Libros esenciales del siglo XX. Una novela de Graham Greene: El poder y la gloria. Post Plaza de las palabras.




Plaza de las palabras presenta el post, Una novela de Graham Greene: El poder y la gloria (1940) de su sección Libros esenciales del siglo XX,  en esta ocasión presentamos una novela de Graham  Greene (1904-1991), uno de los escritores más emblemáticos  del siglo XX. Escritor, novelista, ensayista, critico, guionista, incursiono en la autobiografía, teatro y libros para niños. Escritor prolifero con 54 títulos de los cuales, 24 son novelísticos. La mayoría  de los críticos y lectores  coinciden en que El Poder y la gloria, es su mejor novela y la más representativa de su obra. Escritor converso al catolicismo a la edad de 26 años, sin embargo, no todas sus novelas mantienen un tema católico. Greene como un típico escritor ingles, fue un novelista que cimento su fama en esa corriente del escritores viajeros anglosajones, que lo llevaría a diversos puntos geográficos del mundo. Escritores tales como Stevenson, Defoe, Lawrance, Conrad, Burgess, Graves, Bowles (norteamericano), Durrel.

Las novelas de Greene  tienen una particularidad, y es que según la filosofía narrativa de Grenee había que entretener al lector, de ahí su estilo, ligero y el abordaje de temas que pertenecen a la saga de aventuras, son recurrentes sus temas de espionaje, policiacos, políticos, y hasta amorosos. Pero esa orientación de entretener tiene también un lado práctico, el autor vuelca sus ideas motoras sobre la existencia del hombre: la condición humana particularmente. Retrata problemas, que más que pertenecer al orden de la religión, abordan puntos neurálgicos de la condición humana: la angustia, la culpa, el pecado, la traición, la amistad, el amor.

Por algún lado de uno de sus libros autobiográficos, Una especie de vida, Graham Greeene llego afirmar que si tuviese que elegir un epitafio para todas las novelas que había escrito, tomaría los versos del poema Apología del obispo Blougram, un poema de Robert Browning:


«Nuestro interés está en el lado peligroso de las cosas/
el ladrón honesto, el asesino afectuoso/
el ateo supersticioso...».


Y esta declaración embona en buena parte, con la filosofía narrativa y los caracteres y personajes de muchas de sus novelas. Sus personajes siempre están en peligro: espías traidores,  políticos ambiciosos, curas pecadores, policías fanáticos. En ese paisaje Greene se siente cómodo. Como tantos otros escritores católicos, no tomo un partido visceral a favor del catolicismo, sus personajes por lo general bien delineados, a veces son una especie de antihéroes. Si bien en esa línea de novelistas católicos como Leon Bloy, G.K. Chesterton, Evelyn Waugh,  C.S.Lewis, Francois Mauriac,  George Bernanos, Julian Green  o Paul Claudel. No se va por la novela panfletaria ni  doctrinal. Tiene la suficiente soltura para atraer al lector, y presentar diferentes ángulos de los  problemas existenciales del hombre moderno.

La vida misma de Greene  no fue la de un santo;  si bien no fue alcohólico, si fue mujeriego. No obstante su catolicismo le dio las herramientas para explorar el alma humana, y presentar visiones de ese viaje a la oscuridad del  corazón. Pero debe su éxito, ya que fue un escritor exitoso en vida, al escribir novelas en que el lector no sale huyendo de sus páginas. Llegó a vender 24 millones de copias de sus libros. El mismo manifestaba que sus novelas eran “novelas de  entretenimiento”, pero que también escribía  “novelas serias”. Siempre supo balancear sus temas con la intriga, una especie de suspenso narrativo. Y esto lo logra hasta en sus novelas más serias  Alguna vez se le menciono para el nobel de literatura, premio que nunca le concedieron. No obstante. esa plasticidad, lo acerco al cine, muchas de sus novelas fueron llevadas a la gran pantalla. Entre ellas El poder y la gloria, adaptada al cine por John Ford, con Henry Fonda como sacerdote. También la CBS, en 1961 llevo a cabo otra versión, con Lauren Oliver como el sacerdote y George C. Scott como el teniente.

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El poder y la gloria fue publicada en 1940, dos años antes Greene había hecho un viaje a México, de ese viaje salieron dos libros, Un camino sin ley, que le sirvió de ejercicio anticipativo, para preparar su novela. El poder y la gloria. Green en ese viaje visito el estado mexicano de Tabasco, región geográfica donde trascurre la novela. Situada cronológicamente en la década de los 20s. Es la época del presidente Plutarco Elías Calles,  quien desde su visión secular, desencadeno  las persecuciones religiosas, sobretodo contra la iglesia y los sacerdotes. La llamada guerra de los cristeros, creyentes que morían al grito de Viva Cristo Rey. En esa selva secular, a los que sacerdotes se les perdonaba, únicamente si abandonaban el sacerdocio y se casaban, y los  que se negaban eran fusilados. El persona principal de El poder y la gloria es  un cura sin nombre en la novela,  con una rosario de debilidades entre las cuales destaca su alcoholismo, por lo que se le conocía como El pater whisky;  además de eso, era un sacerdote con un gran carga de culpa, producto de una relación pecaminosa con una mujer, con la cual tuvo una hija. A eso habría que agregar, una cobardía intermitente que a veces emergía, acompañado de un egoísmo ocasional.

Y al contrario de lo que se podría pensar, Greene,  presenta un sacerdote  notable por su condición de pecador, por estar envuelto en la oscuridad. Ese drama existencial abate y aflige al sacerdote, y le va condicionado la vida entre la temporalidad de su huida y la intemporalidad del reino celestial;  contrastes pictóricos y patéticos que son  narrados a lo largo de toda la novela. La suya es una persecución, y quien lo persigue más que la autoridad o la policía, es su propio pecado.  Su perseguidor terrenal, es el teniente y quien ya ha fusilado a varios curas. Pero tiene otro perseguidor más implacable: un perseguidor espiritual, su conciencia.  Dios también lo persigue. Pero el teniente no es un tipo diabólico,  es un tipo integro, no bebe ni es mujeriego, y es fiel a su causa: combatir a la iglesia y a los sacerdotes en nombre de una justicia terrenal. Tarea que el teniente ha llegado a tomar  con la severidad de un dogma cristiano. Y para lo que habría que hacer lo que fuere. En ese marco la novela se desenvuelve con precisión y maestría narrativa.

Si bien, para el lector moderno del siglo XXI, al considerar  que la novela fue escrita hace casi 80 años, puede parecerle, una novela lenta o fastidiosa. Sin embargo, una de las maestrías de Greene es que aún en sus novelas más serias, presenta una trama de intrigas, y esa tensión siempre saludable  entre la reflexión y el suspenso. El hecho más notable, desde la acción  de la novela, es la persecución determinista que emprende el teniente contra el cura. Esa columna vertebral y elástica, puede ser leída como una intriga en progreso.  En fin, una persecución perfectamente podría ser un tema policiaco. Aunque aquí la ambigüedad, entre quien es el malo y quien es el bueno, es una moneda lanzada al aire.  Por otra parte, la línea del carácter del mestizo, por su juego doble es un tema de espionaje. La personalidad implacable del teniente, encasilla en la personalidad de un duro jefe de un cartel de mafiosos. La historia del cura es la de un renegado resignado: un antihéroe.  De ahí que la novela sea razonablemente leída a pesar de toda su iconografía sacramental. Y por supuesto, Dios también es un personaje, que desde las alturas de vez en cuando atisba.  
     
Y ahora cabe mencionar, algunas de las técnicas que usaba Green, la primera el contraste de los personajes, no es el simple contraste maniqueo. Green explota al extremo la  confrontación, pero sutilmente no elige personajes puros. El sacerdote virtuoso o el policía satánico, sino que por medio de la ambigüedades, va colocando pasajes de las personajes, que se desarrollan en esa zona gris en que están la mayoría de las personas. Green es un  hábil narrador, y a pesar de que el tema tratado es solemne y a veces pesado, sabe mantener en la narración una tensión equilibrada, entre la acción y el carácter maleable de los personajes.   Trama en que van chocando los puntos de vista de los personajes. El mismo sacerdote a pesar de estar muy consiente de que su estado es pecaminoso, no abandona su misión, y va cumpliendo en su pavorosa huida con todos sus deberes como sacerdote. Avanza  por poblados y aldeas, entre sombras y sobresaltos, dando improvisadamente la buena nueva: va ofreciendo  misas, impartiendo bendiciones, recibiendo confesiones, celebrando bautismos y comuniones.

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La novela escrita a  mediados del  siglo XX, pocos años antes de la segunda guerra mundial. Retrata el drama de la fe del hombre moderno. Un drama que todavía persiste  como una mancha grasosa en  la piel metálica de la posmodernidad. Un drama que todavía no alcanza ni la fe del  hombre en el hombre. Y en el que los personajes son tan actuales que encarna prototipos de los personajes de la posmodernidad. Las novelas de Greene siempre serán vigentes, porque están fundamentadas en arquetipos universales, situados en puntos geográficos determinados y conocidos. La novela está ambientada en los paramos pantanosos de la desolación humana y la exuberante elocuencia  de las selvas del sur de México. Geografía mexica que ya había atraído otros novelistas  de lengua inglesa:   Bajo el volcán (1947) de Malcon Lowry y La Serpiente emplumada de D.H.Lawrence (1926). El nombre El poder y la gloria, lo toma prestado Greene  de la frase, usualmente añadida al final del Padre Nuestro: Por que tuyo es el reino, tuyo es el poder y tuya es la  gloria.

Los mismos hechos se su persecución, hacen al cura, personaje principal,  reflexionar sobre las verdades del cristianismo y las realidades de la existencia humana. No se considera ni de cerca un mártir, por ser el último sacerdote en el Estado, ni por la persecución despiadada de las autoridades. Pero si simboliza la vulnerabilidad de la iglesia, y lo frágil de la condición humana del  sacerdocio. Esa representación del mundo entre la idealización de las ideologías, pero también de las religiones, y su encajadura en un mundo real y batiente.  En que la realidad exige la investidura impecable de su validez y la estatura correcta de su coherencia. Así como el teniente, el otro personaje principal, en su afán de perseguidor, simboliza el celo de  Paulo de Tarso en su papel de perseguidor. Pero también todas las ideologías de cualquier tipo que intentan bajar el mundo celestial al mundo  terreno. El cura sin proponérselo o quizá buscando eso,  termina siendo desde su condición pecaminosa, un mal cura con una vida aleccionadora para sus feligreses por la gracia de Dios.

Otro personaje clave es  el  “Mestizo”, quien va a traicionar al sacerdote, pero que en todo momento se mantiene en la disposición mental de apurar al sacerdote a que se mantenga en la línea de su vocación, y explota finamente ese aspecto benevolente del cura; quien  lo acepta a sabiendas que el mestizo lo va traicionar para cobrar la recompensa por su entrega. El mestizo desempeña un papel de nuevo judas. Pero Green lo presenta no como un hombre malo, sino como un hombre circunstancial de doble moral.  Todos los personajes son convincentes. En definitiva, el sacerdote representa la débil y vulnerable condición humana, el mestizo la ambición material. Y el policía la encarnación  de la idealización de las  utopías seculares. De ahí porque Greene  llegó a convertirse  en un escritor popular. Giran sus personajes en un limbo de circunstancias, en que arrastran sus propias debilidades aquí en la tierra. En definitiva, el sacerdote representa la débil y vulnerable condición humana, el mestizo la ambición material. El teniente el dogma de la idealización de las  utopías seculares. Paradójicamente ambos, el cura y el mestizo,  actúan realísticamente. Sin embargo, el teniente, es el único  idealista de la novela. 

La novela narrada en tercera persona omnisciente, en que el narrador apenas  permite intrusiones, y descarga casi todo el peso de la narración en el cura. Esta dividida en cuatro capítulos. Los tres primeros divididos, a su vez en 4 subcapítulos. El último capítulo no tiene subcapítulos y es bastante breve. Comienza el primero  con un a escena en que aparece un dentista ingles de apellido Tench, en esta ocasión el cura, que huye está a punto de tomar un barco y alejarse de la zona peligrosa. Pero ante la inesperada visita de un niño que viene por ayuda porque su madre esta moribunda, el cura  pierde la oportunidad de tomar el barco y se encamina con el niño a visitar a la mujer moribunda.

“Un chico preguntaba desde el umbral por un doctor. Llevaba un sombrero enorme y los ojos pardos y estúpidos. Detrás de el dos mulos resoplaban y piafaban sobre la calle calcinada. Mr.Tench explico que el no era doctor, sino dentista. Mirando alrededor vio al forastero agachado en la mecedora. Con la vista fija, expresando ruego, suplica…El chico dijo que había un doctor  nuevo en la ciudad; el antiguo tenía calentura y no quería salir. La enferma era su madre”. p.20

Esclarecedor  que está sea una de las primeras escenas de la novela, porque retrata dos cosas claves, que se mantendrán fijamente a lo largo de la novela. La primera que el sacerdote a pesar de su estado de pecado, no rehúye su sagrado deber de sacerdote, y la segunda el abandono de la posibilidad de huir, esa característica se reiterara innumerables veces en el trascurso de la novela. El abandono es un tema central, y toma su parte más importante como si  esa palabra “abandono”, se hubiese caído de la mente de Dios.  


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El Dios de Greene  en esta novela es un Deus absdconde. Un Dios  que ha abandonado una geografía del planeta, y un tiempo que al dejar de repicar  las campanas de la iglesia: se extinguió. Dios solo se mantiene en el recuerdo o en la inocencia de la fe de los pobladores. Pero estos s no han abandonado totalmente a Dios.  Y no le rehúyen, entre escondidos y atemorizados,  mantienen la fuego de su fe, aún ante el peligro de la muerte. Y aquí  aparece otra cara de la novela, el tema de la desesperación. Un tema tan humano, como la angustia. Pero esta desesperación;  que se da en ambos sentidos, la del teniente por capturar al cura, y la desesperación del cura, más que por huir;  la se saberse pecador y poco digno de la gracia de Dios. Sumado a la desesperación de los pobladores, por ponerse en peligro al recibir al cura en sus casas y aldeas.

Si en pocas palabras resumiéramos esta novela, diríamos que es la huida hacia la muerte de un cura para salvar su alma. Uno huye de la muerte, pero el cura no le huye a la muerte, sino que va vacilantemente  a su encuentro. Una sola palabra: expiación. Un manera de expiar su pecado, pero sabedor que al final los caminos de Dios son muchos.  Se ha etiquetado a Greene de ser  un novelista católico, idea que siempre le fastidio, y quien siempre aseguro  de que él era un católico que escribía novelas, pero no un novelista católico. De sus numerosas novelas, solo a  cuatro se les considera  novelas que frecuentan un  tema católico, además de la aquí reseñada, El fin de la aventura, El corazón del asunto, y Un caso acabado. Por ahí anda a pie también la idea de que Greene era un existencialista, tipo Camus. Pero la diferencia es que Greene, presenta aunque en lo intrincado de la existencia humana, la posibilidad de salvación. Si bien no una salvación tipo express, sino una salvación que solo puede ser viable por la ascesis.  Sin embargo esa salvación, no es dogmatica. Greene parece acercarse a un explorador de la moral del hombre, un diletante práctico de la condición humana, un voyeur de los límites de resistencia del  alma.


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Desde la exploración de la condición humana Greene es un novelista muy cercano a  otros escritores y novelistas, quienes también han escrito sobre la culpa,  pero desde diferentes ángulos. Greene  explora el sentido de culpa que en El Poder y la gloria, agobia al sacerdote. Tema que ya ha sido estudiado secularmente, también por Dostoievski en Crimen y castigo, o en una novela tan cercana a la condición oscura del corazón humano como El corazón de las tiniebla de Conrad. Pero aún con disimilitudes y atmosferas diferentes, ambas novelas abordan un mismo problema, ya sea un cura pecador, un aventurero enajenado como Kurtz de El corazón de las tinieblas, o el  insensato  Rodion Ralkasnikov de Crimen y Castigo,  quien decide cometer el  asesinato de una anciana usurera para proteger a la sociedad.  En El poder y la gloria, no hay esa extenuante trasformación que se da en Ralskanikov, ni alucinante atmosfera que brota de todas partes  del rio congo y de   Kurtz de El Corazón de las  tinieblas. Y un par de ejemplos más  con un contenido de sustrato  católico la una, y la otra desde el más puro secularismo de la  culpa.

La primera de uno de los maestros de la novela moderna, Retrato de un artista adolescente de Joyce. El parangón, en tanto el personaje de Joyce Stephen Dedalus es un joven adoctrinado por los jesuitas, novela con rasgos autobiográficos, en que el personaje es un posible alter ego del autor. En esta novela el personaje principal termina renunciando a la religión y busca la salvación por medio del arte. En Greene el cura, en parte también ha rechazado la posibilidad de salvación por la religión, muy consciente de su  fracaso, escudriña la salvación, en lo único que le queda. El último as del  naipe,   la expiación del pecado como forma de arte salvífico: la muerte. La segunda, más cercana a un paralelismo al cura de El poder y la gloria, es la del  sacerdote de la novela San Manuel Bueno, Mártir, (1931) de Miguel Unamuno. Pensador y escritor muy en el radio de influencia del existencialista cristiano Sören Kierkegaard.  

Muy brevemente solo algunas cuantas consideraciones. La primera el personaje, es también un sacerdote. La segunda, que ambas novelas se sustentan en una  trilogía de personajes principales. Una más que si bien el San Manuel Bueno, es un sacerdote ejemplar, pero oculta al igual que el cura de Greene,  un secreto.  En el sacerdote de Greene, esconde haber tenido una hija. En el sacerdote de Unamuno, a pesar de su inmaculada devoción y abnegación: no  cree en la vida eterna. Son dos personajes con dos sombras de angustia culposas diferentes. El cura de Greene, está roído por el pecado de la carne, el segundo por la falta de fe en el dogma cristiano de la resurrección de Cristo.  Es un cristianismo sin Cristo. Quizá lo que haya en ambos sacerdotes, es esa angustia mayor que produce, saberse terriblemente pecador el uno, y terriblemente finito el otro.  Solo Dios es perfecto y eterno, y ante esas dos demoledoras realidades, el hombre sucumbe.     


El otro ejemplo es de un autor estudiado hasta la saciedad, Kafka: el sentido de culpa.   Especialmente en su novela El proceso, y esa parábola breve pero de consecuencias tremendísimas, llena de significado: Ante la ley. En este par de ejemplos, los personajes, están condenados, en contra de las apariencias,  no por una fuerza externa ni por una ley externa, sino por un principio de la voluntad propia. Los personajes de Kafka nunca se atreven a dar el paso final que los redimiría o salvaría. A diferencia del personaje de Greene, el cura pecador,  aún en sus últimos pensamientos, busca dar los pasos finales, aunque   a veces inseguros, por encontrar su redención. En los personajes de Kafka,  nunca hay esa posibilidad. No es el mundo quien los condena, ellos son los que se condenan, son nihilistas empedernidos  hasta en su propia salvación.  Esto es típico en Kafka, y esa maquina  condenatoria y trituradora del alma, cuyo vórtice es el sentido de culpa;  también se produce en otras de sus novelas. Producto de un espíritu pesimista casi tan totalitario, como las realidades del mundo sórdido que trataba de anunciar y denunciar. De ahí que en alguno de sus textos, Kafka se atrevió a lanzar, ésta frase lapidaria y escalofriante, que anticipa el horror cósmico de Lovecraft: “Hay esperanza, pero no para nosotros”.  





Frases seleccionadas de El poder y la gloria.

20 Frases que convocan a la reflexión existencial y jalan la imaginación literaria.

“Siempre había sido un hombre solo a la hora cero”. p.38

“Comprendió que se hallaba en las garras del terrible pecado: la desesperación”.p.58

“Un condenado que ponía a Dios en la boca de los demás hombres resulta un extraño servidor del diablo”. p.73

“Las palabras están hechas para describir lo que conocemos por nuestros sentidos. Decimos “luz” pero solo pensamos en el sol: amor…”p.83

“¡El hombre es tan limitado! No tiene siquiera la habilidad de inventarse un vicio nuevo: los animales saben tanto como él. p.113

“—Oh no lo sé… toda la esperanza del mundo disipándose.
— ¡Hombre! usted es poeta”. p.131

“El odio no es más que un fracaso de la imaginación”. p.151

“Todas las voces poco a poco se convirtieron en caras”. p.153

“Durante su inocencia no sintió amor por nadie, ahora  su corrupción le había enseñado...”. p.159

“La esperanza es un instinto que tan solo el racionamiento humano puede matar.Una animal jamás desespera”. p.162

“Sus sueños estuvieron llenos de alegres absurdidades”. p.180

“La memoria era como una mano que tiraba del  caso y se lo exponía”. p. 189

Un hombre virtuoso puede casi dejar de creer en el infierno, pero él lo lleva consigo. A veces de noche soñaba con ello. Domine non sum dignusDomine non sum dignus. El mal corría por sus venas como el paludismo”. p.197
Mis Lehr se perdió de vista tan misteriosamente como un sueño”. p.198

“El sufrimiento es también un delito”. p. 217

“Oh no sabe usted como se desliza el tiempo”. p.218

“El orgullo es lo que hizo caer a los ángeles. Es el peor de los pecados”. p.219

“Ese amor de Dios es suficiente para aterrorizarnos”. p.223

“El temor puede fatigar más que una cabalgadura monótona y larga”. p.230

Extractos seleccionados de El poder y la gloria.

El amor es libertad

 “No se puede dominar lo que se ama; uno lo ve dirigirse temerariamente hacia el puente roto, el riel cortado, el horror de los sesenta años futuros…” p.43

El misterio

“Pero en el  centro de su propia fe permanecía siempre la convicción misteriosa de que estamos hechos a imagen de Dios: Dios era el padre, pero también la policía, el criminal el cura, el maniaco, y el juez. Algunas veces la imagen de Dios colgaba de una horca, o adaptaba raras actitudes ante las balas en el patio de una cárcel o se retorcía como un camello durante el acto sexual. Sentabas en el confesionario y escuchaba las ingenuidades complicadas y sucias que la imagen de Dios había imaginado. Y ahora esta imagen se bamboleaba, arriba y abajo, sobre el lomo de la mula con los dientes amarillos clavados en el labio inferior; y la misma imagen había cometido un día su acto de rebelión con María, en la cabaña, entre las ratas. A veces debe ser un consuelo para el soldado, el que sean iguales las atrocidades cometidas por ambas partes: nadie jamás era el único”.       p.117

Una reflexión sobre el tiempo

“Era casi seguro, pensaba, que una bala le atravesaría el corazón: en un piquete habría siquiera  un tirador diestro. La vida se iría en una “fracción de segundo” (esa era la frase), pero durante la noche se había dado cuenta de que el tiempo depende de los relojes y del transito de la luz. No había relojes y la luz no cambiaba. En realidad no sabia nadie cuan largo tiempo  podría ser un segundo de dolor. Puede durar por un purgatorio… o por una eternidad”. p.153 

Una reflexión sobre el amor

“Es asombrosa la sensación de inocencia que acompaña al pecado; tan solo el hombre rígido y escrupuloso y el santo se ven libres de ella. Aquellas gentes salían del establo limpias. El era el único, el único que no se había arrepentido, confesado o salido absuelto. Deseaba decir al hombre aquel: “El amor no es malo, pero ha de ser dichoso y visible. Tan solo es malo cuando es oculto y desgraciado…” p.193   
El orgullo
“El orgullo hizo caer a los ángeles. Se sentía como alguien que, por haber llegado unos segundos más tarde, había perdido la oportunidad de encontrarse con la Felicidad. Ahora sabía que al final sólo importaba una cosa: Ser un Santo”.  p.234

El sentido trágico de la vida

“Había albergado en su casa a un héroe. Y era el último. Ya no había más curas, ya no había más héroes. Escuchó por rencor el ruido de unas botas que se acercaban por la calle. La vida vulgar de todos los días volvía a rodearlo. Descendió al alféizar de la ventana y cogió la bujía: Zapata, Villa, Madero, y todos los demás, estaban muertos, y eran las personas como ese hombre que pasaba quienes las mataban. Se sintió defraudado…” p.245







Fragmentos sobre los personajes 

Personajes principales. Hay tres personajes claves en la novela el cura, el teniente y el mestizo. Los tres tienen en común que no tienen nombre, representan categorías genéricas no individualizadas. El teniente que tampoco tiene nombre es un perseguidor implacable del cura y combate a la iglesia. En su vida personal es austero, no bebe  y tampoco es mujeriego. Idealiza su tarea, y lo hace pensando en instaurar un nuevo orden que alivie el sufrimiento de los pobres. El mismo tuvo una infancia desdichada. Y quiere transformar al mundo. Aquí algunos extractos de la novela:

El teniente

Es inesperado como Greene se acerca y delinea el  perfil carácter del Teniente. Lo acerca a un místico, a un sacerdote, a un carácter teologal y a una pasión secreta: el teniente era un sacerdote secular cuyo fin era la destrucción de un mundo que él no toleraba.  

“Lo bueno de la vida le había sido deparado demasiado temprano; el respeto de sus contemporáneos, un medio seguro de susbsistencia, la manida frase religiosa de la boca… Un odio natural, como de perro a perro se agitó en las entrañas del teniente.  El teniente se sentó sobre la cama. Le enfurecía que todavía hubiera gente en el Estado que creyera en un Dios Misericordioso. Hay místicos que dicen haber conocido directamente a Dios… Él también era un místico, y lo que había conocido era un vacío, una certeza completa de la existencia de un mundo que se moría y se enfriaba, un mundo de seres humanos que descendían de los animales, sin objeto alguno. Él sabía… En total, habían fusilado unos cinco curas; dos o tres se habían escapado; el obispo estaba a salvo en la ciudad de México y uno se había sometido a la ley del gobernador, que ordenaba el matrimonio a los curas…” p.29

“El teniente caminaba hacia su casa  a través de la ciudad con todos los postigos cerrados Toda su vida trascurrió allí: El sindicato de Obreros y Campesinos fue antes escuela. El había ayudado a borrar ese recuerdo desdichado. La ciudad entera estaba cambiada: el campo de deportes, de cemento, sobre el altozano próximo al cementerio, donde los columpios de hierro se alzaban como patíbulos  a la luz de la luna, ocupaba el antiguo emplazamiento de la catedral. Las nuevas generaciones tendrían nuevos recuerdos: nada volvería a ser como era. Había algo sacerdotal en su andar decidido y vigilante; un teólogo reparando los errores del pasado para volverlos a destruir. p.29

“Acóstose en mangas de camisa y calzones sobre la cama y apago la vela. El calor se aposentaba en el cuarto como un enemigo. Pero el creía contra el testimonio de sus sentimientos, en la vacuidad fría de los espacios etéreos. Sonaba una radio en alguna parte: música de la ciudad de México,  o quizá de Londres o Nueva York.se filtraba en aquel Estado oscuro y despreciado. Ello le parecía una flaqueza: aquella era su tierra y si pudiese la habría llenado de muros de acero hasta desarraigar de ella todo cuanto le recordase la miseria de que estuvo rodeada su niñez. Necesitaba destruirlo todo…quedar solo, sin recuerdos de ningún genero”. p.30

“…allí permaneció sin cobijo, mirando alrededor, mientras la lluvia caía sobre su pulcro uniforme. Su aspecto era el de un hombre con una idea fija, como si estuviera bajo la influencia de una pasión secreta que rompiera la rutina de su vida”. p.139

El mestizo

El mestizo, es un intermediario entre el cura y el teniente, tampoco tiene nombre. Juega a ambos lados, es astuto y convincente, sabe explotar sicológicamente las debilidades del cura, y más que un campesino o mestizo, parecería un tipo con una educación superior o una inteligencia certera. Pero lo delata su única motivación: quiere la recompensa que se da por entregar al cura. Es un arquetipo de Judas. Sin embargo, el cura a sabiendas de lo que quiere el mestizo, llaga a simpatizar con el mestizo;  aunque nunca se confía del todo ante él. Aquí un par de extractos del mestizo:  

 “—Oh no me tenga miedo! —-repitió el mestizo con precaución —. Yo no le traicionare. Soy cristiano. Tan solo pensé que una oración…seria buena…” p.106

“Estaba resuelto a no dormir; aquel hombre tenía un plan; incluso la conciencia ceso de reprocharle  su falta de caridad. Lo veía. Estaba en presencia de judas. Apoyo la cabeza contra la pared y entrecerró los ojos; recordaba la semana santa de antaño, cuando un monigote representando a judas era ahorcado en el campanario y los muchachos hacían un repiquiteo  de latas y matracas mientras bamboleaba  sobre la puerta. Los miembros de la congregación, viejos y serios, a veces oponían objeciones: era blasfematorio, decían, convertir al traidor a Nuestro Señor en aquel mamarracho; pero el no decía nada  y dejaba continuar la costumbre. Le parecía cosa buena que el mayor traidor del mundo constituyera un motivo de befa. Por otra parte, resultaba demasiado fácil el idealizarlo como a un hombre que había luchado con Dios, un Prometeo, una victima noble de una guerra sin esperanza.” p.106-107


El cura

El cura es el personaje principal, es un cura pecador, alcohólico y que tiene una hija, fruto del pecado. Es débil y cobarde, trata de huir de la persecución religiosa, pero va cambiando su camino. En ciertos momentos desea ser atrapado para que todo termine. Aún en esa carrera, va cumpliendo con sus deberes de sacerdote. Y va reflexionando sobre las  verdades del cristianismo y las verdades de la existencia. Pareciera que aun con sus dudas ya ciertos con sus avances y retrocesos, por simplicidad administrativa, ha decidido poner su camino en los caminos imprevisibles de Dios. Distingue un  trecho gris entre ambos mundos, y en el se siente cómodo porque lo obliga a que sea Dios el que decida.   Aquí unos extractos de la novela sobre el cura:

 “El cura se apeo gateando y empezó a reír. Se sentía feliz. Es una de las revelaciones extrañas en tal clase de vida; un hombre, a pesar de padecerla, tiene momentos de alborozo: siempre halla comparaciones con tiempos peores. Hasta en la miseria y el peligro el péndulo oscila”. p. 71

“¿Su deber era entonces la huida? Varias veces intento escapar, pero siempre se lo habían estorbado…Ahora quisieran ellos que se fuera. Nadie le detendría diciéndole que había una mujer enferma o un hombre moribundo. Ahora la enfermedad era él”. p.77

“Demostraba una vanidad inmensa; era incapaz de imaginar un mundo en el cual no era más que un detalle vulgar; un mundo lleno de perfidia, violencia, lujuria en el cual su ignominia fuera en conjunto insignificante ¡Cuán a menudo  había el sacerdote escuchado la misma confesión! El hombre es tan limitado, ni siquiera tiene el ingenio de inventar un vicio nuevo… Por este mundo había muerto Cristo; más ignominia uno ve y oye en torno, más gloria hay en su muerte; es demasiado fácil morir por lo hermoso y lo bueno; sólo Dios puede morir por lo que es ruin y corrupto…”p.113

El cura en la cárcel

Dos veces estuvo el cura en la cárcel, la primera lo han apresado por llevar alcohol, que estaba prohibido. Lo detienen y confina en una celda atiborrada de presos. En esta detención se hace pasar por otra persona, sin que se sepa que él es cura, aunque el mismo después lo revele. La segunda en su aprisionamiento final. Aquí unos ejemplos de su primera prisión:

“Entre furtivos movimientos surgieron de nuevo los suspiros apagados. Se dio cuenta, con horror, que continuaba el placer incluso en aquellas tinieblas atestadas. Otra vez adelanto un pie y empezó a caminar de lado, pulgada tras pulgada, desde la verja. Detrás de las voces humanas destacaban permanentemente otro ruido, como de un pequeño motor eléctrico graduado a un cierto “tempo”. Llenaba los silencios con más fuerza que la respiración humana. Eran los mosquitos”.  p. 141 

“—Mucha belleza. Los santos hablan de la belleza del sufrimiento. Bueno, ni usted  ni yo somos santos. Para nosotros el sufrimiento es feo tan solo. El hedor, el amontonamiento y el dolor. Aquello, en aquel rincón, es hermoso para ellos. Se necesita aprender mucho para ver las cosas con los ojos de santo. Un santo tiene un gesto sutil para la belleza y puede despreciar a los paladares ignorantes como los de esos. Pero nosotros carecemos de facultades.
—Es un pecado mortal.  
—No lo sabemos. Acaso. Pero yo soy un mal cura, ya lo ve usted. Yo sé, por experiencia, cuanta belleza llevo satán consigo al infierno en su caída. Nadie dijo jamás que los ángeles caídos fueran los feos. Oh no; eran precisamente tan agiles, hermosos y brillantes…”
p. 150    

Conversación entre el teniente y cura

Estas conversaciones son claves, ya que están los dos protagonistas principales, frente a frente, a pesar de sus enormes diferencias, no salen como grandes enemigos, sino con un halo de benevolencia reciproca. No es la típica binomio de victima y victimario, o torturados y torturado. Cada uno asume su rol sobriamente.

“—-Estamos de acuerdo en una —-repuso porción de cosas el cura esparciendo los naipes con indolencia —-.También nosotros tenemos hechos que no tratamos de alterar: que todo el mundo es desdichado tanto si uno es rico como si es pobre , a menos que sea un santo, los cuales no abundan. No vale la pena preocuparse por un poco de dolor aquí abajo. Hay una creencia que usted y yo compartimos: que la de que en cien años habremos muertos todos”. p.217

“—-Pero ¿por que se quedó usted?
—-En otro tiempo yo mismo me lo preguntaba -contestó él—-. El hecho es que al hombre no se le presentan súbitamente dos caminos a seguir: uno bueno y otro malo. Uno se va comprometiendo poco a poco”.  p. 218

“—Acaso lo sea. Nunca tuve rectitud de ideas Nosotros hemos dicho siempre que el pobre es bienaventurado y que el rico hallara dificultad para entrar en el cielo. ¿Por qué deberíamos hacerlo difícil también para el pobre? Oh ya se que se nos ha dicho que hay que dar al pobre  para que no tenga hambre; el hambre puede hacer al ser humano tanto daño como el mismo dinero. Pero ¿Por qué habríamos de dar poder al pobre?” p. 222


Padre José

El padre José es otro personaje de la novela, viejo y gordo, que abjuro de la fe y se caso. Los niños en la ciudad, cuando le veían, se burlaban de él. En una escena de l capitulo final, en la ciudad capital del Estado,  el cura recurre al Padre José para confesarse,  pero el Padre José no lo recibe. Ni tampoco asiste cuando el teniente se lo pide. Este personaje tiene una presencia itinerante en la novela. Y quizá juega un dualismo entre el cura personaje principal y Padre José. Ambos representan fallidas representaciones del sacerdocio. Aquí un extracto:   

“Las vocecitas desvergonzadas llenaban el patio y él sonreía humilde, iniciaba leves ademanes pidiendo silencio; pero no quedaba respeto para él en ninguna parte:   ni en su hogar, ni en su ciudad, ni en el abandonado planeta”. p.36

El joven Juan

“El joven Juan —leía la madre— se distinguió desde sus primeros años por su humildad y su fe. Otros niños eran brutales y vengativos; pero el joven Juan seguía el precepto de Nuestro Señor, y presentaba la otra mejilla…” p.31

Niños

En la novela, los niños juegan una representación importante. Green se vale de ellos  para exteriorizar un tipo especial de inocencia, pero también, desde su candor caracterizar y reforzar el carácter de los personajes principales. En ese marco los principales personajes niños son Brígida, la hija del cura de 7 años. Coral Fellows, hija de un matrimonio ingles, de trece años. Ambas niñas, son perspicaces y hasta con cierto grado de adultez, para su corta edad. Recuerdan aquellos precoces niños de la familia Glass, que aparecen en algunos de los cuentos y novelas de J.D.Salinger. Uno de ellos particularmente, Esme, niña de 13 años, en un cuento llamado Para Esme con amor y sordidez.  En algunos de los cuentos de Salinger se generan esos encuentros verbales entre adultos y niños talentosos. Como todos los niños de Salinger, los niños de la familia Glass, quienes de chicos participaban en programas radiales y televisivos  para niños superdotados. Los niños en Salinger cuestionan el mundo de los adultos, pero están muy conscientes del mundo que los rodea, son del mundo. Los niños de Greene, hacen casi lo mismo, cuestionan a los adultos y la autoridad. Pero estos últimos lo hacen más inconscientes del mundo que les rodea. Lo hacen desde una atmosfera más opresiva y reducida. En Greene los niños representan puntos simbólicos y de encuentros, pero también de epifanías.  

Pero además de estos dos personajes infantiles, hay a lo largo de la novela otros niños, que desempeñan roles simbólicos. Valga mencionar, el niño muerto que le toca enterrar al  cura, el niño que se acerca al teniente, los niños que se burlan del Padre José.  Y sobre todo El joven Juan. Éste no es un personaje como tal, sino que es una línea biográfica, que como parte de una lectura devocional, una madre lee a sus hijos: dos niñas y un niño. Lecturas que aparecen paralelamente en cursivas a la narración capitular de la novela. Y en que  El joven Juan representa una vida santa y de  mártir. El niño que en capitulo final tiene un sueño premonitorio sobre la resurrección de Cristo, y luego en la ultima escena de la novela,  al toquido en la puerta, él la va abrir, dando paso a la continuidad del misterio inacabable de la fe y de la historia.   

La niña Brígida, hija del cura  (7 años)

“La niña permanecía de pie, mirándole con sutileza y  menosprecio. Sus padres no pusieron ninguna amor en concebirla .Tan solo el temor, la desesperación, media botella de aguardiente, y la sensación de soledad le habían conducido a él a un acto que le horrorizaba.; y el resultado fue aquel impotente amor inquieto y vergonzoso…” p.78

“— ¿Por qué no? ¿Por que no quiere decirlo? (…)
— ¿Por qué había de decirlo?
—A Dios le place.
— ¿Cómo lo sabe usted?”  p.79

“Ella rompió a reír de nuevo con malicie. Aquel cuerpecito de siete años era como el de una enana: encubría una madures repugnante”. p.81.

La niña Coral Fellows  (13 años)

“Pero no se movió: quien entro fue la niña.
Permaneció en el umbral observándolos con aspecto de responsabilidad inmensa. Ante su mirada seria uno se convertía en un muchacho del cual no se puede uno fiar y en un espectro que se disiparía pronto en un soplo: un fragmento de aire aterrorizado. Era muy joven de unos trece años y a esa edad no se tiene miedo de muchas cosas: vejez y muerte, mordeduras de serpientes, fiebre, ratas o mal olor. La vida no la había atacado aun: su aire inexpugnable era falso”. p.40

“La ironía era su única defensa, pero nadie la comprendía; no comprendían nada que no fuera claro, como un alfabeto o una cuenta simple o una fecha histórica…”p.41

“Coral tenia respuesta para todo; el ya se había acostumbrado a ello. Nunca hablaba sin reflexionar; pero a veces las contestaciones que tenía dispuestas le parecían a él de una ferocidad… estaban basadas en la única vida que podía recordar: aquella. El pantano y los buitres; ningún chiquillo por parte alguna, (…)  Se dice que los hijos unen a los padres, y   el sentía  ciertamente una resistencia enorme en  confiarse solo a  la niña aquella cuyas contestaciones podían arrastrarlo a cualquier parte. Sintió a través del mosquitero la mano de su esposa que le buscaba en secreto: ellos dos eran adultos, se sentían unidos, y la niña era una extranjera instalada en la casa. Dijo él, ruidosamente. :
— Nos estas asustando.
—No creo  arguyo la niña con cautela — que tú vayas a asustarte.” p.41

“La niña era tan inflexible como el teniente: menuda, negruzca y desplazada entre los platanares. Su candor no hacia concesiones a nadie, el futuro lleno de compromisos, ansiedades y bochornos, permanecía del lado de fuera; la puerta que un día lo dejaría entrar estaba cerrada”. p.43  

“…la palabra “juego” carecía de todo sentido: el conjunto de su vida era adulto. En uno de los primeros libros de lectura de Henry Beckley vio una ilustración con una tertulia de muñecas tocando el té; para ella era tan incompresible como una ceremonia desconocida: no le encontraba ningún sentido”. p. 64   

El sueño del niño
“Pero se durmió muy pronto, soñó que el cura fusilado por la mañana estaba de nuevo en su casa vestido con la ropa que su padre dejara: tendido, rígido, preparado para el entierro. El estaba sentado junto a la cama y su madre leía en un libro muy largo la representación del cura en su papel de Nerón ante el obispo. A los pies de la madre había una cesta de pescado el cual sangraba, envuelto en un pañuelo. El estaba muy aburrido y cansado y alguien martillaba en el pasillo poniendo clavos en un ataúd. De pronto el cura muerto le hizo un guiño, una fluctuación evidente del parpado, ni más ni menos que eso”.      
p. 246




Créditos

Versión original

Frases y textos  de la novela de El poder y la gloria, de Graham Greene, Colección Obras maestras de la Literatura Contemporánea 5. Traducción de Guillermo Villalonga, Seix Barral, Barcelona, España, 247p.1983         

Ilustraciones

Foto calle contigua Parque Central, Semana Santa en Tegucigalpa. Procesión 2012 © Plaza de las palabras.
Foto atrio de la Catedral de Tegucigalpa. Procesión 2012 © Plaza de las palabras.
Foto portones cerrados de la catedral de Tegucigalpa. Procesión 2012. © Plaza de las palabras.     

Foto calle contigua al Parque Central Tegucigalpa. Procesión 2012. © Plaza de las palabras.      

Lenguaje y escritura. El arte de contar historias. “The Art of Storytelling”. J.LBorges. Post Plaza de las palabras.





Plaza de las palabras presenta un post en su sección Lenguaje y escritura, sección que ya ha publicado 36 post dedicada a artículos, ensayos, ponencias sobre el arte de escribir, pero también a su materia prima: el lenguaje y su código genético:   las palabras.  Presentamos “El Arte de Contar Historias” (Conferencia) / “The Art of Storytelling” con base a una serie de conferencia dictadas en la universidad de Harvard por J.L.Borges. En la misma con su habitual agudeza y vastos conocimientos, hace hincapié en el significado de la palabra “poeta”. Borrosa y mediática imagen que en el trascurso de los tiempos;  si bien no ha mutado completamente, ha perdido parte de su contenido original. Afirma Borges que, en su sentido original, el poeta no solo era un bardo de cantos líricos, sino también un “hacedor”: narrador de historias. Hace referencia la narración épica, y riñe con ejemplos  que van desde  Homero hasta Joyce;  pero también baraja ejemplos,  y cita entre otros a Stevenson, Kipling, Chaucer, Milton, las sagas nórdicas: Beowulf. Las mil y una noches. Y autores más modernos: Poe, Hawthorne, Kafka, Chesterton.  

Un punto adicional  es la importancia que Borges le otorga a la épica, en un mundo lleno de pesimismo, en que los héroes han sido derrotados, en que algunos facetas del poliedro del postmodernismo, irrumpen anunciando un mundo vacio. Borges señala a la épica, corriente orientada a los clásicos griegos o romanos; sin embargo, esta afluente también por tramos asoma su mirada en el paisaje literario, con la poesía bucólica o pastoril, el canto de los trovadores;   y hasta la poesía y epopeyas cosmogónicas precolombinas o antiquísimas culturas orientales: que van desde la milenaria china hasta la no menos milenario hinduismo, y que en su vastedad daban su dadivosa hospitalidad al mundo de la poesía narrativa. 

En  un amplio sentido, aunque no toda la poesía narrativa, es necesariamente épica, esta categoría engloba un sin número de posibilidades. Que no agotan  (Égloga, romance, balada). Posibilidades, que van desde las narraciones  poéticas del  Mahábharata  hasta el  poema del Cantar del Mío Cid o las canciones de gesta:   chanson rolandAlza el vuelo    el conocido poema narrativo de Poe: El cuervo (The raven). O se descuelga el  conocido poema narrativo The Ring and the Book de Robert Broning, historia poetizada. Los ejemplos abundan La Eneida de Virgilio, La Divina Comedia, de Dante, hasta esa dilatadísima corriente de las novelas de caballería que terminaría con El Quijote de la Mancha.  O El paraíso perdido de MiIton, y más moderno, joya del romanticismo ingles: Rime of the Ancient Mariner de Samuel Taylor Coleridge. En  el ámbito del la lengua española, Martín Fierro de José Hernández, o ese poema épico Canto general de Pablo Neruda.

Pero Borges, señala otro par de particularidad, la primera que las historias contadas son pocas, y que lo que hay son variaciones. Lo que importa no es la trama, sino las variaciones sobre esa trama.  Tesis atrevida, y seguramente abierta a intensas polémicas. Segunda, tan importante como los mismos poemas épicos, es el hábito consuetudinario, basado en la tradición oral de narrar historias desde el mismo poema. Actitud literaria que  considera  la épica como una fuente legítima y seminal de  heroísmo y de felicidad. En un sentido general, épica: historia, palabra y poesía. De ahí que la poesía épica, sea un poema narrado que hace alusión a una historia, generalmente de dioses y héroes, surgidos de la nomenclatura histórica o de la ficción invasiva.  Puede ser en verso, hexámetros o alejandrinos. Y con el trascurso del tiempo en prosa.   Pero situándonos en el cuadrante del siglo XXI, en un mundo en que la épica ha empalidecido, entre las fatigas de un mundo cada vez mas veloz e informático. Y  las aristas de una postmodernidad;   que si bien tiene sus encantos y sus bondades, también lleva en su código genético, la sombra de una negación casi deconstructiva de la representación del mundo.

Volver a abrir totalmente  la llave de la alegría del mundo: Darle al  mundo un orden con sentido;  sino totalmente teleológico, el mundo como finalidad, al menos secularmente razonable y respirable.  Pensemos también que en la visión de Aristóteles y Platón, en que  los antiguos poetas, eran denominados teólogos, en el reino siempre exuberante y digno de lo  mitológico.  Y que parte de  la misión del poeta era liberar las antiguas narraciones y dioses de lo que tuvieran de imperfección. Así como las rapsodas eran cantantes itinerantes que recitaban poemas épicos: precursores de los trovadores medievalistas y delos cantautores móviles s de la postmodernidad.  La rapsodia, vocablo que    después fue asumido por la música, especialmente por compositores que se apoyaban en el núcleo de la historia y valores de los pueblos. Pero en ese cruce de lo épico, la misión original del poeta, y los rapsodas: alumbra un universo musical y poético, pero también finalista. En la mente griega no bastaba con cantar o poetizar, esas funciones estaban para alumbrar un horizonte más vasto. Los poetas eran intermediarios entre los dioses y los humanos. Había pues, una finalidad en la poesía, además de trasmitir la esperanza y el triunfo, la poesía era un conductor que idealmente y prácticamente, iluminaba la autopista del  destino. Y depositada en ella había una finalidad razonable, digna y confiable para los hombres. La poesía era un mapa que recordaba el pasado pero que era proyectada hacia el futuro. 

Pero más   que crear una nueva categoría en el mapa irreverente  de las ideas literarias, la tarea impostergable  es rescatar y profundizar en lo que el modernismo dejo en deuda. Dice Borges que si la narración de historias y el verso volvieran a unirse, sucederían cosas importantes. Pero igualmente, y se le escapa a Borges, quizá porque la conferencia dictada en Harvard fue sobre la poesía y no sobre la  novela. Pero también porque Borges, siempre vio desde el omoplato del hombro, a  la novela como genero literario. Si advierte Borges que la épica ha sido traslada a la novela, y que está ha rescatado amistosamente parte de  su dignidad; sin embargo está afirmación es relativa. La épica entendida en su valor real y dinámico, también está moribunda en la novela. Y Borges así lo ve. Si algo caracteriza a la novela del siglo XX, es un centro neurálgico basado  en lo trágico y el pesimismo en la condición humana: todos los dioses y héroes han sido derrotados.   Y no es que no haya habido novelas épicas en el siglo XX;  por supuesto que si las ha habido,  un par de ejemplos desde la fantasía épica: El señor de los anillos de J.J Tolkien y Crónicas de Narnia de C.S.Lewis.  Y seguramente en está veta luminosa y novelesca han surgido muchas novelas y tatuajes iconográficos,  móviles y mediáticos de la postmodernidad, incluso de el hoy cada vez más relativo y líquido: la saga   de Harry Potter. 

Pero el punto de sa y vinagre,  es que si se tira  una línea de perspectiva  los grandes novelista del siglo XX, y sus grandes novelas, van ensamblada en una corriente difusa que pone en movimiento esa gigantesca ola, no la de Hokusama: hermosa y nítida. Sino en una ola totalizante tipo sutmani, donde el equilibrio en  la balanza se inclina hacia una novela que tiene en la mirilla del rifle de  alto poder, los conflictos y  la oscura condición humana. En esa corriente marítima no hay héroes ni vencedores. En ese marasmo gris más que héroes irrumpe la figura del antihéroe. Borges mismo, más adelante lo dice, la épica ha sido asumida por el cine: Hollywood. Y es Hollywood quien ha hecho de la épica su gran negocio y su gran distribuidor masivo, apoyado en la ubicuidad todopoderosa de la imagen.   La gran épica de la cultura norteamericana visual fueron las películas de vaqueros. Y también acompañadas de ese universo paralelo y en expansión de los comic. Su gran hoyo negro es que responde aun visión etnocentrista del mundo. Pero que producida en las fabricas dela eficiencia con las técnicas administrativas de Taylor, una galería interminable de héroes y contra héroes. Y con todo,  eso ha sido saludable, porque la novela épica, no ha sido un género ausente de recursos técnicos y estilísticos y creativos, pero si ha carecido de una balanceada y legítima  encarnación de la representación del mundo. Si la literatura o la novela, no puede representarla, fielmente; entonces el cine, en sus múltiples formatos tecnológicos, asume ese adoptivo usufructo. 

Y entre film y oscares y novelas, el  antiguo  mito de Prometeo desencadenado vaga errabundo entre las esquinas atestadas y las agitaciones sociales del siglo XXI. Pero ese hombre épico y ansioso, y tristemente desempleado  busca  encarnarse en los héroes de la novelas del siglo XXI. Quizá el formato épico tenga que reformularse, entonces habría que buscar otros formatos artísticos y reciclarlos a las exigencias y mentalidad del hombre moderno.  ¿Qué seria del mundo sin héroes, sin esperanza, sin felicidad? Hollywood produce a cada minuto héroes y heroínas por toneladas. Ahora compite ferozmente con los videojuegos, nueva modalidad que ha cautivado y atrapado millones de jóvenes, en que la épica aprovecha su potencial lúdico  y se multiplica no como una pandemia a la vista, sino como un cáncer invasivo en los huesos amarillentos del esqueleto del mundo.  Y en ese diagnostico terminal, dónde queda el  lector univoco,  la gente indeterminada,   la desnaturalizada  alma del mundo. A todos ellos siempre les  ha gustado, (pasado), siempre les gusta (presente), y siempre le  gustara (futuro): ver héroes o personas triunfadoras, en que aunque sea en un insignificante punto y coma, quepa la felicidad del mundo, porque la literatura  y la novela  también tiene que cumplir su teleología. Y que en la existencia, aún cabe un poco de respiro de la naturaleza, del sosiego y de la sabiduría del alma; y no ese ensamblaje interminable y  clonado de seres derrotados, clínicos y desintegrados.

Si la oscuridad puede ser un principio legítimo del conocimiento del mundo, porque lo es;  y esos grandes creadores, trataron de iluminar al mundo brindando sus visiones oscuras sobre el mundo. Es un intento legítimo y aceptable. De la oscuridad puede salir la luz, pensemos en el claroscuro de los pintores flamencos y del  renacimiento. O las notas tristes de una partitura musical; pero también existe el Allegro. A  un blues, por lo general, de andar  melancólico, le sale al paso frenético el swing.   A la sombre taciturna de Mahler, le aparece en la esquina el brío épico y alegre de Beethoven. Y si los compositores han captado mejor el Ying Yang del mundo.  No obstante,  también lo amerita que sea la luz. Las grandes novelas y poemas sobre la oscuridad y pesimismo del mundo, ya fueron escritas  Las invictas novelas y poemas del siglo XXI, aún por escribirse, serán aquellas en que triunfe épicamente,  el bien sobre la oscuridad.

Curioso que Borges en esa conferencia no menciono a ese anglosajón, escocés, Tomas Carlyle, Los héroes. El culto de los héroes. Lo heroico en la historia. Que si  bien habla de héroes y dioses, también trasmite encarnado en el hombre la virtud siempre escurridiza del héroe.  Para Carlyle la voluntad más que la razón, primaba en ese culto de héroes. La historia del mundo era la historia consumada de los grandes héroes. Quiz auna visión no muy democrática y saludable. Pero siempre apertrechada en un voluntarismo dinámico, muy próximo a un filósofo que Borges admiraba, y que influyó en él, Schopenhauer: La voluntad como representación del mundo.  Pero por supuesto, al señalar la épica ya sea en la poesía o en la  novela, no se trata de desenterrar íntegramente los formatos antiguos, sino rescatar el victorioso y pedagógico espíritu de la sanidad épica. Hacer traslaticio esa aseveración feliz,  acertada e inteligente de Borges hacia la poesía épica. Y Agregar algo nuevo, a manera de beneficio colateral, y siempre en el contexto del arte de contar historias: si la épica se reuniera con la prosa, en el arte de la novela, no simplemente  seria importante como afirma Borges en sus observaciones dedicadas a la poesía épica. Sino algo más, siempre algo más, que se diluye en siempre subjetivo significante de las palabras, y en  el extremo huyente de los últimos estertores agónicos del pensamiento: para la novela acontecerían cosas misteriosas y maravillosas. 





Conferencia

“El Arte de Contar Historias”
 / “The Art of Storytelling.

Jorge Luis Borges

Las distinciones verbales deberían ser tenidas en cuenta, puesto que representan distinciones mentales, intelectuales. Pero es una lástima que la palabra «poeta» haya sido dividida en dos. Pues hoy, cuando hablamos de un poeta, sólo pensamos en alguien que profiere notas líricas y pajariles del tipo de

 «With ships the sea was sprinkled far and nigh, / Like stars in heaven» («Con barcos, el mar estaba salpicado aquí y allá como las estrellas en el cielo»; Wordsworth), o «Music to hear, why hear’st thoumusic sadly? / Sweets with sweets war not, joy delights in joy» («¿Por qué, siendo tú música, te entristece la música? / Placer busca placeres, ama el goce otro goce»; Shakespeare).

Mientras que los antiguos, cuando hablaban de un poeta –un «hacedor»–, no lo consideraban únicamente como el emisor de esas elevadas notas líricas, sino también como narrador de historias. Historias en las que podíamos encontrar todas las voces de la humanidad: no sólo lo lírico, lo meditativo, la melancolía, sino también las voces del coraje y la esperanza. Quiere decir que vaya hablar de lo que supongo la más antigua forma de poesía: la épica.

Ocupémonos de ella un momento.

Quizá el primer ejemplo que nos venga a la mente sea La historia de Troya, como la llamó Andrew Lang, que tan certeramente la tradujo.

Examinaremos en ella la antiquísima narración de una historia. Ya en el primer verso encontramos algo así: «Háblame, musa, de la ira de Aquiles». O, como creo que tradujo el profesor Rouse:

«An angry man –that is my subject. («Un hombre iracundo: tal es mi tema»).

Quizá Hornero, o el hombre a quien llamamos Homero (pues ésta es, evidentemente, una vieja cuestión), pensó escribir un poema sobre un hombre iracundo, y eso nos desconcierta, pues pensamos en la ira a la manera de los latinos: «ira furor brevis». La ira es una locura pasajera, un ataque de locura. Es verdad que la trama de la lliada no es, en sí, precisamente agradable: esa idea del héroe malhumorado en su tienda, que siente que el rey lo ha tratado injustamente, emprende la guerra como una disputa personal porque han matado a su amigo y vende por fin al padre el cadáver de! hombre al que ha matado.

Pero quizá (puede que ya lo haya dicho antes; estoy seguro), las intenciones del poeta carezcan de importancia. Lo que hoy importa es que, aunque Homero creyera que contaba esa historia, en realidad contaba algo mucho más noble: la historia de un hombre, un héroe, que ataca una ciudad que sabe que no conquistará nunca, un hombre que sabe que morirá antes de que la ciudad caiga; y la historia aun más conmovedora de los hombres que defienden una ciudad cuyo destino ya conocen, una ciudad que ya está en llamas. Yo creo que éste es el verdadero tema de la lliada, y, de hecho, los hombres siempre han pensado que los troyanos eran los verdaderos héroes.

Pensamos en Virgilio, pero también podríamos pensar en Snorri Sturluson, que, en su más joven edad, escribió que Odín –el Odín de los sajones, el dios– era hijo de Príamo y hermano de Héctor. Los hombres siempre han buscado la afinidad con los troyanos derrotados, y no con los griegos victoriosos. Quizá sea porque hay una dignidad en la derrota que a duras penas le corresponde a la victoria.

Tomemos un segundo poema épico, la Odisea.  La podemos leer la de dos maneras. Supongo que e! hombre (o la mujer, como pensaba Samuel Butler) que la escribió no ignoraba que en realidad contenía dos historias: el regreso de Ulises a su casa y las maravillas y peligros del mar.

Si tomamos la Odisea en el primer sentido, entonces tenemos la idea del regreso, la idea de que vivimos en el destierro y nuestro verdadero hogar está en el pasado o en el cielo o en cualquier otra parte, que nunca estamos en casa.
Pero evidentemente la vida de la marinería y el regreso tenían que ser convertidos en algo interesante. Así que, poco él poco, se fueron añadiendo múltiples maravillas. Y ya, cuando acudimos a Las mil una noches, encontramos que la versión árabe de la Odisea, los siete viajes de Simbad el marino, no son la historia de un regreso, sino un relato de aventuras; y creo que como tal lo leemos.

Cuando leemos la Odisea, creo que lo que sentimos es el encanto, la magia del mar; lo que sentimos es lo que el navegante nos revela. Por ejemplo: no tiene ánimo para el arpa, ni para la distribución de anillos, ni para el goce de la mujer, ni para la grandeza del mundo. Sólo busca las altas corrientes saladas. Así tenemos las dos historias en una: podemos leerla como un retorno a casa y como un relato de aventuras, quizá el más admirable que jamás haya sido escrito o cantado.

Pasemos ahora a un tercer «poema» que destaca muy por encima de los otros: Los cuatro Evangelios.
Los Evangelios también pueden leídos de dos maneras. El creyente los lee como la extraña historia de un hombre, de un dios, que expía los pecados de la humanidad.

Un dios que se digna sufrir, morir, en la «bitter cross» («amarga cruz»), como señala Shakespeare.
Existe una interpretación aun más extraña, que encuentro en Langland. la idea de que Dios quería conocer en su totalidad el sufrimiento humano, que no le bastaba con conocerlo intelectualmente, tal como le era divinamente posible; quería sufrir como un hombre y con las limitaciones de un hombre. Pero quien (como muchos de nosotros) no es creyente puede leer la historia de otra manera. Podemos pensar en un hombre de genio, un hombre que se creía un dios y al final descubre que sólo era Un hombre y que Dios –su dios– lo había abandonado.
Digamos que durante muchos siglos, estas tres historias –la de Troya, la de Ulises, la de Jesús–le han bastado a la humanidad. La gente las ha contado y las ha vuelto a contar una y otra vez; les ha puesto música, las ha pintado. Han sido contadas muchas veces, pero las historias perduran, sin límites. Podríamos pensar en alguien que, dentro de mil o diez mil años, una vez más volviera a escribirlas. Pero, en el caso de los Evangelios, hay una diferencia: creo que la historia de Cristo no puede ser contada mejor.

Ha sido contada muchas veces, pero creo que los pocos versículos en los que leemos, por ejemplo, cómo Satán tentó a Cristo tienen más fuerza que los cuatro libros del Paradise Regained. Uno intuye que Milton quizá ni sospechaba la clase de hombre que fue Cristo.

Bien, tenemos estas historias y tenemos el hecho de que los hombres no necesitan demasiadas historias. Imagino que Chaucer jamás pensó en inventar una historia. No pienso que la gente fuera menos inventiva en aquellos días que hoy. Pienso que se contentaba con las nuevas variaciones que se añadían al relato, las sutiles variaciones que se añadían al relato. Esto, además, facilitaba la tarea del poeta. Sus oyentes y lectores sabían lo que iba a decir y podían apreciar las diferencias en su justa medida.

Ahora bien, la épica –y podemos considerar los Evangelios una especie de épica divina– lo admite todo. Pero la poesía, como he dicho, ha sufrido una división; o, mejor, por un lado tenemos el poema lírico y la elegía, y por otro tenemos la narración de historias: tenemos la novela. Uno casi siente la tentación de considerar la novela como una degeneración de la épica, a pesar de escritores como Joseph Conrad o Herman Melville. Pues la novela recupera la dignidad de la épica.

Si pensamos en la novela y la épica, nos vemos tentados a pensar que la principal diferencia estriba en la diferencia entre verso y prosa, entre cantar y exponer algo.

Pero pienso que hay una diferencia mayor. La diferencia radica en el hecho de que lo importante para la épica es el héroe: un hombre que es un modelo para todos los hombres. Mientras, como Mencken señaló, la esencia de la mayoría de las novelas radica en el fracaso de un hombre, en la degeneración del personaje.
Esto nos lleva a otra cuestión: ¿qué pensamos de la felicidad? ¿Qué pensamos de la derrota, de la victoria?
Hoy, cuando la gente habla de un final feliz, lo considera una mera condescendencia hacia el público o un recurso comercial; lo consideran artificioso.

Pero durante siglos los hombres fueron capaces –de creer sinceramente en la felicidad y en la victoria, aunque sentían la imprescindible dignidad de la derrota. Por ejemplo, cuando la gente escribía sobre el Vellocino de Oro (una de las historias más antiguas de la humanidad), oyentes y lectores sabían desde el principio que el tesoro sería hallado al final.

Bien, hoy, si se emprende una aventura, sabemos que acabará en fracaso.

Cuando leemos –y pienso en un ejemplo que admiro – Los papeles de Aspern, sabemos que los papeles nunca serán hallados.

Cuando leemos El castillo de Franz Kafka, sabemos que el hombre nunca entrará en el castillo. Es decir, no podemos creer de verdad en la felicidad y en el triunfo. Y quizá ésta sea una de las miserias de nuestro tiempo. Me figuro que Kafka sentía prácticamente lo mismo cuando deseaba que sus libros fueran destruidos: en realidad quería escribir un libro feliz y victorioso, y se daba cuenta de que le era imposible. Hubiera podido escribirlo, evidentemente, pero el público habría notado que no decía la verdad. No la verdad de los hechos, sino la verdad de sus sueños.

Digamos que, a fines del siglo XVIII o principios del XIX (para qué molestarnos en discutir las fechas), el hombre empezó a inventar tramas.

Quizá podríamos decir que la empresa partió de Hawthorne y Edgar Allan Poe, aunque, evidentemente, siempre hay precursores.

Como Rubén Darío señaló, “nadie es el Adán literario.”. Pero fue Poe el que escribió que un relato debe ser escrito atendiendo a la última frase, y un poema atendiendo al último verso. Esto degeneró en el relato con truco, y en los siglos XIX y XX la gente ha inventado toda clase de tramas. Estas tramas son a veces muy ingeniosas; si nos limitamos a contarlas, son más ingeniosas que las tramas de la épica.

Pero, por alguna razón, notamos en ellas algo artificioso; o, mejor, algo trivial. Si tomamos dos casos –supongamos que la historia de Doctor  Jekyll y  Mr Hyde, y una novela o una película como Psicosis–, puede que la trama de la segunda sea más ingeniosa, pero intuimos que hay más detrás de la trama de Stevenson.

En cuanto a la idea que formulé al principio, la de que sólo existe un número reducido de tramas, quizá deberíamos mencionar esos libros en los que el interés no radica en la trama sino en la variación, en el cambio, de múltiples tramas.

Estoy pensando en Las mil y noches,  y otras por el estilo.

Podríamos añadir también la idea de un tesoro maligno. La tenemos en la Völsunga Saga, y quizá al final de Beowulf: la idea de un tesoro que trae males a la gente que lo encuentra. Aquí podríamos llegar a la idea que intenté desarrollar en mi última conferencia, sobre la metáfora: la idea de que quizá todas las tramas correspondan sólo a unos pocos modelos. Hoy, por supuesto, la gente inventa tantas tramas que nos ciegan. Pero quizá flaquee tal ataque de ingenio y descubramos que todas esas tramas sólo son apariencias de un reducido número de tramas esenciales. Y esto, para mí, está fuera de discusión.

Hay que señalar otro hecho: los poetas parecen olvidar que, alguna vez, contar cuentos fue esencial y que contar una historia y recitar unos versos no se concebían como cosas diferentes.

Un hombre contaba una historia, la cantaba; y sus oyentes no lo consideraban un hombre que ejercía dos tareas, sino más bien un hombre que ejercía una tarea que poseía dos aspectos. O quizá no tenían la impresión de que hubiera dos aspectos, sino que consideraban todo como una sola cosa esencial.

Llegamos ahora a nuestro tiempo, donde encontramos esta circunstancia verdaderamente extraña: hemos vivido dos guerras mundiales, pero, por alguna razón, no ha surgido de ellas una épica; excepto, quizá, Los siete pilares de la sabiduría.

En Los siete pilares de la sabiduría encuentro muchas cualidades épicas. Pero el libro está lastrado por el hecho de que el héroe es el narrador, por lo que a veces debe empequeñecerse, humanizarse, hacerse verosímil en exceso. De hecho, se ve obligado a incurrir en los trucos del novelista.

Hay otro libro, hoy bastante olvidado, que leí, me parece, en 1915: una novela llamada Le Feu, de Henri Barbusse. El autor era pacifista; era un libro contra la guerra. Pero, en cierta medida, la épica atravesaba el libro (me acuerdo de una magnífica carga con bayonetas).

Otro escritor que poseía el sentido de lo épico fue Kipling. Lo comprobamos en un relato tan maravilloso como «A Sahib’s War», Pero, de la misma manera que Kipling nunca practicó el soneto, porque consideraba que podía distanciarlo de sus lectores, nunca cultivó la épica, aunque podría haberlo hecho.

También recuerdo a Chesterton, que escribió «La balada del caballo blanco», un poema sobre las guerras del rey Alfredo contra los daneses. En él encontramos metáforas muy raras (¡me pregunto cómo me olvidé de citarlas en la charla anterior!): por ejemplo, «mármol como sólida luz de luna», «oro como fuego helado», donde el mármol y el oro son comparados con dos cosas que son aun más elementales. Son comparados con la luz de la luna y el fuego, y no con el fuego exactamente, sino con un mágico fuego helado.
En cierta manera, la gente está ansiosa de épica.

Pienso que la épica es una de esas cosas que los hombres necesitan. De todos los lugares (y esto podría introducir una especie de anticlímax, pero es un hecho), ha sido Hollywood el que más ha abastecido de épica al mundo. En todo el planeta, cuando la gente ve un western –al contemplar la mitología del jinete, el desierto, la justicia, el sheriff, los disparos y todo eso–, creo que capta la emoción de la épica, lo sepa o no. A fin de cuentas, no es importante saberlo.

Ahora bien, no quiero hacer profecías, porque tales cosas son arriesgadas (aunque, a la larga, pueden convertirse en verdad), pero creo que, si la narración de historias y el canto del verso volvieran a reunirse, sucedería algo muy importante.

Quizá empiece en Estados Unidos, pues, como ustedes saben, Estados Unidos posee un sentido ético de lo que está bien y lo que está mal. Quizá lo posean otros países, pero no creo que se dé tan evidentemente como lo descubro aquí.

Si llegara a suceder, si pudiéramos volver a la épica, entonces se habría conseguido algo muy grande. Cuando Chesterton escribió «La balada del caballo blanco» obtuvo buenas críticas y esas cosas, pero los lectores no le fueron favorables. De hecho, cuando pensamos en Chesterton, pensamos en la saga del Padre Brown y no en ese poema.

Sólo he meditado sobre el asunto a una edad más bien avanzada; y, además, no creo haber ensayado la épica (aunque quizá haya dejado dos o tres líneas épicas).

Es una tarea para hombres más jóvenes. y conservo la esperanza de que lo harán, porque evidentemente todos tenemos la sensación de que, en cierta medida, la novela está fracasando. Piensen en las principales novelas de nuestro tiempo, el Ulises de Joyce,  por ejemplo.

Se nos han dicho miles de cosas sobre los dos personajes, pero no los conocemos. Conocemos mejor a los personajes de Dante o de Shakespeare, que se nos presentan –que viven y mueren– en unas pocas frases. No conocemos miles de circunstancias sobre ellos, pero los conocemos íntimamente. Eso, desde luego, es mucho más importante.

Pienso que la novela está fracasando. Pienso que todos esos experimentos con la novela, tan atrevidos e interesantes –por ejemplo, la idea de los cambios de tiempo, la idea de que la historia sea contada por distintos personajes–, todos se dirigen al momento en que sentiremos que la novela ya no nos acompaña. Pero hay algo a propósito del cuento, del relato, que siempre perdurará. No creo que los hombres se cansen nunca de oír y contar historias y si junto al placer de oír historias conservamos el placer adicional de la dignidad del verso, entonces algo grande habrá sucedido. O quizá yo sea un anticuado hombre del siglo XIX, pero soy optimista y tengo esperanza: y, puesto que el futuro contiene muchas cosas –quizá el futuro contenga todas las cosas–, pienso que la épica volverá a nosotros. Creo que el poeta volverá a ser otra vez un hacedor. Quiero decir que contará una historia y la cantará también. Y no consideraremos diferentes esas dos cosas, tal como no las consideramos diferentes en Homero o Virgilio.




Créditos

Borges, Jorge Luis, Arte poética. Editorial Crítica. Barcelona, 2001. Pags. 61-74. (Seis conferencias sobre poesía pronunciadas en inglés en la Universidad de Harvard durante el curso 1967-1968)  Traducción de Justo Navarro.
Enlaces

Texto de J.LBorges tomado del excelente pagina web/ Blog , La Audacia de Aquiles.


Ilustraciones

Imagen de rollos de papeles y barco de papel, Google imagen
Cerámica griega. 530 ac.- terracota -  Detalle - Dos guerreros luchando flanqueados por dos mujeres.56,5 x 34 x 25,5 cm. - Attica, Grecia - artista griego



Estatua de Niño Lector, (detalle) Cerro Santa Lucia, Santiago de Chile,  © foto Plaza de las palabras