Metalenguaje y
otros libros que no has escrito
Por Daniel Tubau
Lector, no debe sorprenderte que yo sepa, sin saber quién eres, que no has escrito . No es difícil adivinarlo, ya que muy pocas personas han escrito ese libro. Una de las personas que sí lo ha hecho es Sineb Sahine y no creo que, casualmente, tú seas Sahine.
Metalenguaje es un
libro que me interesó en cuanto lo vi en La fugitiva, la librería
en la que suelo desayunar y escribir, porque descubrí que en él aparecían
muchos libros de esta biblioteca ideal. En el prólogo la autora dice que pensó
titular su libro Metaficción o incluso Metatextos, pero
que prefirió Metalenguaje porque abarca recursos narrativos
que escapan a los otros títulos. Sin embargo, admite que puede inducir a cierta
confusión con el llamado metalenguaje lógico, que sirve para referirse con
precisión al lenguaje objeto.
Un ejemplo de la diferencia entre
lenguaje objeto y metalenguaje es la diferencia entre dos frases como:
Eva tiene tres hermanos.
Eva tiene tres letras.
En la segunda frase, el
nombre Eva no está siendo usado como en la primera frase, sino que
está siendo mencionado. La distinción entre uso y mención queda
clara si usamos una herramienta de metalenguaje tan sencilla como las comillas
y escribimos:
“Eva” tiene tres letras.
Una vez aclarada la posible
confusión, Sahine se sumerge en el mundo del metalenguaje en la literatura a lo
largo de más de cuatrocientas densas y amenas páginas. El primer capítulo
comienza con la que muchos consideran como la primera novela moderna, Don
Quijote de la Mancha, algo que podemos poner en duda recordando el Genji
monogatari japonés.
Romance de Genji, de
Murasaki Shikibu, extraordinaria obra que puede disputar al Quijote el título
de primera novela moderna, puesto que fue escrita hacia el año 1100.
Tampoco es el Quijote el
primer ejemplo de metaficción, como nos recuerda Sahine, no sólo por
precedentes como los poemas de Cátulo, sino también porque ya en la Divina
Comedia de Dante el propio autor es el protagonista del
viaje al Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Sahine dedica uno de los
más hermosos capítulos a la Divina Comedia y recurre a muy
atinadas citas de los Nueve ensayos dantescos o de
Siete noches, ambos de ese gran lector del Dante que
fue Borges.
Dos autores en el infierno: Dante y Virgilio
Dos autores en el Infierno: Dante
y Virgilio
Una de esas citas deja claro algo
que el narratólogo Gérard Genette parece olvidar cuando
asegura que la intromisión del autor en su propia obra es un artificio más bien
moderno:
“La idea de un texto capaz de
múltiples lecturas es característica de la Edad Media, esa Edad Media tan
calumniada y compleja que nos ha dado la arquitectura gótica, las sagas de
Islandia y la filosofía escolástica en la que todo está discutido.”
Canterbury de Chaucer
Tiene razón Borges, y para darse
cuenta de ello, basta con recordar el Libro del buen amor de Juan
Ruíz Arcipreste de Hita, La celestina de Fernando de
Rojas, el Tratado de amores de Arnalte y Lucenda, donde el
propio Diego de San Pedro es el confidente del
despechado Arnalte; o a Boccaccio, que es sin duda el personaje que
más se repite en sus obras, o los Cuentos de Canterbury de Chaucer.
Un excelente ejemplo de
metalenguaje y construcción en abismo (myse-en-abyme) medieval. En una de las
vidriedras de la catedral de Chartres se puede ver al creador de la vidriedra
entregando la vidriera en la que él mismo aparece. (Tomado de Medieval ‘mise-en-abyme’: the
object depicted within itself, por
Stuart Whatling)
Stuart Whatling)
Un excelente ejemplo de metalenguaje y construcción en abismo (myse-en-abyme) medieval. En una de las vidriedras de la catedral de Chartres se puede ver al creador de la vidriedra entregando la vidriera en la que él mismo aparece. (Tomado de Medieval ‘mise-en-abyme’: the object depicted within itself, por Stuart Whatling) |
La Celestina
La enumeración de recursos de
metaficción en la literatura medieval y en el Renacimiento ocupa varias páginas
de los índices analíticos del libro de Sahine, que son muy útiles, no sólo
porque los libros aparecen ordenados por fechas, sino también por autores y por
títulos.
Me detendré aquí en uno de los
libros en los que el mecanismo de la metaficción resulta más asombroso, El
retrato de la lozana andaluza, de Francisco Delicado, del que se habla
mucho pero que se lee poco, quizá porque la mayoría de la gente piensa que es
sólo una película de Vicente Escrivá de la época del destape.
La lozana andaluza fue
escrita en 1524. Aldonza, la protagonista, es una cordobesa “compatriota
de Séneca, y no menos en su inteligencia y resaber”, que ha llegado a Roma
y se dedica a la prostitución “para ser siempre libre y no sujeta a ninguno”.
Allí conoce a Rampín, un muchacho listo y gran amante que se convierte en
su chulo, y con el que acabará retirándose a Lipari, adoptando el nuevo nombre
de Vellida.
El libro no se divide en
capítulos, sino en mamotretos “porque en semejante obra mejor conviene”,
dice Delicado, seguramente porque en la rica etimología de esa palabra se
encuentra una clave o contraclave que hay que descifrar, otra de las aficiones
heredadas de la Edad Media. Después de seguir las divertidas, ingeniosas y casi
pornográficas andanzas de Aldonza y Rampín, en el mamotreto XVII
leemos:
“Información que interpone el
Autor para que se entienda lo que adelante ha de seguir… AUCTOR: «El que
siembra alguna virtud coge fama; quien dize la verdad cobra odio.» Por eso
notad: estando escribiendo el pasado capítulo, del dolor del pie dexé este
cuaderno sobre la tabla, y entró Rampín y dixo: «¿Qué testamento es éste?»
El testamento es el mismo libro
de La lozana andaluza, en el que aparece Rampín, quien llega a
la casa del autor y empieza a hacerle preguntas acerca del libro del que ambos
son personajes. En otro mamotreto, el autor llegará a conocer a la Lozana,
que le propone tener un hijo suyo.
Ahora bien, no está claro que los
ejemplos deLa lozana andaluza pertenezcan al mismo tipo de
metalenguaje en el que la historia se mete dentro de la historia, como cuando
el guionista Charlie Kauffman escribió el guión de una película
llamada Adaptation (El ladrón de orquídeas), en la que
el guionista Charlie Kaufman tiene que escribir el guión de
una película llamada Adaptation, pero se bloquea y se mete a
sí mismo en la película que…
No está claro que sea el mismo
tipo de metaficción, porque podríamos pensar al leerLa lozana andaluza que
lo que sucede es que Francisco Delicado conoció de verdad a
la Lozana y a Rampín (aunque tuvieran otros nombres) y que
decidió escribir la historia de su vida, historia en la que él es parte de la
misma. Si así fuera, la Lozana andaluza, como dice Louis
Imperiale, sería también innovadora, pues se trataría de la primera novela
española que emplearía el desorden cronológico del texto:
“El autor-narrador salta, de un
polo a otro de la historia, sin previo aviso, exactamente como ocurre en muchas
ficciones recientes (Joyce, Faulkner, Robbe-Grillet, Cortázar…).
La lozana y otros personajes
La lozana y otros personajes
La Lozana y otros personajes
En cualquier caso, la novela
de Delicado esconde otros placeres metatextuales, que se añaden a la
lectura del propio texto, como un pequeño juego de ingenio que he descubierto y
que tiene que ver con la distinción de la que hablé al principio de este
artículo entre uso y mención de las palabras:
“AUCTOR: Quisiera saber escribir
un par de ronquidos, a los cuales despertó él y, queriéndola besar, despertó
ella, y dixo: LOÇANA: ¡Ay, señor! ¿Es de día?”
Tal vez en una próxima ocasión
vuelvan a aparecer entre los apretados estantes de esta biblioteca imposible el
libro de Francisco Delicado y el de Sineb Sahine.
*********
[Publiqué la primera versión de
este artículo por primera vez en 2010 en Divertinajes]
Fuente. Una de
las personas que sí lo ha hecho es Sineb Sahine y no creo que,
casualmente, tú seas Sahine.
Metalenguaje es un
libro que me interesó en cuanto lo vi en La fugitiva, la librería
en la que suelo desayunar y escribir, porque descubrí que en él aparecían
muchos libros de esta biblioteca ideal. En el prólogo la autora dice que pensó
titular su libro Metaficción o incluso Metatextos, pero
que prefirió Metalenguaje porque abarca recursos narrativos
que escapan a los otros títulos. Sin embargo, admite que puede inducir a cierta
confusión con el llamado metalenguaje lógico, que sirve para referirse con
precisión al lenguaje objeto.
Un ejemplo de la diferencia entre
lenguaje objeto y metalenguaje es la diferencia entre dos frases como:
Eva tiene tres hermanos.
Eva tiene tres letras.
En la segunda frase, el
nombre Eva no está siendo usado como en la primera frase, sino que
está siendo mencionado. La distinción entre uso y mención queda
clara si usamos una herramienta de metalenguaje tan sencilla como las comillas
y escribimos:
“Eva” tiene tres letras.
Una vez aclarada la posible
confusión, Sahine se sumerge en el mundo del metalenguaje en la literatura a lo
largo de más de cuatrocientas densas y amenas páginas. El primer capítulo
comienza con la que muchos consideran como la primera novela moderna, Don
Quijote de la Mancha, algo que podemos poner en duda recordando el Genji
monogatari japonés.
Romance de Genji, de
Murasaki Shikibu, extraordinaria obra que puede disputar al Quijote el título
de primera novela moderna, puesto que fue escrita hacia el año 1100.
Tampoco es el Quijote el
primer ejemplo de metaficción, como nos recuerda Sahine, no sólo por
precedentes como los poemas de Cátulo, sino también porque ya en la Divina
Comedia de Dante el propio autor es el protagonista del
viaje al Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Sahine dedica uno de los
más hermosos capítulos a la Divina Comedia y recurre a muy
atinadas citas de los Nueve ensayos dantescos o de
Siete noches, ambos de ese gran lector del Dante que
fue Borges.
Dos autores en el Infierno: Dante
y Virgilio
Una de esas citas deja claro algo
que el narratólogo Gérard Genette parece olvidar cuando
asegura que la intromisión del autor en su propia obra es un artificio más bien
moderno:
“La idea de un texto capaz de
múltiples lecturas es característica de la Edad Media, esa Edad Media tan
calumniada y compleja que nos ha dado la arquitectura gótica, las sagas de
Islandia y la filosofía escolástica en la que todo está discutido.”
Tiene razón Borges, y para darse
cuenta de ello, basta con recordar el Libro del buen amor de Juan
Ruíz Arcipreste de Hita, La celestina de Fernando de
Rojas, el Tratado de amores de Arnalte y Lucenda, donde el
propio Diego de San Pedro es el confidente del
despechado Arnalte; o a Boccaccio, que es sin duda el personaje que
más se repite en sus obras, o los Cuentos de Canterbury de Chaucer.
Un excelente ejemplo de
metalenguaje y construcción en abismo (myse-en-abyme) medieval. En una de las
vidriedras de la catedral de Chartres se puede ver al creador de la vidriedra
entregando la vidriera en la que él mismo aparece. (Tomado de Medieval ‘mise-en-abyme’: the
object depicted within itself, por
Stuart Whatling)
Stuart Whatling)
La Celestina
La enumeración de recursos de
metaficción en la literatura medieval y en el Renacimiento ocupa varias páginas
de los índices analíticos del libro de Sahine, que son muy útiles, no sólo
porque los libros aparecen ordenados por fechas, sino también por autores y por
títulos.
Me detendré aquí en uno de los
libros en los que el mecanismo de la metaficción resulta más asombroso, El
retrato de la lozana andaluza, de Francisco Delicado, del que se habla
mucho pero que se lee poco, quizá porque la mayoría de la gente piensa que es
sólo una película de Vicente Escrivá de la época del destape.
La lozana andaluza fue
escrita en 1524. Aldonza, la protagonista, es una cordobesa “compatriota
de Séneca, y no menos en su inteligencia y resaber”, que ha llegado a Roma
y se dedica a la prostitución “para ser siempre libre y no sujeta a ninguno”.
Allí conoce a Rampín, un muchacho listo y gran amante que se convierte en
su chulo, y con el que acabará retirándose a Lipari, adoptando el nuevo nombre
de Vellida.
El libro no se divide en
capítulos, sino en mamotretos “porque en semejante obra mejor conviene”,
dice Delicado, seguramente porque en la rica etimología de esa palabra se
encuentra una clave o contraclave que hay que descifrar, otra de las aficiones
heredadas de la Edad Media. Después de seguir las divertidas, ingeniosas y casi
pornográficas andanzas de Aldonza y Rampín, en el mamotreto XVII
leemos:
“Información que interpone el
Autor para que se entienda lo que adelante ha de seguir… AUCTOR: «El que
siembra alguna virtud coge fama; quien dize la verdad cobra odio.» Por eso
notad: estando escribiendo el pasado capítulo, del dolor del pie dexé este
cuaderno sobre la tabla, y entró Rampín y dixo: «¿Qué testamento es éste?»
El testamento es el mismo libro
de La lozana andaluza, en el que aparece Rampín, quien llega a
la casa del autor y empieza a hacerle preguntas acerca del libro del que ambos
son personajes. En otro mamotreto, el autor llegará a conocer a la Lozana,
que le propone tener un hijo suyo.
Ahora bien, no está claro que los
ejemplos deLa lozana andaluza pertenezcan al mismo tipo de
metalenguaje en el que la historia se mete dentro de la historia, como cuando
el guionista Charlie Kauffman escribió el guión de una película
llamada Adaptation (El ladrón de orquídeas), en la que
el guionista Charlie Kaufman tiene que escribir el guión de
una película llamada Adaptation, pero se bloquea y se mete a
sí mismo en la película que…
No está claro que sea el mismo
tipo de metaficción, porque podríamos pensar al leerLa lozana andaluza que
lo que sucede es que Francisco Delicado conoció de verdad a
la Lozana y a Rampín (aunque tuvieran otros nombres) y que
decidió escribir la historia de su vida, historia en la que él es parte de la
misma. Si así fuera, la Lozana andaluza, como dice Louis
Imperiale, sería también innovadora, pues se trataría de la primera novela
española que emplearía el desorden cronológico del texto:
“El autor-narrador salta, de un
polo a otro de la historia, sin previo aviso, exactamente como ocurre en muchas
ficciones recientes (Joyce, Faulkner, Robbe-Grillet, Cortázar…).
La Lozana y otros personajes
En cualquier caso, la novela
de Delicado esconde otros placeres metatextuales, que se añaden a la
lectura del propio texto, como un pequeño juego de ingenio que he descubierto y
que tiene que ver con la distinción de la que hablé al principio de este
artículo entre uso y mención de las palabras:
“AUCTOR: Quisiera saber escribir
un par de ronquidos, a los cuales despertó él y, queriéndola besar, despertó
ella, y dixo: LOÇANA: ¡Ay, señor! ¿Es de día?”
Tal vez en una próxima ocasión
vuelvan a aparecer entre los apretados estantes de esta biblioteca imposible el
libro de Francisco Delicado y el de Sineb Sahine.
*********
[Publiqué la primera versión de
este artículo por primera vez en 2010 en Divertinajes]
Fuente:http://wordpress.danieltubau.com/daniel-tubau/
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