Esta semana descubriremos los secreto
sobre cómo escribir novelas de la mano de otro maestro de la narrativa, Vargas
Llosa. Ah, pero eso no es todo, al final también añadimos unos consejos extras
del maestro sobre el último punto, imprescindible en toda buena novela. ¡No te
los pierdas!
Ahora comenzamos con
Mario Vargas Llosa
- Sólo quien entra en
literatura como
se entra en religión, dispuesto a dedicar a esa vocación su
tiempo, su energía, su esfuerzo, está en condiciones de llegar
a ser verdaderamente un escritor y escribir una obra que lo trascienda.
- No hay novelistas precoces. Todos los grandes,
los admirables novelistas, fueron, al principio, escribidores
aprendices cuyo talento se fue gestando a base de constancia y convicción.
- La literatura es lo mejor
que se ha inventado para defenderse contra el infortunio.
- En toda ficción, aun en la de la
imaginación más libérrima, es posible rastrear un punto de partida,
una semilla íntima, visceralmente ligado a una suma de vivencias
de quien la fraguó. Me atrevo a sostener que no hay excepciones a esta
regla y que, por lo tanto, la invención químicamente pura no existe en el
dominio literario.
- La ficción es, por definición, una
impostura -una realidad que no es y sin embargo finge serlo- y toda
novela es una mentira que se hace pasar por verdad, una creación cuyo
poder de persuasión depende exclusivamente del empleo eficaz de unas
técnicas de ilusionismo y prestidigitación semejantes a las de
los magos de los circos o teatros.
- En esto consiste la
autenticidad o sinceridad del novelista: en aceptar sus propios demonios y en
servirlos a la medida de sus fuerzas.
- El novelista que no escribe
sobre aquello que en su fuero recóndito lo
estimula y exige, y fríamente escoge asuntos o temas de una manera
racional, porque piensa que de este modo alcanzará mejor el éxito, es
inauténtico y lo más probable es que, por ello, sea también un mal
novelista (aunque alcance el éxito: las listas de bestsellers están llenas
de muy malos novelistas).
- La mala novela que carece de
poder de persuasión, o lo tiene muy débil, no nos convence de la
verdad de la mentira que nos cuenta.
- La historia que cuenta una
novela puede ser incoherente, pero el lenguaje que la plasma debe ser
coherente para que aquella incoherencia finja exitosamente ser genuina y
vivir.
- La sinceridad o insinceridad
no es, en literatura, un asunto ético sino estético.
- La literatura es puro
artificio, pero la gran literatura consigue disimularlo y la mediocre lo
delata.
- Para contar por escrito una
historia, todo novelista inventa a un narrador, su
representante o plenipotenciario en la ficción, él mismo una ficción,
pues, como los otros personajes a los que va a contar,está hecho de
palabras y sólo vive por y para esa novela.
- El de las novelas es un
tiempo construido a partir del tiempo psicológico, no del cronológico, un
tiempo subjetivo al que la artesanía del novelista da apariencia de
objetividad, consiguiendo de este modo que su novela tome distancia y
diferencie del mundo real.
- Lo importante es saber que en
toda novela hay un punto de vista espacial, otro temporal y otro de nivel
de realidad, y que, aunque muchas veces no sea muy notorio, los
tres son esencialmente autónomos, diferentes uno de otro, y que de
la manera como ellos se armonizan y combinan resulta
aquella coherencia interna que es el poder de persuasión de una novela.
- Si un novelista, a la hora de contar una
historia, no se impone ciertos límites (es decir, si no se resigna a esconder ciertos datos), la
historia que cuenta no tendría principio ni fin.
Además de estos
interesante quince puntos, queremos completar esta entrada destacando otros
consejos que el maestro nos ofrece sobre el punto 15: el
“dato escondido”, necesario en toda novela, sin importar el género de la
misma, no siendo verdad que esta técnica solo se deba utilizar en géneros
como el misterio, terror, ciencia ficción, fantasía…, sino que es
imprescindible en todos para captar el interés del lector, y que sea el mismo
quien vaya, de la mano del narrador, adentrándose en la trama de nuestra obra,
simpatizando con los personajes, creyendo de verdad la historia que está leyendo
(verosimilitud).
«El ‘dato escondido’ o narrar por omisión no puede
ser gratuito y arbitrario. Es preciso que el silencio del narrador sea
significativo, que ejerza una influencia inequívoca sobre la parte explícita de
la historia, que esa ausencia se haga sentir y active la curiosidad, la
expectativa y la fantasía del lector».
Hemingway fue un
eximio maestro en el uso de esta técnica narrativa, como se advierte en “Los
asesinos”, ejemplo de economía narrativa, texto que es como la punta de un
iceberg, una pequeña prominencia visible que deja entrever en su brillantez
relampagueante toda la compleja masa anecdótica sobre la que reposa y que ha sido
birlada al lector. Narrar callando, mediante alusiones que convierten el
escamoteo en expectativa y fuerzan al lector a intervenir activamente en la
elaboración de la historia con conjeturas y suposiciones, es una de las más
frecuentes maneras que tienen los narradores para hacer brotar vivencias en sus
historias, es decir, dotarlas de poder de persuasión.
Quisiera hacer una
reflexión general, válida para todas las novelas, respecto a una característica
innata del género de la cual se deriva el procedimiento del ‘dato escondido’, la parte
escrita de toda novela es sólo una sección o fragmento de la historia que
cuenta: ésta, desarrollada a cabalidad, con la acumulación de todos sus
ingredientes sin excepción -pensamientos, gestos, objetos, coordenadas culturales,
materiales históricos, psicológicos, ideológicos, etcétera, que presupone y
contiene la historia total- abarca un material infinitamente más amplio que el
explícito en el texto y que novelista alguno, ni aun el más profuso y caudaloso
y con menos sentido de la economía narrativa, estaría en condiciones de
explayar en su texto.
Si un novelista a la hora de contar una historia,
no se impone ciertos límites (es decir, si no se resigna a esconder ciertos
datos), la historia que cuenta no tendría principio ni fin, de alguna manera
llegaría a conectarse con todas las historias, ser aquella quimérica totalidad,
el infinito universo imaginario donde coexisten visceralmente emparentadas
todas las ficciones.
Ahora bien. Si se acepta este supuesto,
que una novela -o, mejor, una
ficción escrita– es sólo un segmento de la
historia total, de la que el novelista se ve fatalmente
obligado a eliminar innumerables datos por ser superfluos, prescindibles y por
estar implicados en los que sí hace explícitos, hay de todas maneras que
diferenciar aquellos datos excluidos por obvios o inútiles, de los ‘datos
escondidos’ a que me refiero en esta carta. En efecto, mis
‘datos escondidos’ no son obvios ni inútiles. Por el
contrario, tienen funcionalidad, desempeñan un papel en la trama
narrativa, y es por eso que su abolición o desplazamiento tienen efectos en
la historia, provocando reverberaciones en la anécdota o los puntos de vista.
Finalmente, me gustaría repetirle una
comparación que hice alguna vez comentando Santuario de Faulkner.Digamos que la historia completa de una
novela (aquella hecha de datos consignados y omitidos) es un cubo. Y que, cada novela particular, una vez eliminados
de ella los datos superfluos y los omitidos deliberadamente para obtener un
determinado efecto, desprendida de ese cubo adopta una forma
determinada: ese objeto, esa escultura, reflejan la originalidad
del novelista. Su forma ha sido esculpida gracias a la ayuda de
distintos instrumentos, pero no hay duda de que uno
de los más usados y valiosos para esta tarea de eliminar ingredientes hasta que
se delinea la bella y persuasiva figura que queremos, es la del ‘dato
escondido’ (si no tiene usted un nombre más bonito que
darle a este procedimiento).
Fuente : https://escritoresnoveles.wordpress.com/
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