Plaza
de las palabras en su sección ORBIS & URBIS, dedicada al ensayo
sobre temas de actualidad del mundo (Orbis) o de la ciudad (Urbis), reproduce el ensayo Nota sobre la ciudad que quisiéramos
después del COVID-19, por Alfonso
Iracheta. Tomado de la publicación Cuadernos de la transformación Red
Latinoamericana por la Transformación Social-Ecológica. Dossier: Perspectivas de transformación en tiempos
de emergencia. © 2020, Friedrich-Ebert-Stiftung. Proyecto Regional
Transformación Social-Ecológica. pandemia COVID 19. Dossier sobre la realidad socio económica del
continente en el marco de la pandemia COVID 19, y que incluye 21 textos de
connotados especialistas, investigadores y académicos latinoamericanos. Dossier
que estuvo bajo la coordinación del Dr. Álvaro
Calix, hondureño, investigador social. Coordinador de Programas del
Proyecto Regional Transformación Social-Ecológica de la Fundación Friedrich
Ebert. El Dr. Álvaro Calix, Actualmente reside en un país sudamericano; y
además de investigador social, es escritor y
cofundador de este blog de literatura: Plaza de las palabras.
Nota sobre la ciudad que quisiéramos después del
COVID-19
Alfonso Iracheta *
La
ciudad con COVID-19
El contagio, originalmente importado y posteriormente
comunitario, ocurrió en las grandes metrópolis —a mayor cantidad y densidad de población,
mayor riesgo de contagio—. Se ha extendido a todas las ciudades, y avanza hacia
espacios rurales por los movimientos pendulares (trabajadores del medio rural a
las ciudades; habitantes urbanos que “huyen” al campo, entre otras
modalidades).
Las ciudades latinoamericanas son muy heterogéneas,
con muchos barrios muy pobres y algunos pocos muy ricos. Conforme avanza la
pandemia, se observa que los barrios más afectados son aquellos asentamientos
precarios, carentes e informales, donde habitan los grupos sociales más
vulnerables: jefas de hogares y adultos mayores sin protección social, familias extensas de los quintiles más bajos de
ingresos que se hacinan en viviendas mínimas, inmigrantes sin derechos,
indígenas y afrodescendientes. Es
decir, cerca de 90 millones de habitantes de las urbes latinoamericanas.
Las medidas sanitarias impuestas por los gobiernos se
caracterizan por dos frases que han cambiado el rostro de nuestras ciudades: “quédate en
casa” y “mantén una sana distancia”.¿Qué ocurre cuando no se tienen las condiciones
habitacionales, laborales y emocionales para quedarse en casa? (1) En los asentamientos
más precarios se enfrentan las paradojas insalvables de la desigualdad y la pobreza: para quedarse
en casa, se requiere tener una, y esta debe ser habitable y suficiente para una
familia, condición que en general no se cumple.r ello, es en estas zonas
donde se decide quién se cntagia, quién desarrolla un cuadro grave y quién
muere.(2)
Si la vivienda es “la primera línea de defensa frente
al coronavirus”, (3) está claro
que enfrentar confinamientos con dignidad y seguridad a fin de reducir los
contagios requiere de residencias con espacios suficientes y diferenciados para
trabajar, para estudiar a distancia y para convivir sin riesgos. En otras
palabras, se evidencia —nuevamente y con mayor urgencia— que queremos y
requerimos otra política social habitacional en las ciudades latinoamericanas.
Quienes usan diariamente el transporte público, y
quienes tienen que trabajar en las calles o salir por los alimentos del día, muy difícilmente
pueden cumplir las medidas de sana distancia, porque si no se trabaja no llega
ingreso a la familia, y en muchos casos no se come.
La pandemia ha provocado también otros fenómenos, como
el incremento de la violencia intrafamiliar; la ruptura —temporal— de las
relaciones sociales, y la desconfianza a la cercanía con los “otros”, al
diálogo y la convivencia en las comunidades: ha convertido al miedo en un
sentimiento generalizado.
Desde la economía de la ciudad, quedarse en casa ha
significado una caída estrepitosa del consumo y del empleo, especialmente en
los servicios (con la excepción de productos básicos), así como una disminución
drástica en las 96 actividades urbanas:
educación, cultura, entretenimiento, deporte, culto, administración pública, y
sobre todo movilidad, hasta el extremo de la casi paralización de muchas
ciudades.
Han sido afectados principalmente los que menos tienen, porque carecen de acceso a internet, y
consecuentemente a la educación y al trabajo a distancia; no tienen los medios
para comprar en línea ni los espacios en casa, donde puedan sustituir estas
carencias.
La
ciudad pos-COVID-19
Hay quien asegura que esta pandemia es un parteaguas
en la historia reciente de la humanidad, porque la vida que conocimos
difícilmente volverá. Agreguemos que el cambio climático sigue ahí e incrementa
la probabilidad de nuevas pandemias.
Un lugar (no tan) común dice que de toda crisis
emergen oportunidades de cambio. Por ahora, la crisis ha impulsado la
solidaridad y las prácticas sociales de sobrevivencia en algunas áreas urbanas
de bajo ingreso —trueque, cuidados y compras en comunidad, canastas básicas
solidarias y bancos de alimentos—. Ofrece la posibilidad de recuperar la vida y
las relaciones más cercanas de pareja y de familia, además de cierta
concientización sobre el valioso papel de quienes mantienen la vida urbana a
pesar del riesgo de contagio, especialmente en el sector salud. La cuestión es
mantener vivas estas prácticas y tomas de conciencia.
La pandemia ha evidenciado la consolidación de un
“quinto poder”, el de las telecomunicaciones y de las redes sociales. La
“explosión” de los webinars ha cambiado la comunicación interpersonal en la
academia, la política y los negocios; ofrece rediseñar los procesos educativos
y del trabajo en casa (homeoffice); ha abierto las puertas al consumo “virtual”
de la cultura, del entretenimiento y del comercio. Entre sus grandes impactos
destaca el uso del tiempo y del espacio.
Se reducirá sensiblemente la necesidad de trasladarnos
de la casa al trabajo, a la escuela, al cine o a comer fuera del hogar, e
incluso la de viajar a otras ciudades. Este cambio permitirá la flexibilización
de los días y horarios de trabajo, un uso más liberal del tiempo y ahorros en
el costo, el estrés y el tiempo de transportación; podría suponerse que las
aglomeraciones en espacios públicos, la congestión vehicular y las “horas pico”
del tránsito se reducirán, favoreciendo el funcionamiento de las ciudades. El
respiro que la pandemia ha dado a la naturaleza, al reducir las emisiones de
gases contaminantes a la atmósfera y la generación de desechos sólidos que
contaminan el suelo y los cuerpos de agua, representa una lección que no se
debe olvidar.
Pero no hay que engañarse. Da la impresión de que
quienes controlan los mercados y los gobiernos tienen la intención de regresar
a la normalidad de antes cancelando las restricciones impuestas por las
autoridades de salud e incentivando a las industrias, comercios y servicios más
afectados por la “sana distancia” y el “quédate en casa”.
Pero ¿es esto posible? ¿Es dable suponer que
regresaremos a grandes aglomeraciones en terminales de transporte, en grandes
centros comerciales (malls), en atestados centros de espectáculos y estadios
deportivos, en fiestas religiosas que congregan a millones de peregrinos y
feligreses; en calles y plazas a donde casi todos concurrían; o que volveremos
a transportarnos con aerolíneas que “optimizaron” el espacio por pasajero en
los aviones a grado extremo?
Si las predicciones de una pandemia que llegó para
quedarse y que amenaza con rebrotes son correctas, y si la(s) vacuna(s) no se
logran en un plazo muy corto, muchas actividades y percepciones que ahora
consideramos como temporales, tenderán a permanecer. ¿Qué hacer para que las mejores experiencias y prácticas sociales
y espaciales que estamos experimentando durante la pandemia persistan, y las
nocivas tiendan a reducirse o desaparecer?
¿Hacia
dónde ir?
La ciudad que queremos es una ciudad con derechos; es
una ciudad que recupera la escala humana, reconstruye el tejido social propiciando la
cercanía y no la separación social, y respeta a la naturaleza reconociendo que
esta también tiene derechos. La ciudad que queremos nos obliga a analizar
críticamente conceptos como la densidad, la mezcla de usos del suelo y las centralidades
urbanas; igualmente, nos exige replantear la movilidad y los transportes
luchando por soluciones de transporte público renovado, de transporte privado
no motorizado, y de confinamiento del automóvil; así como la forma en que
consumimos, reduciendo, como ya ocurre, la alimentación procesada y “chatarra”.
Nos obliga a transformar la planificación urbana de arriba-abajo luchando por una de corte
participativo y corresponsable.
Otro modelo de ciudad debe ser planificado y
gestionado desde el concepto del barrio o célula urbana en el que se integran
las funciones y los servicios, se crean solidaridades y ciudadanía; en la que
se incentivan las economías del cuidado y social-solidaria. Dicho modelo se
debe caracterizar por el desarrollo de espacio público para tod@s; por
reverdecer la ciudad (corredores verdes, parque de barrio, agroecología de
traspatio y huertos urbanos), y por impulsar políticas de salud comunitaria y
programas permanentes que garanticen el acceso al agua potable y al abasto de
alimentos en los barrios y asentamientos más pobres.
Una ciudad así debe iniciar con decisiones rotundas,
pero posibles dentro de un modelo de mercado, y con gobiernos generalmente limitados en la
comprensión de la “cuestión urbana”.
Destaca la necesidad de una política de vivienda
adecuada para los trabajadores y para los grupos de menor ingreso. Para que esta sea posible es
necesario:
1. Promover otro diseño de vivienda, en el cual se considere
el espacio que requiere cada persona para realmente vivir y estar en casa; para
que el trabajo, la educación y el entretenimiento dentro de casa se den en
condiciones adecuadas. Implica priorizar la construcción y producción social
habitacional con otros incentivos, garantizar los derechos laborales, replantear la educación y, dentro de esta, el
papel de padres y maestros.
2.Localizar la producción y autoproducción de la nueva
vivienda dentro de la ciudad consolidada o en su periferia inmediata, para que
los habitantes tengan acceso a los servicios, al espacio público y al
transporte público (la “ciudad de 15 minutos”).
3.“Llevar” empleos, servicios, equipamientos, espacio
público y funciones urbanas a las áreas habitacionales ubicadas lejos de los centros
urbanos, a fin de reducir los costos de vida de las familias y ofrecer
alternativas para que sus habitantes reduzcan la necesidad de transportarse fuera de su comunidad al contar en la
cercanía con los servicios directos a la vivienda.
4. Reestructurar los mercados de suelo urbano y
construcción habitacional para superar el argumento, esgrimido desde el Estado
y el mercado, de que los costos del suelo y de la construcción no permiten el
desarrollo de vivienda social en la ciudad. Si se reconoce a la
autoconstrucción y a la producción social de vivienda, y si se reúnen los
subsidios y los apoyos por parte de los gobiernos a la vivienda social, sí es
posible.
Como sostiene Álvaro Cálix, la emergencia sanitaria es
la punta del iceberg de una crisis sistémica global, en la que la globalización
acrecentó los riesgos y nos puso ante una convergencia múltiple de emergencias:
sanitaria, económica, ambiental, de libertades personales, de cuidados.
Otras catástrofes vendrán y podrán ser peores si no
entendemos el mensaje de la pandemia de estos días. Atenuar sus consecuencias
sobre las ciudades es posible si rescatamos lo mejor de la vida comunitaria,
del consumo sobrio, de la recuperación de la ciudadanía, y de la regeneración de
nuestras ciudades con la participación de los ciudadanos y sus organizaciones. Sin
duda, destaca la construcción de sistemas comunitarios para la prevención de la
salud, el acceso al agua y a los alimentos, pero todo ello debe ocurrir en
espacios —públicos y de hogares— diseñados para vivir con dignidad. Como concluyó
la 1ª sesión de “Aprendizajes en Vivo”, organizada por Ciudades y Gobiernos
Locales Unidos (cglu), Metrópolis y onu-Hábitat: “Sin una vivienda adecuada, el
distanciamiento social y la higiene son simplemente imposibles. La vivienda
adecuada es una cuestión vital, en este
momento y en el futuro”.
* Coordinador del Programa Interdisciplinario de
Estudios Urbanos y Ambientales de El Colegio Mexiquense. Ha sido asesor
principal del Índice de Prosperidad Urbana para México de onu-Hábitat.
Notas bibliográficas
1. Alfredo Rodríguez y Ana Sugraynes:
“‘Quédate en casa’ y el derecho a la vivienda” en Crítica Urbana, revista de
Estudios Urbanos y Territoriales, Vol. 3, N° 12 Derecho a la vivienda, 5/2020,
Crítica Urbana, A Coruña.
2. Enrique Zamorano: “Así sería la ciudad ideal para
luchar contra pandemias como el COVID-19”, en El Confidencial, 11/5/2020,
disponible en <https:// www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2020-05-11/ciudad-ideal-coronavirus-covid-19-urbanismo_2589508/>.
3. Leilani Farha, relatora especial sobre el derecho a
una vivienda adecuada de la onu.
Citada en Rodríguez y Sugraynes, op. cit.
Créditos
Nota sobre la ciudad que quisiéramos después del
COVID-19. Por Alfonso Iracheta. Cuadernos de la transformación. Red
Latinoamericana por la Transformación Social-Ecológica. Dossier Perspectivas de
transformación en tiempos de emergencia, 2020,
p.95-99
Enlace
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Ilustraciones
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