Plaza de las palabras, en su sección Orbis & Urbis,
dedica a temas que afectan el orbe y la ciudad. En que lo mismo caben temas
ecológicos, espacio público, ciencias sociales, sicología, música, astronomía y
tendencias que por su impacto casuístico o finalista modelan la vida humana. En esta ocasión presenta
el ensayo Raíces históricas de nuestra
crisis ecológica, del académico norteamericano, cristiano, defensor de los
derechos de las mujeres, y ambientalista: Lynn White quien fue historiador y especialista en la historia de la tecnología
medieval; y profesor de las
universidades de Princeton, Stanford y UCLA. El autor ahonda desde una
perspectiva histórica pero práctica, acerca del modo cotidiano en que históricamente se pensó lo
ecológico, y como esa actitud alimento la crisis ecológica de nuestra época. Para
el ambientalismo norteamericano de mediados del siglo XX, había dos corrientes
en pugna. Una era la preservación
de la naturaleza por respeto y amor a la naturaleza misma. Una tesis más
naturalista e inherente al Ser. La otra
era la conservación, de carácter más utilitarista que añadió el componente humano: proteger la naturaleza
porque en la medida que se hace o deja de hacer beneficia o perjudica a la
humanidad. El ensayo de Lynn White fue
fundamental y precursor en esa lucha y en sostener la visión de la preservación,
y darle cabida a una nueva ética sustentable. Al final la tendencia
conservacionista prevaleció. No obstante, en la actualidad ambas tesis siguen
estando en pugna a nivel mundial; aunque
dados los dramáticos fenómenos climáticos actuales que cada vez tocan más a la
puerta, la tesis de la conservación es cada vez más aceptada y real.
Finalmente, un par de observaciones
sobre la tesis de Lynn White. La
primera, resulta paradójico que Lynn White, quien era cristiano, apuntara en el
centro de su tesis que esas raíces del malestar actual ambientalista, estuviese
determinada por el cristianismo como modelo formativo del pensamiento. Y la
segunda que instale a San Francisco de Asís como el revolucionario más notable
del mundo occidental. Pero esto tiene explicación. Empecemos por San Francisco, este santo varón, que denuncio
la corrupción y opulencia de la iglesia de su tiempo. No obstante, en lugar de salirse de ella como lo hizo
Lutero, transforma desde su interior la visión cristiana. Es decir, denuncia y
desmonta a la iglesia pero encuentra en el mismo cristianismo la forma correcta
de obrar. Lynn White procede mentalmente del mismo modo, denuncia y desmonta la
culpabilidad histórica del cristianismo, pero encuentra en su seno la solución:
San Francisco de Asís. Trascribimos completo el ensayo con los respectivos recuadros
(a) de la fuente original: Raíces
históricas de nuestra crisis ecológica / EDICIÓN ESPECIAL ÉTICA AMBIENTAL. Revista
Ambiente y Desarrollo 23 (1): 78 - 86, Santiago de Chile, 2007
Raíces histórica de nuestra crisis ecológica
Lynn White
Texto integro de la revista Ambiente y Desarrollo
R E S U M E N
El autor plantea que nuestros estilos de vida y modos de relación con la
naturaleza dependen de aquello que pensamos y creemos colectivamente. Por lo
tanto, para cambiar nuestras formas de relacionarnos con la naturaleza, debemos
comenzar por cambiar aquello que pensamos y creemos acerca de ella. Para esto,
deberíamos tratar de aclarar los supuestos que implican la tecnología y la
ciencia moderna. Para confrontar la crisis
ambiental actual, White distingue entre causas inmediatas o próximas
—sobrepoblación humana, contaminación y sobreexplotación de los recursos
naturales— y causas últimas, las creencias que tenemos respecto a quiénes somos
los seres humanos, cómo es la naturaleza y cuáles son los modos virtuosos de
habitarla. De esta manera, White estimuló el desarrollo de estudios culturales,
filosóficos y teológicos que contribuyeron a la
constitución de la ética ambiental como una nueva subdisciplina de la
filosofía a partir de la década de 1970.
Palabras clave: Lynn White Jr. – ética
ambiental – crisis
ecológica – crisis ambiental – naturaleza
– antropocentrismo
– teología natural – relación hombre
naturaleza – San
Francisco de Asís.
A B S T R A C T
The author argues that our
life styles and modes of relation with nature depend on those that think and
believe collectively. Therefore, in order to change our ways of interacting
with nature, we should begin to change the way we think and believe about it.
We should therefore try to clarify the suppositions that are implied by
technology and modern science. To confront the current environmental crisis,
White distinguished between immediate or
near term issues such as
human overpopulation, pollution, and over exploitation of natural resources—and
ultimate causes, the beliefs that we have with respect to those that are human
beings, the nature of the environment, and virtuous forms of inhabiting the
environment. In this manner, starting in the 1970s, White has stimulated the
development of cultural studies, philosophy and theology that contributed to
the constitution of environmental ethics as a subdiscipline of philosophy.
Key words: Lynn White Jr. – environmental ethics –
ecological
crisis - environmental crisis - nature -
anthropocentrism - natural
theology - man nature relationship - San Francisco
from Assisi
Raíces histórica de nuestra crisis ecológica
Lynn White
No era raro que una conversación con Aldous Huxley1
se transformara en un monólogo inolvidable. Casi un año antes de su lamentable
fallecimiento, él se ocupaba de uno de sus temas favoritos: el trato poco
natural del hombre hacia la naturaleza y de sus tristes resultados. Para
ilustrar su punto de vista, Huxley nos contó cómo, durante el verano anterior, había
vuelto al pequeño valle en Inglaterra donde viviera muchos meses felices en su
infancia. Aquellas praderas deliciosas de su infancia se habían transformado
hoy en terrenos cubiertos de arbustos porque los conejos, que antes controlaban
su crecimiento excesivo, habían muerto hacía tiempo a causa de una enfermedad,
la mixomatosis, deliberadamente introducida por los agricultores locales para
reducir la destrucción que estos animales provocaban en los cultivos. Con algo
de filisteo y sin poder callarme, incluso en contra de los intereses de la
buena retórica, interrumpí para señalar que el conejo había sido introducido
como animal doméstico en Inglaterra en 1176, probablemente para mejorar el aporte
proteico en la dieta de los campesinos.
Todas las formas de vida modifican sus contextos. El ejemplo más
espectacular y benigno es sin duda el del pólipo de coral. Sirviendo a sus
propios fines, crea un vasto mundo submarino favorable para miles de animales y
plantas de otros tipos. Desde que el hombre
se convirtió en una especie numerosa, ha modificado notablemente su ambiente.
La hipótesis de que el método de la caza con fuego creó las grandes praderas y
que habría ayudado a exterminar los monstruosos mamíferos del Pleistoceno en
gran parte del globo, es probable, sino comprobada. Durante al menos seis milenios,
los bancos de légamo del Nilo inferior han sido un artefacto humano, tanto como
la naturaleza lo ha hecho en las junglas húmedas del África, sin la presencia
humana. La represa de Aswan, que inunda 5.000
millas cuadradas, es solo el último estado de un largo proceso. En luchas regiones la construcción de terrazas o
el riego, el sobrepastoreo, la tala de los bosques por los romanos para
construir barcos para pelear contra los cartagineses, o por los cruzados para resolver
problemas logísticos de sus expediciones2, han alterado
profundamente algunas ecologías. La observación que el paisaje francés es de
dos tipos –los campos abiertos y el bocage3 del sur y el oeste–
inspiró a Marc Bloch4 para realizar su estudio clásico sobre los
métodos agrícolas medievales. Aunque a menudo sin intención, los cambios en el
modo de vida de los humanos afectan a la naturaleza no humana. Por ejemplo, se
ha observado que la aparición del automóvil eliminó las grandes bandadas de
gorriones que se alimentaban del estiércol de caballo que ensuciaba las calles.
La historia del cambio ecológico es todavía tan rudimentaria que sabemos muy
poco acerca de lo que realmente sucedió, o de cuáles fueron los resultados. La
extinción de los bisontes europeos que ocurrió recién en 1627 parece haber sido
un simple caso de caza excesiva. En materias más complejas es a menudo imposible
encontrar información precisa. Durante más de mil años los frisios y los
holandeses han estado desplazando al Mar del Norte, y el proceso está
culminando en nuestra época con la reclamación del Mar de Zuider5.
¿Cuáles, si las ha habido, son las especies de animales, aves, peces, formas de
vida costera o plantas que han muerto en el proceso? En su combate épico contra
Neptuno, ¿han desestimado los holandeses los valores ecológicos a tal grado que
haya sufrido la calidad de vida de Holanda? No puedo saber si esas preguntas se
han formulado alguna vez, y mucho menos si han tenido respuesta. En
consecuencia, la gente ha sido a menudo un elemento dinámico en su propio
ambiente, pero en el actual estado del conocimiento histórico generalmente no sabemos
exactamente cuándo, dónde o cuáles efectos tuvieron los cambios inducidos por el hombre. A medida
que nos adentramos en el último tercio del siglo veinte, sin embargo, la preocupación
por el problema ecológico crece febrilmente. Las ciencias naturales, concebidas
como el esfuerzo para comprender la naturaleza de las cosas, han florecido en
varias eras y en diversos pueblos. Del mismo modo, ha existido una milenaria
acumulación de habilidades
tecnológicas desde la Antigüedad, que algunas veces se
han desarrollado más rápido y otras veces más lento. Pero no fue sino hasta
cuatro generaciones atrás que Europa occidental y América del Norte concertaron
una fusión entre ciencia y tecnología, una unión de las aproximaciones teóricas
y empíricas a nuestro ambiente natural. El surgimiento de la difundida práctica
del credo baconiano6: que el conocimiento científico significa un
poder tecnológico sobre la naturaleza puede apenas datarse antes de 1850, salvo
en la industria química, donde ya existía en el siglo XVIII. Su aceptación como
regla normal de conducta puede marcar el mayor acontecimiento en la historia de
la humanidad desde la invención de la agricultura, y quizás también en la
historia de la vida terrestre no humana. Casi de inmediato esta nueva situación
forzó la cristalización del nuevo concepto de ecología; de hecho, la palabra
ecología apareció por primera vez en la lengua inglesa en 18737.
Hoy, menos de un siglo más tarde, el impacto de nuestra carrera con el ambiente ha aumentado tanto en fuerza que este
ha cambiado en su esencia. Cuando se dispararon los primeros cañones a principios
del siglo XIV afectaron a la ecología al enviar a obreros a bosques y montañas
a la búsqueda de más potasa, azufre, minerales de hierro y carbón, con la
consiguiente erosión y deforestación.
¿Qué deberíamos hacer? Nadie lo sabe
todavía. A menos que pensemos acerca
de lo fundamental, nuestras medidas
específicas pueden producir nuevos y
más
serios retrocesos que aquellos que
queremos remediar.
Para empezar, deberíamos
tratar de aclarar nuestras ideas
observando,
con cierta profundidad histórica,
los supuestos que implican la
tecnología y
la ciencia modernas.
|
Las bombas de hidrógeno son de un orden diferente: una
guerra librada con ellas podría alterar la genética de toda la vida del
planeta. Ya en 1285, Londres tenía un problema de contaminación generado por la
combustión del carbón ligero8, pero la combustión actual del
combustible fósil amenaza cambiar la química de la atmósfera del globo como un
todo, con consecuencias que estamos solo comenzando a atisbar. Con la explosión
demográfica, el cáncer de la urbanización no planificada, los depósitos geológicos
de basura y desechos radiactivos, la verdad es que ninguna otra criatura ha
manejado su nido tan mal en un tiempo tan corto como el hombre. Hay muchos
llamados a la acción pero las propuestas específicas, aunque pudieran ser
valiosas a nivel individual, parecen ser demasiado parciales, demasiado
paliativas, demasiado negativas: prohibir las bombas, derribar carteles
publicitarios, entregar anticonceptivos a los hindúes e indicarles que se coman
sus vacas sagradas. La solución más simple para cualquier cambio sospechoso es,
por supuesto, impedirlo, o aún mejor, la de volver a un pasado romántico: hacer
que esas antiestéticas estaciones de
gasolina luzcan como el cottage de Ann Hathaway9 o (en el
Lejano Oeste) como una cantina de una ciudad fantasma. La mentalidad del “área
silvestre” aboga invariablemente por una ecología profundamente congelada, sea
en San Geminiano o en la Sierra Alta antes que se arrojara el primer Kleenex10.
Pero ni el atavismo ni la petrificación podrán hacer frente a la crisis
ecológica de nuestro tiempo. ¿Qué deberíamos hacer? Nadie lo sabe todavía. A
menos que pensemos acerca de lo fundamental, nuestras medidas específicas
pueden producir nuevos y más serios retrocesos que aquellos que queremos
remediar. Para empezar, deberíamos tratar de aclarar nuestras ideas observando,
con cierta profundidad histórica, los supuestos que implican la tecnología y la
ciencia modernas. La ciencia ha sido tradicionalmente aristocrática, especulativa,
intelectual en su propósito; la tecnología se atribuye a las clases bajas, es
empírica y orientada hacia la acción. La súbita fusión de estas dos áreas hacia
la mitad del siglo XIX está ciertamente relacionada con las revoluciones
democráticas contemporáneas y algo anteriores que, reduciendo las barreras
sociales, tendían a sustentar una unidad funcional entre el cerebro y la mano.
Nuestra crisis ecológica es el producto de una cultura democrática emergente,
completamente nueva. El punto es si un mundo democratizado pueda sobrevivir a
sus propias implicaciones. Presumiblemente no podemos, a menos que
reconsideremos nuestros axiomas.
LAS TRADICIONES OCCIDENTALES DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA
Un hecho es tan cierto que parece absurdo decirlo: tanto
la tecnología moderna como la ciencia moderna son claramente occidentales.
Nuestra tecnología ha absorbido elementos de todo el planeta, especialmente de
China; sin embargo, hoy en cualquier lugar del mundo, sea en Japón o en
Nigeria, la tecnología exitosa es la occidental. Nuestra ciencia es la heredera
de todas las ciencias del pasado, quizás especialmente de las obras de los
grandes científicos islámicos de la Edad Media, quienes tan a menudo superaron
a los antiguos griegos en habilidad y perspicacia: al-Razi en medicina, por
ejemplo, o ibn-al-Haytham en óptica; u Omar Khayyam en matemáticas11.
De hecho, muchos trabajos de aquellos genios parecen haber desaparecido en
lengua árabe original y sobrevivieron solo en traducciones latinas medievales
que ayudaron a sentar las bases para el desarrollo occidental subsiguiente.
Hoy, alrededor del mundo, toda ciencia significativa es occidental en estilo y
método, sin importar el color de la piel o el lenguaje de los científicos. Otros
dos hechos son menos reconocidos debido a que son el resultado de conocimiento
histórico bastante reciente. El liderazgo de Occidente, tanto en tecnología como
en ciencia, es mucho más antiguo que la llamada Revolución Científica del siglo
XVII o que la llamada Revolución Industrial del siglo XVIII. Estos términos son,
en efecto, anticuados y oscurecen la verdadera naturaleza de lo que intentan
describir: etapas significativas en dos
eventos de desarrollo largos y separados. Cerca del 1000 A.C., como máximo –y
quizás hasta 200 años antes– Occidente comenzó a aplicar la energía hidráulica
a otros procesos industriales, además de su uso para moler grano. A esto siguió
la utilización de la energía eólica hacia fines del siglo XII. Desde sus simples
inicios, pero con una notable consistencia en el estilo, Occidente expandió rápidamente
sus habilidades para el desarrollo de maquinaria poderosa, de dispositivos que
ahorran fuerza de trabajo y automatización. Aquellos que dudan deberían
contemplar el más monumental logro en la historia de la automatización: el reloj
mecánico impulsado por peso, que apareció en dos formas a principios del siglo
XIV. No en destreza, pero sí en capacidad tecnológica básica, el Occidente latino
de fines de la Edad Media sobrepasó con creces a sus elaboradas, sofisticadas y
estéticamente magníficas culturas hermanas: la bizantina y la islámica. En
1444, Bessarion, un gran eclesiástico griego que había estado en Italia,
escribió una carta a un príncipe de Grecia. Estaba impresionado por la
superioridad occidental de los barcos, armas, textiles y vidrio. Pero, por
sobre todo, estaba atónito con el espectáculo de los molinos de agua aserrando
madera y bombeando los fuelles de los hornos de combustión. Claramente, no
había visto nada parecido en el Cercano Oriente. Hacia fines del siglo XV, la
superioridad tecnológica de Europa era tal, que sus pequeñas y mutuamente
hostiles naciones pudieron expandirse al resto del mundo conquistando,
saqueando y colonizando. El símbolo de esta superioridad tecnológica es el
hecho que Portugal, uno de los Estados más débiles de Occidente, fue capaz de
convertirse y mantenerse durante un siglo como
dueño de las Indias Orientales. Y debemos recordar que la tecnología de
Vasco de Gama y de Alburquerque12 fue construida sobre empirismo
puro, con muy poco aporte o inspiración de la ciencia.
Bajo la actual comprensión vernacular, se
supone que la ciencia moderna se habría iniciado en 1543, cuando Copérnico y
Vesalio desmerece sus logros, sin embargo, señalar que obras tales como la Fábrica
y el De revolutionibus no surgieron de la noche a la mañana. La tradición
característica de la ciencia occidental comenzó, de hecho, a fines del siglo XI
con la traducción masiva al latín de obras científicas escritas en árabe y
griego. Solo unos pocos libros notables –Teofrasto, por ejemplo– escaparon al
nuevo y ávido apetito de Occidente por la ciencia, pero en menos de 200 años,
el grueso de la ciencia musulmana y griega estaba efectivamente disponible en
latín, y era leída y criticada ávidamente en las nuevas universidades europeas.
De la crítica surgieron nuevas observaciones, especulaciones y aumento de la
desconfianza hacia las autoridades de la antigüedad. A fines del siglo XIII, Europa
había arrancado el liderazgo científico global de las vacilantes manos del
islam. Sería tan absurdo negar la profunda originalidad de Newton, Galileo o
Copérnico, como negar la de los científicos escolásticos del siglo XIV como
Buridan u Oresme, sobre cuyo trabajo construyeron aquellos. Antes del siglo XI,
apenas existía ciencia en el Occidente latino, incluso en los tiempos de los
romanos. A partir del siglo XI, el sector científico de la cultura occidental
ha ido aumentando en forma constante. Debido a que nuestros movimientos
científicos y tecnológicos comenzaron, adquirieron su carácter y lograron el
dominio mundial en la Edad Media, parece que no podremos comprender su
naturaleza o impacto actual sobre la ecología sin examinar los supuestos y los
desarrollos medievales fundamentales.
LA VISIÓN MEDIEVAL DEL HOMBRE Y DE LA NATURALEZA
Hasta hace poco, la agricultura ha sido la ocupación principal
incluso en sociedades “avanzadas”; por lo tanto, cualquier cambio en los
métodos de cultivo tiene gran
importancia. Los arados primitivos arrastrados por dos
bueyes por lo general no volteaban el suelo, sino que solo lo escarbaban. Por
esta razón se hacía necesaria la labor cruzada del arado y los campos tendían a
ser cuadrados. En los suelos más livianos y en los climas semiáridos del
Oriente Cercano y del Mediterráneo, esto funcionaba bien. Pero este arado no era
adecuado para los climas húmedos y suelos frecuentemente compactos del norte de
Europa. Hacia fines del siglo VII A.C., sin embargo, sin que se sepa cómo,
algunos campesinos del norte comenzaron a utilizar un tipo de arado
completamente nuevo equipado con una cuchilla vertical para cortar la línea del
surco, una rejilla horizontal para deslizar bajo la superficie del terrón, y una
vertedera para voltearlo. La fricción de este arado contra el suelo era tan
alta, que normalmente requería no de dos, sino de ocho bueyes. Agredía el suelo
con tal violencia que la aradura en cruz ya no era necesaria y los campos
tendieron a ser alargados. En los tiempos del arado primitivo, los campos
estaban por lo general distribuidos en unidades capaces de abastecer a una sola familia. La agricultura
de subsistencia se daba por supuesta. Pero ningún campesino poseía ocho bueyes:
para utilizar el arado nuevo y más eficiente, juntaron sus bueyes y formaron
grandes equipos para arar, recibiendo originalmente (al parecer) extensiones de
tierras proporcionales a su contribución. De esta manera, la distribución de la
tierra ya no estuvo basada en las necesidades de una familia, sino más bien en
la capacidad de una máquina para labrarla. La relación del hombre con la tierra
había cambiado profundamente. Antes, el hombre había sido parte de la
naturaleza; ahora era el explotador de la naturaleza. En ningún otro lugar del
mundo los agricultores desarrollaron una herramienta agrícola parecida. ¿Es
acaso una coincidencia que la tecnología moderna, con su insensibilidad hacia la
naturaleza, haya sido producida por los descendientes de estos campesinos del
norte de Europa? Esta misma actitud explotadora aparece un poco antes del 830
A.C., en los calendarios ilustrados de Occidente.
En calendarios más antiguos los meses aparecían como personificaciones
pasivas. Los nuevos calendarios de los francos, que establecieron el estilo de
la Edad Media, son
muy diferentes: muestran hombres forzando el mundo a
su alrededor –arando, cosechando, talando árboles, sacrificando cerdos–. El
hombre y la naturaleza son dos cosas, y el hombre es el amo. Estas innovaciones
parecen ser consistentes con procesos intelectuales de mayor alcance. Lo que
las personas hacen con su ecología depende de lo que piensan acerca de ellos
mismos en relación al mundo que los rodea. La ecología humana está
profundamente condicionada por las creencias acerca de nuestra naturaleza y
destino, es decir, por la religión. Para los occidentales esto es evidente en
la India o Ceilán. Esto es igualmente cierto para nosotros y nuestros ancestros
medievales. La victoria del cristianismo sobre el paganismo fue la mayor revolución
psíquica en la historia de nuestra cultura. Hoy se ha puesto de moda decir que,
para bien o para mal, vivimos en la “era postcristiana”. Ciertamente, las formas
de nuestro lenguaje y pensamiento han dejado de ser cristianas pero, a mi
parecer, la esencia permanece asombrosamente similar a aquella del pasado.
Nuestros hábitos cotidianos de acción,
por ejemplo, están dominados por una implícita fe en un progreso perpetuo, desconocido
tanto para la antigüedad grecorromana como para Oriente. Esto está arraigado en
la teleología judeocristiana y no puede separarse de ella. El hecho que los
comunistas lo compartan, deja en evidencia lo que puede ser demostrado en
muchas otras áreas: que el marxismo y el islamismo son herejías
judeocristianas. Hoy continuamos viviendo, como lo hemos hecho por 1.700 años,
en un contexto formado
en su mayor parte por axiomas cristianos. ¿Qué dijo el
cristianismo al pueblo acerca de sus relaciones con el ambiente? Aunque muchas
mitologías alrededor del mundo proveen historias de la creación, la mitología
grecorromana fue singularmente incoherente a este respecto. Lo mismo que
Aristóteles, los intelectuales del antiguo Occidente negaban que el mundo visible
tuviera un inicio. De hecho, la idea de un comienzo era imposible en la
estructura de su concepto cíclico del tiempo. En marcado contraste, el
cristianismo heredó del judaísmo no solo una concepción del tiempo no
repetitiva y lineal, sino también una notable historia de la creación. A través
de etapas graduales, un Dios amoroso y todopoderoso había creado la luz y la
oscuridad, los cuerpos celestes, la tierra y todas sus plantas, animales, aves
y peces. Finalmente, Dios creó a Adán y, después de una reflexión, a Eva para
evitar que el hombre estuviera solo. El hombre dio nombre a todos los animales,
estableciendo de este modo su dominio sobre ellos. Dios planeó todo esto, explícitamente
para beneficio y dominio del hombre bajo la regla: ningún elemento físico de la
creación tenía otro propósito, excepto el de servir aquellos del hombre. Y
aunque el cuerpo del hombre fuera creado de arcilla, él no es simplemente parte
de la naturaleza: fue creado a imagen y semejanza de Dios. El cristianismo es
la religión más antropocéntrica que el mundo ha conocido, especialmente en su
forma occidental. Ya en el siglo II, tanto Tertuliano como San Ireneo de Lyon
insistían que al concebir a Adán, Dios estaba presagiando la imagen del Cristo
encarnado, el Segundo Adán. El hombre comparte, en gran medida, la superioridad
de Dios sobre la naturaleza. El cristianismo, en contraste absoluto con el
paganismo antiguo y las religiones asiáticas (exceptuando, quizás, al
zoroastrismo), no solo estableció un dualismo entre el hombre y la naturaleza,
sino que también insistió en que era la voluntad de Dios que el hombre
explotara la naturaleza para su propio beneficio. A nivel de la gente común,
este concepto tuvo un interesante resultado. En la antigüedad, cada árbol, cada
vertiente, cada arroyo, cada montaña tenía su propio genius loci, su
espíritu guardián. Estos espíritus eran accesibles a los hombres, pero eran muy
diferentes de los hombres; centauros, faunos y sirenas muestran su
ambivalencia. Antes que alguien cortara un árbol, explotara una mina o dañara
un arroyo, era importante apaciguar al espíritu a cargo de aquella situación
particular y había que mantenerlo aplacado. Destruyendo el animismo pagano, el cristianismo
hizo posible la explotación de la naturaleza con total indiferencia hacia los
sentimientos de los objetos naturales. Con frecuencia se dice que la Iglesia
sustituyó el animismo por el culto a los santos. Es cierto, pero el culto a los
santos es funcionalmente bastante diferente del animismo. El santo no está en
los objetos naturales; puede tener santuarios especiales pero habita en el Cielo.
Además, un santo es completamente humano: puede ser abordado en términos
humanos. Junto con los santos, el cristianismo tuvo ángeles y demonios heredados
del judaísmo y quizás, en algún grado, del zoroastrismo14. Pero estos eran
tan móviles como los mismos santos. Los espíritus en los objetos naturales, quienes
en un principio habían protegido a la naturaleza de la acción del hombre, se
esfumaron. El monopolio efectivo del hombre sobre el espíritu en este mundo fue
confirmado y las antiguas inhibiciones para explotar la naturaleza
desaparecieron.
El cristianismo, en contraste absoluto
con el paganismo antiguo
y las religiones asiáticas
(exceptuando, quizás, al
zoroastrismo), no
solo estableció un dualismo entre
el hombre y la naturaleza, sino
que también insistió en que era
la voluntad de Dios que el hombre
explotara la naturaleza para su propio
beneficio.
|
Cuando se habla en términos absolutos, es necesaria una
nota de cautela. El cristianismo es una fe compleja, y sus consecuencias
difieren en diferentes contextos. Lo que he dicho podría ser bien aplicado al
Occidente medieval donde, de hecho, la tecnología hizo avances espectaculares. Pero Grecia oriental,
un reino muy civilizado con igual devoción cristiana, parece no haber producido
ninguna innovación tecnológica significativa después de fines del siglo VII,
cuando se inventó el fuego griego15. La clave para este contraste
podría hallarse en una diferencia en el matiz de devoción y pensamiento que los
estudiosos de teología comparativa encuentran entre las iglesias griega y
latina. Los griegos creían que el pecado era una ceguera intelectual y que la
salvación estaba en la iluminación, en la ortodoxia, es decir, en el
pensamiento claro. Los latinos, por otra parte, sentían que el pecado era un
mal moral, y que la salvación estaba en una conducta recta. La teología
oriental ha sido intelectualista. La teología occidental ha sido voluntarista.
El santo griego contempla; el santo occidental actúa. Las implicaciones que
tiene el cristianismo para la conquista de la naturaleza surgirían más
fácilmente en la atmósfera occidental. El dogma cristiano de la creación, que
se encuentra en la primera oración de todos los credos, tiene otro significado para
nuestra comprensión de la crisis ecológica actual. A través de una revelación,
Dios había entregado al hombre la Biblia, el libro de las Sagradas Escrituras.
Pero como Dios había creado la naturaleza, esta también debía revelar la
mentalidad divina. El estudio religioso de la naturaleza para la mejor
comprensión de Dios era conocido como teología natural. En la Iglesia de la antigüedad,
y por siempre en la del Oriente griego, la naturaleza estaba concebida
fundamentalmente como un sistema simbólico a través del cual Dios le habla a
los hombres: la hormiga es un ejemplo
para los holgazanes; las llamas que se elevan son el símbolo de la aspiración del
alma. Esta visión de la naturaleza era esencialmente artística más que
científica. Aunque Bizancio preservó y copió gran cantidad de antiguos textos
científicos griegos, la ciencia tal como la concebimos hoy, habría florecido
con dificultad en tal ambiente. Sin embargo, a comienzos del siglo XIII en
Occidente latino la teología natural seguía una tendencia muy diferente. Estaba
dejando de ser la decodificación de los símbolos físicos de la comunicación de
Dios con el hombre, y comenzaba a ser el esfuerzo por comprender la mentalidad
de Dios a través del descubrimiento de cómo obra su creación. El arco iris ya
no era más un simple símbolo de esperanza enviado primeramente a Noé después
del Diluvio: Robert Grosseteste, Fray Roger Bacon y Teodoro de Freiberg,
produjeron una obra brillante y sofisticada sobre la óptica del arco iris, pero
lo hicieron como una aventura en el pensamiento religioso.
Desde el siglo XIII en adelante, incluyendo a Leibnitz
y Newton, cada gran científico, en
efecto, explicaba sus motivaciones en términos
religiosos. De hecho, si Galileo no hubiera sido un teólogo aficionado tan
experto, podría haberse ahorrado muchos problemas: los profesionales
resintieron su intrusión. Y Newton parece haberse considerado a sí mismo más un
teólogo que un científico. No fue sino hasta fines del siglo XVIII que la
hipótesis de
Dios llegó a ser innecesaria para muchos científicos. Cuando
los hombres explican por qué hacen lo que quieren hacer, es frecuentemente
difícil para el historiador juzgar si están ofreciendo razones reales o solo razones
culturalmente aceptables. La consistencia con que los científicos, durante los
largos siglos de formación de la ciencia occidental, dijeron que la tarea y la
recompensa del científico era “continuar los pensamientos de Dios”, nos induce
a creer que fue esta su motivación real. Si es así, entonces la ciencia
occidental moderna fue forjada en una matriz de teología cristiana. El
dinamismo de la devoción religiosa, moldeada por el dogma judeocristiano de la
creación, le dio el impulso.
UNA VISIÓN CRISTIANA ALTERNATIVA
Podríamos parecer que nos hemos encaminado hacia conclusiones
irritantes para muchos cristianos. Debido a que tanto la ciencia como la
tecnología son palabras benditas en nuestro vocabulario contemporáneo, algunos
pueden estar felices con las nociones que,
El
mayor revolucionario espiritual
de
la historia de Occidente, San
Francisco,
propuso lo que a su juicio
era
una visión cristiana alternativa
de
la naturaleza y su relación con el
hombre:
intentó sustituir la idea de
la
autoridad humana sin límites sobre
la
creación por la idea de la igualdad
entre
todas las criaturas, incluyendo
el
hombre.
|
primero, desde una perspectiva histórica la ciencia
moderna es una extrapolación de la teología natural y, segundo, que la
tecnología moderna puede ser explicada, al menos en parte, como una expresión
del dogma cristiano occidental
voluntarista acerca de la trascendencia del hombre sobre la naturaleza y de su
legítimo dominio sobre ella. Pero, como reconocemos actualmente, hace algo más
de un siglo la ciencia y la tecnología –hasta ese momento actividades bastante
separadas– se unieron para darle a la humanidad poderes que están fuera de control,
a juzgar por muchos de sus efectos ecológicos. Si es así, el cristianismo
conlleva una inmensa carga de culpa. Personalmente dudo que el desastroso
impacto ecológico pueda evitarse simplemente aplicando más ciencia y más
tecnología a nuestros problemas. Nuestra ciencia y nuestra tecnología han
nacido de la actitud cristiana respecto a la relación del hombre con la
naturaleza, que es casi universalmente sostenida no solo por cristianos y
neocristianos, sino también por quienes se consideran a sí mismos
postcristianos. A pesar de Copérnico, todo el cosmos gira alrededor de nuestro
pequeño planeta. A pesar de Darwin, nosotros no somos en nuestros corazones, parte
del proceso natural. Somos superiores a la naturaleza, la despreciamos y
estamos dispuestos a utilizarla para nuestros más mínimos caprichos. El
recientemente electo gobernador de California, creyente como yo pero menos
preocupado que yo, dio prueba de la tradición cristiana cuando dijo (según se
afirma) “cuando has visto un pino gigante de California, los has visto todos”.
Para un cristiano, un árbol no puede representar más que un hecho físico. El
concepto de bosque sagrado es completamente extraño para el cristianismo y para
el ethos de Occidente. Por casi dos milenios los misioneros cristianos
han estado cortando bosques sagrados que consideraban objetos de idolatría porque
suponen un espíritu en la naturaleza. Lo que hagamos por la ecología depende de
nuestras ideas acerca de la relación hombre-naturaleza. Más ciencia y más
tecnología no nos librarán de la actual crisis
ecológica hasta que encontremos una nueva religión o repensamos nuestra
religión antigua. Los beatniks16, los revolucionarios de nuestro
tiempo, muestran una resonancia instintiva en su afinidad al budismo zen, que concibe
la relación hombre-naturaleza como una imagen casi especular de la visión
cristiana. El zen, sin embargo, está tan profundamente condicionado por la
historia asiática como lo está el cristianismo por la experiencia de Occidente,
y dudo de su viabilidad entre nosotros. Posiblemente, deberíamos reflexionar
sobre el más grande de los radicales de la historia cristiana después de
Cristo: San Francisco de Asís17. El mayor milagro de San
Francisco es que no terminó en la estaca, como muchos de sus seguidores
izquierdistas. Francisco fue tan claramente herético que un general de la Orden
Franciscana, San Buenaventura, un gran cristiano y además muy sensible, trató
de suprimir los primeros registros del franciscanismo. La clave para una
comprensión de Francisco es su fe en la virtud de la humildad, no solamente para
el individuo, sino para el ser humano como especie. Francisco intentó deponer
al hombre de su monarquía sobre la creación y fundar una democracia entre todas
las criaturas de Dios. Con él, la hormiga deja de ser solo una homilía para los
holgazanes, las llamas de ser solo un signo de la aspiración del alma hacia la unión
con Dios; ahora ellos son la Hermana Hormiga y el Hermano Fuego alabando al
Creador a su manera, así como el Hermano Hombre lo hace en la suya. Cronistas
posteriores han dicho que Francisco predicaba a las aves como una censura para
los hombres que no querían escucharlo. Las crónicas no señalan eso: estimulaba
a las pequeñas aves a alabar a Dios, y en un éxtasis espiritual batían sus alas
y cantaban con regocijo. Las leyendas de santos, especialmente de los santos
irlandeses, han narrado desde hace mucho su relación con animales pero siempre,
creo, para mostrar la dominación del hombre sobre el resto de las criaturas. Con
Francisco es diferente. Un feroz lobo causaba estragos en las tierras aledañas
a la región de Gubbio en los Apeninos. San Francisco, dice la leyenda, habló
con el lobo y lo convenció sobre el error que cometía. El lobo, arrepentido, murió en olor a santidad y fue sepultado en suelo
consagrado. Lo que Sir Steven Ruciman denomina “la doctrina Franciscana del
alma animal” fue rápidamente estigmatizada. Muy posiblemente estaba inspirada,
en parte, consciente o inconscientemente, por la creencia en la reencarnación
sustentada por los herejes cátaros que en ese tiempo proliferaban en Italia y
el sur de Francia, y quienes presumiblemente la importaron de la India18.
Es significativo que en ese mismo momento, cerca del 1200, se detecten trazas
de metempsicosis19 en el judaísmo occidental, en la cabbala
provenzal20. Pero Francisco no sustentaba ni la transmigración
del alma ni el panteísmo21. Su visión de la naturaleza y el
hombre descansaba sobre una única clase de panpsiquismo de todas las cosas
animadas e inanimadas, destinadas para glorificación de su trascendente
Creador, quien en un supremo gesto de humildad cósmica, se hizo carne, yació
desvalido en un pesebre y fue crucificado hasta la muerte. No estoy sugiriendo
que muchos americanos contemporáneos, preocupados por nuestra crisis ecológica,
están o estarían dispuestos a aconsejar a los lobos o a exhortar a las aves.
Sin embargo, la actual y creciente perturbación del ambiente global es el
producto de una tecnología y una ciencia dinámicas, originadas en el mundo
medieval de Occidente, al que San Francisco se rebeló de forma tan original. Su
desarrollo no puede comprenderse históricamente sin considerar una historia de
actitudes hacia la naturaleza, claras y profundamente arraigadas en el dogma
cristiano. El hecho que la mayoría de la gente no crea que estas actitudes sean
cristianas, es irrelevante. Nuestra sociedad no ha aceptado ningún nuevo
sistema de valores para desplazar aquellos del cristianismo. Por lo tanto,
continuaremos agravando la crisis ecológica hasta que rechacemos el axioma
cristiano que la naturaleza no tiene otra razón de ser que la de servir al
hombre. El mayor revolucionario espiritual de la historia de Occidente, San
Francisco, propuso lo que a su juicio era una visión cristiana alternativa de
la naturaleza y su relación con el hombre: intentó sustituir la idea de la autoridad
humana sin límites sobre la creación por la idea de la igualdad entre todas las
criaturas, incluyendo el hombre. Francisco fracasó. Tanto nuestra ciencia como nuestra
tecnología actuales están tan penetradas por la arrogancia cristiana ortodoxa
hacia la naturaleza, que no puede esperarse que ellas puedan solucionar nuestra
crisis ecológica. Debido a que la raíz de nuestro conflicto es tan
profundamente religiosa, el remedio debe también ser esencialmente religioso, llamémoslo
así o no. Debemos repensar y resentir nuestra naturaleza y nuestro destino. El
sentido profundamente religioso pero herético de los primeros franciscanos por
la autonomía espiritual de todos los componentes de la naturaleza, puede
indicarnos una dirección. Propongo a Francisco como el santo patrono de los
ecólogos.
* Este artículo fue originalmente publicado con el
título The Historical Roots of Our Ecological Crisis publicado en Science
155:1203-1207 (1967). Esta traducción fue preparada por José Tomás Ibarra,
Francisca Massardo y Ricardo Rozzi. ** Lynn White (1907-1987) fue profesor de
historia medieval reconocido internacionalmente. Enseñó en las universidades de
Princeton, Stanford y California. Fundó el Center for Medieval and Renaissance Studies
en la UCLA.
Nota de la edición de esta publicación
(a) El texto incluye tres extractos del mismo ensayo editados por
la fuente original y de acuerdo a la
diagramación que hizo la revista de la publicación. Nosotros las hemos
conservado en el orden en que estaban porque ayudan a la compresión del texto.
Están en recuadros, negrillas y al centro y en un tipo de letra mayor. El Resumen y el Abstract también corresponden a la fuente original. Mientras que
las notas bibliográficas son de los traductores. ( fuente original en español). Y salvo, la foto del
encabezado que es la del texto original,
el otro par son selecciones de este blog. El ensayo fue originalmente escrito
en ingles y publicado por la revista Science, Vol 155 (nº 3767), 10 de marzo de 1967, pp. 1203–1207. Pero fue precedido
en una famosa
conferencia de la American Association for the Advancement of
Science, (AAAS) en Washington del 26 de diciembre de 1966, titulada,
"The Historical Roots of Our Ecologic Crisis". (Nota de Plaza de las palabras)
NOTAS EXPLICATIVAS SOBRE EL ENSAYO DE LOS TRADUCTORES
1 N. del T. Aldous Huxley (1894-1963). Novelista y
ensayista inglés radicado en Estados Unidos desde 1937. Con profunda influencia
sobre el pensamiento anarquista, criticó la sociedad contemporánea,
particularmente los peligros de la unión del poder y la ciencia.
2 N. del T. White se refiere a las Guerras Púnicas
entre los cartagineses, ciudadanos de Cártago, y los romanos (264-149 A.C). Los
cruzados son aquellos que participaron en Las Cruzadas, como se llamó a las
campañas militares entre los siglos XII y XIII contra los musulmanes con el
objeto de recuperar Tierra Santa.
3 N. del T. El bocage se refiere al paisaje cultural
francés de praderas circundadas por cercas altas.
4 N. del T. Marc Bloch (1886-1934), historiador
judío-francés conocido por su innovador trabajo en historia social y económica,
especialista en el período medieval y fundador de la Ecole de los Annales. Tuvo
gran influencia en el pensamiento francés el siglo XX, no sólo por su obra sino
también por su vida ejemplar, comprometida con las causas sociales. Cuando los
Nazis ocuparon Francia en 1943 se unió a la Resistencia y fue uno de sus
líderes hasta que en 1944 fue capturado, torturado y asesinado por la Gestapo.
5 N. del T. Los frisios habitaban los Países Bajos
antes de la llegada de los romanos (600 A.C.). Después de la conquista, se
asentaron a lo largo de la costa donde desarrollaron agricultura en terrenos
pantanosos que drenaron y cultivaron y ya en el siglo XII esta zona se conocía
como Holanda. El antiguo Mar de Zuider, hoy llamado lago Ijssel, es en gran
parte un área reclamada al mar para agricultura
y urbanismo.
6 N. del T. Relativo a Francis Bacon, filósofo inglés
(1561-1626), contribuyó a la formulación del método científico (especialmente
el método inductivo basado en la ciencia empírica), y abogó por una sociedad
organizada en base a criterios científicos, donde la ciencia debe a ayudar al
hombre a dominar la naturaleza.
7 N. del T. El término Ökologie, del griego oikos
(casa) y logos (ciencia), fue acuñado en 1866 por Ernst Haeckel (1834-1919) en
su trabajo Morfología General del Organismo. White se refiere a que en 1873
este libro fue traducido al inglés donde se ocupó la palabra “ecology” por
primera vez.
8 N. d.el T. El carbón ligero (soft coal) se refiere a
la turba seca utilizada como combustible.
9 N. del T. Anne Hathaway (1556-1623),actriz inglesa
casada con William Shakespeare, que habría pasado su infancia en una casa que
es hoy museo, por su arquitectura de belleza típicamente inglesa. Con la
referencia a esta casa, White alude a un modelo estético occidental.
10 N. del T. Kleenex es una marca registrada de
toallas faciales y papel higiénico.
11 N. del T. Abu Bakr Muhammad ibn Zakariya’ al-Razi
(865-925 D.C.), médico, músico, filósofo y alquimista nacido en Rayy (Irán),
cuya principal obra Comprehensive Book on Medicine fue traducida al latín en
1279, donde se describieron por primera vez enfermedades como la viruela,
diabetes, sarampión, su diagnosis y tratamiento. Ab- ‘Al- al-Ha-an ibn al-Ha-an
ibn al-Haytham (965-1040?) fue uno de los físicos más importantes de la Edad
Media, además de metemático y astrónomo, nacido en Basra (Iraq) y considerado
el padre de la óptica por sus trabajos y experimentos con lentes, espejos,
refracción y reflexión. Omar Khayyam (1040-1121?) fue matemático, astrónomo, filósofo, médico y
poeta nacido en Nishapur (Irán). Reformó el calendario musulmán, cultivó el
Derecho y las Ciencias Naturales y escribió más de ocho obras fundamentales
para la ciencia. Aunque White se refiere a su importancia en las matemáticas,
Omar Khayyam se destacó también en el plano literario por sus famosas
“Rubaiyat”, que son una alabanza al brindis, estrofas que celebran el vino y el
goce del instante frente a la finitud de la vida.
12 N. del T. Vasco de Gama (1469-1524), navegante y
explorador portugués que abrió rutas comerciales entre Portugal y la India. Alfonso
de Alburquerque (1453-1515), soldado y navegante portugués, nombrado virrey de
la India en 1509, y más tarde expandió el control portugués sobre el Índico,
entre el golfo Pérsico y el litoral de Malaca. Tanto de Gama como de
Alburquerque pertenecían a la pequeña nobleza conquistadora deseosa de nuevas
posesiones y riqueza y que fortaleció la dominación portuguesa en Africa y
Asia.
13 N. del T. Se refiere a la obra maestra De
Revoliutonibus Orbium Coelestium (Sobre las Revoluciones de las Esferas
Celestes) de Nicolás Copérnico (1473-1543) escrita a lo largo de unos
veinticinco años de trabajo y publicada póstumamente en 1543; y a De Humani Corporis
Fabrica (Sobre la Estructura del Cuerpo Humano) de Andrés Vesalio (1514-1564).
14 N. del T. El zoroastrismo (o mazdeísmo) es la
religión y filosofía basada en las enseñanzas de Zoroastro (el profeta
Zaratustra) que reconoce a Ahura Mazda como el único Creador increado de todo
(Dios). Esta religión se practicaba entre los años 2000 y 1000 A.C. por las
tribus iranias del Turquestán en Asia Central. El zoroastrismo tuvo su apogeo
aproximadamente el 500 A.C. y dejó sus huellas sobre tres grandes religiones:
el judaísmo y el cristianismo y a través de ellos, el islam. Ejemplos de ello
son la angelogía (ángeles y arcángeles), demonología y escatología, la identificación
del mal con la oscuridad y de Dios con la luz.
15 N. del T. También llamado fuego líquido, era una
mezcla combustible de composición desconocida capaz de arder en el mar y
utilizada como arma naval.
16 N. del T. El término Generación Beat surgió en
Estados Unidos en 1948 a partir de una conversación entre el novelista Jack
Kerouac (1922-1969, On the Road) y el escritor y poeta John Holmes (1926-1988,
The Horn; Go). Kerouac dijo: This is a really beat generation. El adjetivo beat
tenía la connotación de cansado y bohemio asignada por el escritor Herbert
Huncke, y pionero del movimiento homosexual estadounidense. Kerouac agregó las
connotaciones de upbeat, beatítico y la asociación musical de estar “on the
beat”. Sus ideales se enfocan hacia la liberación espiritual. Entre los
fundadores está además el poeta Allen Ginsberg que en su poema Howl lanza una aguda
crítica al materialismo y conformismo de la sociedad estadounidense.
17 N. del T. San Francisco de Asís (1182-1226),
religioso italiano fundador de la Orden Franciscana que opta por la vía
austera, de solidaridad y desapego a la propiedad material como modo de
acercamiento a Dios. Fue canonizado en 1228 y su culto se extendió rápidamente a
toda la cristiandad, formando la orden más numerosa.
18 N. del T. Los cátaros (del griego kazaros = puros)
seguían la doctrina del catarismo, movimiento religioso que nació en Europa
oriental y tuvo gran influencia en Europa occidental, especialmente en el sur
de Francia, oeste de Italia y norte de España a mediados del siglo X. Los cátaros creían que el universo estaba
compuesto por dos mundos en conflicto: el espiritual creado por Dios y el
material forjado por Satán. Según los cátaros el Reino de Dios no es de este
mundo, y el mundo material, el mal, las guerras, las iglesias mundanas y papas eran
obra de la mano de Satanás, ya que Dios es el amor y bondad perfectos y no
puede hacer ningún mal. De esta forma criticaron la corrupción y la opulencia
de la Iglesia Católica por lo cual fueron considerados heréticos y perseguidos
hasta su total exterminio en el siglo XIII, principalmente gracias a la
violenta represión de la Inquisición.
19 N. del T. La metempsicosis es un término griego que
se refiere a la creencia en la transmigración del alma (reencarnación posterior
a la muerte), es decir, al traspaso de la consciencia a otro cuerpo físico.
20 N. del T. La cabbala provenzal se refiere a la
Cabalá (Quabbalah) que apareció a fines del siglo XII en la Provenza y Cataluña
a través de las comunidades judías de la zona, aunque de origen remoto (siglo I
o anterior). La palabra cabbala implica el acto de recibir la tradición oral o
escrita que pasa de una generación a otra pero no revela nada místico o
esotérico, no obstante, es una enseñanza secreta del misticismo hebreo de
origen desconocido.
21 N. del T. El panteísmo (del griego: pan = todo y
theos = Dios, literalmente “Dios es todo” y “todo es Dios”) es una doctrina
filosófica según la cual el Universo, la naturaleza y Dios son equivalentes o
que la ley natural, la existencia y el universo (la suma de todo lo que fue, es
y será) están representados o personificados con el principio teológico de
“Dios”.
CREDITOS
Fuente original en español
Raíces históricas de nuestra crisis ecológica /
EDICIÓN ESPECIAL ÉTICA AMBIENTAL
Revista
Ambiente y Desarrollo 23 (1): 78 - 86, Santiago de Chile, 2007
Ilustraciones
Foto de Lynn White, en la fuente original del
ensayo.
Río y bosque, del artista
indígena Fabián Moreno. Palabras vivas. La naturaleza y el hombre.
Selva con animales, Google
Imagen