Rebeca Becerra (Escritora Hondureña)
Dos son los autores que han llevado a la literatura la leyenda sobre la expedición de cruzadas infantiles del año de 1212, Marcel Schwob
(Chaville, 1867-París, 1905) con su libro La cruzada de los niños
(1896), el cual “constituye una joya de la literatura universal. Mediante una
polifonía de voces (ocho monólogos) se describirá la aciaga suerte de dos
columnas de niños que, alentados por las fogosas prédicas de monjes goliardos,
partieron en el siglo XIII de Flandes, el norte de Alemania y Francia hacia
Jerusalén para liberar el Santo Sepulcro. Su fe e inocencia eran sus únicas
armas. Una de las columnas zarparía desde Génova, perdiéndose los barcos en una
tempestad. La otra saldría de Marsella para arribar a Alejandría, donde los
niños serán asesinados, vendidos como esclavos o destinados a harenes y
burdeles. Esta disposición narrativa —una suerte de anticipo de las técnicas de
la denominada historia oral— tenía su antecedente en el poema narrativo The
Ring and the Book (1868) de Robert Browning”[1]. Según Borges en el prólogo a La Cruzada de los Niños de
Schwob, éste “aplicó a la tarea el método analítico de Robert Browning,
cuyo largo poema narrativo nos revela a través de doce monólogos la intrincada
historia de un crimen, desde el punto de vista del asesino, de su víctima, de los
testigos, del abogado defensor, del fiscal, del juez, del mismo Robert
Browning”[2]. “La primera traducción al castellano de La cruzada
de los niños —utilizada en la edición de Tusquets de 1971— fue efectuada en
1917 por Rafael Cabrera, miembro del célebre grupo mexicano de los
Contemporáneos. Igualmente, Jorge Luís Borges prologará la edición argentina de
1949, reconociendo su deuda literaria con Schwob”[3]. Otro es el autor polaco Jerzy Andrzejewski con su libro
Las Puertas de El Paraíso.
Las cruzadas dieron comienzo en 1095 y eran expediciones
militares realizadas por cristianos de Europa occidental y por petición del
Papa Urbano II, cuyo objetivo era liberar a Jerusalén y el Santo Sepulcro,
además de otros lugares santos que se encontraban en manos de los musulmanes.
Pero también fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza
feudal, el control del comercio con Asia y el afán hegemónico del papado sobre las
monarquías y las iglesias de Oriente. Se llevaron a cabo cuatro cruzadas desde
el 12 de noviembre de 1095 hasta 1119 cuando se efectuó la cuarta, aunque los
historiadores no se ponen de acuerdo respecto a su
finalización, y han propuesto fechas que van desde 1270 hasta incluso 1798.
Entre las cruzadas infantiles se mencionan: La expedición de cruzados
infantiles de Borgoña y la cruzada infantil de Alemania. Se cree que quienes
incitaron a los niños a las cruzadas fueron frailes capuchinos para que continuasen
la obra que, había caído en la desconfianza hacia los cruzados mayores y que
solamente un espíritu sano y limpio podría llevar a cabo tal empresa divina:
los niños.
Los niños “creían poder
atravesar a pie enjuto los mares. ¿No los autorizaban y protegían las palabras
del Evangelio Dejad que los niños vengan a mí, y no los impidáis (Lucas
18:16); no había declarado el Señor que basta la fe para mover una montaña
(Mateo 17:20)? Esperanzados, ignorantes, felices, se encaminaron a los puertos
del Sur. El previsto milagro no aconteció. Dios permitió que la columna
francesa fuera secuestrada por traficantes de esclavos y vendida en Egipto; la
alemana se perdió y desapareció, devorada por una bárbara geografía y (se conjetura) por
pestilencias”[4].
Las historias de Schwob y principalmente
Andrzejewski están basadas en las cruzadas que se emprendieron en los
territorios de Francia. La de Andrzejewski es una versión más contemporánea
sobre esta ingenua leyenda. Las Puertas de El Paraíso fue publicada en
1959, y significó un desafío en su momento ya que rechazaba por completo la
estética oficial de Polonia.
Las Puertas de El Paraíso se aleja completamente del
estilo simbolista y teosófico de Marcel Schwob, Andrzejewski “logró crear con
ese antiguo tema un monólogo de extrema tensión lingüística cuyo núcleo es aún
más insondable que el del relato de Schwob”[5]
La única traducción al español de esta
maravillosa novela fue realizada por Sergio Pitol, escritor mexicano, que vivió
y conoció a Andrzejewski en su país natal Polonia, durante los años de 1963 a 1966. Para Pitol la
novela se compone de dos frases únicas, la primera que consta de ciento
cincuenta páginas y la segunda que consta de cinco palabras. En la primera se
entretejen las confesiones de los cinco adolescentes de Cloyes; es una parte
tormentosa y oscura, un rosario de confesiones complejas que van asombrando al
lector a medida que avanza en ese picado mar de palabras. Y la segunda es una
sola frase que cierra la novela con la esperanza y la desesperanza de llegar a
las puertas de Jerusalén “Y caminaron toda la noche”[6].
Un gran aporte de los autores del siglo XX a la
narrativa universal fue el hecho de crear y concretar a través de sus obras modernas
formas narrativas. La obra de Andrzejewski se encuentra inmersa dentro de estas
grandes obras innovadoras y perdurables a través del tiempo. “Su hálito poético
ha resistido perfectamente al tiempo, y su sentido, a pesar de lo explícitas
que parecen las confesiones, parecen ahora aún más enigmáticas”[7].
Esa primera parte a la que se refiere Sergio
Pitol, se entreteje a través de un ejercicio reiterativo, es común la
repetición del objetivo que se persigue con la cruzada como una obsesión,
liberar a Jerusalén de los turcos infieles, atravesar sus muros y rescatar al
Santo Sepulcro; además de la repetición de otros párrafos u oraciones claves
dentro de la novela. Este carácter de
elementos reiterativos, sumado a otros como las palabras iniciales que
introducen los monólogos o las voces de los personajes: dijo, pensó.... nos remiten a las características de la literatura
de carácter oral. Y es que esta leyenda ha sido transmitida a través de este
vehículo.
Hay dos caras dentro de esta historia primera,
parecieran dos objetivos completamente diferentes; el centro de la novela se
mueve de un lado a otro sin encontrar valga la redundancia su propio centro:
Uno es la procesión hacia los muros de Jerusalén y otro son las historias
amorosas que cada uno de los adolescentes van expulsando de sus cuerpos como
demonios para que el Padre los absuelva y poder continuar en la cruzada. Esta
primera parte está presentada como un rosario de palabras donde Andrzejewski no
hace concesiones al lector debido a que no hay pausas mayores, me refiero a
puntos. Solamente hay pausas pequeñas o comas, esta intención estructural
también pareciera ser el móvil de la novela; entonces encontramos tres centros
que buscan su centro y no logramos al final de la lectura definirlo. Las pausas
cortas a través de comas marcan un ritmo y atrapan al lector al que solamente
le queda continuar leyendo la historia hasta que se acabe la novela y encontrar
ese punto y aparte tan deseado.
Andrzejewski crea a través de su técnica una tensión lingüística
extraordinaria que escruta nuestros limitados conocimientos técnicos
narrativos.
La fábula trata de
cuatro adolescentes de la aldea de Cloyes que marchan hacia los muros de
Jerusalén a liberar al Santo Sepulcro de los turcos infieles, después de que
uno de ellos Santiago, el hallado, mejor conocido por sus dotes naturales como
Santiago, el bello, tiene una visión en su cabaña donde vive solitario debido a
su orfandad. Todos son adolescentes entre 14 y 16 años. Los otros son Maud, la
hija del herrero, Roberto el hijo del molinero, Blanca la hija del carpintero y
Santiago, que es pastor. Los acompañan Alesio Melisseno, griego de Bizancio,
Conde de Chartres y de Bliois. Es importante destacar que los niños de la
leyenda de las cruzadas eran menores de 12 años, por lo tanto criaturas
inocentes lanzados a una empresa sumamente descabellada. Andrzejewski hace su
propia versión en esta novela que aunque nos remita a un hecho posiblemente
real nos interna también en la ficción. El verdadero pastor que tuvo la visión
o la revelación fue de nombre Esteban quien abandonó el rebaño, corrió al lugar
y reunió a todos los niños. Pero no solamente los niños le escucharon, sino
también los mayores. En Las Puertas de El Paraíso, Santiago baja a la
plaza del pueblo donde suspende una fiesta, el casamiento de la hermana de
Maud, y anuncia:
“Dios todopoderoso me
ha revelado que frente a la insensible ceguera de los reyes, príncipes y
caballeros es necesario que los niños cristianos hagan gracia y caridad a la
cuidad de Jerusalén en manos de los turcos infieles, porque por encima de todas
las potencias de la tierra y el mar sólo la fe ferviente y la inocencia de los
niños puede realizar la más grandes empresas, tener piedad de la Tierra Santa y del
Sepulcro solitario de Jesús...”
En esta historia los mayores no
están de acuerdo por lo que no se les unen a la cruzada como se supone que
sucedió en realidad. Solamente marcha con ellos a la cabeza un fraile menor
quien en un sueño se le reveló que dicha empresa iba a ser un fracaso; en el
sueño escucha una voz que le muestra los muros de Jerusalén que no son más que
un desierto inanimado y calcinado por el sol. En el sueño se le aparecen dos
jóvenes que avanzan solos a través de este desierto, uno de ellos muere, el
otro continua la marcha; en el sueño el padre descubre que ese joven es
Santiago, el hallado; el fraile comprende que todos los demás han muerto en la
travesía, por lo que decide a través de la confesión saber el origen de todo lo
que está sucediendo para comprender el significado y por qué el Señor no lo
tomó en cuenta para emprender tal empresa, realiza una confesión general,
ausculta el espíritu de los adolescentes para saber si en alguna de ellas se
esconde un grave pecado y absolverlo.
“Schwob en La Cruzada de los
Niños presenta de modo sucesivo los monólogos infantiles, y los de algunos
personajes que participaron, aunque sea casualmente en aquella empresa
inaudita. Andrzejewski, por el contrario, intenta la simultaneidad”[8]. Esta simultaneidad nos
permite conocer los pensamientos y acciones ocultas de los cuatro adolescentes,
dicha simultaneidad se lleva a cabo a través del ejercicio de la confesión; sin
embargo dentro de ésta se van dar paralelamente otras confesiones como la
autoconfesión del fraile menor, y aun más intrincado dentro de las confesiones
de los personajes de los cuatro jóvenes se van a confesar otros personajes por
boca de los primeros, como la del padre adoptivo de Alesio Melisseno, el Conde
Ludovico de Vendome, quien se confiesa a través de su hijastro y posteriormente
a través de Santiago, el bello.
Pero qué es lo
que encierran esas confesiones: pues que el móvil de la cruzada son las
pasiones ocultas, el deseo del cuerpo y no la fe, una cuestión de moral. Cada
una de las confesiones pasa a formar parte de la anterior, es decir se van
entrelazando de una manera que una esclarece o amplía la otra. A medida que
avanzan el escritor va dando nuevos elementos que poco a poco se van integrando
en un todo complejo. Es una fábula fragmentada pero donde al mismo tiempo se
integran el punto de vista del narrador y las voces de los personajes.
El tercer día
de las confesiones ha llegado y toca confesar a los cuatro jóvenes: Maud,
Blanca, Roberto y Santiago. El fraile percibe grandes pecados detrás de la empresa
pero “su larga vida de confesor le ha enseñado que de los sufrimientos, de los
infortunios y de la perdición pueden nacer también el deseo de la fe, y que las
mismas fuentes envenenadas son capaces de generar un milagro. Y ese milagro no
puede ser sino el rescate del Sepulcro de Cristo. Él estará presente en el
momento supremo. Siente que su muerte está próxima, pero esa muerte alcanzará
una grandeza que su vida jamás ha conocido”[9]. Está dispuesto a absolverlos a todos,
pero a medida que avanzan las confesiones su espíritu entra en una disputa
moral que lo hace reflexionar sobre la fe y razón. Para Pitol esta “contienda moral constituye
la más sólida columna de la novela; sin esta reflexión ética la novela sería de
cualquier manera asombrosa, pero correría el riesgo de que la aquejara una
situación decorativa y arqueológica”[10].
Son confesados
desde los pecados más simples hasta los más complejos moralmente como la
relación sexual del Conde Ludovico con su hijastro Alesio Melisseno. A través
de las confesiones nos vamos dando cuenta de la vida de cada personaje y como
se entrelazan unas vidas con otras. “El
final es terrible, el último confesante, Santiago de Cloyes, el iluminado por
la gracia de Dios, no puede ser absuelto. Lo que el niño cree ser una iluminación
no lo es. El confesor comprende que debe detener esa marcha de la locura, de la
inocencia, de las pasiones y la mentira”[11].
Comprende que su sueño solamente fue una premonición y no una señal que
lo llevaría ser testigo de una gloriosa empresa. En el fraile simboliza la
razón, pero esa razón será aplastada por lo onírico, la pasión, el deseo y lo
irracional de la adolescencia que marchará sobre su cuerpo que ha sido
derribado por el brazo de una enorme cruz.
Finalmente aunque el texto no lo anuncie,
se vislumbra un final funesto como supuestamente sucedió en la realidad. “Y
caminaron toda la noche” nos dice la
segunda parte de esta novela, frase única y avasalladora que nos muestra la
pérdida total en las tinieblas humanas de estas almas adolescentes, quienes
engañadas marcharon hacia las puertas de un paraíso ilusorio.
[2] Prólogo de Jorge Luis Borges a la versión en español
de Las Cruzadas de los Niños de Marcel Schwob. Buenos Aires, Argentina. 1949
[4] Prólogo de Jorge Luis Borges Op.Cit
[5] Pitol, Sergio. Prólogo. Las Puertas del Paraíso.
2da. Ed. Veracruz, México. 1996. P. 22
[6] Andrzejewski, Jerzy. Las
Puertas del Paraíso. 2da. Ed. Veracruz,
México. 1996. P. 144.
[7] Pitol, Sergio. Op.Cit. P. 24
[8] Pitol, Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 25
[9] Pitol, Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 27
[10] Pitol, Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 28
[11] Pitol, Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 29
Creditos de la ilustración
https://es.wikipedia.org/wiki/Puerta_del_Para%C3%ADso