Tres poetas y tres lecciones de vida: Ehrmann, Guillen Zelaya, Kipling. Post Plaza de las Palabras




En esta ocasión  Plaza de las palabras presenta tres poetas, que en su obra y poemas han brindado una lección de vida. El primer poeta es Max Ehrmann, escritor norteamericano, nacido en Indiana. Poeta y abogado, más conocido por su poema en prosa "Desiderata".  El segundo poeta  es Alfonso Guillén Zelaya, quien fue un periodista, escritor y poeta hondureño. Su obra total esta escrita en su libro “El Quintó silencio”, escribió a nivel de ensayo “La inconformidad del hombre”. Vivió una buena parte de su vida en México. El tercer poeta es Ruyard Kipling, más conocido por sus magistrales cuentos, que le llevaron a ganar el Premio Novel de Literatura, también un novelista para jóvenes; y que además, escribió, eventualmente, poemas.

Max Ehrmann
(1872–1945)

Desiderata (del latín desiderata "cosas deseadas", plural de desideratum) es un poema muy conocido sobre la búsqueda de la felicidad en la vida. Desiderata fue publicado en 1948  en una colección de poemas titulada Desiderata of Happiness. Se ha dicho que Desiderata fue inspirada por un impulso que Ehrmann describe en su diario: «Debería dejar un humilde regalo, un trozo de prosa que ha alcanzado nobles honores».





Desiderata

Desiderata


Go placidly amid the noise and haste,
and remember what peace there may be in silence. As far as possible without surrenderbe on good terms with all persons. Speak your truth quietly and clearly;and listen to others,
even the dull and the ignorant;
they too have their story.






Avoid loud and aggressive persons,
they are vexations to the spirit.
If you compare yourself with others,
you may become vain and bitter;
for always there will be greater and lesser persons than yourself.
Enjoy your achievements as well as your plans.




Keep interested in your own career, however humble;
it is a real possession in the changing fortunes of time.
Exercise caution in your business affairs;
for the world is full of trickery.




But let this not blind you to what virtue there is; many persons strive for high ideals;
and everywhere life is full of heroism.





Be yourself.
Especially, do not feign affection.
Neither be cynical about love;
for in the face of all aridity and disenchantment
it is as perennial as the grass.




Take kindly the counsel of the years,
gracefully surrendering the things of youth. Nurture strength of spirit to shield you in sudden misfortune.
But do not distress yourself with dark imaginings.





Many fears are born of fatigue and loneliness. Beyond a wholesome discipline,
be gentle with yourself.
You are a child of the universe,
no less than the trees and the stars;
you have a right to be here.
And whether or not it is clear to you,
no doubt the universe is unfolding as it should.


Therefore be at peace with God,
whatever you conceive Him to be,
and whatever your labors and aspirations,
in the noisy confusion of life keep peace with your soul.
With all its sham, drudgery, and broken dreams,
it is still a beautiful world.
Be cheerful.
Strive to be happy.



Desiderata

Camina plácido entre el ruido y la prisa, y recuerda que la paz se puede encontrar en el silencio.
En cuanto te sea posible y sin rendirte, mantén buenas relaciones con todas las personas. Enuncia tu verdad de una manera serena y clara,y escucha a los demás,
incluso al torpe e ignorante,
también ellos tienen su propia historian.


Evita a las personas ruidosas y agresivas,
ya que son un fastidio para el espíritu.
Si te comparas con los demás,
te volverás vano y amargado
pues siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú.
Disfruta de tus éxitos, lo mismo que de tus planes.


Mantén el interés en tu propia carrera,
por humilde que sea,
ella es un verdadero tesoro en el fortuito cambiar de los tiempos.
Sé cauto en tus negocios,
pues el mundo está lleno de engaños.


Pero no dejes que esto te vuelva ciego para la virtud que existe, hay muchas personas que se esfuerzan por alcanzar nobles ideales,
la vida está llena de heroísmo.


Sé tú mismo,
y en especial no finjas el afecto,
y no seas cínico en el amor,
pues en medio de todas las arideces y desengaños, es perenne como la hierba.



Acata dócilmente el consejo de los años,
abandonando con donaire las cosas de la juventud. Cultiva la firmeza del espíritu
para que te proteja de las adversidades repentinas, mas no te agotes con pensamientos oscuros.


Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad. Sobre una sana disciplina,
sé benigno contigo mismo.
Tú eres una criatura del universo,
no menos que los árboles y las estrellas,
tienes derecho a existir,
y sea que te resulte claro o no,
indudablemente el universo marcha como debiera.


Por eso debes estar en paz con Dios,
cualquiera que sea tu idea de Él,
y sean cualesquiera tus trabajos y aspiraciones,
conserva la paz con tu alma
en la bulliciosa confusión de la vida.
Aún con todas sus farsas, penalidades y sueños fallidos,
el mundo es todavía hermoso.
Sé alegre.
Esfuérzate por ser feliz.




Alfonso Guillen Zelaya
(1887-1947)

Es más conocido por su poema “Lo Esencial”, un hermoso poema que proclama la vida austera y que dignifica el trabajo. La búsqueda de la felicidad no es el fin sino que esta en el proceso. Poema que  refleja su vida, honesta y laboriosa.   Sin  esperar ser famosos o poderoso porque la dignidad del trabajo es lo que vale. En ese sentido, cada quien se hace camino al andar, y en ese camino todos son iguales. Lo mismo el carpintero que el filósofo. Lo mismo el poeta que el campesino. Este Poema reivindica el pensamiento filosófico y poético  de Guillen Zelaya. 

Lo Esencial/The Essential

Lo Esencial

Lo esencial no está en ser poeta, ni artista, ni filósofo. Lo esencial es que cada uno tenga la dignidad de su trabajo, la conciencia de su trabajo, el orgullo de hacer las cosas bien, el entusiasmo de sentirse satisfecho de querer lo suyo. Es la sana recompensa de los fuertes, de los que tienen el corazón robusto y el espíritu límpido.




Dentro de los sagrados números de la naturaleza, ninguna labor bien hecha vale menos, ninguna vale más. Todos somos algo necesario y valioso en la marcha del mundo.



El que construye la torre y el que construye la cabaña, el que teje los mantos imperiales y el que cose el traje humilde del obrero, el que fabrica las sandalias de seda imponderables y el que teje la ruda suela que defiende en la heredad el pie del trabajador.





Todos somos algo, representamos algo, hacemos vivir algo, en la siembra del grano que sustenta nuestro cuerpo vale tanto como el que siembra la semilla que nutre nuestro espíritu, como que en ambas labores hay envuelto algo trascendental noble y humano: dilatar la vida.




Tallar una estatua, pulir una joya, aprisionar un ritmo, animar un lienzo son cosas admirables, hacer fecunda la heredad estéril y poblarla de florestas y manantiales, tener un hijo inteligente y bello y luego pulirle y amarle; enseñarle a desnudarse el corazón y a vivir a tono con la armonía del mundo, esas son cosas eternas.







Nadie se avergüence de su labor, nadie repudie su obra, si en ella a puesto el afecto diligente y el entusiasmo fecundo, nadie envidie a nadie, que ninguno podrá regalarle el don ajeno, ni restarle el propio, la envidia es una carcoma de las maderas podridas, nunca de los árboles lozanos, ensanche y eleve cada uno lo suyo, defiéndase y escúdese contra toda mala tentación.



Que si en la palabra religiosa de Dios nos da el pan nuestro de cada día, en la satisfacción del esfuerzo legitimo nos brinda la actividad y el sosiego. Lo triste, lo malo, lo dañino es el enjuto del alma, el que lo niega todo, el incapaz de admirar y de querer.


Lo nocivo el es necio, el inmodesto, el que nunca ha hecho nada y lo censura todo, el que jamás ha sido amado y repudia el amor; pero el que trabaja, el que gana su pan y nutre su alegría, el justo, el noble, el bueno, para ese sacudirá el porvenir sus ramajes cuajados de flores y rocíos, ya tale montes o cincelé poemas.



Nadie se sienta menos, nadie maldiga a nadie, nadie desdeñe a nadie, la cumbre espiritual del hombre ha sido el retornar al abrazo de las cosas humildes.

The essential
The essential thing is not to be a poet, an artist, or a philosopher.
The essential thing is that each one has the dignity of his work, the conscience of his work the pride of doing things well, the enthusiasm to feel satisfied to want his own.
It is the healthy reward of the strong, of those who have a strong heart and a clear spirit.

Within the sacred numbers of nature, no work well done is worth less any better. We are all something necessary and valuable in the march of the world.


The one who builds the tower and the one who builds the hut, who weaves the imperial robes and who sews the humble dress of the worker, who manufactures imponderable silk sandals and who weaves the rough sole that defends the foot in the inheritance of the worker.

We are all something, we represent something, we make something live, in the sowing of the grain that sustains our body is worth as much as that which sows the seed that nourishes our spirit, as in both labors there is something transcendental noble and human: to dilate life.

To carve a statue, to polish a jewel, to imprison a rhythm, to animate a canvas are admirable things, to make fertile the sterile heritage and to populate it with forests and springs, to have a clever and beautiful son and then to polish and to love him; teach him to undress his heart and live in harmony with the harmony of the world, these are eternal things.


Let no one be ashamed of his work, let no one repudiate his work, if in it he put diligent affection and fruitful enthusiasm, let no one envy anyone, no one will be able to give him the gift of others, or subtract his own, envy is a rotten woods, never from the tall trees, widen and raise each his own, defend himself and stand against all bad temptation.

That if in the religious word of God gives us our daily bread, in the satisfaction of the legitimate effort gives us the activity and the calm. The sad, the bad, the harmful is the thinness of the soul, who denies everything, the incapable of admiring and of wanting.

The noxious is foolish, immodest, who has never done anything and censures everything, which has never been loved and repudiates love; but he who works, who gains his bread and nourishes his joy, the just, the noble, the good, for that will shake the future its branches, full of flowers and dew, and tale mounts or chisel poems.

No one feels less, no one curses anyone, no one despises anyone, the spiritual summit of man has been to return to the embrace of humble things



Rudyard Kipling
(1865-1936)

El poema de Kipling, es quizás su poema más conocido. “If” (Si).  También conocido como Carta de un Padre a su Hijo,  es un poema escrito en 1895. Está escrito en un tono paternal, como un consejo para el hijo del autor, «Si...» es un ejemplo literario del estoicismo de la época victoriana. Pero aun valido en nuestro mundo moderno, porque aboga por la templanza de carácter y también por la sabiduría en la relación con las personas. Si bien esta dirigido pensando en su hijo, es un poema que establece una conducta a seguir en la formación de la persona, el carácter  y la dignidad humana.





If…

If…

If you can keep your head when all about you
Are losing theirs and blaming it on you;
If you can trust yourself when all men doubt you, But make allowance for their doubting too;
If you can wait and not be tired by waiting,
Or, being lied about, don’t deal in lies,
Or, being hated, don’t give way to hating,
And yet don’t look too good, nor talk too wise;






If you can dream – and not make dreams your master; If you can think – and not make thoughts your aim;  If you can meet with triumph and disaster
And treat those two imposters just the same;
If you can bear to hear the truth you’ve spoken
Twisted by knaves to make a trap for fools,






Or watch the things you gave your life to broken,
And stoop and build ‘em up with wornout tools;




If you can make one heap of all your winnings
And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings
And never breath a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
To serve your turn long after they are gone,
And so hold on when there is nothing in you
Except the Will which says to them: “Hold on”;





If you can talk with crowds and keep your virtue,
Or walk with kings – nor lose the common touch;
If neither foes nor loving friends can hurt you;
If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
With sixty seconds’ worth of distance run –
Yours is the Earth and everything that’s in it,
And – which is more – you’ll be a Man my son!




1895
Si…

Si puedes mantener la cabeza cuando todos a tu alrededor pierden la suya y te culpan por ello; Si puedes confiar en ti mismo cuando todos dudan de ti, pero admites también sus dudas;
Si puedes esperar sin cansarte en la espera, o, siendo engañado, no pagar con mentiras, o, siendo odiado, no dar lugar al odio, y sin embargo no parecer demasiado bueno, ni hablar demasiado sabiamente;













Si puedes soñar-y no hacer de los sueños tu maestro; Si puedes pensar-y no hacer de los pensamientos tu objetivo; Si puedes encontrarte con el triunfo y el desastre 
Y tratar a esos dos impostores exactamente igual, Si puedes soportar oír la verdad que has dicho retorcida por malvados para hacer una trampa para tontos,


O ver rotas las cosas que has puesto en tu vida y agacharte y reconstruirlas con herramientas desgastadas;




Si puedes hacer un montón con todas tus ganancias y arriesgarlo a un golpe de azar, y perder, y empezar de nuevo desde el principio y no decir nunca una palabra acerca de tu pérdida; Si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones para jugar tu turno mucho tiempo después de que se hayan gastado y así mantenerte cuando no queda nada dentro de ti excepto la Voluntad que les dice: “¡Resistid!”


Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud o pasear con reyes y no perder el sentido común;
Si ni los enemigos ni los queridos amigos pueden herirte;
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
Si puedes llenar el minuto inolvidable
con un recorrido de sesenta valiosos segundos.
Tuya es la Tierra y todo lo que contiene,
y —lo que es más— ¡serás un Hombre, hijo mío!


Créditos

Datos biográficos, con base a Wikipedia.  

Poemas
Desiderátum, versión bilingüe, Wikipedia.
Lo esencial, Nacer en Honduras wordpress.  Versión ingles Traductor de Google para empresas:Google Translator Toolkit. Traductor de sitios webGlobal Market /
Si… / If… (español/inglés) Rudyard Kipling, 30 noviembre, 2008 por verbiclara

Ilustraciones en orden de aparición
Foto de los poetas. Max Ehrmann, Wikipedia, A. Guillen Zelaya, La muerte de Alfonso Guillen Zelaya, El pulso, R.Kipling Blog VERBICLARA
Spring Blosson Montclair, NJ. Georges Inness, pintor norteamericano.Cortesia www.georgeinness.org/
San Antonio de Flores (Honduras), Roque Zelaya, pintor hondureño
Vapor, velocidad y fuerza, William Turner, pintor ingles


La última lección de Brandel por Mario A. Membreño Cedillo. Post Plaza de las palabras



Plaza de las palabras presenta el cuento La última lección de Brandel por Mario A. Membreño, relato que ya ha sido publicado en este blog pero que ahora publicamos en su versión completa. Cuento que narra unas cuantas  horas en la vida del profesor Julián Brandel quien llega a su jubilación como catedrático, y  éste acto final e irremediable de dar su última clase le hace reflexionar sobre el sentido de la vida y descubrir verdades insospechadas. Pero en que también cavila sobre lo ilusorio del conocimiento y ante esta frustración, decide hacer algo insólito y convierte su última clase en una fiesta con sus alumnos que desencadena una serie de hechos y sensaciones que le van revelando la belleza del mundo,  y que le vuelve a recordar y  a recuperar parcelas de su origen.    




3717 palabras 


La última lección de Brandel


Of This Time, Of That Place

Lionel Trilling


I

El profesor Julián Brandel sabía de su pronta jubilación. No tenía alternativa, su retiro era obligatorio. Durante muchos años había temido ese día, se había imaginado ese día de mil modos. Cuando el temido día llegó, no hubo nada de sorprendente. No obstante lo perentorio del término, el profesor Brandel, lucía un rostro muy sereno. Vestía un pantalón azul marino casi tirando a negro, la camisa blanca le contrastaba con un chaleco beis. La corbata de seda era de figuras simétricas superpuestas y parecía tener toda la geometría del universo,  su pelo negro empezaba a blanquear dándole un aire de respetabilidad, sus quevedos le resbalaban levemente por la nariz, dejándole ver una mirada entrenada e implacable que parecía sopesar hasta el aire. Y cuando hablaba parecía pensar bien lo que decía y se esmeraba por pronunciar cada palabra, como si apostara su vida entera en la dicción de cada palabra. Pero a veces se quedaba en silencio por algunos instantes,  y enseguida soltaba una andanada de ideas. Luego, quedaba a la espera de alguna reacción o una respuesta, que nunca la había;  hasta que él mismo comenzaba a tantear las posibles respuestas y entonces tiraba  una pregunta al azar.  En sus exposiciones era sistemático, raramente usaba el pizarrón, decía que él no era Hemingway y menos Faulkner para estar escribiendo, sino que era un hombre de ideas al aire, un hombre de sonidos verbales. Para el profesor Brandel él mundo era un constructo verbal que debía tocar todas las notas de la escala musical. 


Así que después de  inspeccionar minuciosamente el salón, escudriñó el rostro de sus alumnos como ya lo había hecho mentalmente antes de venir. No halló en ellos nada que lo perturbara, seguían siendo los mismos alumnos de siempre. Él creía conocerlos mejor de lo que ellos se conocían. Los saludo sin mostrar ningún asomo de emoción. Sabía que era su última clase, y en el fondo eso lo aterraba porque los fines siempre evidencian un límite; y que al fin y al cabo, todo tenía una consumación: y que siempre habría un maldito final. Era como si la vida y las películas fueran lo mismo. No existía forma de escaparse de los ineludibles finales. Pero ese temor no se reflejaba en su rostro. Él estaba seguro de su poderío; y está era su última clase, y se dispuso a impartirla con la solemnidad y el pragmatismo de siempre. 


Por fin el profesor Brandel tomó aire y pronunció algunas palabras: «Estamos aquí, es mi última clase, haremos una clase magistral sobre un gran tema que nos pellizqué  el alma. Hablaremos sobre la verdad y la belleza… Sí, reflexionaremos sobre la verdad y la belleza». Prosiguió balbuceando otras palabras, algo más mencionó sobre los griegos y citó a Goethe y guardó silencio. Parecía como si de pronto se hubiese desconectado del mundo o que una nueva idea estuviera tomando forma en su mente. Su rostro era inescrutable y sus alumnos lo contemplaban con expectación. Algo inédito absorbía los pensamientos del profesor Brandel, casi como si de repente hubiera comprendido algo que siempre había estado al alcance de su mano y nunca había podido desentrañar. Pero además había algo más que le preocupaba y no sabía exactamente qué era. 


Entonces, él dio unos pasos hacia adelante y respiro profundamente. Se acercó a la silla de su escritorio pero no se sentó, en cambio puso su cartapacio sobre el escritorio, giró su cabeza y dio una furtiva mirada a la ventana, la cual apenas asomaba, la cúpula de la rectoría. Volvió a enfrentarse a la mirada de sus alumnos. Parecía meditar las palabras con que iniciaría su clase. Pensó que todo había sido un leve miedo escénico, en fin ésta era su última clase. Sin embargo, de repente su rostro mostró un leve gesto de duda. La mirada de sus alumnos seguía clavada sobre él. Mientras que a lo lejos proveniente del campus se escuchaba el barullo de los estudiantes. Y muy cerca, alguien pasó por la puerta, que permanecía a medio cerrar y sus pasos fuertes se perdieron al final del largo corredor.


Y aquí estaba frente a sus desconcertados alumnos que le seguían viendo con preocupación en sus rostros.  Pero no, absolutamente nadie pronunció palabra alguna, porque todas las palabras eran solamente una sola y única  mirada más elocuente que todas las palabras del diccionario Webster. Y  el silencio que crecía era más poderoso que todo el alfabeto cirílico. Entonces entre ese mar de silencio y esa multitud de miradas;  repentinamente una esbelta figura se levantó y caminó como únicamente caminaría un ángel. Ella era  definitivamente Ángela, la de las trenzas largas y los ojos de miel.  El  profesor  pensó que ella se  iría, que aquel acto era el anuncio de una epifanía final,  pero  al  rato  siempre angelicalmente ella regresó;  siempre con sus largas trenzas y sus ojos de miel.   Y entre esa ida y ese regreso, todavía persistía  algo que al profesor  Brandel le preocupaba y que no lograba recordar.   


Finalmente, pareció tomar conciencia de que no estaba seguro de nada. Quería revelar una verdad categórica; clausurar su clase con una reflexión hermosa como el cielo, y tan sólida e inmutable como el silencio hermético de una roca; y sobre todo que fuese más transparente que la palabra aire. Sencillamente hablar de la belleza y la verdad. Y aquí estaba ante sus alumnos y no estaba seguro de lo que él pensaba era verdad. Volvió  a dudar y el miedo se apoderó de él. Pareció desvanecerse y no saber por dónde empezar. Meditó, buscó las frases más obtusas, pensó en Hegel y en Schiller, pero todo le parecía pueril, quería dejar una verdad inmutable, cerrar su última clase con algo categórico, pero en la medida que reflexionaba todo le parecía tan vano como el viento.


Al fin se sentó,  creyendo que su cambio de posición le ayudaría, no obstante seguía ensimismado y luchaba por encontrar una solución y una salida a la situación. Y sus alumnos parecían oírlo pensar en voz alta:


 «Nunca me imaginé en una situación tan paupérrima, me siento como si estuviera fuera de lugar  y me niego a creer que yo esté aquí. Y que no pudiera encontrar un argumento sólido, inmutable que tocará el alma de mis alumnos. Quizás estoy cansado, es el efecto de mi última clase. Mañana será otro día, con Leibniz o Espinoza los convenceré. Sin embargo, no me engaño, bien sé  que no habrá un mañana. Ningún verdadero final tiene un mañana.  Ésta es mi última clase, no cuento con la complicidad del tiempo, las dudas me asaltan. Pienso, pero no puedo razonar bien. Es como si algo obstinadamente me lo hubiese impedido. Sí, encontré unos cuantos  argumentos, pero cada uno se derrumbaba ante la idea más trivial que opusiera

En esa vana lucha pensé en la filosofía  y en la ciencia, pero qué eran esos conocimientos ante la realidad de mi última clase. Lo vi todo tan abstracto y todo tan vano, que hasta la conversación del policía de la esquina me parecía más trascendente que la más brillante idea kantiana. Cómo no haberlo pensado antes, cómo esa realidad se me había escapado… sobre qué vanos artificios construí el mundo de mis pensamientos. En  dónde no busqué, nadie podrá acusarme que no  traté de ir a todas las ciencias y encarar todas las verdades. Pero ahora, al filo del tiempo intentó  recordar aunque sea una frase por la cual yo pudiera poner el alma, la vida entera. Un solo punto de apoyo, una sola verdad que fuera igual para todos, una sola verdad que todos pudieran vivirla y trascenderla.


Pero en la medida que Brandel reflexionaba, todo le era tan irreal como los sueños de una manada de bisontes escarlatas. Los alumnos lo seguían mirando, y ya para entonces empezaban a angustiarse. Esto era algo en lo que él nunca había pensado. El profesor parecía tan incómodo; y tan inútil como una fogata al lado de un faro. Se sentía abandonado. Entonces, se oyó: 


— ¡Profesor, profesor, profesor Brandel! ¿Se siente bien? —dijo Sussy con voz entrecortada, y poniéndole una mano sobre el hombro. 


—Sí…sí, —alcanzó a responderle casi contestándole involuntariamente; mientras que la flaca y gótica Sussy volvía a su asiento.


 Pero aún había algo más que a Brandel le preocupaba y no sabía qué era. Por un momento estuvo a punto de reírse; y pensó, de nuevo en salir al paso con alguna idea sencilla, pero profunda. Tan profunda como una risa sonora en una calle muda. Pero, luego rechazaba tal intento absurdo, quería encontrar una salida airosa y elegante.  En fin ésta era su última clase. Pero ante esa verdad tan conclusiva, qué eran todos los conocimientos filosóficos, esa torre de babel interminable e inconclusa de teorías embodegadas que las termitas festivamente terminaran acabando.  Por último pensó en alguna frase victoriosa de  Montaigne o de Keats, pero comprendió que todo razonamiento era tan deshuesado, que todo discurso era tan enano, que toda frase era tan desnutrida; que la conversación más trivial de cualquiera de sus alumnos era más real  y virtuosa. Volvió a tratar, inútilmente,  de recordar aunque sea una sola frase por la cual pudiese arriesgar el alma, dar lo más sagrado de su vida; o por lo menos, encontrar una verdad conquistadora; y dar un saludo de manos certero y cariñoso.  


Entonces, Brandel dejó de divagar, y decidió encarar a sus alumnos como siempre, tantas veces lo había hecho durante el último semestre. Pero al verlos Brandel notó algo nuevo en la mirada de sus alumnos. Esto lo aturdió aún más. Definitivamente que ahora todos poseían algo de lo que él antes no se había percatado: ellos parecían más inteligentes, más seguros de sí mismos, más clarividentes. Era como si cada uno de ellos tuviera su propia historia y su propia verdad. Una verdad más íntima,  más poderosa y más sagrada que su propia historia. Él se estremeció, los miró detenidamente, y con sus miradas ellos parecían decirle: 


«Bueno profesor Brandel, aquí estamos, usted y nosotros; frente al mundo. Ahora enséñenos algo que sea más robusto que un fin de semana, algo tan digerible como una gaseosa; y algo que nos sirva para defendernos de los rabiosos cuchilleros de las esquinas. Al fin y al cabo, no somos tan ingenuos, ni tan torpes, como usted siempre ha creído». 


Después de pensar eso, el profesor se levantó de su silla, fue en ese instante que una nueva idea cruzó por su mente,  y dio unos pasos hacia adelante. Y la  idea fue  tomando aún más vuelo en su mente; una ligera risita pareció escapársele del cerco de sus dientes. Pero, stop, cambió rápido de actitud, semáforo en amarillo, reflector en el cielo. Y en aquel momento, miró con seguridad a sus alumnos. Entonces con tono pausado pero con inclinada voz exiliada, les dijo: «Bueno muchachos, —nuevamente pareció vacilar, pero al instante se repuso y se encaminó hacia  la puerta—, «permanezcan aquí, incólumes como Zeus, vuelvo enseguida». 


  Salió del salón de clases. Los alumnos solo miraron el reloj, nadie se movía, aunque un leve murmullo comenzó a recorrer la clase. Por un rato ellos guardaron silencio y ninguno de ellos se atrevió a moverse de su asiento. Pero pronto, se oyó un rumor; y una legión de simultáneas miradas volaban como pájaros que no tenían dónde posarse. «Deberíamos de irnos»,  dijo una de las jóvenes que estaba en las últimas filas. A la que otra voz replicó: «No veo por qué.  En fin es la última clase. Me da lo mismo irme hoy o mañana.» Respondió un muchacho de lentes, pegado a una de las ventanas. Entonces,  uno más se levantó y abrió la ventana de par en par. Luego se sentó de nuevo y estiró los pies contra el asiento de adelante que estaba vació. Afuera se oyeron voces que nuevamente se perdieron por el largo corredor,  y desde las aulas vecinas se escucharon  voces difusas que no alcanzaban a cuajar.  Y de fondo se oyó el sonido de una campana y un sonido más, fuerte y seco que no era identificable. No obstante ninguno de los alumnos se movió.   «Vaya, vaya y ahora qué», preguntó uno de los chicos de las filas traseras. Pero tampoco  nadie le contestó.   


II


Cuando el profesor Brandel regresó, no venía solo. Peter, el tendero, el de nariz respingada. Venía acompañándolo; y empujando una enorme carretilla atiborrada de comestibles y bebidas, que cuidadosamente fue poniendo sobre el escritorio, y cuando el escritorio estuvo atestado como una multitud en un callejón, siguió poniéndolos en el suelo;  y desde del suelo fue emergiendo a la vista aquel cúmulo de compras  como un rascacielos espectacular. Al punto todos los ojos apuntaban disciplinados sobre Brandel y aquella suma de refrigerios, y un perfil de estupefacción les encabritaba el paladar. El profesor lucía diferente, ya no parecía el temible y legendario profesor Brandel, el de la mirada imperturbable. Y ahora parecía tan humano como un tranquilo y pacifico vendedor de helados en Harvard Square


El profesor volvió a tomar aire y con un tono de voz que ilustraba cierta incipiente alegría exclamó: « ¡Bueno, muchachos!, ustedes son mi última clase; y como dije al principio, viviremos la verdad y la belleza. Atraparemos lo heroico del instante, alzaremos nuestros brazos de acero inoxidable y tocaremos la nariz de corcho del cielo; haremos algo que revolucione nuestras almas y embosqué a la razón. Algo que podamos recordar toda la vida, tendremos a party, aquí y ahora.» Al escuchar aquel corto discurso los alumnos se quedaron atónitos, no sabían si el profesor bromeaba. Nadie decía nada, todos permanecían inmóviles y con un kilo de perplejidad en sus rostros.  Pero todavía había algo que a Brandel le preocupaba y no sabía qué era.  


El profesor permaneció a la espera de algún comentario y por un momento pareció vacilar. Entonces, vio a sus alumnos y exclamó: «Lo dije claro: una fiesta, tendremos una fiesta» Su tono era vivaz « ¡una fiesta con vino, cerveza, gaseosas y bocadillos!». Vio a sus alumnos y concluyó «Ya lo dije, aquí y ahora». A continuación Brandel tomó una cerveza, la abrió y se la llevó a la boca. Fue en ese instante, cuando Lauren, el  que todo lo sabía, se levantó y caminó decididamente hacia el profesor Brandel y echó un vistazo a lo que había sobre el escritorio. Un par de veces lanzó una furtiva mirada a las cervezas, y luego, tomó una para comprobar si estaba fría. Y después de sonreír, vio a su profesor y a sus compañeros. Sin preámbulos, destapó la cerveza y dio un largo trago. Y aunque afuera no llovía, una exclamación al unísono se oyó en el salón, como si una bofetada de lluvia insólita cayera unánime desde un cielo benévolo y misterioso. Todo el entramado se ejecutó  milimétricamente como si alguien hubiese tocado una señal secreta, como una trompeta que anuncia la aurora, o como un semáforo que da la luz verde en un túnel largo y deslumbrante. 


Todos se levantaron de sus asientos y se acercaron a Lauren. Enseguida Mary sacó de su cartera un pequeño radio a transistores y lo encendió a todo volumen. Era la carga de caballería ligera que venía al rescate, apertura de Jazz. Irrumpió sin permiso la gangosa e inconfundible voz de Louis Armstrong: A what wonderful world; y una cadena cadenciosa de melodías se dejó oír en todo el reino de la improvisación. Luego, le siguió con sus ondulaciones tonales y estridencias arteras, el más progresista rock. Sí, We are  the Champion, de los Queens. Y el fiel Michel, el de la luminosidad, reveló su rostro radiante, y sus mejillas sonrojadas; y empezó a perseguir vehementemente la música y a cantar: 


We are the champions my friend /And we'll keep on fighting till the end/ We are the champions /We are the champions/No time for losers /'Cause we are the champions of the world /. 


Sus movimientos rítmicos y su revolucionaria voz, convocaron todas las miradas y pronto se formó un coro; y parecía que todos sabían cantar y que todos conocían la letra: We are the champions. Y Brandel, pasmado, feliz y maravillado, pensaba verdaderamente en la verdad y en la belleza; mientras descorchaba una botella de vino, y los alumnos tomaban cerveza y gaseosas, y comían bocadillos, y locuaces inconmovibles hablaban hasta con la mirada: We are the champions. El salón se transformó en un vocerío, en la algarabía rebosante de un nuevo esqueleto imaginativo  que se iba llenando del júbilo del mundo, y  en el colorido asimétrico del mundo, y en el movimiento enigmático de las galaxias milenarias. Y ahora era Paul, quien empezó a mover sus brazos al unísono de la música y todos lo coreaban. Las voces borraron aquel silencio de papel cebolla que olía a solemnidad y archivos. Y décadas de gestos académicos y de tizas blancas huyeron como cien pájaros de cristal por una ventana inmediata e inagotable. Mientras que, afuera, pasaba revista una ligera brizna de viento; y el cielo azul exhibía su potencia verbal y el sol irradiaba su imperio de risas amarillas. 


Entonces,  Brandel se asomó a la ventana y advirtió aquel Wonderful World; y volvió a pensar en la verdad y la belleza. Y enseguida encaró a sus alumnos, los vio dispersos en delirante movimiento y los vio a los ojos; a esos ojos que tantas veces lo habían visto a él. A esos ojos que tantas veces había visto sin ver. Y comprendió algo que jamás se le había ocurrido. Vio en ellos, un brillo ensordecedor, un paisaje musical, unas palabras piadosas y conmovedoras como el silencio. Vio en esos ojos aventureros pero fieles: la felicidad del mundo, un filamento de la verdad del tiempo, y un espejo de las inesperadas realidades milagrosas del universo. 


Brandel, Brandel parecían corear los alumnos, y su mirada huyente, se pobló de la húmeda del mundo y del golpe seco de la iluminación. Pero aún había algo que le preocupaba y no sabía qué era. Y mientras tanto,  la música cambiaba de ritmo, y algunos; los más atrevidos, habían empezado a bailar y el resto a seguir la música con una vanguardia unánime de aplausos. Mientras que él, pensativo y lejano, ahora departía democráticamente con Susan, la rubia cavernosa y con Dick, el bohemio de pelo laberíntico. Y de nuevo acometía una carga rebelde de trompetas que enfilaba un ritmo apocalíptico. Al principio de una descarga desobediente, y luego,  el desperdigar de furibundos truenos sistemáticos. Después de eso, un solitario saxofón se había echado al hombro el equipaje del mundo entero. Ahora Brandel estaba locuaz y exuberante como una calle multitudinaria, pero todavía persistía algo que le preocupaba y no lograba aprehender qué era. Mientras tanto, la tarde cerraba el telón  cotidiano, y antes de irse un par de ellos ayudaron a limpiar el salón y poner todos los desperdicios y botellas en el basurero del corredor. Entonces en sonrisa y agradecimiento, de uno en uno, de dos en dos y de tres en tres; todos se fueron marchando. 


Fue Amy, la pelirroja pecosa y de lentes de carey, gruesos y graciosos, la última en irse; quien con una voz fina y  acaramelada, le dijo: « Estuvo fantástico, Profesor Brandel. Nunca pensé que usted era un genio. Nunca olvidaremos éste día». Y después de darle un abrazo, ella recogió sus libros y se marchó. Y Brandel repitió tres veces « Nunca olvidaremos éste día». Y esas palabras resonaron en su cabeza más demoledoras que todas las verdades del mundo. Y aquella voz cremosa de Amy la pecosa, perdurará para siempre en su memoria. Entonces, Brandel se acercó a la ventana, y desde ahí vio como Amy caminaba irredenta por el sendero riguroso y simétrico  de baldosas, hasta desaparecer tras dar la vuelta al soñoliento muro de piedras cubierto de yedra que separaba el campus de la festiva calle. Por fin solo, el profesor Brandel antes de irse del salón cerró las ventanas; y luego se fue a sentar a su silla Y ahí, por un rato permaneció en completo silencio. Y después de levantarse, dio una última mirada al salón. Y vio al gran reloj circular, el de la mirada eterna. Y le dijo: «Adiós mi fiel y viejo amigo,  ya no volveremos a vernos, por lo menos no en este salón. Gracias por tu tiempo.» 


Entonces, se dirigió a la puerta y apagó las luces. Pero en lo más recóndito de su ser aún había algo que le preocupaba y que no lograba recordar qué era. Por un instante,  él estuvo a punto de recordarlo: lo tenía en la mera punta del techo de la memoria. No se precipitó, y nuevamente caminó como siempre caminaba por aquel pasillo; cuando de súbito;  casi instintivamente, comenzó a tararear una canción, que a medida que la tarareaba había anunciado su absoluta presencia. Era una vieja balada que había olvidado por completo, y que siempre le había fascinado. Y su rostro se iluminó, porque era una música que solo él conocía, que nadie más había escuchado, y que por fin la había recordado. Su mente se pobló de bienaventuradas imágenes. Y pensó en todo lo que significaba aquella música cuya invasión súbita lo estremecía. Y que venía desde la ensoñación de una mirada abnegada, de una mano cálida y de la voz de la mujer que lo arrullo antes de que él tuviera un rostro. Sonrió, estaba feliz. Había recuperado una imagen del mundo, había encontrado una pizca de la verdad, había recobrado un átomo de su alma. Algo tembloroso y revelador que había estado sepultado por millones de palabras, por los mil añicos borrosos de la memoria, por las cuatrocientas imágenes huérfanas que se multiplicaban infinitamente; y que sigilosamente se reproducían enmascaradas por el millón de rostros del tiempo. Y aquel recuerdo que siempre se había resistido a emerger, irrumpía como un conquistador redentor que tocaba la canción de una puerta inmemorial, hogareña e inmediata. 


I am ready, se dijo entusiastamente Brandel, casi como alguien que se apresta a correr una carrera de 100 metros en menos de diez segundos, la carrera definitiva, el sprint final. Y mientras tanto, seguía caminando por el largo pasillo, cada vez más largo y más largo y más largo. Alejándose por aquel camino que cada vez era menos un pasillo y más un túnel. Y que parecía perseguirlo, pero que en realidad era él quien lo perseguía. Era él quien marchaba invicto, y continuaba caminando; cada vez más seguro, más imperturbable y más feliz. Siempre hacia adelante, siempre guiado por la música de su alma, y que avanzaba por aquel túnel que a cada paso se abría más; y que a cada instante, se volvía más transparente. Pero cuyo final —tan familiar, tan nítido y tan iluminado—, era como el subway de Boston. 




Créditos

Fuente: Del libro Cuentos profanos, © Plaza de las palabras 


Ilustración

El reloj,dibujo por Plaza de las palabras