¿Tiene límites la
novela? Si todo es novela, ¿nada lo es? ¿Puede una novela no ser imaginativa?
Asistimos desde hace tiempo al auge de la literatura transgénero, que disuelve
los géneros o se los salta, que ataca ciertas convenciones, como el narrador omnisciente
o el modelo clásico -decimonónico- de novela, que tanto placer ha deparado a
los lectores. Y todo en un contexto en que la literatura de lo “real” -pónganse
aquí tantas comillas como se quiera- gana terreno en las mesas de novedades.
Escritores, críticos y editores tercian en un debate apasionante y,
probablemente, sin fin
ALBERTO GORDO |
20/05/2016 | Edición impresa
Al comienzo de una de
sus novelas, Graham Greene advertía: “Esta es una obra de ficción. Ninguna de
las personas que aparecen en ella se asemeja a ninguna persona viva o muerta,
etc., etc. Londres no existe”. David Shields utilizaba en Hambre de realidad
esta cita jocosa para hablar del carácter híbrido de la novela, un género,
venía a decir, que surgió (de Defoe a Flaubert, de Cervantes a Dickens) como
una imperfecta mezcla de documentos realistas, un poco de historia y
autobiografía encubierta. Después, seguía el escritor en resumen apresurado,
Henry James impondría que la novela, como “producto artístico”, debía ser
enteramente imaginativa, a lo que algunos escritores de la posmodernidad (los
más audaces, se entiende: Naipaul, Sebald) habrían respondido con una
“necesaria” vuelta a la novela híbrida, en la que “el material que no es
ficticio se ordena, moldea e imagina como ficción”.
¿Estamos ahora, así
pues, en una especie de nuevo punto de origen de la historia literaria? Hace
tiempo que algunos de los escritores más reconocidos -de aquí y de allá- se
pasaron a la no ficción, y a la primera persona (tantas veces unidas). ¿Por qué
lo hicieron? ¿Es que de pronto pensaron que eran incapaces de “inventarse” una
historia? “Seguramente serían incapaces, claro -responde el crítico Nadal
Suau-. ¡Por eso no tienen que hacerlo! No significa que no entiendan cómo
funciona una novela clásica, qué función cumple, para qué ‘sirve'. Significa,
simplemente, que son otro tipo de escritor. Y siempre que hablemos de buenos
escritores, lo normal es que se dediquen a escribir aquello que pueden y saben
escribir”.
Una trayectoria
paradigmática es la de Javier Cercas (en su último libro, El punto ciego,
explicaba precisamente qué entiende él por novela). En su caso, explica a El
Cultural, se dio cuenta de que la primera persona era “el mejor instrumento”
que tenía a su alcance “para hablar del mundo”. Y añade: “Yo soy
fundamentalmente un novelista y, para mí, la mezcla de géneros es consustancial
a la novela; así inventó el género Cervantes: como un género de géneros, donde
todos los géneros tienen cabida (incluidos los no literarios). Esta es una de
las principales virtudes del género -su capacidad para fagocitarlo todo, su
camaleonismo crónico, su casi infinita versatilidad-; también, una garantía de
su perdurabilidad: contra los que dicen que la novela está muerta (lo dicen
desde que la novela nació), yo creo que está en pañales. El problema es que no
veo que los novelistas aprovechemos esa virtud capital del género, porque lo
que mayoritariamente seguimos escribiendo, me temo, son novelas aferradas al
modelo tradicional, decimonónico. Es decir: no estamos explotando a fondo la
lección de libertad que nos dio Cervantes”.
El exceso de realidad
hace necesarias las ficciones que expliquen lo que nos pasa con elementos
metafóricos" Luis Mateo Díez
Sergio del Molino, otro
de los practicantes de esta nueva (o vieja) ola, obedece, afirma, un mandato de
honestidad. Si él cuenta las historias, y estas historias son “reales”, ¿por
qué no decírselo al lector? En su opinión, hoy se “abusa de la etiqueta de
autoficción” para señalar cualquier texto escrito en primera persona. Cuando lo
cierto es que la novela no tiene ni puede tener otra raíz que la experiencia:
“Lo que hacemos hoy no dista nada de lo que hacía Proust. En esa primera
persona de En busca del tiempo perdido, en ese apego a la realidad, encontramos
a Proust, que al final ha ganado la batalla. Ha vencido. Todo narrador del
siglo XX o XXI que use la primera persona ha de reconocerse en él”.
Autoficción o
coquetería
Dentro del auge de lo
real, ya ha salido (era inevitable) su manifestación más conspicua, la
autoficción, que genera los debates más enconados. ¿Retrato honesto o pose
favorecedora? El escritor Luis Magrinyà lo tiene claro: “El género llamado
‘autoficción' podríamos llamarlo en general ‘autorretrato favorable'. Eso
incluye también contar lo desastroso que uno es y lo dolido que uno está, que
es otra manera de extender la pincelada”. Darío Villanueva, director de la RAE
y catedrático de Literatura Comparada, habla de una especie de impostura
inevitable. “La inflexión se produce con el New Journalism y su non-fiction
novel. Este género ha resultado muy exitoso, y ha dado obras maestras. Pero no
olvidemos que escribir sobre tu realidad significa de suyo cierta forma de
impostación. Ya lo decía Pessoa, el poeta es un fingidor. Vistas las cosas así,
la frontera entre realidad y ficción resulta muy sutil”.
Otros -como Magrinyà-
se van más atrás en busca de orígenes. “Cuando la novela está centrada en el
yo, a lo mejor hay un origen en el Malte Laurids Brigge de Rilke. Cuando la
novela no está centrada del todo en el yo, seguramente -y curiosamente- los
pioneros son los narradores omniscientes del XIX. Esos que, si tenían que poner
en una novela a qué hora llegaba el primer tren de la mañana de París a Ruán
madrugaban, iban a la estación, esperaban y por fin apuntaban la hora. A eso
Capote lo llamó “novela real”: él aseguraba que todo lo que contaba era “real”;
luego se vio que no era cierto, que se inventó muchas cosas, pero a mí siempre
me ha parecido que A sangre fría le salió muy flaubertiana”.
Entonces, ¿qué es lo
que ha cambiado? ¿Es sólo una cuestión de pudor? ¿Falta de imaginación, quizás?
“La idea de que la imaginación es sinónimo de inventar acontecimientos y
personajes es muy reduccionista -señala Nadal Suau-; también es imaginativo
encontrar conexiones insospechadas entre hechos reales, darle forma convincente
a los propios recuerdos de infancia o encontrar, en una genealogía familiar
privada, los elementos que permitan convertir a esa familia en espejo de otras.
Dicho esto, la primera persona o la referencialidad autobiográfica son otra
estrategia estilística, no es quitarse la máscara sino escoger la máscara
adecuada”. Según Cercas, “la ficción pura no existe y, si existiera, no tendría
el menor interés. La ficción pura es un invento de los que no saben lo que es
la ficción. La ficción parte siempre de la realidad, que es su carburante: la
ficción es, en definitiva, una reelaboración de la realidad que pretende dotar
de sentido universal a lo particular”.
Para Patricio Pron, el
apogeo de la autoficción tampoco tiene que ver con la falta de pudor, sino con
“un esfuerzo de ciertos autores por poner en cuestión la forma de producir
realidad en la literatura y fuera de ella”. Esto, añade, en un contexto
mediático (productores de noticias y redes y medios por los que circulan) “en
el que la manipulación y el error resultan inevitables si no se revisan los
modos de pensar lo real”. Pron reconoce, sin embargo, que “hay cientos de
escritores que, lejos de querer poner en cuestión nada, sólo desean contarnos
las cosas que les sucedieron, sean relevantes o, como en la mayor parte de los
casos, perfectamente olvidables”.
Soluciones de
modernidad
Luis Mateo Díez, que en
su último libro, Los desayunos del Café Borenes, atacaba el discurso
relativista de la disolución de géneros, reconoce -aún así- que por los caminos
de la autoficción “se han encontrado soluciones de modernidad”, y que se trata
de “un refugio legítimo para el escritor, que, bajo una aparente cáscara
autobiográfica, reinventa lo que quiere”.
La semana pasada,
Julian Barnes decía en El Cultural que no le importaba cómo llamaran a su libro
sobre Shostakóvich. ¿Novela? ¿Biografía? No importa. “Hay una pelea entre
críticos y novelistas por ver qué es y qué no es una novela -tercia Del
Molino-. Para mí no es importante, está bien que todo sea novela; la novela es
el género más proteico que hay, en el que cabe todo. Definir hoy los límites de
la novela no tiene sentido”. Para el autor de La hora violeta, “lo que está
claro es que se ha destruido el narrador omnisciente y se ha diluido la tercera
persona. Y que esta disolución surge en parte como rechazo a esas teorías
estructuralistas y postestructuralistas que proclamaban la muerte del autor”.
El abandono de la
ficción por los lectores tiene que ver con el prejuicio de que con los
"hechos reales" se pierde menos el tiempo" Nadal Suau
David Shields atribuía
el auge de la novela real a que vivimos tiempos ficticios, a que los realitys,
las memorias o las biografías sacian por completo el deseo de autenticidad de
la gente. Ignacio Echevarría, crítico y editor, suscribe el diagnóstico de
Shields. “No tengo ninguna duda de que la tendencia a la no ficción obedece a
lo que cabe entender, muy vagamente, por “hambre de realidad”. Pero hay que ser
suspicaces respecto a la identificación entre realidad y no ficción, también
respecto a la oposición entre realidad y ficción. No resulta tan fácil distinguir
una de otra. Por otro lado, lo supuestamente testimonial, lo documental, revela
a menudo un mayor margen de manipulación ideológica. Por si fuera poco, la
cuestión aparece viciada por el deslizamiento de categorías intrusas, como las
de verdad y mentira. Toda esa cháchara errónea sobre la ficción entendida como
la verdad de las mentiras y mandangas de esas”.
En opinión de Luis
Mateo Díez el “exceso de realidad es trastornador”, así que hoy son más
importantes que nunca “las ficciones que expliquen lo que nos pasa con
elementos metafóricos”. Es llamativo que la literatura transgénero, la
literatura que disuelve los géneros, reservada en origen -según Walter
Benjamin- a las grandes obras, se haya convertido en un producto más de la
ortodoxia. “Ya es un género academicista -opina Magrinyà-, para aspirantes al
Premio Nobel e imagino que últimamente ya para premios de ayuntamientos”.
“Desde luego que el transgénero es un género más, y que la “moda”
antipreceptiva es como un clasicismo a la inversa”, añade Echevarría. Y Nadal
Suau: “No sé si es un género en sí mismo, pero sí es una opción que cuenta con
su propia tradición, sus reglas y sus ritos. Lo que me parece bien. Al final,
lo importante es discernir si el escritor sabe qué está haciendo, si hay
conciencia estética y talento para llevarla al papel”. Según Patricio Pron, “es
evidente que, como género, es mucho más interesante que la repetición de lo ya
visto y probado”.
¿Es legítimo
entretenerse?
Casi todos los
entrevistados son escépticos en cuanto a que los lectores prefieran hoy la no
ficción. Y lo cierto es que, mientras que el lector literario puede que bascule
hacia eso, el éxito de la fórmula decimonónica del best seller, el género
policiaco e incluso el erótico desmienten que el lector medio busque más que
antes lo basado en hechos reales. “¿Los lectores prefieren la no ficción? -se
pregunta Cercas-. No me parece que sea así, ni en España ni en los países de
nuestro entorno. En cuanto a las novelas convencionales -o sea, malas-, me
parece normalísimo que se lean mucho: desde que la novela es novela -es decir,
desde el siglo XIX- siempre han sido las que más se leen”.
Distintos lectores
buscan distintas experiencias en la lectura, al decir de Jorge Herralde (en
cuyo catálogo de Anagrama está quizá el caso europeo más emblemático de
autoficción contemporánea: Emmanuel Carrère). “La lectura de tantos best
sellers -sostiene el editor- responde a un deseo (legítimo, incluso legal) de
entretenimiento, mientras que entre las novelas de no ficción figuran títulos
de altísima calidad literaria”. Basándose en su experiencia como editora en
Lumen, Silvia Querini está convencida de que ciertos lectores sí que buscan hoy
más realidad en los libros, en “memorias noveladas”, por ejemplo, que sería un
caso de “género híbrido”; libros con “historias personales e universales al
mismo tiempo”.
Novelas después de los
40
“Considero que un
hombre que después de los cuarenta años aún lee novelas es un puro cretino, lo
cual no quiere decir que en el mundo existan ocho o diez novelas magníficas”.
Bajo la superficie de la estrepitosa frase de Josep Pla hay al menos dos ideas
a tener en cuenta: hay lectores que dejan de leer novelas cuando maduran, y hay
lectores que consideran que las buenas novelas ya se han escrito todas, y en
consecuencia se vuelven más intransigentes. “La frase de Pla es simplemente una
‘boutade' -comenta Cercas-, y es casi un insulto a su autor tomársela en serio:
Pla, que durante gran parte de su vida intentó ser novelista, no era tan tonto
como para ignorar que es entretenidísimo y utilísimo leer, a cualquier edad, el
Quijote, o Moby Dick, o El proceso. En definitiva: a mí, de mayor, me gustan
tanto las buenas novelas como me gustaban de niño o de adolescente. Sólo que en
aquella época me gustaban unas y ahora me gustan otras”.
La mezcla de géneros es
propia de la novela. Contra quienes dicen que está muerta, yo creo que está en
pañales" Javier Cercas
Aunque con la edad
sigue intacto su gusto por la ficción, Pron asegura que ciertas convenciones
narrativas le resultan “irritantes”. Como “el narrador omnisciente, aunque esto
se puede deber no a mi edad sino al hecho de que la escasez de los recursos
técnicos que manejan muchos de los escritores contemporáneos hace que esas
convenciones estén por todas partes y arruinando casi todos los libros”.
Ignacio Echevarría y Luis Magrinyà aluden a una idea parecida. “Lo que siento
como lector es una creciente intransigencia, una mayor impaciencia con las
novelas malas o mediocres -dice Echevarría-. Pero eso es algo que tiene que ver
con la expectativa de vida, con el paso del tiempo, no necesariamente con un
descreimiento del género”. Y amplía: “Entiendo la ficción en general, y la
novela en particular, como un modo específico de pensar. Es una función de la
inteligencia, connatural a la especie. Si se prescinde de ella, por las razones
que sea, se pierde el acceso a determinadas formas de complejidad, a
territorios enteros de la emoción, de la imaginación, del mundo, de la
belleza”.
Según Magrinyà, “a
partir de cierta edad, y si se ha leído un poco, no es que cueste leer más un
género que otro sino que ya no está uno en la fase del empirismo. Esto vale
para novelas y para todo. Aun a riesgo de equivocarse y de perderse algo, uno
juzga por indicios y, si los indicios de un libro no le convencen, pues no se
lo lee o lo deja pronto”. Nadal Suau, para quien, “a partir de los catorce
años, leer con ingenuidad es poco recomendable”, sospecha que el abandono de la
ficción podría tener que ver “con un prejuicio utilitario, según el cual un
libro que cuenta “hechos reales” es más instructivo que otro enteramente
imaginado, y por lo tanto se pierde menos el tiempo”.
@albertogordom
Historia, novela
histórica y divulgación
La disolución de los
géneros literarios consultancial a estos tiempos posmodernos ha afectado
especialmente al ámbito de la Historia: si tradicionalmente los historiadores
españoles llegaron incluso a despreciar a los novelistas por la falta de rigor
y la “facilidad” con la que se aventuraban en su campo, hoy son muchos los
historiadores que encuentran en la ficción la mejor manera de iluminar el
pasado y acercarse al lector no especializado. Fernando García de Cortázar,
premio Nacional de Historia 2008, y que acaba de publicar Alguien heló tus
labios (Kailas), confiesa que en su caso ha resultado “un paso natural. Siempre
he creído que si la historia es la reina de la humanidades, debe contarse de
una manera hermosa, amena”. No se trata, insiste, “sólo de ganar lectores, sino
de narrar, a través de personajes reales o no, no sólo la razón de España, sino
también su sentimiento”. Para el historiador y ensayista Julián Casanova, la
novela histórica ha venido a satisfacer también el “hambre de realidad” de unos
lectores que, ávidos de hechos reales, encontraban inaccesibles muchos
mamotretos especializados. “Creo que durante demasiado tiempo los historiadores
trabajaron de forma ajena a la sociedad, y se olvidaron de la elegancia
estilística. Por eso triunfaron los hispanistas británicos, que traían ese afán
divulgador. Mucha gente interesada en la historia sentía que no podía leer
libros de historia. Ahora esto ya no es así, por suerte. Ahora son muchos los
historiadores que suman rigor, elegancia y precisión. Porque la divulgación no
está reñida con el seriedad”.
Fuente:
http://www.elcultural.com/http://www.elcultural.com/