Grandes cuentos del siglo XX: El nadador de John Cheever. Post Plaza de las palabras



 Plaza de las palabras presenta un cuento de John Cheever, (1912-1982) escritor, cuentistas y novelista norteamericano, fue también profesor de literatura,  Cheever solía encargar a sus alumnos que escribieran un texto donde siete personas o paisajes dispersos revelasen una profunda conexión entre sí.         Practico esa técnica aleatoria en varios de sus cuentos y en una de sus novelas. Se le consideró en ciertos círculos como el Chejov de los barrios residenciales. Vinculado con el realismo sucio, Dirty realism un estilo en que suelen aparecer también escritores, como  John Fante (1909-1983), Charles Bukowski (Alemán), (1920-1994), Raymond Carver (1938-1988), Richard Ford (1944), Tobias Wolff (1945) y Chuck Palahniuk (1962). También se asocia a escritores como  J. D. Salinger (1919-2010). Sin embargo, también se le suele llamar a su estilo, un romanticismo sucio. En fin, un estilo con una gran economía de las palabras, que desnuda las escenas y personajes a los detalles más esenciales y fundamentales. El estilo del realismo sucio se caracteriza  por evitar en  lo posible la adjetivación y el uso de adverbios, reducir las descripciones a la mínima expresión.  Para que sea el contexto el que determina la acción .Muy parecida al minimalismo, que cultivaba Hemingway citando el cuento Colinas como elefantes. Chever escribió para numerosas revistas, entre ellas The New Yorker. En 1978 gano el premio Pulitzer de ficción, por The Stories of John Cheever.  Un  gran   escritor de mirada detallista y a veces simbólica: pueblan sus cuentos, personajes comunes de la clase media alta norteamericana. Denuncia un poco las falacias de sueño americano. Irrumpen dramas humanos, corrupción, bajeza moral, desdoblamientos de personajes, alcoholismo, cuentos que sin ser de misterios o de grandes y sorprendentes finales, se respira un halo de suspenso, en que nada es lo que parece.

Su cuento más estudiado en talleres literarios y conocido por la crítica, es  «El nadador» (The Swimmer). Un cuento en que su personaje, Neddy Merrill, se encuentra en una reunión social, y decide regresar a su casa, siguiendo un itinerario por  las piscinas del condado, así va de piscina en piscina, como si saltara de isla en isla de un archipiélago. Zambulléndose, saliendo y avanzando a la siguiente piscina, hasta llegar a su casa. En ese viaje náutico, Neddy, va sumergiéndose en una profunda introspección de su vida, de donde van emergiendo conflictos y vivencias sin resolver. No es un viaje hacia un futuro prometedor, sino un viaje en el tiempo en que afloran recuerdos y escenas  olvidadas. El argumento puede sonar a absurdo, pero dentro de la lógica del personaje es un itinerario si bien no usual, tampoco esta fuera de la realidad.:  realismo sucio



EL NADADOR

John Cheever


Era uno de esos domingos de mediados del verano, cuando todos se sientan y comentan “Anoche bebí demasiado”. Quizá uno oyó la frase murmurada por los feligreses que salen de la iglesia, o la escuchó de labios del propio sacerdote, que se debate con su casulla en el vestiarium, o en las pistas de golf y de tenis, o en la reserva natural donde el jefe del grupo Audubon sufre el terrible malestar del día siguiente.
–Bebí demasiado –dijo Donald Westerhazy.
–Todos bebimos demasiado –dijo Lucinda Merrill.
–Seguramente fue el vino –dijo Helen Westerhazy–. Bebí demasiado clarete.


Esto sucedía al borde de la piscina de los Westerhazy. La piscina, alimentada por un pozo artesiano que tenía elevado contenido de hierro, mostraba un matiz verde claro. El tiempo era excelente. Hacia el oeste se dibujaba un macizo de cúmulos, desde lejos tan parecido a una ciudad –vistos desde la proa de un barco que se acercaba– que incluso hubiera podido asignársele nombre. Lisboa. Hackensack. El sol calentaba fuerte. Neddy Merrill estaba sentado al borde del agua verdosa, una mano sumergida, la otra sosteniendo un vaso de ginebra. Era un hombre esbelto –parecía tener la especial esbeltez de la juventud– y, si bien no era joven ni mucho menos, esa mañana se había deslizado por su baranda y había descargado una palmada sobre el trasero de bronce de Afrodita, que estaba sobre la mesa del vestíbulo, mientras se enfilaba hacia el olor del café en su comedor. Podía habérsele comparado con un día estival, y si bien no tenía raqueta de tenis ni bolso de marinero, suscitaba una definida impresión de juventud, deporte y buen tiempo. Había estado nadando, y ahora respiraba estertorosa, profundamente, como si pudiese absorber con sus pulmones los componentes de ese momento, el calor del sol, la intensidad de su propio placer. Parecía que todo confluía hacia el interior de su pecho. Su propia casa se levantaba en Bullet Park, unos trece kilómetros hacia el sur, donde sus cuatro hermosas hijas seguramente ya habían almorzado y quizá ahora jugaban a tenis. Entonces, se le ocurrió que dirigiéndose hacia el suroeste podía llegar a su casa por el agua. Su vida no lo limitaba, y el placer que extraía de esta observación no podía explicarse por su sugerencia de evasión. Le parecía ver, con el ojo de un cartógrafo, esa hilera de piscinas, esa corriente casi subterránea que recorría el condado. Había realizado un descubrimiento, un aporte a la geografía moderna; en homenaje a su esposa, llamaría Lucinda a este curso de agua.

 No le agradaban las bromas pesadas y no era tonto, pero sin duda era original y tenía una indefinida y modesta idea de sí mismo como una figura legendaria. Era un día hermoso y se le ocurrió que nadar largo rato podía ensanchar y exaltar su belleza.

 Se quitó el suéter que colgaba de sus hombros y se zambulló. Sentía un inexplicable desprecio hacia los hombres que no se arrojaban a la piscina. Usó una brazada corta, respirando con cada movimiento del brazo o cada cuatro brazadas y contando en un rincón muy lejano de la mente el uno-dos, uno-dos de la patada nerviosa. No era una brazada útil para las distancias largas, pero la domesticación de la natación había impuesto ciertas costumbres a este deporte, y en el rincón del mundo al que él pertenecía, el estilo crol era usual. Parecía que verse abrazado y sostenido por el agua verde claro era no tanto un placer como la recuperación de una condición natural, y él habría deseado nadar sin pantaloncitos, pero en vista de su propio proyecto eso no era posible. Se alzó sobre el reborde del extremo opuesto –nunca usaba la escalerilla– y comenzó a atravesar el jardín. Cuando Lucinda preguntó adónde iba, él dijo que volvía nadando a casa.
Los únicos mapas y planos eran los que podía recordar o sencillamente imaginar, pero eran bastante claros. Primero estaban los Graham, los Hammer, los Lear, los Howland y los Crosscup. Después, cruzaba la calle Ditmar y llegaba a la propiedad de los Bunker, y después de recorrer un breve trayecto llegaba a los Levy, los Welcher y la piscina pública de Lancaster. Después estaban los Halloran, los Sachs, los Biswanger, Shirley Adams, los Gilmartin y los Clyde. El día era hermoso, y que él viviera en un mundo tan generosamente abastecido de agua parecía un acto de clemencia, una suerte de beneficencia. Sentía exultante el corazón y atravesó corriendo el pasto. Volver a casa siguiendo un camino diferente le infundía la sensación de que era un peregrino, un explorador, un hombre que tenía un destino; y además sabía que a lo largo del camino hallaría amigos: los amigos guarnecerían las orillas del río Lucinda.


Atravesó un seto que separaba la propiedad de los Westerhazy de la que ocupaban los Graham, caminó bajo unos manzanos floridos, dejó tras el cobertizo que albergaba la bomba y el filtro, y salió a la piscina de los Graham.
–Caramba, Neddy –dijo la señora Graham–, qué sorpresa maravillosa. Toda la mañana he tratado de hablar con usted por teléfono. Venga, sírvase una copa– comprendió entonces, como les ocurre a todos los exploradores, que tendría que manejar con cautela las costumbres y las tradiciones hospitalarias de los nativos si quería llegar a buen destino. No quería mentir ni mostrarse grosero con los Graham, y tampoco disponía de tiempo para demorarse allí. Nadó la piscina de un extremo al otro, se reunió con ellos al sol y pocos minutos después lo salvó la llegada de dos automóviles colmados de amigos que venían de Connecticut.  Mientras todos formaban grupos bulliciosos él pudo alejarse discretamente. Descendió por la fachada de la casa de los Graham, pasó un seto espinoso y cruzó una parcela vacía para llegar a la propiedad de los Hammer. La señora Hammer apartó los ojos de sus rosas, lo vio nadar, pero no pudo identificarlo bien. Los Lear lo oyeron chapotear frente a las ventanas abiertas de su sala. Los Howland y los Crosscup no estaban en casa. Después de salir del jardín de los Howland, cruzó la calle Ditmar y comenzó a acercarse a la casa de los Bunker; aun a esa distancia podía oírse el bullicio de una fiesta.

El agua refractaba el sonido de las voces y las risas y parecía suspenderlo en el aire. La piscina de los Bunker estaba sobre una elevación, y él ascendió unos peldaños y salió a una terraza, donde bebían veinticinco o treinta hombres y mujeres. La única persona que estaba en el agua era Rusty Towers, que flotaba sobre un colchón de goma. ¡Oh, qué bonitas y lujuriosas eran las orillas del río Lucinda! Hombres y mujeres prósperos se reunían alrededor de las aguas color zafiro, mientras los camareros de chaqueta blanca distribuían ginebra fría. En el cielo, un avión de Haviland, un aparato rojo de entrenamiento, describía sin cesar círculos en el cielo mostrand o parte del regocijo de un niño que se mece. Ned sintió un afecto transitorio por la escena, una ternura dirigida hacia los que estaban allí reunidos, como si se tratara de algo que él pudiera tocar. Oyó a distancia el retumbo del trueno. Apenas Enid Bunker lo vio comenzó a gritar:
– ¡Oh, vean quién ha venido! ¡Qué sorpresa tan maravillosa! Cuando Lucinda me dijo que usted no podía venir, sentí que me moría– se abrió paso entre la gente para llegar a él, y cuando terminaron de besarse lo llevó al bar, pero avanzaron con paso lento, porque ella se detuvo para besar a ocho o diez mujeres y estrechar las manos del mismo número de hombres. Un barman sonriente a quien Neddy había visto en cien reuniones parecidas le entregó una ginebra con agua tónica, y Neddy permaneció de pie un momento frente al bar, evitando mezclarse en conversaciones que podían retrasar su viaje. Cuando temió verse envuelto, se zambulló y nadó cerca del borde, para evitar un choque con el flotador de Rusty. En el extremo opuesto de la piscina dejó atrás a los Tomlinson, a quienes dirigió una amplia sonrisa, y se alejó trotando por el sendero del jardín. La grava le lastimaba los pies, pero ése era el único motivo de desagrado. La fiesta se mantenía confinada a los terrenos contiguos a la piscina, y cuando ya estaba acercándose a la casa oyó atenuarse el sonido brillante y acuoso de las voces, oyó el ruido de un receptor de radio que provenía de la cocina de los Bunker, donde alguien estaba escuchando la retransmisión de un partido de béisbol. Una tarde de domingo. Se deslizó entre los automóviles estacionados y descendió por los límites cubiertos de pasto del sendero, en dirección a la calle Alewives. No deseaba que nadie lo viera en el camino, con sus pantaloncitos de baño pero no había tránsito, y Neddy recorrió la reducida distancia que lo separaba del sendero de los Levy, donde había un letrero indicando: PROPIEDAD PRIVADA, y un recipiente para The New York Times. Todas las puertas y ventanas de la espaciosa casa estaban abiertas, pero no había signos de vida, ni siquiera el ladrido de un perro. Dio la vuelta a la casa, buscando la piscina, y se dio cuenta de que los Levy habían salido poco antes. Habían dejado vasos, botellas y platitos de maníes sobre una mesa instalada hacia el fondo, donde había un vestuario o mirador adornado con farolitos japoneses. Después de atravesar a nado la piscina, consiguió un vaso y se sirvió una copa. Era la cuarta o la quinta copa, y ya había nadado casi la mitad de la longitud del río Lucinda. Se sentía cansado y limpio, y en ese momento lo complacía estar solo; en realidad, todo lo complacía.

Habría tormenta. El grupo de cúmulos –esa ciudad– se había elevado y ensombrecido, y mientras estaba allí, sentado, oyó de nuevo la percusión del trueno. El avión de entrenamiento de Haviland continuaba describiendo círculos en el cielo. Ned creyó que casi podía oír la risa del piloto, complacido con la tarde, pero cuando se descargó otra cascada de truenos, reanudó la marcha hacia su hogar. Sonó el silbato de un tren, y se preguntó qué hora sería. ¿Las cuatro? ¿Las cinco? Pensó en la estación provinciana a esa hora, el lugar donde un camarero, con el traje de etiqueta disimulado por un impermeable, un enano con flores envueltas en papel de diario y una mujer que había estado llorando esperaban el tren local. De pronto comenzó a oscurecer; era el momento en que las aves de cabeza de alfiler parecen organizar su canto anunciando con un sonido agudo y reconocible la llegada de la tormenta. A su espalda se oyó el ruido leve del agua que caía de la copa de un roble, como si allí hubiesen abierto un grifo. Después, el ruido de fuentes se repitió en las coronas de todos los árboles altos. ¿Por qué le agradaban las tormentas? ¿Qué sentido tenía su excitación cuando la puerta se abría bruscamente y el viento de lluvia se abalanzaba impetuoso escaleras arriba? ¿Por qué la sencilla tarea de cerrar las ventanas de una vieja casa parecía apropiada y urgente? ¿Por qué las primeras notas cristalinas de un viento de tormenta tenían para él el sonido inequívoco de las buenas nuevas, una sugerencia de alegría y buen ánimo? Después, hubo una explosión, olor de cordita, y la lluvia flageló los farolitos japoneses que la señora Levy había comprado en Kioto el año anterior, ¿o quizá era incluso un año antes?
Permaneció en el jardín de los Levy hasta que pasó la tormenta. La lluvia había refrescado el aire, y él temblaba. La fuerza del viento había despejado de sus hojas rojas y amarillas a un arce y las había dispersado sobre el pasto y el agua. Como era mediados del verano seguramente el árbol se agostaría, y sin embargo Ned sintió una extraña tristeza ante ese signo otoñal. Flexionó los hombros, vació el vaso y caminó hacia la piscina de los Welcher. Para llegar necesitaba cruzar la pista de equitación de los Lindley, y lo sorprendió descubrir que el pasto estaba alto y todas las vallas aparecían desarmadas. Se preguntó si los Lindley habían vendido sus caballos o se habían ausentado todo el verano y habían dejado en una pensión los animales. Le pareció recordar haber oído algo acerca de los Lindley y sus caballos, pero el recuerdo no era claro. Continuó caminando, descalzo sobre el pasto húmedo, hacia la casa de los Welcher, donde descubrió que la piscina estaba seca.  La ausencia de este eslabón en su cadena acuática lo decepcionó de un modo absurdo, y se sintió como un explorador que busca una fuente torrencial y encuentra un arroyo seco. Se sintió desilusionado y desconcertado. Era costumbre salir durante el verano, pero nadie vaciaba nunca sus piscinas. Era evidente que los Welcher se habían marchado. Los muebles de la piscina estaban plegados, apilados y cubiertos con fundas. El vestuario estaba cerrado con llave. Todas las ventanas de la casa estaban cerradas, y cuando dio la vuelta a la vivienda en busca del sendero que conducía a la salida vio un cartel que indicaba EN VENTA clavado a un árbol. ¿Cuándo había oído hablar por última vez de los Welcher…?; es decir, ¿cuándo había sido la última vez que él y Lucinda habían rechazado una invitación a cenar con ellos? Le parecía que hacía apenas una semana, poco más o menos. ¿La memoria le estaba fallando, o la había disciplinado tanto en la representación de los hechos ingratos que había deteriorado su propio sentido de la verdad? Ahora, oyó a lo lejos el ruido de un encuentro de tenis. El hecho lo reanimó, disipó sus aprensiones y pudo mirar con indiferencia el cielo nublado y el aire frío. Era el día que Neddy Merrill atravesaba nadando el condado. ¡El mismo día! Atacó ahora el trecho más difícil.
Si ese día uno hubiera salido a pasear para gozar de la tarde dominical quizá lo hubiera visto, casi desnudo, de pie al borde la Ruta 424, esperando la oportunidad de cruzar. Quizá uno se preguntaría si era la víctima de una broma pesada, si su automóvil había sufrido su desperfecto o si se trataba sencillamente de un loco. De pie, descalzo, sobre los montículos al costado de la autopista –latas de cerveza, trapos viejos y cámaras reventadas– expuesto a todas las burlas, ofrecía un espectáculo lamentable. Al comenzar, sabía que ese trecho era parte de su trayecto –había estado en sus mapas–, pero al enfrentarse a las hileras del tránsito que serpeaban a través de la luz estival, descubrió que no estaba preparado. Provocó risas y burlas, le arrojaron un envase de cerveza, y no podía afrontar la situación con dignidad ni humor. Hubiera podido regresar, volver a casa de los Westerhazy, donde Lucinda sin duda continuaba sentada al sol. No había firmado nada, jurado ni prometido nada, ni siquiera a sí mismo. ¿Por qué, creyendo, como era el caso, que todas las formas de obstinación humana eran asequibles al sentido común, no podía regresar? ¿Por qué estaba decidido a terminar su viaje aunque eso amenazara su propia vida? ¿En qué momento esa travesura, esa broma, esa suerte de pirueta había cobrado gravedad? No podía volver, ni siquiera podía recordar claramente el agua verdosa de los Westerhazy, la sensación de inhalar los componentes del día, las voces amistosas y descansadas que afirmaban que ellos habían bebido demasiado. Después de más o menos una hora había recorrido una distancia que imposibilitaba el regreso.
Un anciano que venía por la autopista a veinticinco kilómetros por hora le permitió llegar al medio de la calzada, donde había un refugio cubierto de pasto. Allí se vio expuesto a las burlas del tránsito que iba hacia el norte, pero después de diez o quince minutos pudo cruzar. Desde allí, tenía un breve trecho hasta el Centro de Recreación, que estaba a la salida del pueblo de Lancaster, donde había unas canchas de balonmano y una piscina pública.
El efecto del agua en las voces, la ilusión de brillo y expectativa era la misma que en la piscina de los Bunker, pero aquí los sonidos eran más estridentes, más ásperos y más agudos, y apenas entró en el recinto atestado tropezó con la reglamentación “TODOS LOS BAÑISTAS DEBEN DARSE UNA DUCHA  ANTES DE USAR LA PISCINA. TODOS LOS BAÑISTAS DEBEN USAR LA PLACA DE IDENTIFICACIÓN”. Se dio una ducha, se lavó los pies en una solución turbia y acre y se acercó al borde del agua. Hedía a cloro y le pareció un fregadero. Un par de salvavidas apostados en un par de torrecillas tocaban silbatos policiales, aparentemente con intervalos regulares, y agredían a los bañistas por un sistema de altavoces. Neddy recordó añorante el agua color zafiro de los Bunker, y pensó que podía contaminarse –perjudicar su propio bienestar y su encanto– nadando en ese lodazal, pero recordó que era un explorador, un peregrino, y que se trataba sencillamente de un recodo de aguas estancadas del río Lucinda. Se zambulló, arrugando el rostro con desagrado, en el agua clorada y tuvo que nadar con la cabeza sobre el agua para evitar choques, pero aun así lo empujaron, lo salpicaron y zarandearon. Cuando llegó al extremo menos profundo, ambos salvavidas estaban gritándole:
–¡Eh, usted, el que no tiene placa de identificación, salga del agua! Así lo hizo, pero no podían perseguirlo, y atravesó el hedor de aceite bronceador y cloro, dejó atrás la empalizada y fue a las pistas de balonmano. Después de cruzar el camino entró en el sector arbolado de la propiedad de los Halloran. No se había desbrozado el bosque, y el suelo fue traicionero y difícil hasta que llegó al jardín y el seto de hayas recortadas que rodeaban la piscina.
Los Halloran eran amigos, y una pareja anciana muy adinerada que parecía regodearse con la sospecha de que podían ser comunistas. Eran entusiastas reformadores, pero no comunistas, y sin embargo cuando se los acusaba de subversión, como a veces ocurría, el incidente parecía complacerlos y excitarlos. El seto de hayas era amarillo, y nadie supuso que estaba agostado, como el arce de los Levy. Dijo “Hola, hola”, para avisar a los Halloran que se acercaba, para moderar su invasión de la intimidad del matrimonio. Por razones que el propio Neddy nunca había llegado a entender, los Halloran no usaban trajes de baño. A decir verdad, no eran necesarias las explicaciones. Su desnudez era un detalle de la inflexible adhesión a la reforma, y antes de pasar la abertura del seto Neddy se despojó cortésmente de sus pantaloncitos.
La señora Halloran, una mujer robusta de cabellos blancos y rostro sereno, estaba leyendo el Times. El señor Halloran estaba extrayendo del agua hojas de haya con una barredera. No parecieron sorprendidos ni desagradados de verlo. La piscina de los Halloran era quizá la más antigua de la región, un rectángulo de lajas alimentado por un arroyo. No tenía filtro ni bomba, y sus aguas mostraban el oro opaco del arroyo.
–Estoy nadando a través del condado –dijo Ned.
–Vaya, no sabía que era posible –exclamó la señora Halloran.
–Bien, vengo de la casa de los Westerhazy –afirmó Ned–. Unos seis kilómetros.
Dejó los pantaloncitos en el extremo más hondo, caminó hacia el extremo
contrario y nadó el largo de la piscina. Cuando salía del agua oyó la voz de la
señora Halloran que decía:
–Neddy, nos dolió muchísimo enterarnos de sus desgracias.
–¿Mis desgracias? –preguntó Ned–. No sé de qué habla.
–Bien, oímos decir que vendió la casa y que sus pobres niñas…
–No recuerdo haber vendido la casa –dijo Ned–, y las niñas están allí.
–Sí –suspiró la señora Halloran–. Sí… –su voz impregnó el aire de una
desagradable melancolía y Ned habló con brusquedad:
–Gracias por permitirme nadar.
–Bien, que tenga un buen viaje –dijo la señora Halloran.

Después del seto, se puso los pantaloncitos y se los ajustó. Los sintió sueltos, y se preguntó si en el curso de una tarde podía haber adelgazado. Tenía frío y estaba cansado, y los Halloran desnudos y sus aguas oscuras lo habían deprimido. El esfuerzo era excesivo para su resistencia, pero ¿cómo podía haberlo previsto cuando se deslizaba por la baranda esa mañana y estaba sentado al sol, en casa de los Westerhazy? Tenía los brazos inertes. Sentía las piernas como de goma y le dolían las articulaciones. Lo peor era el frío en los huesos y la sensación de que quizá nunca volviera a sentir calor. Alrededor, caían las hojas y Ned olió en el viento el humo de leña. ¿Quién estaría quemando leña en esa época del año?
Necesitaba una copa. El whisky podía calentarlo, reanimarlo, permitirle salvar la última etapa de su trayecto, renovar su idea de que atravesar nadando el condado era un acto original y valiente. Los nadadores que atravesaban el canal bebían brandy. Necesitaba un estimulante. Cruzó el prado que se extendía frente a la casa de los Halloran y descendió por un estrecho sendero hasta el lugar en que habían levantado una casa para su única hija, Helen, y su marido, Eric Sachs. La piscina de los Sachs era pequeña, y allí encontró a Helen y su marido.
–Oh, Neddy –exclamó Helen–. ¿Almorzaste en casa de mamá?
–En realidad, no –dijo Ned–. Pero en efecto vi a tus padres –le pareció que la explicación bastaba–. Lamento muchísimo interrumpirlos, pero tengo frío y pienso que podrían ofrecerme un trago.
–Bien, me encantaría –dijo Helen–, pero después de la operación de Eric no
tenemos bebidas en casa. Desde hace tres años.
¿Estaba perdiendo la memoria y quizá su talento para disimular los hechos dolorosos lo inducía a olvidar que había vendido la casa, que sus hijas estaban en dificultades y que su amigo había sufrido una enfermedad? Su vista descendió del rostro al abdomen de Eric, donde vio tres pálidas cicatrices de sutura, y dos tenían por lo menos treinta centímetros de largo. El ombligo había desaparecido, y Neddy se preguntó qué podía hacer a las tres de la madrugada la mano errabunda que ponía a prueba nuestras cualidades amatorias, con un vientre sin ombligo, desprovisto de nexo con el nacimiento. ¿Qué podía hacer con esa brecha en la sucesión?
–Estoy segura de que podrás beber algo en casa de los Biswanger –dijo Helen–. Celebran una reunión enorme. Puedes oírlos desde aquí. ¡Escucha!
Ella alzó la cabeza y desde el otro lado del camino, atravesando los prados, los jardines, los bosques, los campos, él volvió a oír el sonido luminoso de las voces reflejadas en el agua.
–Bien, me mojaré –dijo Ned, dominado siempre por la idea de que no tenía modo de elegir su medio de viaje. Se zambulló en el agua fría de la piscina de los Sachs y jadeante, casi ahogándose, recorrió la piscina de un extremo al otro–.Lucinda y yo deseamos muchísimo verlos –dijo por encima del hombro, la cara vuelta hacia la propiedad de los Biswanger–. Lamentamos que haya pasado tanto tiempo y los llamaremos muy pronto.
Cruzó algunos campos en dirección a los Biswanger y los sonidos de la fiesta. Se sentirían honrados de ofrecerle una copa, de buena gana le darían de beber. Los Biswanger invitaban a cenar a Ned y Lucinda cuatro veces al año, con seis semanas de anticipación. Siempre se veían desairados, y sin embargo continuaban enviando sus invitaciones, renuentes a aceptar las realidades rígidas y antidemocráticas de su propia sociedad. Eran la clase de gente que discutía el precio de las cosas en los cócteles, intercambiaba datos acerca de los precios durante la cena, y después de cenar contaba chistes verdes a un público de ambos sexos. No pertenecían al grupo de Neddy, ni siquiera estaban incluidos en la lista que Lucinda utilizaba para enviar tarjetas de Navidad. Se acercó a la piscina con sentimientos de indiferencia, compasión y cierta incomodidad, pues parecía que estaba oscureciendo y eran los días más largos del año. Cuando llegó, encontró una fiesta ruidosa y con mucha gente. Grace Biswanger era el tipo de anfitriona que invitaba al dueño de la óptica, al veterinario, al negociante de bienes raíces y al dentista. Nadie estaba nadando, y la luz del crepúsculo reflejada en el agua de la piscina tenía un destello invernal. Habían montado un bar, y Ned caminó en esa dirección. Cuando Grace Biswanger lo vio se acercó a él, no afectuosamente, como él tenía derecho a esperar, sino en actitud belicosa.
–Caramba, a esta fiesta viene todo el mundo –dijo en voz alta–, hasta los
colados. Ella no podía perjudicarlo socialmente…, eso era indudable, y él no se
impresionó.
–En mi calidad de colado –preguntó cortésmente–, ¿puedo pedir una copa?
–Como guste –dijo ella–. No parece que preste mucha atención a las
invitaciones.
Le volvió la espalda y se reunió con varios invitados, y Ned se acercó al bar y pidió un whisky. El barman le sirvió, pero lo hizo bruscamente. El suyo era un mundo en que los camareros representaban el termómetro social, y verse desairado por un barman que trabajaba por horas significaba que había sufrido cierta pérdida de dignidad social. O quizá el hombre era nuevo y no estaba informado. Entonces, oyó a sus espaldas la voz de Grace, que decía:
–Se arruinaron de la noche a la mañana. Tienen solamente lo que ganan… y él apareció borracho un domingo y nos pidió que le prestásemos cinco mil dólares… –esa mujer siempre hablaba de dinero. Era peor que comer guisantes con cuchillo. Se zambulló en la piscina, nadó de un extremo al otro y se alejó.
La piscina siguiente de su lista, la antepenúltima, pertenecía a su antigua amante, Shirley Adams. Si lo habían herido en la propiedad de los Biswanger, aquí podía curarse. El amor –en realidad, el combate sexual– era el supremo  elixir, el gran anestésico, la píldora de vivo color que renovaría la primavera de su andar, la alegría de la vida en su corazón. Habían tenido un affaire la semana pasada, el mes pasado, el año pasado. No lo lograba recordar. Él había interrumpido la relación, pues era quien tenía la ventaja, y pasó el portón en la pared que rodeaba la piscina sin que su sentimiento fuese tan ponderado como la confianza en sí mismo. En cierto modo parecía que era su propia piscina, pues el amante, y sobre todo el amante ilícito, goza de las posesiones. La vio allí, los cabellos color de bronce, pero su figura, al borde del agua luminosa y cerúlea, no evocó en él recuerdos profundos. Pensó que había sido un asunto superficial, aunque ella había llorado cuando lo dio por terminado. Parecía confundida de verlo, y Ned se preguntó si aún estaba lastimada. ¿Quizá, Dios no lo permitiese, volvería a llorar?
–¿Qué deseas? –preguntó.
–Estoy nadando a través del condado.
–Santo Dios. ¿Jamás crecerás?
–¿Qué pasa?
–Si viniste a buscar dinero –dijo–, no te daré un centavo más.
–Podrías ofrecerme una bebida.
–Podría, pero no lo haré. No estoy sola.
–Bien, ya me voy.

Se zambulló y nadó a lo largo de la piscina, pero cuando trató de alzarse con los brazos sobre el reborde descubrió que ni los brazos ni los hombros le respondían, así que chapoteó hasta la escalerilla y trepó por ella. Mirando por encima del hombro vio, en el vestuario iluminado, la figura de un joven. Cuando salió al prado oscuro olió crisantemos y caléndulas –una tenaz fragancia otoñal– en el aire nocturno, un olor intenso como de gas. Alzó la vista y vio que  habían salido las estrellas, pero ¿por qué le parecía estar viendo a Andrómeda, Cefeo y Casiopea? ¿Qué se había hecho de las constelaciones de mitad del
verano? Se echó a llorar.
Probablemente era la primera vez que lloraba siendo adulto y en todo caso la primera vez en su vida que se sentía tan desdichado, con tanto frío, tan cansado y desconcertado. No podía entender la dureza del barman o la dureza de una amante que le había rogado de rodillas y había regado de lágrimas sus pantalones. Había nadado demasiado, había estado mucho tiempo en el agua, y  ahora tenía irritadas la nariz y la garganta. Lo que necesitaba era una bebida, un poco de compañía y ropas limpias y secas, y aunque hubiera podido acortar camino directamente, a través de la calle, para llegar a su casa, siguió en dirección a la piscina de los Gilmartin. Aquí, por primera vez en su vida, no se zambulló y descendió los peldaños hasta el agua helada y nadó con una brazada irregular que quizá había aprendido cuando era niño. Se tamboleó de fatiga de camino hacia la propiedad de los Clyde, y chapoteó de un extremo al otro de la piscina, deteniéndose de tanto en tanto a descansar con la mano aferrada al borde. Había cumplido su propósito, había recorrido a nado el condado, pero estaba tan aturdido por el agotamiento que no veía claro su propio triunfo. Encorvado, aferrándose a los pilares del portón en busca de apoyo, subió por el sendero de su propia casa.
El lugar estaba a oscuras. ¿Era tan tarde que todos se habían acostado? ¿Lucinda se había quedado a cenar en casa de los Westerhazy? ¿Las niñas habían ido a buscarla, o estaban en otro lugar? ¿O habían convenido, como solían hacer el domingo, rechazar todas las invitaciones y quedarse en casa? Probó las puertas del garaje para ver qué automóviles había allí, pero las puertas estaban cerradas con llave y de los picaportes se desprendió óxido que le manchó las manos. Se acercó a la casa y vio que la fuerza de la tormenta había desprendido uno de los caños de desagüe. Colgaba sobre la puerta principal como la costilla de un paraguas; pero eso podía arreglarse por la mañana. La casa estaba cerrada con llave, y él pensó que la estúpida cocinera o la estúpida criada seguramente habían cerrado todo, hasta que recordó que hacía un tiempo que no empleaban criada ni cocinera. Gritó, golpeó la puerta, trató de forzarla con el hombro y después, mirando por las ventanas, vio que el lugar estaba vacío.





 Enlaces a la obra y al cuento.


  

Créditos de ilustraciones

Google imagen

Pinterest

6 poetas ucranianos: Shevchenko, Franko, Svidzinsky, Semenko, Prilutzky, Vikyrchak. Selección de poemas post Plaza de las palabras.








Plaza de las palabras presenta una selección de poetas y poemas ucranianos. La cual incluye a los poetas Taras Shevchenko e Iván Yákovich Frankó, considerados poetas fundacionales en lengua ucraniana. También incluye a los poetas Volodimir SvidzinskyMijailo Semenko, ambos aniquilados en las purgas estalinistas, y a dos poetas Julia Prilutzky, nacionalizada argentina  y que desarrollo toda su obra literaria en Buenos Aires, y a la joven poeta Yrina Vikyrchak. La muestra aspira solo a echar una mirada somera a la poesía ucraniana. Acompañada con ilustraciones de pintores ucranianos, entre ellos Casimir Malevih, fundador del supramatismo pictórico, que en muchas fuentes es presentado como pintor ruso, aunque nació en Odessa, hoy Ucrania.

 La literatura ucraniana se remonta en sus orígenes a la influencia de la iglesia eslava y sus liturgias y salmos, del siglo XI al  XIII. Sufre un estancamiento de siglos después de la invasión tártara del siglo XIII. Toma un nuevo impulso en el siglo XIX, y primeras décadas del siglo XX. A partir de  escritores como Shevchenko e Iván Yákovich Frankó. Lesia Ukrainka (1871 – 1913), que escriben en ucraniano, y desde un paisaje que intenta  rescatar las tradiciones y cultura del pueblo ucraniano, pero también afincado en una cada vez mayor conciencia nacionalista bajo los gobiernos rusos.  Inicia el siglo XX, con los acostumbrados remanentes en que se debaten el romanticismo y realismo, simbolismo y neoclasicismo. De 1930 la literatura ucraniana, en gran o menor medida, sufre los mismos  avatares de la literatura rusa del siglo XX, muchos escritores son silenciados, huyen o son encarcelados o ejecutados en las famosas purgas estalinistas (1933-1938). (1) En 1991 ucrania alcanzo su independencia. Pero debido a la fuerte influencia rusa en la cultura ucraniana, algunos escritores escriben en ucraniano, pero también los hay que escriben en ruso. (2)

"Las etapas de la literatura ucraniana se pueden dividir en tres periodos La primera entre  los 11mos y décimotercero siglos era sobre todo religiosa y basada en modelos Byzantine y Balcánicos. Fue escrita en la vieja Iglesia Eslava, que divergió de la lengua hablada, y se ocupó de los evangelios, de los salmos, de los sermones, y de las vidas de los santos. Asuntos históricos y otros seculares fueron tratados en las crónicas, notablemente la Crónica Primaria. Los trabajos de este período, producidos en el estado del Este de Slavic de Kievan Rus, son también la herencia literaria de Belarus y Rusia". (3)

#La  segunda, o Cossack, período literario comenzó en el décimosexto siglo, cuando las canciones épicas (dumy) de los Cossacks Ucranianos, quienes desarrollaron la sociedad independiente a lo largo de la frontera meridional de la estepa de Ucrania, marcaron un alto punto de la literatura oral Ucraniana. Las crónicas Cossack describen la historia tumultuosa de los 17mos y décimo octavos siglos. Mientras tanto, la rica literatura polemical de este período refleja la influencia Polaca. Se refiere a las controversias religiosas del tiempo, y los sermones son un asunto preferido". (4)

"El 19th siglo introducido en el tercero, o vernáculo, período. Reflejando la influencia del romanticismo occidental, es caracterizado por el uso de la lengua hablada para los propósitos literarios, un desarrollo iniciado por el clásico poeta-dramaturgo Ivan Kotliarevsky, y por pinturas de la vida campesina y Cossack. En la mitad del siglo 19th, la figura cultural más renombrada de Ucrania, romántico poeta-pintor Taras Shevchenko, escribió Kobzar (El Bardo, 1840), una colección de poemas que demostraban que la lengua Ucraniana se podría utilizar para expresar una gama completa de la emoción y del pensamiento profundo. A fines del siglo XIX y principios del vigésimo siglo, las tendencias realistas y modernista se fijaron. A partir de 1863 se impusieron prohibiciones ante el uso de la lengua Ucraniana por el régimen imperial de Rusia impidiendo grandemente el desarrollo literario. En Ucrania occidental, que era entonces parte del Imperio Austríaco, escritores Ivan Franko y Vasyl Stefanyk, entre otros, continuaron desarrollando todos los géneros literarios. (5)

La era más dinámica de la historia literaria Ucraniana vino en los años 1920, cuando un breve período de clemencia cultural Soviética permitió la aparición de docenas de prominentes escritores y una gran variedad de tendencias literarias. Pavlo Tychyna emergió como el poeta Ucraniano más renombrado del período. El régimen Soviético debajo de José Stalin trajo este renacimiento literario a un extremo precipitado y brutal final cuando su régimen impuso la doctrina del realismo socialista. En los años 1960 el supuesto shestydesiatnyky (sixtiers), incluyendo los poetas Lina Kostenko y Vasyl Symonenko, rechazaron el realismo socialista y manejaron revitalizar la literatura Ucraniana. Sin embargo, las presiones políticas renovadas en los años 1970 forzaron a la mayoría de los autores a aceptar controles del Partido Comunista o sufrir la represión. Solamente en años recientes es cuando la literatura obtiene la oportunidad de desarrollarse libremente". (6)       




Taras Shevchenko
Grygórovych Shevchenko (en ucraniano, Тарас Григорович Шевченко; Morinchi, hoy en el distrito de Zvenigorod del Óblast de Cherkasy, (9 de marzo de 1814-San Petersburgo, 26 de febrero de 1861), fue un poeta, humanista, y pintor ucraniano, uno de fundadores de la literatura moderna ucraniana. (7)


MUSA
Santa musa, inmaculada,
Joven hermana de Febo.
Me acogiste en tu regazo
Y me llevaste muy lejos.
Sobre un túmulo, en la estepa,
Con la libertad del campo,
Con la niebla me enrollaste,
Me acunaste con tus cantos.
 Me embelesaste... Mas yo...
¡Oh, dulce hechicera mía!
Has sido siempre mi apoyo,
Siempre sentí tus caricias:
En mis remotas prisiones,
En la inabarcable estepa,
Como una flor de los campos
Descollabas altanera.
De aquel cuartel nauseabundo,
Santa, pura, inmaculada,
A los cielos, como un pájaro,
Te he visto tender las alas,
Cantando sobre mi suerte.
¡Oh, musa de alas doradas!
Fuiste como agua bendita
Para mi alma atormentada.
Sigo vivo, y sobre mí
 — Dulce consejera mía —
Ardes, luz inextinguible,
Con tu belleza divina.
Querida, no me abandones
Ni de noche ni de día;
De mi lado no te vayas,
No te vayas de mi vida.
Enséñales a estos labios
A decir sólo verdades.
Y, nada más que me muera,
Dame sepultura, madre,
Y deja ver una lágrima
 En tus ojos inmortales.

[9 de febrero de 1858 Nizhni Nóvgorod], 153-154, Editorial “Dnipró”, 1986



Iván Yákovich Frankó
Iván Yákovich Frankó) nació en Nahuiévychi, Reino de Galitzia y Lodomeria, Imperio austrohúngaro - ahora distrito de Drogóbich, región de Leópolis, Ucrania  (27 de agosto de 1856 y falleció en Leópolis, el 28 de mayo de 1916). Era, poeta y dramaturgo; crítico literario, editor y periodista; lingüista, folklorista, etnógrafo, historiador y filósofo, publicista en algunos ámbitos de economía, derecho, psicología, estudios bíblicos y otras ramas del conocimiento. (8).También fue un gran traductor y gran hispanista. Tradujo Cervantes al ucraniano y estaba muy familiarizado con los poetas del siglo de oro de la poesía española. (9)

КОТЛЯРОВСКИЙ

Орел могучий на вершку сніжному / Сидів і оком вдовж і вшир гонив, / Втім, схопився і по снігу мілкому / Крилом ударив і в лазур поплив. /





Та груду снігу він крилом відбив, / І вниз вона по склоні кам'- яному / Котитись стала - час малий проплив, / І вниз ревла лавина дужче грому. /




 Так Котляревський у щасли-вий час / Вкраїнським словом розпочав співати, / І спів той виглядав на жарт не раз. /





Та був у нім завдаток сил бага-тий, / І огник, ним засвічений, не згас, / А розгорівсь, щоб всіх нас огрівати.
“A spark of fire”

A mighty eagle on a snowy rise,
Sat gazing all around with keen quick eyes,
And then on pinions great, began to rise—
Lept upwards he, with strength in azure sky.


His sweeping wing brushed a clod of snow;
It fell and started other clods below;
They gathered force, a strength that none could know,
Until an avalanche arose that none could slow.


So Kotlyorevsky once, in happier times,
Began to sing in his beloved language, rhythms—
But what he sang not once was mocked, maligned.


Yet in the songs lay something rich and great,
A spark of fire that none could, or would abate,
But blazed and warmed us through our lonely fate.




Una destello de fuego (10)
Un poderoso águila posado en un pico nevado,
Mira alrededor con ojos rápidos y certeros,
Y desde peñascos grandes, levanto vuelo -
Con  potencia más  arriba, dominando el cielo azul.

Su ala abierta rozó un terrón de nieve;
Cayó y comenzó a  caer peñascos abajo;
Convoco poderío, una fuerza inimaginable,
Una avalancha que nadie podría parar.

Así que Kotlyorevsky, recordó tiempos más felices, (11)
Comenzó a cantar su canción del alma,
  Canto que fue burlado, zaherido, denigrado.

De su  canto irradiaba hermosa y maravillosa,
Una chispa de fuego que ante nada sucumbiría,
El canto ascendió e ilumino nuestra desolada jornada.

— Ivan Franko, 1873  [Original poem called “Kotlyorevsky”. Translation, staff]





Volodimir Svidzinsky (1885-1941)
 “Originario de la región de Podilla, después de pasar por el seminario de Kamianetz-Podilsky estudió en la Escuela de Comercio de Kiev, trabajando más tarde para diversas editoriales. Su muerte acaecerá durante la II Guerra Mundial, cuando es encerrado junto a otras personas por agentes bolcheviques en una barraca a la cual prenderán fuego. Traductor al ucraniano de poesía antigua griega (incluso de las comedias de Aristófanes) y autor de versos para niños, (…) pertenecía a la escuela simbolista y se caracterizó por el original empleo de palabras en desuso, plasmando miniaturas poéticas con un depurado estilo impresionista.” (12).

Me apena salir
Del amurallamiento de mi cuarto.
Tan sólo en el retiro
Se puede ser uno mismo.

¿Quién me ofrece su alma,
Cuando entre extraños me encuentro? ¿Por qué no les expreso
Esas palabras testamentarias,
Que nacieron de la soledad?

Es fácil
Extender la mano hacia la rama
Y acariciar el vástago ignorante,
¿Por qué resulta entonces tan difícil
Preservarse ante las personas?

Se ilumina como la luna, cuando
Despacio entreabre la puerta
¡De su existencia! Entre la multitud de constelaciones
Él camina pálido y ensombrecido.

Y cada frase y palabra –
Mía y ajena –
Bestialmente aniquila la sonoridad
De mi vida encubierta.

La piedra
Cayóse en el lago, hasta el fondo
Sin despertar una onda o un torbellino,
Únicamente turbiedad y cieno.

¡Oh, íntegra santidad del retraimiento!
Las palabras vibran como juncos
Junto al diluvio inspirador,
Mientras en el mundo el sol impunemente
Se irradia en el espejo del alma.

1933-1935
De Medobir (Colinas Melíferas)






Mijailo Semenko (1872-1939).
 “Abanderado del movimiento futurista ucraniano, Semenko nació en Kebenchi, un pueblo situado en la región de Poltava, y se caracterizó por su postura anarquista, sus retratos constructivistas de la realidad urbanística y su prolífica producción literaria. Participó en la fundación de la revista experimental Nova Generatsiya (La Nueva Generación) y se afilió a la causa comunista, si bien sus simpatías por los movimientos vanguardistas occidentales le valieron el destierro en las inhóspitas islas del Mar Blanco, en donde acabó siendo una víctima más de las purgas estalinistas. Entre los años 1918 y 1931 escribió alrededor de veinte volúmenes de poesía (…).” (13)

COSA
Quisiera que la gente no comprendiera
que de mí se rieran a todas horas
que en vez de saludos sólo viera
un despectivo dedo tieso
todos ellos tan pequeños y tan numerosos
y yo estoy solo
de ellos piensas
que han hecho prisioneras a las ideas
desterraron sus sentimientos
ellos son tantos
yo estoy solo
por eso me siento feliz
melancólico
mis ojos ven demasiado
todas las arterias
percibo las cosas oigo los misterios
siento la respiración
cada cosa respira
y yo estoy solo
quisiera que la gente no comprendiera
que de mí se rieran
que no dijeran que soy una esfinge
ser tan ignorante como todos ellos
que son tantos
y yo estoy solo.

7.V.1914
De Derzania (Posesión)




Julia Prilutzky Farny
Julia Prilutzky Farny fue una poetisa ucraniana naturalizada argentina, nacida en Kiev en 1912 y fallecida en Buenos Aires el 8 de marzo del 2002. Desarrolló su carrera literaria en la Argentina. Su obra: 1936 "Títeres imperiales",1939 "Viaje sin partida",1940 "Intervalo",1949 "La patria",1949 "Comarcas",1967 "No es el amor",1968 "Hombre oscuro",1972 "Antología del amor",1974 "Quinquela Martín, el hombre que inventó un puerto" (biografía),1982 "Dulce y extraño amor",1997 "Como Decir de Pronto... ",1998 "Nueva Antología del Amor" (14)


Cómo decir de pronto

Julia Prilutzky

Cómo decir de pronto:
tómame entre las manos,
no me dejes caer. Te necesito:
 Acepta este milagro.
Tenemos que aprender a no asombrarnos
 de habernos encontrado,
 de que la vida pueda estar de pronto
en el silencio o la mirada.
 Tenemos que aprender a ser felices,
 a no extrañarnos
de tener algo nuestro.
Tenemos que aprender a no temernos
 y a no asustarnos
y a estar seguros.
 Y a no causarnos daño.





Iryna Vikyrchak
Iryna Vikyrchak. Nació en Ucrania en 1988. Poeta y directora ejecutiva de Meridian Czernowitz, festival internacional de poesía que se lleva a cabo en la ciudad de Chernivtsi, en el oeste de Ucrania (…) En su poema En estado de movimiento nos dice: “Búscame en todas partes./En parques, jardines públicos y callejones,/Sobre terrazas de café helado./Entre amigos, conocidos y desconocidos,/Pero no en las playas, no en Saint-Tropez./Búscame en algún lugar allí –/En Chernivtsi, Viena, o Praga,/En sus resbaladizas calles de piedra./Ellas están vivas, detenidas eternamente en el momento del éxtasis./Esta pequeña y sinuosa callejuela te conducirá a mi casa, ¿O es sólo la ilusión de un hogar? (15)

HUSOS HORARIOS
Mañana al atardecer
Será tu mañana
Para viajar a través de los Husos Horarios
Para encontrarnos
En medio de mi crepúsculo y tú amanecer
Para atrapar el tacto
En la punta de los dedos
Vía telefónica.

*
Mi cerebro
Se burla de mí-
Haciéndome girar
Sobre mi carrusel
Aburrida
Cansada
Calcinada bajo el sol
Macerada en canela
Remojada en cidra
Sazonada en azafrán
Diluida hasta el polvo
Agujereada por una lanza
En un andamio de Marte
Aún así toda tuya.

*
Él vino,
haciendo dispersar a todos.
Una chica con perfume de lilas,
se puso una linda gorra rosada.
Él transcurrió
para retornar al útero de su madre,
a las profundidades de la tierra.
Él fue la lluvia de verano.

*
¿Quién se ocupa de la grandeza
Cuándo todo alrededor está empapado en el patetismo?
Tal es la naturaleza de nuestra mentalidad,
Originándose desde el mosaico del caos.
No es mi responsabilidad
Que las cosas sean tan evanescentes,
Y que tus ojos tengan una habilidad penetrante,
siempre tan iridiscentes.
No vale la pena reemplazar la seudorealidad
Con crisantemos, ocres o caobas.
Las hazañas de los genios son para la posteridad,
En una solitaria mañana de Octubre.
Los días pasan, atrapados en laberintos.
¿Tiempo suspendiéndose?  En vano.
Sobre letras de periódicos en blanco y negro
Las sombras tocan jazz en escala menor.

*
Blanca nieve cae sobre negras trenzas de cabello,
Creando un duro contraste entre los dos añejos colores.
Los copos de nieve son lágrimas congeladas,
Traídas por las nubes desde lejanas tierras.
Cada pequeña gota contiene su propia historia trágica,
Una guerra, una calamidad…
Aterrizando en una cálida palma, los copos de nieve pintan
Un cuadro modernista…  Cuán silencioso es…
El viento trae el aullido de alguien desde la nada.
Mantenlos en tu oración, ¡no seas duro de corazón!
¡Todos somos humanos!
El agua continúa goteando desde el cielo…



LA CIUDAD
Gimiendo, los pájaros se dirigen al sur,
No saben para que están aquí.
Sumida en ruido y mugre,
La ciudad está atiborrada, harta y cansada…
La vida, como en una columna de periódico,
Sólo viene en tres colores: negro, blanco, y gris…
Todo lo que ves es senderos, caminos y autopistas de asfalto,
Pero lo único que necesitas es sólo un pequeño sueño, un ensueño.
Asfixiándose en polvo, la ciudad trata de atrapar una bocanada de aire fresco
Y agujerea el cielo con sus tejados puntiagudos.
Un amargo, astringente aroma de ajenjo se extiende por doquier.
Me agota. Me aburre. Me hace querer respirar.

JAZZ VERBAL
Entre los dedos de Keiko Matsui hace los sonidos resonar
fuera de la ventana el rumor de la lluvia
una lluvia como de mayo, fresca y sin domar
Colgaste por primera vez
Hoy
Yo aún tenía cosas que decir
me froté pestañina por el rostro
y escuché la lluvia porque 
que podía ser más importante
que el susurro de algo vivo
contra algo muerto
mientras el tiempo sigue su curso
su corriente lava los atolones de mi océano
y la lluvia que nunca le pide permiso a Mayo
barre las pequeñas flores del castaño
hasta llegar a los umbrales del cielo
Creo haber llorado por el dolor
Y tú simplemente colgaste el teléfono
ni una palabra del cielo.




Notas bibliográficas

1.También se considera a Taras Shevchenko, junto a Ivan Franko y Lesia Ukrainka, como los pilares de la poesía ucraniana. (Wikipedia). También ver Ukrainian literatura,. written by: The Editors of Encyclopædia Britannica. Encyclopedia Britannica.  
2. On The Languages Of Ukrainian Poetry, By Boris Khersonsky-December 2, 2016. Odessa Review.
3. Cultura y literatura Ucraniana. Ukraine
4. Cultura y literatura Ucraniana. Ukraine
6. Cultura y literatura Ucraniana. Ukraine
7. Taras Shevchenko, Wikipedia
8. Iván Yákovich Frankó, Wikipedia
9. Ivan Franko: La pluma ucraniana de los clásicos hispanos. 
10. Ivan Franko wrote this when he was only 17 years old. The man about whom the poem is written (Kotlyorevsky) was the first to use a daily, conversational type speech of the Ukrainian people in modern day literature. As a result, he is called the father of modern Ukrainian literature. InterestENG. An online magazine by English Language Learners. 
11. (Ivan Petrovych Kotlyarévsʹkyy  nació el 29 de agosto en 1769, Poltava, murió el 29 de octubre en 1838, Poltava. Escritor ucraniano, poeta, dramaturgo, fundador de la literatura ucraniana moderna y activista social. Su poema “Eneida” (1798) – fue la primera de las obras de la literatura ucraniana escritas en la lengua vernácula”. Tomado de Iván Kotlyarevsky – Pionero de la literatura ucraniana moderna. La Cultura Ucraniana.  Nota Plaza de las palabras.
12. Dos poemas misantrópicos de dos ucranianos aniquilados, tomado de maranasati a las tres cosas rotas y terrenos extraños
13. Ídem., maranasati a las tres cosas rotas y terrenos extraños,
14. Julia Prilutzky Farny, Wikipedia   
15. Iryna Vikyrchak, Festival Internacional de Poesía de Medellín.  Revista Prometeo  Número 88-89. Julio de 2011.




Créditos de los poemas y traducciones

Poema Musa de Taras Shevchenko, Poesías escogidas.  Selección de Volodímir Jaritónov
Traducción del ucraniano. Editorial “Dnipró”, 1986, paginas 153-154. (PDF).
Poema “A spark of fire”.Ivan Franko, InterestENG. Poema A mi pesar, Volodimir Svidzinsky, poema  Cosa, Mijailo Semenko Dos poemas misantrópicos de dos ucranianos aniquilados (Vidzinsky y Semenko). En Una iconografía del alma. Poesía ucraniana del siglo XX, Prólogo, selección y traducción de Iury Lech, Revista Litoral, 1993.Poema Cómo decir de pronto, Julia Prilutzky Farny, Blogpoemas. Poemas clásicos.   
Poemas HUSOS HORARIOS,  LA CIUDAD, JAZZ VERBAL. Iryna Vikyrchak Traducciones de León Blanco, Festival Internacional de Poesía de Medellín. PROMETEO. Revista Latinoamericana de Poesía. Revista Prometeo  Número 88-89. Julio de 2011.

Enlaces
Dos poemas misantrópicos de dos ucranianos aniquilados (Vidzinsky y Semenko).





Crédito Ilustraciones


Musa,  Mitrenko-Mikhaylo, pintor ucraniano.
Hilados tradicionales ucranianos. Dreamstime.
Mujer con sombrilla, María Bashkirtseva (1858-1884)
Paisaje, Sofiya Lewitska (1874-1937) pintora  ucraniana post impresionista
La ciudad , Alexander Bogomazov (1880-1930).pintor ucraniano  cubo futurista
Toys, Alexander Bogomazov (1880-1930),pintor ucraniano cubo futurista
                    El afilador de cuchillos, 1912. Kasimir Malevich, pintor suprematista ruso ucraniano
Arte clásico en las calles de Kiev. Alexey Kodenco, artista ucraniano