10 relatos breves de Lydia Davis. Post plaza de las palabras


Plaza de las palabras en su sección Mini relatos  presenta a la escritora estadunidense Lydia Davis, novelista, cuentista, ensayista y traductora. La autora desde una perspectiva novedosa acomete la escritura desde ficciones breves, esta particularidad de búsqueda desde lo breve, la ha llevado a indagar y experimentar no solo en los contenidos sino también en la forma de sus narraciones. 

Su búsqueda experimental la asemeja a lo que intento hacer la escritora francesa Nathalie  Sarraute con Tropismos. Palabra que Sarraute toma de la biología y adaptó a la literatura. La diferencia es que Nathalie  Serraute, lo hace tratando de develar el inconsciente, esos movimientos casi involuntarios, esas argucias que se producen en la mente, que como nubes se evaporan en el instante sin dejar huellas. Aquello que solo queda como transición, subterráneo, memoria fugaz, y  que no alcanza a ser expresado.  Lo hace desde un plano ilógico, inconsciente, casi intuitivo. En que como ella afirmaba «La sensación impone la forma». 

Lydia Davis por su parte acomete le  escritura desde un plano más consiente, su discurso es lógico, narrable; pero su fogonazo inicial la lleva a explorar la realidad y lo cotidiano a partir de cualquier suceso por insignificante que sea. Y  una vez atrapado, esos materiales los convierte en ficción.   La idea motora puede surgir del abrir una puerta, un gato que pasa, una frase que oye, un contraste que ve,  un recuerdo de algo…    


De la música  y la poesía, y luego salto a la prosa

«Lydia Davis nació en Northampton, Massachusetts, el 15 de julio de 1947.3​Es hija de Robert Gorham Davis, un crítico y profesor de inglés, y de Hope Hale Davis, una escritora de cuentos y maestra.4​Davis en su infancia inicialmente: «Estudió música (primero piano, y luego violín), cosa que fue su primera pasión».5​Años más tarde, al convertirse en escritora Davis comentó: «Probablemente siempre estuve destinada a ser escritora, aunque esa no fuera mi primer pasión. Creo que siempre debí haber querido escribir en alguna parte de mí o probablemente nunca lo hubiera hecho».5​Estudió en la Barnard College, y por aquel entonces escribía principalmente poesía.5​»

«Davis ha publicado seis colecciones de ficción: The Thirteenth Woman and Other Stories (1976); Break It Down (1986) (finalista del Premio PEN/Hemingway); Varieties of Disturbance (finalista del Premio Nacional del Libro en 2007); y Can't and Won't (2013). En 2009 se publicaron sus Cuentos completos, libro el cual contiene toda su ficción hasta el año 2008.7​8​Davis ha traducido al inglés a escritores franceses tales como Marcel Proust, Gustave Flaubert, Maurice Blanchot, Michel Foucault, Michel Leiris, Pierre Jean Jouve, entre otros; así como al escritor holandés A.L. Snijders.3​

«Davis ha sido descrita como: «La maestra de una literatura merecedora de su propia creación».9​Algunas de sus «historias» son solo de una o de dos oraciones. Davis ha comparado estos trabajos con un rascacielos, en el sentido de que están rodeados por una imponente extensión blanca (es decir, el cielo).5​Michael LaPointe, escritor en Los Angeles Review of Books, va tan lejos como para decir que: «Lydia Davis no inventó los microrrelatos; ella es, hasta ahora, su representante contemporánea más eminente».1​Kassia Boddy en la Columbia Companion to the 21st Century Short Story comentó que: «Las parábolas de Davis son más exitosas cuando examinan los problemas de comunicación entre hombres y mujeres, y las estrategias que cada uno usa para interpretar las palabras y acciones del otro». De los autores norteamericanos contemporáneos, solo Davis, junto con Stuart Dybek y Alice Fulton, comparten la distinción de aparecer en los libros The Best American Short Stories y The Best American Poetry.»

«En octubre de 2003, Davis recibió una Beca MacArthur.10​En 2013 fue la ganadora del Premio Internacional Booker y recibió distinciones de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, de la Sociedad Filolexiana y de la Universidad de Columbia. Desde el 2005 es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. » (1)

Sus cuentos cortos: Tres fogonazos 

«En 2009, tras casi cuatro décadas de trabajo en relativa oscuridad, aparecieron los Cuentos completos de Lydia Davis, un volumen de 700 páginas que recogía los dos centenares de relatos breves incluidos en las cuatro colecciones publicadas por la escritora a lo largo de su vida. El libro dio la medida de su dominio del cuento, género que siempre ha gozado de la más alta estima en la tradición norteamericana, y en la que Davis ha inscrito su nombre para siempre con autoridad y contundencia, aunque no esté muy claro qué son exactamente los brevísimos textos que escribe. Sus segmentos en prosa alcanzan un nivel de intensidad y concisión que los sitúa en las inmediaciones de la poesía o la iluminación filosófica. Uno de sus más rendidos admiradores, Jonathan Franzen, trató de zanjar el asunto, refiriéndose a ella como “una suerte de Proust del relato breve»

«Mi trabajo ha ido evolucionando con el tiempo, aunque me resulta difícil explicar exactamente cómo. Las primeras colecciones incluían historias más tradicionales que alcanzaban cierta extensión. Había relatos cortos pero no minúsculos, como ahora. Creo que en este último libro me he aventurado más con la forma. Siempre ensayo nuevas formas de escritura, y en el último libro llevo esa tendencia todavía más lejos. Hay más listas. Por primera vez aparecen secuencias o series, como las llamadas historias-sueño o la secuencia de 13 historias-Flaubert. Se trata de excepciones. Se podría decir que en el libro nuevo hay textos que se acercan más a lo que es un poema, aunque la razón por la que rompo los renglones no es que los vea como versos sino una manera de indicar cómo han de leerse, efectuando una pausa después de cierta frase. Cabría considerar que son una especie de poemas primitivos, pero sin carácter lírico. Se trata más bien de breves fogonazos en prosa que quiero que estén nítidamente separados en la mente del lector. Mi intención desde luego no era crear poemas».

«Jamás me he considerado novelista. Desde que empecé a escribir me sentí cuentista… Bueno, si me remonto a los orígenes, lo primero que escribí fue poesía, aunque aquello era más bien una suerte de conjuro verbal. La novela surgió cuando llevaba más de veinte años escribiendo cuentos. Tengo un amplio espectro de registros, desde una o dos líneas hasta un párrafo, una página, dos páginas, y en algunos casos textos de una extensión algo mayor. A medida que son más largos se vuelven más narrativos, y cuanto más cortos se parecen más a una canción. Puede que no sean poemas, pero el lenguaje, el ritmo y la forma son de un orden más musical, aspecto que se convierte en el elemento prioritario. Pero incluso entre los textos más breves los hay muy distintos. Algunos son como un grito, otros una especie de meditación. Realmente la novela era una especie de cuento largo.» (2)

Su perfil ensayístico una arquitectura desde múltiples puntos de fuga

«Editado originalmente en 2019, Ensayos I de Lydia Davis abre el pensamiento de una escritora célebre por sus formas excéntricas, por sus traducciones de autores difíciles, por haber realizado un recorrido singular en el panorama de la literatura norteamericana y más precisamente en la tradición del cuento corto, que la ha colocado en un lugar propio y único. Hasta ahora habían sido publicados en español sus Cuentos completos (2011), su novela El final de la historia (2014) y la edición local de No puedo ni quiero, por Eterna cadencia en 2014. Pero los ensayos constituyen otro aspecto de su obra, paralelo y complementario a su trabajo en la ficción, que son además de valiosos en sí por el abanico de temas que abordan, una herramienta clave para comprender los procesos, las decisiones y la reflexión que la llevó a arribar a una escritura que muchas veces –o todas, directamente—brilla por su extrañeza. Una apertura soñada para sus lectores, como si al rompecabezas de su producción le hubieran faltado hasta ahora estas palabras, como unas instrucciones para la construcción de ese artefacto complejo, bello y anómalo, que es su literatura.»

«Las figuras que aparecen en los ensayos son diversas, pero tienen un centro de imantación en la propia poética de Davis. Samuel Beckett, Franz Kafka, Lucia Berlin, Gustave Flaubert, Rae Armantrout, Jane Bowles, Michel Leiris, Maurice Blanchot, John Ashbery, Artur Rimbaud, Tomas Pynchon, Osama Alomar, Grace Paley, Michel Butor y muchos y muchas otras aparecen a lo largo de las páginas, en textos de diferente extensión. Cuando habla de ellos, Davis pareciera también hablar de sí, pero no porque el libro sea un álbum de sus autores favoritos, o los que más la han influenciado –aunque probablemente también sea así- sino porque el modo en que Davis los aborda, su inclemente observación de la gramática, del léxico, de la forma literaria, es elocuente acerca de su detallismo de lupa, de su fascinación por los aspectos más materiales del lenguaje. Leer las lecturas de Davis es acercarse a estos escritores desde una perspectiva siempre nueva, porque ella es como una detective de asuntos minúsculos o muy laterales a los que se entrega con obsesión. Ella misma cuenta cómo muchas veces vio aparecer por la ventana las luces del día mientras investigaba apasionadamente acerca de temas como ciertas construcciones en ladrillo en la Roma antigua, o el origen y derivas de la palabra “gubernatorial”. Pese a lo dicho, los textos no son farragosos, ni abrumadores, todo lo contrario: gozan de la liviandad y ese humor cotidiano y paradojal, que acostumbra tener la prosa de Davis.»

«El libro está estructurado en capítulos temáticos: La práctica de la escritura, Escritores, Artes visuales y La biblia la memoria y el paso del tiempo. Todos ellos –con excepción del último-- se reiteran. Está Escritores I, II, III y así. El orden es cronológico, de lo más antiguo a lo más reciente. Davis también aclara que al momento de la edición se animó a corregir los textos, por eso, al final de cada uno aparecen distintas fechas, la de la escritura y luego las sucesivas correcciones. Más que una perspectiva museológica, la antología es fiel a un pensamiento que no se queda quieto y el emergente testimonia ese movimiento incesante.»

«Un punto fuerte de Ensayos I es sin duda la serie de apartados dedicados a narrar sus procesos de escritura. Los subdivide en diversas secciones, la primera de ellas Formas e influencias, es donde relata el zigzaguente recorrido por el que fue llegando al tipo de cuentos que escribe. Davis se detiene en las formas literarias menos tradicionales, formatos difíciles de definir y menos frecuentes, que pueden ser variaciones de las formas conocidas o textos en la frontera entre dos géneros. Es en esas formas que se dedicó a leer y analizar a lo largo del tiempo en las que va a profundizar.»

«Son ensayos en los que la escritura propia se encuentra inextricablemente enlazada con las lecturas que fueron posibilitando que se produjera. Arranca en la niñez, con los autores que leyó a partir del convencimiento de que ella sería una cuentista, tal como sus padres lo habían sido. Escribe sobre lo que escribió, pero sobe todo sobre lo que leyó, dedicándole una atención especial a Joyce, Beckett y Kafka. Los dos primeros fueron su ejemplo para ver las mutaciones, los diversos géneros que se podían abordar a lo largo de una vida. De Kafka le interesó que algunos de sus textos no eran narraciones sino mas bien meditaciones y problemas lógicos. También menciona a Isaak Bábel y a Grace Paley por la condensación, la intensidad emocional y el ritmo de sus textos. Pero fue la lectura de Russell Edson con la que se produjo la gran revelación. Se trata de un escritor poco común, de historias fantásticas, relatos breves y divertidos sobre el caos doméstico. Después de leer su libro Davis empezó a escribir textos de un párrafo. Se fue alejando lentamente del cuento tradicional y al mismo tiempo deteniéndose a pensar en los límites del relato, sus formas, los asuntos en los que merece la pena detenerse.» (3)


10 textos breves de Lydia Davis. Selección plaza de  las palabras

 

ÁNGULOS

Por supuesto que él sabe que su pie está en el piso debajo de la mesa cerca del de ella, y ella sabe que lo ha movido ahí́ a propósito. Después de eso, en realidad todo se reduce a observar los ángulos: en vista del ángulo en que la esposa de él está sentada al otro lado de la mesa, ¿le será́ posible bajar la mirada para advertir que los pies de ellos se tocan suave y deliberadamente de cuando en cuando? Pero más allá́ de los ángulos y del cuidado que él pone en calcularlos, ¿qué más se puede decir de este hombre que toca el pie de su invitada con el suyo de vez en vez en forma significativa, o de la invitada que disfruta el mensaje secreto implícito en el roce de él mientras su esposa alta y bella les habla desde el otro lado de la mesa, entre bocados de cena, detallando algunos problemas que tiene en su profesión?



UNA BREVE NOTICIA DE HACE MUCHO TIEMPO


Escuchamos esta historia hace varios años en el noticiero vespertino: en su noche de bodas una novia y un novio se embriagaron con sus amigos y luego abordaron el auto de la novia y se marcharon. En un camino sin salida junto a un paso elevado detuvieron el coche, apagaron el motor y comenzaron a discutir en voz alta. La discusión se oía en las casas cercanas y se prolongó tanto que varios vecinos empezaron a atenderla. Al cabo de un rato, el novio gritó a la novia:

—Está bien, entonces atropéllame.

A estas alturas los vecinos también miraban la escena desde sus ventanas. El novio bajó del auto, cerrando de un golpe la puerta tras él, y se acostó́ frente a la llanta delantera del lado del pasajero. La novia arrancó el coche y le pasó por encima el vehículo de mil ochocientos kilos. El novio murió́ al instante. El matrimonio había durado unas cuantas horas. Al momento de su muerte, el novio aún vestía esmoquin.


LA TRECEAVA MUJER

En una ciudad de doce mujeres vivía una treceava. Nadie aceptaba que vivía ahí, no llegaba ninguna correspondencia para ella, nadie hablaba de ella, nadie le vendía pan, nadie le compraba nada, nadie devolvía su mirada, nadie tocaba su puerta; la lluvia no caía sobre ella, el sol nunca brillaba sobre ella, el día nunca atardecía para ella, la noche nunca llegaba para ella; para ella las semanas no pasaban, los años no transcurrían; su casa no tenía número, su jardín estaba descuidado, su camino no era caminado, nadie dormía en su cama, su comida no se comía, su ropa no se usaba; y aun así, a pesar de todo esto, seguía viviendo en la ciudad sin ningún resentimiento.


RATONES

Hay ratones que viven en nuestras paredes pero nunca entran a nuestra cocina. Estamos contentos pero no podemos entender por qué no vienen a nuestra cocina donde tenemos trampas puestas, y sí van a las cocinas de nuestros vecinos. Aunque estamos contentos, también estamos un poco tristes, porque los ratones se comportan como si hubiera algo malo con nuestra cocina. Lo que hace esto todavía más misterioso es que nuestra casa es mucho menos ordenada que las casas de nuestros vecinos. Hay más restos de comida en nuestra cocina, más migajas en la barra y restos sucios de cebolla pateados por debajo de la alacena. De hecho, hay tanta comida suelta en la cocina que solo se me ocurre pensar que los ratones mismos se sienten intimidados por ella. En una cocina limpia, es un reto para los ratones encontrar suficiente comida noche tras noche para sobrevivir hasta la primavera. Pacientemente cazan y mordisquean hora tras hora hasta quedar satisfechos. Pero en nuestra cocina se encuentran frente a algo tan fuera de su experiencia habitual que no pueden contra ello. Pueden aventurarse y dar algunos pasos, pero al enfrentarse a los abrumadores monumentos y olores, vuelven resignado a sus hoyos, incómodos y apenados de no poder husmear como deberían.


UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Si tan solo tuviera la oportunidad de aprender de mis errores, lo haría, pero hay demasiadas cosas que no haces dos veces; de hecho, la mayor parte de las cosas importantes son cosas que no haces dos veces, así que no las puedes hacer mejor la segunda vez. Haces algo mal y luego ves lo que hubiera sido mejor hacer y estás preparada para hacerlo, de presentarse la oportunidad, pero la próxima experiencia es muy diferente y tu juicio de nuevo será erróneo y aunque luego estés preparada para esta experiencia si habría de repetirse, no estás preparada para la experiencia siguiente. Si, por ejemplo, pudieras casarte a los dieciocho años dos veces, la segunda vez podrías asegurarte de que no fueras tan joven para hacerlo, porque tendrías la perspectiva de ser mayor y sabrías que la persona que te aconseja casarte con este hombre te está dando un mal consejo pues sus razones son las mismas que te dio la última vez que te aconsejo casarte a los dieciocho. Si pudieras traer un hijo de un primer matrimonio a un segundo matrimonio por segunda vez, sabrías que la generosidad puede convertirse en resentimiento si no haces las cosas bien y el resentimiento en amabilidad si las haces, a menos que el hombre con el que te cases cuando te cases por segunda vez una segunda vez tuviera un temperamento muy diferente al del hombre con quien te casaste por segunda vez la primera vez, en ese caso tendrías que casarte con ese hombre dos veces para saber cuál sería el mejor camino que tomar al casarse con un hombre de su temperamento. Si pudieras ver a tu madre morirse por segunda vez podrías estar preparada para pelear por conseguir una habitación privada donde no hubiera nadie viendo la televisión mientras ella muere, pero si estuvieras preparada para pelear por eso, y lo hicieras, tendrías que perder a tu madre de nuevo para saber lo suficiente como para decirles que coloquen bien su dentadura y no mal como lo hicieron antes en su habitación y la vieron por última vez sonriendo tan extrañamente, y luego una vez más para asegurarte que sus cenizas no fueran  guardadas de nuevo en esa especie de contenedor de correos aéreos donde la mandaron al norte a un cementerio.


UN HOMBRE DE SU PASADO

Creo que Madre está coqueteando con un hombre de su pasado que no es Padre. Me digo: ¡Madre no debería tener relaciones inapropiadas con este hombre “Franz”! “Franz” es un europeo. ¡Le digo que no debería ver a este hombre inapropiadamente cuando Padre no está! Pero estoy confundiendo una vieja realidad con una nueva realidad: Padre no volverá a casa. Se estará quedando en Vernon Hall. En cuanto a Madre, ella tiene noventa y cuatro años. ¿Cómo puede haber relaciones inapropiadas con una mujer de noventa y cuatro años? Bien, creo que mi confusión es la siguiente: aunque su cuerpo está viejo, su capacidad de traición sigue joven y fresca.


SUSIE BROWN ESTARÁ EN LA CIUDAD

Susie Brown estará en la ciudad. Estará en la ciudad para vender sus cosas. Susie Brown se mudará muy lejos. Quiere vender su cama matrimonial. ¿Queremos su cama matrimonial? ¿Queremos su silla otomana? ¿Queremos sus artículos de baño?

Es tiempo de decirle adiós a Susie Brown. Nos gustaba que fuera nuestra amiga.

Nos gustaban sus clases de tenis.


LA TRANSFORMACIÓN

No era posible, pero pasó; y no de una manera repentina, sino con gran lentitud, no fue un milagro, sino algo muy natural, a pesar de ser imposible. Una chica de nuestra ciudad se convirtió en piedra. Pero es cierto que tampoco había sido una chica normal antes de eso: había sido un árbol. Sabemos que a los árboles los mueve el viento. Pero en algún momento a finales de septiembre comenzó a dejar de moverse con el viento. Pasaron varias semanas y cada vez se movía menos. Después, nunca se movió. Cuando sus hojas caían lo hacían repentinamente y con sonidos terribles. Caían sobre las piedras y a veces se partían en pedazos y a veces permanecían intactas. Salían chispas donde caían y un poco de polvo blanco alrededor. La gente, aclaro que yo no, recogía las hojas y las ponían sobre manteles. Nunca existió una ciudad como ésa, con hojas de piedra sobre cada mantel. Luego comenzó a cambiar de color: primero pensamos que era por la luz. Algo frustrados, a veces algunos rodeábamos el árbol abriendo y cerrando los ojos, boquiabierto –y tan pocos dientes había entre nosotros que también era algo para verse– y decíamos que era la hora del día o el cambio de estación lo que la hacía verse gris. Pero pronto fue claro que ahora simplemente era gris, así nomás, así como hace unos años tuvimos que aceptar que ahora simplemente era árbol y no una chica. Pero un árbol es una cosa y una piedra es otra. Hay límites en lo que puedes aceptar, incluso cuando se trata de cosas imposibles.


HÄNDEL

Hay un problema en mi matrimonio: simplemente no me gusta Georg Friedrich Händel tanto como a mi marido. Es una verdadera barrera entre nosotros. Envidio a una pareja que conocemos, por ejemplo, ambos aman a Händel tanto que a veces viajan en avión hasta Texas solo para escuchar una de sus operas interpretada por un tenor en particular. Incluso han convertido a otra de nuestras amigas en común en una admiradora de Händel. Estoy sorprendida porque la última vez que ella y yo hablamos de música, me dijo que a quien realmente admiraba era a Hank Williams. Los tres juntos tomaron un tren a Washington D.C. este año para escuchar a Giulio Cesare in Egitto. Yo prefiero a los compositores del siglo diecinueve y particularmente a Dvořák. Pero soy bastante abierta a todo tipo de música y normalmente si estoy en contacto con algo lo suficiente, termina por gustarme. Pero aunque mi marido ponga música de Händel todas las noches si no hago algo para evitarlo, no he podido hacer que Händel me guste. Afortunadamente, acabo de descubrir que hay un terapeuta no tan lejos de aquí, en Lenox, Massachusetts, que se especializa en Terapia de Händel, y voy a darle una oportunidad. (Mi marido no cree en la terapia y yo sé que él no iría a una Terapia de Dvořák conmigo aun cuando existiese una).


ILUMINADA

No sé si pueda seguir siendo su amiga. He pensado bastante en ello– nunca comprenderá cuánto. Le di una última oportunidad. La llamé, después de un año. Pero no me gustó el camino que tomó la conversación. El problema es que ella no está muy iluminada. O debo decir, no está lo suficientemente iluminada para mí. Tiene casi cincuenta años y no está más iluminada, a como lo veo, que cuando nos conocimos hace veinte años, cuando hablábamos principalmente de hombres. No me importaba qué tan iluminada no estaba entonces. Creo que estoy más iluminada ahora y ciertamente más iluminada que ella, aunque sé que no es muy iluminado decir eso. Pero quiero decirlo, así que estoy dispuesta a posponer estar más iluminada para seguir pudiendo decir cosas similares de un amigo.


Notas bibliográficas 

1. Datos biográficas, entrada de Lydia Davis, Wikipedia 

2. EDUARDO LAGO, ENTREVISTA Lydia Davis: “Realmente la novela es un cuento largo”. El País, 04 MAR 2015

3. Halfon, Mercedes, Los ensayos detectivescos de Lydia Davis, PÁGINA 12, EL PAÍS, 23 de julio de 2021, EDICIÓN IMPRESA PDF


Créditos

Textos 

 23 cuentos de Lydia Davis, CIRCULO DE POESIA

Tres cuentos breves de Lydia Davis, ETERNA CADENCIAS   



La orientación de la mirada un cuento de Mario A.Membreño Cedillo. Post Plaza de las palabras


2600 palabras


La orientación de la mirada



Y hubo un ángel cautivado  

por una doncella de la tierra. 

Entonces el ángel conmovido lloró 

porque sabía que aquella 

doncella  jamás sería  suya. 



I

Uno a veces se cree que solamente es cuestión de memoria, pero no eran únicamente los simples recuerdos escolares los que volaban como pájaros locos;  sino una confluencia de vertientes que lo empañan todo. Lo de Marina vino después, aunque aquello era otra cosa, pero al final el asunto no fue ni tan simple ni tan claro. Es como si Vasil hubiese sido un inicio verbal y los ojos lagrimosos de Marina, una inesperada epifanía concluyente.  Cuando cerca de la glorieta Vasil apareció por primera vez,  los compañeros lo rodeaban y lo escuchaban atentamente. Aunque era su primer día en la escuela, Vasil había llegado tan naturalmente como si siempre hubiese estado en la Escuela Antonio Nariño de Bogotá. Él siempre tenía algo que decir; ya fuera el último resultado de las grandes ligas o el intento de algún inglés por cruzar a nado el Canal de la Mancha. No era solamente cuestión de su prodigiosa memoria, sino su manera de contar las cosas. Si de béisbol se trataba, uno veía la pelota subir, subir y subir; luego, bajar, bajar y bajar; y bruscamente ver aparecer la redonda pelota blanca hundida irremediablemente en un guante amarillo. 


Entonces Vasil volvía a tomar la palabra, no le bastaba con describir la forma de las olas, el rítmico movimiento en escuadra de los brazos del nadador y la fatiga impostergable del triunfador. A todos  nos dejaba boquiabiertos. Lo espectacular de su descripción sobre las luciérnagas había causado una franca conmoción hasta en los profesores más escépticos. Aquel acervo del detalle, el uso apropiado de términos científicos y las acrobacias verbales que volaban, nos tenían enloquecidos. Simplemente Vasil era alguien portentoso, a quien nunca supimos cómo tratar. Sin habérselo propuesto habíamos creado un nuevo juego: sin reglas precisas, sin una finalidad a la vista y sin un principio exclusivo. «Pero qué clase de juego era ese», piensa Valencia.  


—Te lo digo ha de ser mayor —decía con firmeza—. Vendrá de repetir el mismo grado en otra escuela —insistía Pereira. 

—Mira, hay que aceptarlo.  Vasil, nos guste o no, es un fenómeno —decía Gallo, quien creía a pie juntillas que Vasil tenía nuestra misma edad. 

—Cómo va a ser mayor si tiene la cara intacta de un niño —finalizaba afirmando Sandoval, hasta que todos terminaban convencidos: Vasil era de nuestra edad. 

— ¿Sabes? Para mí es un impostor —dijo al descuido Peralta. 

— ¿Quién? —preguntó López, no sin cierto disimulo. 

—Vasil, —respondió rápidamente Peralta. 

—Sí, ¿cómo lo sabes? —volvió a preguntar López. 

—Porque sólo un impostor podría actuar así —recalcó Peralta. 


II

Aparte de la escuela Vasil no existía. Nadie jamás supo en dónde vivía. Tampoco Vasil llegó a formar parte del equipo de balompié, ni a reunirse con la pandilla de los Templarios de la Mirada en la calle de las Catalanas. Esa renuncia a integrarse, a ir más allá del contacto humano,  lo había convertido en su paso por la escuela, en un ser exclusivamente de los recreos y del aula. Nunca nadie de la escuela conoció a sus padres, quienes jamás fueron a las reuniones de padres de familia, ni asistieron al paseo campestre semestral de la escuela a la Sabana, ni a la Acción de Gracias, anual en Zipaquirá. Por un momento se pensó que Vasil era argentino, pero no sé de dónde surgió el rumor que había estado en el colegio jesuita de Bogotá, donde descubrieron que era judío y había sido expulsado porque se negaba a rezar el Padrenuestro. Nada de eso se confirmó. Así que para nosotros Vasil solo era Vasil. 

« ¿Pero por qué tanto misterio?», piensa Valencia. 


«Sabes tengo una idea lejana de él», me comentó muchos años después Benavides. «Pero, sinceramente, por más que lo he intentado, no logró atrapar completamente su mirada». En realidad Benavidez casi no recordaba a Vasil; y cuando hablaba de este, lo hacía con esa lejanía gris, con que uno habla de un fantasma blanco en una tarde amarilla. No lo recordaba como el condiscípulo que había pasado casi un año entero entre nosotros. Y cuya presencia la gran mayoría había olvidado casi por completo. Tan completamente que algunos de nosotros apenas recordábamos lejanamente sus hazañas. Pero, en general;  hay que decirlo,  al aceptar esa generalidad que a veces se utiliza para cubrir los huecos: el olvido de los años escolares había sido demoledor. Y así ocurría con todos, lo de Vasil siempre había quedado en la periferia, no en el centro. «Pero ¿Dónde más van a verlo?», piensa Valencia. 


III

Entonces, ¿Por qué no desenmascarar las palabras y encontrar su significado más oculto? Pensar que Vasil era un símbolo verbal obediente a su mirada. No sé cuántos condiscípulos hayan intuido su trayectoria. «Pero, en qué piensas», me decían entre una frase y otra, con una sonrisa benévola, cuando años después les interroga acerca de Vasil. «Déjalo así. Así no más. Mejor vámonos al Camping, hoy juega Millonarios». «O mejor vámonos a un bar de Chapinero a emborracharnos, huesear mujeres, coger la fruta y sacarle la mirada fina a la luna». Poco a poco mis negativas e insistencia en Vasil me fueron orillando y alejando de mis ex condiscípulos. « ¿De cuál Vasil hablas?», me replicó López al encontrarlo en el vestíbulo del hotel Tequendama. Luego, el encuentro sorpresivo y directo con el gordo Pereira en Falabella de Santiago de Chile. «No me arruines» me dijo, «sí nunca tuvimos ningún compañero con ese nombre; te lo juro que no lo recuerdo; viejo sólo tú te acuerdas de esa cara esotérica». 


A veces había creído que todo era una gran conspiración, no contra Vasil, sino contra mí. Y que toda la cofradía amigable de aquellos tiempos se había confabulado en negar la existencia de Vasil; y que todo aquel asunto se había convertido en una trama bien urdida alargándose en el tiempo. Con los años hasta llegué a pensar en un juego siniestro: una venganza tardía de gris envidia. Una especie de pacto secreto contra alguien que nunca habíamos entendido. Era como si ellos quisieran ganarle la guerra ahora. O como si él aún estuviera aquí, separándonos con su mirada. Pero en realidad el único que se había separado de la cofradía era yo. Supe por Ramírez que ellos seguían en contacto. Poco a poco los fui perdiendo. Y llegué a sospechar que ellos habían tomado cartas en el asunto. Lo habían juzgado y habían emitido una sentencia: expulsado de sus miradas y de su comprensión. El que sustentaba el pecado de la Mirada Original, solo existía para ser negado. «Pero, si todo esto es pura especulación.     ¿Por qué no dejar las cosas como están?», piensa Valencia 


IV

Pero poco a poco lo de Vasil fue esfumándose con la categoría indiscutible de una voluta de humo. Porque algo nuevo había ido apareciendo. Aquello fue algo mágico. Al aparecer Marina, paulatinamente fue desapareciendo Vasil. Es curioso cómo se dan las cosas, cuando una cosa va sacando suavemente a la otra con perfecta naturalidad y con rigor silogístico. Conocí a Marina casi al mismo tiempo de la partida de Vasil de la escuela. Ocurrió casi providencialmente, fue la insistencia fervorosa de los López la que me arrastró a la fiesta. Para mí sorpresa Ramírez estaba ahí porque era vecino de Marina. Eso era todo, porque en un sentido muy escueto no había nada más que pensar, que  lo que sucede siempre en ese tipo de fiestas. Pero en realidad lo que sucedió fue otra cosa totalmente distinta. Algo que aún hoy no termino cabalmente de comprender. 


Marina en realidad no se acordaba de Vasil, a pesar de que algo le había contado de Vasil en aquellos tiempos y algo más le había vuelto a decir muchos años después. Sin cambiar por ello su inmediata displicencia sobre  el tema. Marina, siempre me decía, «Pero no sé ni de lo que me hablas». Siempre con esa naturalidad cartesiana con que uno al final termina aceptando todo. Con Marina no se podía, pero a veces pensaba que en el fondo todo se reducía a una barrera que perseveraba por ahí. Entonces Marina me decía muy indiferentemente: 


—Vasil, no me suena ese nombre, me acuerdo de que se hablaba de un extranjero, al cual nunca vi —decía Marina. Y luego aconsejaba—: ¿Por qué volver siempre sobre lo mismo? Acaso no es mejor dejar los recuerdos escolares como lo que siempre han sido, simples recuerdos escolares. 


—Sabes —Le dije a ella—. Él estuvo aquella noche en tu fiesta de cumpleaños.  

— ¡Fiesta! —exclamó Marina algo sorprendida—. Pero, ¿cuál fiesta? 

—Aquella noche, la misma noche en que te conocí. Cuando los López me llevaron a tu fiesta — dije enfáticamente. 

—Mi fiesta de quince —exclamó Marina sorprendida…

—Sí, tú fiesta de quince —volví a responderle. 


Entonces ella bajaba la vista y se quedaba ahí frente a mí, muda como una nube, lejana como una estrella,  y chocándose los nudillos de los dedos, como si quisiera espantar las nubes y convocar las miradas. 


V

Algo había ahí como un hueco en la mirada, algo que se negaba rotundamente a salir a la vista. Era como si la mirada de Vasil se evaporase cada vez que estaba a punto de enfrentarla. Era como un duelo que nunca terminaba. Entonces, al fin una tarde después del «once», Marina me dijo  muy a desgana:  


—Sí, algo supe del extranjero, pero no sé quién me lo contó —Eso era todo, ella no decía nada más.

—Te lo digo, Vasil estuvo esa noche en tu fiesta. Yo me sorprendí de verlo ahí, ya que sería el último lugar en el mundo en el cual se me hubiese ocurrido verlo. No era alguien a quien solía vérsele en cualquier lugar. Además para ese entonces Vasil ya se había ido de la escuela. 


  —Sí —dijo Marina con un tono de desdén.


  —Te lo juro —le dije a Marina—, que por mucho que lo he intentado, nunca he logrado explicarme por qué él estuvo ahí. Sin embargo, hubo otro detalle impresionante en esa noche. No fue únicamente verlo ahí, sino aquellas luces que había instalado Ramírez; ya sabes las cosas redondas que se le ocurrían. Aquel ambiente claroscuro sugería algo irreal; pues las luces se apagaban y se encendían. Y mientras todos bailaban, se veían rostros que de pronto aparecían y al instante también desaparecían. Las siluetas iban y venían; era la infatigable danza de las sombras contra la luz. Fue así entre luces que le volví a ver, casi como saliendo a saber de dónde. Te lo digo, esa fue la única vez que le tuve miedo a su mirada; hasta entonces siempre lo había visto con simpatía. Por el contrario, esa vez Vasil lucía lejano, no era la simple sensación de extravío que a veces uno percibe en alguien que está preocupado o distraído. Lo de él era más intenso, más profundo, más incomprensible. En definitiva, era algo más que todavía ahora no terminó de comprender. 


»En el momento en que las luces le volvieron a enfocar, tenía su mirada fija hacia un punto del salón, con la obsesión de que sólo ahí se pudiese ver. Te lo juro, nunca antes había visto a alguien mirar algo o a alguien con tanta intensidad. Esperé a que la luz circular volviera a pasar por aquel punto indeterminado, y ¿no adivinas lo que vi? La mirada se detuvo en un cuerpo con un rostro primoroso, fue cuando te miré. Esa fue la primera vez que te miré y te miré al seguir la mirada de Vasil. Nunca olvidaré esa escena.  La luz te dio en plena cara y te quedaste ahí, casi como flotando en el aire con esa cara luminosa y angelical que tenes, viendo a la nada porque del otro lado no se veía nada. 


—Sí, lo sé, ya me habías contado en la luna de miel en Cartagena, lo de las luces de mi cumpleaños. —dijo Marina. 


—No, eso te lo había dicho en Montserrat, mucho tiempo antes de que fuésemos a la luna de miel. Lo que nunca te había revelado es que Vasil había estado en tu fiesta. 

—Sí, pero, qué cambia eso —manifestó Marina con cierto ánimo de impaciencia—. Al fin y al cabo era mi cumpleaños, había un juego de luces fantástico, la música estuvo sublime y seguro que la pasé sensacional. 

—Sí, pero hay algo de aquella noche que todavía no he logrado comprender y, lo ignoras puesto que eso nunca te lo había contado. 


Marina se levantó de la silla y parecía abstraída. Luego dijo enérgicamente: 


— ¡Válgame Dios! A esta altura de los años y me sales con…, ¿qué puede importar eso ahora? Cualquier cosa que haya pasado esa noche…, estamos hablando de casi tres  décadas atrás —dijo Marina irritada. 

—Por eso mismo te lo contaré —le dije a Marina—. Quizás si hubiese sabido cómo manejar el asunto, pero nunca he tenido la certeza para…

— ¡Asunto! !Certeza! —exclamó Marina francamente molesta—. Pero, ¿qué asunto?, ¿cuál certeza? —preguntó Marina aún más irritada. 


— ¡Mira! Esa noche cuando Vasil te miraba, aunque yo todavía no te conocía, después al recordar esa escena no sé por qué sentí rabia de que te mirara de esa forma.

Pero no solo fue eso, ocurrió otra cosa que aún hoy resulta inexplicable. Al verlo ahí, me acerqué tanto que sentí su respiración y le vi contemplarte casi extasiado. Tal vez no creerás lo que voy a contarte. ¡Mira! Seré directo y franco; esa noche, mientras Vasil te miraba se le rodaban las lágrimas. Ninguna cosa me ha impresionado más que esa escena. No te imaginas lo terrible que después me sentí. Sabía porque se lo pregunté después a Ramírez, que Vasil no te conocía para estar llorando por ti. Y te lo juro, ni siquiera me impresionó tanto lo que le sucedió después a Ramírez. Y sabes bien cuánto me dolió lo de Ramírez, ni siquiera mirar su cuerpo inerte sobre aquella mesa metálica, todo derrotado y sin la posibilidad de volver a echar una última mirada. No obstante, nada me ha conmovido tanto como aquella noche de tu cumpleaños, ver llorar a Vasil por entre aquel juego de luces intermitentes, verlo mirándote.  Verlo mirar algo que solamente él miraba, verlo mirar algo que únicamente él comprendía, verlo mirar algo que solo a él le desgarraba el alma. Te lo digo, esa noche no dormí, sentí odio contra él, y por muchos años le guardé un inmenso rencor. Pero, lo que más me dolió, y no te crea que fueron celos, es que si algo comprendí esa noche, es que yo nunca hubiese podido mirarte con la intensidad con que Vasil te miró. En aquel tiempo no supe qué hacer y ahora  ni siquiera sé qué pensar.


— ¡Por Dios! ¡Llorar, Vasil! —gritó Marina —. ¡Por Dios! —repitió   conmovida mientras se incorporaba de su silla. 


—Pero no te pongas así…—le dije sorprendido pero con un  tono de tranquilidad.  


Entonces ella por un instante me miró, me miró como nunca antes la había visto mirarme. Era una mirada penetrante, si bien pronto dejó de mirarme  y por un momento pareció que ella se iba a marchar, pero repentinamente se dio media vuelta y con una voz certera que parecía venir desde muy lejos, pronunció unas cuantas palabras.   


—Siempre había creído que esa noche en mi cumpleaños, al que había visto llorar era a ti. —exclamó Marina con lágrimas en sus ojos. 


Créditos

Cuento del libro La orientación de la mirada, © Mario A. Membreño Cedillo, (2012)


Ilustración

Dibujo de portada del libro Plaza de las palabras 

Página 10. La minificción en Honduras por Víctor Manuel Ramos. Post Plaza de las palabras

 

Plaza de las palabras es su  sección Página 10, presenta el ensayo LA MINIFICCIÓN EN HONDURAS (2006), de  Víctor Manuel Ramos, (1946- ) Polifacético escritor hondureño, quien ha incursionado en la poesía, literatura infantil, ensayo, historia, lingüística, y que además es un destacado gestor cultural. En el ensayo que aquí publicamos, el autor aborda la minificción en Honduras, haciendo un recorrido puntual  desde las raíces de la literatura hondureña, para terminar enumerando a una serie de escritores contemporáneos que han incursionado en esta temática. Este recorrido el autor lo acompaña con la de otros autores hispanoamericanos que también han incursionado en la minificción o minicuento. 


Para el autor Froilán Turcios es el precursor del minicuento y Òscar Acosta definitivamente es el fundador. Sin soslayar  que Arturo Mejía Nieto es el único que teorizó conceptualmente sobre la minificción. Con su aporte, Víctor Manuel Ramos,  deja constancia, que si bien la minificción en Honduras es algo relativamente reciente,  si hubo un despertar fundacional con los textos de Froilán Turcios y Rafael Heliodoro Valles. Tradición que si bien no está  totalmente cimentada,  si cuenta con antecedentes ciertos y notables. El autor respalda sus criterios con una amplia documentación, sin por ello dejar de tratar también los aspectos conceptuales de la minificción, respaldado por la crítica de reconocidos autores y teóricos hispanoamericanos que han abordado el estudio de este breve modo narrativo.  Al final Víctor Manuel Ramos presenta una muestra notable de algunos  distinguidos escritores hondureños que a lo largo del tiempo han incursionado en la minificción.      




LA MINIFICCIÓN EN HONDURAS*


Por Víctor Manuel Ramos


Mientras me desempeñaba como editor de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, de Tegucigalpa, creé la Revista de la Universidad, dedicada al arte y a las letras, para divulgar la creación de los profesores y los estudiantes de la institución y la creación universal. En una ocasión, Din Roger Fortín, diagramador de la editorial, me trajo una carta de su tío Lauro José Zavala Maradiaga, enviada desde México, en enero de 1891. Lauro Zavala había emigrado a México cuando era un adolescente para estudiar Antropología y Arqueología con una beca concedida por el gobierno azteca por sus altas calificaciones conseguidas en el Instituto Nacional de Tegucigalpa. Lauro se quedó en México y ahí destacó como antropólogo, como editor y traductor. Su trabajo en el Fondo de Cultura Económica fue muy apreciado. La carta se publicó en la Revista1 y esa publicación dio lugar a que estableciera una fluida correspondencia con Lauro Zavala hijo, profesor de Literatura de la Universidad Metropolitana, Unidad Xochimilco, de México. Lauro trabajaba, junto con Henry González de la Universidad Pedagógica de Bogotá, en un proyecto destinado a realizar antologías de cuento breve de los países americanos de habla española y me invitó a preparar la antología hondureña. Yo acepté el reto y me puse a trabajar. 

       En esos días estuvieron de visita en Tegucigalpa Jorge Eduardo Arellano, entonces director de la Academia Nicaragüense de la Lengua, y su sobrino Edgard Escobar Barba; les conté del proyecto y aceptaron hacer la antología nicaragüense. En enero de 2005, ambos habían publicado sendas antologías.2 

Tras unos meses de búsqueda, logré seleccionar cincuenta minirrelatos, con una extensión no mayor de doscientas palabras, representativos de la historia del relato breve en la literatura hondureña. Como trabajo inicial tomé un fragmento del Popol Vuh, la obra sagrada de los mayas, para dar un salto a los albores de la literatura hondureña, en donde me encontraría con Froylán Turcios (1874-1934), quien había recopilado sus relatos en el libro Cuentos del amor y de la muerte3 y cultivaba el modernismo, puesto en boga por Rubén Darío. 

Le siguen, en secuencia temporal, los aportes de Rafael Heliodoro Valle (1891-1956), cuya vasta obra la había realizado en México; y, más tarde, los escritores de la generación del 50, hasta los contemporáneos. El interés por la minificción es reciente en Honduras, si apartamos los aportes de Turcios y Valle. Y la influencia viene de cerca: del hondureño Óscar Acosta, con su libro El arca (1956);4 del salvadoreño Álvaro Menén Desleal –como a él le gustaba firmar–, con su libro Cuentos Breves y maravillosos (1963); y de Augusto Monterroso, quien nació en Tegucigalpa y vivió en esta ciudad hasta su adolescencia. 

Óscar Acosta, a muy temprana edad, se desempeñaba como secretario de la Embajada de Honduras en Lima. Ahí hizo amistad con Sebastián Salazar Bondy, a quien visitaba en la redacción del diario La Prensa. Éste le condujo a la Antología de cuentos breves y extraordinarios (1953), de cuya lectura surgieron los minicuentos de El Arca. Uno de los cuentos de Acosta, «La letra lh», tuvo respuesta de Álvaro Menen Desleal, con un cuento similar sobre la letra lh, y, más tarde, yo escribí otro minicuento, Mamá abecedario,5 que cuenta una historia de las letras ch, ll y w. 

Julio Escoto, en su revista Imaginación, convocó un certamen de cuento súbito en 1991. En la revista se publicaron los finalistas. El concurso fue convocado nuevamente en el año siguiente. Los galardonados fueron Samuel Trigueros y Débora Ramos Elizabeth Ventura. En 2003, la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán convocó al Certamen Cuento Breve Universitario y se otorgó un premio al cuento Al Este del paraíso, de Yasmín Elizabeth Gutiérrez, y un accésit a Once fábulas para un narrador de cuentos, de Moisés Daniel Gutiérrez. 


Se señala a los mexicanos Julio Torri, con sus Ensayos y poemas (1917), y Carlos Díaz Durfoo Jr., con sus Epigramas (1927), como los precursores y fundadores del relato breve. Pero no fue sino hasta 1976 cuando Edmundo Valadés publicó El libro de la imaginación,6 una colección de minicuentos en la que se incluye tres textos de Torri. Este género de las letras hispánicas sería más tarde consagrado con nombres sobresalientes como los de Augusto Monterroso, Juan José Arreola, Marco Denevi, Álvaro Menen Desleal, Alfredo Armas Alfonso, Max Aub, Ana María Shua, Guillermo Samperio, Óscar Acosta, Oscar de la Borbolla y muchos otros más. 

Sin embargo, Froylán Turcios había publicado en 1904 Bajo el cielo inmutable, con apenas 22 renglones; Tres deseos, con nueve renglones, en 1914, y varios relatos breves de menos de una página en su libro Cuentos del amor y de la muerte, en el ambiente del modernismo. 

«Un minicuento es un microcosmos, una partícula elemental de acción, un cuanto narrativo», ha definido Armando José Sequera,7 de la Universidad Central de Venezuela. Y, como ésta, además de las 20 que propone, se han formulado innumerables definiciones –coincidentes unas, encontradas otras– con el fin de establecer el deslinde de este género narrativo a partir de los textos más destacados que corresponden a Juan José Arreola, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Augusto Monterroso. 

Lo cierto es que casi todos los críticos coinciden en señalar en el minicuento una actitud de ruptura como la que se define en el manifiesto de la revista Zona, de Barranquilla: «Sacado de una de sus falsas costillas, el minicuento, ese extraño género del siglo xx, ha conducido al cuento clásico o a una estrepitosa bancarrota».8 

Epple9 considera a Dolores Koch como la pionera en el estudio de la minificción por proponer rasgos característicos en las minificciones de Torri, Monterroso y Arreola: prosa sencilla, cuidada y precisa pero bisémica; humorismo escéptico que se vale de la paradoja, la ironía y la sátira; rescate de formas literarias antiguas (fábulas, bestiarios) y uso de formatos nuevos de los medios modernos de comunicación; luego resalta la labor de Edmundo Valadés con su artículo El cuento brevísimo, publicado en la revista Puro Cuento de Buenos Aires, en cuyas páginas se acuñaron los nombres de minicuento y minificción. No se puede dejar de destacar la labor de Lauro Zavala hijo, quien lleva más de una decena 

de libros sobre la minificción. Para él, minicuento es brevedad, diversidad, complicidad, fractalidad, fugacidad y virtualidad. 

En Honduras, el único que ha teorizado sobre el cuento es el narrador Arturo Mejía Nieto (1900-1972). En su trabajo Estructuras del cuento y sus leyes, opina que: 

«[El cuento corto] constituye, por su brevedad y vívida forma de expresión, el texto adecuado al ritmo acelerado de la vida… Capaz de distraer, por su variado material de tema, ya sea humorístico, lo erótico o misterioso, la intriga o la farsa, sirve para despertar la imaginación de millones de seres sometidos al yugo de la existencia moderna».10 

Fue Froylán Turcios el precursor del cuento breve en Honduras. En su época escribieron uno que otro cuento breve Juan Ramón Molina, Carlos Alberto Uclés y Salatiel Rosales, pero no consideraron la minificción como una nueva modalidad narrativa y genérica. Y en la temática no superaron el ámbito del Romanticismo tardío y del modernismo. Después, es Rafael Heliodoro Valle, formado en México, quien explora con alguna abundancia la narración breve con gran contenido de cotidianeidad y de recuerdos del terruño, sin dejar de aprovechar sus experiencias en Chile y México (sobre todo en la historia de esta nación). Valle posiblemente leyó a Torri y a Durfoo, pero no conoció las obras fundamentales de Arreola y Monterroso. Mejía Sánchez, el eminente nicaragüense radicado en México, secretario particular de Valle y amigo de Monterroso y Arreola, produjo minificciones desde 1947 que fueron incluidas en el libro Puro cuento, en formato que el mismo Mejía Sánchez había organizado en 1973. Valle aprovechó, a la manera de Eduardo Galeano, muchas de las anécdotas para producir numerosas piezas de delicado estilo, argumento simple y aquilatada prosa. Es, sin embargo, Óscar Acosta (1933-1914) el verdadero fundador de la minificción en Honduras, con su libro El Arca. El libro fue acogido con entusiasmo en Honduras, pero los escritores del país no valoraron la ruptura que con estos textos se les presentaba, y los narradores continuaron con el cultivo de la narración en base a los cánones tradicionales de Poe y Quiroga. Los autores jóvenes no advierten las novedades que había en aquellas narraciones breves hasta el año de 1991, en que el libro de Acosta es nuevamente reeditado por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Nelson Merren publicó algunas narraciones breves en las revistas universitarias que dirigió Óscar Acosta. Eduardo Bärh es otro autor interesante.  


Pompeyo del Valle, de la misma generación del 50 a la que pertenece Acosta, publicó dos libros con narraciones breves que guardan mucha distancia de la intertextualidad de El Arca: Los hombres verdes de Hula y Retrato de un niño ausente. Néstor Bermúdez Milla, otro narrador hondureño, escribió algunas narraciones breves. Eva Thais, más poeta que narradora, publicó un libro de minicuentos con mucho contenido experimental y de naturaleza súbita: Constante sueño (1999). Luego vinieron Víctor Manuel Ramos, con sus libros Acuario y Monsieur Hérisson y otros cuentos (2001); José Adán Castelar; Julio Escoto, con Historia de los operantes, y Ernesto Bondy. 

Nery Alexis Gaitán ha cultivado el minicuento con dedicación exclusiva. Le siguen los novísimos que se iniciaron, algunos con una producción profusa y otros con aportes ocasionales, estimulados por el concurso de la revista Imaginación. De esa cosecha surgen Samuel Trigueros, Débora Ramos, Javier Vindel, Julio César Anariba, Adalid Martínez. Junto a ellos, Raúl Ernesto Alvarenga, Marco Carías Chaverry, Marco Salvador Mendoza, Moisés Daniel Gutiérrez, Rocío Tábora, Antonio Ramos, Daniel Callejas, Jorge Luis Oviedo, Manuel de Jesús Pineda, Rafael Valladares Ríos, Lourdes Núñez Ortiz, José Humberto Sosa Canizalez, Luis Antonio Núñez Duarte, Julio César Pineda, Gustavo Fernández Zúniga, Mónica Romero Lepe, Miguel Barahora, etcétera. Especial interés merecen los cinco lipogramas de Rodolfo Alirio Hernández «Vocales en vacaciones», incluidos en su libro Guijarros, publicado en 1952. 


1 «Carta de Lauro José Zavala Maradiaga», en Revista de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, 87- 90, Tegucigalpa, Honduras, abril, mayo y junio de 2003. 

2 Arellano, Jorge Eduardo. Minificciones de Nicaragua. Brevísima antología, Academia Nicaragüense de la Lengua, Managua, 2004; Barba Escobar, Edgard. Antología del minicuento nicaragüense. 

3 Turcios, Froylán. Cuentos del Amor y de la Muerte, Le Livre, 141, Boulevard Périere, París, 1930. 

4 Acosta, Óscar. El Arca, Talleres Gráficos Mercagraph, S. A., Jirón Inca, Lima, Perú, 1956. 

5 Ramos, Víctor Manuel. «Mamá abecedario», en Monsieur Hérisson y otros cuentos, Editorial Girándula, Tegucigalpa, 2001. 

6 Valadés, Edmundo. El libro de la imaginación, Fondo de Cultura Económica, México, 1976. 

7 Sequera, Armando José. «La narración del relámpago. 20 microapuntes para una poética del minicuento y cuatro anotaciones históricas anotadas», en Noguerol Jiménez, Francisca: Escritos disconformes. Nuevos modelos de lectura, Universidad de Salamanca, 2004. 

8 Citado por Edmundo Valadés: «Ronda por el cuento brevísimo», en Puro Cuento, 21, Buenos Aires, 1990. 

9 Epple, Juan A. «La minificción y la crítica», en Noguerol Jiménez, Francisca: ídem. 

10 Mejía Nieto, Arturo. «Estructura del cuento corto y sus leyes», en Tres ensayos. Teatro, novela y cuento, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, 1959.27 



BREVE ANTOLOGÍA DE MINIFICCIÓN


Gratitud 

Froylán Turcios 


En el alegre paseo, cerca del río sonoro, los dos amigos pasaron junto a nosotros, saludando amablemente. 

–Uno de esos –exclamó Julio– fue el autor de la calumnia soez que motivó el rompimiento con la joven por quien te consume la pena.

–Fue Eduardo, ¿no es cierto? Juro que fue él. 

–¿Y cómo puedes afirmarlo con tal certeza? 

–Sencillamente porque no puede ser el otro. 

–¿Y por qué no puede ser el otro? 

–Porque no me debe ningún favor. 



Allá en Monclova 

Rafael Heliodoro Valle 


Allá en Monclova está el nogal donde capturaron al señor cura y sus amigas. El herrero Marcha, padre de Pío, el iturbidista, forjó allí las esposas y las ramas del nogal ya se revientan de recuerdos. 



Los poetas 

Óscar Acosta 


Los mayas comparaban a sus poetas con los molineros celestiales y agregaban que ellos extraían pacientemente del maíz del idioma una harina finísima: la poesía. 


Demasiado tarde 

Pompeyo del Valle

 

Cuando el Coronel Aircrag despertó en los infiernos, comprobó la exactitud que había en las palabras de su abuela Segibude, siglos atrás: la riqueza mal habida y los malos versos son causa de perdición eterna. 



Ulises 

José Adán Castelar 


El hombre, desfigurado bajo el capote negro, preguntó desde la lluvia: 

–¿Hacia dónde va este camino, señor? 

El que oyó la pregunta, volteándose, miró el sendero inundado por el invierno de varios días. 

–¿Hacia el mar, señor? 

El hombre dio las gracias, miró hacia adelante con firmeza y, sabiendo lo que hacía, siguió su destino. 



La pregunta Julio Escoto 


–Maestro –balbuceó el joven viejo–, ¿por qué usted siempre responde a nuestras interrogaciones con una pregunta? 

–¿Será culpa mía? –contestó el anciano. 



Sobre la Filosofía Marcos Carías Chaverri 


En el último Congreso Mundial del Saber, se llegó a la conclusión de que la Filosofía es una rama del conocimiento inútil, que no tiene ningún sentido. Se acordó esto debido a que la mayoría de los delegados opinó que era una estupidez intentar explicar el sueño de una mariposa.

Créditos

*Tomado de CUADERNOS HISPANOAMERICANOS, No 799, Enero de 2017, pp. 20-27.Edicion que incluye el DOSSIER LITERATURA HONDUREÑA, HOY, con textos de Leonel Alvarado, Víctor Manuel Ramos, Segisfredo Infante y Hernán Antonio Bermúdez. DOSSIER  coordinado por Rolando Kattan. 


Ilustraciones

Dibujo Plaza de las palabras