Plaza de las palabras en su sección Cuento
hondureño, presenta una ficción de
Froylán Turcios, (1874-1943) escritor, poeta y periodista. Autor que introdujo
a principios del siglo XX, el cuento como género literario en Honduras. Escritor fecundo, principalmente modernista, pero con resabios románticos, y a veces hasta
decadentistas y góticos. Su obra
representa uno de los caracteres fundacionales de la literatura hondureña.
Enhorabuena presentamos uno de sus ficciones más emblemáticas, sin soslayar que
escribió numerosos cuentos de notable factura modernista. No obstante, este
cuento La mejor limosna, además de
su brevedad, es su cuento más conocido y de una gran eficacia narrativa.
Asimismo es motivo para la reflexión sobre la condición humana: marginalidad y
exclusión a la luz del postmodernismo de la sociedad actual. El post esta
dividido en dos partes. Primera parte,
El despojo como representación del mundo
en un cuento de Froylán Turcios por plaza de las palabras. La Segunda parte, el cuento La mejor limosna por Froilán Turcios.
Resumen:
Se hace un análisis del conocido cuento de la literatura hondureña, La mejor limosna del escritor modernista Froilán Turcios. El cuento, muy
breve, y cuyos personajes son un leproso y un asesino. En el ensayo se analiza
la conducta tanto del leproso como del asesino, y se establecen algunos criterios básicos; que
no agotan todas las posibles interpretaciones. Y las que se establecen tampoco son
concluyentes; pero si dan cuenta de un
horizonte mental amplio. A fin de
enriquecer las interpretaciones y el análisis literario. El ensayo arranca de un punto central, el dualismo de los
personajes como representación del mundo, y se complementa con el análisis de la persona humana como
despojo. Y su consecuente correlato de exclusión y marginalidad. El análisis instrumental del
despojo es fruto de las interpretaciones de la obra de Walter Benjamin, pero también se auxilia en la literatura
comparada, al incorporar breves análisis de obras específicas de Frank Kafka,
Jack London, Horacio Quiroga, y Graham Greene.
Abstract: An analysis is made of the well-known tale
of Honduran literature, The best alms of the modernist writer Froilán Turcios.
The story, very brief, and whose characters are a leper and a murderer. In the
essay the behavior of both the leper and the murderer is analyzed, and some
basic criteria are established; that do not exhaust all possible
interpretations. And those that are established are not conclusive either; but
if they realize a broader mental horizon, in order to enrich interpretations
and literary analysis. The essay starts from a central point, the dualism of
the characters as representation of the world, and is complemented by the
analysis of the human person as dispossession. And we watched its consequent correlate of exclusion and
marginality. The instrumental analysis of the dispossession is the result of
interpretations of the work of Walter Benjamin, but also helps in comparative
literature, by incorporating brief analyzes of specific works by Frank Kafka,
Jack London, Horacio Quiroga, and Graham Greene.
Mario A.Membreño Cedillo
PRIMERA
PARTE
El despojo como representación del mundo en un cuento
de Froylán Turcios (Ensayo).
The dispossession as a
representation of the world in a story by Froylán Turcios (Essay)
«Al amanecer, un pepenador, malhumorado
y ligeramente ebrio,
que recoge con la punta de su bastón
los desechos del discurso
y los harapos del lenguaje
para cargarlos de mal humor sobre su carreta...».
W.Benjamin
Por Plaza de las palabras
I
El mimetismo realista
LA
MEJOR LIMOSNA, un cuento escrito con enorme precisión y una absoluta economía de las palabras. No llegan a las tres centenas de palabras.
(272 palabras). Y aun así no faltan ni sobran palabras. El mimetismo de los
personajes solo los lleva a exclamar, al leproso:
« ¡Una limosna!- gritó -¡Tengo hambre! ¡Me muero de
hambre!»
El
leproso lo vuelve a repetir:
«¡Tengo hambre! ¡Me muero de hambre!»
Mientras
que el manco Mena le contesta:
«Esta es la mejor limosna que puedo darte.»
Suficiente,
es más un diálogo de miradas y sorpresas. No se da una introspección de los motivos. No sabemos
nada más, ni los personajes explican
nada más. No obstante, los asedia un tercer personaje: la sociedad o la
comunidad, y la siempre manifiesta y bullente
naturaleza.
Turcios
es acertado en sus descripciones de
ambos personajes, y en armar con maestría la atmosfera que va rodeando el
rechazo que recibe el leproso por la comunidad.
«Rechazado a latigazos de las aldeas y viviendas»
Y
«perseguido brutalmente como perro hidrófobo por jaurías de crueles muchachos».
Porque
los hombres le tienen miedo a la muerte, pero también a la pobreza y al
compromiso arriesgado, y el leproso los puede contaminar. Pero también
porque para la sociedad el leproso es un estorbo, y es visto así como si
fuese una paciente terminal de sida o el indigente pepenador de basura
contemporáneo.
Un
asesino, el manco Mena con más de veinte crímenes en su mochila, quien acaba de salir de prisión, y que al ver
el cuadro humano dantesco y repulsivo de un leproso que a medianoche toca a su puerta y pide una
limosna; siente piedad por él, y por
piedad le mata. El leproso puede interpretarse como un precursor de los
rechazados, marginados y pobres; en una
sociedad que no tiene solidaridad. En que el ser humano es convertido en un
despojo que ni siquiera es reciclable porque no tiene valor económico. Y en su
situación extrema se ve compelido a buscar en su alimento diario en los
basureros o a pedir una limosna. En una primera aproximación, el manco Mena
ante el leproso, entiende o intuye eso, y sin dar ninguna explicación o razonar
su acto se convierte en un justiciero benévolo;
que no por eso le exime de su
maldad y de sus crímenes.
II
El dualismo de la representación
No
obstante, ante lo ya dicho, de los dos personajes emergen otras posibilidades
de interpretación. Porque ambos personajes representan varias connotaciones y
encarnan varias figuras. Siguiendo el
método del dualismo, en su sentido más general y no en su significación
filosófica, (como oponente del monismo). Sencillamente, un dualismo en que algo se
divide en dos partes y queda expuesto o separado del todo: una especie de los
opuestos, a la manera de los románticos o de los pitagóricos. Esta partición se
presenta primero en la dualidad entre conocimiento
e ignorancia. El leproso representa la ignorancia, ya sea porque recurre a
un instinto básico, el de quien tiene hambre. La cual más adelante analizaremos
con más detalle. Pero aquí el leproso se no presenta desprovisto de todo saber o gnosis, más que la de sobrevivir. En cambio, el
asesino curtido representa el conocimiento. Es un tipo que lee: «el temible
criminal leía en su cuarto, a la luz de la lámpara, un viejo libro de trágicas
aventuras.» No importa lo que lee, el
caso es que sabe leer y lee. Curioso
criminal, pero también nos lleva a reflexionar que no importa que un tipo sepa
leer o ser una gran lector. Porque no siempre el conocimiento como tal, cambia
la conducta o le hace mejor hombre. El conocimiento no salva, si internamente
no existe en la persona una disposición
mental para el bien común. Los nazis cuando ejecutaba a sus prisioneros en los
campos de concentración, al mismo tiempo, escuchaban música de Schubert, Brahms
Liszt, y sobretodo Wagner. Uno pensaría
que eran más cultos y refinados, pero eso no es así. Es sabido que Hitler leía
en su juventud a Schopenhauer. (Lo cuenta Georges Steiner).
Además
se da otro dualismo, entre el leproso y el asesino. La del pobre y el rico. Por
supuesto el leproso es el pobre, y el manco Mena es el rico, quien tiene casa, lee y además,
acaba de salir de la cárcel y ya tiene pistola. (Suponemos que la compró y que
no había control de armas). En fin tenemos frente a frente a un desposeído y desheredado en el leproso; y a un hombre, el manco Mena con bienes
materiales y que exhibe cierta mínima calidad de vida. Pero todavía falta señalar una pobreza y una riqueza más:
El manco Mena tiene, por lo menos un apellido, el leproso; es tal su pobreza que ni siquiera tiene un apellido ni un
apodo y menos un nombre. O todos le
mezquinan su nombre. Existe una última representación en juego, la del Estado y los desamparados. El leproso
representa a los desamparados, el Manco Mena al Estado. El manco Mena tiene las
armas y tiene el poder, de hecho hasta decide matar .y lo hace creyendo que es
una acción correcta.
Así
comienzan y actúan los estados autoritarios o totalitarios. Típico de la mente
totalitaria es la negación de la realidad, y la fabricación de una segunda
realidad, manía que los lleva a plantear a o ejecutar soluciones que
generalmente están lejos de la convivencia social y la dignidad humana. Y que
siempre terminan en la glorificación de la muerte y la simplificación de la
vida por el acto de matar. A la falta de una adecuada comprensión de la
estructura de la realidad, que incluya la condición humana, la moral, la ética
y hasta la compasión. (Esa cualidad que Nietzsche creía que era una debilidad
humana). En donde están ausentes éstas cualidades, la acción de la coordinación
racional de significados y fines, es
difícilmente posible. Pero sobretodo, el leproso de Turcios suministra una representación simbólica a la
luz de la de la vida moderna. Y es que la figura del leproso simboliza, dos
corrientes muy pronunciadas en los tiempos actuales: la exclusión y la
marginalidad.
III
El despojo en Walter Benjamin (1)
Estamos
en el sentido de Walter Benjamin ante dos seres, que representan el despojo de
la sociedad: un leproso y un asesino. Ambos rechazados y trasgresores de la
norma social y de la norma legal. El primero por un extremo injustificado de
convertirse además de leproso en mendigo, un moderno pepenador de basura que
nos recuerda al trapero que describía Baudelaire. O aquel pepenador que se
imaginaba Benjamin. El leproso es un
transgresor de las normas sociales. Mientras que el Manco Mena un transgresor
de la ley. Pero si bien estamos ante dos
hechos parecidos también son disimiles. El uno, el leproso carga a cuestas su
pobreza material; y el otro, el Manco
Mena exhibe su pobreza espiritual. Y al
mismo tiempo ambos se reconocen, porque ambos son la imagen de un mismo espejo.
El manco Mena, un despojo de la sociedad es también un leproso del alma. Y
quizá más nefasto que el verdadero leproso que voluntariamente no le causa daño a nadie. Su crimen no es que
sea leproso, sino que pide porque tiene hambre. Y al manco Mena le sale más barato y práctico pegarle
un tiro que entender aquel engendro y asistirlo. Aquí estamos ante una piedad
relativa, es el mismo caso de la eutanasia en los enfermos terminales. El
cuento de Turcios aunque no es una alegoría
ni encierra una verdad moral. Retrata una condición humana cruda y sin
ambages, sin ningún tipo de mediación y llevada al extremo. Se produce una
polarización de los personajes, no aparecen — por lo menos en la acción—
términos medios. Y ésta encrucijada le
hace preguntarse al lector moderno ante semejante disyuntiva ¿Cómo actuaria, si
yo fuese el manco Mena?
IV
El despojo en Kafka
Del
Manco Mena sabemos que es vil y seguramente un ser sanguinario y frio; del leproso, lo único cierto que sabemos es
que está enfermo y tiene hambre. Y de
esa palabra quisiéramos pasar a otra representación. Y es la del artista. Le recordamos al lector el
cuento: El artista del hambre de
Kafka. Una alegoría sobre la condición
mísera de una artista que por su propia voluntad vive en una jaula sin
comer y que rechaza todo tipo de comida
o asistencia. Ambos el leproso y el artista del hambre están desconectados del
mundo, el artista en una jaula y el leproso es prisionero de su enfermedad. El
leproso tiene hambre, y el artista del hambre rechaza la comida. El leproso
ostenta públicamente su miseria y el artista del hambre trabaja en un circo
donde exhibe su acto de pasar hambre como una novedad ante el público. El
leproso es el artista, que intenta
acercarse a la sociedad, pero la sociedad siempre le vera con desconfianza.
Para la sociedad el artista siempre es un outsider,
alguien marginal que no está y nunca
estará en el centro gravitacional de la sociedad. El artista busca llegar con
su verdad, con su arte, y se consume por presentar un mundo más estético y más
justo. Pero casi siempre será rechazado o incomprendido. Y volvemos a los
despojos de la sociedad, también Kafka busco articular su discurso desde los
despojos. El artista del hambre es un despojo que no tiene utilidad ni
plusvalía.
En
el cuento de Kafka, asoma la silueta felina de un pantera, que al final atrae la mirada del público; y cuando los espectadores dejaron de
interesarse en el artista del hambre, y
ahora depositan todo su interés en la vigorosa y estética pantera. El artista
del hambre es el despojo, y la pantera es la realidad del mundo: la vida misma
con sus encantos y su sensualidad. A la
sociedad moderna no le interesan los artistas ni los hambrientos, mucho menos
los leprosos. A la sociedad solo le interesan
las panteras. En esa lógica, el manco Mena posiblemente tenga más simpatías en
la masa media de la actualidad que el anónimo leproso. Pero entre el artista
del hambre y la pantera se esconde otra representación en juego. La pantera
simboliza la bestialidad animal que existe en el hombre, el artista del hambre
representa la búsqueda del espíritu. Se produce un dualismo entre espíritu
y materia. En la trasposición de ese dualismo, el leproso y el
manco Mena, podría ser también una representación entre la bestialidad del manco Mena: la materia. Y la del leproso que
representa: el espíritu .Un espíritu ávido de alimento: un espíritu que vaga hambriento porque no
encuentra su alimento espiritual en la sociedad y los estilos de vida de la
modernidad. El sueño del místico cargando un cuerpo (materia) inútil. En el
relato alegórico de Kafka, el artista del hambre confiesa al final, que no
comía porque nada de lo que le servían le gustaba, pero de haber encontrado una
comida a su gusto hubiera comido hasta saciarse. Al fin los dos mueren en el
completo abandono, el leproso asesinado y sin saciar su hambre. Y el artista
del hambre, muere literalmente de hambre en el completo abandono, y sin que nadie en el circo se percatara de
su muerte hasta que lo hallan en su jaula cubierto de paja.
V
El loco como despojo
Pero
en el leproso aparece un tercer aspecto en vuelo, y es que el leproso también
representa otro despojo de la sociedad: el loco. Y que más despojo que un loco, sin
entrar en un lenguaje de alienista, solo basta decir; que es obvio, que el leproso además de ser
leprosos exhibe una conducta alienada, la de un enajenado, con cierta
perturbación mental. Alguien que entre
alucinaciones y rechazo ha construido su propia realidad. Y que ha abandonado
la sensatez y perdido la identidad.
Quizá no en todo el termino científico de la palabra. Pero si se
evidencia en el leproso de Turcios, alguien que ha perdido toda referencia ya
no solo social, sino también en parte mental. No sabemos si
permanentemente o transitoriamente. Como enajenado mental (carácter
permanente), o como trastorno mental. (carácter
transitorio). Pero más que lo clínico
nos interesa lo simbólico de la locura.
El loco en la sociedad moderna si bien es una desadaptado, o sencillamente
alguien que no es cuerdo, o que vive o se ha
fabricado otra realidad. O en un
sentido muy general; es alguien que sencillamente no está de acuerdo con los
demás, es un soñador. Por eso también se
erige como el abanderado del que no piensa igual a los demás; una especie de
alucinado o lunático o anacoreta. Puede ser el filósofo o el místico o el
hombre solitario. El que va a contra corriente, el que para rechazarlo es
suficiente decirle que está loco. El loco representa un estereotipo que en el
modernismo fue coto de caza. Muchos escritores modernistas de principios
de siglo usaron ese modelo. Entonces tenemos tres despojos: el pepenador de
basura, (que nos presenta Benjamin y que es una reminiscencia del trapero de Baudelaire), el artista (que nos
presenta Kafka) y el loco del modernismo (que representa una huida de la
realidad actual.) Pero será difícil compaginar el diagnóstico clínico con la
narración del leproso de Turcios. Señala
Christian Sperling, al referir el tema del loco en la construcción narrativa en
los cuentos del modernismo mexicano: «constantes y divergencias entre
verosimilitud narrativa y científica.» Porque así como se insinúa como
enajenado mental también se aleja, y es
difícil seguir al personaje narrado como el personaje clínico de un loco.
VI
Los leprosos de
Jack London
En
un cuento de Jack London (1876-1916): Koulou,
el leproso, (1908). Escritor norteamericano naturalista, muy conocido por
sus novelas Colmillo Blanco y El llamado de la selva. Y un consumado cuentista
que escribió algunos cuentos de notable factura siempre ambientados en el
paisaje naturalista. El cuento de London aunque escrito en otro contexto y con
otra temática, nos sirve para ilustrar un par de aspectos más del cuento de
Turcios. En el cuento de London se presenta una comunidad de leprosos, que
viven marginados y acosados por la autoridad. En el cuento de Turcios el
leproso es único, solitario, y no representa una comunidad, ni a nadie.
En el llano sentido de la palabra es un lobo estepario: un lobo
hambriento en busca de comida. Y además,
en el cuento tampoco asoma ninguna autoridad a la vista. En London, la
autoridad persigue a los leprosos porque quiere meterlos a la cárcel. Los
leprosos de London exclaman:
«—Nos
privan de la libertad porque estamos enfermos. Hemos acatado la ley. No hemos
hecho nada malo. Y, sin embargo, nos encierran en una prisión. Molokai es una
cárcel.»
En
el cuento de Turcios no aparece ninguna autoridad que intervenga o intente
atrapar a los leprosos para recluirlo en un sanatorio o un hospital. Esta
ausencia de la autoridad o institucionalidad; no es un omisión grave, sino que
enuncia y anuncia que el cuento de Turcios está descontextualizado de cualquier
referencia institucional o ajena a los dos personajes principales. En todo
caso, la sociedad o comunidad que ahuyenta y persigue al leproso sustituye la
ausencia de autoridad. Pero esa autoridad comunal solo es para repelerlo no
para recluirlo en algún lugar o mejorar su precario estado. La sociedad solo
desea que el leproso no se les acerque. En el cuento de London, la autoridad
los persigue y los quiere en la cárcel porque la autoridad quiere hacer valer
un sentido mínimo del orden establecido. Además
los leprosos de London creen que se les han quitado sus tierras y se le
prohíbe trabajar, por lo que deciden defenderse y pelear. Mientras que el
leproso solitario de Turcios está solo contra el mundo, no busca pelear ni
quiere nada que no sea un bocado de
comida.
VII
La descontextualización como recurso literario
Esa
descontextualización del leproso de Turcios, fuera del ámbito de la autoridad,
y aun totalmente desprovisto de amigos o distante de su familia; (quizá la
propia familia lo ha echado de casa), acompaña como una sombra a su mimetismo
verbal sin referencia de ningún tipo.
Esta ausencia contextual y afectiva, como ya dijimos no representa una
falla en el cuento de Turcios; por lo contarios esa ausencia de referentes
sociales, familiares, e institucionales le dan vigor a la narración; y es lo que, realmente potencia el cuento de Turcios: que se traduce
en una mayor eficacia narrativa, y que causa una más honda impresión en el lector. En el cuento de
London está representada una lucha de
los leprosos contra la institucionalidad que los margina, que puede ser el
Estado, pero también el colonialismo o cualquier tipo de imperialismo; tan en boga en ese tiempo y en cualquier
tiempo. Y se produce por parte de los leprosos un rechazo a ese orden
establecido. En el cuento de Turcios, el leproso acepta su condición de
tal. En definitiva en el cuento de
London, los leprosos personifican una lucha comunitaria y existe una esperanza, en el cuento de
Turcios es una lucha individual y sin esperanza. La lucha de los leprosos de London es social,
la del leproso de Turcios es biológica: tiene hambre.
VIII
El naturalismo de Quiroga
Un
escritor sudamericano, contemporáneo de Turcios, y que embona en parte con la
cuentistica de Turcios, es el escritor uruguayo Horacio Quiroga (1879-1937),
con quien comparte Turcios: su
modernismo iniciático, que ambos escribieron novelas; y que
los dos, finalmente, se decantaron por
el cuento. Al final Quiroga termino siendo más un escritor naturalista o
realista. Mientras que Turcios se fue configurando como un notable escritor
modernista. Pero ambos son dos cuentistas consumados. Quiroga, entre otros,
estuvo Influenciado por Poe, al igual que lo estuvo Turcios. Pero Quiroga
también tuvo las influencias de los ambientes de horror fabricados por
G.Maupasant, y de las cautivantes atmosferas selváticas del Libro de la selva de R.Kipling. Para
Quiroga la fórmula era sencilla: naturaleza más
horror. Para Turcios, aunque su
cuento La mejor limosna no es de un
horror absoluto, si lo es violento y de
locura. Ambos escritores tiene algo más
en común, Quiroga escribe Cuentos de amor de locura y de muerte.
(1917). Turcios escribe su obra: Cuentos
del amor y de la muerte (1930).
Por
supuesto son bastantes y anchas las
diferencias entre la cuentistica de Turcios y Quiroga. No obstante, su cuento La mejor Limosna, aun con su brevedad,
—ya que las narraciones de Quiroga son más extensas—, embona perfectamente en
ese mundo poblado de seres raros, violentos y contaminados por una naturaleza
inhóspita y primitiva. El cuento de
Turcios, sin desentonar un ápice con los cuentos de Quiroga, podría ser
perfectamente una ramita vigorosa en el árbol naturalista y realista dibujado
por Quiroga. Por otra parte, los cuentos
de Quiroga están ambientados en la selva de Misiones, lugar agreste y que
exhala la ruralidad: terreno idóneo para la lucha por la sobrevivencia. El
cuento de Turcios se produce en una atmosfera rural, y de dura expresión naturalista, por ejemplo en la misma noche que el leproso
le va a tocar la puerta al manco Mena:
«…la
comarca, azotada de pronto por furiosos temporales. Llovía sin cesar a
torrentes; frenéticos huracanes barrían los platanares y las olas atlánticas reventaban
sobre la playa con frenéticos estruendos»
«En
una de aquellas pavorosas noches…»
Escenas
en que se funden el manco Mena, el
leproso y la violenta naturaleza. Descripción naturalista que también es de
vital supervivencia. Muchos de los
cuentos de Quiroga descansan, al igual que La
Mejor limosna, en la observación de
la condición humana en escenarios o
situaciones extremas. Finalmente, entre esas coincidencias, el cuento de
Turcios, alcanza unidad emocional, tal y como la mayoría de
los cuentos de Quiroga.
Por
otra parte, la mayoría de los cuentos de Quiroga se desarrollan en la atmosfera
de la naturaleza, mientras que la mayoría de los cuentos de Turcios son cuentos
de salón y más urbanos. Quiroga, aunque
etiquetado en un sentido muy general de ser decadentista. Quizá por el horror y
pesimismo de su obra y de su vida salpicada de sobresaltos. Pero que hasta
cierto punto se libro de los estereotipos del
decadentismo y del goticismo. Y creó su propio escenario de horror
naturalista por la atmosfera y realista por su impronta. En cambio en los
cuentos de Turcios, se hallan escenas y personajes que esparcen decadentismo, sea que esa visión
este impregnada de
olor a creolina de lo aristocrático mezclada con lo extraño o lo exótico; y que se acerca peligrosamente a los
extremos. Y a lo enfermizo que gravita en su centro, probablemente al retomar
bajo su batuta elementos orquestales de lo más excesivo y oscuro del
romanticismo; y que encuentra su
expresión finisecular en el
decadentismo: (incesto, necrofilia, personajes perturbados mentalmente, amores
prohibidos) y de su parentesco filial al
goticismo, como siempre plagado de
(atmosferas sombrías, vampiros, fantasmas, castillos o casas señoriales,
gusto por lo sobrenatural). Pero
además, entre ambos escritores,
sobresale otra diferencia notable: Quiroga elaboro una estética del cuento con
su muy conocido y leído Decálogo del cuentista. Mientras que Turcios, aunque en su obra flota
una vigorosa estética dispersa, la cual nunca
llego a sistematizar plenamente. (2)
IX
El leproso como estigma histórico
Comenzaremos
con la palabra lepra cuya etimología viene de negas,
y cuyo significado es «llaga, golpe». La
lepra es tan pretérita como el hombre. Y abundan los escritos y textos
antiguos, y las civilizaciones y las culturas que hacían especial mención de
ella. Aunque posiblemente con diferentes características clínicas. Sea en los
vedas, la cultura china, en los tiempos de los faraones egipcios. Y también,
por supuesto en la biblia. En cuyos textos son numerosas las citas del antiguo y nuevo testamento
sobre la lepra y de como proceder con
los leprosos. En general en ese tiempo la lepra representaba una impureza
contagiosa, que obligaba que el leproso
fuese desterrado de la comunidad hasta su sanación y purificación ritual. La
lepra era figurada como una plaga, igual a las plagas que asolaron a los egipcios. En general,
se mantienen dos nociones. La primera es que era un castigo divino,
era señal de pecado. La segunda el
modo como la sociedad asimilaba y reaccionaba ante esa situación, lo que dio
lugar al estigma.
A
los leprosos para identificarlos, —y dado su riesgoso contagio— desde tiempos
antiguos se les obligaba a llevar
distintivos, los cuales varían según la locación y el trascurso del tiempo,
pero todos tienen en común avisar de su presencia, advertir de su peligro. Sea en su indumentaria, una capucha de color
café o gris, zapatos de piel, una campanita para avisar a la gente de su
proximidad. El leproso, solo y desamparado, debía caminar hacia el campo
abierto y asentar su morada en las cuevas o sitios retirados de los centros
poblacionales. Posteriormente en la edad
media se tenía a la lepra como una señal
de la iniquidad o del demonio, y los
leprosos estuvieron obligados a llevar pequeñas tablillas en las manos, o a
veces campanillas para que la gente no se les acercara. Y a los leprosos se les
recluía en los leprosorios. En tiempos de los nazis, los leprosos eran los
judíos, los gitanos, los discapacitados, y todos aquellos aquejados de
enfermedades terminales. El leprosorio era el gueto y luego los campos de
exterminio. E igualmente los judíos en
la Alemania nazi eran obligados a llevar un brazalete con la estrella amarilla
de David que los identificaba como judíos. El leproso de Turcios no lleva
ningún distintivo que lo identifique como tal, solo su hambre y sus pies
putrefactos. No obstante, este estigma que persigue a los leprosos, y que en
parte se ha convertido en horror; obedece más a una construcción mental de
rechazo hacia la enfermedad y los que la portan. En una memorable escena de la
película Papillón (Franklin Schaffner, 1973), basada en la autobiografía de Henri Charrière. El
personaje principal, Steve McQueen quien interpreta a Papillon al escaparse de
una prisión en la Guayana Francesa, va a dar a una isla, y se encuentra con un
grupo de leprosos. Uno de ellos, a quien le faltan dedos en las manos, y tiene
pronunciados bultos en el rostro, fuma un puro que le ofrece McQueen, éste acepta y le da una chupada al
puro. El leproso le interroga:
—¿Cómo sabía que mi lepra no es contagiosa?
—No lo sabía.
Le
contesta Steve McQueen, quien si sabía que el hombre tenía llagas que ya
estaban cicatrizadas, por lo que la
lepra ya no era contagiosa. En general la lepra ha sido considerada una
enfermedad de la pobreza, hacinamiento, escasas condiciones de salubridad e
higiene, predisposición genética a contraerla. Y en la actualidad, la lepra no
es una enfermedad tan temible. Y no es tan contagiosa como se supone, además tiene tratamiento y se puede curar. A
diferencia de muchas enfermedades como el sida y ciertos casos de cáncer que
son incurables.
X
La sobrevivencia por la auto denigración
Al
volver a la teoría del despojo de Benjamin. Y recapitular sobre el artista del
hambre, que vive enjaulado como un animal, al que todos terminan rechazando.
Porque simboliza el espectáculo del asco y del hambre. El leproso de Turcios,
vil despojo humano. Es también rechazado por la sociedad y por el lector, que
al final siente más simpatía por el manco Mena, quien ha librado a los pobladores de la repugnancia
y la ignominia. Aparece otro carácter, en el artista del hambre y que toca
profundamente al leproso, la auto
denigración. Ambos, el artista del hambre y el leproso, se auto denigran. Y
es que todo acto de pedir limosna, carga implícito una auto denigración pasiva
o activa.
Cuando
al artista del hambre se le conmina a recibir comida u abandonar su azaroso
trabajo no lo hace. En el leproso de Turcios, ésta auto denigración es más
sutil, y tiene a su vez una alta cuota de irresponsabilidad social. En tanto el
leproso a sabiendas que su enfermedad es contagiosa, anda y expone al prójimo al contagio. Su irresponsabilidad
es criminal. En eso se parece a los
sidóticos, que conscientes de su
enfermedad seguían manteniendo relaciones sexuales, sin protección y si
decírselo a su pareja. Pero también se
le puede imputar que por ahí convive un
cierto acomodo de auto denigración. No sabemos nunca cómo el leproso llego
hasta esa execrable situación terminal. Ambos personajes, el de Kafka y el de
Turcios, son personajes que han perdido
toda autoestima y toda capacidad de reacción. Se podría pensar, dado el caso
extremo y condición de leproso, que ese empequeñecimiento del leproso; ya sea
por circunstancias o decisión voluntaria, le sirve para evitar enfrentar un
mundo en el cual no cree encontrar su lugar y al cual ya no pertenece. Sea cual
fuera la razón. Como los personajes de Kafka, despojos y animales, o el despojo
en Walter Benjamin, recogidos de los pedazos del lenguaje o de la historia, que siempre se presentan en ruinas. El leproso de Turcios es
un muerto viviente, que ya no es capaz
de salvarse por si mismo, sino que le salva una bala. Uno se pregunta ¿porqué,
tanto el artista del hambre como el
leproso, se someten a ese tipo de vida?
La del artista del hambre, resulta mas cómoda de responder porque el artista esta haciendo su
trabajo, es un artista cuya vocación y pasión es más fuerte que la vida. En el leproso, en su propia representación
de un leproso, es más complejo responder. ¿Por qué tales vidas no termina en un
suicidio? Tal y como muchas veces un artista se suicida porque no soporta la
realidad. O como también, eventualmente, lo hace un enfermo terminal para
terminar con su sufrimiento. Lo único que parece es que ambos aman la vida más
que la muerte. O que ambos le temen más a la muerte que al vida. O que estoicamente,
ambos aceptan su vocación en el caso del artista del hambre y su destino en el
caso del leproso.
XI
El cosmos como despojo
Pero
antes de proseguir, es necesario destacar algunos puntos contextuales de
carácter histórico de ésta estigmatizada
enfermedad. En definitiva, en los tiempos modernos, el leproso representa todo
lo que es peligroso para la sociedad: los marginados, los migrantes o
extranjeros, las minorías étnicas, los hambrientos, los discapacitados, los
enfermos con problemas mentales o terminales y hasta los que no piensan igual
en términos de un pensamiento amoldado por la costumbre, y las normas
generalmente aceptadas. Finalmente,
sobre la teoría del despojo de Benjamín, fácilmente puede ser elevada al rango del cosmos:
despojo animal, especies en peligro de extinción o animales marinos o
acuáticos que compiten por el alimento
entre la suciedad contaminada de las fuentes de agua fluvial y océanos. Aire
contaminado, glaciales derritiéndose, desertificación y erosión de la tierra,
escasez de agua y destrucción de sus fuentes.
Perdida de grandes extensiones de bosques y selvas. Los cada vez más frecuentes
terremotos, maremotos, e inundaciones, y cambios drásticos en el clima. Las
señales y cambios en el clima anuncian que el planeta se encamina,
apresuradamente, a ser en un futuro;
quizá no tan lejano, un despojo cósmico.
XII
La prohibición de la pregunta
Entonces
se trata de pensar quién es mejor para la sociedad, ¿el leproso o el Manco
Mena? Pero esa comparación quizá sea inútil. Mejor seria pensar en la sociedad
postmoderna actual ¿Y quién representa mejor al leproso y quién representa mejor al manco Mena? Y si queremos
llegar más profundo, ¿cómo y por qué, la sociedad produce ese tipo de despojos?
El obispo brasileño Hélder Cámara, (1909-1999) en una ocasión señalo que cuando
daba comida a los pobres la gente le decía que él era un santo; pero cuando preguntaba por qué hay pobres, la
misma gente le decía que era un comunista. El obispo Cámara, una vez acuño una
sentencia para encontrar una praxis de vida. Y ese pensamiento virtuoso, aunque
no total ni perfecto, distendía esa
polarización y acercaba posiciones extremas. Pero que saltan a otro contexto,
menos determinista y mas solidario, que
en el cuento de Turcios.
Finalmente, nos preguntamos si la mejor limosna que el
manco Mena le da al leproso, es la
correcta. No obstante, aceptar que una bala es la mejor limosna que podía
recibir el leproso, seria igualmente, legitimar
la muerte por eutanasia, la muerte de los discapacitados, la muerte de
los pacientes con enfermedades incurables. Y al contrario de lo que se piensa
nunca sabemos como empiezan las cosas;
pero si sabemos, en la mayoría de las veces, como acaban. Los nazis, a
su manera entendieron el problema, y sin andarse por las ramas, eliminaron toda
sombra de duda sobre el prototipo del hombre ario; incluso ejecutaron alemanes que padecían lesiones
o taras mentales. Los nazis y cualquier totalitarismo les dieron su mejor limosna a todos clase de despojos
humanos.
Los
déspotas o aprendices de tiranos también piensan así: el reductio al despojo. Pero por supuesto, no le podemos pedir al
Manco Mena o cualquier ciudadano común y corriente del siglo XXI, que se
convierta vía express en un Padre Damián de Molokai. Aquel misionero belga de
la Congregación de los Sagrados Corazones, que por voluntad propia se fue a
vivir a una isla de Hawái solo habitada por leprosos. Personaje cuya obra y
vida llego a inspirar a Mahatma Gandhi, León Tolstoi y Robert Louis Stevenson. Éste ultimo, un defensor a capa y espada del Padre
Damián. Pero estos raros ejemplares humanos son de naturaleza aparte. Las
exigencias del virtuosismo humano tienen parámetros muy altos para la media y
para la mayoría de la humanidad. Y se
cuentan con los dedos de la mano, los personajes que llegan a tal cima de
beatitud y desprendimiento.
XIII
Tres toquidos en la puerta
Uno
se podría preguntar, ¿cómo actuar ante esa situación dramática y extrema? Y
aquí nos demoraremos un tanto, ya que
los personajes de La mejor limosna nos
hacen recordar los personajes extremos que a veces exploró Graham Greene. Por ejemplo, la del sacerdote y el teniente en su novela El poder y la gloria. (1940). El
teniente termina fusilando al sacerdote. En ese dueto de personajes ni el teniente era tan malo ni el sacerdote
tan bueno. En el cuento de Turcios, ni el leproso es tan bueno como se podría
pensar, ni tampoco el manco Mena resulta tan malo; ya que aunque sea en un
instante, a éste último le asalta un
arrebato de iluminación. Son personajes
extremos en sus situaciones pero
matizados y condicionados por su propia
naturaleza humana. No obstante ambos personajes comparten su convicción hasta
las últimas consecuencias, la del sacerdote de entregarse a la autoridad a
sabiendas que eso significaba la muerte
y la del teniente de fusilarlo. Ambos personajes cumplen con el destino
que encarnan. Igual ocurre con los personajes de Turcios, el leproso con la
fidelidad absoluta de seguir pidiendo una limosna y la del manco Mena,
multiplicando su arraigado habito de matar.
Hipotéticamente podemos imaginarnos en la
actualidad, la escena de la siguiente manera. Cualquier persona, es media
noche, tocan a la puerta. El hombre que todavía está despierto porque lee un
libro o ve la televisión. Y aunque le
parece una hora inusual, se levanta,
pero precavidamente saca su revolver, va a la puerta con el arma en
mano. La abre y ante si está el leproso de Turcios, que le dice «tengo hambre».
¿Qué haría el lector? Difícil saberlo, para lo cual no existe una respuesta
correcta. O de verdadero o falso. Por supuesto la mayoría de la gente, con o
sin arma, no mataría al leproso. Pero
inmediatamente cerrarían la puerta a esperar que se fuese, y después
correría a desinfectar la puerta con el
detergente más potente. Dejamos en el lector la posible solución a esa compleja
situación. No obstante para abrir más el horizonte, también podría combinarse, hipotéticamente con otras
posibilidades.
XIV
Los condicionantes móviles
El
cuento tiene un dominio de género, los
protagonistas son masculinos y el autor del cuento también lo es. Como también
lo son los «la jauría de crueles muchachos»
que persiguen al leproso. Pero imaginemos que el leproso no es un
hombre sino una mujer. O que el manco Mena, no es un personaje masculino sino
que es una mujer quien abre la puerta. En esas combinaciones podría
combinarse ligeros matices cambiantes en
la actitud de quien toca a la puerta o de quien abre la puerta. O aparecer varios
escenarios en la interpretación del lector.
Y entrarían en la escena otras consideraciones y condicionantes.
Ciertamente, a ciencia cierta, no
sabemos las posibles respuestas. Y cada lector podrá imaginarse la situación
más cercana a su modo de pensar. Pero seguramente, el manco Mena, en el
cuento después de pegarle un tiro al
leproso. Cerró la puerta y continúo leyendo su
« viejo libro de trágicas aventuras.» Y a la primera hora de la mañana
siguiente se deshizo del cadáver, que estaba frente a su puerta. Y nos
preguntamos, y no es una pregunta ociosa
¿Qué libro estaría leyendo el manco Mena? Seria una novela de horror,
quizá de Poe o Maupassant? O acaso ¿seria esa aventura trágica, la Ilíada de Homero, o quizá alguna tragedia
griega? Y también es legítimo preguntarse ¿Si esa lectura tendría alguna influencia en el ánimo o actitud del manco
Mena para actuar pocos minutos después como lo hizo con el leproso? Nunca lo
sabremos, lo único que si sabemos es que al oír los toquidos en la puerta, el
manco Mena «De un puntapié zafó la gruesa tranca, apareciendo en el umbral con
el pesado revólver a la diestra.»
A
pesar de la elipsis narrativa que hace Turcios, desde el momento de los toquidos al momento que «de un
punta pie zafó la gruesa tranca». (3) Sabemos que de un estado sereno y
abstraído como lo es estar leyendo, pasa abruptamente pistola en mano y de un
violento puntapié zafa la tranca. Cuando el leproso ve al hombre que abre la
puerta, no ve al manco Mena sino a un hombre alterado y tenso. Dominado por las
emociones y por naturaleza desconfiado. Puede ser polémico si el manco Mena
sintió piedad o no. El lector también tiene el derecho a creer que los otros 20
asesinatos en el morral del Manco Mena también fueron por piedad. Pero ¿si por
piedad se pudiese matar? En realidad fue
¿lastima o piedad? Remito al lector a buscar los significados de esas
palabras. (4)
XV
La iluminación fugaz
En
el contexto del párrafo anterior, por eso Turcios dice del manco Mena:
«Sobrehumana piedad asaltó el corazón del bandolero.»No obstante tenemos una
observación al uso de esa palabra:
piedad. Lo más natural hubiese sido usar
la palabra lastima. Mas en sintonía con el carácter del manco Mena, que
pareciese actuar por emociones o por sobresaltos. Quizá Turcios también pudo
haber usado la palabra compasión acercándose verdaderamente a un interés mayor
por el leproso. Y es que el uso de la palabra piedad, va más con un orden
mental, emocional y de madurez. Que sabemos que el manco Mena no poseía. Pero
entendemos a Turcios, quizá lo que pensó es usar la palabra con un matiz más
intenso y elegante: piedad. Nos está hablando de una «sobrehumana piedad»,
acaso la de un iluminado, la de alguien que al fin encuentra una luz en las
tinieblas. Aunque respetamos la selección de palabras de Turcios, al
describirnos una conversión inmediata. Ha de haber sido penetrante el impacto
que el leproso produjo en el manco Mena,
para sentir esa dulce y efímera piedad. Pero estamos ante una ficción
y el autor así nos presenta al manco Mena. Sin embargo, sigue
latiendo una contradicción, aun en el
entendido instantáneo de esa iluminación piadosa. Y es cómo explicar,
coherentemente, la causalidad y la finalidad
de la acción. Es decir como justificar la «piedad sobrehumana» que «asalto el
corazón del manco» Mena y terminar pegándole un tiro al leproso.
Pero aun con esa explicación no creemos que
Turcios se equivocó con el uso de la palabra piedad. Deliberadamente la eligió sabiendo bien su
significado, y probablemente conociendo el de las otras palabras (compasión y
lastima).Por eso acompaño la frase con «sobrehumana piedad», y por eso reforzó
la frase con «asalto el corazón».Para dar a entender que no era un acto mental,
sino del corazón, una piedad que estaba mas allá de lo humano del Manco Mena.
Era una piedad que le era dada. Sin embargo,
esa piedad desaparece al instante en que el manco Mena mata al
leproso, porque no se podría explicar; ni en el reino de la mente, ni en el reino
del corazón, ni en el reino de la lógica, ni en el reino de la semántica: una piedad para matar. El manco Mena tuvo su
oportunidad para cambiar su conducta, reflexionar sobre sus crímenes. Al manco
Mena el leproso se le presento como una circunstancia imprevista pero abierta
para cambiar su vida. Así como Pablo de
Tarso tuvo su oportunidad cuando una «sobrehumana piedad» le derribo del
caballo camino a Damasco. Sin embargo,
al manco Mena ni la «sobrehumana piedad» que por breves instantes le
asalto su corazón logro cambiar su abyecto camino
XVI
El triunfo de la apariencia
Por
supuesto que ante la gran factura del cuento La mejor limosna, también cuenta esa posición extrema y casi
irreconciliable que nos presenta Turcios, y que obliga al lector a reflexionar.
¿Qué es lo que hace el manco Mena, y
bajo que supuestos mentales actúo? Acaso es la reacción a quemarropa
ante un estereotipo del leproso o estigma histórico social que llega de lo
profundo de la historia o todo se reduce a su consuetudinario hábito de
matar. Al fin y al cabo, el estigma que
persigue el leproso como una sombra, es una fabricación colectiva, amalgamada
entre criterios, costumbres y conductas. (5) Al matar al leproso el Manco Mena está
matando a todos los leprosos. Para el Manco Mena el leproso es a esa particular
hora de la noche, — además de idónea para un crimen—, un estorbo, un despojo humano. Alguien que
es mejor que esté muerto a que esté vivo. La posición mental del manco Mena es
maniquea. Podría ser una decisión racional, pero qué es lo que ve el Manco Mena
al ver al leproso. Ve una imagen, la de
un hombre carcomido por la lepra, ciertamente famélico por el hambre, y
seguramente con una hediondez que ahoga su olfato. Esa combinación entre el sentido visual y
olfativo:
«envuelto
en sus harapos húmedos de sangre, con su ácido olor a podredumbre»
Le
impelen a tomar la decisión de matarle. Pero lo hace sin considerar otros
argumentos, las mismas palabras del leproso:
«-¡Una limosna!- gritó -¡Tengo hambre! ¡Me
muero de hambre!»
En
la mente del manco Mena, en el acto de matar
lo que se produce es un triunfo de la imagen sobre las palabras, de la
externalidad que ve sobre la interioridad
que no ve. La imagen doblega a las
palabras. Lo único que considerara y ve es la
imagen del leproso. Y lo sabemos porque el autor lo dice:
«En
una de aquellas pavorosas noches.».
Aunque
el manco Mena no llevaba una lámpara en la mano para alumbrarse, (recordemos
que era manco y no podía llevarla porque
ya llevaba en la diestra la pistola). Aun así, al abrir la puerta le vio porque
«En la faja de claridad que se alargó hacia
afuera vio al leproso destilando cieno, con los ojos como ascuas en las cuencas
áridas, el mentón en carne viva, las manos implorantes.»
Al
manco Mena no le importaron ni preocuparon las palabras que pronuncio el
leproso. Y mucho menos su contenido. El manco Mena únicamente considero el
aspecto mísero del leproso. Para
emitir, no un juicio;
ya que no hubo ningún juicio, sino una sentencia unilateral. Lo que
tenemos en la escena final del cuento es una ejecución sumaria, y sin testigos, en que la victima no tuvo derecho de defensa,
ni de replica y ni un abogado. Y ni siquiera la ultima comida que se le ofrece a los condenados a
muerte en cualquier prisión. Al
leproso la única comida que le
dieron fue una bala.
XVII
Un epilogo sin adjetivos
En
ese contexto, siempre al claroscuro de
la cambiante y compleja condición
humana. Decía Hélder Cámara:
«Nadie es tan pobre que no pueda dar, ni nadie
es tan rico que no pueda recibir.»
Al
fin y al cabo, solo los muertos no pueden dar y tampoco pueden recibir.
Notas bibliográficas
1.
Despojo. La palabra despojo, tiene
varias connotaciones, señalamos las más cercanas para fines de este
ensayo. 1. Sobras o residuos que quedan
2. También hace alusión a restos mortales 3. Restos o partes de animales
destinados al consumo. Las nociones se resumen en escasez y algo muy próximo a
la muerte. Pero Para fines de este ensayo utilizamos la palabra despojo en el
sentido de marginalidad, lo no utilizable, los escombros, los deshechos. Lo que en la sociedad moderna y actual no
sirve. Ideas que son retomadas por Walter Benjamín, de dos modos diferentes, en
la primera en su teoría de filosofía de la historia, concepto reconstruido
a partir de las ruinas de la historia y para redimir a los desposeídos y
los olvidados de la historia. En la segunda el concepto de despojo también
conserva otra connotación, y es el método de análisis de Benjamin a partir de
lo fragmentario, de lo que se pasa por alto, de lo no dicho, de lo
desarticulado, de lo aparentemente inutilizable, de los harapos, de los
contextos, de las omisiones. Una
historia que comienza con el primer acto del despojo, aquel donde el ser humano
fue despojado del paraíso y que pudiese terminar con un planeta convertido en
despojo cósmico. Aunque son numerosos
los trabajos sobre el despojo en la obra del Benjamin, remitimos al lector
especializado al breve ensayo, pero sustancioso y bien documentado: Walter Benjamin y Franz Kafka: dos pepenadores en busca del mesianismo profano, por
Esther Cohen. Acta poét vol.28 no.1-2 México abr./nov. 2007. Instituto de Investigaciones
Filológicas, UNAM.
2.
Estética. Medardo Mejía, autor
hondureño quien se intereso por la obra de Froilán Turcios, y dedico especial interés a la estética en su
obra Froilán Turcios en los campos de la estética y el civismo, Editorial UNAH,
1980. No podemos soslayar la valiosa obra de José Antonio Fúnez, poeta e
investigador literario que en el 2004,
obtuvo el Premio de Estudios Históricos Rey Juan Carlos I, otorgado por la
Cooperación cultural española en Honduras, por su tesis El Modernismo en Honduras: Vida y obra narrativa de Froylán Turcios.
(Tesis doctoral USAL) obra sobre la vida y estética modernista de Froilán
Turcios.
3.
«Zafo la tranca de un punta pie.» En las áreas rurales, suelen poner trancas
atravesadas horizontalmente a la puerta, que son sostenidas por clavijas libres
en su parte superior. No es nada fácil quitar una tranca de un puntapié. De
hecho se necesita cierta práctica. Suponemos que el Manco Mena hacia eso regularmente, y que su vez se veía obligado a utilizar ese
recurso porque siempre iba con su pistola en la diestra. Por lo general esa
tranca, estaba en la parte media o en el segundo cuarto de la parte superior de
la puerta. Por lo que concluimos que el manco Mena, probablemente ha de haber
sido un tipo alto o de piernas largas, sino hubiese tenido dificultad para
zafar la tranca de un punta pié.
4.
Piedad, compasión, lastima. Hay una
diferencia de matices en esas tres palabras. La lastima por lo general es una
emoción pasajera y obedece a un situación circunstancial, la piedad es un
sentimiento mas asentado y fruto de la
reflexión. Se da en los santos, o los
místicos o personas comunes y corrientes pero con una solida madurez emocional.
La palabra lastima, presupone una actitud
pasiva del espectador. Uno dice,
por ejemplo que lastima que no fuimos al partido. Pero a nadie se le ocurriría
decir que sintió piedad y compasión porque alguien no fue a un partido. La
compasión es un término mas interno e intenso e involucra la acción del
receptor sobre el sujeto, la compasión produce una empatía entre receptor y
destinatario. La piedad es una palabra
mas absoluta, y en el cristianismo se
asocia a la creación y fraternidad filial de la humanidad y amor con su creador, también tiene una gran
cuota de participación sobre el sujeto que recibe esa piedad. Por ejemplo los
santos son piadosos. En el cristianismo la piedad es un don que esta
estrechamente ligado a la bondad con los otros.
5. Estigma. Empezaremos con dos observaciones, la primera
que el estigma en su sentido cristiano significa las heridas y llagas de
Jesucristo. Y que varios santos a lo largo de la historia han sido portadores
de este estigma. La segunda, y es la que usaremos, en esta nota, y seguimos en
el ensayo, es el estigma como rechazo social. Y lo vemos en
el estigma que como una sombra
persistente persigue tanto al leproso por su condición del leproso, pero también que la sombra de varios
estigmas persiguen al mismo manco Mena: el estigma por su discapacidad física
(manco), el estigma por su condición de ex presidiario, y además el
estigma por ser un asesino.
La
palabra estigma viene del vocablo griego
stígma derivó en el latín stigma, que llegó a nuestro idioma como estigma.
“picadura” o “marca hecha”. Así se denomina a una marca grabada en el cuerpo.
El estigma tiene su origen en Grecia, ya que así era llamado a las marcas en el
cuerpo, realizada con hierro candente, en esclavos que intentaban huir. Pero
también tiene la connotación a una marca simbólica que se le atribuye a un
individuo o a un grupo social. En el ámbito de la sociología, un estigma es un
rasgo negativo atribuido a una comunidad o a un sujeto. Aquellos que son
estigmatizados son menospreciados y considerados como seres inferiores o sin
valor. Puede haber diferentes clases de estigma pero todos llevan en común un
rasgo de negatividad y de rechazo.
Las
razones del menosprecio o discriminación también pueden ser la deformidad
física, las enfermedades mentales, la orientación sexual, el caso de los
portadores de enfermedades terminales o incurables, el ejemplo más reciente y
notable el grupo de los que tienen sida. Y aun los autistas y los que padecen el síndrome de Down. O
incluso el estigma se puede producir por cuestiones de género, como en las
victimas de violaciones. Y en sus casos extremos en los alcohólicos, y sobretodo, los drogadictos. Finalmente, el término estigma
social fue acuñado en 1963 por el sociólogo norteamericano Erving Goffman, es visto
como el rechazo social por características o creencias que van en contra a las
normas culturales establecidas. En este punto, Goffman, establece 3 categorías
que causan el estigma social: tribales (etnia, religión), deformaciones físicas
(obesidad, enfermedad mental, entre otras), y estigmas asociadas al
comportamiento o a la personalidad (delincuencia, homosexualidad, etcétera).
Ésta nota ha sido elaborada con base a
diferentes fuentes virtuales.
SEGUNDA PARTE
LA MEJOR LIMOSNA
272 palabras
Por
Froylán Turcios
Horrendo
espanto produjo en la región el mísero leproso. Apareció súbitamente, calcinado
y carcomido, envuelto en sus harapos húmedos de sangre, con su ácido olor a
podredumbre.
Rechazado
a latigazos de las aldeas y viviendas campesinas; perseguido brutalmente como
perro hidrófobo por jaurías de crueles muchachos; arrastrábase moribundo de
hambre y de sed, bajo los soles de fuego, sobre los ardientes arenales, con los
podridos pies llenos de gusanos.
Así
anduvo meses y meses, vil carroña humana, hartándose de estiércoles y abrevando
en los fangales de los cerdos; cada día más horrible, más execrable, más
ignominioso.
El
siniestro manco Mena, recién salido de la cárcel donde purgó su vigésimo
asesinato, constituía otro motivo de terror en la comarca, azotada de pronto
por furiosos temporales. Llovía sin cesar a torrentes; frenéticos huracanes
barrían los platanares y las olas atlánticas reventaban sobre la playa con
frenéticos estruendos.
En
una de aquellas pavorosas noches el temible criminal leía en su cuarto, a la
luz de la lámpara, un viejo libro de trágicas aventuras, cuando sonaron en su
puerta tres violentos golpes.
De
un puntapié zafó la gruesa tranca, apareciendo en el umbral con el pesado
revólver a la diestra. En la faja de claridad que se alargó hacia afuera vio al
leproso destilando cieno, con los ojos como ascuas en las cuencas áridas, el
mentón en carne viva, las manos implorantes.
-¡Una
limosna!- gritó -¡Tengo hambre! ¡Me muero de hambre!
Sobrehumana
piedad asaltó el corazón del bandolero.
-¡Tengo
hambre! ¡Me muero de hambre!
El
manco lo tendió muerto de un tiro exclamando:
-Esta
es la mejor limosna que puedo darte.
CREDITOS
Ilustración
El Divino Leproso, mural de Albert Figueras, en homenaje a su amigo y compositor leonés José de la Cruz Mena (1874-1907),
conocido como el Divino Leproso que murió como consecuencia de esta enfermedad
a los 33 años, después de padecer el estigma y la repulsa social, amén del
dolor físico. Ilustración tomada del ensayo: El dolor y el arte… un acercamiento a la realidad.
The pain and the art
…. An approach to reality, por Dra. Idoris Cordero
Escobar.