Plaza de las palabras en su sección Página 10, dedicada
al ensayo literario presenta el ELEMENTOS MÍTICOS EN LA POESÍA HONDUREÑA
DESDE 1950 HASTA NUESTROS DÍAS por Germán
Santana Henríquez de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (España).
El ensayo aborda la temática del mito grecolatino y su inserción en los poemas
de cuatro destacados poetas hondureño: Livio
Ramírez Lozano, Rigoberto Paredes, José Luis Quesada, José González.
ELEMENTOS MÍTICOS EN LA POESÍA HONDUREÑA
DESDE 1950 HASTA NUESTROS DÍAS
Germán Santana Henríquez
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
RESUMEN
La poesía centroamericana goza en la actualidad de una resonancia
internacional debida a
motivos de índole política fundamentalmente, aunque también a las
valiosas aportaciones de sus representantes. Observar cómo se comportan los
viejos mitos de Grecia y Roma en un continente que jamás conocieron supone un
reto de lo que se ha venido en llamar tradición clásica, sobre todo, en el
ámbito específico de la mitología. La poesía hondureña cuenta con originales
representantes (Livio Ramírez Lozano, Rigoberto Paredes, José Luis Quesada,
José González) que se nutren del mito grecolatino como vía de expresión de sus
composiciones.
PALABRAS CLAVE: Mitos. Poesía hondureña. 1950 hasta nuestros días.
ABSTRACT
«Mythical elements in Honduran poetry from 1950
onwards». Central American Poetry is
highly regarded internationally for essentially
political reasons, although the contributions
of its poets are also of value. Observation of the
ways in which the old myths from Greece
and Rome are transported to an unknown continent, involves
a challenge for what has come
to be known as Classical Tradition, especially in
mythology. Among the representatives of
Honduran poetry are Livio Ramírez Lozano, Rigoberto
Paredes, José Luis Quesada and
José González, all of whom make use of the Graeco-Latin
myth as a means of
expression in their compositions.
KEY WORDS: Myths. Honduran poetry. 1950 onwards.
Honduras se presenta como una tierra rica para la
poesía. Los poetas hondureños elevan sus voces para destacar los grandes temas
de la literatura: la soledad del hombre, el amor, la desesperanza, las grandes
luchas populares. Lo que más sorprende al visitante de Honduras es su paisaje
bucólico de montañas e inmensos bosques de pinos, de bananos y de café, de
campos cultivados de maíz, tabaco y algodón. Sus gentes, blancos, negros,
indios y, sobre todo, mestizos se unen a las transparentes aguas del lago Yojoa
y a la arquitectura doméstica de tipo colonial de sus ciudades. El nombre de
Honduras se debe a Cristóbal Colón que en 1502 descubrió este fascinante país
en su cuarto viaje. Cuando sus naves estaban a punto de naufragar al intentar
doblar el cabo oriental que les llevaría a tierra, el almirante exclamó: ¡Gracias
a Dios que hemos salido de estas honduras!
La presencia maya queda patente en las monumentales
ruinas de Copán, mundialmente famosas. Históricamente accedió a la
independencia en 1821 gracias a un compromiso adquirido por grandes
propietarios con España. Junto con Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Costa
Rica formaba la federación llamada Provincias Unidas de Centroamérica,
cuyo promotor fue el general Francisco Morazán, nacido en Tegucigalpa el 3 de
octubre de 1792. Sin embargo, esta alianza no duró mucho tiempo debido a
presiones externas, fundamentalmente inglesas y norteamericanas. El 11 de enero
de 1839 Honduras reclamaba su libertad y proclamaba su nueva y definitiva
independencia. No obstante, Morazán fue la figura emblemática para Honduras, su
héroe nacional, bajo cuyo nombre se combatieron todas las arbitrariedades
sociales y políticas. Denominado como «el segundo Bolívar de estas tierras del
istmo», todos los poetas hondureños han dejado en sus composiciones un sincero
homenaje a su figura. Rafael Heliodoro Valle destacaba en 1942: «creía en el
gobierno del pueblo y para el pueblo, mucho antes que Lincoln. Defendía la ley
frente a las arbitrariedades de los que piensan que una nación es patrimonio de
unos pocos».
Durante la segunda mitad del siglo XIX, la explotación
de los bananos modificó sensiblemente las estructuras agrícolas tradicionales
del país, ya que los pequeños propietarios hondureños que hasta entonces
vendían su producción a empresas norteamericanas fueron desapareciendo, siendo
los campos de bananos adquiridos y explotados directamente por la Cuyamel
Fruit y la United Fruit Company. Miguel Ángel Asturias ha mostrado
cómo este proceso de conquista capitalista del mercado se desarrolló en otros
países de la zona como Guatemala. Desde entonces, en los momentos de crisis
social, las intervenciones directas de los marines se hacen constantes.
Con estas circunstancias comerciales, las dictaduras, los golpes militares, las
guerras con países vecinos, los alzamientos populares, las huelgas generales, los
asesinatos políticos se han multiplicado en Honduras durante todo el siglo XX.
La historia y la poesía han estado íntimamente unidas
aunque no siempre hayan conformado un buen matrimonio. Los poetas más
combativos han debido en más de una ocasión tomar el camino del exilio. Los que
se quedan prudentemente guardan públicamente silencio. Se escribía pero no se
publicaba por temor a las reacciones de la censura y a las represalias y
arrestos de una policía fiel al régimen de turno. De ahí que muchos escogieran
refugiarse en el paraíso perdido de la infancia protegida por los dioses o bien
en la visión ideal de una patria agredida por los más depravados de sus hijos.
De ahí que Roberto Sosa escribiera en 1990 que la mayor parte de los
movimientos literarios hondureños se situaban bajo el signo del pesimismo y el
fatalismo. El suicidio, los asesinatos, los accidentes mortales, entre otros,
constituyen las vías de desaparición física de la mayor parte de los
intelectuales hondureños, y cosa extraña, de los mejores de ellos.
Ejemplos de este pesimismo y fatalismo son los casos
de Ramón Ortega (1885- 1932) y Joaquín Soto (1897-1926); ambos, a través del
soneto parnasiano, cantan la nostalgia de un pasado desaparecido y las
frustraciones del amor no correspondido. Rafael Heliodoro Valle (1891-1959)
será un poeta intimista agobiado por el recuerdo de la pequeña ciudad tranquila
que era entonces la capital Tegucigalpa. En su célebre Poema de Honduras (1954)
celebrará los paisajes, los monumentos mayas, los oficios y la humilde
condición de los hombres de Honduras.
El uno de febrero de 1933 el general Tiburcio Carias
Andino toma el poder estableciendo una de las dictaduras más terribles y largas
soportadas por Honduras (1933-1948). Ligado a intereses bananeros
norteamericanos, y apoyado por la oligarquía financiera, se presentará como el
defensor obstinado de la paz, con la famosa y cínica fórmula de «encierro,
destierro o entierro». Será uno de los promotores de la desaparición del
partido comunista hondureño, fundado en 1927, y sometido a una persecución
implacable.
Cuando la dictadura les sorprende, los poetas de la
generación de 1935 pertenecían, bien a movimientos progresistas recién creados,
bien a viejos partidos que se repartían el poder, como el Partido Nacional o el
Partido Liberal (ambos creados a finales del siglo XIX). Para muchos, como
Hernán Alcerro Castro (1920-1952), el autor de Sangre (1950), el modelo,
el ejemplo a seguir era el de Pablo Neruda. Importantes acontecimientos
políticos del exterior motivaban las conversaciones de cafés donde se adivinaba
el espíritu contestatario: el renacimiento de las dictaduras en América
central, los conflictos ideológicos en Europa, la guerra civil española, el
avance del fascismo y del nazismo, la Segunda Guerra Mundial, etc.
Los principales representantes de la generación de 1935
fueron Constantino Suasnávar (1912-1973), Claudio Barrera (1912-1971), Jacobo
Cárcamo (1916- 1959), Daniel Laínez (1914-1959), Raúl Gilberto Tróchez (1917),
Hernán Alcerro Castro (1920-1952) y Óscar Castañeda Batres (1925). Claudio
Barrera querrá solidarizarse con los pobres y denuncia los males de la patria
con una gran invención imaginativa y un humor que descansa en su creación
onírica; Jacobo Cárcamo, en cambio, tendrá como culto obsesivo la metáfora en Brasas
azules (1938) y en su último libro, Pino y sangre (1958). Óscar
Castañeda Batres presentará en su Madre Honduras (1961) los versos más
dolorosos, pasionales y apasionados.
La poesía femenina está poco presente en Honduras
durante este periodo. En 1930 Clementina Suárez (1903-1991) publica su primer
libro Corazón sangrante y en 1969 una antología de sus obras, El
poeta y sus señales, resumirá los temas de su inspiración: las delicias del
cuerpo, la indecisión masculina, la vida que nace y se va, el poder creador de
la infancia, el terror de la noche, la esperanza en la liberación humana.
La generación de 1950 tendrá como nombres señeros a
Roberto Sosa, Óscar Acosta, Antonio José Rivas y Pompeyo del Valle, entre
otros. Roberto Sosa pasa por ser el más apreciado de los poetas hondureños
fuera de su país y de hecho, su obra se ha traducido a varios idiomas. Ganador
de premios como El Adonáis de Madrid y el de Casa de las Américas en
La Habana, entre sus libros de poesía destacan Muros (1966); Los
pobres (1969); Un mundo para todos dividido (1971); El llanto de
las cosas (1984) y Máscara suelta (1986). Óscar Acosta, diplomático,
es un poeta intimista y humanista como lo fue su predecesor Rafael Heliodoro
Valle, siendo sus temas favoritos los objetos familiares, los seres y las cosas
de la vida, pero también los recuerdos, el amor, el olvido y la patria. Tras Poesía
menor (1957) su arte poético evoluciona hacia una mayor simplicidad,
patente en el control de la economía verbal, tal y como se aprecia en Mi
país (1971). Antonio José Rivas
Aguiluz (Comayagua, 1924-1995), matemático de temperamento y de
formación, fue el más filósofo de los poetas hondureños, interrogándose por el
paso del tiempo, por la omnipresencia de la muerte y por la inanidad de la
vida, en obras como Mitad de mi silencio (1964) y El agua de la
víspera (1996). Pompeyo del Valle, discípulo de Walt Whitman y de Pablo
Neruda, es el representante del realismo crítico, hasta tal punto que su poesía
alcanza la altura de un manifiesto. Desde La ruta fulgurante (1956), los
acontecimientos políticos sirven de trampolín para la reflexión y el mensaje.
El poeta se siente solidario con las luchas sociales y el artista intenta
transfigurar a través de la poesía la militancia revolucionaria, exaltando el
placer de vivir y de luchar.
En 1967 aparece en La Ceiba (Atlántida) una antología
titulada La Voz Convocada. Presenta la producción de un grupo de poetas
de esta ciudad unidos en torno a la figura de Nelson E. Merren. Tres serán los
jóvenes poetas más destacados de esta iniciativa insólita: José Adán Castelar,
Tulio Gáleas y José Luis Quesada. José Adán Castelar (1941) interpreta en un
lenguaje familiar la realidad inmediata, a menudo, violenta como las de las
plantaciones, como se observa en Entretanto (1979) y Sin olvidar la
humillación (1987). Tulio Gáleas (1942), agobiado por la soledad y la
muerte, duda de la existencia de la solidaridad humana en Las Razones (1970).
José Luis Quesada (Olanchito 1948, aunque siempre vivió en La Ceiba) exhibe su
raíz existencialista en sus metáforas. La angustia ante la precariedad de la
existencia se hace insoportable en Porque no espero nunca más volver
(1974), al igual que las reflexiones sobre el amor en Cuaderno de
testimonios (1981) y la biografía de una pasión en Sombra del blanco día
(1987). La angustia, como en la vida, puede dar paso a los sueños, a la
imaginación.
De manera análoga y siguiendo el ejemplo de La Voz
Convocada otros grupos poéticos nacerán en Honduras, como Vida Nueva y
Tauanka en Tegucigalpa. Al primero pertenece Roberto Sosa; al segundo
Alexis Ramírez (nacido en San Pedro de Tutule en 1943) y Rigoberto Paredes
(Trinidad, 1948). Alexis Ramírez fustigará a una sociedad anquilosada en Perro
contado (1974), trabajando sobre dos grandes zonas que confluyen y se
interrelacionan: la de un mundo que, contaminado por la muerte, se repliega
sobre sí mismo, y la que se abre hacia los demás. Rigoberto Paredes encontrará
en el erotismo una expresión jubilosa, tal y como se aprecia En el lugar de
los hechos (1974) y Las cosas por su nombre (1978).
La difusión poética en Honduras no se debe a
editoriales al uso; a menudo, son poemas aparecidos de manera efímera en
revistas y suplementos literarios de periódicos de poca tirada. Ya hemos
indicado que de los grandes poetas nacionales tan sólo se han editado una obra,
como La espera infinita de Jorge Federico Travieso, con carácter
póstumo. La Dirección de Cultura de Tegucigalpa inició durante los años
1991-1993 un notable esfuerzo de edición en forma de antologías bajo la
coordinación del poeta Livio Ramírez Lozano (1943).
La nueva poesía hondureña parece dirigirse a un
individualismo introspectivo siguiendo los postulados de Marianne Moore, para
quien la poesía debe establecer un distanciamiento intransferible de la
experiencia personal. Un culto ferviente por Lezama Lima, Borges, Paz, Pound y
Eliot pretende ignorar lo que representó para la liberación de la poesía y del
hombre las obras de Neruda, César Vallejo, Nicolás Guillén, etc. Aquí parecen
situarse José González (1953), Jorge Luis Oviedo (1957) o María Eugenia Ramos
(1959) frente a una poesía más experimental
construida por Juan Ramón Saravia (1951) o Rafael Rivera (1956). Los poetas
nuevos exploran la complejidad de las relaciones entre explotadores y
explotados y hacen de esta concepción el eje de sus posibilidades creadoras.
Pero también existe en Honduras toda una poesía viva, la llamada poesía
negra, la practicada por toda esa población originaria de África que ha
mantenido sus tradiciones y que se expresa en una lengua original. La poesía
afro-española ha encontrado en Honduras, como en Cuba, sus propios ritmos
musicales.
Livio Ramírez Lozano (Olanchito, 1943) se formó
literariamente en México y es uno de los miembros activos de la generación
poética de 1968. Tras la publicación en 1971 de Arde como fiera (con
prólogo de Juan Bañuelos) por la Universidad Nacional Autónoma de México, vivió
en Europa donde su compilación Descendientes del fuego obtuvo en 1982 el
premio de poesía «Platero» en Ginebra. Profesor de Universidad, ha dirigido en
Honduras numerosas publicaciones y talleres literarios. Doctor en Derecho por
la Universidad de Madrid, posee el diploma de Hautes Études Internationales.
Es especialista en sociología política. Entre su producción poética encontramos:
Sangre y estrella (1962); Yo nosotros (1969); Arde como fiera (1971);
Descendientes del fuego (1987); Escrito sobre el amanecer y otros
poemas (1990).
De la obra Descendientes del fuego (1987)
reproducimos el poema «Los amantes », dividido en cinco cantos. La figura mítica
central la documentamos en el canto II: ante mi ojo de cíclope hechizado.
Los cíclopes son figuras fabulosas y gigantescas de las antiguas creencias
griegas cuya particularidad esencial era su único ojo en medio de la frente
(del gr. Kyklos = círculo y ops = ojo). Los más antiguos
testimonios literarios de los cíclopes se hallan probablemente en la Odisea 9.106-564.
Aunque en opinión de Homero son simplemente gigantes sicilianos antropófagos y
excelentes pastores, cierta leyenda les consideraba constructores sobrehumanos,
autores de viejas murallas llamadas a partir de ellos mismos ciclópeas. Se le
supone hijos de Urano y de Gea y Zeus los precipitó al Tártaro desde que
nacieron.
Los tres principales cíclopes eran: Brontes, que
forjaba el rayo; Esterope, que lo tenía sobre el yunque; y Piracmón, que lo
batía a golpes redoblados. No pasaban de un centenar. El más fuerte y famoso de
los cíclopes fue Polifemo, inmortalizado por Homero en la Odisea, y
celebrado luego en el renacimiento y épocas posteriores por diversos poetas.
Los mitógrafos antiguos distinguían tres especies: los uranios, descendientes
de Urano y Gea; los sicilianos, compañeros de Polifemo y que aparecen en la Odisea;
y los constructores. Los cíclopes uranios pertenecen a la primera generación
divina, la de los gigantes; se caracterizan por su fuerza y habilidad manual.
Encadenados primeramente por Urano, son liberados por Crono y luego vueltos a
encadenar por éste en el Tártaro, hasta que Zeus, advertido por un oráculo de
que solo obtendría la victoria con su ayuda, los libera definitivamente. A Zeus
le dieron el trueno, el relámpago y el rayo; a Hades un casco que le hacía
invisible y a Posidón un tridente. Así armados, los dioses olímpicos vencieron
a los titanes y los precipitaron en el Tártaro. Los cíclopes son los forjadores
del rayo divino. Se acapararon la cólera de Apolo, cuyo hijo Asclepio había
sido fulminado por Zeus porque
había resucitado muertos. No pudiendo vengarse de Zeus, Apolo dio muerte
a los cíclopes, lo que le valió en castigo tener que servir como esclavo a
Admeto.
En la poesía alejandrina, los cíclopes son
considerados como genios subalternos, forjadores y artífices de todas las armas
de los dioses. Fabrican el arco y las flechas de Apolo y su hermana Ártemis
bajo la dirección de Hefesto. Habitan en las islas eolias o en Sicilia, donde
poseen una forja subterránea y trabajan con gran estrépito. El resoplido de su
fuelle y el estruendo de sus yunques se oye retumbar en el fondo de los
volcanes sicilianos. El fuego de su fragua de un tinte rojo, al atardecer, a la
cima del Etna. Los cíclopes tienden a confundirse con los gigantes bajo la masa
de las montañas y cuyos sobresaltos a veces agitan al país.
En la Odisea se muestran como seres salvajes y
gigantescos habitando la costa italiana, en los campos Flegreos, cerca de
Nápoles. Entregados a la cría de carneros, su única riqueza consiste en sus
rebaños. Son de tendencia antropófaga y no conocen el uso del vino, ni siquiera
el cultivo de la vid. Viven en cavernas y no han aprendido a formar ciudades. A
veces se asimilan con los sátiros. Se atribuía a los cíclopes la construcción
de todos los monumentos prehistóricos que se pueden ver en Grecia, Sicilia y
otros lugares, integrados por enormes bloques, cuyo peso y masa parecen desafiar
las fuerzas humanas. Se trata de todo un pueblo que se había puesto al servicio
de los héroes legendarios como Preto, para fortificar Tirinto; de Perseo, para fortificar
Argos, etc. Se les aplica el singular epíteto de Quirogásteres, es
decir, los que tienen brazos en el vientre, lo que nos lleva a los hecatonquiros,
los gigantes de cien brazos que en la
mitología hesiódica son los hermanos de los tres cíclopes uranios.
Pero sin lugar a dudas, es Polifemo, hijo de Posidón y
de la ninfa Toosa, el más salvaje de todos los cíclopes. Aunque conoce la
utilidad del fuego, devora la carne cruda. Sabe lo que es el vino, pero lo bebe
raramente y no se preocupa de los efectos de la embriaguez. No es del todo
insociable, ya que en su dolor llama en su auxilio a los demás cíclopes, aunque
sea incapaz de hacerles comprender su dolor. La Odisea nos indica cómo
Ulises, capturado por él junto con varios de sus compañeros, en número de doce,
fue encerrado en la caverna del cíclope. Polifemo comenzó por devorar algunos y
prometió a Ulises que se lo comería en último lugar, en agradecimiento por
haberle dado un vino delicioso que el héroe traía consigo. Aprovechando el
sueño profundo del cíclope, Ulises y sus compañeros afilaron una enorme estaca
y después de endurecerla al fuego, la clavaron en el único ojo del gigante. Por
la mañana, al salir el rebaño a pacer, los griegos, agarrados al vientre de los
carneros franquearon el umbral de la caverna, donde el cíclope, ciego,
comprobaba con las manos lo que salía. Ya en libertad, cuando la nave se hubo
hecho a la mar, Ulises se dio a conocer a Polifemo; el monstruo, furioso tras el
engaño, arrojó contra el barco enormes peñascos, pero no pudo alcanzarlo. De ahí
provenía la cólera de Posidón contra Ulises.
Tras los poemas homéricos, Polifemo se convierte en el
protagonista de una aventura amorosa con la nereida Galatea. El idilio XI de
Teócrito nos ha conservado el más célebre cuadro del cíclope galante enamorado
de una hembra coqueta que lo encuentra demasiado palurdo. Ovidio, Met.
13.759 y ss. nos presenta uno de los tríos amorosos más cantados de la
Antigüedad (Acis, Galatea y Polifemo) y Walt Disney concentra el mensaje de
este mito en La bella y la bestia. Existe una tradición que muestra cómo
Galatea se enamoró del cíclope y tiene hijos con él. Estos tres héroes serían
Gálata, Celto e Ilirio, epónimos respectivamente de los gálatas, los celtas y
los ilirios. El nombre de Galatea evoca en griego la blancura de la leche, y
esta divinidad marina en principio no aceptó los amores del cíclope de
monstruoso cuerpo. Ella estaba enamorada del bello Acis, hijo del dios Pan y de
una ninfa. Galatea descansaba un día sobre el pecho de su amante Acis y al
verlos Polifemo arrojó una enorme roca y aplastó a Acis. Galatea convirtió a su
difunto amante en un río de límpidas aguas.
Otro tema mítico legendario es el del buitre, que se
recoge en el canto IV mediante la locución el código del buitre. En
Grecia y Roma se los consideraba como aves de mal agüero y estaban consagrados
tanto a Apolo como a Marte. En el mito clásico de Prometeo, el buitre (aunque
otros piensan que es un águila) que le devora las entrañas simboliza el ansia
de gloria de aquél. El buitre, símbolo de voracidad, crueldad y avaricia, suele
evocar en el arte cristiano las ideas de la hipocresía, de la gula, la usura y
el demonio (sobre todo, los pecados relacionados con la carne; obsérvese la
expresión «eres un buitre» para referirse a la lascivia y la lujuria). Zeus
también transformó a Egipio y a Neofrón en buitres por un horrendo crimen.
Egipio tenía por amante a una viuda llamada Timandra, cuyo hijo,
Neofrón, celoso de él se arregló para que una noche se uniese por engaño
con su propia madre, creyendo yacer con Timandra. Bulis, al darse cuenta del
crimen que acababa de cometer su hijo, quiso arrancarle los ojos, pero fue
convertida en somormujo, pájaro que según la leyenda, se alimentaba solo de
ojos de peces, serpientes y aves. Sabemos igualmente que el adivino Melampo
solía escuchar las conversaciones de los buitres mientras devoraban los
cadáveres. Pudo así sanar la impotencia de Ificlo. De igual forma, Ares
transformó a Agrio en buitre. Y buitres fueron las aves que los fundadores de
Roma vieron para levantar la ciudad eterna, seis por parte de Remo y doce por
parte de Rómulo, por lo que el Palatino fue elegido como primer emplazamiento.
LOS AMANTES
I
Descendientes del fuego
Los amantes son niños salvajes
Ferocísimos seres
Que no atacan a nadie
Descendientes del fuego
No miran
No tienen sentido de la distancia
Se precipitan en sí mismos:
De ceguera y fulgor están armados
II
Estás desnuda:
La tierra olvida su ballet
Nada se mueve
Nada existe:
Solamente tu cuerpo
Ante mi ojo de cíclope hechizado:
Eres una pantera lunar
Una sed extendida de los pies a la frente
Desde ti
Una primavera furiosa nos reclama
III
Iluminas la noche con tus senos
Cuerpo como la vida
A fuego lento
Ardes
Para que yo te encuentre
Tendida
Extendida
Eres la tierra abierta
IV
A esta hora
Las cosas son perfectas
Y en la implacable hoguera
De la poesía arden
La máscara del fango de los días,
El código del buitre,
El horror que nos dan.
Inmensa es la vigilia.
Inmenso lienzo en blanco que tú llenas.
La ventana entreabierta
Derrama sueño
Hacia la oscuridad.
Tu blusa roja brilla sobre el viejo sillón.
Te exploro:
Aire, tierra, agua, fuego: se confunden.
Exacto panorama del origen.
Vientre pulido: obra del verano.
Girasol que obedece los rayos de mis ojos.
V
Donde hubo amor
Hoy quedan sólo cisnes de pus. Estos lugares
Muerden.
Me largo de este sitio.
La memoria es un pozo de serpientes.
(Descendientes del fuego, 1987)
Rigoberto Paredes (Trinidad, 1948) estudió Letras en
la Escuela Superior del Profesorado de Tegucigalpa y luego en Bogotá. Ha vivido
un tiempo en Barcelona antes de dirigir el Departamento de Lenguas y Letras de
Universidad Nacional Autónoma de Honduras. De su obra poética destacan En el
lugar de los hechos, Bogotá, 1974; Las cosas por su nombre,
Tegucigalpa, 1978; Materia prima, San José de Costa Rica, 1985; Fuego
lento, Tegucigalpa, 1989.
Del poemario Las cosas por su nombre, 1978,
reproducimos el poema titulado «Gajes del oficio», donde se alude a uno de los
seres míticos inspiradores de la poesía, la musa. Las musas, en efecto,
personifican el don de la poesía, del canto y de la música. Cada musa aparece
como inspiradora o protectora de un arte: Clío, de la historia; Euterpe, de la
música; Talía, de la comedia; Melpómene, de la tragedia; Terpsícore, de la
danza; Erato, de la poesía amatoria y de los himnos; Polimnia, de los cantos
sagrados y los himnos; Urania, de la astronomía, y Calíope, de la poesía épica.
Sus nombres parlantes responden a su significación simbólica, a saber, la que
ensalza, la que alegra, la que florece, la que canta, la que danza, la
adorable, la de los himnos excelsos, la celeste y la de dulce voz. Hijas de
Mnemósine y de Zeus, existían dos grupos principales de musas: las de Tracia,
de Pieria y las de Beocia, a las que se ubicaba en las laderas del Helicón. Las
musas del Helicón
son colocadas bajo la dependencia directa de Apolo que dirige sus cantos
en torno a la fuente de Hipocrene. Las musas no poseen ciclo legendario propio.
Intervienen como cantoras en todas las grandes fiestas de los dioses, aunque a
todas se les asigna alguna aventura amorosa.
GAJES DEL OFICIO
Aquel poeta
Puro
Bieneducado
El más perfecto
Vivo ejemplo de
recatos verbales y carnales
Fue sorprendido
Una noche
Con las manos
sobre la musa
(Las cosas
por su nombre, 1978)
Otro poema evocador de figuras míticas es «Monte de
Venus» perteneciente a Materia prima,
1985. A pesar del sentido sensual del título que identifica al pubis de la
mujer, originariamente Venus era una diosa romana de la naturaleza y de su
estación más florida, la primavera. Luego, diosa de la belleza y de los placeres
y madre del Amor (Cupido). Cicerón distinguía cuatro diosas diferentes: la hija
del Cielo y de la Tierra; la que nace de la espuma del mar; la hija de Júpiter
y Diana; y la Venus-sirena. La tradición más conocida es la que supone a Venus
surgida de las olas del mar, siendo luego educada por las Horas, que le
regalaron el cinturón que contenía todos los encantos y seducciones: el
atractivo, la gracia, la sonrisa comprometedora, los dulces coloquios, el
suspiro y el silencio expresivos. Júpiter la hizo esposa de Vulcano, pero sus
aventuras amorosas fueron incontables: con dioses (Marte, Mercurio, Apolo,
Baco), con mortales (Faetón, Anquises, Adonis, etc.). Ganó el premio de belleza
frente a Juno y a Minerva en el famoso juicio de Paris. Le fueron consagrados
el mirto y la rosa, la manzana y la granada, la liebre, el carnero, el cisne y
la paloma, como atributos simbólicos.
La figura de Venus ha inspirado a grandes poetas y
artistas plásticos; en la estatuaria clásica son famosas las llamadas Venus de
Milo, Capitolina, de Cnido, Anadiomena y de Médicis; entre los pintores, desde
Botticelli hasta los de hoy, pasando por Rubens y los venecianos que han
representado la figura de la diosa del Amor. Mas entre todas estas
representaciones figura en primera línea la famosa estatua griega de Afrodita,
descubierta en la isla de Melos (hoy Milo), en 1820, que se conserva en el
museo del Louvre de París, y se conoce universalmente con el nombre de la Venus
de Milo, símbolo del canon o prototipo ideal de la belleza femenina clásica. Es
la expresión más acabada de la belleza misma, en la que se funden de manera
admirable y armoniosa la hermosura física y el encanto espiritual. Sus
proporciones no coinciden con el prototipo de la belleza femenina actual, pero a
pesar de esto es un canon eterno. Su secreto consiste en la fusión de su
plenitud de formas con la serenidad de su expresión, símbolo de la feminidad
basada en la proporción de lo físico (geometría perfecta) con lo espiritual
(idealidad).
En el poema de Rigoberto Paredes, la Venus mítica se
convierte en un símbolo
de pura atracción sexual, en un lúdico campo de juego y de retozo,
donde ciertos
héroes / extraen el metal de su armadura. No olvidemos que la armadura, a la vez
que una defensa, es una transfiguración del cuerpo, una metalización
ligada al simbolismo
de los metales (esplendor, duración, brillo, etc.).
MONTE DE VENUS
Tierra fértil
Bañada por la
miel
De un lago
legendario
Buena
Para el cultivo
Del gusto / del
tacto / del olfato
Rica
En secretos
yacimientos
De donde ciertos
héroes
Extraen el metal
de su armadura
(Campo de juego
y de retozo)
Orilla del
oleaje
Que estalla
Bajo sábanas
Éste es el monte
Lugar adonde
todos los caminos llevan
(Materia
prima, 1985)
José Luis Quesada (Olanchito, 1948) es miembro del
grupo «La voz convocada » de La Ceiba. Instalado más tarde en Tegucigalpa, se
asocia a los intelectuales y artistas del movimiento Tauanka. Entre su
producción poética destacamos: Porque no espero nunca más volver, San
José de Costa Rica, 1974; Cuaderno de testimonios, Tegucigalpa, 1981; La
vida como una guerra, San José, 1982; Sombra del blanco día,
Tegucigalpa, 1987; La memoria posible, Tegucigalpa, 1990.
De la compilación antológica realizada por Ana Rosa
Rubiano de Merriam, titulada Once poetas hondureños, San José de Costa
Rica, 1978, extraemos el poema titulado «Poética», donde se traza la silueta
mítica de los faunos. Fauno era una de las divinidades itálicas más antiguas y
populares. Se le identifica con el dios griego Pan por la similitud de sus
atributos: uno de sus rasgos característicos como dios benéfico era el de
proteger los bosques, prados, campos y ganados, siendo el verdadero representante
de la vida nómada y pastoril. Los faunos —descendientes de Fauno, dioses
rústicos que habitaban selvas y campos— eran menos brutales y malignos que los
sátiros y los silvanos. Los faunos simbolizan los sueños amorosos del hombre,
sueños no siempre movidos por el deseo físico, sino por la belleza como latente
aspiración hacia un ideal tanto más deseable cuanto más huidizo. Este sentido es,
quizá, el que inspiró a Mallarmé su poema «L'après-midi d'un faune»,
convertido luego en poema sinfónico por Claude Debussy. Estaban consagrados a
los faunos el pino y el olivo silvestre, y se les representaba con cuernos de
cabra o de carnero y el cuerpo de dicho animal desde la cintura para abajo. El
culto a Fauno comportaba, en su origen, la procesión de los Lupercos, en el
curso de la cual unos jóvenes corrían
medio desnudos, sin más vestidos que una piel de cabra, flagelando a las
mujeres que encontraban, con correas de cuero fresco. Se creía que esta
flagelación atraía la fecundidad sobre las víctimas.
POÉTICA
Con la cabeza
llena de buenas intenciones
Miramos el cuaderno
de escolar testarudo
Que quiere
maravillar a sus compañeros
Con un trazo
vertiginoso.
Nos habíamos
demorado conversando con faunos
Todavía
adolescentes. Nuestros sentidos estaban alertas.
Con los ojos nos
comíamos los senos de las muchachas
Y sabíamos
definirlos. La hierba era un fuego fresco.
Nuestras almas
se cierran ahora
Alrededor de un
áspero instrumento de caza.
Del espumarajo
que la estrella va derramando
Extraemos las
franjas increíbles con que envolvemos
Nuestros
cuerpos.
La poesía no es una
dama
A la cual se
conquiste escribiendo versos.
Aquí y allá,
donde ha ocurrido todo, nos ordena volver.
Acaso hay que
mostrarle el muslo desgarrado
Por el can que
custodia la casa de las vírgenes.
(Once poetas
hondureños, 1978)
José González (1953) nació en Lima, en el estado de
Cortés. Finaliza sus estudios agronómicos
en 1976. Crítico literario y editor, se dio a conocer por su Monólogo de
Roque Dalton, que recibió el premio «Plural» de poesía en México (1984). Igualmente
es premio «Centroamericano» de poesía, Tegucigalpa, 1991. Autor de un Diccionario
de autores hondureños, Tegucigalpa, 1987, reside actualmente en La Paz. Entre
su producción poética podemos resaltar Poemas del Cariato, 1984; Las
órdenes superiores, 1985 y Reino animal, 1993.
Del libro de poemas Las órdenes superiores (1985)
reproducimos la composición «Habla la abuela desalmada», donde se documenta al
héroe griego homérico por excelencia, Ulises. Como rey de Ítaca, esposo de
Penélope y padre de Telémaco, fue inmortalizado por Homero en la Ilíada y
especialmente en la Odisea; además, ocupa un importantísimo lugar en el
ciclo épico, en la tragedia, en la comedia y la lírica de la antigüedad
clásica. Cuando un conflicto inmediato o una situación apurada no pueden
resolverse por la fuerza sola, sino que requiere claridad de juicio, el ingenio
o la decisión inteligente, no se llama a heroicos y esforzados combatientes, sino
al prudente Ulises. Como astuto le califican constantemente los poemas homéricos.
El propio Zeus indica: ¡Cómo podría yo olvidar nunca a Ulises divino, que tiene
más juicio que mortal ninguno! El juicio y la astucia hacen de Ulises el conductor
de hombres por antonomasia, que ha de imponerse mil veces contra los desmanes y
las torpezas de sus seguidores, poniendo en juego su serenidad y su valor que
raya a la altura de su ponderación. Tiene Ulises sangre fría y una energía reflexiva.
Tipo ideal del navegante y del fundador de ciudades, es el hombre que triunfa
porque siente el anhelo y la firme voluntad de triunfar.
Personaje el más atrayente de la antigüedad clásica,
su prudente ingeniosidad junto con la audacia curiosa de saberlo y conocerlo
todo, han hecho de Ulises el primer personaje ejemplar y típico. Encarnación de
la raza helénica —complejo y completo— viene a ser un tipo nacional. Es, antes
que un héroe mítico, un hombre al que nada de lo humano le es ajeno. Junto al
vigor físico, posee el valor moral; al lado de la bravura y la audacia, el
ingenio, el sentido del cálculo, la flexibilidad: un amplio y diverso bagaje de
valores y matices humanos que hacen de él el hombre total, que lo ha visto todo
y lo ha experimentado todo, como síntesis perfecta de una rica experiencia
milenaria.
Ulises es, sobre todo, la encarnación simbólica del
dominio de sí mismo, porque su valor impetuoso no está gobernado por el
acaloramiento, sino por la propia conciencia de sus posibilidades, del
disimulo, de la medida, de la estratagema. Ulises ha quedado como la
personificación más perfecta de la habilidad y de la prudencia. En las artes plásticas se le ha
representado barbado y a menudo como marino, tocado con un casco o gorro de
piloto. Esta imagen de hombre prudente y juicioso ya la ofrecieron los
estoicos.
Su genealogía lo hace hijo de Laertes y de Anticlea.
Su abuelo paterno es Arcisio y su abuelo materno, Autólico. En los trágicos, en
cambio, Ulises habría sido hijo de Sísifo, amante de Anticlea antes de que ésta
se casara con Laertes. Sísifo habría denominado al niño así porque el propio
Sísifo era «detestado por mucha gente» (Odysseus recuerda, en efecto a odussomai
= «ser odioso»). La abuela desalmada podría ser bien Anfítea (materna),
bien Calcomedusa (paterna), o bien, si seguimos lo indicado por los trágicos,
Melanipa, esposa de Eolo, ambos abuelos paternos de Ulises y padres de Sísifo.
HABLA LA ABUELA DESALMADA
Era impuro
Que ella se
acostase con todos los hombres del desierto
Pero ¿de qué
modo
Sobrevivir aquí
Donde sólo la
arena es porvenir?
Ocho siglos
vivió
Acumulando
sudores y espermas
Ocho siglos sin
que el amor
Asaltase su
mirada
Justa fue
entonces
Su fuga con
Ulises —aquel sucio navegante de la arena—
Como justa fue
también
Mi cólera por el
rapto:
Echaba de menos
Sus pasitos de
avestruz, su cantar de ave deslumbrada
Eso fue por el
tiempo
Cuando los
contrabandistas cogieron peste
Y el desierto
ardió
Como un páramo
incendiado,
Desde entonces
vivimos aquí
—como absurda
caravana—
Intercambiando
besos y espejismos en la arena
(Las órdenes
superiores, 1985)
De las numerosas aventuras amorosas de Ulises, antes y
después de su compromiso matrimonial con Penélope (Helena, Circe, Polimela,
Nausícaa, etc.), la única que mantiene la simbología del número ocho es la que
tiene que ver con Calipso, en la isla de Ogigia y cuyo escenario se localiza en
la costa marroquí de Ceuta, frente a Gibraltar; por tanto, un lugar desértico,
donde se desarrollaron episodios con un límite temporal de ocho años, que no
siglos, como señala el texto: ocho siglos vivió / acumulando sudores y
espermas. Calipso acogió a Ulises náufrago, lo amó y lo retuvo junto a ella
ofreciéndole en vano la inmortalidad. Obligada por Zeus, liberó a Ulises con
gran pesar. Se cuenta que tuvo con él dos hijos, Nausítoo y Nausínoo, cuyos
nombres evocan el de la nave (naús) que construyó Ulises con la madera
ofrecida por la ninfa. Frente a la caracterización positiva de Ulises, el
personaje griego en la literatura universal del siglo XX se convierte en
un antihéroe.
Nótese la expresión—aquel
sucio navegante de la arena—para expresar aspectos negativos de Ulises. Junto
al adjetivo «sucio» habría que agregar los de cobarde, mujeriego, desleal,
mentiroso, violento y maniobrero, todos muy en consonancia con esta radiografía
moderna de su oculta (Calipso) personalidad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ACOSTA, O. (1971): Poesía hondureña de hoy, Nuevo Continente,
Tegucigalpa.
CIRLOT, J. E. (1969): Diccionario de símbolos, Labor, Barcelona.
COUFFON, C. (1997): Poésie hondurienne du XXe siècle,
Patiño, Ginebra.
GARCÍA FLEITAS, L. M.-SANTANA HENRÍQUEZ, G. (2002): La imagen de Egipto
en los fragmentos de los historiadores griegos. Una primera aproximación,
SPPD de la ULPGC, Las Palmas de Gran Canaria.
GARCÍA GUAL, C. (1992): Introducción a la mitología griega,
Alianza, Madrid.
GIL, L. (2002): Oneirata. Esbozo de oniro-tipología cultural
grecorromana, SPPD de la ULPGC, Las Palmas de Gran Canaria, especialmente
las pp.25-31.
GÓMEZ ESPELOSÍN, F. J. (2005): Diccionario de términos del mundo
antiguo, Alianza, Madrid.
GRIMAL, P.: Diccionario de Mitología griega y romana, Paidós,
Barcelona, (1ª reimpresión. 1ª ed. Labor, 1965).
HUMBERT, J. (1984): Mitología griega y romana, Gustavo Gili,
Barcelona.
LÓPEZ FÉREZ, J. A. (ed.), (2002):Mitos en la literatura griega
arcaica y clásica, Ediciones Clásicas,
—— (2004) Mitos en la literatura griega e imperial, Ediciones
Clásicas, Madrid.
PADORNO, E.-SANTANAHENRÍQUEZ, G. (eds.), (2001): La Antología
Literaria, SPPD de la ULPGC, Las Palmas de Gran Canaria.
PÉREZ RIOJA, J. A. (20037): Diccionario de símbolos y mitos,
Tecnos, Madrid.
ROMOJARO, R. (1998): Las funciones del mito clásico en el siglo de
Oro, Anthropos, Barcelona.
SALINAS PAGUADA, M. (1993): Poesía Morazánica hondureña, Alín,
Tegucigalpa.
SANTANA HENRÍQUEZ, G. (2000): Tradición clásica y literatura española,
SPPD de la ULPGC, Las Palmas de Gran Canaria.
—— (2003) Mitología clásica y literatura española, SPPD de la
ULPGC, Las Palmas de Gran Canaria.
UMAÑA, H. (1986): Literatura hondureña de hoy, Guaymuras,
Tegucigalpa.
Créditos
Texto
ELEMENTOS MÍTICOS EN LA POESÍA HONDUREÑA DESDE 1950
HASTA NUESTROS DÍAS Germán Santana Henríquez, FORTVNATAE, 17; 2006, pp. 151-164.Version PDF:
pp.151-164, edu.org
Ilustración
Pintura
mural de Rafael Sanzio titulada “Apolo en el Parnaso”, con sus
musas.