Plaza de las palabras en un aniversario más del natalicio del poeta Rubén Darío, presenta en su sección Poesía una selección de poemas de su pluma. En esta ocasión presentamos 7 poemas del bardo, salvo  El Cisne, el resto son poema menos conocidos del poeta, pero que igualmente evidencia la potencia mental y el verbo poético de Rubén Darío.  


«Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta, periodista y diplomático nicaragüense, máximo representante del modernismo literario en lengua española. Es, tal vez, el poeta que ha tenido mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispano. Es llamado “príncipe de las letras castellanas”» (1)





Selección de poemas por Plaza de las palabras



EL CISNE

A Ch. Del Gouffre.


Fue en una hora divina para el género humano

El Cisne antes cantaba solo para morir.

Cuando se oyó el acento del Cisne wagneriano

Fue en medio de una aurora, fue para revivir


Sobre las tempestades del humano océano

Se oye el canto del Cisne; no se cesa de oír,

Dominando el martillo del viejo Thor germano

O las trompas que cantan la espada de Argantir.


i Oh Cisne! \ Oh sacro  pájaro! Si antes la blanca Helena

Del huevo azul de Leda broto de gracia llena,

Siendo de la Hermosura la princesa inmortal,


Bajo tus blancas alas la nueva Poesía,

Concibe en una gloria de luz y de harmonía

La Helena eterna y pura que encarna el ideal.



AÑO NUEVO

A J. Piquet.


A las doce de la noche por las puertas de la gloria

Y el fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre,

Sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria,

San Silvestre.


Más hermoso

que un rey mago, Lleva puesta la tiara,

De que son bellos diamantes Sirio, Arturo y Orión;

Y el anillo de su diestra, hecho cual si fuese para

Salomón.



Sus pies cubren los joyeles de la Osa adamantina,

Y su capa raras piedras de una ilustre Visapur;

Y colgada sobre el pecho resplandece la divina

Cruz del Sur.



Va el pontífice hacia Oriente ¿va encontrar el áureo barco,

Donde al brillo de la aurora viene en triunfo el rey Enero?

Ya la aljaba de Diciembre se fu6 toda por el arco

Del Arquero.



A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno

El inmenso Sagitario no se cansa de flechar;

Le sustenta el frío Polo, lo corona el blanco Invierno,

Y le cubre los riñones el vellón azul del mar.

Cada flecha que dispara, cada flecha es una hora;

Doce aljabas, cada ario, para el trae el rey Enero;

En la sombra se destaca la figura vencedora

Del Arquero.



Al redor de la figura del gigante se oye el vuelo

Misterioso y fugitivo de las almas que se van,

Y el ruido con que pasa por la bóveda del cielo

Con sus alas membranosas el murciélago Satán.

San Silvestre bajo el palio de un zodiaco de virtudes,

Del celeste Vaticano se detiene en los umbrales

Mientras himnos y motetes canta un coro de laudes

Inmortales.

Reza el santo y pontifica; y al mirar que viene el barco

Donde en triunfo llega Enero,

Ante Dios bendice al mundo; y su brazo abarca el arco

y el Arquero.




CYRANO EN ESPAÑA


He aquí que Cyrano de Bergerac traspasa

de un salto el Pirineo. Cyrano está en su casa.

¿No es en España, acaso, la sangre vino y fuego?

Al gran Gascón saluda y abraza el gran Manchego.

¿No se hacen en España los más bellos castillos?

Roxanas encarnaron con rosas los Murillos,

y la hoja toledana que aquí Quevedo empuña

conócenla los bravos cadetes de Gascuña.

Cyrano hizo su viaje a la Luna; mas, antes,

ya el divino lunático de don Miguel Cervantes

pasaba entre las dulces estrellas de su sueño

jinete en el sublime pegaso Clavileño.

y Cyrano ha leído la maravilla escrita,

y al pronunciar el nombre del Quijote, se quita

Bergerac el sombrero: Cyrano Balazote

siente que es la lengua suya la lengua del Quijote.

y la nariz heroica del Gascón se diría

que husmea los dorados vinos de Andalucía.

y la espada francesa, por él desenvainada,

brilla bien en la tierra de la capa y la espada.

¡Bien venido, Cyrano de Bergerac! Castilla

te da su idioma; y tu alma, como tu espada, brilla

al sol que allá en sus tiempos no se ocultó en España.

Tu nariz y penacho no están en tierra extraña,

pues vienes a la tierra de la Caballería.

Eres el noble huésped de Calderón. María

Roxana te demuestra que lucha la fragancia

de las rosas de España con las rosas de Francia;

y sus supremas gracias, y sus sonrisas únicas,

y sus miradas, astros que visten negras túnicas,

y la lira que vibra en su lengua sonora,

te dan una Roxana de España, encantadora.

¡Oh poeta! ¡Oh celeste poeta de la facha

grotesca! Bravo y noble y sin miedo y sin tacha,

príncipe de locuras, de sueños y de rimas,

tu penacho es hermano de las más altas cimas,

del nido de tu pecho una alondra se lanza,

un hada es tu madrina, y es la Desesperanza;

y en medio de la selva del duelo y del olvido

las nueve musas vendan tu corazón herido.

¿Allá en la Luna hallaste algún mágico prado

donde vaga el espíritu de Pierrot desolado?

¿Viste el palacio blanco de los locos del Arte?

¿Fue acaso la gran sombra de Píndaro a encontrarte?

¿Contemplaste la mancha roja que entre las rocas

albas forma el castillo de las Vírgenes locas?

¿Y en un jardín fantástico de misteriosas flores

no oíste al melodioso Rey de los ruiseñores?

No juzgues mi curiosa demanda inoportuna,

pues todas esas cosas existen en la Luna.

¡Bien venido, Cyrano de Bergerac! Cyrano

de Bergerac, cadete y amante y castellano,

que trae los recuerdos que Durandal abona

al país en que aún brillan las luces de Tizona.

El Arte es el glorioso vencedor. Es el Arte

el que vence el espacio y el tiempo; su estandarte,

pueblos, es del espíritu el azul oriflama.

¿Qué elegido no corre si su trompeta llama?

y a través de los siglos se contestan, oíd:

la Canción de Rolando y la Gesta del Cid.

Cyrano va marchando, poeta y caballero,

al redoblar sonoro del grave Romancero.

Su penacho soberbio tiene nuestra aureola.

Son sus espuelas finas de fábrica española.

Y cuando en su balada Rostand teje el envío,

creeríase a Quevedo rimando un desafío.

¡Bien venido, Cyrano de Bergerac! No seca

el tiempo el lauro; el viejo Corral de la Pacheca

recibe al generoso embajador del fuerte

Moliere. En copa gala Tirso su vino vierte.

Nosotros exprimimos las uvas de Champaña

para beber por Francia y en un cristal de España.





SALUTACION A LEONARDO


Maestro: Pomona levanta su cesto. Tu estirpe

saluda la Aurora. ¡Tu aurora! Que extirpe

de la indiferencia la mancha; que gaste

la dura cadena de siglos; que aplaste

al sapo la piedra de su honda.


Sonrisa más dulce no sabe Gioconda

El verso su ala y el ritmo su onda

hermanan en una

dulzura de luna

que suave resbala

(el ritmo de la onda y el verso del ala

del mágico Cisne sobre la laguna)

sobre la laguna.


Y así, soberano maestro

del estro,

las vagas figuras

del sueño, se encarnan en líneas tan puras

que el sueño

recibe la sangre del mundo mortal,

y Psiquis consigue su empeño

de ser advertida a través del terrestre cristal.


(Los bufones

que hacen sonreír a Monna Lisa

saben canciones

que ha tiempo en los bosques de Grecia decía la risa

de la brisa.)


Pasa su Eminencia.

Como flor o pecado en su traje

rojo;

como flor o pecado, o conciencia

de sutil monseñor que a su paje

mira con vago recelo o enojo.

Nápoles deja a la abeja de oro

hacer su miel

en su fiesta de azul; y el sonoro

bandolín y el laurel

nos anuncian Florencia.

Maestro, si allá en Roma

quema el sol de Segor y Sodoma

la amarga ciencia

de purpúreas banderas, tu gesto

las palmas nos da redimidas,

bajo los arcos

de tu genio; San Marcos

y Partenón de luces y líneas y vidas.

(Tus bufones

que hacen la risa

de Monna Lisa

saben tan antiguas canciones.)


Los leones de Asuero

junto al trono para recibirte,

mientras sonríe el divino Monarca;

pero

hallarás la sirte,

la sirte para tu barca,

si partís en la lírica barca

con tu Gioconda...

La onda

y el viento

saben la tempestad para tu cargamento.


¡Maestro!

Pero tú en cabalgar y domar fuiste diestro,

pasiones e ilusiones;

a unas con el freno, a otras con el cabestro

las domaste, cebras o leones.

Y en la selva del Sol, prisionera

tuviste la fiera

de la luz; y esa loca fue casta

cuando dijiste: «Basta.»

Seis meses maceraste tu Ester en tus aromas.

De tus techos reales volaron las palomas.


Por tu cetro y tu gracia sensitiva,

por tu copa de oro en que sueñan las rosas,

en mi ciudad, que es tu cautiva,

tengo un jardín de mármol y de piedras preciosas

que custodia una esfinge viva.




A ROOSEVELT


Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,

que habría de llegar hasta ti, Cazador,

primitivo y moderno, sencillo y complicado,

con un algo de Wáshington y cuatro de Nemrod.

Eres los Estados Unidos,

eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena,

que aún reza a Jesucristo y aún habla español.


Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;

eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.

Y domando caballos, o asesinando tigres,

eres un Alejandro-Nabucodonosor.

(Eres un profesor de Energía

como dicen los locos de hoy.)


Crees que la vida es incendio,

que el progreso es erupción,

que en donde pones la bala

el porvenir pones.

No.


Los Estados Unidos son potentes y grandes.

Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor

que pasa por las vértebras enormes de los Andes.

Si clamáis, se oye como el rugir del león.

Ya Hugo a Grant lo dijo: Las estrellas son vuestras.

(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol

y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.

Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;

y alumbrando el camino de la fácil conquista,

la Libertad levanta su antorcha en Nueva-York.


Mas la América nuestra, que tenía poetas

desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,

que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,

que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;

que consultó los astros, que conoció la Atlántida

cuyo nombre nos llega resonando en Platón,

que desde los remotos momentos de su vida

vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,

la América del grande Moctezuma, del Inca,

la América fragante de Cristóbal Colón,

la América católica, la América española,

la América en que dijo el noble Guatemoc:

«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América

que tiembla de huracanes y que vive de amor,

hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.

Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol.

Tened cuidado. ¡Vive la América española!

Hay mil cachorros sueltos del León Español.

Se necesitaría, Roosevelt, ser, por Dios mismo,

el Riflero terrible y el fuerte Cazador,

para poder tenernos en vuestras férreas garras.


Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!




IX


¡Torres de Dios! ¡Poetas!

¡Pararrayos celestes

que resistís las duras tempestades,

como crestas escuetas,

como picos agrestes,

rompeolas de las eternidades!


La mágica esperanza anuncia un día

en que sobre la roca de armonía

expirará la pérfida sirena.

¡Esperad, esperemos todavía!


Esperad todavía.

El bestial elemento se solaza

en el odio a la sacra poesía

y se arroja baldón de raza a raza.


La insurrección de abajo

tiende a los Excelentes.

El caníbal codicia su tasajo

con roja encía y afilados dientes.


Torres, poned al pabellón sonrisa.

Poned, ante ese mal y ese recelo,

una soberbia insinuación de brisa

y una tranquilidad de mar y cielo...





LA DULZURA DEL ANGELUS


La dulzura del ángelus matinal y divino

que diluyen ingenuas campanas provinciales,

en un aire inocente a fuerza de rosales,

de plegaria, de ensueño de virgen y de trino


de ruiseñor, opuesto todo al rudo destino

que no cree en Dios... El áureo ovillo vespertino

que la tarde devana tras opacos cristales

por tejer la inconsútil tela de nuestros males,


todos hechos de carne y aromados de vino...

y esta atroz amargura de no gustar de nada,

de no saber adónde dirigir nuestra prora,


mientras el pobre esquife en la noche cerrada

va en las hostiles olas huérfano de la aurora...

(¡Oh süaves campanas entre la madrugada!)




A GOYA


Poderoso visionario,

raro ingenio temerario,

por ti enciendo mi incensario.


Por ti, cuya gran paleta,

caprichosa, brusca, inquieta,

debe amar todo poeta;


por tus lóbregas visiones,

tus blancas irradiaciones,

tus negros y bermellones;


por tus colores dantescos,

por tus majos pintorescos

y las glorias de tus frescos.


Porque entra en tu gran tesoro

el diestro que mata al toro,

la niña de rizos de oro,


y con el bravo torero,

el infante, el caballero,

la mantilla y el pandero.


Tu loca mano dibuja

la silueta de la bruja

que en la sombra se arrebuja,


y aprende una abracadabra

del diablo patas de cabra

que hace una mueca macabra.


Musa soberbia y confusa,

ángel, espectro, medusa:

tal aparece tu musa.


Tu pincel asombra,

hechiza: ya en sus claros electriza,

ya en sus sombras sinfoniza;


con las manolas amables,

los reyes, los miserables,

o los cristos lamentables.


En tu claroscuro brilla

la luz muerta y amarilla

de la horrenda pesadilla,


o hace encender tu pincel

los rojos labios de miel

o la sangre del clavel.


Tienen ojos asesinos

en sus semblantes divinos

tus ángeles femeninos.


Tu caprichosa alegría

mezclaba la luz del día

con la noche obscura y fría.


Así es de ver y admira

tu misteriosa y sin par

pintura crepuscular.


De lo que da testimonio:

por tus frescos, San Antonio;

por tus brujas, el demonio.



Créditos

Nota bibliográfica Wikipedía 


Ilustración 

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