Cuando pensamos en la tragedia de vivir y los libros que esto ha suscitado, irremediablemente viene a nuestra mente
“Romeo y Julieta”, quizá la obra deNietzsche o los griegos clásicos, pero seamos sinceros, esto sería el menor de los casos; la máxima teatralidad de lo existente suele tomar cuerpo y nombre(s) con este guion isabelino que Shakespeare tuvo a bien escribir y regalar a la humanidad.
Nunca podremos negar que este ‘sir’ es absolutamente relevante para nuestra historia o un bastión de la lengua inglesa, pero su fama y su trabajo excepcional han caído lamentablemente en ese lugar común en el que todos (lo hayan leído o no) lo citan, mencionan y alaban sin otro fundamento más que haber visto la adaptación cinematográfica de Baz Luhrman.
Y no está mal, honor a quien honor merece. Sin embargo, y para no casarnos con la idea de que el drama en nuestra vida solamente se puede comparar con el cuerpo artístico de Shakespeare, hay más autores y muchos títulos que son capaces de reflejar esa desesperación al respirar, esa agitación frente al amor no correspondido y ese pesar ante el
infortunio.
infortunio.
Para dar palabras y poética al acto de habitar este planeta y entender que su dramatismo es elemento primordial de todo lo que conocemos, las siguientes sugerencias literarias llenarán de lágrimas y tortura feliz tu rostro, mientras la conciencia pausadamente asimila que así se siente estar aquí y debemos abrazarlo.
“Esperando a Godot” de Samuel Beckett
Esta obra, perteneciente al teatro del absurdo, es una creación sombría de tintes minimalistas con la que Beckett aborda la incertidumbre y la desolación en nuestros días.
“El rinoceronte” de Eugène Ionesco
Recurriendo al tema de la metamorfosis, esta obra (también del teatro del absurdo) expone a un pueblo que paulatinamente ve a sus habitantes convertirse en rinocerontes, excepto por uno de ellos: el más alcohólico y minusválido de todos. ¿Cuál podría ser la razón?
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“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca
Con el eco de los pasos que da Bernarda por toda la casa, esta obra da voz a esas viejas usanzas de la sociedad española y a las costumbres destructoras de la apariencia, elementos clave para volver loca a una familia entera.
“Todos eran mis hijos” de Arthur Miller
Obra perteneciente a los inicios de Miller en la dramaturgia y que de manera excelsa, mediante un impermeable intento por criticar a la sociedad, da los peones justos para entender que la vida (contemporánea) es una farsa dramática.
“Incendios” de Wajdi Mouawad
Pieza teatral que sirvió de inspiración para “La mujer que canta”. Posiblemente eso sea suficiente para recomendar este libro, pero si eres una de las personas que no ha visto el filme, no lo hagas; mejor consigue el texto y comparte con la protagonista ese terrible sentimiento de tener al destino en tu contra.
“Más pequeños que el Guggenheim” de Alejandro Ricaño
Escenas que muestran el encuentro y el desencuentro de un grupo de amigos son el ingrediente principal para que este drama nos inunde con apabullantes realidades como no saber hacia dónde ir y qué decisiones tomar, aspectos que ya significan un camino decisivo en sí.
La violencia y la mente obtusa de los hombres se encuentran en primer plano para este trabajo que nos da constancia de esta realidad absurda, pero dramáticamente aceptada como cotidianidad en la que lo monstruoso cubre todo.
Más allá de Shakespeare podemos pensar en varios autores que capturen y compartan el dramatismo de vivir, estas son sólo algunas sugerencias para no perder de vista que mientras se despierte y se respire el dolor, tendrá que acompañarnos. El dolor es obligatorio, el sufrimiento es opcional.
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