Plaza de las palabras presenta en su sección Cuentos
hispanoamericanos, el cuento Macario.
Cuyo autor es Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, conocido como Juan
Rulfo. Nació en Apulco, San Gabriel, distrito de Sayula,Jalisco, 1917-Ciudad
de México, 1986, fue un escritor, guionista y fotógrafo mexicano, perteneciente
a la generación del 52. La reputación de Rulfo se asienta en dos obras narrativas:
El llano en llamas, compuesto de
diecisiete relatos y publicado en 1953, y la novela Pedro Páramo, publicada en 1955.Adicionalemnete en forma
fragmentaria y en forma póstuma se publicaron la novela La cordillera y El gallo de
oro. Ésta ultima llevada al cine.
Algunas características de su narrativa
«En la narrativa de Rulfo los personajes apenas actúan.
Fundamentalmente, piensan, recuerdan y transmiten sus miedos, sus odios, sus
remordimientos... De este modo, podría calificarla como una narrativa de
"conciencia", en un sentido no oficial. Los ambientes y los mismos
personajes carecen de toda ubicación y rostro; pero no por eso parecen ser
menos reales. Esto se debe a la recreación de personajes como si fueran
"gente común y corriente que no tiene nada especial". Así bien, la
magnificencia de estos recae en el lector por la historia de violencia que
guardan tras de sí
». (1)
Rulfo fotógrafo
Es
conocida la afición de Rulfo por la fotografía, pasión que lo llevo a tomar más de 6000 fotos, tenia preferencia
por la gente, rostros, paisajes, pero también por las líneas arquitectónicas.
Su fotografía es en blanco y negro; contraste pictórico que lleva al punto de
producir enormes evocaciones poéticas y a provocar la reflexión. Retrata
perfectamente la ruralidad del campo
mexicano: el tormento de la soledad y desesperanza. Tuvo la influencia de grandes fotógrafos como su
contemporáneo Manuel Álvarez Bravo y los fotógrafos americanos, Man Ray y Edward Weston. Y hasta del
pintor y muralista Diego Rivera. De la fotografía de Rulfo se dice:
«Arquitectura, pueblos y retratos enigmáticos como
los que describe en sus textos, Juan Rulfo el fotógrafo,
logró congelar imágenes que revelan grandes historias sin utilizar la
palabra. Su pasión por la cinematografía lo llevó a explorar nuevos
territorios, convirtiéndose en un observador atento que logró compaginar ambas
disciplinas: literatura y fotografía. Susang Sontang llego a afirmar: “Juan Rulfo es el mejor fotógrafo que he conocido en
Latinoamérica”. Después de cautivar a millones de lectores con su
contada obra literaria, Juan Rulfo nos asombra con sus fotografías: la
producción del jalisciense inicia en los treinta, con una cámara Rolleiflex que usará por más de dos décadas y su
colección consta de 6 mil negativos aproximadamente. Su obra fotográfica denota sumo carácter
arquitectónico, paisajes que evocan a seres
fantasmales que fluyen en el tiempo en algún sitio de México. Sus fotografías son de gran narrativa y
aunque no siempre estén relacionadas con el quehacer literario y metáforas del
mismo, documentan el territorio desde su imaginario ». (2)
Rulfo cineasta
«Aunque la fotografía fue siempre importante
para Rulfo, como lo atestiguan estas fotos, fue el suyo un arte escondido que compartió,
por otro lado, con la filmación cinematográfica. A partir de 1960 se ocupó más
del cine y escribió varios guiones para películas como El gallo de oro y La Escondida, esta última dirigida por él. En 1980 el
Instituto Nacional de Bellas Artes de México organizó una exposición de su obra
fotográfica. Un año después de su muerte, en 1987, el Ateneo de Madrid le
rindió un homenaje en el que se incluyeron varias de sus tomas. Su legado se
conserva en la Fundación Juan Rulfo de México cuyo director, Víctor Jiménez, en
un interesante texto relaciona la obra de Rulfo con la de Edward Weston y Tina
Modotti». (3)
Macario
Cuento con solo tres personajes: Macario, su
madrina, y Felipa en que se da el fluir de la conciencia, narrado en primera
persona presente por el mismo Macario. El personaje Macario, probablemente con
una tara mental. Lleno de alineación religiosa en un contexto de pobreza y
marginalidad, convive con Felipa. No es un amor platónico, ni normal, sino una relación
de hecho. Macario es tenido en el pueblo como un retrasado mental al cual la
gente hasta lo apedrea. Y que nos
recuerda a William Faulkner, acostumbrada personajes con taras mentales, tanto
en sus cuentos como en algunas de sus novelas. Pensemos en The Sound and The Fury, y cuyo antecedente nos remite a El Idiota
de Dostoievski. Pero Macario personaje vive en una tensión angustiante y de
temor, que sin embargo él acepta resignadamente. No conoce otro tipo de vida, y
no aspira a nada, su única preocupación es comer y no irse al infierno; y por
supuesto la dulce leche de Felipa, que seguramente esta lactando porque ha
tenido un hijo, no se sabe si del propio Macario. En este cuento los personajes, son ajenos a su destino. Son
moldeados por una fuerza superior en que ellos no intervienen.
Como toda la obra de Rulfo, ya sea en sus
cuentos o en su novela, sus personajes pertenecen a la soledad. Sus cuentos, en
un primer plano ambientados en un
periodo post revolucionario y post cristero, traen las secuelas destructivas de
esos grandes conflictos colectivos y humanos. Pero en el sustrato, en un segundo plano,
pervive aquel entretejido histórico producto del sincretismo cultural, entre
costumbres milenarias de los pueblos indígenas, el cruce conquistador traumático
y violento con los españoles, y la entrada de la modernidad del siglo XX, inaugurado
con una revolución. Corrientes que están representadas arquitectónicamente en
la Plaza de las Tres Culturas en la ciudad de México. Problemas que también
analizo Octavio Paz, en su Laberinto de
la soledad. Porque ese laberinto de soledad sigue vivo en la obra de Rulfo.
Sus personajes, sea el camino que tomen,
siempre vuelven a él. Sea en un retorno, un sueño o un recuerdo En sus
personajes no hay un intento por salir de ese laberinto. La soledad y la tristeza son aplastantes.El laberinto esta en
ellos pero también mas allá de ellos. Por eso los personajes de Rulfo, a veces
parecen tan inexistentes pero también tan reales. Son personajes de pura conciencia hechas palabras. Uno puede apreciar las fotografías de Rulfo y
leer sus cuentos y se produce una total compaginación entre sus cuentos y sus
fotografías: Están llenas de una soledad
sin tiempo. Y la mirada del autor y la del fotógrafo también.
Sobre éste cuento Fernando Burgos, critico
chileno, en su Antología del cuento Hispanoamericano, señala: «Este relato es una joya narrativa, un modelo
estético del potencial expresivo que se puede lograr en el cuento. La realidad
esta entregada poéticamente a través de un narrador ajeno al discurso metafórico;
su apropiación del mundo se corresponde con el uso de un lenguaje comparativo:
La leche de Felipa es dulce como las flores del obelisco. Se omite conscientemente
el uso de narrador que explique o racionalice el fluir de esa conciencia
ingenua, no metafórica. Rulfo nos hace apreciar como un detalle de técnica
narrativa puede trasformar un cuento. Surge lo poético con un encanto de lo
primigenio, de lo cándido para revelarnos la cercanía de densos ambientes
religiosos y marcadas represiones
sexuales.» (4)
Macario
Juan Rulfo
2071 palabras
Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a
que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el
gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también
dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien
quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la
alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana
saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos… Las ranas son
verdes de todo a todo, menos en la panza. Los sapos son negros. También los
ojos de mi madrina son negros. Las ranas son buenas para hacer de comer con
ellas. Los sapos no se comen; pero yo me los he comido también, aunque no se
coman, y saben igual que las ranas. Felipa es la que dice que es malo comer
sapos. Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella es la que
me da de comer en la cocina cada vez que me toca comer. Ella no quiere que yo
perjudique a las ranas. Pero, a todo esto, es mi madrina la que me manda a
hacer las cosas… Yo quiero más a Felipa que a mi madrina. Pero es mi madrina la
que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera.
Felipa sólo se está en la cocina arreglando la comida de los tres. No hace otra
cosa desde que yo la conozco. Lo de lavar los trastes a mí me toca. Lo de
acarrear leña para prender el fogón también a mí me toca. Luego es mi madrina
la que nos reparte la comida. Después de comer ella, hace con sus manos dos
montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces Felipa no tiene ganas
de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso quiero yo a
Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca, ni aun comiéndome
la comida de ella. Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé bien que no me
lleno por más que coma todo lo que me den. Y Felipa también sabe eso… Dicen en
la calle que yo estoy loco porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha
oído que eso dicen. Yo no lo he oído. Mi madrina no me deja salir solo a la
calle. Cuando me saca a dar la vuelta es para llevarme a la iglesia a oír misa.
Allí me acomoda cerquita de ella y me amarra las manos con las barbas de su
rebozo. Yo no sé por qué me amarra mis manos; pero dice que porque dizque luego
hago locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a alguien; que le
apreté el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo. Pero, a
todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con
mentiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no como
otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba me
apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi madrina me trata
bien. Por eso estoy contento en su casa. Además, aquí vive Felipa. Felipa es
muy buena conmigo. Por eso la quiero… La leche de Felipa es dulce como las
flores del obelisco. Yo he bebido leche de chiva y también de puerca recién
parida; pero no, no es igual de buena que la leche de Felipa… Ahora ya hace
mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella tiene donde
tenemos solamente las costillas, y de donde le sale, sabiendo sacarla, una
leche mejor que la que nos da mi madrina en el almuerzo de los domingos… Felipa
antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo,
acostándose encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para
que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en
chorros por la lengua… Muchas veces he comido flores de obelisco para
entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor, sólo que a mí me
gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacia
cosquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida
junto a mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo no me
apuraba del frío ni de ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo
solo allí, en alguna noche… A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a
veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a ir al
infierno cualquier día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por gustarme
dar de cabezazos contra lo primero que encuentro. Pero viene Felipa y me
espanta mis miedos. Me hace cosquillas con sus manos como ella sabe hacerlo y
me ataja el miedo ese que tengo de morirme. Y por un ratito hasta se me olvida…
Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que ella le cuenta al Señor
todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole
que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo.
Ella le dirá que me perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se
confiesa todos los días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto
por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo
confesándose por mí. Todos los días. Todas las tardes de todos los días. Por
toda la vida ella me hará ese favor. Eso dice Felipa. Por eso yo la quiero
tanto… Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es la gran cosa. Uno da
de topes contra los pilares del corredor horas enteras y la cabeza no se hace
nada, aguanta sin quebrarse. Y uno da de topes contra el suelo; primero
despacito, después más recio y aquello suena como un tambor. Igual que el
tambor que anda con la chirimía, cuando viene la chirimía a la función del
Señor. Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera
el tum tum del tambor… Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y
cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en el infierno si sigo con
mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero lo que yo quiero es oír el
tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando uno está en la
iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se
oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las
condenaciones del señor cura…: “El camino de las cosas buenas está lleno de
luz. El camino de las cosas malas es oscuro.” Eso dice el señor cura… Yo me
levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras. Barro la calle y me
meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle
suceden cosas. Sobra quién lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno.
Llueven piedras grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que remendar la
camisa y esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la cara o de
las rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque si no
ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de
sangre. Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí, no se parece
al sabor de la leche de Felipa… Yo por eso, para que no me apedreen, me vivo
siempre metido en mi casa. En seguida que me dan de comer me encierro en mi
cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo los pecados mirando que
aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para ver por dónde se me
andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito. Me acuesto sobre mis
costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas
por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No
vaya a suceder que me encuentren desprevenido los pecados por andar con el
ocote prendido buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi
cobija… Las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. Los
grillos no sé si truenen. A los grillos nunca los mato. Felipa dice que los
grillos hacen ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan
los gritos de las ánimas que están penando en el purgatorio. El día en que se
acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y
todos echaremos a correr espantados por el susto. Además, a mí me gusta mucho
estarme con la oreja parada oyendo el ruido de los grillos. En mi cuarto hay
muchos. Tal vez haya más grillos que cucarachas aquí entre las arrugas de los
costales donde yo me acuesto. También hay alacranes. Cada rato se dejan caer
del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido
por encima de uno hasta llegar al suelo. Porque si algún brazo se mueve o
empiezan a temblarle a uno los huesos, se siente en seguida el ardor del
piquete. Eso duele. A Felipa le picó una vez uno en una nalga. Se puso a llorar
y a gritarle con gritos queditos a la Virgen Santísima para que no se le echara
a perder su nalga. Yo le unté saliva. Toda la noche me la pasé untándole saliva
y rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se aliviaba con mi
remedio, en que yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo lo que pude… De
cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi cuarto que si anduviera en la calle,
llamando la atención de los amantes de aporrear gente. Aquí nadie me hace nada.
Mi madrina no me regaña porque me vea comiéndome las flores de su obelisco, o sus
arrayanes, o sus granadas. Ella sabe lo entrado en ganas de comer que estoy
siempre. Ella sabe que no se me acaba el hambre. Que no me ajusta ninguna
comida para llenar mis tripas aunque ande a cada rato pellizcando aquí y allá
cosas de comer. Ella sabe que me como el garbanzo remojado que le doy a los
puercos gordos y el maíz seco que le doy a los puercos flacos. Así que ella ya
sabe con cuánta hambre ando desde que me amanece hasta que me anochece. Y
mientras encuentre de comer aquí en esta casa, aquí me estaré. Porque yo creo
que el día en que deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con toda
seguridad derechito al infierno. Y de allí ya no me sacará nadie, ni Felipa,
aunque sea tan buena conmigo, ni el escapulario que me regaló mi madrina y que
traigo enredado en el pescuezo… Ahora estoy junto a la alcantarilla esperando a
que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna en todo este rato que llevo
platicando. Si tardan más en salir, puede suceder que me duerma, y luego ya no
habrá modo de matarlas, y a mi madrina no le llegará por ningún lado el sueño
si las oye cantar, y se llenará de coraje. Y entonces le pedirá, a alguno de
toda la hilera de santos que tiene en su cuarto, que mande a los diablos por
mí, para que me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin pasar
ni siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá ni a mi
mamá que es allí donde están… Mejor seguiré platicando… De lo que más ganas
tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de Felipa, aquella leche
buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las flores del obelisco…
Notas bibliográficas
1. Wikipedia
2.
Barreto,Marcela. Imágenes para narrar: Rulfo fotógrafo. 15/06/17. Revista Alternativas.
3. BERNABÉ SARABIA | 13/06/2001 CARLOS FUENTES ET ALII. México:
Juan Rulfo, fotógrafo. El Cultural,
9 de febrero 2019.
4. Burgos,
Fernando. ANTOLOGIA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO. Editorial Porrúa.
No.606. 2000, p.477
Créditos
Texto
Macario Ciudad Seva
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