María Eugenia Ramos
Honduras
El
final del siglo XX y el inicio de un nuevo milenio implica para los pueblos
latinoamericanos la disyuntiva de elegir entre asumir su identidad, como un
proceso forjado en un entorno social e histórico específico, o plegarse
incondicionalmente a las exigencias de una globalización que pretende arrasar
con nuestra memoria histórica y terminar de uniformarnos en los parámetros de
una tecnología a ultranza, que en nuestros países subdesarrollados se convierte
en analfabetismo tecnificado.
En
estas circunstancias, la literatura y el arte, como componentes esenciales de
la memoria y la identidad de los pueblos, podrían significar las tablas de
salvación que nos permitan hacer-nos escuchar en los centros culturales
hegemónicos y contribuir, no solo a nuestra supervivencia como pueblos, sino a
la reafirmación de nuestro propio ser.
Lograr
esta aspiración implica una relectura apropiada de las contribuciones
universales, así como la interpretación y codificación de signos, para estar en
capacidad de generar una obra con la solidez suficiente para lograr validez
universal, al tiempo que reafirme el proceso de construcción de la identidad.2
Estos
desafíos demandan, a la vez que una toma de conciencia individual por parte de
escritores y artistas, la construcción de las condiciones mínimas
indispensables en el entorno social para posibilitar la creación, difusión y
consolidación de la obra artística y literaria. Tales condiciones abarcan la
promulgación de políticas estatales apropiadas y coherentes; toma de conciencia
de la sociedad civil sobre la cultura como un derecho fundamental; promoción
de la lectura en todos los estratos y en todas las formas posibles; y apertura
y consolidación de espacios para la creación, la investigación, la difusión, la
crítica y el intercambio cultural.
Si
el cumplimiento de estos parámetros es difícil aun en países que constituyen
auténticas potencias culturales en el ámbito latinoamericano, como México,
Argentina o Colombia, las dificultades adquieren grados alarmantes en los
países centroamericanos, históricamente desplazados al último rincón del
traspatio.
El
huracán Mitch puso de relieve las debilidades estructurales, económicas,
políticas y sociales de la región centroamericana. En Honduras, el país más
afectado por este fenómeno natural, las características de la sociedad
hondureña, la dependencia, el atraso, las desigual
dades sociales,
la corrupción, la ineficiencia gubernamental y privada, la falta de conciencia
sobre nuestras responsabilidades, agravaron el impacto del huracán y continúan
incidiendo para que no se haya avanzado mucho desde entonces.
Una situación de desastre no es el marco más deseable para el
fomento de la cultura. Sin embargo, muchos sectores han reconocido que la
pregonada “reconstrucción” no servirá de nada si se limita a sustituir
carreteras, edificios y redes de servicio público obsoletas por otra
infraestructura igualmente deficiente. De lo que se trata es de generar y
aplicar alternativas propias que comprendan como una necesidad básica el
derecho a la educación y a la cultura —incluyendo la creación artística y
literaria— como elementos imprescindibles del desarrollo humano.
Y aquí entra en discusión un problema esencial, que entraña
una diversidad de subcomponentes y limitantes, y está íntimamente relacionado
con la cultura y la creación; el sistema educativo, en sus dimensiones formal y
no formal. Actualmente, las agencias de cooperación internacional y el gobierno
están auspiciando una serie de encuentros dirigidos, según se ha informado, a
lograr la participación de la sociedad civil y la concertación de los diversos
sectores en la elaboración de las políticas educativas.3
Hasta ahora, dichos encuentros se han limitado a abordar el
tema desde la perspectiva de cómo entrenar individuos aptos para competir en
los mercados internacionales de la globalización, es decir, dotados de
destrezas computacionales y conocimientos de inglés. No obstante, la esencia
del problema es de carácter humano, y por tanto filosófico; el inglés y la
computación no serán más que adornos para venderse mejor si se carece de una
formación humanística integral que capacite, no solo para entender, sino
para decidir sobre el uso de las herramientas tecnológicas.
La educación y la cultura deben ser democratizadas, no solo
en cuanto al acceso a los bienes y servicios, sino también como parte de un
proceso de democratización de la sociedad en su conjunto. La cultura (y por
tanto la literatura y las artes) debería ser “el espacio en que se participa,
se juzga y se escoge”.4
Teniendo en cuenta las premisas anteriores, resulta más fácil
comprender el por qué en Honduras la literatura y las artes continúan luchando,
no solo por romper el hermetismo de la sociedad hondureña y ocupar un espacio
propio, sino por trascender las fronteras, antes geográficas y ahora
comerciales.
En estos últimos años se ha manifestado un creciente interés,
tanto desde adentro como fuera del país, por aproximarse a la literatura
hondureña y revalorarla para subsanar los graves vacíos de que adolecen la
mayoría de las antologías y textos críticos sobre literatura latinoamericana,
en los que olímpicamente se ignora lo que se hace en Honduras, quizás porque es
más cómodo, al estilo de los antiguos europeos, asegurar que algo no existe
cuando en realidad no se conoce.
Los estudios más
exhaustivos demuestran que en la narrativa, y más específicamente la
cuentística, hay un número considerable de autores cuyo trabajo merece ser
considerado, no solo por su sensibilidad hacia el entorno social, sino también
por reflejar criterios estéticos a la altura de los parámetros universales.5
Cabe señalar, asimismo, como resultado de la correspondencia entre la realidad
social y el trabajo literario, la presencia de un número significativo de
autoras, sobre todo en poesía, y en menor medida en narrativa.
En cuanto a la novela, aún queda un largo camino por
recorrer. No se puede dejar de destacar el trabajo de Julio Escoto, no solo por
su volumen y constancia, sino por sus recursos estilísticos y su capacidad de
explorar la identidad y la memoria histórica a través de los códigos
lingüísticos, sin caer en lo discursivo, lo costumbrista, la linealidad ni la
xenofobia. Por su parte, Marcos Carías, narrador y ensayista, sobresale por su
búsqueda experimental.
La poesía es mucho más abundante y por lo mismo requiere un
mayor trabajo de descombro, sin que por ello desconozcamos que, como apunta
Helen Umaña, “todo es un proceso de lenta maduración en la que una etapa
prepara a la otra. (…) En este aspecto, ningún autor es innecesario. Todos (…)
ponen peldaños en la construcción del legado literario”.6
Es necesario decir que la reducida industria editorial
hondureña no ha logrado sobrepasar los límites de un mercado cautivo,
conformado por profesores de nivel medio y universitario que obligan a sus
estudiantes a comprar textos cuya selección no obedece siempre a criterios
estéticos, literarios ni aun pedagógicos, sino más bien atendiendo a la
comisión resultante de la venta o a la comodidad de no tener que hacer una
investigación más profunda para estar en capacidad de orientar a los
estudiantes.
Desde esta perspectiva, en Honduras se sigue reproduciendo el
cliché de que “la gente no lee”, lo cual es cierto, pero por las mismas razones
por las que no escucha música clásica, prefiere un cuadro costumbrista a una
instalación abstracta o vota por cualquiera de los dos partidos tradicionales:
porque es lo único que le han puesto al alcance, sin restricciones.
A la par de “reeducar a los educadores”, es imperativo buscar
mecanismos alternativos para oxigenar la producción editorial. En este aspecto,
cabría pensar en la posibilidad de que algunas editoriales pequeñas del área
centroamericana, que por lo general están más vinculadas a la creación
artística y literaria porque sus objetivos van más allá del éxito comercial,
participaran en proyectos conjuntos de publicación.
México, y especialmente el Estado de Chiapas, han propiciado
el intercambio cultural entre los países de la región. Y aquí no podemos dejar
de mencionar el importante papel desempeñado por intelectuales mexicanos como
Andrés Fábregas Puig, Jesús Morales Bermúdez y su equipo de colaboradores,
quienes iniciaron la tradición de estos encuentros entre intelectuales,
artistas y trabajadores de la cultura, que han facilitado el intercambio de
experiencias, así como la reafirmación de nuestros lazos comunes.7 Esta
saludable influencia podría expandirse mediante la convocatoria a certámenes
regionales y publicaciones conjuntas de obras que, a través de la literatura o
la investigación social y cultural, contribuyan a reafirmar nuestras
identidades como países y como región.
En conclusión, es largo el camino que la literatura hondureña
debe recorrer, y no lo andarán solos los narradores, poetas, ensayistas y
dramaturgos. Se tendrá que ir definiendo y recorriendo a la par de los pueblos
que conformamos la Nuestramérica que predicó Martí. Tenemos conciencia de que,
en el decir del poeta hondureño José Luis Quesada,
Nuestro tiempo es difícil.
Pero la vida lo rebasará.
Unos con otros nos ayudaremos. Unos
con otros.8
Y, como el poeta guatemalteco
Humberto A’kabal, pedimos fervientemente:
Que la luz no le dé paso a la
oscuridad
para no perder la seña de nuestro
camino.9
NOTAS
1 Artículo publicado en el Anuario 1999 del
Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, Universidad de
Ciencias y Artes de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez, 2000. Presentado originalmente
como ponencia en el marco del tercer Encuentro de Escritores e Intelectuales
Chiapas-Centroamérica.
2
Arzú Quioto, Santos (2000). “La identidad en el nuevo orden mundial y el
artista que genera libertad”. En Trayectos, revista de arte, literatura
y pensamiento social. Al momento de escribir este artículo, el primer número de
esta publicación de gran formato (editada por María Eugenia Ramos, con un
comité editorial del que formaban parte Santos Arzú Quioto, Tito Ochoa, Nolban
Medrano y Ruth Helena Jaramillo) estaba diagramado y listo para impresión.
Desafortunadamente no llegó a publicarse.
3
UNESCO (1999). Hacia la transformación de la educación hondureña. Tegucigalpa.
4
Licona Calpe, Winston (1995). “El debate internacional sobre las políticas
culturales”, en revista Huellas No. 44, agosto de 1995. Universidad del
Norte, Barranquilla.
5
Umaña, Helen (1999). Panorama crítico del cuento hondureño (1881-1999),
Letra Negra - Editorial Iberoamericana. Guatemala. P. 461.
6
Ídem, p. 460.
7
Encuentros de escritores e intelectuales Chiapas-Centroamérica, realizados en
la década de los noventa. Desde 2013, Centroamérica cuenta, evento anual
organizado por un equipo de escritores e intelectuales liderado por Sergio
Ramírez en Nicaragua, cumple un papel similar en cuanto al intercambio de
visiones y experiencias de escritores y artistas de la región centroamericana.
8
Quesada, José Luis (1981). Cuaderno de testimonios. Editorial
Universitaria, Tegucigalpa. P. 79.