Lecturas: ¿Cómo escucha música nuestro cerebro? por Pablo Espinosa



 
Ernst Haeckel, Ascidiae, 1904*

¿Cómo escucha música nuestro cerebro?

Revoluciones (Octubre de 2017)
1366 palabras
Pablo Espinosa**

Estamos en Ítaca. En breve zarparemos.

      Frente a nosotros vibra el vasto océano de la neurociencia de la música. Navegarlo equivale a escuchar, sentir, percibir y saber. Todo al mismo tiempo. Lo que otros navegantes, los mejores —los neurocientíficos—, han descubierto hasta el momento, es apenas una breve isla frente al descomunal océano interminable.
      Las distintas formas del océano: Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne; El mar en calma y Viaje feliz, de Johann Wolfgang von Goethe, puesto en música por Beethoven y después por Mendelssohn; La Antártida, que es la sinfonía séptima de Vaughan Williams; La tempestad, que es por igual una obra de Shakespeare que un óleo puesto en movimiento por Joseph Mallord William Turner. Todo eso tiene correspondencia en el cerebro. Ahí es donde ocurre todo. Y lo demás es ruido.

      La música del cerebro, vista desde la neurociencia, consta de miles de millones de notas musicales cuyas combinaciones son infinitas. 86 mil millones de neuronas. Lo más refinado sucede en la región más vieja, la más agreste, rudimentaria, básica. La zona límbica. La corteza reptiliana. La percepción de la música es un fenómeno cercano a la magia que ha mantenido ocupados durante milenios a poetas, filósofos, músicos, psicólogos y ahora a neurocientíficos.

      Theodor W. Adorno creó un modelo de escucha en siete categorías. El Bildungshörer, por ejemplo, es “el escucha pedante”, también conocido como “consumidor de cultura”, cuyo criterio comprende infinitos conocimientos de anécdotas relacionadas con la obra, detalles biográficos sobre el compositor y un saber enciclopédico sobre los intérpretes, de cuyos méritos puede perorar de forma interminable, según hace notar Enrique Gavilán en su libro Otra historia del tiempo.

      Otra categoría es la del oyente emocional. Busca en la música el impulso irracional que disuelva en él las ataduras de las normas y le proporcione una cierta embriaguez. La música de Chaikovski resulta muy propicia para esta forma que Adorno considera de “no escucha”.

      El modelo idóneo, hace notar Galván, es el “escucha estructural”, aquel que “piensa con los oídos”, aquel que hace de lado la emoción.

      Emoción. La neurociencia de la música comprende avances significativos en esta amplia zona del océano por descubrir. Para muchos científicos, las emociones son respuestas corporales que forman parte de nuestra lucha por sobrevivir. Para otros, son estados mentales que surgen cuando las respuestas corporales son percibidas por el cerebro. Otra perspectiva: las respuestas corporales son periféricas a una emoción y lo importante está ocurriendo en el cerebro.

      Para la neurociencia, la música es una conflagración. Miles de millones de neuronas en ebullición. En un nivel más profundo, la escucha de música, esté de por medio o no la emoción, despierta la zona más primitiva del cerebro: las regiones reptilianas del cerebelo. El vermis, la masa central del cerebelo entre los dos hemisferios, se “conmueve”, es decir, vibra imperceptiblemente.

      Si lo observamos durante un estudio de laboratorio, un mapping por ejemplo, el cerebro es como una galaxia que se enciende y se apaga, una nebulosa, una masa de cocuyos, un coro de luciérnagas. Cada “foquito” es una nota musical, con su equivalente en color, timbre, densidad, volumen, tono, brillo, contraste y así hasta sumar los once elementos que la neurociencia ha descubierto para definir los componentes de la música, más allá de los cuatro tradicionales: armonía, melodía, ritmo y contrapunto; esta aportación, la de rebasar los cánones, significa romper las ataduras.

      La actividad musical involucra todas las regiones del cerebro; eso también es un descubrimiento reciente. Todos los subsistemas neuronales están comprometidos en tal proceso. El cerebro discrimina sonidos y distribuye su procesamiento en zonas así segregadas y para ello emplea un sistema de detectores cuya función consiste en analizar los aspectos específicos de la señal musical, como el tempo, el timbre y los ya mencionados once elementos constitutivos de la música. Este proceso tiene puntos de comunicación con las operaciones necesarias para analizar otros sonidos. Por ejemplo, comprender un discurso sonoro requiere que nuestro cerebro separe ráfagas de sonidos para procesarlos y ordenarlos.

      El goce musical trasciende, entonces, la emoción. Sucede lo que Theodor W. Adorno definió hace muchos años como la “escucha estructural”. Se entiende, ahora sí, su frase “pensar con los oídos”. Y su exigencia de separar la emoción de la escucha es mero berrinche, pues no hay proceso musical que resulte sencillo: la mera complejidad de las conexiones neuronales que se establecen niega la menor linealidad.

      Para la neurociencia, la música es pues una conflagración, sí, pero también es un sistema de ordenación, análisis y distribución de actividad neuronal y ésta obedece por igual al sonido por sí mismo, a su recepción y procesamiento químico que a la emoción que despierta en el escucha.


Ernst Haeckel, Discomedusae 28, 1904*

No existe la “escucha cerebral” y la “escucha emocional”. Existe la escucha. Rebasada queda, en consecuencia, la consideración del tipo “interpretación técnicamente perfecta, pero sin emoción”, al igual que “la ejecución mediana, con tropiezos pero eso sí, con harta emoción”. Decir que la Filarmónica de Berlín es técnicamente perfecta pero carece de emoción es un error descomunal. Mismo error que decir que la Sinfónica de Parangaricutirimícuaro adolece de cuadratura pero logra conmover hasta las lágrimas su entrega.

      Para la neurociencia, la música es un proceso complejo. El cerebro discrimina pero al mismo tiempo involucra el todo. A la vista de ello, la dualidad que estableció René Descartes entre mente y cerebro queda también trascendida. La idea de que la mente existía antes de que naciéramos y que el cerebro no es la sede del pensamiento sino un instrumento de la mente que ayuda a ejecutar las acciones de ésta, como el movimiento de los músculos, resulta asequible en nuevas maneras de análisis.

      Gracias a la neurociencia, preguntas fundamentales como “¿qué es ser yo?”, cuando se escucha música, resultan nuevas aventuras de conocimiento, maneras diferentes de navegar en el océano del misterio.

      Científicos y filósofos concluyen que mente y cerebro son dos partes de la misma unidad. Distinguirlos resulta erróneo. La visión generalizada es que se trata de la suma total de los pensamientos, creencias y experiencias y todo eso se refleja en un paisaje de incendios: la conflagración de millones de neuronas y la intensa actividad electroquímica en el cerebro que despierta la escucha de música.

      Emoción y razón. En su libro La barca silenciosa, Pascal Quignard evoca en esa polarización extrema lo que los místicos griegos denominaban éxtasis, que significa “salida de sí”, “ponerse fuera de sí”.

      En un primer momento, dice Quignard, el trance eleva, danza, gira. En La barca silenciosa, él hace cantar a un coro. Su relato “La barca de los niños de pecho” es una historia de los puertos. En 1595, de acuerdo con la investigación que realizó Quignard en la Biblioteca Nacional de Francia, los corbeillats, las barcas de los niños de pecho, llegaban a París los martes y viernes. Los marineros desembarcaban a los bebés sujetados en sus mantas para que tomaran el pecho y sorbieran la leche de las nodrizas en los campos y en los bosques. Así fue como el corbillard, en la época en que París vivían Malherbe, Racine, Esprit, La Rochefoucauld, La Fayette, La Bruyère, Sainte-Colombe, Saint-Simon, era un barco de bebés que bogaba por el Sena, bordeando la ribera, a puro grito.

      Los neurocientíficos de la música son navegadores natos. Día con día zarpan con rumbo hacia el misterio. No saben qué encontrarán, ignoran si perderán el camino. Los guía esa galaxia que se prende y se apaga: el cerebro cuando escucha música. Incendios neuronales. Los navegantes saben muy bien que jamás develarán el misterio, pero con el solo hecho de intentarlo son felices.

      Nos invade la noción de viaje, la pasión por la aventura. De noche escucharemos el canto de las ballenas jorobadas. Y no nos preguntaremos por la emoción. Ni tiempo tendremos para eso. Porque esa música penetra directo al cerebelo. Escucharemos, desde luego, a las sirenas. Eso también lo sabemos.

      Igualmente, como en todo viaje, en el fondo no sabemos qué nos encontraremos, qué peripecias ocurrirán. Porque la neurociencia de la música sigue su curso. Siguen ocurriendo hallazgos en el océano del misterio.

      Estamos en Ítaca. En breve zarparemos.

Créditos

*Las ilustraciones son del texto original

**Pablo Espinosa

Periodista cultural nacido en Córdoba, Veracruz, en 1956. Fue subjefe de prensa del INBA durante dos años (1980- 1982). Colaboró en El Fígaro, Cineguía, entre otras publicaciones. Ha sido reportero de las secciones culturales de los periódicos El Nacional (1983-1984) y La Jornada (1984), de la que es coordinador de la sección de Cultura. Es autor del libro Si me han de matar mañana, lo redacto de una vez (Editorial Leega-INBA), por el que le fue otorgado el Premio Bellas Artes de Literatura en 1986.  En 1988 recibió el Premio Sinaloa de Periodismo Cultural. En 1994, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes publicó su libro de crónicas No por mucho madrugar se redacta más temprano. En 1996 la Universidad Nacional Autónoma de México publicó, como libro conmemorativo, el amplio reportaje titulado Sala Nezahualcóyotl, una vida de conciertos. Textos suyos han sido recogidos en los libros Escenarios de dos mundos (editado por el Ministerio de Cultura de España) y El fin de la nostalgia. Nueva crónica de la ciudad de México (Nueva Imagen). Recientemente publicó La música, ese misterio (UANL, 2016)  (Tomado de página web del  Centro Cultural Elena Garro)    

   

Neurociencia y Música. Comentarios a Lecturas: ¿Cómo escucha música nuestro cerebro?

Por Plaza de las palabras 



Plaza de las palabras en su sección Lecturas presenta el texto ¿Cómo escucha música nuestro cerebro? por Pablo Espinosa*. Acerca de la neurociencia (1) de la música y cómo ésta actúa en el cerebro humano. Pablo Espinosa en un artículo espléndido y provocativo nos invita a una aventura y al mismo tiempo nos hace reflexionar sobre la materia tratada. Cita, el autor entre otros a Pascal Quignar (2) y Theodor Adorno (3), y el texto esta ilustrado con dibujos de Ernst Haeckel (4) Retomando al polémico y enigmático Adorno  es sabido de que además de un académico prominente del Circulo de Frankfurt, era músico y un consumado  especialista en música,  y llegó asesoró al nvelista alemán   Thomas Mann para las partes técnicas musicales de su obra el Doctor Fausto que trata de un compositor de música de nombre Adrian Leverkühn. (5) Nos dice Pablo Espinosa que  Adorno identifica 7 niveles o tipos de escucha musical (6), y que  está categorización de las escuchas musicales se llega al clímax con la «escucha estructural» (7), es decir al tenor de Adorno «pensar con los oídos».

Esa síntesis, especie de sinestesia, atribuirle a uno de los sentidos las propiedades y funciones de otro sentido  que ciertos artistas,  pintores y escritores, a veces utilizan en sus obras. Y que también lo hace a uno pensar si se puede ver con la mente o escuchar al observar una obra pictórica. Al respecto, Thomas Mann en su obra Doctor Faustus, narra un experimento de «acústica visual», es decir música visual (8) señala: un arco de violoncelo sobre una placa de cristal rellenada de arena que al girar emitía el sonido del violonchelo y se combinaba con diversas formas geométricas «La arena se resbalaba, se deslizaba, y se ordenaba en figuras y arabescos singularmente precisos y diversos.»Y que nos parece ser semejantes o parecidos a las ilustraciones de Ernest Haeckel que ilustran el texto de Pablo Espinosa.

Más adelante Thomas Mann, por medio de su personaje el profesor Kretzscmar narra una lección de música que éste  impartía a su alumno Leverkühn clase que se llamaba «La música y el ojo». Donde afirmaba que la jerga musical no provenía de la acústica sino de  la óptica. Sobre todo porque el acto de la notación musical es un acto visual. También narraba: «Por otra parte, nos descubrió el placer exquisito que la figura óptica de una partitura de Mozart ofrecía a una vista ejercitada, la claridad de  su disposición, la bella distribución de los grupos de instrumentos, la conducción espiritual y rica en sinuosidades de la línea melódica. »(…) Cita un soneto de Shakespeare «To hear with eyes, belong to love's fine wit. »  (9) (Escuchar con los ojos, pertenece a  la más fina astucia del amor»    

En ese contexto, a pesar de su carga de rigor científico la neurociencia puede ser  acusada como una tarea de diletantes científicos, no obstante, indudablemente que abre las puertas del entendimiento y la percepción para la ciencia y conocer la relación entre la obra artística y el funcionamiento cerebral. Frontera que podría llevar a descubrimientos insospechados o como dice Pablo Espinosa «Lo que otros navegantes, los mejores —los neurocientíficos—, han descubierto hasta el momento, es apenas una breve isla frente al descomunal océano interminable.» Pero  no exclusivamente cómo funciona el cerebro para la música sino para la obra artística en general, así  se podría considerar la literatura, por ejemplo ¿cómo funciona el cerebro si uno lee  Bartleby el escribiente de  Melville o el ensayo sobre  fotografía de  Susan  Sontong? O ¿si hay diferencia en el funcionamiento del cerebro si uno lee una poesía de Antonio Machado (cuajada de paisajes solitarios y agrestes que cruzan el corazón de roble de castilla) o lee una poesía surrealista  de André Breton (llena de versos inconexos y de escritura automática)?.  O ¿cómo funciona el cerebro si uno ve una  pintura de Cèzanne o las pinturas realistas de Edgard Hopper  o cualquier de las obras de los pintores expresionistas? O ¿Si es diferente el funcionamiento del cerebro cuando se ve los cuadros abstractos de Kandinsky  o Jackson Pollack contra  los cuadros de Durero? 

Y en cuanto a la música sería interesantísimo, en caso que eso se pudiese hacer, saber  cómo funciona le cerebro cuando un músico compone su música. Es decir no tanto en la llamada inspiración, (tan debatida entre los compositores) sino en el momento exacto de la creación musical. O ¿Si hay diferencia en el funcionamiento del cerebro si uno oye Rapsodia Azul de George Gershwin o sencillamente un solo de flauta en alguna pieza musical de Debussy o escucha la Marcha Zacateca?  O situando en puntos más concretos, por ejemplo: ¿cómo funciona el cerebro entre diferentes estados de ánimo que una pieza musical produce en el auditor? Pongamos al caso, en duelo el binomio alegría-tristeza.  Al tenor una pieza que casi todos hemos escuchado como la Séptima Sinfonía (La mayor,  Opus 92) de Beethoven, popularmente conocida como El himno a la alegría y en contraste La patética de Tchaikovski, formalmente conocida como Sinfonía No. 6 (Si menos, Opus 72). O esas obras estruendosas y musicalmente robustas como cualquiera de los dramas musicales de Wagner o los vigorosos poemas sinfónicos de Richard Strauss, comparadas estas con las obras un tanto melancólicas de Mahler  o  el angustioso cuarteto Del final de los Tiempos  de Bloch. En tales casos ¿cuales serian las diferencias reflejadas en ese mapa neuromusical?

O consideremos en casos mixtos, en que la obra artística compromete dos sentidos simultáneamente,  por ejemplo, cuando se ve una película o se esta en  la opera, en donde no solo hay la materia musical sino que el oyente espectador, comparte su atención en los personajes y lo que estos dicen y,  la música algunas veces solo sirve de fondo.  ¿Cómo funciona el cerebro en tales casos? Porque la banda sonora no solo recoge la música sino el lenguaje hablado en el caso del cine y los parlamentos cantados en la opera. O cuando se enfrentan un cuarteto de cuerdas contra una pieza de jazz. Y es en el jazz en donde se ha comprobado científicamente que un jazzista hábil y talentoso, aun en la improvisación de una pieza en su mente lleva la tonada que sigue con una diferencia de varios segundos sobre la ejecución real.

Al respecto citamos, como un posible ejemplo: Dice James Lincoln Collins: «“Pero, lo que es mas importante, el músico de jazz debe escuchar lo que esta a punto de escuchar, para tener así oportunidad de juzgar sus meritos estéticos” (19) Luego continua “ El jazz es una cierta manera de hacer sonar dos ritmos a la vez. “Anticipar”, (20)» (10)

Mas adelante «Básicamente, el jazz, como música que por su naturaleza esta basada en la improvisación, y exige del músico, ir adelante, estar un paso más allá en el tiempo. Es decir el músico al ejecutar su improvisación debe leer lo que todavía no ha ejecutado musicalmente, pero ya en el escenario. Ahí no hay prueba y ensayo. Esa capacidad del músico de jazz de ir un paso adelante en  el tiempo, requiere gran talento, porque no solo es ir tocando algo improvisado sino tocar algo con talento. En El perseguidor, (cuento de Cortázar), el personaje  Johnny Carter “La música me sacaba del tiempo, aunque no es mas que una manera de decirlo. Si quieres saber lo que realmente siento, yo creo que la música me metía en el tiempo” (pp.109)» (11)

 De ahí concluimos que en jazz, sobre todo por su improvisación, es terreno fértil para saber cómo funciona el cerebro en estados puros de creatividad. Porque dos de las premisas de la neurociencia, en cuanto a las obras artísticas debería ser como punto de partida (entre las innumerables combinaciones de posibles líneas de investigación)  ¿cómo funciona el cerebro en estados  de  creatividad artística? y una segunda como salida de la operación ¿como funciona el cerebro en el escucha o espectador de una obra de arte? 

En cuanto a las maneras de escuchar música algo que va más allá de la simple escucha emocional o aquella otra aún más liviana de escuchar música como escapismo o distracción. Nos dice Pablo Espinosa que «Para la neurociencia, la música es un proceso complejo. El cerebro discrimina pero al mismo tiempo involucra el todo».   Y lo mismo sucede con el auditor musical, ya sea un neófito o el músico profesional, se discrimina pero también se fija una pauta o patrón de escucha, que involucra todo. Aarón Copland, compositor norteamericano  en su libro Como escuchar la  música (1939) (12) señalaba tres niveles básicos de como el oyente puede enfrentar la audición de una pieza musical. Nos habla Copland del plano sensual, el más frecuentado por el auditor musical, es un plano casi inmediato, en que lo mismo se da la ensoñación como el disfrute, es la emocionalidad sin adjetivos. En donde se oye pero la atención no esta totalmente depositada en la música sino en otra actividad mental.

El segundo es el plano expresivo, ahí el auditor musical discrimina, y trata de comprender lo que la música le esta diciendo, si es triste o alegre, sublime o patética, si la música esta trasmitiendo o la impresión de triunfo o derrota, de serenidad o bullicio.  Es como en una novela el lector tratar de saber lo que los argumentos del novelista nos esta expresando en la narración.  El tercer plano, es el plano musical que es el mas complejo y es  puramente musical, y mas difícil de llegara a él. Y que requiere de conocer algunos elementos básicos. Por ejemplo identificar y comprender el ritmo, la línea melódica, la armonía y el timbre.  No obstante, esos tres planos, el auditor musical no los separa, al estar oyendo música los tres conviven simultáneamente. Y en ese acto, el auditor musical, como dice Copland no solo se trata de  escuchar la música sino de «escuchar algo…». Y la búsqueda de  «ese algo», que puede ser misterio o éxtasis, (como lo dice Pablo Espinosa), pero también puede ser seducción (también lo dice entre líneas: el canto de las sirenas), es el verdadero inicio del viaje a Ítaca.

 

Notas bibliográficas

1. Neurociencia. «Los hombres deben saber que el cerebro es el responsable exclusivo de las alegrías, los placeres, la risa y la diversión, y de la pena, la aflicción, el desaliento y las lamentaciones. Y gracias al cerebro, de manera especial, adquirimos sabiduría y conocimientos, y vemos, oímos y sabemos lo que es repugnante y lo que es bello, lo que es malo y lo que es bueno, lo que es dulce y lo que es insípido. (…)  En el nivel más alto, las neurociencias se combinan con la psicología para crear la neurociencia cognitiva, una disciplina que al principio fue dominada totalmente por psicólogos cognitivos. Hoy en día, la neurociencia cognitiva proporciona una nueva manera de entender el cerebro y la consciencia, pues, se basa en un estudio científico que une disciplinas tales como la neurobiología, la psicobiología o la propia psicología cognitiva, un hecho que con seguridad cambiará la concepción actual que existe acerca de los procesos mentales implicados en el comportamiento y sus bases biológicas.» (wikipedia) 
2. Pascal Quignard (1948) es un escritor francés. Además fue un indagador musical; violonchelista, fundador del Festival de Ópera y Teatro Barroco de Versalles, que dirigió; también escribió el guion del film Tous les matins du monde. En 1994 abandonó todos los cargos públicos, y se aisló por completo para centrarse en la escritura. Su obra efectivamente se multiplicó desde entonces. (Wikipedia)
3. Theodor Ludwig Wiesengrund Adorno (1903-1969) fue un filósofo alemán de origen judío que también escribió sobre sociología, comunicología, psicología y musicología. Se le considera uno de los máximos representantes de la Escuela de Fráncfort (Wikipedia)
4. Ernst Heinrich Philip August Haeckel (1834-1919)1 fue un naturalista y filósofo alemán que popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania, creando nuevos términos como «phylum» y «ecología». (Wikipedia)
5. Son seis los modelos ideales que el alemán diferencia desde la plena adecuación de la escucha (…) hasta la absoluta falta de comprensión y la completa indiferencia con respeto al material (Adorno, 2009:179) La tipología no esta libre de juicios de valor. La integran el oyente ideal o experto, el buen oyente, el consumidor cultural, el oyente emocional, el resentido y el que solo escucha música como entretenimiento. A esas seis tipologías  agréguese la escucha estructural. Sobre las características de cada una de las escuchas o   tipos de oyentes Véase Theodor Adorno, elementos para una sociología de la música. Daniel Hernández Iraizoz. Sociológica, año 28, numero 80, septiembre-diciembre de 2013, pp.123-154 
6. No cabe duda que Thomas Mann era un intelectual  con una vasta cultura musical, pero más proveniente de su erudición. Pero no era un músico en el sentido estricto del termino, ni manejaba técnicamente hablando la composición musical, de ahí que se haya valido de su amistad con Theodor Adorno, entre otras profesiones era musicólogo y si poseía conocimientos musicales técnicos para asesorarlo con solvencia  en materias tan intrincadas y que eran necesarias en el planteamiento temático,  ambicioso y de rupturas en las evoluciones de la composición musical que se propuso para su novela  Doctor Fausto. En esa novela Theodor Adorno encarna al maestro de música Kretzscmar, quien da clases al personaje principal Adrian Leverkühn, que es una encarnación del músico Arnold Schoenberg.  Adorno, quien provenía de una familia de músicos en que la música era notable, llego a componer música de cámara y bajo la tutela de grandes músicos  estudió composición con Alban Berg y frecuentó a otros dos compositores clave de la Segunda Escuela de Viena: Antón Webern y al creador de la música atonal (serial) Arnold Schoenberg. Adorno en algún momento de su vida se planteo seriamente ser compositor y critico musical, decisión que al final no tomo.    
7. Ob., cit. Daniel Hernández Iraizoz. 2013, pp.123-154  Reparar en la estructura del discurso musical, sin perder los momentos que dan sentido a esa totalidad.
8. Thomas Mann, Doctor Fausto, Plaza y Janes, Primera edición, Cap. II, pág. 22, 1982
9. Ídem, Cap.VIII, pág. 74,1982. Ver también el post, Literatura y música: Tres grandes escritores europeos.  Thomas Mann, Proust y Hesse.3/2 Post Plaza de las palabras  
10. Plaza de las palabras, Literatura y la música: Tres grandes escritores latinoamericanos: Carpinter, Cabrera Infante, Cortázar 3/3. Sobre James Lincoln Collier, también véase: Jazz, Editorial Diana. Primera edición, 1995
11. Ídem., Plaza de las palabras 
12. Aarón Copland, Cómo escuchar la música. Breviarios, Fondo de Cultura Económica. (FCE), segunda reimpresión, pp. 27-35, 1998  

Créditos

Texto

¿Cómo escucha la música nuestro cerebro? Pablo Espinosa.  Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, CULTURAUNAM, 2017 
Enlaces

¿Cómo escucha la música nuestro cerebro? Pablo Espinosa.
Sobre los tipos de escucha musical

Hernández Iraizoz,Daniel. Theodor Adorno, elementos para una sociología de la música. Sociológica, año 28, numero 80, septiembre-diciembre de 2013, pp.123-154 


Ilustraciones

Thiara Larrissa Lozano Membreño, dibujo a color, artista juvenil hondureña,  composición V, 2017

Thiara Larrissa Lozano Membreño, dibujo a color, artista juvenil hondureña,  composición VI, 2017

Pagina 10. Pirandello y la máscara de la identidad. (Ensayo) por Stefano Cazzanelli





Plaza de las palabras presenta en su sección Página  10, dedicada al ensayo: El texto: Pirandello y la búsqueda de la identidad del  filosofo y escritor italiano Stefano Cazzanelli.* El autor aborda el problema de la identidad en la obra del escritor italiano Luigi Pirandello. Con lucidez y un horizonte amplio y profundo va desglosando diferentes perspectivas del problema de la identidad. Ya sea confrontando conceptos como realidad, mascara, humorismo, la tragedia de la existencia (a lo Unamuno), y sobre la inquisición del  conocimiento y la negación de la pregunta.  (A lo Eric Voegelin)  (1)

SÍNTESIS 

El autor, Stefano Cazzanelli  nos dice entre otras cosas, en la parte primera  La bufonada de la realidad  «no existe una realidad objetiva».Así « La realidad, así como la vemos, es ilusión y ficción, o sea máscara.» El hombre nunca sabe sobre su ser e identidad. «Pero quién soy verdaderamente no lo sé. Tras la máscara no hay nadie, la máscara está desnuda.» Identifica una «identidad fragmentada».En la parte del Humorismo Sobre el humor nos dice: «El humor es una forma de arte sui generis. Podríamos definirlo como una suerte de arte reflexivo, espiritual, un arte en el que la reflexión no se esconde sino que se convierte en la protagonista, juez de la escena, para revelar una contradicción.»

En la parte La tragedia de existir y "el punto vivo" Descubre una «existencia trágica, angustiosa» y citando a Pirandello: « ¡Ah, inconfesable, inconfesable!, porque esa angustia era sólo de mi espíritu, al margen de toda forma que pudiera imaginar y reconocer como mía.», y con esa angustia establece un paralelismo con la angustia de  Heidegger y la nausea de Sartre,  Pero también nos dice: «"Pero, ¿por qué el hombre desea? ¿De dónde proviene este deseo? Se trata de un triste privilegio que, si bien es el origen de nuestro hacer, también lo es de nuestra constante insatisfacción."» De ahí que los personajes de Pirandello  «se rebelan contra la hipocresía de las formas y gritan desesperados por su ser: quieren ser, ser de verdad, no solamente parecer».En la parte final La renuncia a la pregunta, sobre la negación de la pregunta por Pirandello, el autor se pregunta  « ¿Por qué negar a priori esta correspondencia moral entre el deseo humano de reconocimiento, de identidad, y la mirada de otro?»


LUIGUI PIRANDELLO

«Luigi Pirandello (Agrigento, 28 de junio de 1867 - Roma, 10 de diciembre de 1936) fue un reconocido dramaturgo, novelista y escritor de relatos cortos italiano, ganador en 1934 del Premio Nobel de Literatura. Estaba convencido de que en la vida nada se concluye, ya que no se puede encontrar ninguna verdad absoluta (relativismo total). Cualquier intento del hombre de cristalizar el fluir de la vida en una forma para sí mismo lo llevará necesariamente a fallar, porque tenemos muchas formas para los demás y, en realidad, no somos ninguno ("uno, nessuno, centomila"). De hecho, hablaba del hombre como una pequeña linterna que sólo consigue iluminar lo que se encuentra a su alrededor y que, de vez en cuando, se encuentra debajo de unas grandes farolas (las grandes ideologías de la historia, como el cristianismo), pero, aunque sean más grandes, su luz se queda siempre relativa al tiempo y al espacio: nada es para siempre. » (2)  



Teatro.Sei personaggi in cerca d'autore (Seis personajes en busca de autor), 1920. Enrico IV (Enrique IV), 1922. Ciascuno a suo modo (Cada uno a su manera), 1924. Novela. L'Esclusa, 1901. Il Turno, 1902. El difunto Matías Pascal (Il Fu Mattia Pascal),  1908. Suo Marito (Su marido), 1911.La vira nuda, 1911. I Vecchi e I Giovani (Los viejos y los jóvenes), 1913. Quaderni di Serafino Gubbio o Si gira (Los cuadernos de Serafino Gubbio, operador o Se filma), 1925. Uno, nessuno e centomila,(Uno , ninguno , cien) 1926. Ensayo. 1904. L'Umorismo



Pirandello y la máscara  de la identidad



Por Stefano Cazzanelli.
Tiempo estimado de lectura: 25 minutos

1. La bufonada de la realidad 

¿Quién soy yo? Cuando nos presentamos la primera cosa que decimos es nuestro nombre. Es, sin embargo, evidente que eso dice bien poco de nosotros: es un mero título, una fórmula vacía que necesita ser rellenada con algo más concreto. La vacuidad de los nombres en las presentaciones resulta evidente en el hecho de que, apenas pronunciados, se nos olvidan.

«Profesor de la Universidad Francisco de Vitoria, nacido en Italia en 1982, en Rovereto, autor de tal libro publicado en tal editorial, etc.». Todos estos datos biográficos parecen definir un poco mejor mi identidad.(3) Además, son datos acerca de hechos, cosas realmente ocurridas que me identifican de manera inequívoca, ya que soy yo y no otro el autor de aquel libro determinado. ¿Dicen pues estas connotaciones quién soy yo? ¿Desvelan mi realidad? ¡De ninguna manera! Un mero hecho desnudo es «como un saco, cuando está vacío no se sostiene. Para que se sostenga, necesita primero introducir en su interior la razón y los sentimientos que lo han determinado» (Seis personajes en busca de autor)

Igual que el nombre, también mis datos biográficos son formas vacías que no dicen realmente nada acerca de mí. Ciertamente nací el 9 de agosto de 1982 y sin duda soy profesor de la Universidad Francisco de Vitoria, sin embargo de ello no puede deducirse absolutamente nada acerca de mi identidad. Son datos que podrían serle útiles a la Oficina del Registro para identificarme y llevar cuentas de los ciudadanos. Pero acerca de mí, de quien soy yo, no dicen propiamente nada.

Para que estas formas vacías empiecen a hablar es preciso rellenarlas «de la razón y del sentimiento» que han estado en el origen. Para Pirandello, toda representación, incluso los meros hechos, comienzan a tener significado, a decirnos algo, solo cuando los insertamos en nuestro mundo, un mundo que es fundamentalmente la proyección de nuestro sentimiento, de nuestro sentirnos vivir. Solo de este modo la realidad empieza a hablar. Así, cada uno de vosotros habrá valorado, habrá aprendido, mis datos biográficos a la luz de su realidad, de su mundo, cada uno a su modo.

"Son mis datos personales. Datos reales, diréis vosotros. ¿Y de ellos queréis inferir mi realidad? Pero estos mismos datos que por sí mismos no dicen nada, ¿creéis que tienen la misma importancia para todos? Y aunque me representan por entero y de forma precisa, ¿dónde me representarían?, ¿en qué realidad? En la vuestra, que no es la de otro; y luego en la de otro, y de otro. ¿Acaso hay una única realidad, la misma para todos?" (Uno, ninguno y cien mil)

Evidentemente los datos son los mismos, y sin embargo asumen un significado diverso para cada uno, el significado que surge, en definitiva, del sentimiento que ahora nos impregna y que tiñe y conforma según su propio estilo nuestras representaciones. Aquí Pirandello está muy cerca de Nietzsche y de su famosa tesis, según la cual no existen hechos sino solo interpretaciones.

Todo aquello que percibimos, incluso nuestro propio yo, no es otra cosa que una representación surgida del sentimiento determinado que en un momento de nuestra vida nos invade, razón por la cual, hablando en propiedad, no existe una realidad objetiva: aquello que llaman objetividad es por lo tanto la objetivación de nuestro sentimiento; es decir, la proyección hacia fuera de nosotros de aquella disposición emotiva que está en ese momento dentro de nosotros.

"La verdad objetiva […] no existe para nadie en cuanto puede ser considerada real en sí solo por medio de una abstracción fruto de un procedimiento lógico: el hombre no puede salir de sí mismo; y sin embargo considera como verdad fuera de sí aquella que él mismo construye por medio de sus sentidos. Por consecuencia solo es verdadera la representación que nosotros nos hacemos del mundo exterior, una representación que constantemente cambia y que varía infinitamente. Esta representación es para nosotros la verdad objetiva y es una ilusión y una ficción". (El humorismo. Luigi Pirandello, 1908)

La realidad, así como la vemos, es ilusión y ficción, o sea máscara. La máscara es de hecho aquello que de un lado oculta y por el otro revela: oculta aquello que hay detrás escenificando, objetivando, aquello que ella representa. La máscara de Pierrot objetiva la melancolía del amor no correspondido; la del Arlequín, la astucia y la indolencia; la del Zorro, la justicia y el honor. La máscara representa una identidad, introduce en escena un personaje exaltando algunos rasgos que buscan atraer hacia el propio horizonte sentimental a cuanta más gente posible.

Por ello, aquello que acontece en el teatro es, en el fondo, lo mismo que ocurre sobre la escena en la propia vida: las personas no son otra cosa que máscaras, personajes que recitan su papel para dar un sentido al drama de su vida. No por otra cosa persona significa propiamente máscara.
¿Quién soy yo entonces? Yo soy el profesor serio y un poco erudito, vestido con chaqueta y corbata, aunque con un aire juvenil que me aportan mis gafas, con una montura grande y de plástico; recito el personaje de aquel que sabe o pretende saber, me esfuerzo por mostrar una cierta seguridad, tratando de ocultar una cierta inquietud que me invade cada vez que debo hablar en público; disponible al diálogo, con una cierta experiencia, etc.

Así es mi máscara, así soy yo. Ahora. Porque después volveré a casa, me pondré unos vaqueros y una camiseta de cualquier grupo de rock, iré al bar a beber con mis amigos y de manera juerguista hablaremos de fútbol, de política y quizás de mujeres con aquella despreocupación y alegría típica de quien ha bebido alguna cerveza de más y, no obstante, se esfuerza por mostrarse seguro, simpático, abierto, algo divertido, categórico en sus afirmaciones, etc.

Soy siempre yo, pero si alguno entre vosotros viera este otro yo no alcanzaría a reconocerme, no podría creer lo que ven sus ojos: «¿Pero cómo? ¿No es este aquel profesorcillo intelectual, serio, un poco aburrido, que esta mañana hablaba de Pirandello? No lo puedo creer».
¿Quién soy yo? ¿El profesor o el (ya no tan) joven del bar? ¿El padre de familia enamorado de sus hijos y de su mujer o el padre y marido saturado por su familia? ¿Soy alguno de estos o no soy ninguno? Soy uno, ninguno y cien mil.

"Cada cual se recompone la máscara como puede, la máscara exterior, entendámonos. Porque dentro de cada cual está la otra máscara, esa que no se armoniza con la de fuera. ¡Si al fin nada es verdad! ¡Claro! Son verdad el mar, la montaña, el guijarro y también una brizna de yerba... pero, ¿el hombre...? El hombre siempre enmascarado, sin quererlo, sin saberlo, disfrazado de eso que, de buena fe, cree ser: hermoso, bueno, gracioso, generoso, infeliz, etc. ¡Nos reímos de sólo pensarlo!" (El humorismo)

Causa risa y llanto, porque si, por un lado, puede resultar divertida esta mascarada de la vida, es por otra parte dramático que nadie -o solo algunos locos, como los personajes pirandellianos- sea consciente de ser simplemente una marioneta. Creemos ser nosotros, creemos saber quiénes somos, y en lugar de eso, si escavamos un poco más allá de nuestras firmes convicciones, no lo sabemos realmente: recitamos un papel, asumimos una máscara, pero detrás de ella ¿quiénes somos? ¿Y qué ven los otros de nosotros? ¿Cómo interpretan mi máscara de profesor? Cada uno a su modo: algunos me encontrarán interesante, otros profundamente agobiante; algunos, curioso y extravagante y otros, pesado e insoportable.

"¿Y yo? La consideración que tengo acerca de mí no es más que la proyección del sentimiento acerca de mí mismo. Quién soy, no lo sé verdaderamente."






LOST IN TRANSLATION (2003) SOFIA COPPOLA


Pero, un momento, ¿y yo? Yo al menos sé bien quién soy, y aunque estoy recitando el papel del profesor, sé a ciencia cierta lo que hay detrás de la máscara. Bueno, no. Yo, quién soy yo verdaderamente, no lo sé, dado que en realidad la consideración que tengo acerca de mí no es otra cosa que -otra vez- la proyección del sentimiento de mí mismo, de mis virtudes y de mis debilidades, de aquello que creo ser, de aquello que pretendo ser o creo que debería ser. Pero quién soy verdaderamente no lo sé. Tras la máscara no hay nadie, la máscara está desnuda. Es aquí donde Pirandello se acerca mucho al nominalismo: nomina nuda tenemus.

Somos el emperador del cuento de Andersen: convencidos de llevar puesta la máscara que nos representa tal como queremos, y en lugar de eso cada uno ve aquello que quiere, aunque la realidad sea que estamos desnudos, no somos nadie (o quizás seamos todas las máscaras que en un cierto momento cada uno representa a su modo):

Ninguna realidad nos ha sido dada ni existe, sino que, si queremos ser, debemos construírnosla nosotros; nunca será una para todos, una para siempre, sino que será constante e infinitamente inmutable. Si por una parte nos sostiene nuestra capacidad de hacernos ilusiones de que la realidad de hoy es la única verdadera, por otra nos precipita en un vacío sin fondo, porque la realidad de hoy está destinada a revelarse mañana ilusión. Y la vida no concluye. No puede concluir. Pues si mañana concluyese, se acabó. (Uno, ninguno y cien mil)

¿Quien, mirando a su propio pasado, quizás a algún episodio particular, embarazoso, a cualquier decisión inoportuna, a algún acto vergonzoso, no se siete invadido por una sensación de reproche a uno mismo? ¿Quién no querría volver atrás y suprimir aquella cosa ignominiosa que guarda en su recuerdo? Aquella cosa que éramos nosotros y que, sin embargo, no alcanzamos a comprender cómo pudo ocurrir. Era yo, pero me parece imposible.

Nadie dice estas cosas, las escondemos bajo la alfombra, miramos hacia otro lado porque no queremos arrepentirnos de nuestro yo extravagante, de nuestra identidad fragmentada, de nuestras culpas y de nuestros actos que denuncian la imagen que tenemos de nosotros mismos. Nuestras certezas de ayer se revelan hoy como ilusiones, y la cosa terrible -de la que la mayoría todavía huye- es que aquello que hoy es certeza será mañana ilusión, porque la vida no concluye, huye de cualquier manera que intentemos retenerla, muta, fluye, y es iluso el hombre que cree comprenderla, fijarla en una identidad clara, en una forma que pueda finalmente hacernos ver aquello que es imposible de ver: el vacío de la identidad.

Es sólo para saber, entiéndame, si usted en realidad, tal y como es ahora, se ve a sí mismo... igual que ve, por ejemplo, a distancia de años, al que era tiempo atrás, con todas las ilusiones que entonces tenía, con todas las cosas, en su interior y alrededor suyo, como entonces le parecían... -y que eran así, realmente así, para usted-. Pues bien, señor, volviendo a pensar en aquellas ilusiones que ahora ya no se hace; en todas aquellas cosas que ahora ya no le "parecen"; como "eran"; para usted hace tiempo, ¿no le da la impresión de que se le hunde, no sólo este entarimado, sino la tierra bajo sus pies, argumentando que "esto" mismo que ahora siente usted, toda su realidad de hoy en día, tal cual es, está destinada a parecerle mañana una ilusión? (Seis personajes en busca de autor)

La conciencia que tengo de mí mismo es, por lo tanto, una imagen que proyecto sobre mi ser, sobre mi vida: una máscara, una forma determinada, una apariencia en la que creo y con la que me engaño fijando el ser informe de la existencia inconcluyente, que fluye constantemente. ¿Queréis una prueba del hecho de que nadie conoce cómo es realmente? Poneos delante de un espejo, ¿Qué veis? ¿Sois acaso vosotros? ¿Verdaderamente vosotros? No, estáis posando, es decir, asumiendo otra vez una máscara, una forma.
Tanto es así que normalmente las fotos que más nos sorprenden son aquellas que nos hacen por sorpresa, aquellas en las que descubrimos una expresión nuestra que no habíamos alcanzado a ver mientras nos mirábamos en el espejo. Las fotos "al natural", sin pose. En cambio, a los demás les parecen absolutamente normales: es a nosotros a quienes nos sorprenden. ¿Por qué? Pues porque cuando nos vemos, nos damos una forma que evidentemente no es la forma que nos dan los demás cuando nos ven.

La realidad que yo tengo para vosotros está en la forma que vosotros me dais; pero es realidad para vosotros y no para mí; la realidad que vosotros tenéis para mí está en la forma que yo os doy; pero es realidad para mí y no para vosotros. Y para mí mismo yo no tengo otra realidad fuera de la forma que logro darme. ¿Cómo? Pues construyéndome, justamente. ¡Ah!, ¿creéis vosotros que se construyen sólo las casas? Yo me construyo de continuo y os construyo, y vosotros hacéis otro tanto. Y la construcción dura mientras no se resquebraja el material de nuestros sentimientos y mientras dura el cemento de nuestra voluntad. (Uno, ninguno, cien mil)

Mi nombre, mis palabras, mis actos, mis ideales, mis proyectos, son todos formas con las que tratamos de vestir lo informe. La vida desnuda, lo que es en sí misma, tal como es de verdad, nadie la ha visto:
¿Queréis ser? Ocurre lo siguiente. En abstracto no se es. Preciso es que el ser quede atrapado en una forma, y durante algún tiempo limitarse a ella, así o asá. Y todas las cosas, mientras duran, llevan consigo la pena de su forma, la pena de ser así y no poder ser de otro modo. (Uno, ninguno y cien mil)

Nomina nuda tenemus, desnudas máscaras, puros nombres que trágicamente significan siempre según la interpretación que cada uno lleva en sí: aquello a lo que yo llamo justicia, mi mujer lo ve como la peor de las opresiones; camino por la acera y ni me doy cuenta del mendigo que me pide alguna moneda, soy indiferente, voy con prisa. Pero aquello que yo atribuyo a la distracción, para el mendigo es un acto despiadado.

¿Pero incluso un mendigo en una esquina de una calle no ve acaso la calle y toda la gente que pasa por ella, dentro de ese sentimiento de piedad, que él querría provocar? Usted, más sensible que los demás, al pasar, es consciente de entrar en este sentimiento suyo y se detiene a darle la caridad de una moneda. Muchos otros no entran, y el mendigo no piensa que ellos están fuera de su sentimiento, dentro de otro suyo proprio, en el que también él está incluido como una sombra molesta; el mendigo piensa que son despiadados. (Cuadernos de Serafino Gubbio operador)

La vida tal como se nos muestra es para Pirandello una pura ilusión, una mascarada, un carnaval de formas en las que cada uno ve aquello que quiera y en el que creemos entendernos, cuando de hecho vivimos en la casi absoluta incomunicación. Creemos entendernos, sí, cuando nuestro diálogo es formal, es decir, cuando nos atenemos a las reglas, a las formas preestablecidas que regulan nuestro decir, cuando nos atenemos a las reglas del juego.

--Buenos días, quisiera pedir asilo político
--¿Nombre?
--Carles.
--¿Apellido?
--Puigdemont.
--¿Sexo?
--Masculino.
--¿Edad?
--57 años.
--¿Nacionalidad?
--Mmmmmmm, esto… catalana.
--No existe.
--¿Cómo que no existe? ¡Si la he proclamado yo!
--¡No existe!

¿Veis? Provoca risa, aunque si lo pensáis bien debería hacernos llorar. Reír o llorar, la vida hace reír y hace llorar porque es contradictoria, absurda, sin sentido, o, mejor, con el sentido que cada uno le da, cada uno a su modo, y las cosas son así como a cada uno le parecen. Pirandello anticipa lo que Sartre escribió unos años después en La nausea: la vida es pura apariencia, pura representación, y detrás no hay nada: «Las cosas son entonces aquello que nos parecen -y detrás de ello… no hay nada».

Darse cuenta de esto, sumergirse en el teatro del absurdo que es la vida, es cuanto hacen los personajes de Pirandello: nos parecen histriónicos o simplemente locos simplemente porque han descubierto que el emperador está desnudo, que la vida es una bufonada. Este secreto les exonera del mundo de las formas, dado que en una fiesta en las que todos van enmascarados, el bufón es quien se quita la careta. Vitangelo Moscarda, Matías Pascal o Serafino Gubbio son los anticonformistas, personas que dimiten de representar su papel, que se desnudan de sus personajes y pretenden saltar más allá de las formas. ¿Pero qué hay más allá de las formas? ¿Qué secreto esconden las máscaras? Estos personajes rompen los esquemas, descienden del palco y miran la escena de la vida desde fuera- ¿Pero, quién se ve desde fuera? ¡Es una locura!

Esta es la genialidad del teatro de Pirandello -si pensáis en Seis personajes en busca de autor-: el personaje se convierte en espectador de su propio papel, se convierte en público de sí mismo, de manera que personajes y público empiezan a mezclarse y ya no se entiende donde empieza la escena y comienza la realidad. ¿Existe realmente la cuarta pared? ¿No es acaso todo una escena? ¿No somos acaso todos personajes?

En ciertos momentos de silencio interior, en los que el alma se despoja de cuantas ficciones le son habituales y nuestra mirada llega a ser más aguda y penetrante, nos vemos vivir y aun vemos la vida en sí misma, casi en su descarnada, inquietante desnudez, nos sentimos conturbados por una extraña impresión, como si un lampo nos aclarase una realidad diversa de la que normalmente percibimos, una realidad viviente que está más allá de la vista humana, fuera de las formas de la humana razón.

Entonces, con plena lucidez, el orden de la existencia cotidiana nos parece como suspendido en el vacío de ese nuestro silencio interior, y se nos antoja carente de sentido, carente de propósitos. Y aquella realidad diversa nos parece hórrida en su crudeza impasible y misteriosa, pues nuestras acostumbradas ficticias relaciones de sentimientos y de imágenes se han escindido y disgregado en ella. El vacío interno se ensancha, excede los límites de nuestro cuerpo, y llegamos a sentirlo en torno nuestro; es un vacío extraño, como una detención del tiempo y de la vida, como si nuestro silencio interior se hundiera en los abismos del misterio. Mediante un esfuerzo supremo tratamos entonces de recuperar la normal conciencia de las cosas, de reanudar con ellas nuestras habituales relaciones, de reconectar las ideas, de sentirnos vivos de nuevo, con nuestro vivir usual. Pero ya no podemos fiarnos de esta conciencia normal, de estas ideas nuevamente conectadas, de este sentimiento sólito de la vida, porque ahora sabemos que sólo constituyen un engaño nuestro para poder vivir y que debajo de todo eso hay algo más a cuya hondura no puede asomarse el hombre sin riesgo de morir o de enloquecer. (El humorismo).

No se mira impunemente al misterio de la vida. Quince años después de estas palabras de Pirandello, otro gran premio Nobel italiano, Eugenio Montale, decía lo mismo en una poesía extraordinaria:

Forse un mattino andando in un’aria di vetro, | Quizás una mañana andando bajo un aire de vidrio
arida, rivolgendomi, vedrò compirsi il miracolo: | árido, volviéndome, veré cumplirse el milagro
il nulla alle mie spalle, il vuoto dietro | la nada a mis espaldas, el vacío detrás
di me, con un terrore di ubriaco. | de mí, con terror de borracho.
Poi come s’uno schermo, s’accamperanno di gitto | Luego, como en una pantalla, se detendrán de pronto
alberi case colli per l’inganno consueto. | colinas casas árboles para el común engaño.
Ma sarà troppo tardi; ed io me n’andrò zitto | Pero será muy tarde; y yo me iré callado,
tra gli uomini che non si voltano, col mio segreto. | en medio de los hombres que no se vuelven, con mi secreto.

Este secreto es el mismo que el de Matías Pascal, que no pudiendo más con su mujer y su suegra, con su vida opresiva, con su personaje, obtiene del destino otra oportunidad: mientras va de viaje, de regreso de Montecarlo donde ha ganado muchísimo dinero, a su país, Miragno, le dan por muerto porque confunden el cuerpo de un suicida con el suyo propio. Es una oportunidad única: Matías puede despojarse de todas sus formas y reconstruirse de cero, rehacerse una vida con el nombre de Adriano Meis. Pero nadie puede empezar de cero: la libertad de las formas dura poco, el tiempo de un relato, después la vida nos adjudicará de nuevo una máscara y reemprenderá el habitual engaño. No se puede vivir sin una máscara: un hombre sin una máscara es solo una sombra, un muerto en vida: «Estoy todavía vivo para la muerte y muerto para la vida», dice Matías cuando cae en la cuenta de que en realidad no ha muerto verdaderamente, está todavía vivo, aunque para todos esté ya muerto. No existe, no es nadie. ¿Quién es Matías? Está muerto, no está más. Es una sombra condenada a andar entre los vivos en silencio con su secreto.

Es el mismo secreto de Vitangelo Moscarda, el protagonista de Uno, ninguno y cien mil, quien descubre ser para los demás completamente distinto de aquello que creía ser: le consideran un usurero, su mujer le tiene por un simplón un poco estúpido, "su Gengè", por un vago. Entonces, al no reconocerse en nada de todo aquello, no queriendo representar más ninguno de estos roles, Vitangelo decide romper las máscaras haciendo lo contrario de aquello que los demás esperarían.

2. El humorismo

Decíamos que Vitangelo y Matías, dos personajes emblemáticos de Pirandello, descomponen las formas, pretenden poner bajo el foco el artificio de lo real, quieren quitarse la máscara y, haciéndolo así, parecen extravagantes, contradictorios: provocan la risa y el llanto.

El teatro de Pirandello no es cómico, es decir, no se limita a hacer reír: lo cómico surge de una contradicción puramente exterior, accidental. Nos reímos cuando el profesor se cae de la silla porque es algo inesperado, algo que contradice la expectativa que todos nos habíamos hecho: el profesor tendría que haberse sentado y, en lugar de eso, ha caído de la silla. Esta contradicción es puramente exterior. La contradicción que Pirandello quiere hacer, en cambio, emerge como estructural, intrínseca a la vida, esencial: la existencia no es contradictoria accidentalmente sino en sí misma. Es esto lo que, si por un lado provoca la risa, por el otro es desesperante.

Esta contradicción esencial es puesta de relieve, según Pirandello, en el humor. Dense cuenta de que esta definición del humor es del todo original, es decir, antes de Pirandello es imposible encontrarla en la historia de la literatura europea.

Eso no significa que no haya habido personajes humorísticos: Don Quijote, por ejemplo, es para Pirandello un emblema del humor, dado que desmonta el ideal caballeresco mostrando como aquella máscara de coraje, fuerza y virtud, son en realidad muy distintas del verdadero coraje, de la verdadera fuera y de la verdadera virtud. En el fondo, ¿quién osaría decir que Don Quijote no es un verdadero caballero? ¿No es acaso más caballero don Quijote que el Orlando furioso del Ariosto, o el Invanhoe de Walter Scott? Pero es eso lo que hace reír. Reír y llorar, como dice el propio Milosz refiriéndose a la obra magna de Cervantes: «¡Qué bellos son los libros que hacen reír y llorar al mismo tiempo!»

"El humor es una forma de arte sui generis. Una en que la reflexión no se esconde sino que se convierte en protagonista, para revelar una contradicción."






EL SÉPTIMO SELLO (DET SJUNDE INSEGLET, 1957), DE INGMAR BERGMAN
El humor es una forma de arte sui generis. Podríamos definirlo como una suerte de arte reflexivo, espiritual, un arte en el que la reflexión no se esconde sino que se convierte en la protagonista, juez de la escena, para revelar una contradicción. Para entenderlo, tendremos que decir un par de palabras sobre lo que para Pirandello es el arte.

Dijimos en la primera parte de este artículo que aquello a lo que llamamos realidad es solamente la proyección de nuestro sentimiento por medio de la voluntad: esta última proyecta fuera de nosotros nuestro sentimiento, que tiñe con su propia coloración los meros hechos, que ahora asumen un significado según el interés de nuestro sentimiento.
De hecho, normalmente los sentimientos no son nunca desinteresados: el mendigo percibe la realidad según el sentimiento de piedad que le invade y que trata de despertar en nosotros. Podría decirse que todo en él es útil a la piedad, y por lo tanto, al recibimiento de la limosna: él es la autoconciencia de todos nosotros, aquello que constituye el horizonte de su mundo depende de sí, de su creerse el centro absoluto del universo, la persona más real que existe.

Entonces, el hecho estético -dice Pirandello- nace cuando el sentimiento se hace desinteresado, o sea, cuando el mundo no es ya una representación al servicio de mi sentimiento sino al contrario, el sentimiento está al servicio de la representación:

El artista quiere esa determinada representación y la quiere en la forma precisa en que el sentimiento la ha despertado. Dicho de otro modo: el sentimiento da vida a una cierta representación, a una cierta forma, a una cierta mascarada, a un cierto personaje que, una vez ideado, es querido tal como es, se vuelve el protagonista, ocupa toda la escena.

Por ello Pirandello no soportaba el arte simbólico, porque esas representaciones no son en realidad desinteresadas, no son las protagonistas: este último, de hecho, es el ideal del que la representación es mero símbolo. Pensemos en Steinbeck, De ratones y hombres: aunque a veces es considerada una novela realista, en realidad todos los personajes son absolutamente simbólicos: Lennie es el emblema de la inocencia, la mujer de Curley es el símbolo de la lujuria, etc. El arte verdadero, según Pirandello, quiere en cambio a los personajes tal cual han salido de la mente del artista, que, después de haberlos creado, se pone a su servicio y les deja recitar su papel.

El hecho estético, efectivamente, empieza sólo cuando una representación adquiere en nosotros una voluntad, acción. El arte es, por lo tanto, la representación que se desea, se desea a sí misma; y se desea según la inspiración del sentimiento del que ha nacido. Aquello que de hecho da valor expresivo a la representación es el sentimiento (…) Para que esto ocurra, es preciso que el sentimiento sea, por encima de todo, desinteresado. (El humorismo)

En base a esto, resulta comprensible que en la obra artística la reflexión deba esconderse: si el artista quiere dar vía libre a sus creaciones, a sus representaciones, es evidente que no deberá ponerse a reflexionar sobre ellas, dado que, como en la vida, la reflexión bloquea el libre movimiento de la vida de los personajes. El crítico, aquel que reflexiona sobre una cierta obra, no se deja incluir, la mira, por así decirlo, desde fuera y sobre ella reflexiona. Con reminiscencias fichtianas, Pirandello dirá claramente que «cuando uno vive, vive y no se ve. Conocerse es morir». O también: «La vida no se explica, se vive. La razón está en la vida, no puede estar fuera. Y la vida no necesita ser puesta delante sino sentirla dentro, y vivirla». El arte es entonces como la vida: proyecciones de imágenes elaboradas por el sentimiento, con la sola diferencia de que el sentimiento del arte es desinteresado. El artista es aquel que, movido por el sentimiento de la piedad, crea toda una serie de personajes ligados a este sentimiento, fruto de este sentimiento.

Pues bien, en el humor la reflexión surge a la superficie y descompone aquello que la vida y el arte han compuesto:

En la concepción de toda obra humorística, la reflexión no se esconde, no permanece invisible, no queda apenas una forma del sentimiento, casi como un espejo en el que el sentimiento se mira; pero se pone delante, como juez; lo analiza; desfogándose descompone la imagen; pero de este análisis, de esta descomposición, surge o levanta un nuevo sentimiento: aquel que podríamos denominar, y que yo de hecho llamo, el sentimiento contradictorio. (El humorismo)

En este sentido, el humor es una suerte de anti-arte, un arte deconstructivo que quiere poner al descubierto la incoherencia de las imágenes que la vida o el arte han creado. El humor es entonces una suerte de ejercicio escéptico en el que se revela el juego de las formas, la mascarada de la vida. Una narración es normalmente un ejercicio de coherencia, es decir, el desvelamiento de un sentido que se manifiesta cada vez más a medida que pasan las páginas. Nuestra vida, en la medida en que vivamos sin reflexionar, es también un despliegue coherente: todo adquiere un sentido porque creemos en un destino, de modo que lo que hicimos hace dos años lo ponemos en conexión con aquello que ha ocurrido después para que tenga sentido. Para que la vida tenga un sentido nos la contamos, la transformamos en una narración: mi chica me dejó para que yo me desesperara y cambiara Milán por París, y conociera a mi futura mujer. Si mi novia no me hubiera dejado, nunca habría conocido a mi mujer. Así que, aquello que entonces me parecía absurdo, una injusticia tiene hoy pleno sentido.

Todo eso le parecerá al humorista que simplifica demasiado la naturaleza tiende a presentar demasiado razonable o, por lo menos, demasiado coherente la vida. Le parecerá también que el arte, en general, no toma en consideración – en la medida en que debiera hacerlo – las causas, las verdaderas causas que impelen a menudo a esta pobre alma humana a los actos más inconsultos, a los más absolutamente impredecibles. Para el humorista, en la vida, las causas nunca son tan lógicas, tan ordenadas como por lo común lo son en nuestras obras de arte, en las cuales todo resulta, a la postre, ajustado, ordenado, combinado para los fines que el escritor se ha propuesto. (El humorismo)

¿Qué es el humor? Un arte escéptico, un ejercicio de reflexión que genera perplejidad y contradicción en el lector, que hace surgir el sentimiento contradictorio de que la esencia de la realidad no es un absoluto cualquiera, bueno o malo, sino una dualidad contradictoria. Pirandello es aquí hijo de Hegel e influenciado por Benedetto Croce, sin que, sin embargo, su dialéctica de los opuestos pueda nunca encontrar una reconciliación: la vida es movimiento y dinámica, porque es contradictoria. Donde no hay contradicción hay forma, y la forma es ficción, máscara que fija y bloquea, que se convierte en pose, que nos transforma en personas, es decir, en personajes.

En este sentido el humor es la deconstrucción de la forma, despersonalización, rechazo a vivir la vida de manera inconsciente, rebelión contra las reglas del juego de este carnaval. Los personajes pirandellianos son humoristas porque rechazan sus formas y desvelan la vacuidad de su propia identidad.

¿Quién soy yo? Una sombra, una broma, una construcción, una máscara generada por mi sentimiento, el cual, gracias a la reflexión se descubre inescindible de su contrario: yo me atengo a profesor, a hombre serio, a buen padre de familia, todas ellas máscaras generadas por el sentimiento de mí mismo como hombre justo, inteligente y culto.

Pero si reflexiono, si levanto todos esos ropajes, si trato de ver qué hay detrás de esta máscara, entonces observo como todo es una mera construcción, y que mi justicia, mi inteligencia y mi cultura siempre van acompañadas de una sombra de estupidez y de injusticia. Si reflexiono, descubro que cada sentimiento va acompañado siempre de su contrario, que no hay virtud sin vicio, que no hay verdad sin falsedad, fidelidad sin traición, luz sin sombra. El humorista es el espíritu inquieto, aquel que al elegir algo siente el peso de aquello a lo que renuncia, quien afirmando lo verdadero se siente fascinado por la mentira que, como decía Flaubert a su compañera:

«Se yergue sin cesar ante mis ojos. Nunca vi a un niño sin pensar que ese niño terminaría por convertirse en viejo, ni una cuna sin recordar una tumba. La contemplación de una mujer desnuda me hace soñar con su esqueleto.»

Para Pirandello, el humor consiste en "el sentimiento de lo contrario, provocado por la especial actividad de la reflexión que no se oculta, que no se convierte, como, generalmente, en el arte, en una forma de sentimiento, sino en su contrario, aun siguiendo paso a paso el sentimiento como la sombra sigue al cuerpo".
No existe una meta, un ideal, una verdad absoluta, un bien absoluto: no hay una identidad, un Stefano, una identidad clara, sino que todo es confuso, todo depende y se eleva hasta su contrario, como la luz es tal solo si existe la oscuridad. La consecuencia del humor es una mirada desilusionada hacia el destino, un ejercicio de moderación del entusiasmo, una toma de conciencia de la contradicción del todo que implica la posibilidad de un ideal absoluto:

«Veremos que en realidad el tener una fe profunda, un ideal como meta, el aspirar a algo y luchar por alcanzarlo, lejos de ser condiciones necesarias en el humorismo, más bien se le oponen […]. La mengua del ideal nunca será causa, sino a lo sumo consecuencia de aquel particular proceso psicológico que se llama humorismo.» (El humorismo)

3. La tragedia de existir y "el punto vivo" de mí

El humorista aparece en Pirandello como aquel que vive mirándose vivir, aquel que se observa en acción y reflexiona sobre su propia existencia. El humorismo es aquella inquietud que impide aceptar las cosas ingenuamente, tal como aparecen de forma simple. En cierto sentido, es un espíritu filosófico. Sin embargo, ¿a dónde conduce todo esto? ¿Cuál es la verdad que esconde tras la máscara?

Como ya adelantamos más arriba, para Pirandello tras las formas solo está la ausencia total de significado, un mero vivir que fluye sin sentido. Por eso, si hurgamos más allá de la fachada cómica de sus personajes, descubrimos una existencia trágica, angustiosa. Vitangelo Moscarda, asomándose a la nada que se encuentra tras las formas, se precipita en la angustia, una «angustia secreta e inconfesable […] ¡Ah, inconfesable, inconfesable!, porque esa angustia era sólo de mi espíritu, al margen de toda forma que pudiera imaginar y reconocer como mía.» Esta es exactamente la experiencia de la angustia heideggeriana o de la náusea sartriana ante la nada del ser.

Soledad, una soledad terrible y absoluta, porque yo nunca podré pareceros como soy en realidad, ni podré nunca verme con mis ojos. Vosotros me veis desde vuestro mundo, según vuestros sentimientos, me dais la forma, la máscara, que más se ajusta a vuestro universo; y lo mismo hago yo con vosotros sin que ni yo ni vosotros podamos ponernos de ninguna manera en el lugar del otro. Aquello en que pienso y a lo que me refiero cuando digo "yo" tiene un significado totalmente distinto del que recibe cuando lo pensáis vosotros y a lo que os referís cuando decís "tú". Entre mí y vosotros, entre mí y tú, se abre un abismo de incomunicabilidad que en el fondo nos deja solos, infinitamente solos:

«Estaba solo. En el mundo entero, solo. Para mí mismo, solo. Y en el mismo instante del estremecimiento, que me hacía temblar ahora hasta la misma raíz del cuero cabelludo, sentí la eternidad y el frío glacial de esta infinita soledad. ¿A quién decir «yo»? ¿De qué servía decir «yo», si para los demás tenía un sentido y un valor que no podían ser nunca los míos; y a mí, tan aislado de los demás, de qué me servía asumir un solo «yo» si eso se trocaba al instante en el horror de este vacío y de esta soledad?» (Uno, ninguno y cien mil)

El mundo pirandelliano es un mundo en el que los hombres son marionetas abandonadas a su destino. Creo que el prefacio a Seis personajes en busca de autor, en el que Pirandello explicita la relación entre él (el creador) y sus personajes, puede ser interpretado como una metáfora de nuestra existencia: somos personajes en busca de un autor, en busca de un sentido, de alguien o algo que pueda ordenar nuestros pasos. Hemos sido arrojados sobre la escena del mundo y después abandonados, rechazados:

He querido presentar a seis personajes que buscan a un autor. El drama no consigue representarse precisamente porque falta el autor que ellos buscan; y se representa en su lugar la comedia de su vano intento, con todo lo que tiene de trágico el hecho de que estos seis personajes hayan sido rechazados. […] Es preciso entender bien qué es lo que he rechazado en ellos; no a ellos mismos, evidentemente, sino su drama. (Seis personajes en busca de autor)

Nuestro drama humano ha sido rechazado. No interesa. Drama es una palabra griega que significa acción: nuestro hacer no interesa a nuestro hacedor. Somos arrojados a la escena y cada quien se afana por encontrar un sentido, un bien, con el que poder calmar el ánimo: «cada cual concibe confusamente un bien en el cual el alma se complace y lo desea; por lo cual, todos luchan por alcanzarlo» (Purgatorio XVII, vv. 127-129).

Pirandello es consciente de esta esperanza que caracteriza el corazón del hombre: solo los estúpidos y los mediocres no perciben la fascinación de este más allá al que tiende –de un modo u otro– todo nuestro drama, todos nuestros proyectos. El trabajo humano, todo nuestro hacer, si quiere ser propiamente humano, es un hacer, un moverse en vista de algo más, de un más allá. Ahora, el problema radica en que este más allá es una invención nuestra, y en que si lo hay nos ha abandonado. Por eso el drama humano es en el fondo una tragedia, una búsqueda de algo que no está, una pregunta sin respuesta:

Un mundo construido: casas, calles, iglesias, plazas; y no sólo construido, sin embargo, por esto, sino también porque no se vive ya simplemente por vivir, como estas plantas, sin saber que se vive; sino por algo que no existe y que nosotros añadimos; por algo que da sentido y valor a la vida. (Uno, ninguno y cien mil).

Todas las formas, las máscaras, que construyamos, todos los actos que hagamos, las palabras que digamos, los proyectos que elaboremos, no son otra cosa que vanos intentos de aferrar, de definir algo que huye constantemente, de aquietar ese deseo humano que no nos deja nunca tranquilos. Así, uno se pega a su mujer, otro a sus hijos, otro a la filosofía, a la política, a la justicia social, al amor universal, a la patria, a la nación, esperando que estas ficciones puedan detener nuestras vidas desbordantes. Pero entonces, de forma imprevista e impredecible, una frase, una mirada, un evento, desvelan lo patético de todos nuestros intentos y la vida nos abruma y nos trastorna de nuevo por completo:

En algunos momentos tempestuosos todas nuestras formas ficticias se desploman lastimosamente, arrolladas por aquel fluir; y también por ese otro fluir que no corre subterráneo y contenido entre límites, sino que aparece ante nosotros bien definido y que habíamos cuidadosamente encauzado en nuestros afectos, en los deberes que nos hemos impuesto, en las costumbres que nos hemos trazado. Ese también, en horas de creciente, se desborda y lo arrasa todo. (El humorismo).

Tras nuestras formas vanas, la vida empuja e indica un más allá: «hay un más allá en todo», dice Serafino Gubbio, pero a menudo no nos paramos a considerarlo y nos limitamos a recitar nuestra parte. No lo consideramos porque aceptar que nuestras formas son solo ficciones, que estamos en un escenario sin un propósito, es demasiado doloroso:

¡Adelante! Adelante para que no se tenga tiempo ni manera de advertir el peso de la tristeza, la humillación de la vergüenza, que se quedan dentro, en el fondo. Afuera es un relampagueo continuo, un deslumbramiento incesante: todo se desliza y desaparece. ¿Qué es? ¡Nada, ya pasó! Era quizá algo triste; pero nada, ya pasó. (Cuadernos de Serafino Gubbio operador).

Pero, ¿por qué el hombre desea? ¿De dónde proviene este deseo? Esta ansia del más allá, de sentido, de una verdad, es la consecuencia de nuestro sentirnos vivos, aquello que Pirandello llama "el punto vivo de mí", ese "algo más", aquello "superfluo" que distingue al hombre del animal. Se trata de un "triste privilegio" que, si por una parte es el origen de nuestro hacer (el arte, la ciencia, la filosofía, casarse, tener hijos, etc.), de todas las formas y construcciones con que llenamos nuestra vida, por otra parte es el origen de nuestra constante insatisfacción, de nuestro no sentirnos nunca satisfechos.

"Pero, ¿por qué el hombre desea? ¿De dónde proviene este deseo? Se trata de un triste privilegio que, si bien es el origen de nuestro hacer, también lo es de nuestra constante insatisfacción."




ANGUSTIA (BREAKDOWN, 1955), DE ALFRED HITCHCOCK

Es este sentimiento nuestro, superfluo, aquello que de un modo u otro (una frase, una mirada, un evento fortuito) se despierta en los personajes de Pirandello: se rebelan contra la hipocresía de las formas y gritan desesperados por su ser: quieren ser, ser de verdad, no solamente parecer. Nosotros continuamos recitando nuestro papel:

Hasta que debajo de la máscara una fibra nuestra, muy sensible, es tocada tan adentro que la rebelión finalmente estalla y la máscara es rota y pisoteada. Entonces de golpe […] un chorro de humanidad invade a estos personajes, las marionetas se convierten de pronto en criaturas de carne y hueso, y salen de sus labios palabras que a uno le parten el corazón y le desgarran el alma. ¡Pues claro! Han descubierto su rostro individual y desnudo debajo de la máscara, la máscara que les hacía ser unas marionetas de sí mismos, o movidas por los demás. (El difunto Matías Pascal)

¿Por qué este sentimiento es superfluo para Pirandello? Porque sobre la tierra sus preguntas no tienen respuesta, razón por la cual el hombre está destinado a sufrir:

Sobre la tierra el hombre está destinado a estar mal, porque tiene en sí más de cuanto es necesario para estar bien, es decir en paz y armonía. Y que es verdaderamente un añadido, para la tierra, esto que el hombre tiene en sí (y por lo cual es hombre y no bruto), lo demuestra el hecho de que eso –ese algo más– no logra pararse nunca en nada, ni de nada saciarse aquí abajo, de manera que busca y requiere más allá, más allá de la vida terrenal, el porqué y la comprensión de su tormento. (Cuadernos de Serafino Gubbio operador)

En esto, Pirandello está cerquísima del pastor errante de Asia de Leopardi, que envidia a su propio rebaño por poder tumbarse sobre la hierba sin sentir el tedio y la cruz de la propia existencia. A diferencia del animal el hombre es impulsado por su propia naturaleza a tomar conciencia de su propio existir, a preguntarse su por qué. Tal sentimiento de sí es como una luz que proyecta en torno a nosotros un círculo de luz, un halo en el que nos apresamos distinguiéndonos del resto y en virtud del cual interpretamos todo cuanto nos circunda, como el mendigo del que hablábamos veía a la luz de su sentimiento de piedad a todos cuantos pasaban por delante de él. Este círculo de luz lo posee cada hombre y cada quien lo tiene de un cierto color que cambia con el tiempo y, con él, nuestra forma de ver el mundo.

¿Y más allá de este círculo? Más allá está la zona de sombra, aquello que no comprendemos, el límite de aquello que rehúye nuestra individualidad y que nos empuja a indagar, a luchar para iluminarlo, para comprenderlo. Sin embargo, si hay luz hay sombra y la sombra no estaría si no nos esforzásemos por iluminar y comprender aquello que nos rodea, de fijar una forma para aquello que aparece. La sombra nos angustia, pero bastaría apagar toda luz para volver a sumergirse en la vida universal, en el simple fluir de la existencia en el que, como animales, simplemente vivimos, estamos allí, presentes a nosotros mismos, sin tiempo, sin conciencia, sin sentirnos vivos, sin diferencias, fusionados con el todo. Este es el último escalón de Pirandello: la fusión panteística en el infinito del ser, en el que todo se enajena, la despreocupación de sumergirse en la vida sin sentir ya más. Una suerte de nirvana en el que la identidad se pierde:

Este árbol, trémulo hálito de hojas nuevas. Soy este árbol. Árbol, nube; mañana libro o viento: el libro que leo, el viento que bebo. Totalmente fuera, vagabundo […]. Y todo, instante a instante, es como es, y cobra vida para manifestarse. Aparto en seguida la mirada para no ver detenerse ya nada en su apariencia y morir. Sólo puedo vivir ahora. Renacer momento a momento. Impedir que el pensamiento se ponga a trabajar de nuevo en mi interior, y rehaga dentro de mí el vacío de las vanas construcciones […]. Muero a cada instante y renazco nuevo y sin recuerdos: vivo y entero, no ya en mí, sino en todas las cosas de fuera. (Uno, ninguno y cien mil).

El punto de llegada de Pirandello, sobre todo en sus últimos escritos, es la anulación de lo "superfluo", de la conciencia de nuestro estar vivos: un esfuerzo constante por eludir en nosotros la tensión por encontrar un significado para la existencia, el sentido de nuestro existir. Vitangelo Moscarda superará las formas arrojándose en el mar infinito del ser, abandonará el espíritu humano y tratará de ser pura naturaleza, naturalidad animal; Serafino Gubbio asumirá una máscara de impasibilidad respecto del absurdo de la existencia, escondiéndose en la apatía; Matías Pascal escribirá un cuento sobre su propia vida, es decir, reconstruirá sus propias vivencias poniéndolas en orden, el único modo que tenemos de atribuirles un sentido que por sí mismas no tienen.

"El punto de llegada es, para Pirandello, la anulación de ese superfluo que es la conciencia de estar vivo, la fusión panteística en el infinito del ser, una suerte de nirvana en el que la identidad se pierde."



MAD MEN (2007-2015), DE MATTHEW WEINER

4. La renuncia a la pregunta

¿Por qué Pirandello niega la pregunta? ¿De dónde surge esta certeza de que la máscara está desnuda? ¿Cuál es el origen de esta reflexión humorística, de su cinismo reflexivo?

En su ensayo El humorismo afirma que es absolutamente arbitrario asignar una causa determinada a esta actitud. Como ya dijimos, la rebelión de sus personajes, es decir, el surgimiento de la actitud humorística, tiene causas diversas: en Matías Pascal, el caso fortuito de su aparente muerte, en Serafino Gubbio, la alienación que sufre por ser considerado simplemente como una mano que hace girar una manivela; e incluso, en Vitangelo Moscarda, una frasecilla dicha de pasada por su mujer que le desvela -no se había dado cuenta antes- de que tiene la nariz torcida hacia la derecha. Causas arbitrarias que, en cualquier caso, tienen un mínimo común denominador que, de hecho, es lo único que el ensayo sobre el humor saca en claro:

una experiencia amarga de la vida y de los hombres, de una experiencia que, si por una parte impide al sentimiento ingenuo emplear sus alas para elevarse como una alondra y lanzar al sol su trino, sin que aquella la atrape en el instante mismo en que va a echar a volar, por la otra induce a pensar que la maldad de los hombres a menudo se debe a la tristeza de la vida, llena de dolores que no todos saben o pueden soportar. (El humorismo)

La alondra de la que habla es la esperanza. El humorismo surge de una esperanza decepcionada, de una desilusión, de un deseo de correspondencia frustrado, como la nausea sartriana de Antoine Roquentin, que surge (tal vez) por causa del amor no correspondido de Anny.

Antes que la frustración, Pirandello reconoce en los niños la presencia de la esperanza viva, de la fascinación por la realidad, «hacer como si las cosas no fueran vistas de nuevo en un regreso, sino con los ojos de quien avanza por primera vez y por primera vez ve y siente». Es en el viejo, el adulto cínico que ha sufrido mucho, en quien asoma la experiencia con su «rostro de vieja consumida, por decir así, amenazando detrás de las gafas: ocurrirá esto, sucederá aquello, cuando todavía no ha sucedido nada».

Todos los personajes de Pirandello llevan sobre sus espaldas el peso del drama de la vida, de la frustración, de un deseo truncado. Por eso se alejan del resto, se aíslan, y mirándose desde fuera ven solo el vacío de sus vidas, una pregunta continua por una respuesta que no llega nunca y que, asumen, no llegará nunca. «De ninguna cosa me viene nunca un gesto amoroso para cercarme con confianza o con la esperanza de obtener algún consuelo».

No vale ya más la pena tomarse en serio la vida, ese punto vivo de mí que me diferencia de los animales. No vale la pena porque es eso lo que me empuja a creer que hay un más allá, un destino, cuando en lugar de eso es todo una farsa, un juego. «Solo los niños tienen la divina suerte de tomar en serio sus juegos. La maravilla está en ellos; la vuelcan sobre las cosas con las que juegan, y se dejan engañar por ellas. No es ya un juego; es una realidad maravillosa» (Cuadernos de Serafino Gubbio operador).

De cualquier forma, no creo que esta perspectiva existencial de Pirandello sea razonable. El no haber encontrado una respuesta no puede ser condición suficiente para la negación de la pregunta. Evidentemente, la vida es dramática, es una acción completamente abocada al futuro, a algo de lo que "no sabemos con certeza ni siquiera nosotros de qué se trata". Y, sin embargo, la falta de correspondencia a las exigencias de nuestro punto vivo, el no haber desvelado todavía el misterio, no puede conducirnos a la supresión de la exigencia o a la certeza de la inexistencia de una respuesta. Es irracional y contrario a la búsqueda misma de la verdad que mueve al hombre en todo aquello que hace y que se encuentra en la raíz de todo descubrimiento –incluso científico–, de toda idea y en el fondo de nuestra cultura. Dice Ortega y Gasset:

«La idea es un jaque a la verdad. Quien quiera tener ideas necesita antes disponerse a querer la verdad y aceptar las reglas de juego que ella imponga. No vale hablar de ideas u opiniones donde no se admite una instancia que las regula, una serie de normas a que en la discusión cabe apelar. Estas normas son los principios de la cultura.»

Desechar a priori la posibilidad de una respuesta es irracional fundamentalmente por dos razones: en primer lugar, en palabras del propio Descartes, es un engaño, un artificio, una ficción considerar como falso o imposible aquello que solamente es dudoso o improbable. Es algo que puede ser útil a nivel teórico, como método para una demostración ab absurdo, pero en la vida práctica es absolutamente deletéreo este modo de proceder. En segundo lugar, aún cuando no existiese una respuesta a nuestras exigencias –lo que, repito, no está demostrado–, aún así la grandeza humana y todo aquello que de grandioso ha hecho el hombre, convirtiendo su mundo en un espacio habitable, es fruto justamente de este "superfluo".

Es este exceso, este superávit, aquello que, como dice Mann, constituye nuestra «esencia misteriosa […] hecha de regocijos naturales y de miseria sobrenatural; su secreto está en el origen y en el término de nuestros pensamientos e interrogaciones y es él quien comunica a nuestros propósitos su fuego y su intensidad, y presta a todas las cuestiones que con él se relacionan su carácter de instancia.» (José y sus hermanos).

La grandeza del ser humano consiste en la lucha por destruir las formas, las máscaras, que quieren anquilosar este deseo imparable, sin llegar a ceder ante la tentación de negar la posibilidad de que el ideal pueda un día hacerse presente. Dice Adorno en las Minima Moralia:

Una voz nos dice, cuando esperamos la salvación , que la esperanza es vana, y sin embargo es ella sola, la impotente, la que nos permite dar un respiro. Toda contemplación no puede ya sino reproducir pacientemente la ambigüedad de la melancolía en nuevas figuras y aproximaciones. La verdad es inseparable de la ilusión de que alguna vez entre las figuras de la apariencia surja, inaparente, la salvación.

"¿Quién soy yo? Yo soy este superfluo que brama ardientemente por un significado de su existir."




ICARUS (1946), DE HENRI MATISSE

¿Quien soy yo? Yo soy este "superfluo" que brama ardientemente por un significado de su existir. Todo mi valor, mi humanidad, está en esta búsqueda dramática y dolorosa, pero no trágica, no todavía al menos. Esta búsqueda vive de la rebelión contra los falsos ídolos, contra las máscaras que la gente, la sociedad y los otros quieren atribuirnos haciéndome creer que somos aquello que no somos, que la respuesta que podría satisfacer mi "superfluo" es aquello que en realidad no es. El hombre auténtico debe hacer suyas las palabras de Serafino Gubbio:

No, vamos, tranquilos. Me basta esto: saber, señores, que no tienen claro ni seguro, tampoco ustedes, ni siquiera ese mínimo que les viene determinado poco a poco por las muy rutinaria condiciones en las que viven. Hay un mas allá en todo. Ustedes no quieren o no saben verlo. Pero si, mínimamente, este más allá brilla en los ojos de un ocioso como yo, que se ponga a observarles, he aquí que se desmoronan, se turban o se irritan. (Cuadernos de Serafino Gubbio operador).

Solo de este modo se deja abierta la posibilidad de que un día, de una manera sorprendente, algo o alguien se nos presente desvelándonos a nosotros mismos mejor que como nosotros mismos sabríamos hacer. Los personajes de Pirandello ven en la mirada de los demás una diferencia abismal, una desproporción inmensa con su punto vivo, su sentirse vivos, que les lleva a rebelarse y a gritar: "¡yo no soy eso!". Viven constantemente la experiencia de la falta de correspondencia, de la incomprensión, de modo que, en el juego de las máscaras, se pierden en el abismo de no saber ya quiénes son.

¿Y si hubiese una mirada capaz de desvelarnos a nosotros mismos? ¿Una mirada en la cual, como en un espejo, pudiésemos vernos como no nos hemos visto nunca? ¿Ser acogidos como nadie nunca nos ha acogido? ¿Por qué negar a priori esta correspondencia moral entre el deseo humano de reconocimiento, de identidad, y la mirada de otro? Es cierto, podremos decir siempre que, incluso esta mirada, que nos corresponde de una forma extraordinaria, es siempre una máscara. Podremos. Pero en ese caso estaríamos negando una evidencia, una experiencia, adjudicándole a posteriori un prejuicio postizo, teórico, que nos condenaría a no poder creer ya en nada. Yo soy aquello que dice esa mirada, me siento plenamente reconocido allí, con él, soy uno contigo porque la alternativa es ser "uno, ninguno y cien mil".

*Stefano Cazzanelli

Doctorado en filosofía. Profesor en la Universidad Francisco de Vitoria, donde además coordina el Instituto de innovación. Ha sido investigador en numerosas universidades, entre ellas, la Université Sorbonne, la Universidad de Heidelberg y la Universidad Complutense de Madrid. Se ha especializado en el pensamiento del joven Heidegger y en la filosofía neokantiana alemana. Sus investigaciones y publicaciones han estado relacionadas, también, con la fenomenología francesa contemporánea, con el pensamiento metafísico de Descartes y con la obra de filósofos como Maine de Biran y Emil Lask. Ha traducido diversos artículos y ensayos al italiano y al español de autores como Jean-Luc Marion, Michel Henry o Hans-Georg Gadamer. Entre sus libros: Stefan Zweig y la idea de Europa, Recuperar el asombro, Aprender a enseñar, enseñar a aprender. II Jornada de Innovación y Mejora Docente UFV. Caminos de aprendizaje. III Jornada de innovación docente.


Notas bibliográficas

1.Eric Voegelin Erich Hermann Wilhelm Vögelin, conocido como Eric Voegelin, (Colonia, Alemania; 3 de enero de 1901 - Stanford, Estados Unidos; 19 de enero de 1985) fue un politólogo y filósofo político de origen alemán, refugiado desde 1938 en Estados Unidos, país del cual adoptó la nacionalidad en 1944. Fue profesor de Ciencia Política en las universidades de Viena, Luisiana, Múnich y Stanford. Entre sus principales obras:  The New Science of Politics: An Introduction. University of Chicago Press. Chicago, 1952. Israel and Revelation. Louisiana State University Press. Vol. I de Order and History. Baton Rouge, 1956. The World of the Polis. Louisiana State University Press. Vol. II de Order and History. Baton Rouge, 1957. Plato and Aristotle. Louisiana State University Press. Vol. III de Order and History. Baton Rouge, 1957. Science, Politics and Gnosticism,  1968 (Soteway ,Chicago)
2. Los datos en cursiva son de Wikipedía. No obstante aquí cabe hacer la observación, por algunos  puntos en común con la obra del dramaturgo Eugene O'Neill, norteamericano y quien al igual que Pirandello dos años más tarde gano el premio nobel de literatura.  Aunque sus encuadres son diferentes, los dos parten de un mismo principio, la angustia existencial,  pero toman diferentes rumbos e intensidades.  Pirandello da cabida en a ese sentido que se cuela en toda obra la tragedia de la existencia  pero la  lleva al absurdo y abjura del simbolismo y realismo En  O'Neill parte del sentido trágico de la vida y de la tragedia griega, realista según unos pero el hablaba de un «supranaturalismo»,  y de la influencia decisiva de Strindberg en su obra y del cual se declaraba un convencido discípulo. Pero algunas de sus  obras aborda la escisión de la identidad, y recurre al uso de mascaras en sus dramas-tragedias, por ejemplo en  El gran Dios Brown y Días sin fin.   (Nota explicativa Plaza de las palabras)     
 3. Todos los subrayados en negrillas y las ilustraciones son de la versión original traducida al español. Revista Democresía  
Créditos
Texto
Pirandello y la máscara  de la identidad. (Ensayo) Por Stefano Cazzanelli. Democresia. Revista de actualidad,  cultura y pensamiento. Edición y traducción del italiano al español por Ignacio Pou, 2017 

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