Orbis &Urbis Colección del Bicentenario 2021. Enlace. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD. Post Plaza de las palabras


Plaza de las palabras en su sección Orbis & Urbis, dedica a la reflexión del desarrollo: filosofía, economía, medioambiente, cultura y globalización. En ese contexto, Plaza de las palabras, presenta la Colección del Bicentenario, conformada por 25 cuadernillos, escritos por igual número de académicos, intelectuales y escritores hondureños,  sobre la realidad internacional y nacional. Esfuerzo editorial y financiero del PNUD  y sus asociados internacionales. 


La Colección Bicentenario, solo es parte de la documentación que acompaña al Informe Nacional de Desarrollo Honduras 2022 (INDH Honduras 2022),   integrada por varios documentos  que abordan la problemática económica y social del país, y que también se pueden descargar en este enlace.   


Colección Bicentenario

Esta publicación se ha elaborado con el apoyo financiero del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE), el Gobierno de Canadá a través de Asuntos Mundiales Canadá, la Unión Europea (UE), la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE). Las opiniones y recomendaciones expresadas en esta publicación son las de las y los autores de las propuestas y no representan necesariamente las de las Naciones Unidas, incluido el PNUD, o las de los Estados miembros de la ONU ni de las entidades donantes.


El PNUD agradece a sus socios: la Agencia Suiza para el Desarrollo y la El PNUD agradece a sus socios: la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE), el Gobierno de Canadá a través de Asuntos Mundiales Canadá, la Unión Europea (UE), la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) que han hecho posible la elaboración de los productos de conocimiento realizados en el marco del Informe de Desarrollo Humano. 


PRESENTACIÓN


Uno de los principales desafíos del país en medio de la multicrisis que se vive, agravada por el COVID-19, es generar pensamiento, reflexión y acción colectiva de carácter nacional y propositivo para la solución de los problemas del país. Pero ello presupone repensar el país: la capacidad de entender su historia, de contextualizar el momento actual y tener una mirada prospectiva hacia el futuro. El principal objetivo es aportar en la generación de análisis y propuestas multidimensionales, inclusivas e integrales para responder con eficacia a los agobiantes desafíos del siglo XXI. La Colección del Bicentenario reúne un grupo de 25 académicos, intelectuales y pensadores del país. De esta manera, la colección se ha dividido en seis partes. La visión histórica: Rolando Sierra Fonseca, Mario Argueta, Segisfredo Infante, Libny Ventura Lara, Oscar Núñez Sandoval y Rony Castillo Güity. En la parte de análisis del desarrollo: Mario Posas, Marvin Barahona, Julio Escoto, Xiomara Bu, Darío Euraque, Yesenia Martinez, Mauricio Diaz Burdett, Pedro Morazán, Ramón Romero, María Eugenia Ramos, Mario Membreño Cedillo, Rafael Jerez, Gina Kawas. Y en la visión futura (prospectiva): Irma Becerra, Sergio A. Membreño Cedillo, Rafael del Cid, Álvaro Calix, Benjamín Falck, y Rodolfo Pastor Fasquelle. A todos ellos el agradecimiento por su invaluable aporte a la Colección del Bicentenario.


El propósito último de la Colección del Bicentenario es construir puentes de pensamiento entre académicos, intelectuales, técnicos y formuladores de políticas públicas y al mismo tiempo propiciar y promover iniciativas orientadas a la construcción de una agenda ciudadana para la transformación.  La Colección del Bicentenario es, en definitiva, un aporte a la Honduras que

imaginamos.


LA COLECCIÓN DEL BICENTENARIO: REPENSAR PARA TRANSFORMAR


Sergio A. Membreño Cedillo


Coordinador de la Unidad de Generación de Conocimiento

y Coordinador del Informe de Desarrollo Humano (IDH) – Honduras


Enlace 


Colección Bicentenario


PNUD

Lenguaje y escritura: Verónica Gerber Bicecci y el lenguaje que viene por Iván de la Nuez

 

Plaza de las palabras en su sección Lenguaje y escritura, presenta un reseña crítica de Iván de la Nuez acerca de la artista y escritora mexicana Veronica Gerber Bicceci: Verónica Gerber Bicecci y el lenguaje que viene. Reseña centrada entre el lenguaje del arte plástico visual y el lenguaje escrito de la literatura. Escritora que se define a sí misma:  «artista visual que escribe.» Y que asimismo afirma: «Escribir hoy tal vez también es tratar de inventar otras palabras para pensar.»  

«Verónica Gerber Bicecci (Ciudad de México, 14 de noviembre de 1981) es una artista y escritora mexicana, que se define a sí misma como una «artista visual que escribe».[1] Se graduó de la Licenciatura en Artes plásticas de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado «La Esmeralda» y de la Maestría en Historia del Arte de la Universidad Nacional Autónoma de México. Su obra explora las relaciones y desafía los límites entre arte y literatura, texto e imagen.[2] Ha publicado ensayos, artículos y reseñas en las revistas Letras Libres, Make, Grante y Tierra adentro. Su novela Conjunto vacío ha sido reconocida como innovadora por el uso de dibujos inspirados en los diagramas de Venn desafiante de los géneros literarios.[3]» (Wikipedia). 


Para ella: « Escribir hoy tal vez también es tratar de inventar otras palabras para pensar.» «Fuimos muchas las que descubrimos a Verónica Gerber Bicecci con Conjunto vacío (Pepitas de calabaza, editorial que también ha publicado La compañía), una extraordinaria novela, fragmentaria, hecha de materiales, textos y escrituras distintas, en torno a la ausencia. Gerber escribía desconfiando del lenguaje y de sus estructuras, cuestionando los límites de la expresión, abriendo nuevos espacios. Ahora, la editorial Consonni publica Mudanza, un libro de ensayos publicado por primera vez en 2010 (México, Auieo/Taller Ditoria) en el que la artista, crítica y escritora mexicana reflexiona, a partir de la obra de Vito Acconci, Ulises Carrión, Sophie Calle, Marcel Broodthaers y Öyvind Fahlström sobre el abandono de la escritura y la huida, a veces entendida como ausencia, de los soportes tradicionales. (Verónica Gerber Bicecci : Escribir hoy tal vez también es tratar de inventar otras palabras para pensar. Entrevista. Llanuras.)


Verónica Gerber Bicecci y el lenguaje que viene

IVÁN DE LA NUEZ

Verónica Gerber Bicecci. En el ojo de Bambi es un cuento curatorial. Mudanza, una performance escrita Conjunto vacío una novela que pierde sus contornos Los hablantes escrita. Conjunto vacío una novela que pierde sus contornos. Los hablantes, una exposición despojada de su display. Palabras migrantes, el habla zigzagueante de una vida entre fronteras. 

Todas son obras debidas a Verónica Gerber Bicecci. Todas construidas como  exposiciones, libros, edificios no sujetos por un soporte único. A partir de sus formatos intercambiables, cabe la posibilidad de precipitarse en ellas o de modificarlas. Tienen la capacidad hipnótica suficiente para atraparnos y la dinamita necesaria para sacudirnos. 

En algún momento, se comportan como espejos que no siempre rebotan imágenes a nuestro gusto. “Fueron” arte y literatura, porque en un pasado remoto habitaron uno u otro territorio. Pero más tarde saltaron hacia una magnitud distinta que ya nos remite a “otra cosa”. 

Si en el Manifiesto del tercer paisaje, Gilles Clément reivindica cunetas, esquinas ambiguas o perímetros que no son urbanos ni rurales como espacios fuera de control, en Gerber Bicecci podemos hablar de un “tercer lenguaje”. Que es imagen visual y escritura, pero que ya ha se ha ocupado de tirar abajo las paredes entre estos compartimentos. Y no tanto por la suma que le aporta su conocimiento de los dos mundos, sino por la resta que esa sabiduría le permite. Por la eventualidad de quitar en lugar de poner, de tirar por la borda –en la escritura y en el arte– el lastre que paraliza esos dos ambientes.

Desde que Montaigne definió al ensayo como el acto de “pintarse uno mismo”, apuntaló la conexión entre la fundación de la literatura moderna y el arte. Y si no con el arte, al menos con el retrato. Y si no con retrato, al menos con el autorretrato.


A partir de ahí, se abrió la posibilidad de una colección que no necesitó de museos firmados por arquitectos estrellas ni exposiciones tramadas por curadores de postín Un museo  imaginario de cuyas paredes pueden colgar curadores de postín. Un museo imaginario de cuyas paredes pueden colgar El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, y Composición Nº 1, de Marc Saporta. Una pinacoteca hecha de palabras donde nos cruzamos con G. K.

Chesterton o Guy Davenport o Aldous Huxley. Y con Chéjov y Henry James

David Markson y Orhan Pamuk y Don DeLillo y Patrick McGrath y Michel  Houellebecq y Donna Tartt y Siri Hustvedt…


En términos iberoamericanos, estos asuntos han navegado con escollos. Digamos que, durante un buen tiempo, los novelistas no tuvieron por estos paisajes una relación tan fluida con el arte de sus contemporáneos como la tuvo el ensayo de Octavio Paz con Marcel Duchamp. Esto no quiere decir que Guillermo Cabrera Infante no hubiera incorporado el cine y el cabaret; Severo Sarduy, el oropel del carnaval; Carlos Monsiváis, las telenovelas; Pedro Lemebel, sus anticipaciones de la estética queer


Pero estas excepciones luminosas no deben cegarnos. La llamada “gran literatura latinoamericana”, al menos hasta el boom, pareció bastante cómoda estableciendo su parangón artístico con el gótico paisa de un Botero o el cubismo reverenciado de un Picasso.


Verónica Gerber Bicecci activa un  lenguaje verbal que, en toda su

potencia, se va desmoronando a lo largo de sus cruces entre el arte y la

literatura; justo “al centro de la intersección entre ambos universos”.


En los últimos tiempos, las cosas han cambiado, sin embargo, a toda velocidad. Basten los nombres de Enrique Vila-Matas, Julián Ríos, Ignacio Vidal-Folch, Álvaro Enrigue, Agustín Fernández Mallo, Juan Francisco Ferré o María Gaínza para dar fe de esta marea. O el de César Aira, que se ha bastado él solo para construir uno de los museos más insólitos del mundo (y que incluye por igual piezas o artistas reales o imaginarios).


No ha quedado ahí.


Recientemente, ha tenido lugar un giro importante en todo esto. Más allá de la descripción, hemos entrado de lleno en la producción de algo que no es literatura hablando sobre arte, sino que es arte y literatura al mismo tiempo. Esa ha sido la encomienda de varias escritoras que combinan la literatura con el dibujo, la fotografía, el videoarte o la performance. Así Valerie Mrjen, Chris Krauss, Alicia Kopf, Irene Solà, Dara Scully o Martica Minipunto.


En esta simbiosis resplandece, destacada y pionera, Verónica Gerber Bicecci. Remarcando una evidencia antes que una tendencia, a partir de una obra que adelanta una lengua nueva que esquilma y modifica cada orilla. Y que lleva hasta el límite las demarcaciones del arte contemporáneo hasta asumirlo, directamente, como un género literario. 


Si un libro nos avitualla para entender esta operación, ese es Conjunto vacío. Una narración que reconstruye el legado fragmentario de una ausencia para la que no se encuentra explicación. Una “metodología del olvido” –¿no dice el bolero que ausencia quiere decir olvido?– en la que el arte se comporta como una angustia que nos lleva a preferir lo malo desconocido antes que lo bueno por conocer. Un dibujo en tiempo real de esa escuela de arte que corre paralela a la escuela de vida. Y en la que retumba una y otra vez la pregunta

sobre aquello que sólo podría hacer un artista en esta época en la que todos realizamos sus tareas. Esto es: dibujar, hacer fotos, en definitiva, producir imágenes.


Estamos, pues, ante un arte que no siempre se expone (en el sentido museístico), pero que siempre se expone (en el sentido del riesgo). Y ante una literatura que no se conforma con narrar ese arte (eso más o menos lo puede hacer cualquiera), sino que se aviene a  inventarlo.


Si Verónica Gerber Bicecci va a ser una de las escritoras más importantes de esta década que empieza, lo será por su condición de artista. Y si va a ser una de sus artistas más relevantes, lo será por su condición de escritora. 


Consideremos, si no, su trabajo con la estética del silencio de Susan Sontag, donde visualiza zonas del lenguaje escrito que no se perciben en el habla oral: pasadizos que cavan los signos de puntuación o las pausas, y que son tan definitorios como mudos. Túneles comunicantes que siguen las líneas de los mapas dibujados por Blanchot, la propia Sontag, Harold Bloom o Don Delillo.  ¿Y si Ulises y Homero fueran una sola y misma presencia? ¿Y si parte de la Biblia hubiera sido escrita por una mujer? ¿Y si la angustia infinita de Sarajevo necesitara de Beckett y su Godot para definirse? ¿Y si Thelonious Monk, Glenn Gould y Thomas Bernhard compartieran, tambaleantes, un territorio común causante de sus respectivas obras y desgracias?


Si Verónica Gerber Bicecci va a ser una de las escritoras más importantes de

esta década que empieza, lo será por su condición de artista. Y si va a ser

una de sus artistas más relevantes, lo  será por su condición de escritora.


En esa cuerda, Gerber Bicecci compone una teoría sobre el lenguaje del porvenir que puede salir de “fotografías, correos electrónicos y mapas”. O de colocar –al revés de lo que hace el activismo o la retórica del compromi solo individual en las respuestas y lo común en las preguntas. O de sospecharle una política al Cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell. O de rescatar lo autobiográfico, “al mil por ciento”, por encima de la autoficción. O de la

urgencia por dinamitar el bunker que resguarda al arte o la literatura como única manera de abrirle otra ventana al habla de este tiempo. O de trastornar el lugar de quién escribe y quién lee, a partir de una novela pasmada “que se quiere quedar sin palabras”. O de no equiparar el silencio a aquello que no se oye, sino a aquello que no se ve.


Verónica Gerber Bicecci activa un lenguaje verbal que, en toda su potencia, se va desmoronando a lo largo de sus cruces entre el arte y la literatura; justo “al centro de la intersección entre ambos universos”.


En el vórtice de ese choque, saltan las chispas que iluminan un lenguaje que llega.


* Este texto fue publicado originalmente en CCCB LAB.


IVÁN DE LA NUEZ

Iván de la Nuez (La Habana, 1964). Ensayista y curator. Entre sus libros, traducidos a varios idiomas, se encuentran La balsa perpetua (1998), El mapa de sal (2001), Fantasía roja (2006), Inundaciones: invasiones artísticas en las fronteras políticas (2010), El comunista manifiesto (2013), Teoría de la retaguardia (2018) y Cubantropía (2020). Ha sido curator de exposiciones como La isla posible, Parque humano, Postcapital, Atopía. (El arte y la ciudad en el siglo XXI), Iconocracia, Nunca real / Siempre verdadero o La utopía paralela; así como de las retrospectivas de Joan Fontcuberta y Javier Codesal. La larga marca (Rialta Ediciones, 2021) es su libro más reciente.

Enlace 

Verónica Gerber Bicecci y el lenguaje que viene por Iván de la Nuez. RIALTA

Verónica Gerber Bicecci y el lenguaje que viene


Verónica Gerber Bicecci y el lenguaje que viene por Iván de la Nuez. Lab CCCB


Verónica Gerber Bicecci y el lenguaje que viene


Créditos

Verónica Gerber Bicecci y el lenguaje que viene por Iván de la Nuez. 22 JULIO, 2021.Tomado de Rialta. * Este texto fue publicado originalmente en CCCB LAB.


Ilustración

Imagen: (c) foto por Adriaìn Duchateau


Mejor dejemos que salga la luna. Un cuento de Mario A. Membreño Cedillo.Post Plaza de las palabras




Plaza de las palabras presenta un cuento de Mario A. Membreño Cedillo, Mejor dejemos que salga la luna, cuento incluido en Cuentos Telúricos, 2007. El cuento narrado en primera persona, se ubica en la ciudad de México, especialmente la calle Tacuba. Un caminar circunstancial hace que el protagonista una tarde del sábado visite un salón de baile, lugar  en que conoce a un personaje singular, una mujer cautivadora de nombre Lluvia Clara  Cisneros.  La relación fructifica, pero la mujer siempre enigmática, presenta una vida encubierta o es una especie de Madame Bovary. El protagonista recela de ella y empieza a dudar de su fidelidad. Sin embargo, ella siempre tiene respuestas y se  reviste de un lenguaje poético y hace referencias al pasado histórico de la ciudad de México. Al final obligado por el carácter extremo de la protagonista, entre mutismo, laconismo y un enredado lenguaje poético y simbolico. El narrador-protagonista la cita en una popular cafetería de la ciudad para aclarar las cosas. Pero el desenlace no es claro y se diluye como una lluvia pertinaz que actua como simbolo. Imagen que provoca en el protagonista, debido a la atmósfera misteriosa en que se desenvuelve la protagonista, a creer que en Lluvia Clara Cisneros, coexisten dos mujeres distintas. Una con antecedentes prehispanicos y una moderna. Las dos facetas del alma, como creia el poeta ingles Robert Bronning.





2021 palabras 


Mejor dejemos que salga la luna


Mario A. Membreño Cedillo



Deja que salga la luna

Huapango

José Alfredo Jiménez


Verdaderamente estoy decidido. Lo sé y creo que ella también lo sabe. Sí, todo ha llegado a un nítido límite. Las cosas no pueden continuar así. Todo esto es un símbolo etéreo con un sonoro acento absurdo. Sí, yo lo sé, y creo que ella también lo sabe; aunque a veces pienso que ella aún no había atrapado el curso de las cosas. Lo pienso así, pero no sé si ella lo piensa igual. Es como si los hechos no le interesaran, porque esa parte de la realidad estuviera vedada para ella. A manera que todo fuera de puro aire. Sí, lo sé, es difícil decirlo, y todavía mucho más explicarlo. Uno empieza a racionalizar hasta que finalmente se instala cómodamente en la primera impresión invicta que uno encuentra. Pero eso no es así, bien que lo sé. A veces uno camina por una calle desconocida, sin hallar las palabras exactas para decirlo. Y a la par va creciendo impetuosamente la necesidad de falsificar la realidad. Y las palabras en una loca carrera nunca alcanzan el escurridizo escenario. Igualmente una generosa tarde de un sábado cualquiera, en un salón de baile; uno ve pasar de pronto a una angelical muchacha. Uno la aborda, conversan, pronto están bailando en la pista. Bailar es bailar. Y mientras uno baila con la complicidad de la tarde y con la unanimidad de la angelical muchacha; alguien le toca suavemente al hombro, y le dice con aparente  delicadeza: «Oiga, usted está bailando un mambo y lo que la orquesta está tocando es un twist».


Todo comenzó una tarde sabatina, caminando sin rumbo fijo. Pero muy consciente de que iba por la calle Tacuba, aquella remozada calzada de Tlacopan, una de las cuatro calzadas que comunicaban la ancestral Tenochtitlán con tierra firme. Solo de pensar en eso, casi me sentí transportado a una avenida inmemorial. Pero no perdí la perspectiva inmediata. Y seguí caminando por la calle Tacuba, hasta que decidí entrar a un salón de baile. La puerta estaba abierta y ciertamente uno sentía la irrefrenable invitación a  entrar. El salón era amplio, repleto de luz. Y adosado a una de sus paredes colgaba un espejo que cubría casi todo el ancho de la pared. El piso de madera, estaba tan deslumbrante, que uno creería que una legión de querubines recién lo había pulido. El salón estaba a medio llenar; y las corrientes de aire aportaban un olor a loción Old Spice. A medida que la tarde se achicaba y la noche emergía, se encendían las luces, y un diáfano humo empezaba a levantarse por los cuatro rincones. Por lo que cualquiera pensaría que en cualquier instante, entre aquel juego de luces, aquel horizonte de espejo, y aquel enrarecido humo que ya cubría todo el salón. Aparecería de repente, el velero de Old Spice navegando entre el humo. 


Pero en lugar de un velero, lo que apareció fue una sorprendente criatura. La vi venir hasta pararse exactamente frente a mí. Algo me susurró al oído que no pude entender. Pronto estuvimos bailando. Se llamaba Lluvia Clara Cisneros. Al oír aquel nombre pensé que ella me estaba tomando el pelo. Así que guardé aquel nombre con cautela astronómica y conservé su perfil poético. Ella era de mediana estatura; y con tacones altos pasaba por ser una mujer alta. Sus ojos y su cabello eran negros, su semblante irradiaba una peculiar extrañeza. Vestía de blanco, y bailaba con tal encanto que cautivaba. Todo su cuerpo era un ensamble musical. Verla caminar por la calle Tacuba, era un estado de gracia en  permanente ebullición. Rebosaba la frescura de la mañana y la nitidez de la tarde. Pero eran sus peculiares cejas negras; que no eran las cejijuntas de la Khalo, ni tampoco las cejas delineadas que adornaban a la Félix. Sino que eran otras cejas, más remotas pero impecables. Y cuya presencia parecía convocar la agilidad de los segundos y la finura de la brisa. Todo sincronizado a su rampante naturalidad, que siempre lo hacía a uno pensar: si todo eso no era un gran artificio meticulosamente fabricado.


Las cosas empezaron a precipitarse cuando una espléndida tarde en Sanborns, sentados alrededor de unas humeantes tazas de chocolate. Ella adelantó ciertos comentarios que uno nunca sabía sí eran afirmaciones o preguntas: «No crees que alguna tarde deberíamos ir al Salón México», «Se me antoja mover el esqueleto». Todo aquello era una especie de conversación sin compromiso. Buscar la tarjeta de presentación de la nada. De tal forma se le desencajaba frases como éstas: «hoy se me escapó la hora del chocolate», «que café tan atrevido, me acaba de quemar». Unas de sus frases favoritas era: « ¡Sabes, es bueno estar aquí!» O «Ya lo sabes, voy para la isla». Otras veces improvisaba frases casi poéticas: «Esta tarde está que arde», «la velada está que vuela», «las horas están boqueando». Cuando quería acabar algo, decía: « la noche nos alcanzó», o «la tarde ya va de puntillas.»


Pero debatiéndose entre sus arrebatos de locuacidad y mutismo, a veces le ganaba una profunda tristeza.  Una tarde ella lo confesó: 


— ¿Sabes? Estoy tan triste como el árbol. —lo decía poniendo una de sus manos bajo su mentón.

— ¿Qué árbol? — pregunté sorprendido.

— ¡El árbol de la noche triste! —exclamó ella con arrojo. Mientras cambiaba la mirada de la litografía de Toulouse Lautrec a la figura de cerámica de un cenzontle.

—Eso ya pasó. Los españoles perdieron. —repliqué levantándome del asiento, y vi como ella miraba el cenzontle.

—Si, pero estoy tan triste como el árbol. Me parece que todo hubiera sucedido ayer. —prorrumpió ella, volviendo a ver el cenzontle.

—Lo sé. —contesté viéndola directamente a los ojos—. ¿Acaso eres la Malinche?

—No, no es por los españoles. Es por el árbol. Siempre lo veo, terriblemente triste. Y siento que toda la tristeza del mundo me persigue. Lo decía moviéndose hacia la ventana.

— Sabes, mañana iremos al Café Tacuba. —repuse antes de que ella llegara a la ventana. Pero ella no me respondió y me lanzó uno de sus largos mutismos. 


Realmente, no me quejo de Lluvia Clarita. Y escribo Clarita en diminutivo porque había empezado a encariñarme con ella. A pesar de todo me descuadraba el ánimo su dejadez terrenal. No pocas veces pensé que detrás de su fachada de visible naturalidad poética. Convocaba algo más, que se movía con el sigilo del arcano, y que se afanaba por irrumpir. Detrás de aquella máscara cotidiana, había asomando la nariz, una vida clandestina. Y empecé a sospechar que en la vida de Lluvia Clarita, pernoctaba alguien más. Quizá otro hombre, algo habitaba en ella que sabía que no era mío. Pero a veces pensaba que también era posible que Lluvia Clarita viviera en Cuernavaca y que sólo se descolgara los fines de semana a la ciudad de México. 


A la sombra de sus viajes semanales a Cuernavaca, se habían sumado sus imprevistas visitas a Texcoco. Y tal como aparecía, igual desaparecía. Y siempre, cuando regresaba de Texcoco, venía en el ala de un eco poético. Un día hasta pensé seguirla hasta Texcoco, pero no quería caer en su juego. Y al preguntarle acerca de sus idas y venidas, siempre solía decirme: «Simplemente, deberes coloquiales.» Por lo que decidí dejar las cosas tal y como estaban, y aceptar a Lluvia Clarita, tal cual era. Pero una noche, intrigado, me atreví a preguntarle, qué era lo que más le agradaba de mí.


—Ya lo ves, mejor dejemos que salga la luna. —Lo dijo tan quedito como un susurro en una plaza despoblada.

—Pero, ¿cómo vamos a dejar que salga la luna? —pregunté al vuelo, no sin cierta curiosidad.

Entonces, ella se rió, y después vio su reloj de pulsera.

—Hay que sacarle la risa al tiempo. —dijo tajantemente, y después de cerrar las cortinas de la ventana, se volvió a reír. Para después quedarse como quien oye el sonido de una caracola lejana. 


Pocos días después me sorprendió y a voz esquinada, me dijo: «Sabes, eres mí espejo...». Sin darme por aludido, esquivé los pasos de la alarmante frase. Un día ya fatigado de sus enigmáticos fraseos y sus palpitantes laconismos, sin avisarle me fui al carnaval de Mazatlán. Al regresar ni siquiera me preguntó en dónde había estado.


—No te imaginas las noches desenrolladas que te perdiste. —dijo ella, y luego guardó silencio como si hubiese oído los cuatrocientos cantos de un pájaro que la estuviese mirando.

—Sí. — asentí con un tono de perplejidad, mientras tomaba unos pajaritos de cristal.

—Figúrate que los puntos de las íes desaparecieron por las hojas onduladas —dijo ella sumergiéndose por unos instantes en un silencio, y luego agregó, como si quisiera acabar con todas las palabras del mundo—, y no te creerás la encerrona que a las tardes destempladas, le dio a la noche amotinada.


No lo dijo como quien recita una poesía, sino como quien quisiese liberarse de un remoto conjuro. Pero no perdí el tiempo tratando de averiguar su oscura frase. Con Lluvia Clarita, lo importante no era domesticar las palabras, ni arrojarse de clavada en los significados, sino dejar que estos se asentaran porque sabía que la traba no era su lenguaje misterioso. Porque ella era una mujer que se vestía de palabras. Un lenguaje poético andante. Cuyas palabras venían de un río subterráneo, en que los peces eran palabras, y el cielo era el tiempo. Aunque nunca intente descifrar ese nudo jeroglífico. El único y verdadero símbolo nómada era ella. Como si su vida entera fuese un irreversible y único mensaje.


Mientras tanto, sin confrontarla, hacía lo posible por abolir aquel conjuro. Y sin profundizar en sus palabras, dejaba que ellas volarán. Aunque me seguía irritando la permanente actitud inescrutable de Lluvia Clarita. Por lo que una generosa tarde pensé que todo había llegado a la región más nebulosa, en que la atmósfera ya no podía sostenerse en pie. Poco después decidí llamarla por teléfono. 


— ¿Sabes? Debemos aclarar las cosas, —lo dije casi como si se lo hubiese murmurado al oído.

—Por supuesto —contestó ella sin ningún asomo de vacilación—. aclarar, es una palabra que amo. Ella se calló. Y por un instante pensé que la había perdido.

—Estaré allí, implacablemente puntual, a las cuatro en punto. —aseguró ella, sin decir nada más.


La había citado a las cuatro en punto de la tarde, para vernos en la Cafetería Popular, cerca del Zócalo. No me quedaba más que repasar la situación. Y por primera vez se me ocurrió pensar que mi Lluvia Clarita, quizá sólo fuera un reflejo de otra realidad. Ella se movía entre dos zonas, como si hubiera dos Lluvia Claritas. La una era la que el fin de semana hablaba en un lenguaje tan cotidiano como Cuernavaca. Y la otra es la que acarreaba a la superficie el lenguaje arcano de Texcoco. Y sospeché que esta última no era mía, porque era lejana, era del ignoto. Y la otra, mí Lluvia Clarita. Era la que yo veía, simple y bailando de blanco. A las cuatro en punto, yo estaba en la Cafetería Popular, y ella todavía no había llegado. 


Desde el ventanal de la cafetería me fastidie de ver pasar transeúntes y oír el sonido irreverente del claxon de los coches; hasta que las campanas de la catedral, repicaron conmoviendo el aire. Y un linaje ancestral de tres edades comenzó a rodar por la pista: brizna, lluvia, aguacero. Fue al oír caer esa lluvia soñadora y ver ese lienzo de agua transparente, que pensé: que con todo y todo, mi Lluvia Clarita sí había venido. Ella llegó entre la lluvia, sin paraguas, pero ataviada con todo su poderío. Lo único que no sabía era cuál de las dos era la que había llegado. Si la que bailaba, entre humo y humo; tomándole la cintura al mediodía. O la que simplemente, a  medianoche, desde la ventana miraba a la lejanía. Y dándose vuelta y mirándome directamente a los ojos, y en un lenguaje arcano; me decía. Mejor dejemos que salga la luna. 




Créditos de las imágenes


Luna, dibujo por Plaza de las palabras

 

De Cuentos Telúricos © M.A. Membreño Cedillo 2007.


Enlace :29 “Poetas de los Confines” en una edición virtual descargable

 


29 “Poetas de los Confines” en una edición virtual descargable

EL HERALDO y LA PRENSA presentan una edición coleccionable en PDF de poetas nacionales e internacionales que participan en la VI edición del festival que se realiza en Gracias y Copán Ruinas
29 “Poetas de los Confines” en una edición virtual descargable

La colección de cuadernillos virtuales “POETAS EN LOS CONFINES” , ya está disponible en la plataforma virtual de forma gratuita.

COLECCIÓN DE POEMAS

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Gracias, Lempira y Copán, Ruinas son las capitales del arte y la literatura. 29 poetas de Honduras y del mundo se dan cita en la zona, en el marco del Festival Internacional de los Confines.

HERALDO y LA PRENSA les invitan a los lectores a descargar de manera gratuita la colección de cuadernillos virtuales “POETAS EN LOS CONFINES”, una muestra de poesía de los autores invitados a la VI edición del Festival Internacional de los Confines que se realiza del 20 al 24 de julio en las ciudades de Gracias, Lempira y Copán Ruinas.

Esta colección realizada por Ediciones Malpaso y Efímera Editorial llega a usted gracias al apoyo de la Unión Europea, Centro Cultural del España en Tegucigalpa y Secretaría de Desarrollo Social de Honduras (SEDESOL).

Le invitamos a leer y descargar esta colección, y a compartir la poesía, esa expresión sensible cuya poderosa fuerza nos permite comprender nuestra realidad y disfrutar de la obra de autores de Honduras, El Salvador, Colombia, Argentina, Puerto Rico, República Dominicana, Bolivia, México, España, Canadá, Costa Rica, Guatemala. Nicaragua, Estados Unidos, Serbia, Italia y Estonia.

El Festival Internacional de los Confines fue fundado por el poeta y gestor Cultural Salvador Madrid, quien es su director, a la necesidad que había en Honduras de tener un premio literario digno y de alto nivel profesional que reconociera el talento de los poetas.

Esta edición de 2022 está dedicada al escritor José González, por la relevancia de su obra poética y sus aportes a la cultura hondureña y al pintor César Rendón. Y se desarrollarán una serie de actividades, entre ellas una feria del libro en la que se presentarán 15 nuevos títulos de escritores hondureños y una antología con los poetas invitados del festival.

Presentamos de él la plaquette ‘De todos los recuerdos

Presentamos de ella la plaquette ‘En nombre de la niebla

Presentamos de él la plaquette ‘Cuentos rotos’

Presentamos de ella la plaquette ‘Bienaventuranzas

Presentamos de él la plaquette ‘Para no morir

Presentamos de ella la plaquette ‘Floral y sangriento

Presentamos de él la plaquette ‘La quietud que crece

Presentamos de él la plaquette ‘Caída libre

Presentamos de él la plaquette ‘Como luz del alba

Presentamos de ella la plaquette ‘Casa en llamas

Presentamos de él la plaquette ‘Bosque de niebla

Presentamos de ella la plaquette ‘Palabras en ruinas

Presentamos de él la plaquette ‘Vals Atravesado

Presentamos de ella la plaquette ‘Presagio de la vida

Presentamos de él la plaquette ‘Canción inocente

Presentamos de ella la plaquette ‘Mujer colibrí

Presentamos de ella la plaquette ‘El cuerno de la abundancia

Presentamos de él la plaquette ‘Ríos circulares

Presentamos de él la plaquette ‘Debajo de mi lengua

Presentamos de él la plaquette ‘Ciudad sombría

Presentamos de él la plaquette ‘Tropel de cantos

Presentamos de él la plaquette ‘De la procedencia de la luz

Presentamos de él la plaquette ‘Fulgor de la ceguera

Presentamos de ella la plaquette ‘Esquina de la memoria

Presentamos de ella la plaquette ‘Cuerpo a cuerpo

Presentamos de ella la plaquette ‘Don y maldición

Presentamos de ella la plaquette ‘Páginas sobrias

Presentamos de él la plaquette “Entre el hierro y la maleza”