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Lecturas: Tecnología y literatura



Plaza de  las palabras en esta ocasión en su sección Lecturas, presenta dos artículos, ambos muy relacionados. El primero Revolución tecnológica y literatura por Xabier F. Coronado. Y el segundo Obras de ficción con Inteligencia Artificial, escrito por Gabriel Del Castillo, ambos artículos se complementan. El primero esta orientado describir un panorama amplio de la tecnología y su efecto en la literatura y la sociedad. Es una visión macro. El segundo articulo, es la visión micro y pone ejemplos de cómo la tecnología ha irrumpido en el mundo concreto y creativo de  la literatura. ¿Se puede con la inteligencia artificial hacer una poesía? ¿Podrá algún día la inteligencia artificial crea una novela? ¿Podrá haber una crítica literaria elaborada por la Inteligencia Artificial? ¿Dónde queda la intimidad y la personalidad del autor si un artista se apoya en dichos artificios  tecnológicos? ¿Podrá un lector saber si lo que lee es una poesía o novela escrita por un ser humano o  si es escrita  por una maquina?  ¿En el futuro serán sustituidos los creadores por las maquinas? ¿Podrá un escritor competir contra una maquina?

Revolución tecnológica y literatura

Xabier F. Coronado

Lo que vieron mis ojos fue simultáneo:
lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es.
J. L. Borges
           
A finales del pasado siglo, la irrupción en el marco de la sociedad humana de internet –un conjunto descentralizado de redes de comunicación interconectadas–, ha significado una revolución en muchos aspectos. El laberinto de la red de redes se ha convertido en una galaxia en expansión que invade nuestra vida cotidiana; se trata de un acontecimiento que marca con claridad una frontera histórica: la era digital.
La revolución virtual
Aunque la primera red interconectada se remonta a finales de 1969, cuando se establece el enlace entre la UCLA y la Universidad de Stanford, no es hasta 1990 cuando comienza a extenderse la Red Informática Mundial (World Wide Web), lo que conocemos por “la web” o “triple w”, un sistema de distribución de documentos interconectados de hipertexto y multimedia accesibles vía internet. Después de veinte años de propagarse, la web se ha convertido en algo indispensable para la mayor parte de la sociedad, tanto a nivel laboral como en el campo de las relaciones personales.
La revolución tecnológica es un movimiento global que se transforma vertiginosamente y el ser humano no es totalmente consciente de lo que está sucediendo y de las repercusiones que –a corto, mediano y largo plazo– tendrá en la evolución de la sociedad. En un principio el fenómeno del correo electrónico y, posteriormente, la propagación de las redes sociales a través de la llamada web 2.0, cambiaron radicalmente nuestra manera de comunicarnos. Este camino tecnológico provoca cambios que nos obligan a replantear muchas cosas.
Ante esta realidad virtual tan determinante, las transformaciones se están produciendo a todos los niveles y a veces de forma radical: las instituciones educativas, el sistema económico, la vida política y el mundo cultural se han visto impulsados a modificar sus dinámicas de funcionamiento; por su parte, una cifra incalculable de individuos han cambiado la manera de relacionarse con su entorno social. La vida diaria está inmersa en un marco virtual que cada vez ocupa más nuestro tiempo.
Las áreas del conocimiento y la creación también se han visto afectadas y el nuevo escenario rompe moldes. Las manifestaciones artísticas están sufriendo el embate de las nuevas tecnologías y se abren posibilidades aún por explorar.
Literatura y nuevas tecnologías
La literatura ha sido, entre las artes, una de las más turbadas y seducidas por las nuevas tecnologías; fue precisamente un escritor visionario, Arthur C. Clark, quien, en 1970, en un artículo firmado por Wernher von Braun para la revista Popular Science, anunciaba lo que estaba por llegar: “Imagina una consola en tu oficina que combina, oprimiendo un botón, los servicios de un teléfono, una televisión por cable, una fotocopiadora y una pequeña computadora electrónica conectada a un sistema sincronizado satelital; esta consola podrá poner todo el conocimiento acumulado del mundo al alcance de las manos.”




Los nuevos tiempos exigen una reconsideración sustancial de la literatura porque los conceptos de libro, escritura y lectura están cambiando. La puesta en escena de otros elementos creativos –el hipertexto, la imagen en movimiento, la música o el dibujo–, multiplica las posibilidades del discurso narrativo y la producción de obras nuevas. La industria editorial se reorienta y el libro cede paso a soportes digitales que facilitan la autoedición.
En estos tiempos debemos adaptarnos a leer los libros en un dispositivo electrónico: es ganancia para la literatura y la lectura. Los libros digitalizados cambiaron el panorama de la edición y difusión de textos: papel y tinta van desapareciendo. El libro digital genuino difiere en muchos aspectos del digitalizado: no tiene antecedente físico y pone en juego planos virtuales de textos, imágenes y sonidos al servicio del hecho narrativo. El uso de la computadora para la creación literaria permite al texto electrónico ser multilineal, multimedial e interactivo, aspectos que le confieren su naturaleza virtual irreversible.
Es indudable que se están produciendo novedades y cambios en aquello a lo que estábamos acostumbrados, aunque tales transformaciones todavía no se procesan del todo bien y deberá pasar tiempo para tener una idea clara de lo que suponen. Un factor importante es que los aparatos multifuncionales son relativamente asequibles y su uso se facilita por cuestiones económicas de consumo. Con sólo intentarlo, cualquiera puede grabar imágenes y sonido, escribir en varios formatos, dibujar, y un largo etcétera de posibilidades; por eso en la red hay de todo y mucho es experimental o improvisado. Un dato: en diversas universidades ya existen asignaturas de narrativa digital, revistas, páginas web y premios que son el vivero de una nueva generación de escritores.
Los escritores siempre han sido reflejo de su tiempo, sus obras aportan imágenes que interpretamos mentalmente, porque leer establece vínculos, significa dialogar y los libros han sido interlocutores de la evolución del pensamiento humano. El puente establecido entre escritor y lector adquiriere nuevas dimensiones gracias al soporte digital. Este panorama, donde se abren otras formas de construir y difundir en el mundo literario, es una realidad incuestionable y nos invita a reflexionar desde posturas abiertas sobre la llamada literatura digital.

Los antecedentes

Podemos repasar la historia y analizar si los cambios tecnológicos en el proceso literario –papel, imprenta, máquina de escribir– afectaron al hecho creativo. Es evidente que fue en el plano divulgativo donde las novedades técnicas han influenciado más. El papiro fue un avance frente a los soportes anteriores en tablillas de barro. El papel abrió los límites que tenía el pergamino y la imprenta dio a todo el avance una dimensión que parecía definitiva.
La revolución tecnológica supone un cambio más trascendental porque no sólo afecta el tema de difusión sino también el proceso creativo. Las herramientas personales que utilizamos para realizar la escritura también han evolucionado, desde punzones y plumas, hasta la máquina de escribir y la eclosión de los teclados digitales. Computadoras, tabletas y teléfonos tienen incorporado un sistema digital virtual con funciones múltiples que hacen posible otra manera de escribir. El avance tecnológico está teniendo mucha repercusión en el proceso literario, porque facilita la elaboración y distribución de productos e incrementa las posibilidades creativas.
Una de las primeras opciones que ofrece la escritura en soporte digital es la utilización del hipertexto, que expande la estructura lineal de lo que escribimos o leemos y permite trascender las limitaciones del libro impreso. Esos límites ya intentaron romperlos escritores como Lawrence Sterne (Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, 1767); Pérez de Ayala (La pata de la raposa, 1913); Joyce (Finnegan’s Wake, 1939); o Italo Calvino (Il castello dei destini incrociati, 1969), quienes, a fuerza de genio e inquietud, se escurrían entre los barrotes de la jaula de papel. También Borges, con los relatos incluidos en Ficciones (1944), El Aleph (1945) o El libro de arena (1975), abría caminos hacia otras dimensiones literarias; por su parte, Cortázar consiguió con Rayuela (1963), al usar textos como material interconectado, abrir la puerta a múltiples lecturas.
Estos antecedentes son llamados protohipertextos en ese lenguaje de lo virtual, que sufre la ansiedad por nombrar que padece el que apenas está creciendo. Así surgen distintos neologismos para un mismo concepto y se habla de literatura digital o electrónica, de ciberliteratura o de literatura tecnológica... y los géneros se reconvierten en hiperficción, holopoesía, ciberdrama o wikinovela. También, según el lugar de la red donde se escriba, surgen la blogonovela o la twitteratura. Decir que algo escrito en 140 caracteres puede ser un twitpoema, un twitrelato o cualquier otro derivado, cuando ya existen el haikú, el epigrama, el aforismo o el microrrelato, es querer dar al medio el carácter de género literario y pretender nombrar lo que ya tiene nombre.
A pesar de la celeridad tecnológica de los tiempos, el cambio a nivel narrativo tuvo que recorrer un camino. Después de aquellas obras que utilizaron el hipertexto para experimentar otras opciones, llegaron los primeros ensayos de anexar soportes audiovisuales en el producto literario; autores reconocidos como Laura Esquivel (La ley del amor, 1996) o Luis Goytisolo (Mzungo, 1996), entre otros, buscaron con estas obras híbridas nuevas dimensiones para la creación literaria.
Hay libros que son eslabones entre la narrativa analógica y la digital, entre ellos el experimento de novela en la red La rebelión de los delfines, que Francisco Umbral inició con una frase fuera de contexto que fue continuada por varios escritores y posteriormente sería trasladada al formato impreso (Espasa Calpe, 2001). Otros ejemplos son La isla del fin de la suerte, un proyecto de Lorenzo Silva (Círculo de Lectores, 2001); Vidas prodigiosas, obra digital diseñada en 2006 por la Universidad de Deusto; y Madrid escribe (2006), un proyecto literario de la Comunidad de Madrid. En ellos ya se introducen el hipertexto, los enlaces y la autoría compartida.

La literatura digital

Históricamente, la literatura como concepto ha abarcado dimensiones y definiciones diversas. Hasta ahora el soporte no producía categorías ni géneros literarios, sólo era el medio donde escribir pensamientos e ideas y no influía de manera determinante en el contenido del texto. En la actualidad, el libro se transmuta en pantalla interactiva conectada con imágenes y documentos. La narrativa digital produce un texto con enlaces multifuncionales y multimediales, concebido y realizado en un campo virtual.
Hasta la aparición de las nuevas tecnologías, sólo teníamos dos posibilidades de narrar: de manera oral o escrita. En la actualidad surge la forma virtual que, además de la palabra escrita, utiliza recursos multimedia para construir obras literarias. De la unión entre tecnología digital y literatura resulta un nuevo modelo; este hecho provoca un cambio en los paradigmas literarios: literatura oral, literatura impresa y literatura digital. Indudablemente la literatura digital representa una ruptura con respecto a la tradición, es un cambio sustantivo porque utiliza un lenguaje que incorpora nuevos símbolo pero es, en definitiva, una nueva manera de hacer literatura.



A la hora de debatir, los que defienden el libro en tanto objeto argumentan la cuestión física y estética; apelan al tacto y al olfato frente a la supuesta frialdad del aparato electrónico que, por otro lado, amplía las posibilidades sensoriales del libro clásico (imágenes dinámicas y sonido). Otra diferencia es que el soporte digital resuelve problemas de transporte y almacenamiento: hoy en día, cualquier computadora puede guardar miles de obras literarias digitalizadas. A pesar de todo, no es probable que el libro vaya a desaparecer; se seguirán haciendo obras susceptibles de ser impresas.
La literatura digital ya ha producido composiciones interesantes y de calidad. En español podemos citar, entre otras, un par de obras de Jaime a. Rodríguez, realizadas con el apoyo de la Universidad Javeriana de Bogotá: Gabriella infinita (1995, 1998-99, 2005), que tiene tres versiones: tradicional, hipertextual, y multimedial; y Golpe de gracia (2007), que incluye videojuegos y una novela lineal. En inglés se pueden recomendar las clásicas Afternoon, a Story (1987), de Michael Joyce, y Victory Garden (1991), de Stuart Moulthrop. Es indudable que una nueva forma de narrar ya comenzó a cristalizarse.
Si la revolución tecnológica genera medios para desarrollar una creatividad literaria donde tenga cabida la genialidad artística y la elaboración de productos de calidad, bienvenida sea. No es casualidad que la literatura digital esté cada vez más vinculada al medio universitario, que es el canal adecuado para la entrada de cambios que luego maduran y se normalizan.
No se debe prejuzgar o rechazar por sistema, pues al posicionarse en contra de la novedad se corre el peligro de emular el inmovilismo educativo de la época franquista, cuando en un colegio religioso se enseñaba que “novedad significa no-verdad”. Lo que se debe rechazar siempre es la simulación, porque sólo se sustenta en la mentira y nos conduce sin remedio al adocenamiento.



Obras de ficción con Inteligencia Artificial


Javier Del Castillo

FUTURO

Imaginemos que en un futuro más o menos lejano el ganador del Premio Planeta fuera un robot. O que la autoría de los guiones de la serie de mayor éxito en España correspondiera a un software japonés programado con Inteligencia Artificial. El mundo de la creación literaria tampoco se quedará al margen de los avances que ya se están produciendo en otros sectores más vinculados a las nuevas tecnologías.



Disney trabaja en IA capaz de juzgar la calidad de una historia
Hace unos meses, la editorial china Cheers Publishing publicó un poemario –una selección de 139 poemas– escrito a través de Inteligencia Artificial por Microsoft Little Ice, con el título “La luz solar se perdió en la ventana de cristal”.
Seguramente que a los amantes de la poesía no les diga nada este título, y mucho menos su “autor”, pero no cabe duda de que el citado poemario abre muchas interrogantes y pone sobre la mesa un interesante debate: ¿hasta qué punto una máquina y un algoritmo tienen capacidad para crear un mundo literario, mezclando los ingredientes que previamente haya puesto a su disposición el ser humano?
El talento, la imaginación y la creatividad de un poeta no pueden transmitirse a un robot, ni por arte de magia. Pero, sin embargo, el robot sí puede memorizar un gran volumen de información, como hizo Microsoft Little Ice. Un algoritmo se encargó de poner a su servicio miles de sonetos pertenecientes a distintas generaciones literarias. Con todo este material, el robot fue capaz de generar 10.000 poemas, entre los que se eligieron los 139 que luego pasaron a formar parte de ese libro de poesía.
Los promotores de la idea comprobaron después –mezclando los poemas escritos por Inteligencia Artificial y otros de autores de carne y hueso– que muchos lectores no eran capaces de discernir entre unos y otros. Es más, sólo una minoría admitía la autoría y la participación de un algoritmo en esa selección de poemas.
El paso siguiente, para echarle más sentimiento a los relatos –ya sean en verso o en prosa-, será encontrar la manera de sustituir la ayuda humana con programas de Inteligencia Artificial mucho más perfeccionados y con una selección previa de frases y palabras que enriquezcan los contenidos.
En definitiva, suplir de alguna manera la capacidad imaginativa y la sensibilidad de los humanos. Según los expertos, la clave en estos momentos radica en dotar al software de una mayor sensibilidad… Pero todo se andará.
Frente a los más escépticos, que defienden la imposibilidad de que una máquina pueda reemplazar a la mente humana en la literatura, comienzan a levantarse algunas evidencias, que ponen en cuestión sus argumentos.
Creaciones de Inteligencia Artificial
Incluso existen experimentos que demuestran que la Inteligencia Artificial tiene ya quien la escriba. En apenas unos días, una editorial rusa, Astral Spb, publicó una novela ajena a la intervención de una mente humana, aunque previamente su “autor material” recibiera recursos lingüísticos y herramientas narrativas de trece escritores, así como datos y perfiles de personajes, una trama, un tiempo y unas localizaciones en las que se situaba la historia.
Por lo tanto, el dilema sigue estando en cómo generar en las máquinas la capacidad de imaginación y los suficientes matices que enriquezcan el alma de los personajes. ¿Se podría hablar de creación literaria, si el texto narrativo se compone de informaciones y de extractos que previamente se han incorporado en un programa informático? Sin esa aportación previa, difícilmente tendremos en el futuro un Premio Planeta, y no digamos ya un Premio Nobel de Literatura.
La experiencia del ser humano, sus circunstancias vitales, nunca podrán ser equiparables a la acumulación de datos que puede absorber de forma física un robot. Sin embargo, eso no quita para que la colaboración entre máquinas y personas se vaya estrechando. Y para que, incluso, se puedan lograr obras de ficción realmente interesantes.
Créditos

Revolución tecnológica y literatura, por Xabier F. Coronado, La jornada Semanal. Directora General: Carmen Lira Saade. Director Fundador: Carlos Payán Velver. Domingo 12 de enero de 2014 Núm.: 984

Obras de ficción con Inteligencia Artificial, por Javier Del Castillo, 2 de septiembre de 2017. Blogthinkbig.com
Ilustraciones

Las ilustraciones son de los articulo originales, salvo la ilustración que inicia el post,

El sueño, escultura por Brancusi

Lecturas: ¿Cómo escucha música nuestro cerebro? por Pablo Espinosa



 
Ernst Haeckel, Ascidiae, 1904*

¿Cómo escucha música nuestro cerebro?

Revoluciones (Octubre de 2017)
1366 palabras
Pablo Espinosa**

Estamos en Ítaca. En breve zarparemos.

      Frente a nosotros vibra el vasto océano de la neurociencia de la música. Navegarlo equivale a escuchar, sentir, percibir y saber. Todo al mismo tiempo. Lo que otros navegantes, los mejores —los neurocientíficos—, han descubierto hasta el momento, es apenas una breve isla frente al descomunal océano interminable.
      Las distintas formas del océano: Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne; El mar en calma y Viaje feliz, de Johann Wolfgang von Goethe, puesto en música por Beethoven y después por Mendelssohn; La Antártida, que es la sinfonía séptima de Vaughan Williams; La tempestad, que es por igual una obra de Shakespeare que un óleo puesto en movimiento por Joseph Mallord William Turner. Todo eso tiene correspondencia en el cerebro. Ahí es donde ocurre todo. Y lo demás es ruido.

      La música del cerebro, vista desde la neurociencia, consta de miles de millones de notas musicales cuyas combinaciones son infinitas. 86 mil millones de neuronas. Lo más refinado sucede en la región más vieja, la más agreste, rudimentaria, básica. La zona límbica. La corteza reptiliana. La percepción de la música es un fenómeno cercano a la magia que ha mantenido ocupados durante milenios a poetas, filósofos, músicos, psicólogos y ahora a neurocientíficos.

      Theodor W. Adorno creó un modelo de escucha en siete categorías. El Bildungshörer, por ejemplo, es “el escucha pedante”, también conocido como “consumidor de cultura”, cuyo criterio comprende infinitos conocimientos de anécdotas relacionadas con la obra, detalles biográficos sobre el compositor y un saber enciclopédico sobre los intérpretes, de cuyos méritos puede perorar de forma interminable, según hace notar Enrique Gavilán en su libro Otra historia del tiempo.

      Otra categoría es la del oyente emocional. Busca en la música el impulso irracional que disuelva en él las ataduras de las normas y le proporcione una cierta embriaguez. La música de Chaikovski resulta muy propicia para esta forma que Adorno considera de “no escucha”.

      El modelo idóneo, hace notar Galván, es el “escucha estructural”, aquel que “piensa con los oídos”, aquel que hace de lado la emoción.

      Emoción. La neurociencia de la música comprende avances significativos en esta amplia zona del océano por descubrir. Para muchos científicos, las emociones son respuestas corporales que forman parte de nuestra lucha por sobrevivir. Para otros, son estados mentales que surgen cuando las respuestas corporales son percibidas por el cerebro. Otra perspectiva: las respuestas corporales son periféricas a una emoción y lo importante está ocurriendo en el cerebro.

      Para la neurociencia, la música es una conflagración. Miles de millones de neuronas en ebullición. En un nivel más profundo, la escucha de música, esté de por medio o no la emoción, despierta la zona más primitiva del cerebro: las regiones reptilianas del cerebelo. El vermis, la masa central del cerebelo entre los dos hemisferios, se “conmueve”, es decir, vibra imperceptiblemente.

      Si lo observamos durante un estudio de laboratorio, un mapping por ejemplo, el cerebro es como una galaxia que se enciende y se apaga, una nebulosa, una masa de cocuyos, un coro de luciérnagas. Cada “foquito” es una nota musical, con su equivalente en color, timbre, densidad, volumen, tono, brillo, contraste y así hasta sumar los once elementos que la neurociencia ha descubierto para definir los componentes de la música, más allá de los cuatro tradicionales: armonía, melodía, ritmo y contrapunto; esta aportación, la de rebasar los cánones, significa romper las ataduras.

      La actividad musical involucra todas las regiones del cerebro; eso también es un descubrimiento reciente. Todos los subsistemas neuronales están comprometidos en tal proceso. El cerebro discrimina sonidos y distribuye su procesamiento en zonas así segregadas y para ello emplea un sistema de detectores cuya función consiste en analizar los aspectos específicos de la señal musical, como el tempo, el timbre y los ya mencionados once elementos constitutivos de la música. Este proceso tiene puntos de comunicación con las operaciones necesarias para analizar otros sonidos. Por ejemplo, comprender un discurso sonoro requiere que nuestro cerebro separe ráfagas de sonidos para procesarlos y ordenarlos.

      El goce musical trasciende, entonces, la emoción. Sucede lo que Theodor W. Adorno definió hace muchos años como la “escucha estructural”. Se entiende, ahora sí, su frase “pensar con los oídos”. Y su exigencia de separar la emoción de la escucha es mero berrinche, pues no hay proceso musical que resulte sencillo: la mera complejidad de las conexiones neuronales que se establecen niega la menor linealidad.

      Para la neurociencia, la música es pues una conflagración, sí, pero también es un sistema de ordenación, análisis y distribución de actividad neuronal y ésta obedece por igual al sonido por sí mismo, a su recepción y procesamiento químico que a la emoción que despierta en el escucha.


Ernst Haeckel, Discomedusae 28, 1904*

No existe la “escucha cerebral” y la “escucha emocional”. Existe la escucha. Rebasada queda, en consecuencia, la consideración del tipo “interpretación técnicamente perfecta, pero sin emoción”, al igual que “la ejecución mediana, con tropiezos pero eso sí, con harta emoción”. Decir que la Filarmónica de Berlín es técnicamente perfecta pero carece de emoción es un error descomunal. Mismo error que decir que la Sinfónica de Parangaricutirimícuaro adolece de cuadratura pero logra conmover hasta las lágrimas su entrega.

      Para la neurociencia, la música es un proceso complejo. El cerebro discrimina pero al mismo tiempo involucra el todo. A la vista de ello, la dualidad que estableció René Descartes entre mente y cerebro queda también trascendida. La idea de que la mente existía antes de que naciéramos y que el cerebro no es la sede del pensamiento sino un instrumento de la mente que ayuda a ejecutar las acciones de ésta, como el movimiento de los músculos, resulta asequible en nuevas maneras de análisis.

      Gracias a la neurociencia, preguntas fundamentales como “¿qué es ser yo?”, cuando se escucha música, resultan nuevas aventuras de conocimiento, maneras diferentes de navegar en el océano del misterio.

      Científicos y filósofos concluyen que mente y cerebro son dos partes de la misma unidad. Distinguirlos resulta erróneo. La visión generalizada es que se trata de la suma total de los pensamientos, creencias y experiencias y todo eso se refleja en un paisaje de incendios: la conflagración de millones de neuronas y la intensa actividad electroquímica en el cerebro que despierta la escucha de música.

      Emoción y razón. En su libro La barca silenciosa, Pascal Quignard evoca en esa polarización extrema lo que los místicos griegos denominaban éxtasis, que significa “salida de sí”, “ponerse fuera de sí”.

      En un primer momento, dice Quignard, el trance eleva, danza, gira. En La barca silenciosa, él hace cantar a un coro. Su relato “La barca de los niños de pecho” es una historia de los puertos. En 1595, de acuerdo con la investigación que realizó Quignard en la Biblioteca Nacional de Francia, los corbeillats, las barcas de los niños de pecho, llegaban a París los martes y viernes. Los marineros desembarcaban a los bebés sujetados en sus mantas para que tomaran el pecho y sorbieran la leche de las nodrizas en los campos y en los bosques. Así fue como el corbillard, en la época en que París vivían Malherbe, Racine, Esprit, La Rochefoucauld, La Fayette, La Bruyère, Sainte-Colombe, Saint-Simon, era un barco de bebés que bogaba por el Sena, bordeando la ribera, a puro grito.

      Los neurocientíficos de la música son navegadores natos. Día con día zarpan con rumbo hacia el misterio. No saben qué encontrarán, ignoran si perderán el camino. Los guía esa galaxia que se prende y se apaga: el cerebro cuando escucha música. Incendios neuronales. Los navegantes saben muy bien que jamás develarán el misterio, pero con el solo hecho de intentarlo son felices.

      Nos invade la noción de viaje, la pasión por la aventura. De noche escucharemos el canto de las ballenas jorobadas. Y no nos preguntaremos por la emoción. Ni tiempo tendremos para eso. Porque esa música penetra directo al cerebelo. Escucharemos, desde luego, a las sirenas. Eso también lo sabemos.

      Igualmente, como en todo viaje, en el fondo no sabemos qué nos encontraremos, qué peripecias ocurrirán. Porque la neurociencia de la música sigue su curso. Siguen ocurriendo hallazgos en el océano del misterio.

      Estamos en Ítaca. En breve zarparemos.

Créditos

*Las ilustraciones son del texto original

**Pablo Espinosa

Periodista cultural nacido en Córdoba, Veracruz, en 1956. Fue subjefe de prensa del INBA durante dos años (1980- 1982). Colaboró en El Fígaro, Cineguía, entre otras publicaciones. Ha sido reportero de las secciones culturales de los periódicos El Nacional (1983-1984) y La Jornada (1984), de la que es coordinador de la sección de Cultura. Es autor del libro Si me han de matar mañana, lo redacto de una vez (Editorial Leega-INBA), por el que le fue otorgado el Premio Bellas Artes de Literatura en 1986.  En 1988 recibió el Premio Sinaloa de Periodismo Cultural. En 1994, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes publicó su libro de crónicas No por mucho madrugar se redacta más temprano. En 1996 la Universidad Nacional Autónoma de México publicó, como libro conmemorativo, el amplio reportaje titulado Sala Nezahualcóyotl, una vida de conciertos. Textos suyos han sido recogidos en los libros Escenarios de dos mundos (editado por el Ministerio de Cultura de España) y El fin de la nostalgia. Nueva crónica de la ciudad de México (Nueva Imagen). Recientemente publicó La música, ese misterio (UANL, 2016)  (Tomado de página web del  Centro Cultural Elena Garro)    

   

Neurociencia y Música. Comentarios a Lecturas: ¿Cómo escucha música nuestro cerebro?

Por Plaza de las palabras 



Plaza de las palabras en su sección Lecturas presenta el texto ¿Cómo escucha música nuestro cerebro? por Pablo Espinosa*. Acerca de la neurociencia (1) de la música y cómo ésta actúa en el cerebro humano. Pablo Espinosa en un artículo espléndido y provocativo nos invita a una aventura y al mismo tiempo nos hace reflexionar sobre la materia tratada. Cita, el autor entre otros a Pascal Quignar (2) y Theodor Adorno (3), y el texto esta ilustrado con dibujos de Ernst Haeckel (4) Retomando al polémico y enigmático Adorno  es sabido de que además de un académico prominente del Circulo de Frankfurt, era músico y un consumado  especialista en música,  y llegó asesoró al nvelista alemán   Thomas Mann para las partes técnicas musicales de su obra el Doctor Fausto que trata de un compositor de música de nombre Adrian Leverkühn. (5) Nos dice Pablo Espinosa que  Adorno identifica 7 niveles o tipos de escucha musical (6), y que  está categorización de las escuchas musicales se llega al clímax con la «escucha estructural» (7), es decir al tenor de Adorno «pensar con los oídos».

Esa síntesis, especie de sinestesia, atribuirle a uno de los sentidos las propiedades y funciones de otro sentido  que ciertos artistas,  pintores y escritores, a veces utilizan en sus obras. Y que también lo hace a uno pensar si se puede ver con la mente o escuchar al observar una obra pictórica. Al respecto, Thomas Mann en su obra Doctor Faustus, narra un experimento de «acústica visual», es decir música visual (8) señala: un arco de violoncelo sobre una placa de cristal rellenada de arena que al girar emitía el sonido del violonchelo y se combinaba con diversas formas geométricas «La arena se resbalaba, se deslizaba, y se ordenaba en figuras y arabescos singularmente precisos y diversos.»Y que nos parece ser semejantes o parecidos a las ilustraciones de Ernest Haeckel que ilustran el texto de Pablo Espinosa.

Más adelante Thomas Mann, por medio de su personaje el profesor Kretzscmar narra una lección de música que éste  impartía a su alumno Leverkühn clase que se llamaba «La música y el ojo». Donde afirmaba que la jerga musical no provenía de la acústica sino de  la óptica. Sobre todo porque el acto de la notación musical es un acto visual. También narraba: «Por otra parte, nos descubrió el placer exquisito que la figura óptica de una partitura de Mozart ofrecía a una vista ejercitada, la claridad de  su disposición, la bella distribución de los grupos de instrumentos, la conducción espiritual y rica en sinuosidades de la línea melódica. »(…) Cita un soneto de Shakespeare «To hear with eyes, belong to love's fine wit. »  (9) (Escuchar con los ojos, pertenece a  la más fina astucia del amor»    

En ese contexto, a pesar de su carga de rigor científico la neurociencia puede ser  acusada como una tarea de diletantes científicos, no obstante, indudablemente que abre las puertas del entendimiento y la percepción para la ciencia y conocer la relación entre la obra artística y el funcionamiento cerebral. Frontera que podría llevar a descubrimientos insospechados o como dice Pablo Espinosa «Lo que otros navegantes, los mejores —los neurocientíficos—, han descubierto hasta el momento, es apenas una breve isla frente al descomunal océano interminable.» Pero  no exclusivamente cómo funciona el cerebro para la música sino para la obra artística en general, así  se podría considerar la literatura, por ejemplo ¿cómo funciona el cerebro si uno lee  Bartleby el escribiente de  Melville o el ensayo sobre  fotografía de  Susan  Sontong? O ¿si hay diferencia en el funcionamiento del cerebro si uno lee una poesía de Antonio Machado (cuajada de paisajes solitarios y agrestes que cruzan el corazón de roble de castilla) o lee una poesía surrealista  de André Breton (llena de versos inconexos y de escritura automática)?.  O ¿cómo funciona el cerebro si uno ve una  pintura de Cèzanne o las pinturas realistas de Edgard Hopper  o cualquier de las obras de los pintores expresionistas? O ¿Si es diferente el funcionamiento del cerebro cuando se ve los cuadros abstractos de Kandinsky  o Jackson Pollack contra  los cuadros de Durero? 

Y en cuanto a la música sería interesantísimo, en caso que eso se pudiese hacer, saber  cómo funciona le cerebro cuando un músico compone su música. Es decir no tanto en la llamada inspiración, (tan debatida entre los compositores) sino en el momento exacto de la creación musical. O ¿Si hay diferencia en el funcionamiento del cerebro si uno oye Rapsodia Azul de George Gershwin o sencillamente un solo de flauta en alguna pieza musical de Debussy o escucha la Marcha Zacateca?  O situando en puntos más concretos, por ejemplo: ¿cómo funciona el cerebro entre diferentes estados de ánimo que una pieza musical produce en el auditor? Pongamos al caso, en duelo el binomio alegría-tristeza.  Al tenor una pieza que casi todos hemos escuchado como la Séptima Sinfonía (La mayor,  Opus 92) de Beethoven, popularmente conocida como El himno a la alegría y en contraste La patética de Tchaikovski, formalmente conocida como Sinfonía No. 6 (Si menos, Opus 72). O esas obras estruendosas y musicalmente robustas como cualquiera de los dramas musicales de Wagner o los vigorosos poemas sinfónicos de Richard Strauss, comparadas estas con las obras un tanto melancólicas de Mahler  o  el angustioso cuarteto Del final de los Tiempos  de Bloch. En tales casos ¿cuales serian las diferencias reflejadas en ese mapa neuromusical?

O consideremos en casos mixtos, en que la obra artística compromete dos sentidos simultáneamente,  por ejemplo, cuando se ve una película o se esta en  la opera, en donde no solo hay la materia musical sino que el oyente espectador, comparte su atención en los personajes y lo que estos dicen y,  la música algunas veces solo sirve de fondo.  ¿Cómo funciona el cerebro en tales casos? Porque la banda sonora no solo recoge la música sino el lenguaje hablado en el caso del cine y los parlamentos cantados en la opera. O cuando se enfrentan un cuarteto de cuerdas contra una pieza de jazz. Y es en el jazz en donde se ha comprobado científicamente que un jazzista hábil y talentoso, aun en la improvisación de una pieza en su mente lleva la tonada que sigue con una diferencia de varios segundos sobre la ejecución real.

Al respecto citamos, como un posible ejemplo: Dice James Lincoln Collins: «“Pero, lo que es mas importante, el músico de jazz debe escuchar lo que esta a punto de escuchar, para tener así oportunidad de juzgar sus meritos estéticos” (19) Luego continua “ El jazz es una cierta manera de hacer sonar dos ritmos a la vez. “Anticipar”, (20)» (10)

Mas adelante «Básicamente, el jazz, como música que por su naturaleza esta basada en la improvisación, y exige del músico, ir adelante, estar un paso más allá en el tiempo. Es decir el músico al ejecutar su improvisación debe leer lo que todavía no ha ejecutado musicalmente, pero ya en el escenario. Ahí no hay prueba y ensayo. Esa capacidad del músico de jazz de ir un paso adelante en  el tiempo, requiere gran talento, porque no solo es ir tocando algo improvisado sino tocar algo con talento. En El perseguidor, (cuento de Cortázar), el personaje  Johnny Carter “La música me sacaba del tiempo, aunque no es mas que una manera de decirlo. Si quieres saber lo que realmente siento, yo creo que la música me metía en el tiempo” (pp.109)» (11)

 De ahí concluimos que en jazz, sobre todo por su improvisación, es terreno fértil para saber cómo funciona el cerebro en estados puros de creatividad. Porque dos de las premisas de la neurociencia, en cuanto a las obras artísticas debería ser como punto de partida (entre las innumerables combinaciones de posibles líneas de investigación)  ¿cómo funciona el cerebro en estados  de  creatividad artística? y una segunda como salida de la operación ¿como funciona el cerebro en el escucha o espectador de una obra de arte? 

En cuanto a las maneras de escuchar música algo que va más allá de la simple escucha emocional o aquella otra aún más liviana de escuchar música como escapismo o distracción. Nos dice Pablo Espinosa que «Para la neurociencia, la música es un proceso complejo. El cerebro discrimina pero al mismo tiempo involucra el todo».   Y lo mismo sucede con el auditor musical, ya sea un neófito o el músico profesional, se discrimina pero también se fija una pauta o patrón de escucha, que involucra todo. Aarón Copland, compositor norteamericano  en su libro Como escuchar la  música (1939) (12) señalaba tres niveles básicos de como el oyente puede enfrentar la audición de una pieza musical. Nos habla Copland del plano sensual, el más frecuentado por el auditor musical, es un plano casi inmediato, en que lo mismo se da la ensoñación como el disfrute, es la emocionalidad sin adjetivos. En donde se oye pero la atención no esta totalmente depositada en la música sino en otra actividad mental.

El segundo es el plano expresivo, ahí el auditor musical discrimina, y trata de comprender lo que la música le esta diciendo, si es triste o alegre, sublime o patética, si la música esta trasmitiendo o la impresión de triunfo o derrota, de serenidad o bullicio.  Es como en una novela el lector tratar de saber lo que los argumentos del novelista nos esta expresando en la narración.  El tercer plano, es el plano musical que es el mas complejo y es  puramente musical, y mas difícil de llegara a él. Y que requiere de conocer algunos elementos básicos. Por ejemplo identificar y comprender el ritmo, la línea melódica, la armonía y el timbre.  No obstante, esos tres planos, el auditor musical no los separa, al estar oyendo música los tres conviven simultáneamente. Y en ese acto, el auditor musical, como dice Copland no solo se trata de  escuchar la música sino de «escuchar algo…». Y la búsqueda de  «ese algo», que puede ser misterio o éxtasis, (como lo dice Pablo Espinosa), pero también puede ser seducción (también lo dice entre líneas: el canto de las sirenas), es el verdadero inicio del viaje a Ítaca.

 

Notas bibliográficas

1. Neurociencia. «Los hombres deben saber que el cerebro es el responsable exclusivo de las alegrías, los placeres, la risa y la diversión, y de la pena, la aflicción, el desaliento y las lamentaciones. Y gracias al cerebro, de manera especial, adquirimos sabiduría y conocimientos, y vemos, oímos y sabemos lo que es repugnante y lo que es bello, lo que es malo y lo que es bueno, lo que es dulce y lo que es insípido. (…)  En el nivel más alto, las neurociencias se combinan con la psicología para crear la neurociencia cognitiva, una disciplina que al principio fue dominada totalmente por psicólogos cognitivos. Hoy en día, la neurociencia cognitiva proporciona una nueva manera de entender el cerebro y la consciencia, pues, se basa en un estudio científico que une disciplinas tales como la neurobiología, la psicobiología o la propia psicología cognitiva, un hecho que con seguridad cambiará la concepción actual que existe acerca de los procesos mentales implicados en el comportamiento y sus bases biológicas.» (wikipedia) 
2. Pascal Quignard (1948) es un escritor francés. Además fue un indagador musical; violonchelista, fundador del Festival de Ópera y Teatro Barroco de Versalles, que dirigió; también escribió el guion del film Tous les matins du monde. En 1994 abandonó todos los cargos públicos, y se aisló por completo para centrarse en la escritura. Su obra efectivamente se multiplicó desde entonces. (Wikipedia)
3. Theodor Ludwig Wiesengrund Adorno (1903-1969) fue un filósofo alemán de origen judío que también escribió sobre sociología, comunicología, psicología y musicología. Se le considera uno de los máximos representantes de la Escuela de Fráncfort (Wikipedia)
4. Ernst Heinrich Philip August Haeckel (1834-1919)1 fue un naturalista y filósofo alemán que popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania, creando nuevos términos como «phylum» y «ecología». (Wikipedia)
5. Son seis los modelos ideales que el alemán diferencia desde la plena adecuación de la escucha (…) hasta la absoluta falta de comprensión y la completa indiferencia con respeto al material (Adorno, 2009:179) La tipología no esta libre de juicios de valor. La integran el oyente ideal o experto, el buen oyente, el consumidor cultural, el oyente emocional, el resentido y el que solo escucha música como entretenimiento. A esas seis tipologías  agréguese la escucha estructural. Sobre las características de cada una de las escuchas o   tipos de oyentes Véase Theodor Adorno, elementos para una sociología de la música. Daniel Hernández Iraizoz. Sociológica, año 28, numero 80, septiembre-diciembre de 2013, pp.123-154 
6. No cabe duda que Thomas Mann era un intelectual  con una vasta cultura musical, pero más proveniente de su erudición. Pero no era un músico en el sentido estricto del termino, ni manejaba técnicamente hablando la composición musical, de ahí que se haya valido de su amistad con Theodor Adorno, entre otras profesiones era musicólogo y si poseía conocimientos musicales técnicos para asesorarlo con solvencia  en materias tan intrincadas y que eran necesarias en el planteamiento temático,  ambicioso y de rupturas en las evoluciones de la composición musical que se propuso para su novela  Doctor Fausto. En esa novela Theodor Adorno encarna al maestro de música Kretzscmar, quien da clases al personaje principal Adrian Leverkühn, que es una encarnación del músico Arnold Schoenberg.  Adorno, quien provenía de una familia de músicos en que la música era notable, llego a componer música de cámara y bajo la tutela de grandes músicos  estudió composición con Alban Berg y frecuentó a otros dos compositores clave de la Segunda Escuela de Viena: Antón Webern y al creador de la música atonal (serial) Arnold Schoenberg. Adorno en algún momento de su vida se planteo seriamente ser compositor y critico musical, decisión que al final no tomo.    
7. Ob., cit. Daniel Hernández Iraizoz. 2013, pp.123-154  Reparar en la estructura del discurso musical, sin perder los momentos que dan sentido a esa totalidad.
8. Thomas Mann, Doctor Fausto, Plaza y Janes, Primera edición, Cap. II, pág. 22, 1982
9. Ídem, Cap.VIII, pág. 74,1982. Ver también el post, Literatura y música: Tres grandes escritores europeos.  Thomas Mann, Proust y Hesse.3/2 Post Plaza de las palabras  
10. Plaza de las palabras, Literatura y la música: Tres grandes escritores latinoamericanos: Carpinter, Cabrera Infante, Cortázar 3/3. Sobre James Lincoln Collier, también véase: Jazz, Editorial Diana. Primera edición, 1995
11. Ídem., Plaza de las palabras 
12. Aarón Copland, Cómo escuchar la música. Breviarios, Fondo de Cultura Económica. (FCE), segunda reimpresión, pp. 27-35, 1998  

Créditos

Texto

¿Cómo escucha la música nuestro cerebro? Pablo Espinosa.  Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, CULTURAUNAM, 2017 
Enlaces

¿Cómo escucha la música nuestro cerebro? Pablo Espinosa.
Sobre los tipos de escucha musical

Hernández Iraizoz,Daniel. Theodor Adorno, elementos para una sociología de la música. Sociológica, año 28, numero 80, septiembre-diciembre de 2013, pp.123-154 


Ilustraciones

Thiara Larrissa Lozano Membreño, dibujo a color, artista juvenil hondureña,  composición V, 2017

Thiara Larrissa Lozano Membreño, dibujo a color, artista juvenil hondureña,  composición VI, 2017