PAGINA 10. LA TRADICIÓN Y EL TALENTO INDIVIDUAL, (ENSAYO) T.S. ELIOT. EDICION BILINGÜE. POST PLAZA DE LAS PALABRAS



Plaza de las palabras, en su sección Pagina 10, presenta un ensayo de T.S.Eliot. (1888-1965), 

 

  Comentarios en torno al ensayo: La tradición y el talento individual de Eliot.

 Hacia una ascesis poética del talento individual*

Por Mario A.Membreno Cedillo 

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            Para Eliot la tradición no puede heredarse, y el escritor debe luchar por conseguirla y asimilarla. Para colocarla como un parámetro de su propia poesía.  Esta tradición es una combinación de lo temporal con lo atemporal. Esa conjunción « es lo que hace tradicional a un escritor.» Entendida como el presente y el pasado. La tradición siempre remite al pasado pero a su vez se moldea y va reconfigurándose en el presente. El escritor debe tomar el modelo de lo ya escrito  de los escritores ya muertos y conjugarla con la delos escritores contemporáneos.  Solo en esa comparación el escritor hallara su lugar. Pero Eliot insiste:

«Hay que insistir, por tanto, en que el poeta desarrolle o procure la conciencia del pasado, y luego continúe desarrollándola a lo largo de su carrera

Para ello el escritor debe desarrollar su conciencia del pasado, su «sentido histórico».  No obstante, esas ideas, Eliot no era en su visión de la tradición un poeta todo terreno. En realidad también fue un poeta y critico innovador, y hasta experimental. Solo recordemos su famosa disputa con el poeta Robert Frost;  en la que Frost toma partido por respetar el canon de la métrica tradicional, mientras que Eliot aboga por el verso libre. Se la recordaremos al lector, porque es pertinente a este ensayo:

«Y entre las encrucijadas de esa polémica sacamos a colación un pasaje ilustrativo de la polémica entre dos grande poetas del siglo XX. Robert Frost y T. S.Eliot. Es conocido  el enorme celo que guardaba Frost por la composición poética, siguiendo los dictados del clasicismo y de los formatos poéticos tradicionales. Y su aversión al  llamado verso libre o verso blanco defendido por T.S.Eliot. Para Frost eso del verso libre era una especie de chapucería poética. Decía él y ponía el ejemplo que hacer poesía con versos libres era como jugar ping pong sin tener una red en la mesa. Pero T.S.Eliot, no se quedo atrás y le contesto a Frost, diciéndole que el hacia su poesía sin red, pero que al hacerla se imaginaba una red más alta que la que tenia una mesa estándar de ping pong. Es decir que su poesía en verso libre era de altísima calidad. Respuesta ocurrente, y no diremos que una tipo de poesía sea mejor que la otra » (1).

Y afirmamos que es pertinente, por cuanto Eliot se vale de un ejemplo casuístico: el juego de ping pong, para poner la malla muy alta. Que es lo que hace en el ensayo The tradition and talent individual. Ciertamente el ensayo no agota toda la temática de lo que seria una gama de consejos para los poetas. Pero si  brinda consejos derivados de la teoría crítica y poética, que son de una franca utilidad para el proceso formativo del poeta. Ensayo que obliga a situarse en el contexto formativo del propio Eliot: Harvard, Sorbona y Oxford, y en el ambiente en que se desenvolvió, entre Inglaterra y EE.UU.  Sin embargo, todos sabemos que Eliot era un clasicista, aun y cuando  ni una sola vez en su ensayo señale la palabra clásicos. Aun a sabiendas que escribió al respecto en varios de sus ensayos. ¿Qué es un clásico? De hecho publico en una conferencia magistral pronunciada ante la Sociedad Virgiliana de Londres, en 1944. Tal omisión nos lleva a pensar si en la estética poética de Eliot, la tradición era sinónimo de lo clásico, o los clásicos eran un resultado de la tradición o a la inversa. Dice el propio Eliot, en su ensayo What is a clasical?

«Distinguiré entre el clásico universal, como Virgilio, y el clásico que lo es sólo en relación al resto de la literatura de su idioma, o según la visión de la vida de un periodo particular. Un clásico sólo puede darse cuando una civilización ha madurado; cuando una lengua y una literatura han madurado; y debe ser por obra de una mente madura.»  (2)

Sin embargo parece bastante más clara la idea que tiene un lector de los clásicos. Uno inmediatamente piensa en Homero, las tragedias griegas, o los poetas latinos. Y aaunque todos sepamos el significado de la palabra tradición;  cuando la escuchamos, parecemos vacilar, a quien señalar o a donde señalar. Pero agregaremos que encontramos una diferencia de matices entre ambos conceptos: la  tradición y lo clásico. El termino lo clásico parecería  estar más dirigido a la obra en si o en su defecto al autor. Así pensamos por ejemplo en la Ilíada o si se tratarse de un autor en Virgilio. (Tan querido por Eliot). No obstante cuando Eliot aborda el tema de la tradición, lo hace más como un entramado producto de un consenso humano (poetas críticos, escritores), puestos de acuerdo sobre una serie de valores que visto desde la época en que lo hacen con el transcurso del tiempo constituyen valores literarios  y estéticos, que son trasmitidos como un  legado de generación en generación. En esa perspectiva, la tradición es un cuerpo de ideas, criterios y valores, y el clásico es la obra y el autor. (3)  

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 Para Eliot el proceso  del poeta pasa por una extinción de la personalidad, el poeta puede y debe  despersonalizarse. Algo parecido a la tesis de Keats, negative capability  (la  capacidad negativa). Sobre los críticos señala en La tradición y talento individual que la critica honrada debe dirigirse siempre a la poesía, no al poeta. Más adelante nos recuerda:
«que la crítica es tan inevitable como la respiración, y que no redundaría en nuestro desdoro articular lo que nos pasa por la cabeza cuando leemos un libro o sentimos una emoción al respecto, o criticar nuestro propio modo de pensar en sus procedimientos críticos.»
También afirma una idea muy cercana a Valery y Emerson: la de una sola  poesía que las contiene a todas y es escrita por un solo autor, caballero omnisciente. Señala  Eliot:  
«He tratado de destacar la importancia de la relación entre un poema y los demás a través de otros autores, y he sugerido la concepción de que la poesía sea un todo vivo, que incluya la poética que ha sido escrita en todos los tiempos. (las negrillas son nuestras) El otro aspecto de esta teoría impersonal de la poesía es la relación del poema con su autor.»
Entre otras cosas, en ese entramado de ideas hace una distinción clave entre:  
«el poeta que sufre y la mente que crea (4) 
Sobre esa dicotomía que establece entre el hombre que sufre y el artista que crea. Afirma: « [la poesía] no es la expresión de la personalidad, sino un escaparse de la personalidad. Pero, desde luego, solo quienes tienen personalidad y emociones saben lo que es querer escaparse de estas cosas»   
Y establece una diferencia entre los elementos catalizadores de la poesía: emoción y sentimiento. Para él, el  poeta lleva a sus espaldas una tarea: «la misión del poeta no es descubrir nuevas emociones, sino usar las emociones ordinarias y elaborarlas poéticamente de manera que expresen sentimientos que no están en ninguna de las emociones reales. »
Arguye e insiste Eliot que la poesía tampoco es para  «dar rienda suelta a las emociones; no es la expresión de la personalidad sino una liberación de la personalidad. Para él, « la emoción del arte es impersonal
En ese pensamiento de despersonalización para Eliot,  «puede decirse que el arte alcanza la condición de ciencia »
 Y también agrega que el poeta:
«Puede operar parcial o exclusivamente sobre la experiencia del hombre mismo; pero, mientras más perfecto sea el artista, tanto más completamente separados en él, estarán, el hombre que sufre y la mente que crea; y con más perfección digerirá la mente y transformará las pasiones, que son sus materiales
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          Con todo lo anterior hemos expuesto algunas ideas claves del ensayo. No obstante, con toda la riqueza del ensayo, aportamos unas cuantas observaciones, más que confrontativas, a manera de contrastes.  La primera de ellas  es la tesis de Eliot acerca de que el poeta debe despojarse de la personalidad. Para él ese es un requisito de la alta poesía y de los grandes poetas. Por supuesto estamos aceptando que esa concepción poética es para Eliot el nirvana poético, el estamento sublime, la meta de idoneidad a la que el poeta  aspira.  Nos habla de lo que quisiese que fuese la poesía y el oficio riguroso  e impersonal del poeta. Ya habíamos señalado la tesis de Keats, que no es otra cosa que despojarse del  Yo personal, para sustanciar al Yo poético. Pero Keats es más atrevido, él la combina con su idea de que el poeta es un camaleón. Busca esa tesis una alteridad del poeta por atrapar la mente del  otro. Una especie de hacker poético que recae sobre el sujeto u objeto poetizado. Eliot no va tan lejos, subsume esa despersonalización del poeta, y la traslada no al otro, sino a esa distinción que establece  entre la emoción y el sentimiento. Convierte ese par de palabras en sus caballitos de victoria. Y las deja al cuidado del propio poeta, y no en una intrusión en la mente de lo otro o el otro, como hace Keats. Sin embargo, semejante tesis de Eliot, puede tener sus inconvenientes, porque como decirle al poeta que cuando va escribir poesía, deje colgado en el ropero su personalidad.  Porque lo que necesita para poetizar no es asunto de la personalidad, sino de una esencia pura y cristalina, y ya despojada  de todo condicionamiento.  Comprendemos a Eliot, buscaba la perfección  poética, altos estándares para la poesía y para el poeta. Pensamos que Eliot apuntaba a la esencia del acto poético, una poesía purista. Despojada de toda intrusión del yo del hombre en el yo del poeta. Quizá algo como lo que intento Paul Valery. Y en otro terreno, Robbe Grillet en la prosa. Tesis que tanto fastidio le causo a Ernesto Sábato, (la de Robbe Grillet). 

            Podría ser valido, y razonablemente aceptado pedirle  al poeta que deje su vida privada, sus problemas domésticos, sus partidismos o ideologías aparte. Porque eso no es materia de la poesía. Hasta ahí, relativamente,  lo aceptamos. Pero por supuesto, una  teoría así  no se puede llevar al extremo. Despojarse totalmente de la personalidad para poder entrar al reino inmaculado de la poesía.  Porque entonces, cómo quedarían los poetas malditos:  Rimbaud, Mallarme, Verlaine. Si los despojamos de su personalidad ¿y los poetas surrealistas? Y que pensar de los futuristas como Mayakowsky  O los poetas de la generación Beat. Todos esos poetas sin sus personalidades acompañándolos al lado, hubiesen hecho otro tipo de poesía. Probablemente menos autentica. Y es que no se puede separar, totalmente, la vida de la poesía. Esa ascesis poética a la que aspiraba Eliot, puede tener su paralelismo en otros terrenos. Por ejemplo, seria como pedirle a un cristiano que para mejorar su condición de cristiano, se leyese y entrenara en los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, y probablemente esa introspección imaginativa, podría  tener sus resultados. Y hacer de ese cristiano un mejor cristiano. O seria como pedirle a un budista que se pase meditando décadas y décadas para desintegrar esa coraza de egos, y al fin pueda alcanzar el estado puro del nirvana. No son malos métodos de ascesis, y ciertamente, pueden funcionar. Pero a la par llevan una enorme vocación y disciplina; que por su propia naturaleza, un poeta  no las tiene.  Decía Piglia o uno de tantos críticos argentinos, cuando señalaba a escritores como Joyce, Proust o Mann, que ellos no es que escribiesen de tal o cual modo, sino que ellos escribían así, porque ellos eran así. Su prosa era un resultado de su manera de ser y estar ante la vida. (su personalidad).    

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          La segunda observación, atañe a la dicotomía que Eliot hace entre emoción y sentimiento. Y todos tenemos nociones de esas  palabras. Sabemos que el sentimiento es más permanente y es algo intrínseco a la persona. Mientras que la emoción, viene casi  siempre del mundo exterior y es más fugaz.  Eliot sugiere que el poeta debe tener un dominio sobre ambos elementos, porque ambos son la materia prima del poeta. (Ya sea en el proceso o una vez que se ha despersonalizado).  Enseguida los exhorta hacer combinaciones de esos elementos. No obstante, una cosa es compenetrarse intelectualmente de esa distinción entre sentimiento y emoción. Y otra mucho más compleja es distinguirla en el acto de escribir poesía. O asumir que un lector las distinguirá en sus variados matices.  Esto seria como el ejercicio de un nadador, al momento de nadar no se concentra en si esta usando más los músculos de las piernas o los músculos dorsales o pectorales. Su único objetivo es nadar más rápido y llegar a la meta. El poeta cuando escribe, lo hace porque por ahí ronda una visión, y en esa visión lo conduce a extraer materiales de su mente, o que extraídos de la externalidad y la experiencia alimenten su mente.  Pero difícilmente llevara esa distinción cognitiva a una  conciencia plena. El mismo Eliot lo dice, a su manera en el poeta al momento de trasmutar su visión en poesía,  afloran estados consientes y también inconscientes.  La exigencia de Eliot es estar consciente en lo que debe estar consciente, e inconsciente en lo que debe estar inconsciente; pero esa máxima es muy compleja para pedírsela al poeta. Ya sea que lo que escribe es sobre una emoción o un sentimiento. El oficio del poeta exige en Eliot, un dominio pleno y deliberado del acto de poetizar. Poner la malla de ping pong a tres metros de altura. No obstante,  resta un punto a favor de Eliot, y es que Eliot no creía en la inspiración como factor de elaboración de buena poesía. Adversaba la inspiración como fuente de poesía de alta calidad. Contrario a los románticos que creían en las musas y la inspiración. Para Eliot la elaboración  de la poesía no era por inspiración sino por traspiración y estudio. En la visión poética de Eliot, no había hermosas musas soplándole al oído inéditos poemas al poeta.  

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          Una tercera observación es sobre el oficio de escribir. Advertía que demasiado conocimiento mata el espíritu de escribir; pero también indica que el escritor debe tener una conciencia histórica, y solo se puede tener conciencia histórica, si se conoce la historia;  en este caso la historia de la literatura proyectada a un área geográfica o a lo universal. Empaparse de los escritores que le precedieron y de los antiguos. Y aquí  es indispensable señalar otro aspecto pertinente a lo ya tratado. El  conocimiento sobre poesía que debe poseer el poeta. Para los poetas conocer la tradición es conocer a esos poetas que modelaron la tradición, pero no solo de nombre sino estar dentro del ruedo y consciente de esa tradición. De ese corpus que forman los críticos y los escritores y poetas que generaron esa tradición. No solo la tradición local, o nacional, sino también la tradición universal. Ese conocimiento oscilaba entre el estudio que hace el poeta para conocer a los otros poetas, lo cual era un elemento valorativo en el proceso de asimilación y aumento de su acervo. Sin embargo, ese acervo solo le serviría al poeta  como elemento probatorio porque al momento que el poeta va escribir poesía, tendría que dejar a un lado la costa barroca del intelectualismo. Porque la racionalidad cognitiva mata la poesía.  Esta contradicción, aparente, entre exigir conocimiento sobre la tradición  pero no racionalizar el producto poético. Puede parecer anómala, pero tiene su propia lógica, un poeta debe conocer a sus precursores y a sus contemporáneos. Y además saber todo sobre técnica poética, y poseer los conocimientos y recursos técnicos  para avizorar  un horizonte no solo más abarcativo, sino  un horizonte con un rango más profundo en su visión. El poeta debe aprender a jugárselas. Pero advierte Eliot:

«Incluso se afirmará que demasiado aprendizaje mata o pervierte la sensibilidad poética. Si bien seguimos creyendo que un poeta debe saber lo suficiente, siempre y cuando no afecte su necesaria receptividad.»

Volvamos a recordar que Eliot esta poniendo un alto canon para el poeta y el oficio de hacer poesía.

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          Una cuarta observación de  Eliot,  recae en una palabra adicional que agrega a la receta poética, y lo hace como poniéndole la cereza al pastel.  Quizá para salvaguardar su itinerario poético, y tener un as entre las mangas: la madurez del poeta. (5) Esa palabra salvadora  era el verdadero estado de gracia, en que todos los elementos del aprendizaje poético iban a coincidir y armarse para escribir poemas de alta calidad.  Y quizá ese sea el punto final que coronaba la visión poética de Eliot. Solo por la maduración se podía  hacer buena poesía.  Pero Eliot no pone ningún ejemplo de ese prohombre poético que anunciaba. Se me ocurre, quizá, pensando en poetas  anglosajones,  el poeta William B.Yates, quien elaboro sus mejores poemas en su vida  madura y de vejez. Solo recordemos uno de sus poemas, Navegando a Bizancio. Y aquel breve poema Arribo de la sabiduría con el tiempo. Decía Yeats, aun joven pero consciente del arribo de la madurez con el tiempo:

Aunque las hojas sean muchas, la raíz es solo una. / A través de los días mentidos de juventud/Oscilaron mis hojas y mis flores en el sol. / Ahora puedo marchitarme en la verdad. (6)

No obstante, quizá el mismo Eliot fuese el ejemplo de ese definitivo y maduro poeta que él mismo va delineando en las verdes  altas e inalcanzables cumbres de su ensayo.  Brillantez   que plasmo en sus famosos Four Quarters (Cuartetos, 1943), obra de madurez, no sin cierta vena de religiosidad.  Al fin y al cabo, Eliot no solo fue crítico, sino anglo católico, pero sobretodo fue poeta; y no cualquier poeta sino un gran poeta.

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Entonces, ¿qué es lo que nos presenta Eliot? En resumidas cuentas, aun con ese lenguaje vago y casi tocando lo abstracto, y a veces con ciertas sutilezas, o leído entre líneas.   Nos propone dos cosas distintas, pero que forman parte de un mismo proceso, y  que van desde la asimilación al despojamiento. Para el poeta que desde el presente ve el paisaje con la mirada puesta en el pasado, es una asimilación de la tradición. En palabras de Eliot:

«Los monumentos existentes conforman un orden ideal entre sí, que se modifica por la introducción de la nueva obra de arte (verdaderamente nueva) entre ellos. El orden existente está completo antes de la llegada de la obra nueva; para que el orden persista después de que la novedad sobreviene, el todo del orden existente debe alterarse, aunque sea levemente. De esta manera se van reajustando las relaciones, las proporciones, los valores de cada obra de arte respecto del todo: he aquí la conformidad entre lo viejo y lo nuevo.»

Esa sumatoria de lo viejo y lo nuevo a la luz del poeta que desde el presente va armando su visión llena de pasado y de futuro.. Por supuesto en una tradición  ligeramente  cambiante en relación a  la tradición original.  Misma que se ve modificada por cada nueva obra de arte que va apareciendo.

Pero simultáneamente, además de esa asimilación,  Eliot le exige al poeta despojarse de su personalidad. Este asimilarse y despojarse, simultaneo, es apropiarse de una conciencia histórica y deslindarse de lo reductos del yo. Noble y titánica empresa: lo que nos propone Eliot es una ascesis poética.  Y ahora solo falta, encontrarle cabida  a esa segunda parte del titulo del ensayo: el talento individual. ¿Qué es el talento individual para Eliot? Primero diremos que el talento no es sinónimo de genialidad, ni obedece a una casuística hereditaria o genética; y menos que sea el  resultado de la inspiración. El talento en Eliot es producto del oficio y de la madurez. Para Eliot el talento individual de un poeta, es aquel quien tiene la conciencia para someterse a esa ascesis poética. En palabras de Eliot:

«darse por entero.»

O como también dice:

«El progreso de un artista constituye un ininterrumpido sacrificio personal, una constante extinción de la personalidad.»

Tambien en alguna ocasión dijo:  

«Solamente los que arriesgan llegar demasiado lejos son los que descubren hasta dónde pueden llegar» (7)

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En una parte del ensayo, numeral II. Eliot arriesga algunos ejemplos para alumbra su tesis, cita  casi exclusivamente a Dante, y algunos pasajes de su Divina Comedia, como ejemplos de poesía, en que la emoción y el sentimiento se alternan para producir una poesía de calidad. No obstante, también señala, que a veces ni siquiera es necesario recurrir a las emociones. Cita el canto XV del infierno, el pasaje de Paolo y Francesca (canto V del infierno), y el pasaje de XXVI de Ulises, que no depende de ninguna emoción.

Decía Eliot, con las riendas cortas: « O podrá confeccionarse una poesía de alto vuelo, sin el empleo directo de emoción alguna: compuesta solamente a base de sentimientos. El Canto XV del Inferno (Brunetto Latini) es la obra de la emoción que en la situación se evidencia; pero el efecto, aunque único, como en cualquiera obra de arte, se obtiene por una considerable complejidad de detalles. El último cuarteto presenta una imagen, un sentimiento unido a una imagen, que «llegó», y no fue un simple resultado de lo anterior, sino que permaneció quizá suspenso en la mente del poeta, hasta que surgió la combinación oportuna y propicia a su incorporación

Eliot comenta que ese pasaje es un trozo poético sin el auxilio de ninguna emoción, pero si elaborado a partir de sentimientos. E invoca el sentido de lo oportuno en el acto de poetizar, porque siempre aparece un momento preciso. Eliot no creía en el azar como los surrealistas.  En esa mente todo tiene un momento de llegada y de culminación, el tiempo también actúa en el ordenamiento mental del poeta. Y esto sucede no por inspiración, sino que es e fruto del trabajo artesanal del poema y de la intensidad, que para Eliot no es la intensidad de lo que el poema expresa, sino la intensidad del proceso creativo que actúa en la mente del poeta. Poe eso afirma: «los componentes no son la «grandeza», la intensidad de las emociones, sino la intensidad del proceso artístico, la urgencia, por decirlo así, bajo la cual se realiza la fusión y cuenta efectivamente en el resultado.»

Continuando con los ejemplos de poéticos de Eliot, en tanto sentimiento y emoción, señala de nuevo a Dante, el pasaje  de Paolo y FrancescaPero también agrega, dos nuevos autores: El Agamenón de Esquilo y el Otelo de Shakespeare.  Según Eliot, en este pasaje de Paolo y Francesca: «emplea una emoción definida, pero la intensidad de la poesía es algo enteramente distinto de cualquiera impresión de intensidad que se produzca dentro de la supuesta experiencia. Además, no es más intenso que el Canto XXVI, el viaje de Ulises, el cual no depende directamente de ninguna emoción. En el Agamenón, la emoción artística se aproxima a la emoción de un espectador real; en Otelo se aproxima a la emoción del mismo protagonista.»

Eliot comenta más adelante:

 «La mente del poeta es, en el hecho, un receptáculo para reunir y acopiar innumerables sentimientos, frases, imágenes que permanecen allí, hasta que logran combinarse todas las partículas indispensables para constituir una nueva aleación.»

Aquí Eliot nos habla de la mente del poeta, convertida en un laboratorio, en que se produce  un flujo de imágenes, frases, sentimientos;  ese flujo que pasa por la mente del poeta es lo que Eliot llamo correlación objetiva, (8) (termino que no menciona en el ensayo), pero que tiene una doble vertiente, tanto para el poeta como para el lector. El poeta va armando  una combinación de esas impresiones para presentar su visión final en la poesía elaborada.  Pero también representan una tarea para el lector, quien debe interpretar ese flujo y cotejarlo con su experiencia de tal modo que el lector hace de ese flujo también algo que es parte de su propia experiencia. Sin duda, a veces es fácil perderse en ese corriente de conceptos e ideas  del entramado poético y crítico de Eliot. De ahí que se le considere un poeta y un crítico difícil de leer.  

Bajo esa tónica surge en Eliot una concepción en que el poeta actúa como medio, un mediun entre la materia poética que yace desordenada en su mente y la poesía finalmente elaborada. La cual expresa sin la necesidad de la personalidad, acopiando materia que aparentemente no tiene nada que ver con la poesía, ese filtro  actúa sobre la materia prima que yace en la mente del poeta, en el estado puro del alma y no de la personalidad.  Porque para Eliot : el poeta tiene no una «personalidad» que expresar, sino un medio particular, que es sólo medio y no personalidad, en el cual las impresiones y las experiencias que pueden ser importantes para el hombre, pueden no tener injerencia alguna con la poesía, y lo que llega a tener importancia dentro de la poesía, puede pasar inadvertido en el hombre, en la personalidad». En la culminación de esa secuencia o correlación de ideas,  Eliot adversa la tesis de «emoción recolectada en tranquilidad» del poeta romántico Wordsworth.

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Finalmente, aunque el ensayo es muy formativo y su entramado muy enriquecedor, también es susceptible de polémica. Para un joven poeta podría resultar fastidioso; y quizá muy intelectualizado y abstracto. En definitiva un texto de teoría literaria, en que Eliot no se detiene a dar explicaciones, sino que da por supuesto que el lector las entiende. (En eso se parece a Barthes: nada de explicaciones, nada de disculpas.) Un ensayo más para críticos que para jóvenes poetas en formación. Sin embargo el ensayo tiene un cuerpo doctrinal útil y valioso, tanto  para el poeta, como para el crítico.  Como el reverso de la moneda, Las Cartas a un joven poeta de Rilke, pueden ser un texto mas amable y didáctico para jóvenes poetas.  No obstante, sin Eliot y sin Rilke, todo queda en manos del poeta. No serán los críticos quienes le enseñaran a un poeta que camino tomar. Es el propio poeta quien debe tomar el camino, y esto lleva implícito un momento y un preguntarse ¿qué clase de poeta quiere ser? Porque hay poetas de diversa índole y color y tamaño. Esto es, para poner un ejemplo proveniente de otra esquina del cuadrilátero. Como correr, algo que casi todo el mundo puede hacer, y ciertos corredores lo hacen por disfrute, o por llevar una vida sana. Otros se atrevan a lanzarse al ruedo de las competencias, pero aun en ese mundo de competencia,  hay de nivel a nivel.  En las carreras de velocidad o resistencia el máximo nivel es competir por una medalla olímpica o por una marca mundial. A ese nivel estamos  pensando en  verdaderos poseídos del thauma poético o profesionales del oficio poético. Y por  supuesto que su  camino, en todo momento y circunstancia, siempre  será más arduo y exigente. Para esa clase de deportistas poéticos,  nada puede ser  dejado al descuido o al azar. Y todo debe ser planeado con esmero y meticuloso orden. Desde la dieta hasta el entrenamiento, desde la actitud hasta el sueño. Conocer a sus competidores, estudiar las técnicas de su especialidad. Saber de la tradición en esa disciplina deportiva. El poeta que esta ante ese horizonte, puede tomar cualquier camino, pero si va a competir por una medalla olímpica, ( y no justificamos, y menos creemos que en realidad el poeta busque competir con nadie,  pero si transita un proceso exigente en su formación).No obstante si,  sus metas y vocación son altos, pensemos en la malla alta que imagino Eliot. Entonces, si,   para el joven poeta seria bastante saludable que considerara la ascesis poética que propone Eliot.  

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Es un ensayo de 3255 palabras en su versión en ingles, (9) y 3384 en su versión en español. Su lectura puede ser de entre  15 a 30  minutos. Ya sea que se lea rápido o con pausas. (Pero que por supuesto, debe leerse  un par de veces más, para asimilar sus ideas más visibles y notables). El ensayo fue escrito en 1920, y publicado en dos entregas septiembre y diciembre de 1919, en la revista  The Egoist. Y luego formo parte de su libro de ensayos  The Sacred Wood (1920, Methuen).    El ensayo es considerado una de las piezas claves del aparato crítico de Eliot. Y aunque es un ensayo   relativamente breve,  asoman en él: filamentos plateados (para poner un par de palabras que Eliot usa en este ensayo),  y, además,  abunda la materia prima para reflexionar toda una vida.



NOTAS BIBLIOGRAFICAS

* Todos los extractos citados corresponden al texto traducido de la versión en español La tradición y el talento individual, que acompaña este post, y cuando la cita es de otro de sus ensayos, se indica la fuente.

1. Página Diez. 24 Comentarios a Una lectura bien hecha de Georges Steiner. Segunda parte. Post Plaza de las palabras. (Ensayo publicado en este blog).
2. TRADICIÓN Y MODERNIDAD EN THOMAS STEARNS ELIOT. TESIS DOCTORAL DOCTORANDA: CARMEN ROMERO SÁNCHEZ – PALENCIA, citado en pagina 201, nota 404.
3. Resulta ambiguo detectar en ese curso de acción, si la tradición genera el clásico, o si han sido los clásicos  los que han generado  la tradición. En realidad entre ambas ideas se dan la mano  puntos comunes, y hasta se podrían usar como sinónimos. Por ejemplo en la traducción al español de The tradition and  individual talent, hemos encontrado traducciones que lo  titulan como Los clásicos y el talento individual. En ese sentido una palabra como tradición, remite a palabras que se han usado como parte de la tradición: legado, herencia,  influencia. Pero existen dos elementos más que rondan esta tradición, el del tejido social de la cultura. Literariamente es la constante producción de nuevas obras añadidas al canon.  Tradition viene de la palabra Traditio, traditionis, derivado de tredere, que se podría traducir por trasmitir, entregar lo que se da a una de una generación a otra.  No obstante en cuanto a los clásicos destaca a especialmente a la cultura  grecolatina. Eliot sella y une ambos conceptos con una palabra que las define a ambas: madurez. En la tradición es la madurez del poeta. En los clásicos, esta condicionado por la madurez de la civilización y lengua en que se origina ese clásico. (Véase la siguiente nota)
4. Entre el hombre que sufre y la mente que crea, Eliot hace referencia a dos posiciones ontológicas, el hombre que sufre es terrenal, la mente que crea se acerca a lo universal del ser.  Y a dos cursos de acción. El primer curso de acción es  borrar ese hombre que sufre, producto del romanticismo. Y el segundo curso de acción es vigorizar un estado mental sin la presencia molesta de la personalidad. Solo así estará libre y listo para producir poesía.
5.  Pero Eliot sale al paso, en ambos ensayos, y los corona con un requisito más: la madurez. Para Eliot el  poeta solo alcanza su plenitud en la madurez. A su vez cuando habla de clásicos, los remite a una cultura y a un lenguaje maduro.  Eliot no hace referencia en el ensayo a la madurez cronológica, sino a un estado mental. Y vincula la madurez al proceso creativo del poeta.  Es frecuente escuchar la genialidad precoz de un poeta o escritor, pensemos en un ejemplo clásico: Rimbaud. Mas extraño resulta escuchar la madurez precoz de une escritor. La noción  general y aceptada de madurez remite a la edad. Así lo entiende Eliot y no hace ningún cambio de matiz. No obstante, la madurez  tampoco reside en una edad señalada o dorada, un poeta puede hallar su madurez a los 50 años o a los 70 años.  Detrás de la madurez yace  escondido un sentido de inteligencia, o para estar mas a tono con la madurez: de dominio propio y   dominio poético, de sabiduria. Pero aun en esa madurez, que no necesariamente es cronológica, Eliot le pone filtros: «Y yo insinué, por un una analogía, que la mente del poeta maduro difiere de la del inmaduro, no precisamente en cualquier valoración de su «personalidad», no siendo necesario que sea más interesante, o que tenga «más que decir», sino más bien que sea un instrumento más finamente acabado, en el cual sentimientos especiales o muy variados, tengan libertad para entrar en nuevas combinaciones.»Y es que la visión poética de Eliot podría parecer además de clásica, elitista. Idea que también remite a la antigüedad clásica del pensamiento griego, la ciudad estado solo debería ser gobernada por el filósofo rey. El poeta al que aspira Eliot seria el poeta supremo de esa ciudad estado, seria una Sabio Rey.   
6. Traducción de E.Caracciolo Trejo.
7.Frase de T.S Eliot tomada de Aki frases, sin indicar en cual de sus obras.
8. Correlación objetiva. Termino que Eliot no menciona por su nombre, pero si lanza una muy parecida descripción del proceso: «La mente del poeta es, en el hecho, un receptáculo para reunir y acopiar innumerables sentimientos, frases, imágenes que permanecen allí, hasta que logran combinarse todas las partículas indispensables para constituir una nueva aleación.»  
9. El número de palabras entre la versión en ingles (3255) y español (3392), no coincide por las libertades y giros del traductor, pero además porque la versión en español incluye el poema que pone como ejemplo, un fragmento de la obra The Revenger's Tragedy,  tanto en ingles como en su traducción. En el ensayo original solo es en ingles. Por lo que la versión en español, resulta  ligeramente más extensa.



LA TRADICIÓN Y EL TALENTO INDIVIDUAL
T.S.Eliot
3392 palabras

I
En el ámbito de las letras inglesas rara vez hablamos de tradición, aunque ocasionalmente aplicamos el término al deplorar su ausencia. No podemos referirnos a la “tradición” o a “una tradición”;  a lo sumo, empleamos el adjetivo al decir que la poesía de fulano es “tradicional” o incluso “demasiado tradicional”. Rara vez, pues, aparece la palabra, salvo en una frase de censura. De otro modo, es vagamente aprobatoria, con la implicación, en cuanto a la obra aprobada, de cierta placentera reconstrucción arqueológica. Apenas se puede hacer de la palabra algo grato a los oídos ingleses sin esta cómoda referencia a la apaciguante ciencia de la arqueología.
Ciertamente, es poco probable que la palabra aparezca en relación a nuestras apreciaciones de escritores vivos o muertos. Toda nación, toda raza, no sólo cuenta con sus propios giros mentales creativos, sino con sus giros críticos; y es incluso más olvidadiza de las deficiencias y limitaciones de sus hábitos críticos, que de los de su genio creativo. Conocemos o creemos conocer el método o hábito crítico de los franceses, a partir de la enorme cantidad de escritos críticos publicada en francés; y concluimos (somos gente tan inconsciente) que los franceses son “más críticos” que nosotros, y a veces como que nos adornamos con esa aseveración, dando a entender con ello que los franceses son menos espontáneos. Acaso lo sean; pero deberíamos recordar que la crítica es tan inevitable como la respiración, y que no redundaría en nuestro desdoro articular lo que nos pasa por la cabeza cuando leemos un libro o sentimos una emoción al respecto, o criticar nuestro propio modo de pensar en sus procedimientos críticos. Uno de los hechos que podría arrojar luz sobre este proceso radica en nuestra tendencia a insistir, al alabar a un poeta, en aquellos aspectos de su obra en que menos se asemeja a los demás. En estos aspectos o partes de su obra pretendemos hallar lo individual, lo que constituye la esencia propia del hombre. Habitamos, satisfechos, en las diferencias entre este poeta y sus predecesores, en especial sus predecesores inmediatos; nos empeñamos en encontrar algo que pueda aislarse para poder disfrutarse. Mientras que, si nos aproximamos a un poeta sin este prejuicio, con frecuencia encontraremos que no sólo las mejores partes de su obra, sino las más individuales, acaso resulten aquellas en las cuales los poetas muertos, sus ancestros, confirman su inmortalidad más vigorosamente. Y no me refiero al periodo impresionable de la adolescencia, sino al de la plena madurez.
Y aun si la única forma de tradición, de transmisión, consistiera en seguir los caminos de la generación inmediata anterior a la nuestra con una ciega o tímida adhesión a sus logros, la “tradición” debería sin duda desalentarse. Hemos constatado cómo las corrientes simplistas se han perdido entre las arenas; y cómo la novedad supera a la repetición. La tradición encarna una cuestión de significado mucho más amplio. No puede heredarse, y quien la quiera, habrá de obtenerla con un gran esfuerzo. Implica, en primer lugar, un sentido histórico que se puede considerar casi indispensable para cualquiera que siga siendo poeta después de los veinticinco años. Dicho sentido histórico conlleva una percepción no sólo de lo pasado del pasado, sino de su presencia; asimismo, empuja a un hombre a escribir no meramente con su propia generación en la médula de los huesos, sino con el sentimiento de que toda la literatura europea desde Homero, y dentro de ella el total de la literatura de su propio país, tiene una existencia simultánea y compone un orden simultáneo. Este sentido histórico, sentido de lo atemporal y de lo temporal, así como de lo atemporal y lo temporal reunidos, es lo que hace tradicional a un escritor. Y es, también, lo que hace a un escritor más agudamente consciente de su lugar en el tiempo, de su propia contemporaneidad.
Ningún poeta, ningún artista, posee la totalidad de su propio significado. Su significado, su apreciación, es la apreciación de su relación con los poetas y artistas muertos. No se le puede valorar por sí solo; se le debe ubicar, con fines de contraste y comparación, entre los muertos. Es decir, es éste un principio de crítica no meramente histórico, sino estético. La necesidad de conformarse, de hacerse coherente, no es unilateral; lo que ocurre cuando se crea una nueva obra de arte, le ocurre simultáneamente a todas las obras de arte que la precedieron. Los monumentos existentes conforman un orden ideal entre sí, que se modifica por la introducción de la nueva obra de arte (verdaderamente nueva) entre ellos. El orden existente está completo antes de la llegada de la obra nueva; para que el orden persista después de que la novedad sobreviene, el todo del orden existente debe alterarse, aunque sea levemente. De esta manera se van reajustando las relaciones, las proporciones, los valores de cada obra de arte respecto del todo: he aquí la conformidad entre lo viejo y lo nuevo. Quienquiera que haya aprobado esta idea de orden, de la forma de la literatura europea o inglesa, no encontrará descabellado que el pasado deba verse alterado por el presente, tanto como el presente deba dejarse guiar por el pasado. Y el poeta consciente de esto, estará también consciente de las grandes dificultades y responsabilidades inherentes al caso. 
Desde un cierto ángulo, también estará consciente de que inevitablemente se le deberá juzgar de acuerdo con los estándares del pasado. Digo que según éstos se le juzgará, no se le mutilará; no se le juzgará tan bueno como los muertos, o mejor o peor que ellos; y desde luego, no se le juzgará de acuerdo con cánones de crítica en desuso. Se emitirá un juicio, una comparación, en los cuales dos cosas se midan una a la otra. Adecuarse solamente sería para la nueva obra no adecuarse del todo; al no ser nueva, una obra de arte no sería tal. Y nótese que no consideramos que lo nuevo sea más valioso porque logre adecuarse; pero su adecuación es una prueba de su valor, una prueba, claro está, que sólo se puede aplicar lenta y cautelosamente, pues ninguno de nosotros es juez infalible de la conformidad. Decimos: parece adecuarse, y es quizá individual, o parece individual, y acaso se adecue; pero difícilmente hallaremos que es una y no la otra.
Procedamos a una exposición más inteligible de la relación entre el pasado y el poeta: éste no puede tomar el pasado como un bulto, una masa indiscriminada; tampoco puede formarse totalmente basándose en uno o dos seres que personalmente admira, o en un periodo concreto de su preferencia. Lo primero resulta inadmisible; lo segundo es una experiencia importante de la juventud, y lo tercero es una compensación placentera y bastante deseable. El poeta debe estar muy consciente de la corriente principal, que no fluye, única e invariablemente, a través de las más distinguidas reputaciones. Debe tener plena conciencia del hecho obvio de que el arte nunca mejora, pero que la materia del arte no es exactamente la misma en todos los casos. Debe darse cuenta de que la mente de Europa —la mente de su propio país—, una mente que con el tiempo él aprenderá a valorar como algo mucho más importante que la suya propia, es una mente cambiante, y que, este cambio es un desarrollo que no abandona nada en route, que no considera anticuados a Shakespeare, a Homero, o al dibujo sobre piedra de los peones de Magdalen. Que este desarrollo, acaso este refinamiento —ciertamente, esta complicación—, no significa, desde el punto de vista del artista, ningún mejoramiento. Quizá ni siquiera un mejoramiento desde el punto de vista del psicólogo, o al menos no al grado que lo imaginamos; tal vez, a fin de cuentas, sólo se base en una complicación en cuanto a economía y maquinaria. Pero la diferencia entre el presente y el pasado es que el presente consciente es la conciencia del pasado de una manera y a un grado tal en que la conciencia personal del pasado no puede mostrarse.
Alguien ha dicho: “Los escritores muertos nos parecen remotos porque nuestro conocimiento es mucho mayor que el suyo”. Precisamente. Y son ellos lo que conocemos.
Me llama la atención una objeción muy común a aquello que claramente constituye una parte de mi programa para el métier de la poesía. La objeción consiste en que la doctrina requiere de una ridícula cantidad de erudición (pedantería), exigencia que puede rechazarse por apelación a las vidas de los poetas en cualquier pantheon. Incluso se afirmará que demasiado aprendizaje mata o pervierte la sensibilidad poética. Si bien seguimos creyendo que un poeta debe saber lo suficiente, siempre y cuando no afecte su necesaria receptividad y su necesaria pereza, no resulta deseable confinar al conocimiento a todo aquello que pueda caber en una fórmula útil para los exámenes, los salones, o incluso, para los pretenciosos alcances de la publicidad. Habrá quien pueda absorber el conocimiento, y habrá lentos que deban adquirirlo con el sudor de su frente. Shakespeare extrajo más historia esencial de Plutarco, que la mayoría de los hombres podría absorber de la totalidad del Museo Británico. Hay que insistir, por tanto, en que el poeta desarrolle o procure la conciencia del pasado, y luego continúe desarrollándola a lo largo de su carrera.
Su vida será un continuo renunciar a lo que él es en el momento, en pro de algo mucho más valioso. El progreso de un artista constituye un ininterrumpido sacrificio personal, una constante extinción de la personalidad.
Queda por definir este proceso de despersonalización y su relación con el sentido de la tradición. En esta despersonalización puede decirse que el arte alcanza la condición de ciencia. Así pues, los invito a considerar, como una analogía sugerente, la acción que tiene lugar cuando un finísimo fragmento de platino se introduce en una cámara que contiene oxígeno y sulfuro bióxido.
II
La crítica honrada y la apreciación sensible, se dirigen siempre a la producción poética, no al poeta. Si escuchamos el confuso vocerío de los críticos de periódicos y los susurros de las repeticiones populares consiguientes, oiremos mencionar los nombres de los poetas en gran número; si buscamos no un mero conocimiento libresco, sino el goce de la poesía, y pedimos un poema rara vez lo encontraremos. He tratado de destacar la importancia de la relación entre un poema y los demás a través de otros autores, y he sugerido la concepción de que la poesía sea un todo vivo, que incluya la poética que ha sido escrita en todos los tiempos. El otro aspecto de esta teoría impersonal de la poesía es la relación del poema con su autor.
Y yo insinué, por un una analogía, que la mente del poeta maduro difiere de la del inmaduro, no precisamente en cualquier valoración de su «personalidad», no siendo necesario que sea más interesante, o que tenga «más que decir», sino más bien que sea un instrumento más finamente acabado, en el cual sentimientos especiales o muy variados, tengan libertad para entrar en nuevas combinaciones.
La analogía era de tipo catalítico. Cuando los dos gases previamente mencionados, se mezclan en presencia de un filamento de platino, forman sulfuro ácido. Esta combinación sólo puede realizarse si el platino está presente; sin embargo, el nuevo ácido formado no contiene absolutamente nada de platino, y el platino no ha sido, en apariencia, afectado; ha quedado inerte, neutral, invariable. La mente del poeta es la hebra del platino. Puede operar parcial o exclusivamente sobre la experiencia del hombre mismo; pero, mientras más perfecto sea el artista, tanto más completamente separados en él, estarán, el hombre que sufre y la mente que crea; y con más perfección digerirá la mente y transformará las pasiones, que son sus materiales.
En la experiencia, percibiremos que los elementos que entran a la presencia de los catalizadores que efectuarán la transformación, son de dos clases: emociones y sentimientos. El efecto de la obra de arte sobre la persona que la goza es una experiencia diferente en su cualidad de cualquiera otra experiencia no artística. Podrá estar formada por una emoción o podrá ser una combinación de varias; y distintos sentimientos, inseparables para el escritor en palabras, frases o imágenes determinadas, pueden agregarse para obtener el resultado final. O podrá confeccionarse una poesía de alto vuelo, sin el empleo directo de emoción alguna: compuesta solamente a base de sentimientos. El Canto XV del Inferno (Brunetto Latini) es la obra de la emoción que en la situación se evidencia; pero el efecto, aunque único, como en cualquiera obra de arte, se obtiene por una considerable complejidad de detalles. El último cuarteto presenta una imagen, un sentimiento unido a una imagen, que «llegó», y no fue un simple resultado de lo anterior, sino que permaneció quizá suspenso en la mente del poeta, hasta que surgió la combinación oportuna y propicia a su incorporación. La mente del poeta es, en el hecho, un receptáculo para reunir y acopiar innumerables sentimientos, frases, imágenes que permanecen allí, hasta que logran combinarse todas las partículas indispensables para constituir una nueva aleación.
Si se comparan varios de los mejores pasajes de la poesía, se verá cuán grande es la variedad de tipos de combinaciones, y también cómo cualquier criterio semi-ético de «sublimidad» yerra completamente la nota. Porque los componentes no son la «grandeza», la intensidad de las emociones, sino la intensidad del proceso artístico, la urgencia, por decirlo así, bajo la cual se realiza la fusión y cuenta efectivamente en el resultado. El episodio de Paolo y Francesca emplea una emoción definida, pero la intensidad de la poesía es algo enteramente distinto de cualquiera impresión de intensidad que se produzca dentro de la supuesta experiencia. Además, no es más intenso que el Canto XXVI, el viaje de Ulises, el cual no depende directamente de ninguna emoción. Es posible obtener una gran variedad en el proceso de la transmutación de emociones: el asesinato de Agamenón o la agonía de Otelo, produce un efecto artístico aparentemente más aproximado a un posible original que las escenas del Dante. En el Agamenón, la emoción artística se aproxima a la emoción de un espectador real; en Otelo se aproxima a la emoción del mismo protagonista. Pero la diferencia entre arte y el acontecimiento es siempre absoluta: la combinación que hay en el asesinato de Agamenón es probablemente tan compleja como la del viaje de Ulises. En ambos casos ha existido una fusión de elementos. La oda de Keats contiene una cantidad de sentimientos que nada tienen en especial que hacer con el ruiseñor, pero que el ruiseñor, en parte quizá por su nombre atrayente y en parte por su reputación, obliga a asociar.
El punto de vista que estoy procurando atacar está quizá relacionado con la teoría metafísica de la unidad substancial del alma; pues mi concepción es que el poeta tiene no una «personalidad» que expresar, sino un medio particular, que es sólo medio y no personalidad, en el cual las impresiones y las experiencias que pueden ser importantes para el hombre, pueden no tener injerencia alguna con la poesía, y lo que llega a tener importancia dentro de la poesía, puede pasar inadvertido en el hombre, en la personalidad.
Citaré un pasaje que es lo suficientemente desconocido, como para ser considerado con atención fresca a la luz —u obscuridad— de estas observaciones:
And now methinks I could e’en chide myself
For doating on her beauty, though her death
Shall be revenged after no common action.
Does the silkworm expend her yellow labours
For thee? For thee does she undo herself?
Are lordships sold to maintain ladyships
For the poor benefit of a bewildering minute?
Why does yon fellow falsify highways,
And put his life between the judge’s lips,
To refine such a thing—keeps horse and men
To beat their valours for her?… (1)

[Y ahora pienso que hasta podría reprenderme
Por perder el juicio a causa de su hermosura, aunque su muerte
Será vengada tras acciones no comunes.
¿Acaso teje el gusano su amarilla seda
Para ti? ¿Acaso se despoja de lo suyo para ti?
¿Por ventura véndense los señoríos en obsequio de las damas
Por el mísero beneficio de un minuto aturdidor?
¿Por qué adultera aquel sujeto los caminos,
y arriesga su vida a los labios del magistrado,
Para llenar su objeto en mejor forma-mantiene caballo y hombres
para quebrantar el valor de ellos en su honor?]
En este pasaje (como es evidente si se toma en su contexto) hay una combinación de emociones positivas y negativas: una intensa y fuerte atracción hacia la belleza y una idénticamente intensa fascinación por la fealdad, que es contrastada con la primera y la destruye. Este balance de emociones en contraste, yace en la dramática situación a la cual este pasaje es pertinente, pero esa situación sola es inadecuada a ella. Esta es, por decirlo así, la emoción estructurada proporcionada por el drama. Pero el efecto total, el tono dominante, se debe al hecho de que una cantidad de sentimientos flotantes, teniendo una afinidad de ningún modo superficialmente evidente, se han combinado con ella para darnos una nueva emoción artística.
No son sus emociones personales, las emociones provocadas por incidentes particulares de su vida, lo que hace en modo alguno que el poeta sea interesante o notable. Sus emociones particulares pueden ser simples, crudas o desabridas.
La emoción de su poesía será algo muy complejo, pero no con la complejidad de emociones propias de la gente que experimente emociones muy complejas o inusitadas de la vida. Un error, en verdad, un error de excentricidad en poesía consiste en buscar nuevas emociones humanas que expresar; y en esta búsqueda de innovaciones en lugares inadecuados, lo que hace es descubrir lo contrario.
La misión del poeta no es descubrir nuevas emociones, sino usar las emociones ordinarias y elaborarlas poéticamente de manera que expresen sentimientos que no están en ninguna de las emociones reales. Y las emociones que él jamás ha experimentado, le servirán a su turno tan bien como las que le son familiares.
Por consiguiente, tenemos que admitir que la «emoción recolectada en tranquilidad» es una fórmula inexacta. Pues no es emoción ni recolección ni, sin torcer el sentido, tranquilidad. Es una concentración, algo nuevo que resulta de la acumulación de una gran cantidad de experiencias, las que para una persona práctica y activa, no parecerían en modo alguno experiencias, es una concentración que no se realiza conscientemente o como producto de una deliberación. Estas experiencias no son «recolectadas», y se unen finalmente en una atmósfera que es «tranquila» sólo en cuanto es una atención pasiva del acontecimiento. Por supuesto que la historia no termina aquí. Hay una gran proporción, en la elaboración de la poesía, que debe ser consciente y deliberada. En suma, el mal poeta es generalmente inconsciente allí donde debe ser consciente, y consciente donde debiera ser inconsciente. Ambos errores lo llevan a hacerse «personal». La poesía no consiste en dar rienda suelta a las emociones; no es la expresión de la personalidad sino una liberación de la personalidad. Pero, por cierto, sólo aquellos que tienen personalidad y emociones, saben lo que significa querer liberarse de estas cosas.
III

ὁ δὲ νοῦς ἴσως θειότερόν τι καὶ ἀπαθές ἐστιν  (2)
Este ensayo se propone detenerse en las fronteras de la metafísica o del misticismo y limitarse a extraer conclusiones tan prácticas que puedan ser aplicadas por las personas responsables e interesadas en la poética. Trasladar el interés desde el poeta a la producción poética, es un objeto muy laudable: pues nos llevaría a una estimativa más justa de la verdadera poesía, de la buena y de la mala. Hay muchas gentes que aprecian la expresión sincera de la emoción en vano, y hay u grupo más pequeño de personas en condición de apreciar la excelencia técnica. Pero muy pocos saben cuando hay una expresión de emoción significativa, una emoción que deriva su vida del poema y no de la historia del poeta. La emoción del arte es impersonal. Y el poeta no puede alcanzar esta impersonalidad, sin darse por entero a la tarea que realiza. Y difícilmente sabrá él lo que debe hacerse, a menos que viva en lo que no sea un mero presente, sin el momento actual del pasado, salvo que tome conciencia, no de lo que está muerto, sino de lo que ya tiene vida.


Nota bibliográfica

1. Extracto de la obra dramática The Revenger's Tragedy que fue publicada sin el nombre del autor en el titulo de la obra. Y que generalmente  fue aceptada como una obra de  Cyril Tourneur. No   obstante, la mayoría de los académicos modernos se la atribuyen ahora a Thomas Middleton. El texto corresponde al parlamento de VINDICI, Acto 3, Escena 5: En Una casa  El parlamento completo de Vindici, es VINDICI The very same; And now methinks I [could] e'en chide myself For doting on her beauty, tho' her death Shall be reveng'd after no common action. Does the silkworm expend her yellow labours For thee? For thee does she undo herself? Are lordships sold to maintain ladyships For the poor benefit of a bewitching minute? Why does yon fellow falsify highways And put his life between the judge's lips To refine such a thing, keeps horse and men To beat their valours for her? Surely we're all mad people, and they Whom we think are, are not; we mistake those: 'Tis we are mad in sense, they but in clothes. La Fuente es Wiki Source,en su  versión en ingles. (Nota de Plaza de las palabras).

2. El ensayo original no trae la traducción de está frase en griego. Hemos tomado la traducción de la frase de Aristóteles, del griego al  ingles.  «De anima,408b29: “The mind is at once something more divine and impasible.”» British Literature (II). Blake to Present Day, Edited by Hazelton Spencer and others,  Boston, 1952, p. 931.La traducción del ingles al español, podría leerse así: «la mente, simultáneamente, es algo más divino e impasible...». Probablemente con esta frase de Aristóteles, Eliot recoge una inquietud que esta plasmada en su ensayo. Y lleva la mente del poeta al pináculo de su ascesis poética, al compararla con una mente divina e impasible. Lo de impasible, es que no puede sentir dolor o incapaz de sufrir. O poner a un lado lo negativo o ese dolor, que trastoca la pureza del acto poético.  En todo caso este acto de purificación de las pasiones o sentimientos lleva al poeta o espectador de la obra de arte a una catarsis. Y este acto embona con «el poeta que sufre y  la mente que  crea.»  Para Eliot la mente que crea debería gobernar la acción poética, y no el poeta que sufre. (Nota de Plaza de las palabras)    

TRADITION AND THE INDIVIDUAL TALENT
T.S.Eliot




3255 words
I
IN English writing we seldom speak of tradition, though we occasionally apply its name in deploring its absence. We cannot refer to “the tradition” or to “a tradition”; at most, we employ the adjective in saying that the poetry of So-and-so is “traditional” or even “too traditional.” Seldom, perhaps, does the word appear except in a phrase of censure. If otherwise, it is vaguely approbative, with the implication, as to the work approved, of some pleasing archæological reconstruction. You can hardly make the word agreeable to English ears without this comfortable reference to the reassuring science of archæology.
Certainly the word is not likely to appear in our appreciations of living or dead writers. Every nation, every race, has not only its own creative, but its own critical turn of mind; and is even more oblivious of the shortcomings and limitations of its critical habits than of those of its creative genius. We know, or think we know, from the enormous mass of critical writing that has appeared in the French language the critical method or habit of the French; we only conclude (we are such unconscious people) that the French are “more critical” than we, and sometimes even plume ourselves a little with the fact, as if the French were the less spontaneous. Perhaps they are; but we might remind ourselves that criticism is as inevitable as breathing, and that we should be none the worse for articulating what passes in our minds when we read a book and feel an emotion about it, for criticizing our own minds in their work of criticism. One of the facts that might come to light in this process is our tendency to insist, when we praise a poet, upon those aspects of his work in which he least resembles anyone else. In these aspects or parts of his work we pretend to find what is individual, what is the peculiar essence of the man. We dwell with satisfaction upon the poet’s difference from his predecessors, especially his immediate predecessors; we endeavour to find something that can be isolated in order to be enjoyed. Whereas if we approach a poet without this prejudice we shall often find that not only the best, but the most individual parts of his work may be those in which the dead poets, his ancestors, assert their immortality most vigorously. And I do not mean the impressionable period of adolescence, but the period of full maturity.
Yet if the only form of tradition, of handing down, consisted in following the ways of the immediate generation before us in a blind or timid adherence to its successes, “tradition” should positively be discouraged. We have seen many such simple currents soon lost in the sand; and novelty is better than repetition. Tradition is a matter of much wider significance. It cannot be inherited, and if you want it you must obtain it by great labour. It involves, in the first place, the historical sense, which we may call nearly indispensable to anyone who would continue to be a poet beyond his twenty-fifth year; and the historical sense involves a perception, not only of the pastness of the past, but of its presence; the historical sense compels a man to write not merely with his own generation in his bones, but with a feeling that the whole of the literature of Europe from Homer and within it the whole of the literature of his own country has a simultaneous existence and composes a simultaneous order. This historica   sense, which is a sense of the timeless as well as of the temporal and of the timeless and of the temporal together, is what makes a writer traditional. And it is at the same time what makes a writer most acutely conscious of his place in time, of his contemporaneity.
No poet, no artist of any art, has his complete meaning alone. His significance, his appreciation is the appreciation of his relation to the dead poets and artists. You cannot value him alone; you must set him, for contrast and comparison, among the dead. I mean this as a principle of æsthetic, not merely historical, criticism. The necessity that he shall conform, that he shall cohere, is not one-sided; what happens when a new work of art is created is something that happens simultaneously to all the works of art which preceded it. The existing monuments form an ideal order among themselves, which is modified by the introduction of the new (the really new) work of art among them. The existing order is complete before the new work arrives; for order to persist after the supervention of novelty, the whole existing order must be, if ever so slightly, altered; and so the relations, proportions, values of each work of art toward the whole are readjusted; and this is conformity between the old and the new. Whoever has approved this idea of order, of the form of European, of English literature, will not find it preposterous that the past should be altered by the present as much as the present is directed by the past. And the poet who is aware of this will be aware of great difficulties and responsibilities.
In a peculiar sense he will be aware also that he must inevitably be judged by the standards of the past. I say judged, not amputated, by them; not judged to be as good as, or worse or better than, the dead; and certainly not judged by the canons of dead critics. It is a judgment, a comparison, in which two things are measured by each other. To conform merely would be for the new work not really to conform at all; it would not be new, and would therefore not be a work of art. And we do not quite say that the new is more valuable because it fits in; but its fitting in is a test of its value—a test, it is true, which can only be slowly and cautiously applied, for we are none of us infallible judges of conformity. We say: it appears to conform, and is perhaps individual, or it appears individual, and may conform; but we are hardly likely to find that it is one and not the other.
To proceed to a more intelligible exposition of the relation of the poet to the past: he can neither take the past as a lump, an indiscriminate bolus, nor can he form himself wholly on one or two private admirations, nor can he form himself wholly upon one preferred period. The first course is inadmissible, the second is an important experience of youth, and the third is a pleasant and highly desirable supplement. The poet must be very conscious of the main current, which does not at all flow invariably through the most distinguished reputations. He must be quite aware of the obvious fact that art never improves, but that the material of art is never quite the same. He must be aware that the mind of Europe—the mind of his own country—a mind which he learns in time to be much more important than his own private mind—is a mind which changes, and that this change is a development which abandons nothing en route, which does not superannuate either Shakespeare, or Homer, or the rock drawing of the Magdalenian draughtsmen. That this development, refinement perhaps, complication certainly, is not, from the point of view of the artist, any improvement. Perhaps not even an improvement from the point of view of the psychologist or not to the extent which we imagine; perhaps only in the end based upon a complication in economics and machinery. But the difference between the present and the past is that the conscious present is an awareness of the past in a way and to an extent which the past’s awareness of itself cannot show.
Some one said: “The dead writers are remote from us because we know so much more than they did.” Precisely, and they are that which we know.
I am alive to a usual objection to what is clearly part of my programme for the métier of poetry. The objection is that the doctrine requires a ridiculous amount of erudition (pedantry), a claim which can be rejected by appeal to the lives of poets in any pantheon. It will even be affirmed that much learning deadens or perverts poetic sensibility. While, however, we persist in believing that a poet ought to know as much as will not encroach upon his necessary receptivity and necessary laziness, it is not desirable to confine knowledge to whatever can be put into a useful shape for examinations, drawing-rooms, or the still more pretentious modes of publicity. Some can absorb knowledge, the more tardy must sweat for it. Shakespeare acquired more essential history from Plutarch than most men could from the whole British Museum. What is to be insisted upon is that the poet must develop or procure the consciousness of the past and that he should continue to develop this consciousness throughout his career.
What happens is a continual surrender of himself as he is at the moment to something which is more valuable. The progress of an artist is a continual self-sacrifice, a continual extinction of personality.
There remains to define this process of depersonalization and its relation to the sense of tradition. It is in this depersonalization that art may be said to approach the condition of science. I shall, therefore, invite you to consider, as a suggestive analogy, the action which takes place when a bit of finely filiated platinum is introduced into a chamber containing oxygen and sulphur dioxide.
II
Honest criticism and sensitive appreciation is directed not upon the poet but upon the poetry. If we attend to the confused cries of the newspaper critics and the susurrus of popular repetition that follows, we shall hear the names of poets in great numbers; if we seek not Blue-book knowledge but the enjoyment of poetry, and ask for a poem, we shall seldom find it. In the last article I tried to point out the importance of the relation of the poem to other poems by other authors, and suggested the conception of poetry as a living whole of all the poetry that has ever been written. The other aspect of this Impersonal theory of poetry is the relation of the poem to its author. And I hinted, by an analogy, that the mind of the mature poet differs from that of the immature one not precisely in any valuation of “personality,” not being necessarily more interesting, or having “more to say,” but rather by being a more finely perfected medium in which special, or very varied, feelings are at liberty to enter into new combinations.
The analogy was that of the catalyst. When the two gases previously mentioned are mixed in the presence of a filament of platinum, they form sulphurous acid. This combination takes place only if the platinum is present; nevertheless the newly formed acid contains no trace of platinum, and the platinum itself is apparently unaffected; has remained inert, neutral, and unchanged. The mind of the poet is the shred of platinum. It may partly or exclusively operate upon the experience of the man himself; but, the more perfect the artist, the more completely separate in him will be the man who suffers and the mind which creates; the more perfectly will the mind digest and transmute the passions which are its material.
The experience, you will notice, the elements which enter the presence of the transforming catalyst, are of two kinds: emotions and feelings. The effect of a work of art upon the person who enjoys it is an experience different in kind from any experience not of art. It may be formed out of one emotion, or may be a combination of several; and various feelings, inhering for the writer in particular words or phrases or images, may be added to compose the final result. Or great poetry may be made without the direct use of any emotion whatever: composed out of feelings solely. Canto XV of the Inferno (Brunetto Latini) is a working up of the emotion evident in the situation; but the effect, though single as that of any work of art, is obtained by considerable complexity of detail. The last quatrain gives an image, a feeling attaching to an image, which “came,” which did not develop simply out of what precedes, but which was probably in suspension in the poet’s mind until the proper combination arrived for it to add itself to. The poet’s mind is in fact a receptacle for seizing and storing up numberless feelings, phrases, images, which remain there until all the particles which can unite to form a new compound are present together.
If you compare several representative passages of the greatest poetry you see how great is the variety of types of combination, and also how completely any semi-ethical criterion of “sublimity” misses the mark. For it is not the “greatness,” the intensity, of the emotions, the components, but the intensity of the artistic process, the pressure, so to speak, under which the fusion takes place, that counts. The episode of Paolo and Francesca employs a definite emotion, but the intensity of the poetry is something quite different from whatever intensity in the supposed experience it may give the impression of. It is no more intense, furthermore, than Canto XXVI, the voyage of Ulysses, which has not the direct dependence upon an emotion. Great variety is possible in the process of transmution of emotion: the murder of Agamemnon, or the agony of Othello, gives an artistic effect apparently closer to a possible original than the scenes from Dante. In the Agamemnon, the artistic emotion approximates to the emotion of an actual spectator; in Othello to the emotion of the protagonist himself. But the difference between art and the event is always absolute; the combination which is the murder of Agamemnon is probably as complex as that which is the voyage of Ulysses. In either case there has been a fusion of elements. The ode of Keats contains a number of feelings which have nothing particular to do with the nightingale, but which the nightingale, partly, perhaps, because of its attractive name, and partly because of its reputation, served to bring together.
The point of view which I am struggling to attack is perhaps related to the metaphysical theory of the substantial unity of the soul: for my meaning is, that the poet has, not a “personality” to express, but a particular medium, which is only a medium and not a personality, in which impressions and experiences combine in peculiar and unexpected ways. Impressions and experiences which are important for the man may take no place in the poetry, and those which become important in the poetry may play quite a negligible part in the man, the personality.
I will quote a passage which is unfamiliar enough to be regarded with fresh attention in the light—or darkness—of these observations:

And now methinks I could e’en chide myself
For doating on her beauty, though her death
Shall be revenged after no common action.
Does the silkworm expend her yellow labours
For thee? For thee does she undo herself?
Are lordships sold to maintain ladyships
For the poor benefit of a bewildering minute?
Why does yon fellow falsify highways,
And put his life between the judge’s lips,
To refine such a thing—keeps horse and men
To beat their valours for her?…

In this passage (as is evident if it is taken in its context) there is a combination of positive and negative emotions: an intensely strong attraction toward beauty and an equally intense fascination by the ugliness which is contrasted with it and which destroys it. This balance of contrasted emotion is in the dramatic situation to which the speech is pertinent, but that situation alone is inadequate to it. This is, so to speak, the structural emotion, provided by the drama. But the whole effect, the dominant tone, is due to the fact that a number of floating feelings, having an affinity to this emotion by no means superficially evident, have combined with it to give us a new art emotion.
It is not in his personal emotions, the emotions provoked by particular events in his life, that the poet is in any way remarkable or interesting. His particular emotions may be simple, or crude, or flat. The emotion in his poetry will be a very complex thing, but not with the complexity of the emotions of people who have very complex or unusual emotions in life. One error, in fact, of eccentricity in poetry is to seek for new human emotions to express; and in this search for novelty in the wrong place it discovers the perverse. The business of the poet is not to find new emotions, but to use the ordinary ones and, in working them up into poetry, to express feelings which are not in actual emotions at all. And emotions which he has never experienced will serve his turn as well as those familiar to him. Consequently, we must believe that “emotion recollected in tranquillity” is an inexact formula. For it is neither emotion, nor recollection, nor, without distortion of meaning, tranquillity. It is a concentration, and a new thing resulting from the concentration, of a very great number of experiences which to the practical and active person would not seem to be experiences at all; it is a concentration which does not happen consciously or of deliberation. These experiences are not “recollected,” and they finally unite in an atmosphere which is “tranquil” only in that it is a passive attending upon the event. Of course this is not quite the whole story. There is a great deal, in the writing of poetry, which must be conscious and deliberate. In fact, the bad poet is usually unconscious where he ought to be conscious, and conscious where he ought to be unconscious. Both errors tend to make him “personal.” Poetry is not a turning loose of emotion, but an escape from emotion; it is not the expression of personality, but an escape from personality. But, of course, only those who have personality and emotions know what it means to want to escape from these things.
III
This essay proposes to halt at the frontier of metaphysics or mysticism, and confine itself to such practical conclusions as can be applied by the responsible person interested in poetry. To divert interest from the poet to the poetry is a laudable aim: for it would conduce to a juster estimation of actual poetry, good and bad. There are many people who appreciate the expression of sincere emotion in verse, and there is a smaller number of people who can appreciate technical excellence. But very few know when there is expression of significant emotion, emotion which has its life in the poem and not in the history of the poet. The emotion of art is impersonal. And the poet cannot reach this impersonality without surrendering himself wholly to the work to be done. And he is not likely to know what is to be done unless he lives in what is not merely the present, but the present moment of the past, unless he is conscious, not of what is dead, but of what is already living.
Tradition and the individual talent (1920), by Thomas Stearns Eliot.




Créditos

Enlaces

La tradición y el talento individual, versión en ingles y traducción 

¿Que es un clásico?

Ilustraciones

Varias fuentes Google Imágenes 


Orbis & Urbis. Raíces históricas de nuestra crisis ecológica (Ensayo)* Lynn White Jr. **. Post Plaza de las palabras





Plaza de las palabras, en su sección Orbis & Urbis, dedica a temas que afectan el orbe y la ciudad. En que lo mismo caben temas ecológicos, espacio público, ciencias sociales, sicología, música, astronomía y tendencias que por su impacto casuístico o finalista  modelan la vida humana. En esta ocasión presenta el ensayo Raíces históricas de nuestra crisis ecológica, del académico  norteamericano, cristiano, defensor de los derechos de las mujeres, y ambientalista:   Lynn White quien fue historiador  y  especialista en la historia de la tecnología medieval;  y profesor de las universidades de Princeton, Stanford y UCLA. El autor ahonda desde una perspectiva histórica pero práctica, acerca del  modo cotidiano en que históricamente se pensó lo ecológico, y como esa actitud alimento la crisis ecológica de nuestra época. Para el ambientalismo norteamericano de mediados del siglo XX, había dos corrientes en pugna. Una  era la preservación de la naturaleza por respeto y amor a la naturaleza misma. Una tesis más naturalista e inherente al Ser.  La otra era la conservación, de carácter más utilitarista que añadió  el componente humano: proteger la naturaleza porque en la medida que se hace o deja de hacer beneficia o perjudica a la humanidad. El ensayo de Lynn White  fue fundamental y precursor en esa lucha y en sostener la visión de la preservación, y darle cabida a una nueva ética sustentable. Al final la tendencia conservacionista prevaleció. No obstante, en la actualidad ambas tesis siguen estando en pugna a nivel mundial;  aunque dados los dramáticos fenómenos climáticos actuales que cada vez tocan más a la puerta, la tesis de la conservación es cada vez más aceptada y real.  

Finalmente, un par de observaciones sobre la tesis de Lynn White.  La primera, resulta paradójico que Lynn White, quien era cristiano, apuntara en el centro de su tesis que esas raíces del malestar actual ambientalista, estuviese determinada por el cristianismo como modelo formativo del pensamiento. Y la segunda que instale a San Francisco de Asís como el revolucionario más notable del mundo occidental. Pero esto tiene explicación. Empecemos  por San Francisco, este santo varón, que denuncio la corrupción y opulencia de la iglesia de su tiempo. No obstante,  en lugar de salirse de ella como lo hizo Lutero, transforma desde su interior la visión cristiana. Es decir, denuncia y desmonta a la iglesia pero encuentra en el mismo cristianismo la forma correcta de obrar. Lynn White procede mentalmente del mismo modo, denuncia y desmonta la culpabilidad histórica del cristianismo, pero encuentra en su seno la solución: San Francisco de Asís. Trascribimos completo el ensayo con los respectivos recuadros (a) de la fuente original: Raíces históricas de nuestra crisis ecológica / EDICIÓN ESPECIAL ÉTICA AMBIENTAL. Revista Ambiente y Desarrollo 23 (1): 78 - 86, Santiago de Chile, 2007  



Raíces histórica de nuestra crisis ecológica
Lynn  White

Texto integro de la revista Ambiente y Desarrollo

R E S U M E N
El autor plantea que nuestros estilos de vida y modos de relación con la naturaleza dependen de aquello que pensamos y creemos colectivamente. Por lo tanto, para cambiar nuestras formas de relacionarnos con la naturaleza, debemos comenzar por cambiar aquello que pensamos y creemos acerca de ella. Para esto, deberíamos tratar de aclarar los supuestos que implican la tecnología y la ciencia moderna. Para confrontar la crisis  ambiental actual, White distingue entre causas inmediatas o próximas —sobrepoblación humana, contaminación y sobreexplotación de los recursos naturales— y causas últimas, las creencias que tenemos respecto a quiénes somos los seres humanos, cómo es la naturaleza y cuáles son los modos virtuosos de habitarla. De esta manera, White estimuló el desarrollo de estudios culturales, filosóficos y teológicos que contribuyeron a la  constitución de la ética ambiental como una nueva subdisciplina de la filosofía a partir de la década de 1970.
Palabras clave: Lynn White Jr. – ética ambiental – crisis
ecológica – crisis ambiental – naturaleza – antropocentrismo
– teología natural – relación hombre naturaleza – San
Francisco de Asís.

A B S T R A C T
The author argues that our life styles and modes of relation with nature depend on those that think and believe collectively. Therefore, in order to change our ways of interacting with nature, we should begin to change the way we think and believe about it. We should therefore try to clarify the suppositions that are implied by technology and modern science. To confront the current environmental crisis, White distinguished between immediate or
near term issues such as human overpopulation, pollution, and over exploitation of natural resources—and ultimate causes, the beliefs that we have with respect to those that are human beings, the nature of the environment, and virtuous forms of inhabiting the environment. In this manner, starting in the 1970s, White has stimulated the development of cultural studies, philosophy and theology that contributed to the constitution of environmental ethics as a subdiscipline of philosophy.

Key words: Lynn White Jr. – environmental ethics – ecological
crisis - environmental crisis - nature - anthropocentrism - natural
theology - man nature relationship - San Francisco from Assisi




Raíces histórica de nuestra crisis ecológica
Lynn  White

No era raro que una conversación con Aldous Huxley1 se transformara en un monólogo inolvidable. Casi un año antes de su lamentable fallecimiento, él se ocupaba de uno de sus temas favoritos: el trato poco natural del hombre hacia la naturaleza y de sus tristes resultados. Para ilustrar su punto de vista, Huxley nos contó cómo, durante el verano anterior, había vuelto al pequeño valle en Inglaterra donde viviera muchos meses felices en su infancia. Aquellas praderas deliciosas de su infancia se habían transformado hoy en terrenos cubiertos de arbustos porque los conejos, que antes controlaban su crecimiento excesivo, habían muerto hacía tiempo a causa de una enfermedad, la mixomatosis, deliberadamente introducida por los agricultores locales para reducir la destrucción que estos animales provocaban en los cultivos. Con algo de filisteo y sin poder callarme, incluso en contra de los intereses de la buena retórica, interrumpí para señalar que el conejo había sido introducido como animal doméstico en Inglaterra en 1176, probablemente para mejorar el aporte proteico en la dieta de los campesinos.
Todas las formas de vida modifican sus contextos. El ejemplo más espectacular y benigno es sin duda el del pólipo de coral. Sirviendo a sus propios fines, crea un vasto mundo submarino favorable para miles de animales y plantas de otros tipos. Desde que el   hombre se convirtió en una especie numerosa, ha modificado notablemente su ambiente. La hipótesis de que el método de la caza con fuego creó las grandes praderas y que habría ayudado a exterminar los monstruosos mamíferos del Pleistoceno en gran parte del globo, es probable, sino comprobada. Durante al menos seis milenios, los bancos de légamo del Nilo inferior han sido un artefacto humano, tanto como la naturaleza lo ha hecho en las junglas húmedas del África, sin la presencia humana. La represa de Aswan,  que inunda 5.000 millas cuadradas, es solo el último estado de un largo proceso. En  luchas regiones la construcción de terrazas o el riego, el sobrepastoreo, la tala de los bosques por los romanos para construir barcos para pelear contra los cartagineses, o por los cruzados para resolver problemas logísticos de sus expediciones2, han  alterado profundamente algunas ecologías. La observación que el paisaje francés es de dos tipos –los campos abiertos y el bocage3 del sur y el oeste– inspiró a Marc Bloch4 para realizar su estudio clásico sobre los métodos agrícolas medievales. Aunque a menudo sin intención, los cambios en el modo de vida de los humanos afectan a la naturaleza no humana. Por ejemplo, se ha observado que la aparición del automóvil eliminó las grandes bandadas de gorriones que se alimentaban del estiércol de caballo que ensuciaba las calles. La historia del cambio ecológico es todavía tan rudimentaria que sabemos muy poco acerca de lo que realmente sucedió, o de cuáles fueron los resultados. La extinción de los bisontes europeos que ocurrió recién en 1627 parece haber sido un simple caso de caza excesiva. En materias más complejas es a menudo imposible encontrar información precisa. Durante más de mil años los frisios y los holandeses han estado desplazando al Mar del Norte, y el proceso está culminando en nuestra época con la reclamación del Mar de Zuider5. ¿Cuáles, si las ha habido, son las especies de animales, aves, peces, formas de vida costera o plantas que han muerto en el proceso? En su combate épico contra Neptuno, ¿han desestimado los holandeses los valores ecológicos a tal grado que haya sufrido la calidad de vida de Holanda? No puedo saber si esas preguntas se han formulado alguna vez, y mucho menos si han tenido respuesta. En consecuencia, la gente ha sido a menudo un elemento dinámico en su propio ambiente, pero en el actual estado del conocimiento histórico generalmente no sabemos exactamente cuándo, dónde o cuáles efectos tuvieron  los cambios inducidos por el hombre. A medida que nos adentramos en el último tercio del siglo veinte, sin embargo, la preocupación por el problema ecológico crece febrilmente. Las ciencias naturales, concebidas como el esfuerzo para comprender la naturaleza de las cosas, han florecido en varias eras y en diversos pueblos. Del mismo modo, ha existido una milenaria acumulación de habilidades
tecnológicas desde la Antigüedad, que algunas veces se han desarrollado más rápido y otras veces más lento. Pero no fue sino hasta cuatro generaciones atrás que Europa occidental y América del Norte concertaron una fusión entre ciencia y tecnología, una unión de las aproximaciones teóricas y empíricas a nuestro ambiente natural. El surgimiento de la difundida práctica del credo baconiano6: que el conocimiento científico significa un poder tecnológico sobre la naturaleza puede apenas datarse antes de 1850, salvo en la industria química, donde ya existía en el siglo XVIII. Su aceptación como regla normal de conducta puede marcar el mayor acontecimiento en la historia de la humanidad desde la invención de la agricultura, y quizás también en la historia de la vida terrestre no humana. Casi de inmediato esta nueva situación forzó la cristalización del nuevo concepto de ecología; de hecho, la palabra ecología apareció por primera vez en la lengua inglesa en 18737. Hoy, menos de un siglo más tarde, el impacto de nuestra carrera con el  ambiente ha aumentado tanto en fuerza que este ha cambiado en su esencia. Cuando se dispararon los primeros cañones a principios del siglo XIV afectaron a la ecología al enviar a obreros a bosques y montañas a la búsqueda de más potasa, azufre, minerales de hierro y carbón, con la consiguiente erosión y  deforestación.  



¿Qué deberíamos hacer? Nadie lo sabe
todavía. A menos que pensemos acerca
de lo fundamental, nuestras medidas
específicas pueden producir nuevos y más
serios retrocesos que aquellos que queremos remediar.
Para empezar, deberíamos
tratar de aclarar nuestras ideas observando,
con cierta profundidad histórica,
los supuestos que implican la tecnología y
la ciencia modernas.



Las bombas de hidrógeno son de un orden diferente: una guerra librada con ellas podría alterar la genética de toda la vida del planeta. Ya en 1285, Londres tenía un problema de contaminación generado por la combustión del carbón ligero8, pero la combustión actual del combustible fósil amenaza cambiar la química de la atmósfera del globo como un todo, con consecuencias que estamos solo comenzando a atisbar. Con la explosión demográfica, el cáncer de la urbanización no planificada, los depósitos geológicos de basura y desechos radiactivos, la verdad es que ninguna otra criatura ha manejado su nido tan mal en un tiempo tan corto como el hombre. Hay muchos llamados a la acción pero las propuestas específicas, aunque pudieran ser valiosas a nivel individual, parecen ser demasiado parciales, demasiado paliativas, demasiado negativas: prohibir las bombas, derribar carteles publicitarios, entregar anticonceptivos a los hindúes e indicarles que se coman sus vacas sagradas. La solución más simple para cualquier cambio sospechoso es, por supuesto, impedirlo, o aún mejor, la de volver a un pasado romántico: hacer que esas antiestéticas  estaciones de gasolina luzcan como el cottage de Ann Hathaway9 o (en el Lejano Oeste) como una cantina de una ciudad fantasma. La mentalidad del “área silvestre” aboga invariablemente por una ecología profundamente congelada, sea en San Geminiano o en la Sierra Alta antes que se arrojara el primer Kleenex10. Pero ni el atavismo ni la petrificación podrán hacer frente a la crisis ecológica de nuestro tiempo. ¿Qué deberíamos hacer? Nadie lo sabe todavía. A menos que pensemos acerca de lo fundamental, nuestras medidas específicas pueden producir nuevos y más serios retrocesos que aquellos que queremos remediar. Para empezar, deberíamos tratar de aclarar nuestras ideas observando, con cierta profundidad histórica, los supuestos que implican la tecnología y la ciencia modernas. La ciencia ha sido tradicionalmente aristocrática, especulativa, intelectual en su propósito; la tecnología se atribuye a las clases bajas, es empírica y orientada hacia la acción. La súbita fusión de estas dos áreas hacia la mitad del siglo XIX está ciertamente relacionada con las revoluciones democráticas contemporáneas y algo anteriores que, reduciendo las barreras sociales, tendían a sustentar una unidad funcional entre el cerebro y la mano. Nuestra crisis ecológica es el producto de una cultura democrática emergente, completamente nueva. El punto es si un mundo democratizado pueda sobrevivir a sus propias implicaciones. Presumiblemente no podemos, a menos que reconsideremos nuestros axiomas.

LAS TRADICIONES OCCIDENTALES DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Un hecho es tan cierto que parece absurdo decirlo: tanto la tecnología moderna como la ciencia moderna son claramente occidentales. Nuestra tecnología ha absorbido elementos de todo el planeta, especialmente de China; sin embargo, hoy en cualquier lugar del mundo, sea en Japón o en Nigeria, la tecnología exitosa es la occidental. Nuestra ciencia es la heredera de todas las ciencias del pasado, quizás especialmente de las obras de los grandes científicos islámicos de la Edad Media, quienes tan a menudo superaron a los antiguos griegos en habilidad y perspicacia: al-Razi en medicina, por ejemplo, o ibn-al-Haytham en óptica; u Omar Khayyam en matemáticas11. De hecho, muchos trabajos de aquellos genios parecen haber desaparecido en lengua árabe original y sobrevivieron solo en traducciones latinas medievales que ayudaron a sentar las bases para el desarrollo occidental subsiguiente. Hoy, alrededor del mundo, toda ciencia significativa es occidental en estilo y método, sin importar el color de la piel o el lenguaje de los científicos. Otros dos hechos son menos reconocidos debido a que son el resultado de conocimiento histórico bastante reciente. El liderazgo de Occidente, tanto en tecnología como en ciencia, es mucho más antiguo que la llamada Revolución Científica del siglo XVII o que la llamada Revolución Industrial del siglo XVIII. Estos términos son, en efecto, anticuados y oscurecen la verdadera naturaleza de lo que intentan describir: etapas  significativas en dos eventos de desarrollo largos y separados. Cerca del 1000 A.C., como máximo –y quizás hasta 200 años antes– Occidente comenzó a aplicar la energía hidráulica a otros procesos industriales, además de su uso para moler grano. A esto siguió la utilización de la energía eólica hacia fines del siglo XII. Desde sus simples inicios, pero con una notable consistencia en el estilo, Occidente expandió rápidamente sus habilidades para el desarrollo de maquinaria poderosa, de dispositivos que ahorran fuerza de trabajo y automatización. Aquellos que dudan deberían contemplar el más monumental logro en la historia de la automatización: el reloj mecánico impulsado por peso, que apareció en dos formas a principios del siglo XIV. No en destreza, pero sí en capacidad tecnológica básica, el Occidente latino de fines de la Edad Media sobrepasó con creces a sus elaboradas, sofisticadas y estéticamente magníficas culturas hermanas: la bizantina y la islámica. En 1444, Bessarion, un gran eclesiástico griego que había estado en Italia, escribió una carta a un príncipe de Grecia. Estaba impresionado por la superioridad occidental de los barcos, armas, textiles y vidrio. Pero, por sobre todo, estaba atónito con el espectáculo de los molinos de agua aserrando madera y bombeando los fuelles de los hornos de combustión. Claramente, no había visto nada parecido en el Cercano Oriente. Hacia fines del siglo XV, la superioridad tecnológica de Europa era tal, que sus pequeñas y mutuamente hostiles naciones pudieron expandirse al resto del mundo conquistando, saqueando y colonizando. El símbolo de esta superioridad tecnológica es el hecho que Portugal, uno de los Estados más débiles de Occidente, fue capaz de convertirse y mantenerse durante un siglo como  dueño de las Indias Orientales. Y debemos recordar que la tecnología de Vasco de Gama y de Alburquerque12 fue construida sobre empirismo puro, con muy poco aporte o inspiración de la ciencia.


Bajo la actual comprensión vernacular, se supone que la ciencia moderna se habría iniciado en 1543, cuando Copérnico y Vesalio desmerece sus logros, sin embargo, señalar que obras tales como la Fábrica y el De revolutionibus no surgieron de la noche a la mañana. La tradición característica de la ciencia occidental comenzó, de hecho, a fines del siglo XI con la traducción masiva al latín de obras científicas escritas en árabe y griego. Solo unos pocos libros notables –Teofrasto, por ejemplo– escaparon al nuevo y ávido apetito de Occidente por la ciencia, pero en menos de 200 años, el grueso de la ciencia musulmana y griega estaba efectivamente disponible en latín, y era leída y criticada ávidamente en las nuevas universidades europeas. De la crítica surgieron nuevas observaciones, especulaciones y aumento de la desconfianza hacia las autoridades de la antigüedad. A fines del siglo XIII, Europa había arrancado el liderazgo científico global de las vacilantes manos del islam. Sería tan absurdo negar la profunda originalidad de Newton, Galileo o Copérnico, como negar la de los científicos escolásticos del siglo XIV como Buridan u Oresme, sobre cuyo trabajo construyeron aquellos. Antes del siglo XI, apenas existía ciencia en el Occidente latino, incluso en los tiempos de los romanos. A partir del siglo XI, el sector científico de la cultura occidental ha ido aumentando en forma constante. Debido a que nuestros movimientos científicos y tecnológicos comenzaron, adquirieron su carácter y lograron el dominio mundial en la Edad Media, parece que no podremos comprender su naturaleza o impacto actual sobre la ecología sin examinar los supuestos y los desarrollos medievales fundamentales.

LA VISIÓN MEDIEVAL DEL HOMBRE Y DE LA NATURALEZA

Hasta hace poco, la agricultura ha sido la ocupación principal incluso en sociedades “avanzadas”; por lo tanto, cualquier cambio en los métodos de cultivo tiene gran
importancia. Los arados primitivos arrastrados por dos bueyes por lo general no volteaban el suelo, sino que solo lo escarbaban. Por esta razón se hacía necesaria la labor cruzada del arado y los campos tendían a ser cuadrados. En los suelos más livianos y en los climas semiáridos del Oriente Cercano y del Mediterráneo, esto funcionaba bien. Pero este arado no era adecuado para los climas húmedos y suelos frecuentemente compactos del norte de Europa. Hacia fines del siglo VII A.C., sin embargo, sin que se sepa cómo, algunos campesinos del norte comenzaron a utilizar un tipo de arado completamente nuevo equipado con una cuchilla vertical para cortar la línea del surco, una rejilla horizontal para deslizar bajo la superficie del terrón, y una vertedera para voltearlo. La fricción de este arado contra el suelo era tan alta, que normalmente requería no de dos, sino de ocho bueyes. Agredía el suelo con tal violencia que la aradura en cruz ya no era necesaria y los campos tendieron a ser alargados. En los tiempos del arado primitivo, los campos estaban por lo general distribuidos en unidades capaces de  abastecer a una sola familia. La agricultura de subsistencia se daba por supuesta. Pero ningún campesino poseía ocho bueyes: para utilizar el arado nuevo y más eficiente, juntaron sus bueyes y formaron grandes equipos para arar, recibiendo originalmente (al parecer) extensiones de tierras proporcionales a su contribución. De esta manera, la distribución de la tierra ya no estuvo basada en las necesidades de una familia, sino más bien en la capacidad de una máquina para labrarla. La relación del hombre con la tierra había cambiado profundamente. Antes, el hombre había sido parte de la naturaleza; ahora era el explotador de la naturaleza. En ningún otro lugar del mundo los agricultores desarrollaron una herramienta agrícola parecida. ¿Es acaso una coincidencia que la tecnología moderna, con su insensibilidad hacia la naturaleza, haya sido producida por los descendientes de estos campesinos del norte de Europa? Esta misma actitud explotadora aparece un poco antes del 830 A.C., en los calendarios ilustrados de Occidente.
En calendarios más antiguos los meses aparecían como personificaciones pasivas. Los nuevos calendarios de los francos, que establecieron el estilo de la Edad Media, son
muy diferentes: muestran hombres forzando el mundo a su alrededor –arando, cosechando, talando árboles, sacrificando cerdos–. El hombre y la naturaleza son dos cosas, y el hombre es el amo. Estas innovaciones parecen ser consistentes con procesos intelectuales de mayor alcance. Lo que las personas hacen con su ecología depende de lo que piensan acerca de ellos mismos en relación al mundo que los rodea. La ecología humana está profundamente condicionada por las creencias acerca de nuestra naturaleza y destino, es decir, por la religión. Para los occidentales esto es evidente en la India o Ceilán. Esto es igualmente cierto para nosotros y nuestros ancestros medievales. La victoria del cristianismo sobre el paganismo fue la mayor revolución psíquica en la historia de nuestra cultura. Hoy se ha puesto de moda decir que, para bien o para mal, vivimos en la “era postcristiana”. Ciertamente, las formas de nuestro lenguaje y pensamiento han dejado de ser cristianas pero, a mi parecer, la esencia permanece asombrosamente similar a aquella del pasado. Nuestros   hábitos cotidianos de acción, por ejemplo, están dominados por una implícita fe en un progreso perpetuo, desconocido tanto para la antigüedad grecorromana como para Oriente. Esto está arraigado en la teleología judeocristiana y no puede separarse de ella. El hecho que los comunistas lo compartan, deja en evidencia lo que puede ser demostrado en muchas otras áreas: que el marxismo y el islamismo son herejías judeocristianas. Hoy continuamos viviendo, como lo hemos hecho por 1.700 años, en un contexto formado
en su mayor parte por axiomas cristianos. ¿Qué dijo el cristianismo al pueblo acerca de sus relaciones con el ambiente? Aunque muchas mitologías alrededor del mundo proveen historias de la creación, la mitología grecorromana fue singularmente incoherente a este respecto. Lo mismo que Aristóteles, los intelectuales del antiguo Occidente negaban que el mundo visible tuviera un inicio. De hecho, la idea de un comienzo era imposible en la estructura de su concepto cíclico del tiempo. En marcado contraste, el cristianismo heredó del judaísmo no solo una concepción del tiempo no repetitiva y lineal, sino también una notable historia de la creación. A través de etapas graduales, un Dios amoroso y todopoderoso había creado la luz y la oscuridad, los cuerpos celestes, la tierra y todas sus plantas, animales, aves y peces. Finalmente, Dios creó a Adán y, después de una reflexión, a Eva para evitar que el hombre estuviera solo. El hombre dio nombre a todos los animales, estableciendo de este modo su dominio sobre ellos. Dios planeó todo esto, explícitamente para beneficio y dominio del hombre bajo la regla: ningún elemento físico de la creación tenía otro propósito, excepto el de servir aquellos del hombre. Y aunque el cuerpo del hombre fuera creado de arcilla, él no es simplemente parte de la naturaleza: fue creado a imagen y semejanza de Dios. El cristianismo es la religión más antropocéntrica que el mundo ha conocido, especialmente en su forma occidental. Ya en el siglo II, tanto Tertuliano como San Ireneo de Lyon insistían que al concebir a Adán, Dios estaba presagiando la imagen del Cristo encarnado, el Segundo Adán. El hombre comparte, en gran medida, la superioridad de Dios sobre la naturaleza. El cristianismo, en contraste absoluto con el paganismo antiguo y las religiones asiáticas (exceptuando, quizás, al zoroastrismo), no solo estableció un dualismo entre el hombre y la naturaleza, sino que también insistió en que era la voluntad de Dios que el hombre explotara la naturaleza para su propio beneficio. A nivel de la gente común, este concepto tuvo un interesante resultado. En la antigüedad, cada árbol, cada vertiente, cada arroyo, cada montaña tenía su propio genius loci, su espíritu guardián. Estos espíritus eran accesibles a los hombres, pero eran muy diferentes de los hombres; centauros, faunos y sirenas muestran su ambivalencia. Antes que alguien cortara un árbol, explotara una mina o dañara un arroyo, era importante apaciguar al espíritu a cargo de aquella situación particular y había que mantenerlo aplacado. Destruyendo el animismo pagano, el cristianismo hizo posible la explotación de la naturaleza con total indiferencia hacia los sentimientos de los objetos naturales. Con frecuencia se dice que la Iglesia sustituyó el animismo por el culto a los santos. Es cierto, pero el culto a los santos es funcionalmente bastante diferente del animismo. El santo no está en los objetos naturales; puede tener santuarios especiales pero habita en el Cielo. Además, un santo es completamente humano: puede ser abordado en términos humanos. Junto con los santos, el cristianismo tuvo ángeles y demonios heredados del judaísmo y quizás, en algún grado, del  zoroastrismo14. Pero estos eran tan móviles como los mismos santos. Los espíritus en los objetos naturales, quienes en un principio habían protegido a la naturaleza de la acción del hombre, se esfumaron. El monopolio efectivo del hombre sobre el espíritu en este mundo fue confirmado y las antiguas inhibiciones para explotar la naturaleza desaparecieron.

El cristianismo, en contraste absoluto
con el paganismo antiguo
y las religiones asiáticas
(exceptuando, quizás, al zoroastrismo), no
solo estableció un dualismo entre
el hombre y la naturaleza, sino
que también insistió en que era
la voluntad de Dios que el hombre
explotara la naturaleza para su propio beneficio.


Cuando se habla en términos absolutos, es necesaria una nota de cautela. El cristianismo es una fe compleja, y sus consecuencias difieren en diferentes contextos. Lo que he dicho podría ser bien aplicado al Occidente medieval donde, de hecho, la tecnología hizo  avances espectaculares. Pero Grecia oriental, un reino muy civilizado con igual devoción cristiana, parece no haber producido ninguna innovación tecnológica significativa después de fines del siglo VII, cuando se inventó el fuego griego15. La clave para este contraste podría hallarse en una diferencia en el matiz de devoción y pensamiento que los estudiosos de teología comparativa encuentran entre las iglesias griega y latina. Los griegos creían que el pecado era una ceguera intelectual y que la salvación estaba en la iluminación, en la ortodoxia, es decir, en el pensamiento claro. Los latinos, por otra parte, sentían que el pecado era un mal moral, y que la salvación estaba en una conducta recta. La teología oriental ha sido intelectualista. La teología occidental ha sido voluntarista. El santo griego contempla; el santo occidental actúa. Las implicaciones que tiene el cristianismo para la conquista de la naturaleza surgirían más fácilmente en la atmósfera occidental. El dogma cristiano de la creación, que se encuentra en la primera oración de todos los credos, tiene otro significado para nuestra comprensión de la crisis ecológica actual. A través de una revelación, Dios había entregado al hombre la Biblia, el libro de las Sagradas Escrituras. Pero como Dios había creado la naturaleza, esta también debía revelar la mentalidad divina. El estudio religioso de la naturaleza para la mejor comprensión de Dios era conocido como teología natural. En la Iglesia de la antigüedad, y por siempre en la del Oriente griego, la naturaleza estaba concebida fundamentalmente como un sistema simbólico a través del cual Dios le habla a los  hombres: la hormiga es un ejemplo para los holgazanes; las llamas que se elevan son el símbolo de la aspiración del alma. Esta visión de la naturaleza era esencialmente artística más que científica. Aunque Bizancio preservó y copió gran cantidad de antiguos textos científicos griegos, la ciencia tal como la concebimos hoy, habría florecido con dificultad en tal ambiente. Sin embargo, a comienzos del siglo XIII en Occidente latino la teología natural seguía una tendencia muy diferente. Estaba dejando de ser la decodificación de los símbolos físicos de la comunicación de Dios con el hombre, y comenzaba a ser el esfuerzo por comprender la mentalidad de Dios a través del descubrimiento de cómo obra su creación. El arco iris ya no era más un simple símbolo de esperanza enviado primeramente a Noé después del Diluvio: Robert Grosseteste, Fray Roger Bacon y Teodoro de Freiberg, produjeron una obra brillante y sofisticada sobre la óptica del arco iris, pero lo hicieron como una aventura en el pensamiento religioso.
Desde el siglo XIII en adelante, incluyendo a Leibnitz y Newton, cada gran científico, en
efecto, explicaba sus motivaciones en términos religiosos. De hecho, si Galileo no hubiera sido un teólogo aficionado tan experto, podría haberse ahorrado muchos problemas: los profesionales resintieron su intrusión. Y Newton parece haberse considerado a sí mismo más un teólogo que un científico. No fue sino hasta fines del siglo XVIII que la hipótesis de
Dios llegó a ser innecesaria para muchos científicos. Cuando los hombres explican por qué hacen lo que quieren hacer, es frecuentemente difícil para el historiador juzgar si están ofreciendo razones reales o solo razones culturalmente aceptables. La consistencia con que los científicos, durante los largos siglos de formación de la ciencia occidental, dijeron que la tarea y la recompensa del científico era “continuar los pensamientos de Dios”, nos induce a creer que fue esta su motivación real. Si es así, entonces la ciencia occidental moderna fue forjada en una matriz de teología cristiana. El dinamismo de la devoción religiosa, moldeada por el dogma judeocristiano de la creación, le dio el impulso.

UNA VISIÓN CRISTIANA ALTERNATIVA

Podríamos parecer que nos hemos encaminado hacia conclusiones irritantes para muchos cristianos. Debido a que tanto la ciencia como la tecnología son palabras benditas en nuestro vocabulario contemporáneo, algunos pueden estar felices con las nociones que,


El mayor revolucionario espiritual
de la historia de Occidente, San
Francisco, propuso lo que a su juicio
era una visión cristiana alternativa
de la naturaleza y su relación con el
hombre: intentó sustituir la idea de
la autoridad humana sin límites sobre
la creación por la idea de la igualdad
entre todas las criaturas, incluyendo
el hombre.



primero, desde una perspectiva histórica la ciencia moderna es una extrapolación de la teología natural y, segundo, que la tecnología moderna puede ser explicada, al menos en parte, como una expresión del dogma  cristiano occidental voluntarista acerca de la trascendencia del hombre sobre la naturaleza y de su legítimo dominio sobre ella. Pero, como reconocemos actualmente, hace algo más de un siglo la ciencia y la tecnología –hasta ese momento actividades bastante separadas– se unieron para darle a la humanidad poderes que están fuera de control, a juzgar por muchos de sus efectos ecológicos. Si es así, el cristianismo conlleva una inmensa carga de culpa. Personalmente dudo que el desastroso impacto ecológico pueda evitarse simplemente aplicando más ciencia y más tecnología a nuestros problemas. Nuestra ciencia y nuestra tecnología han nacido de la actitud cristiana respecto a la relación del hombre con la naturaleza, que es casi universalmente sostenida no solo por cristianos y neocristianos, sino también por quienes se consideran a sí mismos postcristianos. A pesar de Copérnico, todo el cosmos gira alrededor de nuestro pequeño planeta. A pesar de Darwin, nosotros no somos en nuestros corazones, parte del proceso natural. Somos superiores a la naturaleza, la despreciamos y estamos dispuestos a utilizarla para nuestros más mínimos caprichos. El recientemente electo gobernador de California, creyente como yo pero menos preocupado que yo, dio prueba de la tradición cristiana cuando dijo (según se afirma) “cuando has visto un pino gigante de California, los has visto todos”. Para un cristiano, un árbol no puede representar más que un hecho físico. El concepto de bosque sagrado es completamente extraño para el cristianismo y para el ethos de Occidente. Por casi dos milenios los misioneros cristianos han estado cortando bosques sagrados que consideraban objetos de idolatría porque suponen un espíritu en la naturaleza. Lo que hagamos por la ecología depende de nuestras ideas acerca de la relación hombre-naturaleza. Más ciencia y más tecnología no nos librarán de la actual crisis  ecológica hasta que encontremos una nueva religión o repensamos nuestra religión antigua. Los beatniks16, los revolucionarios de nuestro tiempo, muestran una resonancia instintiva en su afinidad al budismo zen, que concibe la relación hombre-naturaleza como una imagen casi especular de la visión cristiana. El zen, sin embargo, está tan profundamente condicionado por la historia asiática como lo está el cristianismo por la experiencia de Occidente, y dudo de su viabilidad entre nosotros. Posiblemente, deberíamos reflexionar sobre el más grande de los radicales de la historia cristiana después de Cristo: San Francisco de Asís17. El mayor milagro de San Francisco es que no terminó en la estaca, como muchos de sus seguidores izquierdistas. Francisco fue tan claramente herético que un general de la Orden Franciscana, San Buenaventura, un gran cristiano y además muy sensible, trató de suprimir los primeros registros del franciscanismo. La clave para una comprensión de Francisco es su fe en la virtud de la humildad, no solamente para el individuo, sino para el ser humano como especie. Francisco intentó deponer al hombre de su monarquía sobre la creación y fundar una democracia entre todas las criaturas de Dios. Con él, la hormiga deja de ser solo una homilía para los holgazanes, las llamas de ser solo un signo de la aspiración del alma hacia la unión con Dios; ahora ellos son la Hermana Hormiga y el Hermano Fuego alabando al Creador a su manera, así como el Hermano Hombre lo hace en la suya. Cronistas posteriores han dicho que Francisco predicaba a las aves como una censura para los hombres que no querían escucharlo. Las crónicas no señalan eso: estimulaba a las pequeñas aves a alabar a Dios, y en un éxtasis espiritual batían sus alas y cantaban con regocijo. Las leyendas de santos, especialmente de los santos irlandeses, han narrado desde hace mucho su relación con animales pero siempre, creo, para mostrar la dominación del hombre sobre el resto de las criaturas. Con Francisco es diferente. Un feroz lobo causaba estragos en las tierras aledañas a la región de Gubbio en los Apeninos. San Francisco, dice la leyenda, habló con el lobo y lo convenció sobre el error que cometía. El lobo, arrepentido, murió en olor a santidad y fue sepultado en suelo consagrado. Lo que Sir Steven Ruciman denomina “la doctrina Franciscana del alma animal” fue rápidamente estigmatizada. Muy posiblemente estaba inspirada, en parte, consciente o inconscientemente, por la creencia en la reencarnación sustentada por los herejes cátaros que en ese tiempo proliferaban en Italia y el sur de Francia, y quienes presumiblemente la importaron de la India18. Es significativo que en ese mismo momento, cerca del 1200, se detecten trazas de metempsicosis19 en el judaísmo occidental, en la cabbala provenzal20. Pero Francisco no sustentaba ni la transmigración del alma ni el panteísmo21. Su visión de la naturaleza y el hombre descansaba sobre una única clase de panpsiquismo de todas las cosas animadas e inanimadas, destinadas para glorificación de su trascendente Creador, quien en un supremo gesto de humildad cósmica, se hizo carne, yació desvalido en un pesebre y fue crucificado hasta la muerte. No estoy sugiriendo que muchos americanos contemporáneos, preocupados por nuestra crisis ecológica, están o estarían dispuestos a aconsejar a los lobos o a exhortar a las aves. Sin embargo, la actual y creciente perturbación del ambiente global es el producto de una tecnología y una ciencia dinámicas, originadas en el mundo medieval de Occidente, al que San Francisco se rebeló de forma tan original. Su desarrollo no puede comprenderse históricamente sin considerar una historia de actitudes hacia la naturaleza, claras y profundamente arraigadas en el dogma cristiano. El hecho que la mayoría de la gente no crea que estas actitudes sean cristianas, es irrelevante. Nuestra sociedad no ha aceptado ningún nuevo sistema de valores para desplazar aquellos del cristianismo. Por lo tanto, continuaremos agravando la crisis ecológica hasta que rechacemos el axioma cristiano que la naturaleza no tiene otra razón de ser que la de servir al hombre. El mayor revolucionario espiritual de la historia de Occidente, San Francisco, propuso lo que a su juicio era una visión cristiana alternativa de la naturaleza y su relación con el hombre: intentó sustituir la idea de la autoridad humana sin límites sobre la creación por la idea de la igualdad entre todas las criaturas, incluyendo el hombre. Francisco fracasó. Tanto nuestra ciencia como nuestra tecnología actuales están tan penetradas por la arrogancia cristiana ortodoxa hacia la naturaleza, que no puede esperarse que ellas puedan solucionar nuestra crisis ecológica. Debido a que la raíz de nuestro conflicto es tan profundamente religiosa, el remedio debe también ser esencialmente religioso, llamémoslo así o no. Debemos repensar y resentir nuestra naturaleza y nuestro destino. El sentido profundamente religioso pero herético de los primeros franciscanos por la autonomía espiritual de todos los componentes de la naturaleza, puede indicarnos una dirección. Propongo a Francisco como el santo patrono de los ecólogos.

* Este artículo fue originalmente publicado con el título The Historical Roots of Our Ecological Crisis publicado en Science 155:1203-1207 (1967). Esta traducción fue preparada por José Tomás Ibarra, Francisca Massardo y Ricardo Rozzi. ** Lynn White (1907-1987) fue profesor de historia medieval reconocido internacionalmente. Enseñó en las universidades de Princeton, Stanford y California. Fundó el Center for Medieval and Renaissance Studies en la UCLA.


Nota de la edición de esta publicación

(a) El texto incluye  tres extractos del mismo ensayo editados por la  fuente original y de acuerdo a la diagramación que hizo la revista de la publicación. Nosotros las hemos conservado en el orden en que estaban porque ayudan a la compresión del texto. Están en recuadros, negrillas y al centro y en un tipo de letra mayor. El Resumen y el Abstract también corresponden a la fuente original. Mientras que las notas bibliográficas son de los traductores. ( fuente original en español). Y salvo, la foto del encabezado que es la del  texto original, el otro par son selecciones de este blog. El ensayo fue originalmente escrito en ingles y publicado por la revista Science, Vol 155 (nº 3767), 10 de marzo de 1967, pp. 1203–1207. Pero fue precedido en una famosa conferencia de la American Association for the Advancement  of Science, (AAAS) en Washington del 26 de diciembre de 1966, titulada, "The Historical Roots of Our Ecologic Crisis". (Nota de Plaza de las palabras)

NOTAS EXPLICATIVAS SOBRE EL ENSAYO DE LOS TRADUCTORES

1 N. del T. Aldous Huxley (1894-1963). Novelista y ensayista inglés radicado en Estados Unidos desde 1937. Con profunda influencia sobre el pensamiento anarquista, criticó la sociedad contemporánea, particularmente los peligros de la unión del poder y la ciencia.
2 N. del T. White se refiere a las Guerras Púnicas entre los cartagineses, ciudadanos de Cártago, y los romanos (264-149 A.C). Los cruzados son aquellos que participaron en Las Cruzadas, como se llamó a las campañas militares entre los siglos XII y XIII contra los musulmanes con el objeto de recuperar Tierra Santa.
3 N. del T. El bocage se refiere al paisaje cultural francés de praderas circundadas por cercas altas.
4 N. del T. Marc Bloch (1886-1934), historiador judío-francés conocido por su innovador trabajo en historia social y económica, especialista en el período medieval y fundador de la Ecole de los Annales. Tuvo gran influencia en el pensamiento francés el siglo XX, no sólo por su obra sino también por su vida ejemplar, comprometida con las causas sociales. Cuando los Nazis ocuparon Francia en 1943 se unió a la Resistencia y fue uno de sus líderes hasta que en 1944 fue capturado, torturado y asesinado por la Gestapo.
5 N. del T. Los frisios habitaban los Países Bajos antes de la llegada de los romanos (600 A.C.). Después de la conquista, se asentaron a lo largo de la costa donde desarrollaron agricultura en terrenos pantanosos que drenaron y cultivaron y ya en el siglo XII esta zona se conocía como Holanda. El antiguo Mar de Zuider, hoy llamado lago Ijssel, es en gran parte un  área reclamada al mar para agricultura y urbanismo.
6 N. del T. Relativo a Francis Bacon, filósofo inglés (1561-1626), contribuyó a la formulación del método científico (especialmente el método inductivo basado en la ciencia empírica), y abogó por una sociedad organizada en base a criterios científicos, donde la ciencia debe a ayudar al hombre a dominar la naturaleza.
7 N. del T. El término Ökologie, del griego oikos (casa) y logos (ciencia), fue acuñado en 1866 por Ernst Haeckel (1834-1919) en su trabajo Morfología General del Organismo. White se refiere a que en 1873 este libro fue traducido al inglés donde se ocupó la palabra “ecology” por primera vez.
8 N. d.el T. El carbón ligero (soft coal) se refiere a la turba seca utilizada como combustible.
9 N. del T. Anne Hathaway (1556-1623),actriz inglesa casada con William Shakespeare, que habría pasado su infancia en una casa que es hoy museo, por su arquitectura de belleza típicamente inglesa. Con la referencia a esta casa, White alude a un modelo estético occidental.
10 N. del T. Kleenex es una marca registrada de toallas faciales y papel higiénico.
11 N. del T. Abu Bakr Muhammad ibn Zakariya’ al-Razi (865-925 D.C.), médico, músico, filósofo y alquimista nacido en Rayy (Irán), cuya principal obra Comprehensive Book on Medicine fue traducida al latín en 1279, donde se describieron por primera vez enfermedades como la viruela, diabetes, sarampión, su diagnosis y tratamiento. Ab- ‘Al- al-Ha-an ibn al-Ha-an ibn al-Haytham (965-1040?) fue uno de los físicos más importantes de la Edad Media, además de metemático y astrónomo, nacido en Basra (Iraq) y considerado el padre de la óptica por sus trabajos y experimentos con lentes, espejos, refracción y reflexión. Omar Khayyam (1040-1121?) fue  matemático, astrónomo, filósofo, médico y poeta nacido en Nishapur (Irán). Reformó el calendario musulmán, cultivó el Derecho y las Ciencias Naturales y escribió más de ocho obras fundamentales para la ciencia. Aunque White se refiere a su importancia en las matemáticas, Omar Khayyam se destacó también en el plano literario por sus famosas “Rubaiyat”, que son una alabanza al brindis, estrofas que celebran el vino y el goce del instante frente a la finitud de la vida.
12 N. del T. Vasco de Gama (1469-1524), navegante y explorador portugués que abrió rutas comerciales entre Portugal y la India. Alfonso de Alburquerque (1453-1515), soldado y navegante portugués, nombrado virrey de la India en 1509, y más tarde expandió el control portugués sobre el Índico, entre el golfo Pérsico y el litoral de Malaca. Tanto de Gama como de Alburquerque pertenecían a la pequeña nobleza conquistadora deseosa de nuevas posesiones y riqueza y que fortaleció la dominación portuguesa en Africa y Asia.
13 N. del T. Se refiere a la obra maestra De Revoliutonibus Orbium Coelestium (Sobre las Revoluciones de las Esferas Celestes) de Nicolás Copérnico (1473-1543) escrita a lo largo de unos veinticinco años de trabajo y publicada póstumamente en 1543; y a De Humani Corporis Fabrica (Sobre la Estructura del Cuerpo Humano) de Andrés Vesalio (1514-1564).
14 N. del T. El zoroastrismo (o mazdeísmo) es la religión y filosofía basada en las enseñanzas de Zoroastro (el profeta Zaratustra) que reconoce a Ahura Mazda como el único Creador increado de todo (Dios). Esta religión se practicaba entre los años 2000 y 1000 A.C. por las tribus iranias del Turquestán en Asia Central. El zoroastrismo tuvo su apogeo aproximadamente el 500 A.C. y dejó sus huellas sobre tres grandes religiones: el judaísmo y el cristianismo y a través de ellos, el islam. Ejemplos de ello son la angelogía (ángeles y arcángeles), demonología y escatología, la identificación del mal con la oscuridad y de Dios con la luz.
15 N. del T. También llamado fuego líquido, era una mezcla combustible de composición desconocida capaz de arder en el mar y utilizada como arma naval.
16 N. del T. El término Generación Beat surgió en Estados Unidos en 1948 a partir de una conversación entre el novelista Jack Kerouac (1922-1969, On the Road) y el escritor y poeta John Holmes (1926-1988, The Horn; Go). Kerouac dijo: This is a really beat generation. El adjetivo beat tenía la connotación de cansado y bohemio asignada por el escritor Herbert Huncke, y pionero del movimiento homosexual estadounidense. Kerouac agregó las connotaciones de upbeat, beatítico y la asociación musical de estar “on the beat”. Sus ideales se enfocan hacia la liberación espiritual. Entre los fundadores está además el poeta Allen Ginsberg que en su poema Howl lanza una aguda crítica al materialismo y conformismo de la sociedad estadounidense.
17 N. del T. San Francisco de Asís (1182-1226), religioso italiano fundador de la Orden Franciscana que opta por la vía austera, de solidaridad y desapego a la propiedad material como modo de acercamiento a Dios. Fue canonizado en 1228 y su culto se extendió rápidamente a toda la cristiandad, formando la orden más numerosa.
18 N. del T. Los cátaros (del griego kazaros = puros) seguían la doctrina del catarismo, movimiento religioso que nació en Europa oriental y tuvo gran influencia en Europa occidental, especialmente en el sur de Francia, oeste de Italia y norte de España a mediados del siglo  X. Los cátaros creían que el universo estaba compuesto por dos mundos en conflicto: el espiritual creado por Dios y el material forjado por Satán. Según los cátaros el Reino de Dios no es de este mundo, y el mundo material, el mal, las guerras, las iglesias mundanas y papas eran obra de la mano de Satanás, ya que Dios es el amor y bondad perfectos y no puede hacer ningún mal. De esta forma criticaron la corrupción y la opulencia de la Iglesia Católica por lo cual fueron considerados heréticos y perseguidos hasta su total exterminio en el siglo XIII, principalmente gracias a la violenta represión de la Inquisición.
19 N. del T. La metempsicosis es un término griego que se refiere a la creencia en la transmigración del alma (reencarnación posterior a la muerte), es decir, al traspaso de la consciencia a otro cuerpo físico.
20 N. del T. La cabbala provenzal se refiere a la Cabalá (Quabbalah) que apareció a fines del siglo XII en la Provenza y Cataluña a través de las comunidades judías de la zona, aunque de origen remoto (siglo I o anterior). La palabra cabbala implica el acto de recibir la tradición oral o escrita que pasa de una generación a otra pero no revela nada místico o esotérico, no obstante, es una enseñanza secreta del misticismo hebreo de origen desconocido.
21 N. del T. El panteísmo (del griego: pan = todo y theos = Dios, literalmente “Dios es todo” y “todo es Dios”) es una doctrina filosófica según la cual el Universo, la naturaleza y Dios son equivalentes o que la ley natural, la existencia y el universo (la suma de todo lo que fue, es y será) están representados o personificados con el principio teológico de “Dios”.





CREDITOS



Fuente original en español

Raíces históricas de nuestra crisis ecológica / EDICIÓN ESPECIAL ÉTICA AMBIENTAL
Revista Ambiente y Desarrollo 23 (1): 78 - 86, Santiago de Chile, 2007

Ilustraciones

Foto  de Lynn White, en la fuente original del ensayo.
Río y bosque, del artista indígena Fabián Moreno. Palabras vivas. La naturaleza y el hombre.
Selva con animales, Google Imagen