Orbis & Urbis. Manual para observar al humano en la ciudad por Marcus Hurst.





Plaza de las palabras, inicia su nueva sección  Orbis & Urbis, dedicada al espacio y los espacios : el movimiento de lo urbano, la escultura de la fotografía, los modos y modas de lo humano, la arquitectura de la mirada, el diseño literario, la sociología de las calles,  la filosofía de los parques,  el lenguaje de los callejones, la lectura de los signos, los rascacielos de la de la música .  Con el articulo  Manual para observar al humano en la ciudad, por Marcus Hurst. Sección espacio que no están lejano a la observación literaria. Solo pensemos en Charles Baudelaire y Walter Benjamin como típicos flaneur o en ese otro rasgo agregado de voyeur o diletante.  Es en la ciudad donde el hombre se enfrenta con lo cotidiano, y es en la ciudad donde el hombre sale libertador o cautivo. Al decir de K. Kocis la ciudad es sinónimo de acontecimiento.  La observación aguda, el detalle al paso, la imaginación urbana. Contribuyen para una arquitectura de la imaginación o lo que Kocis llamaba la arquitectónica.  La ciudad moderna que viene desde la polis griega, pasa por  el enclave medieval y tiene su explosión en las ciudades de principios del siglo XX. Es en ella donde se integra  y se rebela la naturaleza humana.

Todas las vanguardias de inicios del siglo XX, fueron netamente urbanas. Charles Dickens retrato Londres, James Joyce se posesiono de Dublín como modelo para sus cuentos Dublineses, y su novela Ulises. Herman Hesse nos describe aquella leyenda urbana del Lobo estepario, Ítalo Calvino hizo una imaginería de las ciudades invisibles. El filosofo Karel Kocis, hizo una magnifica semblanza de la ciudad moderna con su ensayo La ciudad y lo poético. Julio Cortázar tiene un par de cuentos que abordan el fenómeno urbano desde lo peculiar, en su cuento Manuscrito hallado en una  botella, en que el personaje especie de voyeur que persigue visualmente a las mujeres. O su otro cuento Texto en una libreta, acerca del  flujo de personas que entran y salen en  sub en Buenos Aires. El también argentino, Sergio  Chejfec, en su cuento o texto, El testigo, narra un hipotética reconstrucción de las calles de Buenos aires, con una diferencia de 6 décadas. Imaginería que lo lleva a utilizar la guía telefónica para seguir la pista de nombres de personas y calles. El espacio urbano como reflexión de lo humano pero también de la mano con la ficción. Por que al fin y al cabo la gran metáfora del siglo XXI, es la ciudad. Ciudad moderna y tecnológica, que aspira no solo a convertirse en naturaleza, sino integrar el paisaje natural en el paisaje humano.    

Marcus Hurst en este artículo hace una reseña del libro How to Study Public Life del urbanista Jan Gehl, hace un recorrido moderno y genérico  por la ciudad del siglo XXI. Señala el autor, “Trackear: Para observar el movimiento de ciudadanos en zonas amplias se puede optar por seguir a un sujeto de forma discreta sin que se dé cuenta, y podemos pensar en aquel personaje de Poe, Un hombre dela multitud. Pero  advierte que “debe ser lo más neutral posible, actuar como el que mira desde el banquillo, un ente invisible que tiene que mantener una perspectiva global. Cualquiera que decida examinar a las personas a desenvolverse por una ciudad rápidamente se dará cuenta de que hay que ser metódico para conseguir información útil en la compleja y confusa vida del espacio público”. Para él, citando a Gehl, todo descansa en “en el arte de la observación.” Un arte que al paso del tiempo se ha perdido, se  ha diluido, ante la multiplicación de ruido y la avalancha de imágenes. Y ese torrente de información que costruye el hombre virtual. Pero también de la fascinación y lo ilusorio. Polaridad que se tensa entre el homo faber y el homo ludens. Pero que también presenta otros tipos de hibridaciones  el homo orbis  planetario y el homo urbis agazapado. Si Beuman habla de la sociedad liquida y Milan Kundera de la levedad del ser. No tendremos también un homo fugit.
  

Manual para observar al humano en la ciudad

¿Por qué importa estudiar el comportamiento del humano en la ciudad? El urbanista Jan Gehl responde a esta pregunta en su libro Studying Public Life

POR MARCUS HURST



Cuando Jan Gehl observa a los humanos se parece a un naturalista perdido en la sabana africana. El urbanista danés ha dedicado su vida profesional a estudiar al Homo Sapien en el hábitat urbano. Una disciplina tan poco analizada que, según dice, “sabemos más sobre la creación de entornos saludables para los osos panda que para el ser humano”.

En su libro, How to Study Public Life, escrito junto a Birgitte Svarre, Gehl comparte algunos de los métodos que utiliza para estudiar y examinar a los seres humanos en entornos urbanos.

El acechador del espacio público “debe ser lo más neutral posible, actuar como el que mira desde el banquillo, un ente invisible que tiene que mantener una perspectiva global. Cualquiera que decida examinar a las personas a desenvolverse por una ciudad rápidamente se dará cuenta de que hay que ser metódico para conseguir información útil en la compleja y confusa vida del espacio público”.


Hacerlo está al alcance de cualquiera pero es posible entrenar el ojo “en el arte de la observación”, dice Gehl en el libro.
El papel y el lápiz son las herramientas más importantes para iniciarse en esta actividad. Sirven para anotar observaciones puntuales o medir el número de peatones en una determinada zona. “Todo se puede contar. El número de personas que pasan por un sitio, sus géneros, si sonríen o no, si caminan solos o en grupo, cuántos son activos, cuántas personas hablan por el móvil. Pronto te das cuenta de que la vida de una ciudad se mueve en ritmos de forma similar a un pulmón”.

8 HERRAMIENTAS BÁSICAS PARA ESTUDIAR EL ESPACIO PÚBLICO

Para hacer un análisis adecuado de la calle, el arquitecto de 77 años considera los siguientes instrumentos como imprescindibles.
Mapear: ofrece una manera de representar los datos recogidos en una zona determinada.



La interacción social trazada según la cantidad de tráfico de cada una. Fuente: ¿El tráfico mata la vida en las calles?
Trazar: los movimientos de las personas pueden ser trazados en la zona que se está estudiando. Proporciona información básica sobre patrones y movimientos en un espacio determinado.
Trackear: Para observar el movimiento de ciudadanos en zonas amplias se puede optar por seguir a un sujeto de forma discreta sin que se dé cuenta o acordar de antemano con alguien para hacerlo. Es posible que lleven un GPS encima para facilitar la recopilación de los datos. Otra opción es observar desde una ventana en alto.
Buscar rastros: La actividad humana normalmente deja restos como basura en la calle, suciedad, marcas sobre el césped que contienen información sobre la vida en la ciudad. “Unas huellas en la nieve pueden proporcionar pistas sobre las rutas que toma la gente en una plaza con césped. Si hay mesas o sillas en la calle puede significar que los residentes se sienten los suficientemente cómodos para trasladar su salón a la calle”.
Fotografiar: Una parte esencial del estudio de la vida en el espacio público consiste en documentar las situaciones donde la vida urbana interactúa. “Es una forma de humanizar los datos. Se pone el énfasis en las interacciones y las situaciones que se producen en la calle”. Aquí Gehl recomienda el uso de vídeosTime-Lapse.
Mantener un diario: Sirve para registrar detalles y matices sobre la interacción entre la vida en la calle y el espacio público. Se usa para anotar observaciones en tiempo real y las distintas actividades que realizan.



 Paseos piloto: “Realizar un paseo mientras se observa la vida que se desarrolla en ella puede ser algo rutinario, pero el objetivo es que el observador sea capaz de notar problemas y detalles que se puedan mejorar”, dice Gehl. En algunos paseos piloto realizados en Sydney, el arquitecto encontró que en las rutas peor diseñadas, el peatón pasaba 52% de su tiempo de viaje esperando en semáforos para llegar de un lugar a otro.

“La tecnología tiene un papel muy importante y lo tendrá más en el futuro. Pero la observación personal y humana sigue siendo importantísima”, defiende el danés.

 ¿Y ESTO PARA QUÉ SIRVE?
“¿Cómo vas a saber dónde situar los distintos servicios en una plaza sin observar como el humano actúa en ella?”, señala Gehl. La calle está llena de pistas para crear ciudades más amables.
Un parque con una presencia alta de mujeres suele indicar que es un lugar seguro. “Si se encuentra una bajada reiterada de su presencia significa que la sensación de seguridad está bajando”. Gehl se basa en investigaciones como la que realizó en Bryant Park (Nueva York), donde encontró que el equilibrio óptimo era un 52% mujeres versus 48% hombres entre la 1 y las 6 de la tarde.
Esto no es todo. “La velocidad en la que camina un individuo cuando pasa por un lugar determinado y el tiempo que se para en sus rincones puede proveer de información sobre la calidad de ese espacio”.




En un estudio realizado por Gehl en la calle Stroget en Copenhague, en enero de 1968, el arquitecto encontró que las personas cubrían de media 100 metros en 62 segundos con una temperatura de -8 grados. Las personas que más rápido cubrían el trayecto lo lograban en 48 segundos, equivalente a una velocidad de 6 kilómetros por hora.

Cuando realizó este mismo estudio en 1968 a finales de julio y con 20 grados de temperatura, encontró que las personas tardaban una media de 85 segundos para cubrir esos mismos 100 metros a pie. “Con un flujo casi igual en ambos días la sensación de densidad era mucho más alta en el día caluroso”.

“Las personas caminan más rápido durante la mañana y la tarde. Se lo toman con más calma a mediodía. Como era de esperar se mueven más rápido entre semana que los fines de semana”.

Estudiar estos factores es importante para determinar la distancia que un ciudadano está dispuesto a caminar para usar el transporte público, por ejemplo. “No es necesario hacer una renovación muy cara para invitar a la gente a quedarse más tiempo. Aun así, si deciden hacerlo, una invitación o un estímulo puede influir en la percepción de si es un lugar dinámico donde merece quedarse”.

¿CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ?
Esto que parece tan obvio es algo que muchos planificadores urbanos dejaron de hacer a partir de los años 60. Las maquetas y los planes maestros empezaron a dictar las decisiones en los ayuntamientos. El contacto con la calle y sus palpitaciones se marginó y se olvidaron de lo más importante, el factor humano a pie de calle.

Al mismo tiempo, por primera vez el ciudadano occidental empezaba a gozar de más tiempo libre. La semana de trabajo se acortó y se incrementaron los días de vacaciones. Hasta entonces, gran parte del tiempo estaba dedicado al uso del espacio público para fines productivos como ir a trabajar o desarrollar una actividad comercial con excepción de los fines de semana. Ahora la calle empezaba a ser un lugar para caminar sin rumbo. Un lugar para pasear, sentarse en un banco y leer el periódico o simplemente observar a las personas que pasaban por allí.

Sin embargo, muchos ciudadanos se encontraron con la construcción de nuevos barrios que ignoraban completamente la posibilidad de crear ciudades adecuadas para este cambio de hábitos.

“La planificación urbana moderna no prestaba atención a la interconexión, el espacio entre edificios. Se impuso el principio Radburn, que dictaba que se tenían que crear espacios segregados para el peatón y los coches. Era preferible que los vehículos motorizados circulasen por zonas donde no había ni siquiera aceras. Los peatones, en cambio, tendrían espacios delimitados, centros ajardinados para caminar separados. El problema con esta teoría, que tenía bastante sentido en abstracto, es que en la práctica no prestaba atención a las interconexiones, al espacio entre los edificios”.



Propuesta de Gehl Architects para peatonalizar la calle aledaña al río Moscova en Moscú
La separación acabó creando una segregación entre actividades. Lugares de trabajo que se quedan desiertos por la noche, barrios dormitorios y zonas muy específicas para hacer la compra. Los barrios acabaron desconectados entre sí.
Esta ideología en su encarnación más extrema proponía construir un autopista por el centro de Greenwich Village y (parte de Central Park), un barrio degradado y artístico que a pesar de todo tenía una vida social única en la ciudad. El activismo de Jane Jacobs, una periodista residente en la zona reconvertida en urbanista, logró paralizar este despropósito impulsado por el temible Robert Moses.
“Para Jacobs, un buen espacio era una conjunción de factores sociales, económicos, físicos y de diseño. Ella objetaba a las soluciones que se aplicaban por igual en todas partes. Cada lugar tenía sus particularidades y había que salir al a calle para estudiarlas”.
Las experiencias de Jacobs inspiraron a Gehl para empezar a mirar a las ciudades desde otra perspectiva en los años 60. Pero no fue lo único que cambió su manera de ver la arquitectura. Su mujer Ingrid Gehl, era psicóloga y le llamó la atención lo poco que su marido tenía en cuenta las personas cuando empezó su carrera en esta disciplina.
Gehl ha conseguido junto a otros arquitectos empezar a recuperar la ciudad para los peatones. Fue el artífice de la peatonalización en Times Square, es una de las piezas claves en el desarrollo ciclista de Copenhague y ha trabajado en proyectos en Melbourne, Londres, Chongqing, México DF y Sao Paulo.



Implantación de espacios peatonales en Broadway (Gehl Architects) Fuente: Plataforma Urbana
“Casi todas las ciudades tienen departamentos de tráfico con datos precisos sobre cuántos coches circulan por las grande arterias mientras que es casi inaudito encontrar departamentos que midan el movimiento de los peatones y el desarrollo de la vida en la vía pública”.
Algo tan básico como contar el flujo peatonal en determinadas zonas puede ayudar a tomar mejores decisiones en la ordenación de ciudades. Estos datos tienen que ser recopilados a lo largo de mucho tiempo para poder compararlos. “Un dato por sí solo no vale para nada”, reclaman Svarre y Gehl en su libro.
Tampoco hay que dejarse llevar solo por números crudos, argumenta el danés. “Un conocimiento básico permite acomodar las necesidades de mujeres, niños, ancianos y discapacitados, grupos que frecuentemente no son tenidos en cuenta”.
Como modelo está Copenhague, que cada 10 años realiza una auditoría de la vida en el espacio público. Cuando pensamos en esta ciudad danesa, una de las primeras cosas que suelen venir a la cabeza es sus políticas pioneras a favor de la bici y los peatones pero no siempre fue así.
“Cuando se peatonalizó la calle Stroget por primera vez en 1962 hubo una oposición importante que dijo que eso no funcionaría nunca. Decían que esto no encajaba con el estilo de vida escandinavo y era más propio de Italia”, observó Gehl en una entrevista con Yorokobu en 2010. Con consenso político y políticas sensatas se ha conseguido construir una de las ciudades más sostenibles del mundo.

¿Qué significa una ciudad vivible?
Detrás de la disciplina que imparte Gehl está una ideología clara que propone recuperar el espacio público para el ciudadano. Un objetivo que el danés considera resumido a la perfección en esta frase de Ray LaHood. “Una ciudad vivible significa poder llevar a tus hijos al colegio, ir a trabajar, visitar el médico, hacer la compra, salir a cenar y ver una película y jugar con tus niños en el parque sin tener que meterte en un coche”.
Es una guerra sin belicismo en la que se recuperan las ciudades para las personas y se relega el coche a un segundo plano. Una batalla que Gehl sigue luchando en todo el mundo.
12 CRITERIOS PARA CREAR UN BUEN ESPACIO PÚBLICO PARA EL PEATÓN
1) Protección contra tráfico y accidentes
2) Protección contra crimen y violencia (Vida en la calle, estructura social, identidad, iluminación durante la noche)
3) Protección contra estímulos desagradables (ruido, humo, malos olores, suciedad)
4) La opción de caminar (espacios adecuados para hacerlo, cambios de nivel bien diseñados)
5) La posibilidad de estar de pie (zonas de descanso, apoyos físicos para hacerlo)
6) Infraestructura para sentarse (bancos para descansar)
7) La posibilidad de observar (líneas de visión sin obstáculos, buena iluminación durante la noche)
8) La posibilidad de escuchar y hablar (ruido moderado, distancia entre los bancos)
9) Escenarios para jugar y relajarse (jugar, bailar, música, teatro, discursos improvisados, distintas edades y tipos de personas)
10) Servicios a pequeña escala (señales, mapas, papeleras, buzones)
11) Diseño para disfrutar de elementos climáticos (sol, calor, frío, ventilación, estética)
12) Diseño para generar experiencias positivas (cualidades estéticas, plantas, flores, animales)


Créditos

Marcus Hurst es Cofundador de Yorokobu y Redactor Jefe de Ling Magazine. Puedes seguirle en @marcushurst

Manual para observar al humano en la ciudad por Marcus Hurst.  Revista Yorokobu. Febrero  2014
Enlace a la fuente original

Ilustraciones

Veduta di città sul mare, 1300-1348, por Ambrogio Lorenzetti:
Foto 1 Tipical central city block
Foto 2 Social interaccion (figure 3)
 Foto3  Ampliación de esquinas  
 Foto 4 Galen Center everyday
Foto 5 An inaccessible riverfront
Foto 6 Implantación de espacios peatonales en Broadway (Gehl Architects) Fuente: Plataforma Urbana


Lecturas: Rainer Maria Rilke o el umbral entre lo visible y lo invisible por Virginia Moratiel





Plaza de las palabras en su sección Lecturas, presenta un articulo de Virginia Moratiel sobre la poesía de Rainer María Rilke, (1875-1926), escritor y poeta checo, que escribía en alemán, estudio historia y arte en varias universidades, llego a ser secretario del escultor Augusto Rodin (1840-1917)  y la obra de éste y de Paul Cèzanne (1839-1906), influyeron en su obra poética. Su obra mas celebra es Elegías de Duino (1911). En esta reseña poética  acerca la obra del poeta Virginia Moratiel nos dice: «Rilke interpreta el arte como reflejo de la vida misma, como un acto místico por el cual el poeta conecta con un absoluto que trasciende cualquier límite, norma o medida, hasta el punto de poder aniquilar al sujeto mismo.» Ms adelante, conversando sobre la palabra, que integran las partes desintegradas, agrega: «En este flujo entre lo visible y lo invisible, en el solapamiento entre lo temporal y las dimensiones de la eternidad, se manifiesta la unidad cambiante de lo real. Con ello, la existencia humana, sin dejar de ser frágil y menesterosa, queda inexorablemente conectada con la universalidad y la plenitud, liberándose y enalteciéndose ante sus carencias.»
   



Por VIRGINIA MORATIEL*





Rilke joven

Rilke es uno de esos poetas que, cuando se pega al alma, no se desprende jamás, porque, de algún modo representa la esencia misma de la poesía. Seduce princesas y embelesa a todos, pero nunca se deja atrapar. Itinerante y viajero, exhibe la fragilidad del que huye de sí. Deambula por castillos, aunque en verdad habita el mundo material desde un intersticio intangible donde sobrevive dejándose imbuir por la potencia de la palabra divina. Rilke es un poeta místico que escucha voces, como antaño los vates a las musas, pero acepta ser mundano. Nunca se permite desbarrancar en la locura, quizás porque desde pequeño se acostumbró a ceder su cuerpo como medio de expresión de ideales ajenos. Con esa mirada febril, glauca, absorta en lo desmesurado, lo vemos ya entonces sustituir a la hermana muerta para complacer a su madre desconsolada. Vestido de niña, la falda tableada y un lazo cerrándole la blusa, finge a disgusto despojarse de su identidad, como más tarde, placentero, consentirá que lo atraviesen ángeles y otros muertos, entre ellos, Orfeo, el mítico poeta que supo escapar del Hades tras el intento de recuperar a su amada. Igual que otros grandes escritores en lengua alemana, si bien nacido en la Praga del imperio austrohúngaro, añora el sol, la pasión y la espiritualidad del sur mediterráneo. Por eso, reside sobre un acantilado en la costa adriática donde se yergue el castillo de Duino, rastrea las huellas del Greco evaporándose bajo el cielo de Toledo y se abisma con la visión del primitivismo taurino, extasiado de vértigo ante el Tajo de Ronda. Se enamora del icono intelectual de la época, de Lou Salomé, por quien cambia de nombre, para entablar finalmente una profunda amistad. Y muere –según dicen– a la manera en que sólo podría hacerlo un poeta: tras pincharse con la espina de una rosa, a la que se dedican sus propios versos en el epitafio de su sepultura:

Rosa, oh contradicción pura, alegría
de no ser sueño de nadie bajo tantos
párpados.

La primera de sus Elegías de Duino es una de las cumbres de la poesía universal, donde arte y pensamiento se funden íntimamente. Ofrece una proclama estética completa, todo un programa explicativo y propositivo del arte, basado en una ontología, cercana a las de Schelling y del Romanticismo alemán temprano. Rilke interpreta el arte como reflejo de la vida misma, como un acto místico por el cual el poeta conecta con un absoluto que trasciende cualquier límite, norma o medida, hasta el punto de poder aniquilar al sujeto mismo. Así, la belleza se asimila a lo sublime y se convierte en antesala de lo siniestro, transformándose en un velo que recubre un mundo de horror, brutal y doloroso, de pasiones incontenibles y destructoras, en definitiva, una máscara, una apariencia que escamotea un abismo sin fondo cuya visión se resquebrajaría si no se lo enfocase a través de algún filtro. Esto deja al poeta en un estado de irremisible soledad, precariedad e inquietud que conecta directamente con una situación crítica de desprotección y con el deseo de retener o salvar lo efímero. No hay duda de que estos sentimientos están asociados a la condición existencial humana de desamparo, de permanente tránsito entre opuestos, de oscilante circular desde dentro hacia fuera, desde lo finito a lo infinito, de lo vivo a lo muerto, y viceversa. Sin embargo, se exacerban en tiempos bélicos o turbulentos, cuando la vida pierde valor porque se encuentra expuesta a un permanente riesgo de desaparición, como de hecho ocurrió durante la Primera Guerra Mundial, época en la que el poeta inició la composición de esta obra.

¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las Órdenes
de los ángeles? Y si supuestamente alguno
me estrechara de repente contra su corazón, yo sucumbiría
ante su existencia más poderosa. Pues la belleza no es nada
sino el comienzo del horror, de lo que apenas podemos soportar
y, si lo admiramos, es porque imperturbable desdeña
destruirnos. Todo ángel es horroroso.





Rilke paseo

Como en la poesía arcaica, la invocación instaura el acto poético y lo hace desde el completo aislamiento, requisito de cualquier acto creador. El poeta se opone a la totalidad, de la que él mismo se excluye. Se enfrenta a una infinitud, en principio muda e infranqueable, dado que se sustrae a la acción subjetiva. Toda la actividad humana es concebida como un intercambio entre estas dos esferas opuestas, por lo que la existencia consiste en bordear una y otra vez un abismo, en habitar un mundo fisurado, morando precisamente en la herida, en el desgarramiento que divide y, sin embargo, también facilita el tránsito entre esos dos ámbitos. En definitiva, el hombre anida en el umbral donde se establece el paso entre lo visible y lo invisible, entre la vida y la muerte, entre la soledad clausurada de nuestro interior y lo abierto o sin fronteras, entre lo cambiante y lo eterno. Doble encrucijada, pues, ya que en ese portal también convergen el pasado y el futuro originando un presente inasible que fluye sin cesar. Así, lo propiamente humano estriba en desintegrarse y dispersarse en las diferentes dimensiones temporales, a causa de su propia imperfección. La fluencia y el permanente cambio entre lo que ya fue y lo que puede llegar a ser, entre lo necesario y lo posible, resulta de esa misma herida que mutila y acota lo finito, pero a la vez expresa la descompresión requerida de lo que aspira a completitud y ansía la ocasión de realizarla.

Invocar al Ángel, hacerlo resplandecer en la poesía, dejar que su voz se adueñe del poeta, es condición para apartar el ego del juego estético y vaciarlo de la miseria de sus intereses particulares poniéndolo al servicio de esa existencia más fuerte, a la altura de las grandes potencias universales. En verdad, la estética de lo sublime convoca a lo siniestro, a lo que ha dejado de ser íntimo, familiar y ha perdido su capacidad de acogernos. Se da cuando el misterio se desenmascara, y lo escondido, temido o prohibido se hace presente en lo real. Pero ese esplendor de la luz desveladora sólo encubre la separación y trascendencia de lo divino con la ilusión de la cercanía, de la inmanencia.
Voces, voces. Escucha, mi corazón, como antaño
sólo escuchaban los santos, de tal modo que el llamado gigantesco
los alzaba del suelo; pero ellos, los imposibles,
seguían ahí de rodillas, indiferentes:
así estaban escuchando. No es que tú puedas soportar
la voz de Dios, ni mucho menos. Pero escucha el soplo,
el mensaje incesante que se forma del silencio.
Al final, la escisión impera a todos los niveles. Primero, con la dimensión superior de los ángeles, habitantes de lo invisible, pero capaces de un saber pleno donde coexisten y se relacionan de forma esencial y sutil los opuestos: la luz y la oscuridad, lo grandioso y lo trivial, lo próximo y lo lejano, la realidad y el ensueño. Además, existe también entre los humanos, que habitan en medio de la inseguridad agazapada tras las interpretaciones, cuyo doble registro siembra la sospecha y encubre el desacuerdo o la disensión. Los animales se mantienen astutamente al margen de los pliegues del pensar, en ese mundo plano ligado al instinto, reiterando sus conductas para escabullirse del tiempo y del permanente tránsito entre los miembros de la escisión. Ante semejante estado de difracción, crece el deseo de retener lo que horada el ser y lo anquilosa. Así, se anhela lo desterrado, aquello que la misma inteligencia ha convertido en extraño. Por eso, se busca nostálgicamente la unidad con lo irremisiblemente otro, por ejemplo, en la noche o en la recuperación de lo pasado.
[…] Tal vez nos queda todavía
algún árbol en la ladera que podamos contemplar
de nuevo cada día; nos queda la calle de ayer
y la mimada fidelidad de una costumbre
que se complació en nosotros y así permaneció y ya no se fue.







Rilke escritorio

Pero esa unidad que se ansía, que se persigue agónicamente y con desesperación, por ejemplo, en el caso de los amantes, se escurre. Se deshace entre mentiras o en la ocultación mutua de la suerte de ambos, porque la soledad es, en verdad, radical. Y ello significa que en el amor nunca se da una verdadera comunicación, sino sólo coexistencia de dos soledades o intentos frustrados, que al final se revelan como autoengaños o idealizaciones. En suma, la búsqueda de la unidad, siempre infructuosa, forma parte de la condición humana, cuya esencia se encuentra inconclusa, resulta inestable y en constante movimiento. Por esta razón, la transfiguración de lo separado se impone como un deber que únicamente la poesía es capaz de cumplir de forma acabada.
En el pasado se levantaba, acercándose, una ola
o cuando pasabas tú junto a la ventana abierta
se entregaba un violín. Todo eso era misión.

Al final, sólo la poesía puede reconstruir lo ya dividido y darle una cierta permanencia, devolver lo muerto a la vida, recuperarlo para que no caiga en el olvido. Está claro que ese proceso de retención se logra mediante la interiorización de lo que se vive como externo y su transfiguración a través del lenguaje. La palabra, entonces, se convierte en una especie de varita mágica que infunde la energía de la totalidad en las partes aisladas, descoyuntadas, trashumantes, y vuelve a animarlas haciéndolas eternas. En este flujo entre lo visible y lo invisible, en el solapamiento entre lo temporal y las dimensiones de la eternidad, se manifiesta la unidad cambiante de lo real. Con ello, la existencia humana, sin dejar de ser frágil y menesterosa, queda inexorablemente conectada con la universalidad y la plenitud, liberándose y enalteciéndose ante sus carencias. De este modo, la poesía consuela y redime. Rescata al propio poeta, que experimenta el proceso de liberación de sí en su interior, salva a los que escuchan su canto y rehacen con él el proceso de desasimiento y entrega al flujo universal, y emancipa al universo entero, cuyos seres también piden ser partícipes de esta transmutación.

Sí, al parecer las primaveras te necesitaban.
Algunas estrellas te exigían que las percibieras.

Así, la heroicidad no consiste tanto en resistir, impertérritos e inquebrantables, porque, en su infinitud, lo otro terminaría por doblegar nuestra dureza. La intrepidez y la valentía están más bien en permanecer en nuestro sitio, es decir, en el umbral, dejándonos traspasar: permeables, flexibles, hechos uno con lo que alberga el mismo límite entre las dimensiones opuestas del ser. En esa batalla de energías contrarias está el riesgo y lo que hace de la vida un hecho grandioso y memorable.


*Virginia Moratiel


Virginia Elena López Domínguez nació el 27 de mayo de 1954 en Buenos Aires (Argentina). A los 7 años comenzó a escribir poemas y a los 12 ganó su primer premio literario. Estudió Letras en la Universidad del Salvador y Filosofía en la Universidad de Buenos Aires (UBA), de la que egresó con el título de Profesora. En el año 1976 fue nombrada Ayudante de Griego III en esta última Universidad y en el mes de septiembre se trasladó a Madrid con una beca para realizar estudios doctorales en la Universidad Complutense (UCM). Allí cursó nuevamente la carrera de Filosofía, se licenció y se doctoró, para incorporarse en 1979 como Profesora, especializándose en idealismo alemán y filosofía de la historia. Estudió alemán en Austria y Alemania. Es traductora de obras de filosofía alemana de finales del siglo XVIII, principios del XIX, y autora de varios ensayos sobre este período filosófico, el primero de los cuales fue premiado en Argentina (1981).

Créditos
Rainer Maria Rilke o el umbral entre lo visible y lo invisible por Virginia Moratiel / El vuelo de la lechuza, Director Carlos Javier González Serrano, 17 julio, 2017

Ilustraciones
En el mismo artículo y fuente señalado: El vuelo de la lechuza.  

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El vuelo de la lechuza