Cuentos Hispanoamericanos. Mosquita muerta un cuento de Rogelio Sinán. Post Plaza de las palabra





Plaza de las palabras, en su sección Cuentos hispanoamericanos, presenta al escritor panameño Rogelio Sinán, seudónimo de Bernardo Domínguez Alba (1902-1994), poeta y narrador, y uno de los referentes obligados de la literatura centroamericana. Y quien también incursionó en el ensayo y teatro infantil. Realizó estudios universitarios en Chile, en donde alternó con  los poetas Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Con posterioridad viajo a Italia a aprender italiano; fue allí donde se nutrió del vanguardismo de la época y profundizó en los -ismos (dadaísmo, surrealismo, creacionismo, ultrarealísmo, etc.) y que serían la base de su obra ulterior. Tuvo especial interés en el teatro de Pirandello. Llego a conocer China y Japón, ya que fue cónsul en la India. Sinán aunque poeta es mas conocido por su cuentistica. El cuento que presentamos es Mosquita muerta, escrito en México en 1959,  aunque no es el cuento más conocido de Sinán, ya que sus cuentos más antológicos son A la orilla de las estatuas maduras, Boina Roja y Hechizo.

Al respecto sobre la cuentistica de Sinán, el crítico  Jaramillo Levi, señala: Aquí es importante destacar que si bien Sinán expresa en sus cuentos la inexorable complejidad de ciertas parcelas de vida que este género aborda (contrario a lo que hace la novela, que por su naturaleza y extensión engloba vidas completas) , lo hace de forma sencilla y relativamente transparente las más de las veces ; en ellos privilegia precisamente la anécdota por encima de los demás aspectos configuradores del texto . Aparentemente la historia domina, pues, la lectura, y por tanto posibilita un interés continuado en la trama que se va tejiendo. Esto no quiere decir, por supuesto, que Sinán no domine sutilezas formales, o que sus estructuras sean de una sola pieza. Significa, en cambio —y esto lo convierte en un verdadero Maestro—, que sabe fundir a la perfección, sin que se note, las dos caras que son inseparables en la moneda del texto: fondo y forma; y que cuando leemos sus cuentos solemos apreciar una sola de esas caras porque la otra está tan virtuosamente penetrada de aquélla (o aquélla de ésta) que parece existir por sí sola, en sí misma, prescindiendo de la otra. Es el caso de «A la orilla de las estatuas maduras», «Bobby», «Hechizo», «Sin novedad en Shanghai», «Todo un conflicto de sangre», «La voz decapitada», «La única víctima de la revolución» o «Mosquita muerta» entre otros, cuentos tan magistralmente escritos. (Claves temáticas y formales en la cuentistica de Rogelio Sinán Enrique Jaramillo Levi. MAGA,  REVISTA PANAMEÑA DE CULTURA, No. 30, enero-Abril, 1997, págs.15)

Abstract: El cuento Mosquita muerta tiene un paralelismo con el cuento La mosca  de Katherine Mansfield, escrito en 1922, por lo general incluido en numerosas antologías. Es un cuento de sobrevivencia y ausencias. Los dos personajes el de Mansfield, un viejo que ha perdido a su hijo en la primera guerra mundial, muerte que no ha logrado superar. Y el personaje de Sinán que tampoco ha superado la pérdida de su mujer e hija.  En ambos cuentos hay una mosca impertinente que los asedia y gana su atención. No obstante en el cuento de Mansfield el tema es tratado con mayor solemnidad, en el cuento de Sinán hay una confluencia de ironía y humor. También en el cuento de Sinán hay un trasfondo en la lucha del personaje quien es escritor y tiene que terminar un cuento para una nueva revista literaria porque vive de eso.  A la par en el cuento de Sinán  se da un hecho fantástico la conversión, ya sea física o imaginaria de la mosca en su hija ausente. En definitiva un cuento con una sostenida y equilibrada tensión, en que por momentos se funde el presente y el pasado, narrado en tercera persona, y que como afirma Fernando Burgos, en Antología del Cuento Hispanoamericano se alternan: el humorismo, frustración, ironía y hasta la neurosis.   

El tema de una mosca resulta, peculiar pero no es un personaje  inédito. Ya Esopo también había fabulado sobre  una mosca. El escritor francés J.P Sartre también escribió una obra de teatro sobre la tragedia griega, intitulada Las Moscas. Hay también una película La Mosca de cabeza blanca, film de ciencia ficción y terror, que fue muy popular en la década de los 80s. El escritor venezolano Arturo Uslar Pietri escribió un cuento La mosca azul;  y si no abundan; pero varios escritores se han valido de  éste personaje alado para elaborar sus ficciones o hacer reflexiones sobre ellas.  Sobre la rememoración de un padre  sobre la muerte de su hijo,  o la perdida de seres queridos hay un cuento muy conocido de Kipling que trata casi el mismo tema. Magistral cuento intitulado El jardinero. Otro escritor británico, William Golding, premio Nobel de Literatura en 1983, se valió de la alegoría de las moscas, para escribir su novela más conocida,  El señor de las moscas. Pero quizá este tema de insectos, guardando las distancias, y entendiendo  el vocablo, insecto, en sentido general; pero en cualquiera de sus acepciones, nos trasporte a la metamorfosis de Kafka. Y  para finalizar aquella frase del siempre ocurrente Augusto Monterroso, solo hay tres temas: “la muerte, el amor y las moscas”.
Mosquita Muerta 


2189 palabras

¡Maldita  mosca! El manotazo se lo infirió a sí mismo en pleno rostro, sin lograr atraparla, ya que la mosca sabía sortear los más violentos sopapos con increíble agilidad. El escozor que le quedó en la mejilla lo hizo sentirse deprimido como si alguien le hubiese propinado una bofetada.

Llegó a pensar que todo se aliaba en contra suya como para impedirle concentrarse. Por un lado, la mosca, por el otro, el calor; y, para colmo de males, su depresión nerviosa, su abulia, su apatía.

En mala hora se había comprometido a escribir ese cuento a corto plazo para la nueva revista literaria. No tenía más remedio que ponerse a trabajar enseguida; de lo contrario no lo podría entregar a tiempo.  Claro que hacer un cuento no era cosa tan fácil como soplar y hacer botellas, pero él tenía su duende y, además, por fortuna no le faltaba fantasía, ¡conque manos a la obra!

Puso el papel en la Underwood y empezó a barajar diversas tramas.

Ya estaba casi a punto de estructurar en mientes un buen conflicto de tipo psicológico, cuando, de pronto, ¡zaz!, el condenado zumbido lo distrajo. Era la mosca. Dio varias vueltas alocadas y fue a posarse sobre la nítida cuartilla.

"De haber tenido a mano el matamoscas, no te salvaba ni el diluvio", pensó él, pues en efecto la tenía a su alcance. La mosca estaba allí, quietecita, frotando una contra otra sus dos patitas delanteras, feliz e inocente, lejos de imaginar que ya la muerte rondaba junto a ella.

En ese instante, por rara asociación, él recordó a su niñita.

Se enjugó con el pañuelo la frente como para borrar ciertos recuerdos que sólo conseguían entristecerlo.

Sacó de su petaca un cigarrillo. Le dio lumbre.

La mosca echó a volar con la primera bocanada de humo, giró alocadamente, y se esfumó como por arte de magia.

Menos mal. Sin embargo, seguía sintiendo en los oídos y aun en la mente su fastidioso ronroneo. Puso en el  cenicero el cigarrillo. Procuró concentrarse. Hizo un esfuerzo por reanudar el hilo de la trama iniciada. Inútil. Sentíase nuevamente tan abúlico como antes de empezar y desechaba como cosas insulsas e inadecuadas los diversos asuntos que su imaginación le brindaba. Permaneció un instante como embebido contemplando la espiral de humo blanco que se iba desprendiendo del cigarrillo.

Volvió a fumar.

Se  echó hacia atrás e intentó hacer un aro con el humo. No resultó. Se quedó contemplando cierta manchita negra en el cielo raso. Era la mosca. Casi le disgustó verla tan quietecita allí arriba. Por lo menos podía bajar a distraerlo.

Cogió un pedazo de papel, hizo una bola, y la tiró fuertemente contra la mosca. La vio girar por un momento y nuevamente la perdió de vista.

Antes hallaba siempre algún pretexto para ocultar su abulia mental ya que invariablemente la culpa recaía sobre la esposa o la niña. Cuando no era por un motivo era por otro.

 —Papá, ¿qué escribes?
 —Un cuento.
 —Entonces, cuéntamelo.
 —No es de los que se cuentan.
 —Si no es para contarlos, ¿para qué escribes cuentos?
 —Para comer.
 —¿Quieres que coma cuentos?

Se dejaban oír, casi al unísono, un bofetón y un alarido. La chiquilla se abrazaba a él llorando.

—Ya te he dicho que no le pegues a la niña.
—Que te deje tranquilo. Si no escribes, nos moriremos de hambre.

Otras veces lo ponía en ascuas el insólito silencio de la casa. Cavilaba. ¿Qué habría podido sucederles? No tardaba en conocer el misterio. Con un dedo en la boca, la esposa se le acercaba de puntillas.

—Déjate e teclear. Con ese ruido me vas a despertar a la niña.

No había nada qué hacerle. Se iba al billar.

Ahora, la ausencia de ambas lo hacía sentirse descentrado e incómodo, pues aunque procurara justificarse, no las tenía todas consigo ya que bastante de la culpa la había tenido su impaciencia.

Lo que más lamentaba eran las veces que, sin motivo aparente (según decía la esposa), había estallado en un acceso de rabia dizque porque la niña lo distraía, pero él  había tenido sus razones para estallar.

—No voy a molestarte, papá, me quedaré a  tu lado quietecita mirando esta revista.

Al poco rato se levantaba a preguntarle esta o aquella cosa de la revista. Como él, con la mejor voluntad, la complacía, ella cogía confianza, lo abrazaba, e insistía en molestarlo, hasta que, ya cansado, él le decía: "¡Vete con tu mamá!"

La esposa, entretenida con algún libro interesante, no se ocupaba de la niña, que volvía a molestarlo. Él se indignaba y ardía  Troya.

Ahora de nada le servían la soledad y el silencio que le había creído conquistar ya que más bien era la atmósfera propicia para que lo invadiesen los tenaces fantasmas del recuerdo. Sumido en esa atmósfera irreal, como de sueño, le parecía aun sentir el lloriqueo de la niña y el fastidioso ronroneo de la esposa.

¡Maldita mosca! Volvió a zumbarle en el oído.

No comprendía por cuál oculta rendija la habría podido colarse. Con la idea de evitarlas, se había encerrado allí en la recámara y por la misma causa no había querido abrir los cristales que daban a ese infecto jardín lleno de estiércol. Era de allí de donde procedía toda esa fauna de dípteros, coleópteros y demás destructores de la paciencia humana. Prefería soportar el asfixiante calor de su forzosa clausura, con tal de verse libre de la nauseante tabanera.

Sentía el zumbido, pero no la veía.

Nada le producía tanto asco como las moscas, sobre todo cuando eran (¡como esa!) de las que se empecinan en besuquear los labios del homo sapiens, dejándole ese horrendo prurito que es como un anticipo de la futura gusanera.

Lo más raro era que ésta parecía haber surgido de la nada. Cayó como el cielo.

Ahora volvía a rondar en torno suyo.

¿Por qué no limitaba sus giros al ámbito, más adecuado para ella, de la sombría cocina o del repleto y oliente basurero? Pero, no. Necia, intrépida, tenaz, impertinente, prefería impacientarlo, como si la consigna fuese la de empujarlo a la locura o al crimen. Era como si, obedeciendo a algún destino fatal, ella buscase la muerte que solamente él podía darle.

Ahí estaba de nuevo queriéndolo besar. Desesperado, trataba de quitársela de encima dándose manotazos por aquí y por allá.

Pensaba: "¿En dónde diablos habré metido el matamoscas?"

Recordaba casi con precisión haberlo visto la última vez sobre la cama de la ausente.

Su esposa había implantado la costumbre de las camas gemelas "para evitar disgustos".
—¡Mosquita muerta!

Ahora que ella no estaba, la cama de la ausente le servía a él para echar libros, revistas, ropa sucia, paquetes y hasta desechos de papeles. Bajo aquel maremágnum estaría el matamoscas. Lo malo era el esfuerzo que requería su búsqueda.

Después de lo ocurrido había vivido como en un mundo absurdo, entregado a la más insípida bohemia, sin rasurarse, sin arreglar la casa, sin querer ver a nadie ni a la Nana —que hacía también la criada— a quien dio un nuevo mes de vacaciones, para no verla todo el día lloriqueando y, sobre todo, porque ella lo seguía con la vista como testigo acusador, silencioso.

La espiral de humo blanco le recordó a la niña.

Todo había sucedido por culpa de la esposa. Se empecinó en llevársela consigo, por no dejarla con la abuela.

¡Maldita mosca! Le rozó la mejilla, produciéndole un desagrado de cosa muerta.

Tenía que hallar el matamoscas, de lo contrario no iba a escribir el cuento en toda la tarde. La mosca o él.

Ahí estaba la muy taimada, quietecita en el cristal del espejo. La veía allí, tan inmediata, tan cerca de su mano, que parecía estar retándolo, como cuando la esposa lo provocaba llamándolo cobarde para incitarlo a la violencia.

Bastaría el matamoscas y el asunto quedaría concluido.

Al levantarse, con la mayor cautela, se vio a sí mismo en el espejo. Le pareció que ese otro del espejo no era él. El rostro que veía no era su rostro de antes, sereno, bondadoso. Barbudo, despeinado, con los ojos rojizos y esas ojeras, hondas violáceas, más parecía un recluso, un forajido.

No, no era el mismo de antes. Sentía remordimientos y se acusaba del percance ocurrido. ¿Para qué disculparse atribuyéndole la causa a la esposa? Al fin y al cabo lo que ella procuró fue alejarse, llevándose a la niña, para  que él se enfrentara a su creación literaria sin cortapisas ni pretextos.

La mosca lo estaba enloqueciendo con sus revuelos.

Se aproximó a la cama de la ausente y echó a un lado revistas, libros, ropas. Tenía que dar cuanto antes con el bendito matamoscas.

Al sentir el contacto de las sábanas se acordó de la esposa.

La colcha estaba helada, casi húmeda, con ese frío absoluto del abandono y de las camas donde duermen las sombras.

Sintió el escalofrío que le causaba la voz chillona de la esposa.

Le parecía escucharla:

—¡Ya no podrás quejarte! ¡Te hemos dejado solo! ¿Por qué no escribes?

La mosca le hizo cosquillas en la oreja. ¡Mal haya! No hallaba el matamoscas, y la idea de matarla ya lo tenía desazonado. También deseó la muerte de la esposa. Y habría sido capaz de...

Aquella vez estuvo a un tris de matarla. Como la niña le era leal sólo a él, le contaba todas las fechorías de mala hembra, que queriendo vengarse, la emprendió a taconazos con la criatura, gritándole:

—¡Mosquita muerta! ¡Ya verás! ¡Soplona!

De un tremendo empellón él la arrojó sobre el lecho e iba a asestarle un bastonazo, ciego de furia, cuando los gritos de la niña lo frenaron.

—¡Mosquita muerta serás tú! ¡Simuladora! —le dijo—. Fingiste serlo para atraparme; pero eres una araña asquerosa.

La mosca revoloteó en sus labios y tuvo que frotárselos rápidamente para quitarse la sensación nauseante.

Tiró al suelo las revistas, los libros.

¡Por fin el matamoscas!

Lo blandió con el gesto del militar que se prepara a entrar en combate.

Buscó con la mirada a la mosca.

La vio. Se había posado sobre una de las piezas de la Underwood. Al verla, todos sus nervios quedaron en tensión.

Se le fue aproximando con paso de felino. Levantó el matamoscas.

Gracias a la chiquilla no asesinó a la esposa aquella vez que por poquito leda con el bastón. Desde ese día ya él no volvió a vivir en la casa sino cuando ella resolvió irse a pasar algunos meses en casa de los padres. No hubo maneras de disuadirla para que le dejase a la niña. ¡Pobre criatura! Lloraba a gritos cuando subió al avión, llamándolo, como si presintiera la desgracia.

Difícilmente pudo identificarlas después del accidente.

Sólo vio sangre y humo.

Todo por culpa de la esposa.

—¡Maldita!...

La mosca estaba allí nuevamente sobre la nítida cuartilla.

Puso en proyecto el golpe.

La espiral de humo blanco sufrió una distorsión como de pánico.

Ya iba a lanzar el golpe cuesta abajo, cuando se vio a sí mismo en el espejo.

Parecía un criminal.

En ese instante tuvo la idea del cuento.

Voz infantil: ¡Yo quiero ver a mi papá!
Voz maternal: ¡Te he dicho que no puedes!
Voz infantil: ¿Por qué?
Voz maternal: Porque los muertos no vuelven a la tierra.
Voz infantil: ¡Yo no quiero estar muerta!
Voz cósmica: ¿Por qué alborota tanto esa niña?
Voz etérea: Dice que quiere ver a su papá.
Voz cósmica: Bueno, que no fastidie. (Un trueno.)
¡Déjenla ir! (Otro trueno). Visitará a su padre, pero en forma de mosca. (Una centella.) Será una de esas moscas que andan en busca de la muerte.

—Papá, ¿no me recuerdas? No vayas a creer que soy una mosca. Todo eso es puro cuento. Soy una niñita linda. ¿Por qué das manotazos? No me gusta ese juego. Papacito, no me mires así. Me das miedo. Pero, antes. ¿Por qué me apartas siempre dando papirotazos? No voy a distraerte. ¿Te acuerdas cuando escribías tus cuentos, que yo me echaba encima de ti, dándose besos y haciéndote diabluras, y tú seguías tecleando como si nada? ¿Lo recuerdas, papito?

Lo vio aferrar el matamoscas, y se quedó observándolo mientras él se acercaba.

—Papá, ¿qué juego es ése? ¡No me gusta! Tienes la cara fea como la vez que ibas a darle a mamá con el bastón. Te pareces al gigante del cuento que se comía a los niños. ¡¡No me mates, papá!!

Fue un golpe seco.

Sintió cómo la sangre le corría por el labio.

— ¿Por qué tenías que hacerlo, papá?

Aun pudo oírlo cuando decía:

—¡Maldita!...

¿Dónde caería la mosca? Tal vez entre los tipos de la Underwood.

Sobre la nítida cuartilla había quedado una manchita de sangre.

La espiral de humo blanco se había desvanecido.

Recordó que a su niña, después de aquella escena del bastonazo, él la llamaba mosquita muerta. La niña ya se había acostumbrado al sobrenombre.

Lo invadió la tristeza. Sintió dentro de sí como una ola que subía por sus venas inundándolo de un dolor infinito.

Se echó sobre la máquina de escribir, deshecho en llanto, y estalló en un sollozo:

—¡Mosquita muerta!





Créditos

Texto del cuento Blog LECENMUS


Fotografía Wikipedia y Google Imagen   

Selección de poetas polacos: Leśmian, Przyboś Miłosz, Szymborska, Różewicz, Dabrowska, Zagajewski. Post plaza de las palabras





Plaza de las palabras, en su sección Poesía  presenta Selección de siete  poetas polacos: Leśmian, Przyboś, Miłosz, Szymborska, Różewicz, Dabrowska, Zagajewski. Una muestra representativa de la poesía polaca. Dos de ellos nacidos en el siglo XIX, Leśmian y  Przyboś (1901)  Algunos poetas casi generacionales (Miłosz, Szymborska, Różewicz) de las dos primeras décadas del siglo XX. De ellos dos ganaron el premio Nobel de Literatura y el tercero fue varias veces candidato al mismo. Los dos últimos poetas (Zagajewski y Dabrowska,) son  poetas contemporáneos.

Bolesław Leśmian, (1877-1937), fue un notable poeta y artista polaco de origen judío, cuyos escritos le valieron la membrecía de la Academia Polaca de Literatura. Según Agniezska Matyjaszczyk Grenda, (Presa Gonzales, Fernando, (Coord.) Historia de las literaturas eslavas, págs. 773-829, Ediciones Cátedra, 1997),  el poeta Leśmian se desligó de las corrientes poéticas de su tiempo, orientándose a una poesía más individual.  Su primera obra es La Pradera, (1920)  estructurado en dos ciclos, el primero la maleza aframbuesada, responde a la poética de la Joven Polonia, en el tratamiento del amor, paisajes de ensueño en que abunda los animales fantásticos y realidades secretas inimaginables para la mente humana. Y en el segundo ciclo Baladas, una visión del mundo a partir del folclore de diversas naciones.  En sus obras posteriores  camina por la intuición y comunión con al naturaleza. 

Julian Przyboś (1901-1970). Poeta ensayista y traductor, teórico y pieza clave del grupo de la "Vanguardia de Cracovia", en la segunda década del siglo XX, su influencia fue marcada en las generaciones literarias posteriores. Su primera obra escrita en 1925 fue Los tornillos. Sus principales libros de poesía: Mientras vivimos (1944), Lo mínimo de las palabras (1956), Instrumento hecho de luz (1958) y Poesías escogidas (1969). Czesław Miłosz (1911-2004) fue un poeta, traductor y escritor polaco; premio Nobel de Literatura de 1980. En su juventud fundó el grupo literario "Zagary" y publicó en 1930 los primeros volúmenes de poesía mientras trabajaba en la radio polaca. Desde 1932 lideró el movimiento vanguardista y durante la II guerra Mundial participó activamente en la resistencia a la ocupación nazi. Desde 1961  hasta su muerte, vivió en California donde ocupó la cátedra de Lenguas y Literatura Eslava de la Universidad de Berkeley.  

Maria Wisława Anna Szymborska (1923-2012) fue una poeta, ensayista y traductora polaca, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1996. Estudió Literatura Polaca y Sociología en la Universidad Jagiellonian. Con su primera publicación “Busco la palabra” en 1945, seguida de “Por eso vivimos” en 1952 y “Preguntas planteadas a una misma” en 1954, logró situarse en los primeros planos del panorama literario europeo. “Apelación al Yeti” en 1957, “Sal” en 1962, “En el puente” en 1986, “Fin y principio” en 1993 y “De la muerte sin exagerar” en 1996, contienen parte de su restante obra. Ha merecido reconocimientos como el Premio del Ministerio de Cultura Polaco 1963,  Premio Goethe 1991, Premio Herder 1995  y Premio Nobel de Literatura 1996. 

Tadeusz Różewicz  (1921-2014). Dramaturgo, cuentista, autor de guiones de cine. Según Krystyna Dabrowska, Różewicz fue un poeta de una ruptura tajante con la tradición, ha revisado el concepto mismo de poesía y su razón de ser. Es una personalidad determinante para la evolución de la poesía polaca después de la segunda guerra mundial. En toda la obra de Różewicz se percibe una oposición dramática entre el mundo de la cultura y el reino feroz de la biología. De un lado la Arcadia añorada del arte (Różewicz estudió la historia del arte), del otro, la verdad cruda, definitiva de la carne humana. El Coliseo, Venecia, los encantos de la pintura italiana, evocados en su largo poema-reportaje "Et in Arcadia ego" y la memoria atroz de la historia irreparable. Różewicz, dando la espalda a los valores estéticos, opta por una ética desilusionada y sin mística. Considera que "el poeta del basurero está más cercano a la verdad que el poeta de las nubes".

Adam Zagajewski. (Lwów, actualmente en Ucrania, 1945- ) Lingüista, poeta, traductor, escritor, profesor universitario, novelista y ensayista. Formó parte del grupo poético Ahora hasta 1975. Es uno de los poetas más destacados de la llamada Generación  de la Nueva Ola. Y es un miembro conocido de la Generación del 68 en su país y uno de los más famosos poetas contemporáneos. Krystyna Dabrowska nació en Polonia, en 1979. Es poeta, traductora y autora de piezas de radio teatro. Estudió Arte Gráfico en la Academia de Bellas Artes de Varsovia. Ha traducido al polaco a William Carlos Williams, W. B. Yeats, Thomas Hardy y Thom Gunn. Ha publicado los libros de poesía: Agencia de viajes, 2006; Sillas blancas, 2012 y Tiempo y apertura, 2014. Obtuvo el Premio de Poesía Wisława Szymborska.


“Me gustan los mapas porque mienten.
Porque no dejan paso a la cruda verdad.
Porque magnánimos y con humor bonachón
me despliegan en la mesa un mundo / no de este mundo”.
Wisława Szymborska,


SELECCIÓN DE POETAS Y POEMAS POR PLAZA DE LAS PALABRAS

Bolesław Leśmian




Sumerges la mano en el sueño

La mano en el sueño sumerges
tras- sepulcral sombra
aunque no me encuentres
¡Me llamas, me nombras!

Aquí estoy acostada, yo
Donde deberíamos ser, dos
Sólo me falta, el aliento,
Este, es mi cuerpo…

[Trad. Lucía Málaga Sabogal]
Dłoń zanurzasz w śnie

Dłoń zanurzasz w śnie,
W zagrobowym cieniu.
Nie znajdujesz – mnie,
Wołasz po imieniu!

A ja – leżę tu,
Gdzie ma byc nas – dwoje…
Brak mi tylko – tchu,
Oto – ciało moje…





¿Qué es lo que hice que repentinamente palideciste?
¿Qué es lo que susurré que todo lo adivinaste?
¡Cuán callada observas el sendero!
¡Amarte no puedo, no puedo, no puedo!
El anochecer dispersa las llamas del ocaso
Ya no son iguales tus labios y tampoco tus ojos…

Sobre nosotros murmuran los árboles
¡Con las ramas, las ramas, las ramas!


Soy aquel que va por el valle
Con otra -Dios sabe cuál- muchacha
Y tu sigues mi rastro sin fe
En el poder de las lágrimas y en el encanto de tus ojos
Vas temblorosa, cual una sombra errante
Demacrada, impasible a tu dolor
El sendero polvoriento barres ante nosotros
¡Con tus trenzas, tus trenzas, tus trenzas!

[Trad. Lucía Málaga Sabogal]

Com uczynił, żeś nagle pobladła?

Com zaszeptał, żeś wszystko odgadła?

Jakże milcząc poglądasz na drogę!
Kochać ciebie nie mogę, nie mogę!
Wieczór słońca zdmuchuje roznietę.
Nie te usta i oczy już nie te…

Drzewa szumią i szumią nad nami
Gałęziami, gałęziami, gałęziami!


Ten ci jestem, co idzie doliną
Z inną – Bogu wiadomą dziewczyną,
A ty idziesz w ślad za mną bez wiary
W łez potęgę i w oczu swych czary –
Idziesz chwiejna, jak cień, co się tuła –
Wynędzniała, na ból swój nieczuła –
Pylną drogę zamiatasz przed nami
Warkoczami, warkoczami, warkoczami!



Julian Przyboś





Notre Dame


¡Y el espacio brotó
de un millón de dedos unidos para rezar!

Pero el terror puntiagudo me hundió
en su Entraña.
Escarnecido y despreciado por las quimeras
con su boca abierta por la lluvia
me pregunto: ¿Quién soy yo vivo
al pie de los pilares?
Estos muros desprendidos de la roca
se levantan del sarcófago, sus quijadas
se alzan por encima de mí.

¿Quién estremeció las tinieblas?
¿Quién las plegó? ¿Quién las abrazó?

Ya sé. Las cruces sujetadas
a sus Cristos
hay que convertirlas en andamios
verticales con sus peldaños,
igualar la voluntad con el azul
más hondo del cielo,
y a la propia muerte
hay que clavarla con el rayo
del gótico—

—arriba en la piedra angular
palpita el vuelo atrapado de las flechas—

Perduro bajo el trueno de las piedras
que suben siempre, implacablemente,
hasta que de repente el vértigo
las haga precipitarse en el fondo
de dos torres — dos honduras detenidas.
¿Quién concibió ese abismo?
¿Quién lo expulsó hacia arriba?

Czesław Miłosz



Estudio de la soledad

Un guardián de conductos de larga distancia en el desierto?
¿Un equipo de un solo hombre para una fortaleza en la arena?
Quienquiera que él fuera. Al alba vio las surcadas montañas
El color de las cenizas, encima la fundida oscuridad,
Saturada de violeta, irrumpiendo en un fluido carmín,
Aún permanecerían, inmensos, en la luz naranja.
Día tras día. Y, antes que lo notara, año tras año.
¿Para quién, pensó, ese esplendor? ¿Para mí, solitario?
Aún permanecerá aquí por mucho tiempo después que yo perezca.
¿Qué es eso en el ojo de una lagartija? O cuándo fue visto
                                                               por un pájaro migratorio?
¿Y si yo soy toda la humanidad, existe ella a si misma sin mí?
Y sabía que no se acostumbraba pregonarlo, por ninguno de ellos
se salvaría.

El paisaje

El paisaje no necesitaba nada excepto glorificación.
Excepto mensajeros reales que trajeran sus dones:
Un nombre con un atributo y un verbo inflexivo.
Si solamente preciosos robles copiosamente brillaran
Cuando nuestros bravos estudiantes, en un camino sobre el valle,
Pasean y cantan  "La Oda a la Alegría "
Si al menos un solitario pastor grabara cartas en una corteza.
El paisaje no necesitaba nada excepto glorificación.
Pero no existían mensajeros. Matorrales, oscuras gargantas,
Bosque colgando del bosque, pájaro de largo gemido.
¿Y quién aquí podría iniciar una frase?
El paisaje era, quien conoce, probablemente hermoso.
Allá abajo, todo estaba derrumbándose: las salas del castillo,
Las callejuelas detrás de la catedral, los bordellos, las tiendas.
¿Y ni un alma. Por tanto, de dónde podrían venir mensajeros?
Después de olvidados desastres, yo estaba heredado a la tierra,
Abajo, a la playa del mar y, arriba, a la tierra, al sol.



Wisława Szymborska



La mujer de Lot

Tal vez miré hacia atrás por curiosidad.
Pero además de curiosidad pude tener otras razones.
Miré hacia atrás porque me dio tristeza la escudilla de plata.
Por distracción: amarrándome el cordón de la sandalia.
Para no mirar más la nuca justa
de mi marido, Lot.
Por la seguridad repentina de que si yo muriera,
él no se detendría
Por la desobediencia natural de los humildes.
Escuchando cómo nos perseguían.
Conmovida por el silencio, pensando que Dios cambiaría de idea.
Nuestras dos hijas se perdían ya tras la colina.
Sentí la vejez en mí. El alejamiento.
Lo inútil de viajar. Sueño.
Miré hacia atrás mientras ponía mi hatillo en el suelo.
Miré hacia atrás preocupada por el siguiente paso.
En mi camino aparecieron serpientes,
arañas, ratones de campo y polluelos de buitre.
Ni buenos, ni malos; simplemente lo vivo, todo,
brincaba y se arrastraba por un temor colectivo.
Miré hacia atrás por soledad.
Por la vergüenza de huir a escondidas.
Por las ganas de gritar, de regresar.
O porque justo entonces se soltó el viento,
desató mi pelo y me levantó el vestido.
Sentí que me veían desde los muros de Sodoma
y se morían de risa, una y otra vez.
Miré hacia atrás llena de rabia.
Para gozar plenamente su ruina.
Miré hacia atrás por todas las razones mencionadas.
Miré hacia atrás sin querer.
Fue sólo que una roca giró gruñendo bajo mis pies.
Que una grieta de pronto me cortó el paso.
En la orilla un hámster agitaba las patas delanteras.
Y entonces ambos miramos hacia atrás.
No, no. Yo seguí corriendo, arrastrándome y trepando
hasta que la oscuridad cayó del cielo,
y con ella grava ardiendo y aves muertas.
Por falta de aliento varias veces perdí el equilibrio.
Si alguien me hubiera visto, pensaría que bailaba.
Es posible que haya tenido los ojos abiertos.
Que haya caído mirando hacia la ciudad.


Fin y principio

Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.

Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.

Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.

Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
 Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.

A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.

Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.

Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.

Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.

En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.


Las tres palabras más extrañas

Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.



Tadeusz Różewicz




Lamento

 Me dirijo a vosotros sacerdotes 
maestros jueces artistas
zapateros médicos funcionarios
y a ti mi padre
Escuchadme.

No soy joven
lo delgado de mi cuerpo
no os engañe
ni la tierna blancura del cuello
ni la claridad de la frente abierta
ni el vello sobre el labio dulce
ni la risa de querubín
ni el paso elástico

no soy joven
mi inocencia no os conmueva
ni mi pureza
ni mi debilidad
fragilidad ni sencillez

tengo veinte años
soy asesino
soy un  instrumento
tan ciego como la espada
en la mano del verdugo

asesiné a un hombre 
y con mis rojos dedos
acariciaba blancos senos de mujeres

Mutilado no he visto
ni cielo ni rosa
pájaro nido ni árbol
ni a San Francisco
ni a Aquiles ni a Héctor

Durante seis años
las narices exhalaban vapor de sangre
No creo en la transformación del agua en vino
no creo en el perdón de los pecados
no creo en la resurrección de la carne.

TALA DE ÁRBOL
                                  En memoria de jaroslav Iwaszkiewicz autor de: "Jardines"
Una ansiedad incesante
reina entre las copas

un árbol marcado
para su tala
con una señal blanca de aniquilación
todavía respiraba
sus brazos y ramas
arañando
las nubes huidizas

las hojas temblaban y languidecían
sintiendo muerte

los árboles no se mueven
de un lugar a otro
en busca de alimento
no pueden escapar
de la sierra
y el hacha

una ansiedad incesante
reina entre las copas

el corte de árboles es una ejecución
desprovista de ceremonia
escupiendo aserrín
la sierra mecánica
penetra en la corteza la pulpa y el corazón
como rayo
herido por un lado
colapsó
y cayó entre la maleza
con todo su peso muerto
aplastó césped y hierbas
delgadas leves briznas
y temblorosas telarañas

junto con el árbol
destruyeron su sombra
transparente
ambigua
imagen
signo
que aparece
en la luz
del sol y la luna

Las diligentes raíces
aún no tienen sospecha
sobre la pérdida del tronco
y la copa

lentamente
la muerte de la superficie del árbol
penetra la tierra
las raíces de los árboles vecinos
se tocan
traban relaciones
y vínculos
junto a hombres y animales
los únicos sensibles seres vivientes

creados a imagen
y semejanza de los dioses
Los árboles
no pueden ocultarse de nosotros

Niños nacidos
sin dolor en clínicas
que maduran
en discotecas
destrozados por la luz artificial
y el sonido
boquiabiertos ante la pantalla de la tv
no conversan con árboles

Los árboles de  la infancia talados, quemados
envenenados muertos
reverdecen sobre nuestras cabezas
en mayo
esparcen hojas encima de las tumbas
en noviembre
crecen dentro de nosotros
hasta la muerte


Las formas
Las formas de antaño muy bien ordenadas
 y dóciles, siempre dispuestas a soportar
el largo de la materia muerta del poema,
asustadas por el fuego y el hedor de la sangre
rompieron filas y corrieron al azar

y ahora
invaden a su creador
lo desgarran lo arrastran
por largas calles
que ni siquiera recuerdan los desfiles
de todas las orquestas escuelas procesiones

hinchada de sangre 
carne que todavía respira
les sirve de alimento  
a aquellas formas perfectas
aprietan tan fuerte
su botín 
que ni siquiera
se salva el silencio


Adam Zagajewski



 Canción del emigrado

En ciudades ajenas venimos al mundo
y las llamamos patria, mas breve es
el tiempo concedido para admirar sus muros y sus torres.
Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda
el gran aro del sol                                   
ardiente, a través del cual, como en el circo,
salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas
contemplamos las obras de viejos maestros
y, sin asombro, en añejos cuadros vemos
nuestros propios rostros. Habíamos existido
antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,
nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia
ortodoxa de París los últimos rusos blancos,
encanecidos, rezan a Dios, varios lustros
más joven que ellos y, como ellos,
impotente. En ciudades ajenas
permaneceremos, como los árboles,
 como las piedras.

Oda a la suavidad

Los amaneceres son ciegos como gatitos. Las uñas crecen confiadamente, aún saben qué tocarán. Suaves son los sueños y la ternura como niebla suspendida sobre nosotros, igual que la campana de Sigismundo antes que el frío la abrazase.



Krystyna Dabrowska




El rostro de mi vecino

1
El rostro de mi vecino, el profesor,
cuya esposa murió,
de repente quedó desnudo, sin protección alguna.
Cuando me lo encontré en el patio
y él empezó a decir de forma inesperadamente franca
cuántas cosas le recordaban a su mujer,
tuve la impresión de que veía su rostro por primera vez.
Al igual que la casa de enfrente –
hasta hace poco un gran castaño la ocultaba,
pero una tormenta lo quebró y hubo que talarlo.
Y hasta que la costumbre recubra ese vacío,
veo las ventanas de la casa, la vida que transcurre en ellas.

2
Una camisa clara. La cabeza de un patricio romano.
Un intocable espacio de parqueo
junto a un muro, donde tras la lluvia
también aparcan los caracoles.
Pasé largo tiempo pensando: un impecable caballero
pasaba a través de su ordenada vida
de la misma forma que pasaba por el patio cada mañana.
Yo le habría echado, como mucho, unos setenta años.
Tiene ochenta y dos, me dijo hace poco,
y de niño estuvo en el gueto de Varsovia.
Su padre y su hermano perecieron. Sobrevivieron él y su madre.
Alina Szapocznikow escribió sobre el bautismo de la desesperación.
¿Cuántos callan el hecho de haberlo vivido?



Agencia de viajes

 Soy una agencia de viajes para los muertos,
les organizo vuelos hasta los sueños de los vivos.
Acuden a mí famosas celebridades, como Heráclito,
para poder visitar a un escritor que lo adora,
pero también acuden muertos menos conocidos, como un granjero de la aldea de Wasiły,
que desea aconsejar a su esposa sobre la cría de conejos.
A veces varias generaciones de una familia fletan un avión
y aterrizan en la frente del último de los descendientes.
Tengo también relaciones con los asesinados,
que como cursan regularmente a los sueños de los supervivientes
acumulan millas del programa frequent flyer.
A nadie le niego mis servicios.
Encuentro las mejores conexiones posibles
y me reprocho que un joven amante,
para llegar al sueño de su novia,
tenga que hacer escala en el sueño de una arpía roncando.
O cuando las condiciones atmosféricas fuerzan un aterrizaje de emergencia
y el muerto me telefonea: ¡haz algo,
estoy atrapado en el sueño de un niño aterrorizado!
Incidentes así provocan estrés y son un reto
para mí, una agencia pequeña con grandes aspiraciones ,
porque aunque no tengo acceso ni al mundo de los muertos
ni a los sueños de los demás,
gracias a mí se encuentran.


Créditos

Textos de los poemas

Sitios web, páginas PDF, blog: Zenda autores, libros y compañía,  Festival Internacional de Poesía de Medellín, Contracorriente, Lucía Málaga Sabogal,  Poetas Siglo XXI, Poesía de Mujeres, Circulo de poesía, UNAMCULTURAL LECTURAS. Wikipedia. 

Enlaces

Poesía Polaca Contemporánea Selección, traducciones  y notas de Krystyna  Rodowska.
Material de Lectura UNAM.CULTURAUNAM. Versión PDF

Número equivocado y otros poemas
Wislawa Szymborska, Polonia. Edición digital gratuita de
Muestrario de Poesía 39
Editor: Aquiles Julián, República Dominicana. Primera edición: Marzo 2009
Santo Domingo, República Dominicana

CZESLAW MILOSZ
Selección, traducción y nota introductoria de
JAN ZYCH
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL
DIRECCIÓN DE LITERATURA
MÉXICO,
http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/czeslaw-milosz-108.pdf

Asamblea de la palabra  
excelente blog de poesía, aquí remitimos al lector a la sección polaca del blog, la cual contiene una muestra muy amplia y representativa de mas de 40 poetas polacos,tanto antiguos como contemporáneos. 

https://franciscocenamor.blogspot.com/2014/03/polonia.html


Traducciones de los 15 poemas


Sumerges la mano en el sueño traducción de Lucía Málaga Sabogal, ¿Qué es lo que hice que repentinamente palideciste? traducción de Lucía Málaga Sabogal,  Notre Dame traducción de Krystyna Dabrowska.  Estudio de la soledad traducción de Rafael Díaz Borbón, El paisaje traducción de Rafael Díaz Borbón, La mujer de Lot traducción  de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia. El principio y el fin traducción de Abel A. Murcia, Las tres palabras mas extrañas traducción Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia. El lamento traducción  de Jan Zych, Tala de árbol, traducción de Rafael Cadenas, El taller de al lado, bid&co editor, Caracas, 2005, Las formas traducción de Krystyna Dabrowska  Canción del emigrado traducción de Elzbieta Bortkiewicz. Oda a la suavidad traducción de  Elzbieta Bortkiewicz. El rostro de mi vecino traducción: Nelson Ríos y Abel Murcia, Agencia de viajes traducción: Nelson Ríos y Abel Murcia.

Ilustraciones

Todo el pasado y presente en una calle, Varsovia, foto. 43 fotos de Polonia, National Geographic  

Fotos de los poetas, wikipedia y Google Imagen