I
Me invoco, como queriendo levantarme de la ruina de estos huesos. ¿Dónde
el barco de la desdicha? Junto a mí, muchos compraron el boleto de su
perdición, avorazados. Corrieron hacia los abismos y se tiraron como palomas en
su vuelo de espuma. He escuchado que su canto se eleva, que las alas les han
crecido, pero todavía no han traspasado el cielo de los sepulcros. Me tomo la
mano y me sigo. Tropiezo con las sombras de los transeúntes. Doy de patadas al
suelo y la tierra escupe mi rostro. Polvo. Si todos regresáramos al polvo la
tierra sería grande; más ancha y más grande. Pero los hombres somos pequeños,
apenas servimos de abono. Me acaricio, porque me duele ser yo mismo. Me
acaricio la voz que se ha quebrado al pronunciar frágiles palabras, palabras
que como pájaros caían heridas de altura y gravedad. Pero también el vuelo de
los hombres ha caído, los he visto arrastrarse sin saber para qué los pasos,
sin saber para qué el camino. Por eso somos tan terrestres, por eso nos
desnudamos para intentar el vuelo, para llorar mientras nos acariciamos el
recuerdo. Para volar, aunque sea a ras del suelo.
II
Iba con el hambre de la mano como quien lleva a un niño, pidiendo a los
hombres una pluma. Cerraron las puertas, las ventanas, las bocas. Cerraron.
Entonces maldije el pan y los peces y el hambre se multiplicó hasta enflaquecer
a los hombres y mujeres habitantes de los cuatro puntos cardinales. –Mañana,
los recordaré con mi memoria de muerto. -Me dije. Iba con el hambre de
la mano, tocando las puertas para que me dieran una pluma. Pero cerraron todo.
Hasta los sepulcros.
III
¡Abel se llamará!. No. No se puede nombrar a un primogénito con el
nombre del primer muerto. Sería como poner en un mismo plato a una serpiente
con un ave. Mejor que se llame Viento. Así conocerá el mundo, llegará hasta
donde lo ancho de sus brazos quiera. Así se llamará. Ni la noche ni el día
serán su tiempo, porque vivirá en el espacio en donde nosotros olvidamos la
memoria. Que juegue a hacer pedazos los caminos, que intente hacer olas con la arena
del desierto, que muerda el costado del mundo y que se desaten las lágrimas de
los muertos. No. No se llamará como los hombres. Y sólo lo nombraremos en los
sueños. Un día se irá, lo sabremos, cuando la asfixia nos acaricie el cuello.
VII
El mar está formado de lágrimas, por eso dicen que algunos mueren
ahogados en su llanto. Los barcos no llegan a puerto porque los hombres esperan
su llegada para asaltarlos. Por eso mejor el naufragio y el espantoso beso de
la ola que llena de sal los huesos de los muertos. Nadie se salva del océano,
los peces son almas de los que murieron y viven ahogados. Parece que naufragar
es nuestro destino, barcos perdidos en el mar profundo de la vida, abandonados
para herrumbrarnos y anclar a fuerza de tiempo en lodoso cementerio de
esperanzas corroídas. Hasta que llegue el día en que se escuche desde el cielo
"El mar está seco. El último hombre se lo ha tragado".
VII
Era pequeño cuando la voz de los hombres parecía alejar el mal augurio
de los astros. El futuro se construye de presente. Las estrellas son adorno
de lo alto. Y caminé sin estrellas que indicaran el oscuro camino. Los
tropiezos me fueron adornando. Cada día la ceguera construía sus paredes en mis
ojos hasta que ya no hubo pasos. ¿Y el grito de los hombres para guiarme sin
estrellas? Se hizo el silencio. Un astro cayó de lo alto apagando las voces,
las risas y los llantos. Corrí de nuevo como escapando de la muerte. Las caídas
ya nunca se alejaron.
XI
Nunca soñé con una casa. Con cuatro paredes que me hablaran del pasado
del que siempre he huido. Nombrar a una pared Alejandra, Bertha a la otra,
nombrar a otra Cindy y que me cuenten verticalmente cada una de mis derrotas.
Por eso preferí mudarme, andar de un cuerpo a otro, de un dolor a otro cual si
fueran las únicas calles. Quitarme la sed con arena por mi naturaleza de
serpiente. Por eso los pasos están perdidos, y no es precisamente para que no
me encuentren, si no para no encontrarme.
XIV
Escribí con fuego sobre la piel de los hombres y no olvidaron sus inviernos,
pero brotaron de sus bocas cenizas que cubrieron las calles. Por eso el
constante picotazo a Prometeo. Por eso el frío empozado en lo más hondo. Los
hombres no nacieron para calentarse con la llama, sino para ser quemados por
ella. Los hombres no volverán al polvo. Ceniza serán. Quemados sin salir de sus
inviernos.
XVII
Nunca entendieron los poetas su verdadero oficio. Construir casas donde
pudieran guardar su tristeza, porque la tristeza es como amante que les besa y
les susurra al oído a las horas que el amor duerme en otro lecho. Prefirieron
los muy insensatos sacar a la poesía de paseo, adornarla con prendas y
maquillarla para llevarla arrogante del brazo por las vacías calles del mundo.
Que no escriban libros esos hombres. Los alimentarían de palabras uniformes y
decentes que vayan alumbrando el camino para que no caigan. A las palabras hay
que dejarlas sostenerse por sí solas. No llevarlas de la mano, ni cocerles la
ropa a cada tropiezo. No podrían enseñar que el mundo es ancho y el mar es una
gigantesca lágrima donde se ahogan los perdidos, porque ellos les mostrarían
los barcos, las sirenas, pero nunca les dirían que Ulises vivió triste por
haberse atado al mástil. Hoy no se puede hacer ya nada. Van por las calles con
la poesía del brazo, pellizcándole para que sonría, para que la gente se anime
a saludarla.
XIV
Compré un puñal para cada día de la semana. Uno a uno los dejaba reposar
en mi pecho, uno a uno me besaba fríamente hasta que nos volvíamos uno solo y
entonces al salir a la calle eran los gritos, las miradas de temor, la falsa
adulación, el amor cruzándose a la otra acera para no chocar conmigo. Y
encerrado en esta patria como en un laberinto, no tenía hilo. Una nueva Ariadna
se entretenía elevando el papelote de sus sueños y la espera se hacía
gigantesca, alimentándose del tiempo que ya no quería tener más tratos conmigo.
Compré un puñal para cada día de la semana y no poder cortarme la carne para
comer, pero sí los huesos, pero sí los huesos, pero sí los huesos.
Ludwing Joel Varela Aguilar, Tegucigalpa Honduras. Nace el 17 de
Noviembre de 1984. Egresó del taller de Poesía “Edilberto Cardona Bulnes”. Es
miembro del grupo literario “Máscara Suelta” y de la U.E.A.H (Unión de
escritores y artistas de Honduras) Sus poemas han sido antologados en “Caballo Verde” 2007, “Honduras, sendero en
resistencia” 2010 Y “Antología de poesía
Honduras-Chile” 2011. Entre su obra narrativa se encuentra “Autobiografía de un hombre sin importancia” 2012 y en
imprenta los “Poemas de la Piedra en el Zapato”.
Su obra ha sido recopilada en periódicos y revistas de su país
y también en revistas de México, Uruguay, Turquía, Guatemala,
Argentina y Marruecos. Ha ganado los premios anuales de la Universidad Nacional
Autónoma de Honduras en las ramas de poesía, cuento, fabula y fotografía.
Actualmente estudia literatura en la Universidad nacional de Honduras y trabaja
en el proyecto “Bocas Sagradas” en conjunto con Distrito M, Trabajo que
recopila 10 video-artes de los poetas vivos más representativos del país.