Cuando
se llevaron la noche
Mario
A. Membreño Cedillo (Escritor Hondureño)
Y caminaban,
semejante a la noche.
Canto I, Ilíada.
“La
noche sugiere, nos enseña. La noche nos encuentra y nos sorprende
por
su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas que, durante el día,
son
dominadas por la razón.”
Brassai, fotógrafo húngaro.
"Today, two things seem to be modern: the analysis of life and the
flight
from life… One prectises anatomy of the inner life of one's mind, or one
dreams.
Reflection or fantasy, mirror image or dreams image.”
Hugo von Hofmannsthal, 1893.
Foto El ángel del
sueño, M.A.Membreño Cedillo (2006)
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Una
cierta nostalgia es el título del libro
de cuentos de la escritora hondureña María Eugenia Ramos (segunda edición,
Editorial Iberoamericana, 2010; la primera edición es del año 2000) (1).
Compacto y mesurado libro que incluye once cuentos, de los cuales varios han
sido antologados: Ocho de los once cuentos están muy bien planteados y
escritos: El vuelo del abejorro, Para elegir la muerte, Entre las
cenizas, La partida, La otra, Cuando se llevaron la noche, El círculo y Una
cierta nostalgia.
Los cuentos antes
citados tienen elementos en común: lo fantástico, los sueños, los espejos, la
noche, la soledad, la incomunicación. Puertas que se abren y puertas que se
cierran. Hay un intento de fabricar una nueva realidad, una búsqueda, sea entre
sueños, espejos u oscuridad. Aquí la oscuridad (noche) no solo es física, sino
sicológica, pero siempre queda reflejada la posibilidad de encontrar una puerta
entreabierta. No obstante, la noche es el personaje principal, la cual que tiene más que un carácter; abarca directa
o indirectamente todos los cuentos, los abriga literalmente. Hay un manto de
penumbra en todos los cuentos, ya sea la acción de día o de noche.
En El
vuelo del abejorro la acción transcurre de día. Cuento sobrio y
bien condensado, controla su eficacia con un cierto acento policial. Bien
podría ser un sueño. Hay una transposición en progreso, una dualidad musical y
visual: un espejo roto.
Para
elegir la muerte, es un cuento
fantástico que rompe los moldes de la realidad, pero al mismo tiempo es
perfectamente cotidiano, recordemos Las fases de Severo, de
Cortázar. Cuento sorprendente que rompe un estereotipo pero perfectamente
cuadrado en la realidad. En una sociedad consumista también hay una oportunidad
para elegir la muerte. El final se da en otra realidad que se abre más allá de
una puerta, en la que bien cabría una constelación de estrellas o un pelotón de
fusilamiento.
Entre
las cenizas nos cuenta una variante de la fábula de la
Cenicienta. Es un sueño dentro de un sueño. “En cuanto suba a su caballo
olvidará siempre esa noche” (p. 41). Solo basta que el príncipe despierte
ahora, pero nunca lo hace: un ejercicio de la asimetría de los sueños. ¿Y si el
príncipe despertase y Cenicienta estuviese dormida? Es un sueño en ambas vías,
luz verde para ambos. Lo idílico realizado es la coincidencia de los sueños.
Pero en el cuento siempre hay una luz roja que prohíbe el encuentro del
príncipe y la princesa.
La
partida es un cuento sin ambages, en el que nunca
sabemos qué pasa. Solo hay pincelazos de los protagonistas. Muy llano y con un
final que sin rebuscarse produce honda impresión. James Joyce escribía cuentos
similares: sin excesos y con finales sugerentes y no definitivos. Este es uno de
los cuentos mejor logrados, por su sobriedad.
La otra es el recurrente desdoblamiento usado por
muchos escritores, un nuevo espejo. Nos recuerda Lejana, de
Cortázar, pero también esa desintegración emocional y física que se derrama
en Una rosa para Emily, de Faulkner, y esa otra fabulación
tremendista y gótica de Carlos Fuentes, en Aura.
El
círculo es también una búsqueda circular, espejos y
sueños. Una realidad que no es realidad, una incomunicación fáctica y
subliminal; lo inexplicable como asunto del pan y el café a las siete de la
mañana. Nos recuerda el cuento Mudanzas, de Cortázar, en el
que todo el entorno va cambiando lentamente. Solo que aquí el cambio es
inmediato, sin preámbulos, muy a lo Kafka, sin explicaciones, sin exordios:
directo pragmatismo bostoniano y laconismo espartano.
Y
finalmente: Una cierta nostalgia, una reflexión en primera
persona de alguien que busca a los otros, pero que también espera
vehementemente que otros lo busquen a él. Semáforo en verde para ambas vías. No
es El enfermo imaginario de Moliere, ni es el personaje
moribundo de La muerte de Ivan Ilich de Tolstoi,
que tumbado en una cama va muriéndose de gota en gota, de palabra en palabra;
rodeado de familiares estampados en un tapiz bizantino y en la sombra de la
soledad de una estepa urbana. Aquí el caso es una leve raya entre los muertos y los vivos; no hay
adornos, ni personajes de primer plano, ni escenarios. Es casi un escenario
minimalista. Solo monólogo consciente y narración directa de un knockout en el primer asalto, donde “el
tiempo se ha detenido en el aire como una bola de cristal” (p. 90) y donde
“millones de pies descalzos están pasando sobre mi tumba” (p. 93). Solo hay que
recordar The dead de Joyce. Pero sin irse muy lejos, a la
vuelta de la próxima esquina, se nos desencaja ese mundo entre vivos y muertos,
que es Pedro Páramo. Solo lo salvan las palabras. Una lucha de la palabra
contra la oscuridad (¿será noche?) Solo la palabra salva, dice el
protagonista de Una cierta nostalgia “para no dejarme
morir en las tinieblas” (p. 94). La palabra contestada en la voz del otro,
los otros; los que fueron y los que vendrán. Frases que también nos
recuerdan aquel poema de T.S.,Elliot: Tierra Baldía,
Hay tres cuentos más
que por diversos motivos están debajo de la factura de los cuentos antes
reseñados. Domingo por la tarde es un cuento que sin duda está
bien escrito, pero que desentona con los otros. Es legítima la denuncia social,
pero es un cuento que está escrito con una temática diferente y con un lenguaje
estrictamente realista y abiertamente insinuándose
en el costumbrismo; y, sobre todo, escrito con otra disposición mental.
El
viaje es un buen cuento, pero se queda corto en su
final, resulta muy lineal; hay mejores maneras de plantear lo mismo desde un
punto de vista literario. Y deja limitada las posibilidades de encontrar un
final; que sin traicionar lo que se dijo, estuviera a una mayor altura
ficcional.
Los
visitantes es un tema muy interesante para fabricar un
relato de alto nivel. Pese a que Helen Umaña (2),
considera que este cuento está muy sentimentalizado, (lo reseña como
“adherencias sentimentales”), hay otra consideración desde la construcción
técnico-literaria que va más allá del lenguaje sentimental. El punto es que la
autora nos da demasiadas explicaciones, por lo que resulta un cuento demasiado
externalizado. Al lector no le queda un resquicio de imaginación, por lo que lo
enfrenta desde la racionalidad pura. Y eso es una limitante; porque en la
ficción uno busca lo lúdico, lo subjetivo, lo que dé espacio para volar:
ejercitar la imaginación, que es el templo de toda calibrada ficción. Por
ejemplo, en El jardinero (1926), Rudyard Kipling, aunque en el epígrafe habla
de un ángel, en el texto nunca da explicaciones de nada. Deja todo a la
imaginación y lo lúdico del lector; por eso es un cuento magistral, igual
que Ellos, La casa de los deseos y Madona en las
trincheras, todos cuentos de alta factura de Kipling. En la literatura o en
la pintura, una pincelada de más o demasiadas explicaciones anulan el arte.
Recordemos los cuadros maestros de Velásquez, siempre acusados de ser
inacabados, pero no por eso dejan de ser obras maestras (3)
III
Foto:
Noche y día. Mario A. Membreño Cedillo (Tegucigalpa, 2005)
Cuando
se llevaron la noche, el cuento
más emblemático y que reúne las cualidades de la mayoría de las narraciones de
este libro, nos sugiere la frase de la Ilíada “y caminaban,
semejante a la noche”, frase que glosó Borges en uno de sus libros.
Pero, ¿será una sola y total noche o serán miles de noches? Este cuento está
muy bien logrado e inteligentemente planteado; sin excesos en las descripciones
ni intentos de explicar por qué se producen las cosas. Siempre se mantiene la
tensión y atención del lector, con profundidad metafísica e impactante en su
doble final.
En el cuento Algo
había pasado ("Qualcosa era successo"), Dino Buzzati
usa este recurso. En un día soleado, mientras un pasajero va en un tren, se da
cuenta de que algo ocurre en las ciudades y el campo. Ve gente que corre,
rostros destemplados, y no se explica qué es lo que pasa. Cuando baja del tren
no encuentra gente: toda la ciudad está desierta (“cuando se llevaron a la
gente”).
Cuando
se llevaron la noche, aun en su
aparente sencillez, es un cuento mucho más complejo que el de Buzatti. Plantea
una dislocación del mundo, dos realidades, espejo contra espejo; en el fondo,
el problema existencial atinente a la incomunicación. Siempre hay algo que no
entendemos y que está más allá de nosotros: la otredad. La primera
vertiente es que sucede algo inexplicable, irracional: la cosa que
sustituye a la noche. Se arma muy al estilo del cuentista norteamericano H.P
Lovecraf, especializado en el género de horror, para quien esa
cosa que sustituye la noche lo es todo; lo demás es accidental.
En Cuando
se llevaron la noche, por el contrario, hay una relación humana y existencial,
y la cosa que sustituye la noche solo es un fondo que queda
latente, muy en las esquinas del alma (horror metafísico).Esta vertiente es un
irreverente estrechar las manos con el filósofo polaco Leszek
Kolakowski. En ese terreno metafísico, esa cosa indefinida que va
sustituyendo a la noche provoca temor, zozobra, incertidumbre, horror que nadie
puede definir con palabras; porque no hay palabras que puedan expresar algo que
está más allá del lenguaje.(4)
El otro
final o vertiente es el concepto muy humano de la
Espera. En la mayoría de los cuentos de este libro, los personajes esperan algo:
sea una renuncia, un cambio de escenarios o algo más. Una espera que en esencia
es judeo-cristiana (Ernest Bloch aborda el tema desde un sincretismo judeocristiano
y marxista), afincada en la esperanza, que es diferente al simple optimismo. La
espera de algo es un concepto teológico, muy estructurado en todas las
religiones. Aquí la espera no es tanto que retorne lo que se fue, sino la
transformación que sufre el que espera. El único que retorna es uno mismo
transformado.
En El
retorno de la noche, de Cortázar, el personaje retorna de una
pesadilla; se salva porque despierta. En Cuando se llevaron la noche la
trama es un proceso mental al revés; lo que sucede es real y no un sueño o
pesadilla. Curiosamente, lo que puede salvar a la protagonista del cuento es
huir de esa realidad presente, refugiarse en el sueño. Pero esa salvación solo
es pasajera, porque hay que despertarse.
En el
planteamiento de Cuando se llevaron la noche, hay varias
posibilidades: nunca sabemos quién se llevó la noche, ni por qué (eso es parte
del cuento, y corresponde al lector encontrar la noche, o imaginarse what
happen?), recurso técnico que usaba Kafka. En sus novelas: (El castillo,
El proceso, La metamorfosis) Uno nunca sabe lo que pasa, ni por qué.
Cortázar usa ese recurso técnico en algunos de su cuentos; por ejemplo, solo
para citar uno, Segunda vez.
Pero más complejo
y dramático que se lleven la noche es que se lleven el día. Desde una visión de
conjunto, quizás hay una relación con el poemario de la autora, Porque
ningún sol es el último, (1989, Ediciones Paradiso). Lo que
viene después del último sol es la noche; quizás, entonces, este libro de
cuentos es el corolario del último sol (tesis atrevida, pero
no descartable). Pero, si ya no hay sol y tampoco hay noche, entonces, ¿qué
queda? ¿Y qué sigue después? Solo queda la recuperación: primero del sol (día),
y después, de la noche. Ambas posibilidades están relacionadas con la
Esperanza. Recordemos la sentencia sorprendente de Josué: “Sol, detente”. Pero
también la sentencia neotestamentaria de San Pablo: “Renovaos por la
transformación de vuestro entendimiento”.
Foto:
Andrć Kertćcz (1972)
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Hay, pues, dos
tendencias estructuradas en estos cuentos: una primera tendencia esta relacionada
con problemas cotidianos, relaciones de pareja, de familia, filiación paterna,
desesperanza en el amor; pero también la búsqueda de lo perdido. Y una segunda
vertiente, que en un sentido muy general; asoma dosificadamente a lo fantástico;
pero también tocando a la puerta de lo metafísico, lo inexplicable o lo
maravilloso cotidiano. En la primera vertiente pensamos en Katherine Mansfield,
muy influenciada por Chejov, caracterizada por desarrollar más los ambientes y
la atmósfera que los personajes. En la segunda vertiente, estamos cuadrados en
el mundo gótico de Isak Denisen (Karen Blixen): lo onírico, lo simbólico, lo
exuberante, lo sorprendente.
María Eugenia
Ramos conjuga y se mueve entre esos dos mundos, en estas tendencias temáticas y
literarias; y lo hace con mesura, sin excesos, y en narraciones breves y
solventes. Tiene talento y potencial para escribir cuentos; y no es fácil hacer
cuentos de buena factura en el medio hondureño ni centroamericano; que no ayuda
ni motiva mucho. En ese contexto, María Eugenia Ramos se perfila por esta obra
como un inicio de una Khaterine Mansfield o Isak Denisen hondureña. O quizás
una Elena Garro, pensando en términos latinoamericanos.
En fin, esto de
escribir un buen cuento o una buena novela, pintar un buen cuadro o tomar una
buena fotografía, o escribir una buena escena de teatro o una sobria y vivaz
partitura musical; es en esencia y en última instancia; además del dominio de
la técnica pertinente a cada disciplina artística; un acto de soledad y un
desprendimiento de inteligencia pura (Emmanuel Kant), de esencialidad poética
(John Keats), un proceso mental de alto nivel espiritual (Vasil Kadinsky).
Le resta a la
autora asumir el reto de superar lo ya escrito; y consolidar su vocación y
oficio de escribir. Sin duda es una escritora emblemática en nuestro país. Le
resta asomarse a la ventana y saber qué es lo que ve. Porque hay que tener el
carácter, la disciplina y la vocación para más. Porque, en eso de la vocación
artística, que es siempre una decisión personal, solo hay una regla universal y
sin contemplaciones y misericordia: siempre sola, absolutamente sola
ante el espejo, y siempre a punto de tocar una puerta que nunca se sabe si
se va abrir. Y si se abre, uno nunca sabe si al entrar va encontrar el último
sol o la última noche. Porque siempre hay que recordar a Aristóteles: “el alma
es todo en cierto modo”…
2. Umaña,
Helen (1999). Panorama crítico del cuento hondureño, 1881-1999. Editorial
Iberoamericana.
3. Léase La
desnaturalización del arte, de Ortega y Gasset, especialmente el
estudio sobre el pintor Velásquez.
4 .Véanse las tesis de posibilidades del
lenguaje de Gertude Stein, D. Lessing y Wittgenstein, sobre la limitación del
lenguaje para describir y abarcar la realidad total.