Microrelatos: Dos textos de Loren Laínez. Post Plaza de las palabras







Plaza de las palabras presenta en su sección Microrelatos,  dos textos de Loren Laínez, joven escritora hondureña. El primero Al subyacer la esperanza, un texto del fin de los tiempos., en música Cuarteto para el fin de los tiempos de Oliver Messiaen. El segundo El  último amanecer, una experiencia onírica. Ambos  micro relatos escatológicos, en que la autora logra plasmar la idea sin cortapisas. Microrelatos que convocan una seria reflexión en el lector. En el primero está en juego el fin próximo del genero humano, en el segundo el fin de una persona determinada. Género e individuo. Lo indeterminado y lo determinado;  conviven en una última mirada. El primero con un candor musical  irremediable, producto de la intuición fenomenológica.  El segundo, como toda muerte especifica, una resignada tragedia,  producto de la conciencia soñadora.    



Al subyacer la esperanza

Me levanté, vi hacia el exterior desde mi cuarto; un cielo forrado de cenizas y los vientos se agolpaban con los árboles. Me separé de la ventana, dándole la espalda. Mientras un aire frío y nostálgico llenaba de zozobra mi habitación.

Me volví para vislumbrar una vez más, seguía allí, aún permanecía aquel mundo, contrahaz de las agujas del reloj. Y las esencias perdiéndose en las penumbras de un laberinto, sin salida alguna, de olvido y engaños.
Una vez más, el mundo continuaba en su triste realidad, dando seguimiento a la inaudita rutina.

-¿Por qué el mundo va de mal en peor?- Se preguntó ella, para sí misma. La respuesta era evidente: Porque el mundo estaba llegando al final de sus tiempos.




El último amanecer

Desperté, pues una inmensa luz golpeaba, como si fuese con ímpetu, mi rostro.
Un fulguroso día estaba naciendo, una vez más.

Tenía la impresión de encontrarme en un lugar desconocido, pero quizás era solo mi pensar, ya que aún estaba algo letárgica. También sentía mi cuerpo quebrantado, como si en mis sueños, o pesadillas, me hubiesen atacado de dilatada manera, dejando fuertes heridas, golpes y magullones. Sentí que el suplicio se desencadenaba de mi cabeza, y llegaba al pecho, en derredor al órgano que emana la vida, eran terribles punzadas, un hostil dolor que me hacía sentir en agonía. Preferí callarlo, y soslayar aquel sentir, tal vez solo era un vago pensamiento, que deambulaba por mi mente, hasta lo más profundo, hasta mis entrañas. Podría ser y podría no ser, que aquello solo se tratase de un sueño, un sueño que vivía día tras día, a lo mejor no quería despertar de él, o simplemente deshacerme de eso.

Cerré mis ojos, traté de concentrarme, al abrirlos de nuevo, una nostalgia, acompañada de cierta alegría, inundaron mi corazón. Pude atisbar mi cuerpo conectado a muchos aparatos, sí, así era, aún seguía en aquel frío y desolado hospital.

Miré entrar a un individuo vestido de blanco. Iba a dar sus últimas órdenes. Así fue, comenzaron a moverme del lugar donde estaba para llevarme a un nuevo cuarto. Fue cuando pude contemplar el nombre de aquella habitación “La Morgue”.



Créditos

Textos tomados de La Tribuna cultural, Diario La Tribuna, 11 febrero de  2018


Ilustración 

Plaza de las palabras.