“Conténtate con toda apariencia. Pero abandónala y
no te des la vuelta”.
“El arte es todo lo
contrario de las ideas generales; sólo describe lo individual, sólo propende a
lo único. En vez de clasificar, desclasifica”.
“Toda construcción está hecha de restos y lo único
nuevo en este mundo son las formas".
El libro de Monelle
Marcel Schwob
Plaza de las palabras inicia una nueva sección dedicada al libro. Libros esenciales, orientada al análisis e influencia de libros claves, en contexto de la literatura
del siglo XX. Sección que siempre ira acompañada, a manera de ilustración, de un fragmento o texto del libro reseñado. En
esta ocasión presentamos Vidas imaginarias,
del escritor francés Marcel Schwob. (1867-1905)
Escritor, cuentista, fabulador, crítico
literario y poeta. Estudioso de la obra
de François Villon y traductor de Shakespeare, Defoe, Stevenson. Lo apasionaba el estudio del argot de los
bajos fondos de parís. Vidas Imaginarias si bien escrito en 1896, es
un libro que todavía soporta un aliento de modernidad, y que por sus repercusiones, tuvo influencia en escritores tan disimiles;
entre muchos otros, tales como J.L.Borges, Antonio Tabucchi, Roberto Bolaños
y Georges Péret. Y en Hispanoamérica, fue muy valorado por la critica de México
y la Argentina. Donde sentó escuela
entre escritores,
críticos y traductores. El escritor mexicano Alfonso Reyes, cuyas obras Retratos reales e imaginarios (1919) y Junta de sombras (1944), están muy en
deuda con Schwob. En México la obra de Schwob
tuvo influencia entre otros, en Julio
Torri, Juan José Arreola, Elena Poniatowska; y en su momento fueron grandes promotores de
su obra, los escritores José Emilio pacheco, Sergio Pitol y el traductor Rafael
Cabrera.
En argentina, J.L.Borges reconoció entre otras, la
influencia que tuvo Vidas imaginarias en su libro Historia Universal
de la Infamia. Un estilo que encontró su formato en esa aproximación entre lo real histórico y lo imaginario de la
historia, trasladado también al territorio inhóspito de filosofía y la teológica. Apretón de manos, que tantas veces Borges
utilizo en sus cuentos y ensayos. Schwob, además de escribir a los 24 años su
primer libro, Corazón doble, cuentos
fantásticos influenciado por Poe. El libro de
Monelle (1894), libro simbolista, y que algunos críticos consideran
un manifiesto del simbolismo, corriente tan en boga a finales de siglo. Pero sobretodo, Schwob es recordado y estimado
por Vidas Imaginarias y La Cruzada
de los niños. Ambas escritas en
1896, cuando el escritor contaba apenas con 29 años. Sobre la segunda obra, es una
evocación histórica del viaje de miles de niños franceses y alemanes, que se
enrolaron en las cruzadas medievales, y cuyo destino final era llegar a Jerusalén y liberar el Santo
Sepulcro de las manos de los infieles. Peregrinación iniciática, tormentosa e inconclusa. El libro es narrado desde una polifonía de voces,
monólogos sucesivos de los mismos niños.
Sobre ese pasaje histórico y misterioso,
hay además de la de Schwob, otra versión.
Las puertas del paraíso (1959),
del escritor polaco, Jerzy Andrzejewski (1909- 1983) (1)
Varios son los condimentos literarios claves de este sorprendente
e imaginativo libro: Vidas imaginarias.
El primero, es haber acercado dos
líneas aparentemente divergentes y fundirlas en una historia imaginada: la
línea histórica y la línea imaginaria. El libro está compuesto de 22 textos
sobre igual número de personajes, todos históricos y reales. Lo que concibe Schwob, respetando la gran línea histórica, es imaginarse la
historia. En que coinciden a partir del detalle intimo y único, las ideas generales
de la historia y la individualidad de cada personaje. Retrato que saca a flote
un rasgo dominante o un hecho distintivo del personaje seleccionado. La
individualidad irrepetible de cada personaje histórico. Recurso valido para un
escritor. En fin el autor no escribe como un historiador o un biógrafo en todo
el sentido de las palabras, sino como un creador que desde la imaginación reconfigura
lo histórico. Y redescubre al personaje fruto de su investigación y de la reflexión
de su sujeto histórico. Schwob en el prefacio
de su obra, manifiesta que el arte del
biógrafo es la elección. Entre multitud de tales datos elige los que nutrirán su
biografía. Lo que hace el biógrafo es narrar una existencia única. Otra manera de ver una historia ya sabida,
desde otra aproximación. El escritor se apoya en la línea objetiva y limitada del
historiador, pero plasma su visión desde lo ilimitado de la imaginación. El
historiador británico, Peter Burke, dijo alguna: vez, que “sin imaginación no se
puede escribir historia”. (2)
Pero también, existen las fuentes en que Schwob se atrinchero,
además de admirar a sus compatriotas Víctor Hugo y Gustave Flaubert, de quien emuló
su prosa relojera. Tuvo gran estima por las obras de Robert Luis Stevenson,
especialmente de la obra La isla del tesoro, aventura que en su
juventud lo cautivo, e hizo de Schwob, un devoto seguidor de Stevenson. Fervor que lo arrastro a emprender un peregrinaje hasta
Samoa, donde estaba la tumba de Stevenson. Viaje tormentoso y que casi le cuéstala vida. Aventura que
reconvirtió en Viaje a Samoa, obra póstuma (2002), de carácter epistolar con su esposa la actriz Margarita Moreno. Además,
recibe contenidos de los escritores, también ingleses: Thomas de Quincey, con
El asesinato como una de las bellas artes, y William Defoe, y sus historias infestadas de
piratas. En cuanto a sus fuentes
directas de Vidas imaginarias, José Emilio Pacheco señala algunas de sus posibles
arranques, hay atisbos de ese mundo fraterno, en Vidas Paralelas de Plutarco, Imagenery Portraits of
Walter Pater (1887), Heroidas de Ovidio,
Vidas de las personas eminentes de
Auvrey. En todo caso, venga de donde venga, esas joyas narrativas son un tejido
producto de un hábil hilador, pero sobre todo de un gran artista.
El segundo
punto clave, es la prosa de Schwob: lucida, diáfana, y suficientemente fluida y
precisa. Con el oficio de copista medieval, presenta su floritura personajes
absolutamente creíbles y reales. Su prosa sigue un imaginario que tiene su
arranque con Flaubert.
Pasa siguiendo la línea hispanoamericana,
a Alfonso Reyes, ese gran prosista de América, y es rematada por la notable prosa
de J.L.Borges. Un tercer punto clave, es
la mirada histórica de los personajes de Vidas
imaginarias, considerando la vertiente abierta por los Anales de Francia (3), parte de un punto sencillo. La
escuela francesa de los Anales, vuelca y
reivindica la historia de los sin historia. Ya el historiador
norteamericano, Lynn White (4), había adelantado una tesis
similar. La historia no solo es de los grandes personajes, sino de la gente
común. En Vidas imaginarias, va
pasando una galería de personajes, lo mismo aparece un filósofo, que un
borracho. Un pirata desconocido que una
prostituta. Una hechicera que un novelista. Un actor pendenciero, que un par de
asesinos. Schwob no hace distinciones y
eleva al rango humano y subyugante a personajes olvidados. Le brinda al lector
otro rostro desconocido, que estaba oculto entre una maraña de datos; o más
allá de lo histórico. Precursor del anti héroe, porque muchos de sus personajes
son eso, personajes pobres o fracasados. Con gran penetración sicológica, redescubre
del detalle olvidado, pasado por alto, el carácter o hecho que mueve a los
personajes. Para presentar un personaje literariamente reciclado, sin perder ni un átomo de su verisimilitud
histórica.
Finalmente, hay que destacar el formato biografía-cuento,
un género que estaba en franca formación., y que su novedad radica en moldear lo
diverso en una síntesis. Schwob, mismo lo dice en el prefacio a su obra:
la semejanza en la diversidad, como aspiraba Hokusai, el pintor japonés (5), a quien Schwob cita. Atraer por la brevedad y el tejido íntimo y
envolvente de la trama. Las historias de Schwob no son una película, son una fotografía.
Y tampoco son una pintura, sino un mosaico de singularidades. Desde el trabajo artesanal
del escritor, es escribir sobre otra historia, o reescribir otra historia sobre
otra. Suena a Gérard Genette, y su Palimpsestos.
La escritura de grado dos. (1982). Si se habla de novelas historiadas, cabe
también hablar de cuentos historiados. Schwob congrega lo mejor de la historia
y lo mejor de la ficción. Parte de la idea central, ahora tan aceptada,
que el conocimiento y la imaginación, no son excluyentes, sino dos
elementos que juntos fabrican una nueva plasticidad de la realidad histórica. Elige
como Leibniz lo mejor de ambos mundos. Y le resulta: un modelo de formato y un
modelo de prosa.
La obra de Schwob, si bien no es marginal, tampoco goza
de una robusta presencia mediática. Cae
en ciertos momentos en el olvido. Schwob, fue un escritor valorado en su tiempo, tuvo su culto entre los
escritores más destacados de su época. Amigo
de Jules Renard y Robert Louis Stevenson.
El poeta francés Apollinare, lo llamó: “el
padre de una poesía distinta”. Paul
Válery, le dedicó The Sphynx; y Oscar
Wilde, Introduction to the Method of Da Vinci. Uno de los hermanos Goncourt, una vez lo valoró, como “el más maravilloso resucitador del
pasado”. Pero en tramos del tiempo, su obra fue arrinconada. Se perdió en un
vaivén de altas y bajas mareas. Su obra fue y es muy conocida de escritores y críticos. Y
aunque escribe sobre niños. La cruzada
de los niños. Y El libro de Monelle, prácticamente es un libro centrado en una
niña. Y explora la fantasía histórica, Vidas
imaginarias. No obstante, son libros
para adultos. Sus obras no alcanzaron la
popularidad mediática de El Principito
de su coterráneo Antoine de Saint–Exupéry,
ni el de Alicia en el país de las maravillas del inglés Lewis Carrol. Schwob se presenta más como un escritor para escritores, así como perviven
poetas que solo son leídos por otros
poetas. Ya lo decía Jorge Luis Borges,
que los lectores de Schwob, formaban una sociedad secreta.
En Vidas
imaginarias todos los personajes del libro son reales, y sobre algunos de ellos hay documentación histórica. Como fabulador de la
historia, Schwob nos presenta facetas
que quizá no quedaron registradas, ausculta resquicios olvidados. Pone los
acentos en otras palabras. Con la
habilidad de creador solo nos deja ver lo que él, mentalmente, ha
pintado. Ilumina facetas y oscurece otras Pero como un diestro artista, ve mas allá del simple gesto biográfico de los personajes,
aprehende lo qué los mueve. Y los pone a
andar con una prolijidad fina. Hay en esos retratos una historia que siempre
trascurre fluidamente, desdoblándose sin perder la imagen original. Nada falta y nada sobra. El lector siempre sale victorioso. Y no con
una biografía muerta a sus
espaldas, sino que se renueva con una
historia viva que puede echar a caminar por calles y plazas.
Para
este post hemos seleccionado tres de los retratos del libro Vidas
Imaginarias. El de Lucrecio, (99 a. C.-c. 55 a. C.), poeta
y filósofo, el de Paolo Uccello (1397-1475)
pintor
renacentista, y el de la princesa india Pocahontas.
(1595- 1617). Personajes sobre los cuales recaen algunas observaciones.
Un
poeta, un pintor y una princesa.
De Tito Caro Lucrecio
ese gran poeta latino que escribió a partir de las doctrinas de Epicuro, Rerun
Natura, sobre la revolución de los átomos. Schwob, une y reconstruye la
historia, la potencia, y la hace amigable al lector, porque lo hace desde el
formato de un relato breve. Va reescribiendo la historia sobre la historia oficial.
De tal forma que la dimensiona, la va
entrecruzando, logrando una maleabilidad nueva. George Santayana en su obra Tres poetas filósofos. Lucrecio, Dante, Goethe.
(6) Declara su impotencia de plasmar el perfil biográfico de Lucrecio, porque lo único que tenia
mano era su poema, Rerum Natura. De Lucrecio hay poquísimo datos biográficos, y
los que rondan por ahí, podrían entrar en el territorio, siempre amplio y
especulativo de la leyenda urbana. En lo que si coinciden las distintas fuentes
históricas, es que Lucrecio enloqueció. Santayana citando a San Jerónimo, señala
que enloqueció por un “filtro de amor”. Schwob encuentra otro hilo conductor, a
ese fatal enloquecimiento, que culmino
con su muerte. “Y por primera vez, al volverse loco, conoció el amor; y a la noche,
por haber sido envenenado, conoció la muerte.”
De Pablo Uccello, pintor florentino, a pesar de haber sido alumno en el taller del escultor Lorenzo Ghiberti, era por sus manías un outsider de la cofradía de los pintores renacentistas. Giorgio Vasari, más conocido por su notable obra Vida de los grandes artistas, que como pintor. Testimonia de Pablo Uccello (El pajarero), que tenia la rara afición a pintar pájaros en las paredes de su casa, porque afirmaba que era muy pobre para tener mascotas. Pintaba también gatos, perros, y hubo en alguna de las paredes de su casa, una escena de dos leones en pelea que parecían estar vivos y a punto de saltar de las paredes. Obsesionado con profundidad de la perspectiva, más que por sus obras, y seguramente impulsado por la obcecación a los puntos y las líneas, es precursor de pintores como Kandinsky, los supramatista rusos, y todos aquellos movimientos concentrados en las líneas y revuelcos de las formas geométricas. Pero también lo abatía como una bandada de pájaros dando vueltas en su cabeza, ese ímpetu final de la desintegración de las formas. Más que el abstraccionismo en sí, lo que Uccello buscaba con la destrucción de las formas era el origen. Búsqueda heroica, pero inútil. Y es esa aventura a tientas, y sin vislumbrar, que entre las formas difusas y las líneas perdidas, llego a tocar el texto pictórico de la fantasía.
Al contrario de lo que pensaba Vasari en el quatroccento, sobre el abuso de Uccello en el estudio de la perspectiva. Habrá que acentuar, que reuniendo toda su experiencia, abordó diversos elementos compositivos, que de haber pasado de la dispersión a la unidad, plasmándolos juntos en una única tela o pintado en una pared. Habría elevado su arte a una culminación inédita. Sus motivos ornamentales o figurativos adivinaban un impulso irrefrenable por la fantasía: volutas, círculos, y sus esferas de setenta dos facetas semejantes a diamantes, encarados por espirales y otros objetos raros. Combinados con sus dibujos sobre seres acuáticos, y seres terrestres. Vigorizadas por sus singulares composiciones de pájaros y peces de pluma, que le afirmaban un dominio inmediato de lo irreal sobre lo real. A un paso de un umbral abierto a lo onírico. Pero también prefiguran un embrionario escenario surrealista. Todos los elementos imperiosos ya deambulaban por ahí, como pájaros acabados de librarse de las paredes. Su uso de la perspectiva no era para las cosas reales, sino para las cosas inanimadas, abstractas y fantásticas.
En Uccello toda su energía experimental y vanguardista se quedo intacta a nivel de estudio, en sus bocetos y ejercicios de un Works in progress. En sus obras reales y oficiosas no hay pájaros, ni ese revuelo volcado del laberinto lineal. Sin embargo, asevera Georgio Vasari, que Pablo Uccello, de haberse dedicado menos al estudio de la perspectiva, y más a las figuras y las líneas, habría sido el pintor “más delicioso y genial, después de Giotto”. Y Schwob, en su retrato de Pablo Uccello hace decir al escultor Donatello "¡Ah, Paolo, desdeñas la sustancia por la sombra!".
De Pocahontas, princesa del pueblo algonquino, nacida en un territorio de lo que ahora es el estado de Virginia, en el lejano 1595, cuando Virginia era una colonia inglesa. La vida de Pocahontas, es una historia dramática, muy alejada de la versión idealizada de Pocahontas, y popularizada por Walt Disney. Su verdadero nombre era Matoaka, y su apodo, Pokahantesú, que en lengua algonquina significa “divertida”, y que los ingleses mudaron en Pocahontas. Según la leyenda se enamora de un inglés, John Smith. Relación que dio origen múltiples hechos. Como que Pocahontas le salvo la vida. O que le anticipo una trampa que le pondría los algonquinos. Sin embargo desde lo amoroso la relación no fructifica. Y tras su viaje a Inglaterra, se termina casando con otra inglés, John Rolfe. Poco después se convierte al catolicismo, y recibe un nombre cristiano. Pocahontas por su paralelismo es una especie de malinche. Vida breve y amarga, muere a los 21 años. Tras una sucesión de sinsabores: trueques, desarraigo, desilusión amorosa. Fue enterrada en Inglaterra, su tumba aún hoy, sigue siendo desconocida. Dice Schwob de Pocahonta: “Y le confió con voz baja a John Smith que su nombre era Matoaka. Los indios, por temor a que les fuera arrebatada por un maleficio, habían dado a los extranjeros el falso nombre de Pocahontas.”
Vidas imaginarias
Marcel Schwob
LUCRECIO
Poeta
Lucrecio apareció en una gran familia que se había
retirado lejos de la vida civil. Sus primeros días pasaron a la sombra del pórtico
obscuro de una alta casa empinada en la montaña. El atrio era severo y los
esclavos mudos. Estuvo rodeado, desde la infancia, por el desprecio por la
política y por los hombres. El noble Memio, que tenía su misma edad,
sobrellevó, en el bosque, los juegos que Lucrecio le impuso. Juntos se
asombraron ante las arrugas de los viejos árboles y espiaron el temblor de las
hojas bajo el sol, como un velo verde de luz salpicado de manchas de oro.
Contemplaron con frecuencia los lomos rayados de los chanchos salvajes que
husmeaban el suelo. Atravesaron palpitantes cohetes de abejas y bandas
movedizas de hormigas en marcha. Y un día alcanzaron, el salir de un soto, un
claro totalmente rodeado por viejos alcornoques, asentados tan cerca uno de
otro como que un círculo cavaba un pozo de azul en el cielo. La quietud en aquel asilo era infinita. Se
hubiese creído estar en un ancho camino claro que fuera hacia lo alto del aire
divino. Allí, Lucrecio se sintió impresionado por la bendición de los espacios
calmos. Abandonó con Memio el templo sereno del bosque para estudiar elocuencia
en Roma. El anciano gentilhombre que gobernaba la alta casa le dio un profesor
griego y lo conminó a que no volviese sino cuando poseyera el arte de
despreciar las acciones humanas. Lucrecio no lo volvió a ver más. Murió
solitario, execrando el tumulto de la sociedad. Cuando Lucrecio volvió había
con él en la alta casa vacía, en el atrio severo y entre los esclavos mudos,
una mujer africana, bella, bárbara y malvada. Memio estaba de regreso en la
casa de sus padres. Lucrecio había visto las facciones sangrientas, las guerras
de partidos y la corrupción política. Estaba enamorado. Y en un principio su
vida fue encantada. La mujer africana apoyaba en los tapices de los muros la
perfilada masa de sus cabellos. Todo su cuerpo se sumía largamente en los divanes.
Rodeaba las cráteras llenas de vino espumoso con sus brazos cargados de esmeraldas
translúcidas. Tenía una manera extraña de levantar un dedo y de sacudir la frente.
Sus sonrisas tenían una fuente profunda y tenebrosa como los ríos de África. En
vez de hilar la lana la deshacía pacientemente en pequeños copos que volaban
alrededor de ella. Lucrecio deseaba ardientemente fundirse con ese hermoso
cuerpo. Apretaba sus senos metálicos y pegaba su boca a sus labios de un
violeta obscuro.
Las palabras de amor pasaron de uno a otro, fueron
suspiradas, los hicieron reír y se gastaron. Tocaron el velo flexible y opaco
que separa a los amantes. La voluptuosidad creció en furor y quiso cambiar de
persona. Llegó hasta la extremidad aguda en que se expande alrededor de la carne,
sin penetrar hasta las entrañas. La africana se acurrucó en su corazón
extranjero. Lucrecio se desesperó al no poder consumar el amor. La mujer se
tornó altanera, melancólica y silenciosa, parecida al atrio y a los esclavos.
Lucrecio anduvo errabundo en la sala de los libros. Fue allí donde desplegó el
rollo en el cual un escriba había copiado el tratado de Epicuro. En seguida
comprendió la variedad de las cosas de este mundo y la inutilidad de esforzarse
tras las ideas. El universo le pareció similar a los pequeños copos de lana que
los dedos de la Africana desparramaban en las salas. Los racimos de abejas y
las columnas de hormigas y el tejido movedizo de las hojas le parecieron
agrupamientos de agrupamientos de átomos. Y en todo su cuerpo sintió un pueblo
invisible y discorde, ansioso cor separarse. Y las miradas le parecieron rayos
más sutilmente carnosos y la imagen de la bella bárbara, un mosaico agradable y
coloreado, y sintió que el fin del movimiento de esa infinitud era triste y
vano. Así como había visto las facciones ensangrentadas de Roma, con sus
tropeles de clientes armados e insultantes, contempló el torbellino de tropeles
de átomos tintos en la misma sangre y que se disputan una obscura supremacía. Y
vio que la disolución de la muerte sólo era la manumisión de esa turba
turbulenta que se lanza hacia otros mil movimientos inútiles.
Ahora bien; cuando Lucrecio hubo sido así instruido
por el rollo de papiro, en el cual las palabras griegas como los átomos del
mundo estaban entretejidas las unas con las otras, salió hacia el bosque por el
pórtico obscuro de la alta casa de los ancestros. Y vio el lomo de los chanchos
rayados que tenían siempre el hocico dirigido hacia la tierra. Después, al
atravesar el soto, se encontró de pronto en medio del templo sereno del bosque
y sus ojos se sumergieron en el pozo azul del cielo. Y fue allí donde sentó su reposo.
Desde allí contempló la inmensidad hormigueante del universo; todas las
piedras, todas las plantas, todos los árboles, todos los animales, todos los
hombres, con sus colores, con sus pasiones, con sus instrumentos, y la historia
de esas cosas diversas y su nacimiento y sus enfermedades y sus muertes. Y
entre la muerte total y necesaria, percibió con claridad la muerte única de la
Africana; y lloró. Sabía que las lágrimas provienen de un movimiento particular
de las pequeñas glándulas que están debajo de los párpados, y que son agitadas
por una procesión de átomos salida del corazón, cuando el propio corazón ha
sido conmovido por la sucesión de imágenes coloreadas que se desprenden de la
superficie del cuerpo de una mujer amada. Sabía que la causa del amor es la
dilatación de los átomos que desean juntarse con otros átomos. Sabía que la
tristeza que causa la muerte es la peor de las ilusiones terrenales, pues la
muerta había dejado de ser desgraciada y de sufrir, en tanto que aquel que la
lloraba se afligía por sus propios males y pensaba tenebrosamente en su propia
muerte. Sabía que no queda de nosotros ninguna doble apariencia para derramar lágrimas
sobre su propio cadáver tendido a sus pies. Pero, como conocía exactamente la tristeza
y el amor y la muerte y sabía que son vanas imágenes cuando se las contempla desde
el espacio calmo donde hay que encerrarse, continuó llorando, y deseando el amor,
y temiendo la muerte. Por esto fue que habiendo vuelto a la alta y sombría casa
de los ancestros, se acercó a la bella Africana, quien cocía un brebaje en un
recipiente de metal en un brasero. Porque ella también había pensado, por su
parte, y sus pensamientos se habían remontado a la fuente misteriosa de su
sonrisa. Lucrecio miró el brebaje todavía hirviente. Este se aclaró poco a Poco
y se volvió parecido a un cielo turbio y verde. J la bella Africana sacudió la frente
y levantó un dedo. Entonces Lucrecio bebió el filtro. E inmediatamente después su
razón desapareció, y olvidó todas las palabras griegas del rollo de papiro. Y
por primera vez, al volverse loco, conoció el amor; y a la noche, por haber
sido envenenado, conoció la muerte.
PAOLO UCCELLO
Pintor
Su verdadero nombre era Paolo di Dono; pero los florentinos lo llamaron
Uccelli, es decir, Pablo Pájaros, debido a la gran cantidad de figuras de
pájaros y animales pintados que llenaban su casa; porque era muy pobre para
alimentar animales o para conseguir aquellos que no conocía. Hasta se dice que
en Padua pintó un fresco de los cuatro elementos en el cual dio como atributo
del aire, la imagen del camaleón. Pero no había visto nunca ninguno, de modo
que representó un camello panzón que tiene la trompa muy abierta. (Ahora bien;
el camaleón, explica Vasari, es parecido a un pequeño lagarto seco, y el
camello, en cambio, es un gran animal descoyuntado). Claro, a Uccello no le importaba
nada la realidad de las cosas, sino su multiplicidad y lo infinito de las
líneas; de modo que pintó campos azules y ciudades rojas y caballeros vestidos
con armaduras negras en caballos de ébano que tienen llamas en la boca y lanzas
dirigidas como rayos de luz hacia todos los puntos del cielo. Y acostumbraba dibujar
mazocchi, que son círculos de madera cubiertos por un paño que se colocan en la
cabeza, de manera que los pliegues de la tela que cuelga enmarquen todo el
rostro. Uccello los pintó puntiagudos, otros cuadrados, otros con facetas con
forma de pirámides y de conos, según todas las apariencias de la perspectiva, y
tanto más cuanto que encontraba un mundo de combinaciones en los repliegues del
mazocchio. Y el escultor Donatello le decía: "¡Ah, Paolo, desdeñas la
sustancia por la sombra!".
Pero el Pájaro continuaba su obra paciente y agrupaba los círculos y
dividía los ángulos, y examinaba a todas las criaturas bajo todos sus aspectos,
e iba a pedir la interpretación de los problemas de Euclides a su amigo el
matemático Giovanni Manetti; luego se encerraba y cubría sus pergaminos y sus
tablas con puntos y curvas. Se consagró perpetuamente al estudio de la
arquitectura, en lo cual se hizo ayudar por Filippo Brunelleschi; pero no lo
hacía con la intención de construir. Se limitaba a observar la dirección de las
líneas, desde los cimientos hasta las cornisas, y la convergencia de las rectas
en sus intersecciones, y cómo las bóvedas cerraban en sus claves, y la
reducción en abanico de las vigas de techo que parecía unirse en la extremidad
de las largas salas. Representaba también todos los animales y sus movimientos
y los gestos de los hombres con el propósito de reducirlos a líneas simples. Después,
a semejanza del alquimista que se inclinaba sobre las mezclas de metales y órganos
y que escudriñaba su fusión en el hornillo en busca de oro, Uccello volcaba todas
las formas en el crisol de las formas. Las reunía, las combinaba y las fundía,
con el propósito de obtener su transmutación en la forma simple de la cual
dependen todas las otras. Fue por esto que Paolo Uccello vivió como un
alquimista en el fondo de su pequeña casa. Creyó que podría convertir todas las
líneas en un solo aspecto ideal.
Quiso concebir el universo creado tal como se reflejaba en el ojo de
Dios, que ve surgir todas las figuras de un centro complejo. Alrededor de él
vivían Ghiberti, della Robbia, Brunelleschi, Donatello, cada uno de ellos
orgulloso y dueño de su arte, burlándose del pobre Uccello y de su locura por
la perspectiva, apiadándose de su casa llena de arañas, vacía de provisiones.
Pero Ucello estaba más orgulloso todavía. Con cada nueva combinación de líneas
esperaba haber descubierto el modo de crear. La imitación no era la finalidad
que se había fijado, sino el poder de desarrollar soberanamente todas las cosas,
y la extraña serie de capuchas con pliegues le parecía más reveladora que las magníficas
figuras de mármol del gran Donatello. Así vivía el Pájaro y su cabeza pensativa
estaba envuelta en su capa; y no se fijaba en lo que comía ni en lo que bebía y
se parecía por entero a un ermitaño. Y sucedió que en un prado, junto a un
círculo de viejas piedras hundidas entre la hierba, vio un día a una muchacha
que reía, con la cabeza ceñida por una guirnalda. Llevaba un largo vestido delicado,
sostenido en la cintura por una cinta descolorida, y sus movimientos eran elásticos
como los tallos que doblaba. Su nombre era Selvaggia y le sonrió a Uccello. Él notó
la inflexión de su sonrisa. Y cuando ella lo miró, vio todas las pequeñas
líneas de sus pestañas y los círculos de sus pupilas y la curva de sus párpados
y los entrelazamientos sutiles de sus cabellos y en su mente hizo adoptar a la
guirnalda que ceñía su frente una multitud de posiciones. Pero Selvaggia no
supo nada de eso, porque tenía solamente trece años. Ella tomó a Uccello de la
mano y lo amó. Era la hija de un tintorero de Florencia y su madre había
muerto. Otra mujer había ido a la casa y había pegado a Selvaggia. Uccello la llevó
a la suya. Selvaggia permanecía en cuclillas todo el día frente a la muralla en
la cual Uccello trazaba las formas universales. Jamás comprendió por qué
prefería contemplar líneas derechas y líneas arqueadas a mirar la tierna figura
que se tendía hacia él. A la noche, cuando Brunelleschi o Manetti iban a
estudiar con Uccello, ella se dormía, después de medianoche, al pie de las
rectas entrecruzadas, en el círculo de sombra que se extendía bajo la lámpara.
A la mañana, se despertaba antes que Uccello y se alegraba porque estaba
rodeada por pájaros pintados y animales de color. Uccello dibujó sus labios y
sus ojos y sus cabellos y sus manos y fijó todas las actitudes de su cuerpo;
pero no hizo su retrato, como hacían los otros pintores que amaban a una mujer.
Porque el Pájaro no conocía la alegría de limitarse a un individuo; no
permanecía nunca en un mismo lugar; quería planear, en su vuelo, por encima de
todos los lugares. Y las formas de las actitudes de Selvaggia fueron arrojadas
al crisol de las formas, con todos los movimientos de los animales y las líneas
de las plantas y de las piedras y los rayos de la luz y las ondulaciones de los
vapores terrestres y de las olas del mar. Y sin acordarse de Selvaggia, Uccelle
parecía permanecer eternamente inclinado sobre el crisol de las formas. A todo
esto no había nada que comer en la casa de Uccello. Selvaggia no se atrevía a decírselo
a Donatello ni a los otros. Calló y murió. Uccello representó la rigidez de su cuerpo
y la unión de sus pequeñas manos flacas y la línea de sus pobres ojos cerrados.
No supo que estaba muerta, así como no había sabido si estaba viva. Pero arrojó
sus nuevas formas entre todas aquellas que había reunido.
El Pájaro se hizo viejo y nadie comprendía más sus cuadros. No se veía
en ellos sino una confusión de curvas. Ya no se reconocía ni la tierra, ni las
plantas, ni los animales, ni los hombres. Hacía largos años que trabajaba en su
obra suprema, que ocultaba a todos los OÍOS. Debía abarcar todas sus búsquedas
y ser, en su concepción, la imagen de ellas. Era Santo Tomás incrédulo,
palpando la llaga de Cristo. Uccello terminó su cuadro a los ochenta años.
Llamó a Donatello y lo descubrió piadosamente ante él. Y Donatello exclamó:
"¡Oh, Paolo, cubre tu cuadro!". El Pájaro interrogó al gran escultor,
pero éste no quiso decir nada más. De modo que Uccello supo que había consumado
el milagro. Pero Donatello no había visto sino una madeja de líneas. Y algunos
años más tarde se encontró a Paolo Uccello muerto de agotamiento en su camastro.
Su rostro estaba radiante de arrugas. Sus ojos estaban fijos en el misterio revelado.
Tenía en su mano, estrictamente cerrada, un pequeño redondel de pergamino lleno
de entrelazamientos que iban del centro a la circunferencia y que volvían de la
circunferencia al centro
POCAHONTAS
Princesa
Pocahontas era la hija del rey Powhatan, el que
reinaba sentado en un trono hecho como para servir de cama y cubierto con un
gran manto de pieles de mapache cosidas de las cuales pendían todas sus colas.
Fue criada en una casa alfombrada con esteras, entre sacerdotes y mujeres que
tenían la cabeza y los hombros pintados de rojo vivo y que la entretenían con
mordillos de cobre y cascabeles de serpiente. Namontak, un servidor fiel,
velaba por la princesa y organizaba sus juegos. A veces la llevaban a la floresta,
junto al gran río Rappahanok, y treinta vírgenes desnudas bailaban para distraerla.
Estaban pintadas de diversos colores y ceñidos por hojas verdes, llevaban en la
cabeza cuernos de macho cabrío, y una piel de nutria en la cintura y, agitando
mazas, saltaban alrededor de una hoguera crepitante. Cuando la danza terminaba,
desparramaban las brasas y llevaban a la princesa de regreso a la luz de los
tizones. En el año 1607 el país de Pocahontas fue turbado por los europeos.
Gentilhombres arruinados, estafadores y buscadores de oro, fueron a acostar en
las orillas del Potomac y construyeron chozas de tablas. Les dieron a las
chozas el nombre de Jamestown y llamaron a su colonia Virginia. Virginia no
fue, por esos años, sino un miserable pequeño fuerte construido en la bahía de
Chesapeake, en medio de los dominios del gran rey Powhatan. Los colonos
eligieron para presidente al capitán John Smith, quien en otros tiempos había
corrido aventuras hasta por tierra de turcos. Deambulaban por las rocas y
vivían de los mariscos del mar y del poco trigo que podían obtener en el tráfico
con los indígenas. Al principio fueron recibidos con gran ceremonia. Un
sacerdote salvaje tocó ante ellos una flauta de caña; alrededor de sus cabellos
anudados llevaba una corona de pelos de gamo teñida de rojo y abierta como una
rosa. Su cuerpo estaba pintado de carmesí, su rostro de azul; y tenía la piel
salpicada de lentejuelas de plata nativa. Así, con la faz impasible, se sentó
en una estera y fumó una pipa de tabaco. Después otros se alinearon en columnas
de a cuatro, pintados de negro y de rojo y de blanco y algunos por mitades,
cantando y bailando delante de su ídolo Oki, hecho con pieles de serpientes
rellenas de musgo y adornadas con cadenas de cobre.
Pero pocos días después, cuando el capitán Smith
exploraba el río en una canoa, fue de pronto asaltado y maniatado. Lo llevaron
en medio de terribles alaridos a una casa larga donde lo custodiaron cuarenta
salvajes. Los sacerdotes, con sus ojos pintados de rojo y sus rostros negros
cruzados por dos grandes franjas blancas, circundaron por dos veces el fuego de
la casa de guardia con un reguero de harina y de granos de trigo. En Vidas
imaginarias seguida John Smith fue conducido a la choza del rey. Powhatan
vestía su manto de pieles y aquellos que estaban alrededor de él tenían los
cabellos adornados con plumas de pájaro. Una mujer llevó al capitán agua para lavarle
las manos y otra se las secó con un manojo de plumas. Mientras tanto, dos
gigantes rojos depositaron dos piedras planas a los pies de Powhatan. Y el rey
levantó la mano, como señal de que John Smith iba a ser acostado en esas
piedras y que se le aplastaría la cabeza a mazazos. Pocahontas tenía apenas
doce años y sacaba tímidamente la cabeza por entre los consejeros
pintarrajeados. Gimió, se lanzó hacia el capitán y puso su cabeza contra la mejilla
de éste. John Smith tenía veintinueve años. Tenía grandes bigotes enhiestos, la
barba en abanico y su rostro era aguileño. Se le dijo que el nombre de la
muchachita del rey, que le había salvado la vida, era Pocahontas. Pero no era
su verdadero nombre. El rey Powhatan hizo las paces con John Smith y lo puso en
libertad. Un año más tarde el capitán Smith acampaba con su tropa en la selva
fluvial. La noche era densa; una lluvia penetrante sofocaba todos los ruidos.
De repente, Pocahontas tocó el hombro del capitán. Había atravesado, sola, las
espantosas tinieblas de los bosques. Le susurró que su padre quería atacar a
los ingleses y matarlos cuando estuvieran comiendo. Le suplicó que huyera si
quería salvar su vida. El capitán Smith le ofreció abalorios y cintas; pero
ella lloró y respondió que no se atrevía. Y huyó, sola, por el bosque. Al año
siguiente, el capitán Smith cayó en desgracia con los colonos y, en 1609, lo embarcaron
para Inglaterra. Allí compuso libros sobre Virginia, en los cuales explicaba la
situación de los colonos y contaba sus aventuras. Hacia 1612, un cierto capitán
Argall, que había ido a comerciar con los potomacs (que era el pueblo del rey
Powhatan) raptó por sorpresa a la princesa Pocahontas y la encerró en un navío
como rehén. El rey, su padre, se indignó, pero no le fue devuelta. Así
languideció prisionera hasta el día en que un gentil hombre de buena presencia,
John Rolfe, se prendó de ella y la desposó. Fueron casados en abril de 1613.
Dicen que Pocahontas confesó su amor a uno de sus hermanos, que fue a verla.
Llegó a Inglaterra en el mes de junio de 1616, donde despertó, entre la gente
de la sociedad, gran curiosidad por visitarla. La buena reina Ana la acogió con
ternura y mandó que se grabara su retrato. El capitán John Smith, que estaba a
punto de partir otra vez para Virginia, fue a rendirle pleitesía antes de
embarcarse. No la había visto desde 1608. Ahora tenía veintidós años. Cuando él
entró, ella volvió la cabeza y ocultó el rostro, no respondió a su marido ni a
sus amigos y permaneció sola durante dos
o tres horas. Después preguntó por el capitán. Entonces alzó los ojos y le
dijo:
–Usted le había prometido a Powhatan que todo lo suyo
sería de él y él hizo lo mismo;
extranjero en su patria, lo llamaba padre; por ser yo
extranjera en la suva, lo llamaré así.
El capitán Smith arguyó razones de protocolo, pues
ella era hija de rey.
Ella continuó:
–Usted no tuvo miedo de ir al país de mi padre y lo
asustó, a él y a toda su gente, pero
no a mí. ¿Tendrá miedo, acaso, de que aquí lo llame
padre mío? Le diré padre mío y
usted me dirá hija mía, y yo seré para siempre de la
misma patria que usted. Allá me
habían dicho que usted había muerto. . .
Y le confió con voz baja a John Smith que su nombre
era Matoaka. Los indios, por temor a que les fuera arrebatada por un maleficio,
habían dado a los extranjeros el falso nombre de Pocahontas.
John Smith partió para Virginia y nunca más volvió a
ver a Matoaka. Ella cayó enferma en Gravesend, a comienzos del año siguiente,
empalideció y murió. Aún no tenía veintitrés años.
Su retrato está orlado por este exergo: Matoaka alias
Rebecca filia potentissími príncipis
Powahatami imperatoris Virginie. La pobre Matoaka tenía un sombrero de fieltro,
alto, con dos guirnaldas de perlas; una gran gorguera de encaje tieso y llevaba
un abanico de pluma. Tenía el rostro afinado, los pómulos salientes y grandes
ojos dulces.
Bibliografía
Marcel Schwob, Vidas imaginarias. La cruzada de los
niños. Prólogo de José Emilio Pacheco. Traducción de Rafael Cabrera.
Editorial Porrúa. Tercera edición, México, 1991
Notas bibliográficas
1. Plaza de las palabras reprodujo el ensayó Las
puertas del paraíso de Jerzy Andrzejewski, de la escritora y poeta hondureña
Rebeca Becerra.
. https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2013/10/las-puertas-del-paraiso.html
. https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2013/10/las-puertas-del-paraiso.html
2. Plaza de las palabras reprodujo la entrevista de Berta Ares al historiador británico Peter Burke, (1937), especialista en historia de la cultura moderna, Revista de Letras, Buenos Aires febrero de 2013.
3. Anales de Francia. Escuela historiográfica originada en Estrasburgo, Francia por la década de los 30, conducida por M.Bloch. Y entre cuyos discípulos, se cuenta con el historiador Ferdinand Braudel. Escuela orientada al estudio histórico desde los procesos y las estructuras. Su abanico temático abarca una amplia gama de sujetos históricos, entre ellos el estudio de los fenómenos sociales, la cultura y las mentalidades. Lleva su nombre por la revista Anales de historia económica y social, Annals.
4. Lynn White (1907-1987), profesor de historia medieval de las universidades de Princeton y de Stanford. Discípulo de M.Bloch, planteo el concepto de subhistoria. Su obra esta centrada en el estudio de la tecnología medieval y el cambio social. También ha estudiado las raíces histórica de la crisis ecológica. La comprensión de la historia. Centro Editorial Colección Siglo XX, 1989.
5. Katsushika Hokusai (1760-1849), pintor y grabador japonés. Su pintura es denominada “pintura del mundo flotante”. Su obras son muy conocidas, por la serie de pinturas del Monte Fuji, especialmente es muy famosa, La gran ola de Kanagama, que se ha convertido en un icono del arte moderno.
6. Plaza de las palabras dedico un post al libro Tres poetas filósofos. Lucrecio, Dante, y Goethe, del filósofo norteamericano George Santayana.
Créditos
Enlaces a obras de Marcel Schwob
Vidas imaginarias
El
libro de Monelle http://www.ignaciodarnaude.com/textos_diversos/Schwob,Libro%20de%20Monelle.pdf
Créditos de las
Ilustraciones
Composición I con base a
fotos de Wikipedia. Plaza de las palabras.
Composición II con base a
fotos de Wikipedia. Plaza de las palabras.
Foto de Lucrecio, busto,
Wikipedia
Pablo Ucello retrato siglo XVI, museo del
Louvre, Wikipedia
Pocahonta, Londres retrato (1616 ) por Simón van der Meer. Wikipedia.
Composiciónon III con base a
fotografías de Wikipedia. Plaza de las palabras.