Cuento: La Decision de Miguel de Álvaro Cálix

Álvaro Calix

¿Hasta cuándo vas a permitir que te siga tratando así? ¡Reaccioná, Miguel, por Dios Santo reaccioná! Quién se ha creído que es… Sólo por ser el Jefe no le da derecho…  Pensá cuántas veces ha sucedido lo mismo durante el mes… ¿tres, cuatro? ¡Basta ya!, hazle saber que tenés carácter. Sino, va a seguir abusando de vos cuando se le antoje. ¿Cómo pararlo en seco?, descuidá, algo se te va a ocurrir. Ahora, más importante es que estés decidido a cortar de tajo esta situación. ¿Por qué vacilás? ¿Le tenés miedo? ¿Es por el temor a perder el trabajo?... Ah, y entonces de qué van a comer los hijos… ¿Es eso?

            Sí, se le pasó la mano ayer. Decirte que no vales  nada, que te fueras al carajo, si querías. Pero no te confundás,  ha dicho eso para intimidarte, para asustarte. Aunque es cierto que a muchos afuera se  les cae la baba por tu empleo, el Jefe no es ningún tonto, sabe que un tipo como vos no se le va a encontrar así nomás. Durante cinco años le has aguantado sobre turnos sin cargo a horas extras, jamás le has tocado un centavo y eres de los que menos pedís aumento, ¡vaya ganga que saliste!

            ¿Pegarle un puñetazo? Se lo merece. ¡Bah¡, pero no arreglás nada. Ni le pongás duda que a los días te meten en el bote. Recordá los conectes del Jefe. Además, no se trata de rebajarte y mostrarte como un mal educado. Entonces, ¿perdonarlo?, sí, pero no te dejés engañar por que hoy te saludó con una sonrisa de oreja a oreja, como si nada. Ahí está el problema, ni siquiera una disculpa, como si a uno la memoria se le borrase de un día para otro.

            Es cierto, uno debe aguantar, pero tampoco se trata de pasarse de manso. Se entiende, es difícil describir lo que sentís.. Como un perro flaco, sí, te sentís como un perro flaco de la calle Boquín. Pronto la vida te enseña que “el Jefe es el Jefe”, pero, existen límites Miguel. Lo peor del caso es que no sólo a vos te abochorna. Sin decir agua va a cualquiera de los empleados le desenvaina su mal genio.

            Miralo ahora, está hostigando a la recepcionista. Hasta aquí se oyen los gritos. Ella sólo baja la cabeza. No es con vos, pero es tu compañera de trabajo. ¿Qué vas a hacer Miguel? ¿Vas a permitir que él siga…? Ah, te preguntás si Mónica metió las cuatro y quizá se la merezca, la pobre es tan chiflada. Puede ser que haya pifiado, pero de llamarle la atención a trapear con ella, existe un buen trecho.

            Bueno, es cierto, después andan diciendo que te creés el Salvador del Mundo, que para qué te metés en lo que no te llaman. Pero el caso es que sigue ofendiéndola, y parece que Mónica ya comenzó a chillar.

            ¿La ves?, está llorando. El Jefe ya salió de la planta. Nadie se acerca a Mónica, por temor a que él entre de improviso para ver quién está reprochando sus maneras. ¡Está bien!, no lo pensés tanto, acercate, ofrecele el pañuelo, aunque no crucés palabra con ella.

            ¡Bah!, no es tu día de suerte... Lo que temías, él ha entrado de nuevo. Comenzás a transpirar helado. Ni modo, ahora es cuando, no podés dar marcha atrás. No hay que detenerse en explicaciones, vos sólo le prestaste el pañuelo para que se secara las lágrimas. ¿Quién no lo haría?

            Él te ha quedado viendo, se acerca. No te dirige la palabra, únicamente una seña con el dedo índice, que vengás con él, luego señala con el mismo dedo hacia su oficina… que entrés con él al cubículo. Le ves la expresión severa de costumbre, uno intuye que está a punto de reventar.

            Siempre rehuís entrar a la oficina del Jefe. Es como si desde su ancho butacón dominara al que se sienta enfrente. Reconocés ese jamaqueo nervioso en la silla, nada bueno te va a decir. Lo mirás de reojo, disimulás entretenerte con las fotografías sobre el escritorio. Así te enterás de que el jefe recién anduvo por las islas del Caribe. A pesar de todo, no temés el despido, tampoco creés que vas a portarte grosero. Al contrario, vas a agradecer la oportunidad que se te dio de trabajar en la empresa. Le desearás suerte y, sin rogarle, saldrás sin tirar la puerta, pasarás por tu puesto, le sonreirás a Luisa, sacarás tu mochila y saldrás con la frente en alto, como si nada, sin ponerte en plan de víctima, sin decirle a tus compañeros que a partir de hoy otro tendrá que apagar las luces.

            ¡Basta de elucubraciones!, ve que sus palabras toman otro giro. No parece estar bromeando. ¡Vos no lo podés creer!, sobre todo por lo de ayer, por lo de hoy. El Jefe, palabras breves pero concisas, te acaba de lanzar la pelota, te propone un ascenso, para que ocupés la vacante del supervisor de planta, el que se fue la semana pasada. Dice que para ese puesto tiene más confianza en vos que en ningún otro.

            ¿Qué vas a hacer Miguel? ¿Qué le vas a contestar? “Hoy puedes irte más temprano, piénsalo, mañana me respondes”, te ha dicho, mientras extendía la mano para dar por terminada la charla.

            Hace mucho tiempo que no salís del trabajo antes de que oscurezca. Sentís la brisa de la tarde en el rostro. La garzas blancas se posan en el viejo cedro frente a la estación del tranvía. En lo que vas por la calle, alguien que te va siguiendo toca tu espalda. Es la recepcionista, que te agradece el gesto y devuelve el pañuelo que habías olvidado. Le decís que no es nada. Dudas en invitarla a un café. Mejor no. Se despiden, ella cruza la calle para esperar el autobús. Vos seguís andando, una marejada te rompe la cabeza. No podés describir muy bien cómo te sentís ahora… te parece estar  flotando en el aire. Un cero más  a la derecha de tu cheque mensual, Mónica hecha  añicos, la tarde pausada y el Jefe viajando en Crucero a las islas del Caribe.

            ¿Qué vas a hacer Miguel? ¿Qué le vas a contestar al Jefe?