Literatura hondureña para el nuevo siglo: perspectivas y desafíos1



María Eugenia Ramos
Honduras

El final del siglo XX y el inicio de un nuevo milenio implica para los pueblos latinoamericanos la disyuntiva de elegir entre asumir su identidad, como un proceso forjado en un entorno social e histórico específico, o plegarse incondicionalmente a las exigencias de una globalización que pretende arrasar con nuestra memoria histórica y terminar de uniformarnos en los parámetros de una tecnología a ultranza, que en nuestros países subdesarrollados se convierte en analfabetismo tecnificado.
En estas circunstancias, la literatura y el arte, como componentes esenciales de la memoria y la identidad de los pueblos, podrían significar las tablas de salvación que nos permitan hacer-nos escuchar en los centros culturales hegemónicos y contribuir, no solo a nuestra supervivencia como pueblos, sino a la reafirmación de nuestro propio ser.
Lograr esta aspiración implica una relectura apropiada de las contribuciones universales, así como la interpretación y codificación de signos, para estar en capacidad de generar una obra con la solidez suficiente para lograr validez universal, al tiempo que reafirme el proceso de construcción de la identidad.2
Estos desafíos demandan, a la vez que una toma de conciencia individual por parte de escritores y artistas, la construcción de las condiciones mínimas indispensables en el entorno social para posibilitar la creación, difusión y consolidación de la obra artística y literaria. Tales condiciones abarcan la promulgación de políticas estatales apropiadas y coherentes; toma de conciencia de la sociedad civil sobre la cultura como un derecho fundamental; promoción de la lectura en todos los estratos y en todas las formas posibles; y apertura y consolidación de espacios para la creación, la investigación, la difusión, la crítica y el intercambio cultural.
Si el cumplimiento de estos parámetros es difícil aun en países que constituyen auténticas potencias culturales en el ámbito latinoamericano, como México, Argentina o Colombia, las dificultades adquieren grados alarmantes en los países centroamericanos, históricamente desplazados al último rincón del traspatio.
El huracán Mitch puso de relieve las debilidades estructurales, económicas, políticas y sociales de la región centroamericana. En Honduras, el país más afectado por este fenómeno natural, las características de la sociedad hondureña, la dependencia, el atraso, las desigual
dades sociales, la corrupción, la ineficiencia gubernamental y privada, la falta de conciencia sobre nuestras responsabilidades, agravaron el impacto del huracán y continúan incidiendo para que no se haya avanzado mucho desde entonces.
Una situación de desastre no es el marco más deseable para el fomento de la cultura. Sin embargo, muchos sectores han reconocido que la pregonada “reconstrucción” no servirá de nada si se limita a sustituir carreteras, edificios y redes de servicio público obsoletas por otra infraestructura igualmente deficiente. De lo que se trata es de generar y aplicar alternativas propias que comprendan como una necesidad básica el derecho a la educación y a la cultura —incluyendo la creación artística y literaria— como elementos imprescindibles del desarrollo humano.
Y aquí entra en discusión un problema esencial, que entraña una diversidad de subcomponentes y limitantes, y está íntimamente relacionado con la cultura y la creación; el sistema educativo, en sus dimensiones formal y no formal. Actualmente, las agencias de cooperación internacional y el gobierno están auspiciando una serie de encuentros dirigidos, según se ha informado, a lograr la participación de la sociedad civil y la concertación de los diversos sectores en la elaboración de las políticas educativas.3
Hasta ahora, dichos encuentros se han limitado a abordar el tema desde la perspectiva de cómo entrenar individuos aptos para competir en los mercados internacionales de la globalización, es decir, dotados de destrezas computacionales y conocimientos de inglés. No obstante, la esencia del problema es de carácter humano, y por tanto filosófico; el inglés y la computación no serán más que adornos para venderse mejor si se carece de una formación humanística integral que capacite, no solo para entender, sino para decidir sobre el uso de las herramientas tecnológicas.
La educación y la cultura deben ser democratizadas, no solo en cuanto al acceso a los bienes y servicios, sino también como parte de un proceso de democratización de la sociedad en su conjunto. La cultura (y por tanto la literatura y las artes) debería ser “el espacio en que se participa, se juzga y se escoge”.4
Teniendo en cuenta las premisas anteriores, resulta más fácil comprender el por qué en Honduras la literatura y las artes continúan luchando, no solo por romper el hermetismo de la sociedad hondureña y ocupar un espacio propio, sino por trascender las fronteras, antes geográficas y ahora comerciales.
En estos últimos años se ha manifestado un creciente interés, tanto desde adentro como fuera del país, por aproximarse a la literatura hondureña y revalorarla para subsanar los graves vacíos de que adolecen la mayoría de las antologías y textos críticos sobre literatura latinoamericana, en los que olímpicamente se ignora lo que se hace en Honduras, quizás porque es más cómodo, al estilo de los antiguos europeos, asegurar que algo no existe cuando en realidad no se conoce.
Los estudios más exhaustivos demuestran que en la narrativa, y más específicamente la cuentística, hay un número considerable de autores cuyo trabajo merece ser considerado, no solo por su sensibilidad hacia el entorno social, sino también por reflejar criterios estéticos a la altura de los parámetros universales.5 Cabe señalar, asimismo, como resultado de la correspondencia entre la realidad social y el trabajo literario, la presencia de un número significativo de autoras, sobre todo en poesía, y en menor medida en narrativa.
En cuanto a la novela, aún queda un largo camino por recorrer. No se puede dejar de destacar el trabajo de Julio Escoto, no solo por su volumen y constancia, sino por sus recursos estilísticos y su capacidad de explorar la identidad y la memoria histórica a través de los códigos lingüísticos, sin caer en lo discursivo, lo costumbrista, la linealidad ni la xenofobia. Por su parte, Marcos Carías, narrador y ensayista, sobresale por su búsqueda experimental.
La poesía es mucho más abundante y por lo mismo requiere un mayor trabajo de descombro, sin que por ello desconozcamos que, como apunta Helen Umaña, “todo es un proceso de lenta maduración en la que una etapa prepara a la otra. (…) En este aspecto, ningún autor es innecesario. Todos (…) ponen peldaños en la construcción del legado literario”.6
Es necesario decir que la reducida industria editorial hondureña no ha logrado sobrepasar los límites de un mercado cautivo, conformado por profesores de nivel medio y universitario que obligan a sus estudiantes a comprar textos cuya selección no obedece siempre a criterios estéticos, literarios ni aun pedagógicos, sino más bien atendiendo a la comisión resultante de la venta o a la comodidad de no tener que hacer una investigación más profunda para estar en capacidad de orientar a los estudiantes.
Desde esta perspectiva, en Honduras se sigue reproduciendo el cliché de que “la gente no lee”, lo cual es cierto, pero por las mismas razones por las que no escucha música clásica, prefiere un cuadro costumbrista a una instalación abstracta o vota por cualquiera de los dos partidos tradicionales: porque es lo único que le han puesto al alcance, sin restricciones.
A la par de “reeducar a los educadores”, es imperativo buscar mecanismos alternativos para oxigenar la producción editorial. En este aspecto, cabría pensar en la posibilidad de que algunas editoriales pequeñas del área centroamericana, que por lo general están más vinculadas a la creación artística y literaria porque sus objetivos van más allá del éxito comercial, participaran en proyectos conjuntos de publicación.
México, y especialmente el Estado de Chiapas, han propiciado el intercambio cultural entre los países de la región. Y aquí no podemos dejar de mencionar el importante papel desempeñado por intelectuales mexicanos como Andrés Fábregas Puig, Jesús Morales Bermúdez y su equipo de colaboradores, quienes iniciaron la tradición de estos encuentros entre intelectuales, artistas y trabajadores de la cultura, que han facilitado el intercambio de experiencias, así como la reafirmación de nuestros lazos comunes.7 Esta saludable influencia podría expandirse mediante la convocatoria a certámenes regionales y publicaciones conjuntas de obras que, a través de la literatura o la investigación social y cultural, contribuyan a reafirmar nuestras identidades como países y como región.

En conclusión, es largo el camino que la literatura hondureña debe recorrer, y no lo andarán solos los narradores, poetas, ensayistas y dramaturgos. Se tendrá que ir definiendo y recorriendo a la par de los pueblos que conformamos la Nuestramérica que predicó Martí. Tenemos conciencia de que, en el decir del poeta hondureño José Luis Quesada,

Nuestro tiempo es difícil.
Pero la vida lo rebasará.
Unos con otros nos ayudaremos. Unos con otros.8

Y, como el poeta guatemalteco Humberto A’kabal, pedimos fervientemente:
Que la luz no le dé paso a la oscuridad
para no perder la seña de nuestro camino.9

NOTAS

1 Artículo publicado en el Anuario 1999 del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez, 2000. Presentado originalmente como ponencia en el marco del tercer Encuentro de Escritores e Intelectuales Chiapas-Centroamérica.
2 Arzú Quioto, Santos (2000). “La identidad en el nuevo orden mundial y el artista que genera libertad”. En Trayectos, revista de arte, literatura y pensamiento social. Al momento de escribir este artículo, el primer número de esta publicación de gran formato (editada por María Eugenia Ramos, con un comité editorial del que formaban parte Santos Arzú Quioto, Tito Ochoa, Nolban Medrano y Ruth Helena Jaramillo) estaba diagramado y listo para impresión. Desafortunadamente no llegó a publicarse.
3 UNESCO (1999). Hacia la transformación de la educación hondureña. Tegucigalpa.
4 Licona Calpe, Winston (1995). “El debate internacional sobre las políticas culturales”, en revista Huellas No. 44, agosto de 1995. Universidad del Norte, Barranquilla.
5 Umaña, Helen (1999). Panorama crítico del cuento hondureño (1881-1999), Letra Negra - Editorial Iberoamericana. Guatemala. P. 461.
6 Ídem, p. 460.
7 Encuentros de escritores e intelectuales Chiapas-Centroamérica, realizados en la década de los noventa. Desde 2013, Centroamérica cuenta, evento anual organizado por un equipo de escritores e intelectuales liderado por Sergio Ramírez en Nicaragua, cumple un papel similar en cuanto al intercambio de visiones y experiencias de escritores y artistas de la región centroamericana.
8 Quesada, José Luis (1981). Cuaderno de testimonios. Editorial Universitaria, Tegucigalpa. P. 79.

9 En Cinco puntos cardinales (1998). Organización de Estados Americanos, Santafé de Bogotá, 1988. Ilustraciones del artista hondureño Santos Arzú Quioto 




Tres microrelatos de escritores hondureños

Tres microrelatos de escritores hondureños


                           






La veleta
Un gallo canto tanto desde una cúpula que
importuno a las brujas que en la noche
celebraban en un bosque de Hungría hace
setecientos años su sexto congreso
mundial. Éstas lo maldijeron ordenándole
quedarse inmóvil y mudo donde estaba.
Luego se olvidaron involuntariamente de
 él y desaparecieron entre las sombras. Así
nació el primer gallo de lata de la historia
o sea la veleta.

Oscar Acosta


Ulises
El hombre, desfigurado bajo el capote
negro, preguntó desde la lluvia:
 ̶  ¿Hacia donde va ese camino, señor?
El que oyó la pregunta, volteándose, miro
el sendero inundado por el invierno
de varios días.
 ̶  !Hacia el mar, señor!
El hombre dio las gracias, miró hacia
delante con firmeza y, sabiendo lo que
hacía, siguió su destino

José Adán Castelar


Sin una palabra
Él, sin  una palabra, se levantó, enfundó su
pistola, se puso el sombrero. Sin una
palabra, atravesó el umbral. Ella se puso
a llorar.        


Samuel Triguero


Fuente: País Posible. Revista trimestral de arte y cultura, octubre 2007, pagina 35

Crédito de la ilustración: Salvador Dalí: La persistencia de la memoria 1931  

Poesía hondureña: Tres poemas de Juan Ramón Molina






Juan Ramón Molina (1875-1908), nacido en Comayagüela, Honduras, uno de los grandes escritores fundacionales de la literatura hondureña y de los grandes exponentes del modernismo en Centroamérica y su obra de gran calidad literaria lo consagra como el escritor hondureño más universal. Brillo más como poeta aunque su prosa periodística era pulida y culta. En 1892 en un viaje a Brasil conoce al poeta nicaragüense Rubén Darío, quien incidirá grandemente en su estilo. Visitó España, donde colaboró en el recién fundado "ABC" de Madrid, y varios países de Sudamérica, dejando huellas permanentes en su obra. "

La obra de Juan Ramón Molina quedó dispersa en periódicos y revista de Centro América. En 1913, el poeta Froylán Turcios la recopiló y publicó con el nombre de Tierras, Mares y Cielos, un libro breve con algunos de los mejores poemas de la lírica hispanoamericana del periodo modernista: “Autobiografía”, ” Rio grande”, Metempsicosis”, “Salutación a los poetas brasileros” y ” Águilas y cóndores”, demuestran que Molina asumió creativamente la gran transformación poética que impulsó y consolidó Rubén Darío (Helen Umaña).



Pegaso


SALUTACIÓN A LOS  POETAS BRASILEROS

Con una gran fanfarria de roncos olifantes,
con versos que imitasen un trote de elefantes
en una vasta selva de la India ecuatorial,
quisiera saludaros -hermanos en el duelo-
en las exploraciones por la tierra y el cielo,
en el martirologio de los circos del mal.

Mi Pegaso conoce los azules espacios.
Su cola es un cometa, sus ojos son topacios,
el rubio Apolo y Marte cabalgarían en él;
relinchará en los céspedes de vuestro bosque umbrío,
se abrevará en las aguas de vuestro sacro río,
y dormirá a la sombra de vuestro gran laurel!

Venir pude en la concha de Venus Citerea,
sobre el áspero lomo del león de Nemea,
en el ave de Júpiter o en un fiero dragón;
en la camella blanca de una reina de Oriente,
en el cuerpo ondulante de una alada serpiente,
a bordo de la lírica galera de Jasón.

O en la fornida espalda de un genio misterioso,
o envuelto en la vorágine de un viento proceloso,
o de una negra nube en el glacial capuz;
en la marea argentina de una luna de mayo,
asido del relámpago flamígero de un rayo,
o con los duendes gárrulos que juegan en la luz.

Mas en Pegaso vine desde remotos climas,
señor, príncipe, rey o emperador de rimas
sobre el confuso trueno del piélago febril:

¡Salve al coro de Anfiones de estas tierras fragantes!
¡A todos los orfeos del país de los diamantes!
¡A todos los que pulsan su lira en el Brasil!

Tal digo, hermanos míos en la prosapia ibérica.
Saludemos la gloria futura de la América,
que todas las espigas se junten en un haz.
Unamos nuestras liras y nuestros corazones,
que ha llegado el crepúsculo de las anunciaciones,
para que baje el ángel de la celeste paz!

Augurio de ese día se ve en el horizonte.
Hoy tres aves volaron desde un florido monte;
yo las miré perderse en el naciente albor:
un cóndor –que es el símbolo de la fuerza bravía–
un búho –que es el símbolo de la sabiduría–
y una paloma cándida –símbolo del amor–.

Dijo el Cóndor, gritando: la unión da la victoria,
el búho, en un silbido: el saber da la gloria,
la paloma, en su arrullo: el amor da la fe.
Yo –que escruto el enigma de nuestro gran destino–
ante el casual augurio del cielo matutino
siguiendo los tres pájaros en éxtasis quedé.

Pero Pegaso aguarda. Sobre su fuerte lomo
gallardamente salto en un instante, como
el Cid sobre Babieca. Me voy hacia el azur.
¿Acaso os interesa mi suerte misteriosa?
¡Buscadme en mi magnífico palacio de la Osa,
o en mi torre de oro, junto a la Cruz del Sur!



Pesca de sirenas

Péscame una sirena, pescador sin fortuna,
que yaces pensativo del mar junto a la orilla.
Propicio es el momento, porque la vieja luna
como un mágico espejo entre las olas brilla.

Han de venir hasta esta ribera, una tras una,
mostrando a flor de agua el seno sin mancilla,
y cantarán en coro, no lejos de la duna,
su canto, que a los pobres marinos maravilla.

Penetra al mar entonces y coge la más bella,
con tu red envolviéndola. No escuches su querella,
que es como el aleve de la mujer. El sol

la mirará mañana entre mis brazos loca
—morir bajo el divino martirio de mi boca—
moviendo entre mis piernas su cola tornasol.


La araña


Ved con qué natural sabiduría
las finas hebras a las hojas ata,
y una red teje de fulgor de plata
que la infeliz Aracné envidiaría.

Mas si el viento soplante con porfía
la prodigiosa tela desbarata,
vuelve otra vez a su labor ingrata,
y una malla más tenue alumbra el día.

Hombre, que tus empresas no coronas
porque al primer fracaso o desperfecto
a un esteril desmayo te abandonas;

ten de tu vida y tu vigor conciencia,
y aprende al ver el triunfo de ese insecto
una lección sublime de paciencia.




Créditos y   referencias
Ilustraciones





Lectura : El Último Lenca Mario A. Membreño Cedillo



PRIMERA PARTE  A MANERA PERIODÍSTICA


I. La vastedad de la noche.

            Seguramente que este hecho no fue noticia en 1925. Quizá lo habría sido, si hubiesen existido los sistemas de comunicaciones actúales. Posiblemente, el hecho pasó tan desapercibido como la caída de las hojas de un tamarindo o como el correr de las aguas de un rio; que se desliza sobre su cauce, sin que nadie repare en ello. Para el último lenca, sea quien fuere, aquello trascurrió casi como una historia secreta. Sin ningún oponente, sin testigos oculares, sin las vicisitudes de los hechos políticos de la época. Revestido de la pequeñez de un acto cotidiano ante la vastedad del universo.
Se abrieron las venas del espejo, y el espejo rasgo su reflejo. En la quietud de la noche, la indiferencia se alimenta y crece como la hierva en el campo, o como la yedra que asciende, y expande sus ramas por la superficie vertical de un muro gris. Poco a poco, se entreteje un sistema, innominado cual leviatán, que proyecta sus garras desde el pasado y amenaza abrazar el futuro. Aquello ha de haber sido como la sensación que tiene un parroquiano, que da la vuelta a un parque; y se percata de improvisto que solo él está ahí. Quietud que evoca la escena de una pintura de Giorgio de Chirico: cielo, arboles, plazas desiertas y bancas de cemento.
Entrevemos a ese solitario lenca, con aquella enorme carga de ser el último que habla correctamente su lengua. Depositario de lo más sagrado y distintivo de un pueblo y sin ningún recurso, ni nada por hacer. ¿Qué pensaría aquel lenca?¿En qué cañadas y desfiladeros  quedo grabado su potente voz? ¿Qué del rumor de las aguas de las quebradas y arroyos que arrastraron los indecibles sortilegios de su lengua?
                                                                      
II. Las posibilidades de lo irrevocable
Podríamos imaginarnos los titulares delos diarios” Lengua Lenca se extingue mientras las nubes pasan imperturbables” O la lengua lenca desaparece al filo de la noche O sin novedad en el frente, lengua lenca se extingue a la vuelta de una esquina. O quizá un encabezado más de moda. Desaparece ultimo lenca, se nombrara comisión investigadora. O un titular paseado por las aguas del realismo mágico. Ultimo Lenca se convierte en tecolote y vuela sobre Tegucigalpa. O quizá un titular en donde se vislumbre el limite, fin
Y comienzo. Y evoque lo impensable, lo finito Y por ende un principio, El ultimo Lenca. A todo esto solo habría de añadirse, que la noticia no es reciente., no es de este año, ni siquiera de la última década. Situándonos en un horizonte temporal, podríamos afirmar que el ultimo hablante Lenca, que hablo su lengua fue en lo hizo en 1925.La fecha podría ser rebatida por una concienzuda investigación. Así que la fijamos a manera de hipótesis (Benigno Larin V. de Larde) Sea el año 1925 o el año 1926 o en la década de los 20s .Ocurre el acto en el silencio dela noche o al caer de la tarde., en un pueblo como Guajiquiro, La Campa o Yaramanguila. O quizá en el recodo del rio  o al pie dela montaña. Desconocemos el nombre de este último Lenca. El nombre es solo una mascara. El acto fue la creación de un símbolo. Los hechos los presumimos. Su nombre es ignoto. Pero bien pudo haberse llamado, Catarino Rivas, o Guadalupe Corea, o Calixto Vásquez, o quizá, y por que no. María Méndez. Y así al amparo de un nombre incierto, bajo la fachada del ligero movimiento de las nubes y bajo el resguardo de las sombras de las montañas y los altos arboles, se tejió la historia desconocida de lo irrevocable.  

III. El bosque tras de la colina
Toma molde y adquiere rostro la verdad. Y se impone y busca su rostro en los resquicios de la realidad. El hecho concreto es que la lengua lenca dejo de existir como lengua viva. Su supervivencia se mantiene en los sustratos lingüísticos del castellano. Los lingüistas han levantado listados de palabras de origen Lenca. Membreño, A. (1897 (Chapman, 1965, Herranz (1983) .La lengua Lenca se encuentra en estado de desaparición (Adams, 1957). Es una lengua moribunda, (Herranz, 1990). Algunos lingüistas la incluyen entre las lenguas muertas (Campbell, Kaufmann, Smith-Stark) Investigaciones realizadas a los principios de los 80sseñalaban que en los departamentos de Lempira, Intibucá y La Paz  no se encontraron hablantes lencas. (Salgado Joya, 1981). Los lencas como pueblo lingüístico prácticamente no existen, pese a que fueron el pueblo mas extendido al arribo delos Españoles. Ellos se encontraban diseminados en la región central, principalmente en los actuales departamentos de La paz, Intibucá y Lempira, gran parte de Comayagua, Valle  y Francisco Morazán. (Chapman, 1985). Según los lingüistas los lencas han perdido su continuum territorial y su idioma. (West, 1978.) Pese a ello conservan ciertas costumbres, rituales y ceremonias (Travieso, 1989, Herranz ,1990).

IV. Una ventana abierta
Queda abierto el jardín a la explanada del conocimiento. Como una ventana abierta de par en par  en la casa dela colina. Así el pintor en su lienzo, capta , interpreta y refleja el paisaje Recogiéndolo de su entorno y conjugándolo en formas, líneas y profundidad. Pequeño jardín del cual puede surgir una obra de arte o una caricatura. Asciende el conocimiento sobre lo que el alma intuye. Trascendiendo lo cotidiano y lo instituido. De tal forma que toda teoría del conocimiento existe para ser rebasada .En tanto aspiramos a domar esa realidad  tan arisca como la delos sueños ¿Hubo una realidad Lenca ?Y ese paisaje urbano delos barrios marginales? ¿Y los pobres que nos vendrán del futuro?

VI. Los tres círculos de la tierra

El cerró sus puños, puso sus manos sobre sus rodillas y estiro a lo largo sus piernas, tocando con los talones de sus pies el suelo. Se inclinó hacia adelante, alargó su brazo diestro y con sus dedos dibujo tres círculos en el suelo que olía a tierra y universo.

1. El primer círculo
Presentimos a ese último lenca, en un primer círculo interno. Arrastrando desde la fundación del mundo. Un mundo mítico de  costumbres ancestrales, de Eguagan y nubes. Una visión transportada de generación en generación, casi como un sueño colectivo. Estructuras forjadas en derredor del fogón, cocinadas a fuego lento y arrullado por sonidos de música. Sus propios pensamientos crecen como yedra por los ladrillos de su alma. Su lenguaje ancestral, germinaba en los campos de su conciencia, y acaba en el terreno fértil de la imaginación y se extinguía con su propia vida. Lo que le pertenecía, sus límites y sus inquietudes, transitaban por los caminos y desfiladeros de un tiempo inmóvil y absoluto. Su hábitat: montañas y ríos, explanadas y colinas, olor a tierra mojada, maíz y guayabas. Rodeando del verde de la montaña  y el ruido del agua.

2. El segundo círculo
A la distancia un segundo circulo: La Honduras rural de 1925. En aquel entonces en que las distancias eran distancias y la idea de infinitud era lo cercano, lo accesible, lo alcanzable a la vista. El límite de lo pensable, lo definía la puerta de la casa y las paredes de adobe. Y lo impensable yacía más allá de los linderos de la conciencia. Sus caminos eran largas y sinuosas veredas de piedra y polvo. Los pueblos parecían un globo inmóvil. Perduraban sostenido por un hilo de sosiego en un tiempo que trascurría con la parsimonia del paso de las nubes. Pueblos atrapados entre mañanas matinales y tardes que caían como hojas secas. Visiones intemporales como los paisajes de una tarjeta postal. Las plazas eran pequeños universos; principio y fin de todo movimiento. Las líneas de las calles sugerían un sentido de orden y en los contornos de las iglesias se vislumbraban los perfiles de la eternidad. En derredor suyo y lejano a su idiosincrasia la sociedad de 1925: Vicente Tosta y Miguel Paz Barahona, las acostumbradas luchas dela política vernácula La Honduras recién salida dela guerra civil de 1924. La Honduras rural, aislada y limitada  por una geografía que conspiraba contra ella La Honduras agrícola delas bananos, las fruteras y la huelga  dela Lima. Para ese esntonce3s había trascurrido 77 años dela muerte de Francisco Morazán  y Paulino Valladares era diputado al congreso nacional. Pablo Zelaya Sierra vivía en España y exponía sus obras en Paris. Rafael Heridoro Valle quien vivía en México, cumplía un año mas de la edad de Cristo, 34 años. Y Honduras, bajo la egida de Dionisio de Herrera y José Cecilio del Valle,  alcanzaba 104 años de haber obtenido su independencia.

3. El tercer círculo
Y aún más lejano un tercer circulo: el ámbito externo. 1925: Muere Sun Yat Sen, fundador de la Republica China. Hindeburg es electo Presidente de Alemania. Francis C. Scott publica El Gran Gastby. En forma póstuma, es editado el proceso de Kafka. Y Hemingway quien vive en Paris y sueña con leones en la playa, publica In Our Time. Pablo Picasso termina su pintura: Tres bailarinas y Marc Chagall pinta: The Drinking Green Pig. El cineasta ruso Eisenstein filma El acorazado Potemkim y Charles Chaplin actúa en The Gold Rush. El Jazz estilo Chicago invade Europa y el Charleston se pone de moda. El inventor escocés John Long Baird trasmite por T.V. los primeros rasgos reconocibles de rostros humanos. Gustav Hertz gana el Premio Nobel de Física por su descubrimiento de las leyes que rigen el impacto de un electrón en un átomo. Y Jordán y Bohr y Heinsenberg desarrollan la mecánica cuántica.


SEGUNDA PARTE A MANERA LITERARIA

V. Los personajes de la noche

1. ELLOS
Ellos eran dos lencas que estaban en la cocina de una casa. Uno era un hombre y la otra una mujer. La casa estaba al pie de la montaña. Era de noche, y en la cocina había un fogón encendido y ellos permanecían en actitud de espera. El hombre era viejo y lucía cansado. La  mujer era joven. Después de guardar silencio por un rato, el viejo murmuró algo. El viejo hablaba en lenca y movía con pesadez sus manos que parecían de piedra. El tono de su voz era dulce y sus palabras eran flechas salidas del arco de su boca. Y luego, miró al techo que se alzaba sobre su cabeza; y que traslucía por sus hendiduras, el punto nítido de las estrellas,  pedazos de cielo y el abrigo de la piel  negra de la noche.  
2. ELLA
Ella estaba acuclillada, su cabeza descansada contra la pared y sus piernas eran colinas, contra su pecho. Por  sobre el fogón ella alzó su mirada  a la ventana abierta;  por la cual se avistaba, inmóvil, el paisaje. Los contornos negros de las montañas, contrastaban con una negrura más profunda. El rumor del agua corría por el arroyo y adormecía el silencio. Y su musicalidad ascendía en olas a los astros luminosos, que eran islas reposando en un océano de quietud, el silencio aprisiono sus labios. Luego, se abrieron como los pétalos de una flor; y de su boca irrumpieron palabras lencas, que volaron sobre el campo como una bandada uniforme de pájaros. La noche envolvió cada palabra con el manto de su largueza, las sembró en los jardines ancestrales  de su morada  y ella las  regó con la ternura de una mirada eterna
3. Él

Entonces, el viejo erguió su espalda y su sombra ascendió como un árbol que brota, contra la pared blanca de la cocina. Al mover sus manos extendía sus dedos y su sombra en la pared parecía arboles en vuelo. Su voz reposada cayó como la sombra de una montaña. Y se deslizo entra las bocanadas del viento como un pez que se escurre  sobre las aguas de un rio. El poderío de sus palabras eran flechas  salidas del arco de su boca. Lenguaje cadencioso  ascendiendo en ondas musicales hacia los astros luminosos, que parecían islas reposando  en un océano de quietud. 





**Primera Parte a manera periodística. Fuente: 100 Reflexiones sobre el pasado, presente y futuro de Honduras (Ensayo). Algunas de esas reflexiones (20 reflexiones), fueron publicadas en el diario  El Heraldo, en la sección PAGINA DIEZ, 18,19 y 20 de octubre de 1993. ***Segunda Parte A Manera Literaria, fragmento de cuento escrito  (1998). 

Crédito de las ilustraciones Plaza de las palabras 



Cuento: El puerto azul





 Álvaro Cálix (Escritor hondureño)                         

            Hacía mucho tiempo que él no recorría esa parte de la ciudad. Llevaba puesto el capote y notábanse plastas de lodo en los zapatos. A paso lento, apoyado en el bastón, redescubría matices de aquel ambiente de tabernas y cabarés de poca monta. A lo lejos, como el murmullo de un río, escuchó una tonada que reconoció en el acto: era un bolero. Se acercó al bar del que provenía la música.  Sacudió los zapatos y entró para escuchar el resto de la canción que salía de la rocola. Cuando la pieza terminó, depositó de inmediato una  moneda y volvió a escogerla.           El único cliente que estaba en el bar levantó la cabeza y no ocultó su gozo al oír de nuevo el bolero, y dijo:            —¡Véngase, hombre!, tomémonos una cerveza. Sin pena... Yo invito.       
     —No, gracias. Ya no bebo  —contestó  el hombre del bordón.            Al concluir la música, salió del local; sintió un golpe de viento  frío y volvió a cerrarse los broches del capote. De nuevo se metió en las calles escandalosas de la ciudad. Tras un par de horas de vagabundeo, la noche lo sorprendió. Aunque leve, la lluvia no cesaba. En una esquina, hacia el poniente, creía haber leído mal, se desempañó los ojos, pero se convenció de que en el rótulo decía Puerto Azul.
            Era el mismo nombre del lugar en el que cantó en sus años mozos, pero aquel Puerto Azul, estuvo ubicado en otra zona de la ciudad y le constaba que lo habían cerrado hace años. ¡Qué coincidencia!, ¿Cómo puede ser? Tenía que averiguarlo, no podía hacer otra cosa.  Entró
Adentro, un aire de pasado lo calentó; se sentía bien, y le resultaba familiar el olor del aserrín esparcido en el piso. El sitio era más o menos similar al de su juventud. Se pellizcó el brazo.
—Disculpe…¿Quién es el dueño de este negocio? —preguntó al cantinero.            —¡Dueña!, querrá decir —replicó el empleado— Se llama Adelina, y bueno... también está Luisa.
            Ambos nombres revolotearon en su mente, sonrió.  Qué broma es esta, se dijo, y evocó a las dos mujeres que antaño conoció.
            Convenció al cantinero para que le dijera dónde estaban ellas.            —¿Puedo subir a verlas?            —No creo. A la patrona no le gustan las visitas, menos a la hora de la cena.            —Iré de todas maneras —desafió.            —No hace falta —dijo una mujer que estaba tomando un vaso de ron en una de las mesas cerca de la barra—. ¡Allí viene doña Adelina!            La vio bajar por  la escalera. Para ser veinte años más vieja, los cambios eran más bien discretos. En cambio, es seguro que a ella le costó reconocerlo; los años le habían pasado encima: sin carnes, la mar de canas, las ojeras imborrables y, por si fuera poco, el defecto en su pierna.
No se abrazaron ni nada, solo una mirada larga, hasta que él dijo: sí, soy yo, Pedro, Pedrito el trovador.            Subieron por el pasaje de gradas y luego caminaron por un pasillo hasta llegar a una habitación espaciosa que olía a sándalo. Entraron. Ella puso el cerrojo a la puerta, “para que no nos molesten”, alcanzó a decir. El bullicio del primer piso ahora se desvanecía, una luz débil perfilaba sus rostros. Se sentaron en un sofá verde de pana.            —Envejeciste demasiado, Pedro.
Él se encogió de hombros.—No pensé que te vería de nuevo —dijo ella —¿Este negocio?... No podía olvidar los viejos tiempos. Lastima que Luisa no esté aquí, imagínate cuánto se hubiera alegrado.
                 —Pero, ¿cómo?... si el cantinero la mencionó...
              —La pobre murió a los pocos meses de irse con el bruto que se la llevó al  Sur. Imagino que para vos fue difícil que nos desapareciéramos, como si nada. Pero, créeme, ella nunca quiso dañarte.            A Pedro Ramírez jamás se le había cruzado la idea de que Luisa estuviese muerta.
            —Falleció al dar a luz. Murió sola y su alma, ese bárbaro la abandonó en cuanto supo que estaba embarazada.—¿Embarazada? —dio un brinco Pedro. Ella asintió con la cabeza.
            Un silencio turbio horadó la habitación. Adelina había dicho la verdad a medias, bien supo doblegar un cosquilleo que le venía del pecho a la garganta. Ella parecía ahora distante, se entretenía observando cuán gastados estaban los tacones de sus propios zapatos.
            Pedro dejó el sofá y fue a pararse atrás de la ventana, corrió la cortina y se puso a ver hacia la calle. No había nada que observar, a no ser la penumbra de estos lares y el despecho de la luna ocultándose del hemisferio. Mantenía la mirada fija en dirección a la ciudad que se dibujaba en sus ojos, no la de ahora, más bien la de antes... "su ciudad”. Amagó como si fuera a chocar el puño contra la pared; se contuvo, lo estrelló contra la palma de su otra mano.                               —¿Y su hijo...?
            —Hija, querrás decir… ¡Se llama Luisa!, la recogí desde recién nacida. Para ella soy su madre —contestó, al cabo que se iluminaba su cara—. A ella se refería Arnoldo, el cantinero. ¡Pobrecito!… te confundiste.
            —Me gustaría conocerla, se le ha de parecer mucho.            —Bueno, ahora no puede ser —alegó—. Agarró una gripe, ¡estos cambios de tiempo!, la pobre, tiene calentura y… hace ratos que se durmió.
            —Tenés razón, además la muchacha no es de mi incumbencia.

            Pasaron las horas, la conversación iba y venía, remontando las capas de los años. Una tasa de café y una galleta de arroz fue la cena de Pedro, pero tampoco es que tuviese apetito. Cuando el ritmo de las palabras iba cayendo ora en la monotonía, ora en frases entrecortadas que competían con el silencio, ella se fue a recostar en la cama, con las almohadas contra la pared a modo de respaldar. Él se acomodó mejor en el sillón, y ya casi no hablaba. Adelina, sin freno, tomaba de nuevo aire y volvía a repetir con detalle cómo había sido capaz de montar el negocio, embelesada y orgullosa de su propia suerte, sobre todo al compararla con la de Pedro. Una batería de ronquidos la advirtieron del porqué Pedro ya no respondía. No quiso despertarlo, apenas, terminó de acomodarlo en el sofá; buscó una sabana en el armario y lo tapó. Pedro dormía, como una rosca, con los zapatos puestos.
            Destellaron las primeras luces del alba, pero la ciudad aún no se despabilaba. Él se despertó, pasmado, al darse cuenta donde estaba. Como una centella vinieron a su mente los incidentes de la noche anterior, con un inocultable sabor amargo. Dobló la sábana y la puso en el extremo del sofá. Pretendía salir sin despedirse, para no incomodar a la mujer que dormía en la cama, pero Adelina ya estaba despierta, o quizás, no había pegado los ojos en toda la noche. Al avanzar para abrir la puerta, ella le dijo adiós, sin moverse de la cama. Un adiós amable pero sin visos de continuidad, como si lo que platicaron durante la noche bastaba para no verse durante otros veinte años. O nunca más. Pedro no se volvió para verla, sólo alcanzó a contestarle también con un adiós seco, desalentado, como queriendo dar a entender que sería muy distinto si en lugar de ella, fuese a Luisa a quien hubiese encontrado. Ni siquiera insistió en conocer a la muchacha. Le dijo que otro día vendría a visitarla, aunque lo expresó con desgano.           Pedro Ramírez volvió a las calles bajas. Como no eran más de las siete de la mañana, nada parecía vivir allá afuera; apenas, el paso de uno que otro vehículo y ladridos lejanos de perros. Desandando el camino que lo había llevado hasta el Puerto Azul, encontró de nuevo el mismo bar en el que ayer escuchó el bolero. Para su sorpresa, continuaba abierto. Adentro, solamente estaba un cliente: un hombre que no parecía estar en sus cabales, tumbado en la silla de madera con la cabeza recostada sobre la mesa. La música volvió a sonar, la misma canción, esta vez escogida por Pedro. El parroquiano reaccionó y alzó la cabeza, reconoció de inmediato la figura contrahecha del hombre del bordón.
            —¡Otra vez usted! ¡Vaya que nos gusta la canción! —dijo, emocionado. Enseguida, con un quiebre en la voz que denotaba ruego, agregó—: ¿Ahora no me va a rechazar la invitación?      
_Muy amable, pero sólo deseo escuchar la música —se rehusó otra vez. Cuando salió del bar empezó a sentir el ardor del sol, aunque todavía el pavimento se veía mojado por las lluvias del sábado. Compró el diario en la esquina, cerca de una terminal de buses, en medio del jaleo de la gente que compraba billetes de lotería para el sorteo de las diez. Reparó en que aún quedaban algunas monedas en su bolsillo, se acercó a un puesto de frutas y le ajustó para un pedazo de sandía, caminó algunas cuadras hasta una pequeña plaza en forma de triángulo. Se acomodó en una de las bancas y sin perder tiempo sacó un lápiz para ponerse a llenar el crucigrama. Pero no podía concentrarse, una inquietud lo espoleaba desde hacía un par de horas. Pensaba si valía la pena regresar algún vez donde Adelina, y por qué no, conocer a la hija de Luisa.
            Al terminar de comerse la fruta, lanzó la concha al tonel que estaba a unos pasos de la banqueta, al tiempo que dijo:
            —¿Por qué no?...

Fuente: Del libro de cuentos: La plaza de los poetas © ( (2006).Puerto Azul
Crédito de la ilustración Plaza de las palabras