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Desde ese punto de vista, creo que la fotografía de Vivian Maier es indudablemente meritoria en ambos aspectos (valor estético y documental): podéis comprobarlo visitando los distintos portfolios de su página web oficial. Pero creo que la historia que envuelve el hallazgo de esta obra y la vida de Maier es tan llamativa como sus fotografías, y merece ser contada.
s muy posible que muchos de vosotros ya conozcáis la historia que voy a contar, pues ha tenido bastante difusión en Internet los últimos años, pero hace poco topé de nuevo con este asunto: la actividad de Vivian Maier como fotógrafa callejera de la década de los 50 y los 60del siglo XX, en las ciudades de Chicago y Nueva York, y el curioso e inesperado descubrimiento de su obra. Esta vez me he sumergido un poco más en la historia, y he pensado que sería un tema interesante para una entrada del blog.
Debo decir antes de nada que en general no soy muy aficionado a hablar de fotógrafos del año del catapún, más que nada porque creo que hay mucho postureo al respecto, es decir, tendencia a maravillarse sistemáticamente ante cualquier foto que se haya tomado con película y sea obra de alguno de los “grandes maestros” (título otorgado por el establishment artístico y apuntalado por una legión deesnobs). No soporto los dogmas en casi nada y la fotografía no es una excepción. Ahora bien, eso tampoco debe ser óbice para reconocer el talento en cualquier época, y sobre todo, apreciar elimpagable valor de las imágenes captadas en tiempos a los que no es posible regresar.
Desde ese punto de vista, creo que la fotografía de Vivian Maier es indudablemente meritoria en ambos aspectos (valor estético y documental): podéis comprobarlo visitando los distintos portfolios de su página web oficial. Pero creo que la historia que envuelve el hallazgo de esta obra y la vida de Maier es tan llamativa como sus fotografías, y merece ser contada.
La historia es tan atípica que no comienza en el siglo XX (cuando se tomaron todas estas fotos), sino en elXXI, concretamente en 2007, cuando John Maloof -un joven coleccionista que buscaba fotos de Chicago para un libro que estaba escribiendo sobre la ciudad- compró unas cajas de negativos en una subasta de trasteros (el contenido de estos se pone a la venta si los titulares del amacenaje dejan de pagar las cuotas). Maloof se hizo con cajas que contenían más de 100.000 negativos de formato medio (además de2.700 rollos sin revelar, algunos rollos de película, cintas de cassette y otras posesiones) que habían pertenecido a una tal “Vivian Maier”. A la vista de tan ingente producción, supuso que se trataba de una periodista o fotógrafa, pero en aquel momento no consiguió encontrar información alguna sobre ella en Internet. Tras echar un vistazo a los negativos, consideró que las fotos no le servían para el libro, pero le parecieron interesantes y las guardó. Un par de años después, en 2009, volvió a revisar todo este material: escaneó unos 200 negativos, puso las fotos en un blog, y publicó el enlace en un grupo de flickr.
La respuesta de aficionados y expertos no se hizo esperar, y fue entusiasta. Espoleado por este éxito,John Maloof buscó de nuevo información sobre ella, y esta vez sí encontró algo: su esquela, publicada aquel mismo año. Los datos de esta necrológica no le llevaron a ninguna parte, pero avivaron aún más su curiosidad. Con las direcciones y teléfonos de documentos que encontró en las cajas, acabó localizando a personas que le revelaron que Maier no había sido fotógrafa, sino… ¡niñera! “¿Qué hacía una niñera tomando tal cantidad de fotos a mediados del siglo XX?“, se preguntó Maloof, dudando de aquel primer hallazgo.
Pero así era: efectivamente, Maier había pasado la mayor parte de su vida trabajando como empleada del hogar, a cargo de niños o personas mayores, o realizando tareas domésticas para las familias que la contrataban. Nunca ganó un céntimo con sus fotografías, ni expuso – de hecho, ni siquiera se sabe qué clase de formación fotográfica tuvo. Cuando Maloof localizó a quienes la trataron en vida o contrataron sus servicios, obtuvo un relato inesperado acerca de su personalidad y su afición – sabían que iba siempre con su Rolleiflex colgada del cuello, y que hacía fotos de cualquier cosa, pero no solía mostrar sus resultados a nadie (de hecho, apenas hizo copias en papel). La consideraban una persona un tantoexcéntrica, muy celosa de su privacidad y con tendencia a acumular de forma obsesiva todo tipo de objetos de recuerdo, recortes, cartas y pilas y más pilas de periódicos.
Aunque Vivian pasó su infancia en algunos pueblos de Francia (Saint Julien y Saint Bonnet – su madre era francesa), nació en Nueva York. El padre abandonó la familia cuando ella tenía 4 años, y aunque se tiene conocimiento de un hermano mayor y una tía, no parece que tuviera contacto alguno con ellos. Vivian no se casó ni tuvo hijos, y se caracterizó por una vida solitaria; de hecho, en 1959, dejó temporalmente su trabajo durante 8 meses para viajar por diferentes zonas de Asia, África y Sudamérica únicamente acompañada de su cámara, con la que tomó miles de fotos de los lugares en los que estuvo y las gentes que encontró.
La fotografía de Vivian Maier (o al menos la parte de su obra que más atención ha generado) es eminentemente callejera y humana, en blanco y negro y formato cuadrado. Empleó varias cámaras, pero principalmente, modelos Rolleiflex de formato medio – en este tipo de cámaras el visor se encuentra en la parte superior, lo cual permite disparar desde la cintura de forma más discreta, cosa que pudo suponerle una ventaja.
Algunos de los que han escrito sobre Maier la han comparado con una Mary Poppins de la vida real – una especie de niñera adorablemente “peculiar“. Pero quizá la realidad distase bastante de este concepto idealizado: algunos de los niños que cuidó en su día, hoy adultos, relatan historias variopintas que hablan de un “lado oscuro” y apuntan a algún tipo de trastorno mental que posiblemente se agudizara con los años. Por lo visto, algunas de las familias que la contrataron terminaron prescindiendo de sus servicios a raíz de sus manías y su extraño carácter, aunque, por otro lado, tampoco sería tan bruja: en sus últimos años, los hermanos Gensburg (de los que Maier había sido niñera en su día) se ocuparon de pagarle un apartamento cuando fue desahuciada de su anterior domicilio. Para aquel entonces, ya tenía costumbre de guardar sus pertenencias en un trastero al no poder llevarlas todas consigo.
Nueva York, septiembre de 1959
Nueva York, septiembre de 1959
En noviembre de 2008, Vivian tuvo una caída en la calle (parece ser que patinó con una capa de hielo) y se golpeó la cabeza: una ambulancia la llevó al hospital, donde permaneció hasta ser trasladada a una residencia de ancianos en enero, de nuevo gracias a los hermanos Gensburg. Se esperaba que tuviera una recuperación completa, pero su salud ya no remontó. Cuatro meses después, en abril de 2009 y con 83 años cumplidos, Vivian Maier moría en la pobreza, sin familia conocida ni amigos cercanos, con sus preciados negativos y otras posesiones subastadas a extraños, y por supuesto, siendo una total desconocida para el mundo de la fotografía. Irónicamente, justo entonces John Maloof había empezado a hacerla famosa: poco después encontraría su esquela en Internet y comenzaría toda la historia que nos ha llevado hasta aquí.