durante una fracción de segundo se quedó quieta sobre la mancha oscura que rezumaba a su alrededor. Después las patas delanteras se agitaron, se afianzaron y, levantando su cuerpecillo empapado, empezó la inmensa tarea de limpiarse la tinta de las alas. Por encima y por debajo, por encima y por debajo pasaba la pata por el ala, como lo hace la piedra de afilar por la guadaña. Luego hubo una pausa mientras la mosca, aparentemente de puntillas, intentaba abrir primero un ala y luego la otra. Por fin lo consiguió, se sentó y empezó, como un diminuto gato, a limpiarse la cara. Ahora uno podía imaginarse que las patitas delanteras se restregaban con facilidad, alegremente. El horrible peligro había pasado; había escapado; estaba preparada de nuevo para la vida.
Pero justo entonces el jefe tuvo una idea. Hundió otra vez la pluma en el tintero, apoyó su gruesa muñeca en el secante y mientras la mosca probaba sus alas, una enorme gota cayó sobre ella. ¿Cómo reaccionaría? ¡Buena pregunta! La pobre criatura parecía estar absolutamente acobardada, paralizada, temiendo moverse por lo que pudiera acontecer después. Pero entonces, como dolorida, se arrastró hacia delante. Las patas delanteras se agitaron, se afianzaron y, esta vez más lentamente, reanudó la tarea desde el principio.
Es un diablillo valiente -pensó el jefe- y sintió verdadera admiración por el coraje de la mosca. Así era como se debían de acometer los asuntos; ésa era la actitud. Nunca te dejes vencer; sólo era cuestión de… Pero una vez más la mosca había terminado su laboriosa tarea y al jefe casi le faltó tiempo para recargar la pluma, y descargar otra vez la gota oscura de lleno sobre el recién aseado cuerpo. ¿Qué pasaría esta vez? Siguió un doloroso instante de incertidumbre. Pero ¡atención!, las patitas delanteras volvían a moverse; el jefe sintió una oleada de alivio. Se inclinó sobre la mosca y le dijo con ternura: «Ah, astuta cabroncita». Incluso se le ocurrió la brillante idea de soplar sobre ella para ayudarla en el proceso de secado. Pero a pesar de todo, ahora había algo de tímido y débil en sus esfuerzos, y el jefe decidió que ésta tendría que ser la última vez, mientras hundía la pluma hasta lo más profundo del tintero.
Lo fue. La última gota cayó en el empapado secante y la extenuada mosca quedó tendida en ella y no se movió. Las patas traseras estaban pegadas al cuerpo; las delanteras no se veían.
-Vamos -dijo el jefe-. ¡Espabila! -Y la removió con la pluma, pero en vano. No pasó nada, ni pasaría. La mosca estaba muerta.
El jefe levantó el cadáver con la punta del abrecartas y lo arrojó a la papelera. Pero lo invadió un sentimiento de desdicha tan agobiante que verdaderamente se asustó. Se inclinó hacia delante y tocó el timbre para llamar a Macey.
-Tráigame un secante limpio -dijo con severidad- y dese prisa. -Y mientras el viejo perro se alejaba con un paso silencioso, empezó a preguntarse en qué había estado pensando antes. ¿Qué era? Era… Sacó el pañuelo y se lo pasó por delante del cuello de la camisa. Aunque le fuera la vida en ello no se podía acordar.




Créditos
Versión del cuento La Mosca, Literatura .US
Ilustraciones Plaza de las palabras