Tres poemas de Robert Frost: El legado de un poeta. Post Plaza de las palabras.








Plaza de las palabras, presenta al poeta Robert Lee Frost, poeta y educador, uno de los más grandes poetas norteamericanos del siglo XX. Junto a Walt Whitman y Emily Dickison, constituyen uno tripleta formidable de poetas. En esta ocasión presentamos tres poemas muy conocidos de Frost, pese a su simplicidad aparente, enseñan grandes verdades de la existencia humana. En general la poesía de Frost esta condicionada por el paisajismo  y amor a la naturaleza, que le sirven de telón de fondo, y que como tal confraterniza   en su lenguaje, con  temas y personajes  comunes y corriente  del campo. A diferencia de Wordsworth, que parte de la naturaleza para encontrar al sujeto humano, en los poemas de Frost es el sujeto quien predomina y se funde con parte de la naturaleza. En Wordsworth hay un estado contemplativo de la naturaleza, la poesía de Frost es un estado reflexivo sobre la condición humana en el marco de la naturaleza. Pero ambos vienen de una misma tradición, la poesía inglesa que tiene sus orígenes la poesía celta y las tierras altas de Escocia y Gales. Y en ese tiempo la poesía, se componía  naturalmente en los bosques.

Pero el mensaje poético de Frost, pese a su candor de niño, y sus  algunas veces ambiguas y oscuras meditaciones sobre la vida, -el poeta Brodsky lo advirtió-, seguirá siendo universal. Dos años antes de su muerte, Frost fue invitado a una lectura y recitar un poema, en la toma de posesión del presidente John Fiztgerald  Kennedy. (1961). Para ese entonces Frost era un reconocido poeta que había recibido una medalla del congreso de EE.UU, lector de poesía del Congreso y de ser llamado el poeta-filósofo más grande de América.   El poema elegido fue The Gift Outright,  un poema que Frost había escrito muchos años antes, en el filo angustioso dela depresión, 1930 pero publicado hasta 1942, poema en verso libre;  pero también escribió uno especial para la ocasión Dedication, “For John F. Kennedy His Inauguration”), que al final no pudo leer por el mal tiempo. Pero se lo regalo a Kennedy con una dedicatoria. El poema ha  sido considerado, como el arte de gobernar poéticamente. El reino del poder y la poesía, una edad dorada. Visión con sabor un poco utópica a lo camelot. Poema  que  también incluimos en este post, pero solo en su versión original en ingles. 

DEDICATION

Summoning artists to participate
In the august occasions of the state
Seems something artists ought to celebrate.
Today is for my cause a day of days.
And his be poetry’s old-fashioned praise
Who was the first to think of such a thing.
This verse that in acknowledgement I bring
Goes back to the beginning of the end
Of what had been for centuries the trend;
A turning point in modern history.
Colonial had been the thing to be
As long as the great issue was to see
What country’d be the one to dominate
By character, by tongue, by native trait,
The new world Christopher Columbus found.
The French, the Spanish, and the Dutch were downed
And counted out. Heroic deeds were done.
Elizabeth the First and England won.
Now came on a new order of the ages
That in the Latin of our founding sages
(Is it not written on the dollar bill
We carry in our purse and pocket still?)
God nodded his approval of as good.
So much those heroes knew and understood,
I mean the great four, Washington,
John Adams, Jefferson, and Madison
So much they saw as consecrated seers
They must have seen ahead what not appears,
They would bring empires down about our ears
And by the example of our Declaration
Make everybody want to be a nation.
And this is no aristocratic joke
At the expense of negligible folk.
We see how seriously the races swarm
In their attempts at sovereignty and form.
They are our wards we think to some extent
For the time being and with their consent,
To teach them how Democracy is meant.
“New order of the ages” did they say?
If it looks none too orderly today,
‘Tis a confusion it was ours to start
So in it have to take courageous part.
No one of honest feeling would approve
A ruler who pretended not to love
A turbulence he had the better of.
Everyone knows the glory of the twain
Who gave America the aeroplane
To ride the whirlwind and the hurricane.
Some poor fool has been saying in his heart
Glory is out of date in life and art.
Our venture in revolution and outlawry
Has justified itself in freedom’s story
Right down to now in glory upon glory.
Come fresh from an election like the last,
The greatest vote a people ever cast,
So close yet sure to be abided by,
It is no miracle our mood is high.
Courage is in the air in bracing whiffs
Better than all the stalemate an’s and ifs.
There was the book of profile tales declaring
For the emboldened politicians daring
To break with followers when in the wrong,
A healthy independence of the throng,
A democratic form of right divine
To rule first answerable to high design.
There is a call to life a little sterner,
And braver for the earner, learner, yearner.
Less criticism of the field and court
And more preoccupation with the sport.
It makes the prophet in us all presage
The glory of a next Augustan age
Of a power leading from its strength and pride,
Of young ambition eager to be tried,
Firm in our free beliefs without dismay,
In any game the nations want to play.
A golden age of poetry and power
Of which this noonday’s the beginning hour.



Robert Lee Frost (San Francisco, 26 de marzo de 1874 - Boston, 29 de enero de 1963), fue un poeta estadounidense, considerado uno de los fundadores de la poesía moderna en su país por expresar, con sencillez filosófica y profundidad sentimental, la vida y emociones del hombre rural de Nueva Inglaterra. Gano 4 veces el premio Pulitzer en poesía. A pesar de que  paso 40 años como un desconocido. Murió de una intervención quirúrgica en la próstata, y fue enterrado en Vermont a la edad de 86 años. (1)  

 Obras: A Boy's Will (David Nutt, 1913; Holt, 1915). North of Boston (Norte de Boston) (David Nutt, 1914; Holt, 1914). Mountain Interval (Intervalos en la montaña) (Holt, 1916). Selected Poems (Poemas selectos) (Holt, 1923) New Hampshire (Holt, 1923; Grant Richards, 1924). Several Short Poems (Holt, 1924). Selected Poems (Holt, 1928).West-Running Brook (Holt, 1929). The Lovely Shall Be Choosers (Random House, 1929). Collected Poems of Robert Frost (Holt, 1930; Longmans, Green, 1930). The Lone Striker (Knopf, 1933). Selected Poems: Third Edition (Holt, 1934). Three Poems (Tres poemas) (Baker Library, Dartmouth College, 1935). The Gold Hesperidee (Bibliophile Press, 1935).From Snow to Snow (Holt, 1936). A Further Range (Holt, 1936; Cape, 1937). Collected Poems of Robert Frost (Holt, 1939; Longmans, Green, 1939) The Witness Tree (1942, premio Pulitzer)A Witness Tree (Holt, 1942; Cape, 1943).Steeple Bush (Holt, 1947).Complete Poems of Robert Frost, 1949 (Holt, 1949; Cape, 1951).Hard Not To Be King (House of Books, 1951). Aforesaid (Holt, 1954). A Remembrance Collection of New Poems (Holt, 1959). You Come Too (Holt, 1959; ) The Poetry of Robert Frost, (New York, 1969). Out Out,(Vermont 1964). Out Out,(Vermont 1964).Mending Wall (1914).Dust of Snow. Fire and Ice (2)




Los poemas seleccionados son El camino no elegido, The Road not Taken, de su libro NORTH OF BOSTON (1914),  quizá el poema más famoso de Frost. Sobre un tema común y universal, la elección. Aquí llama la atención que el titulo sea, El camino no elegido, porque perfectamente si uno toma un camino, el poema podría haberse llamado El camino tomado. Sin embargo, se puede interpretar como una selección de camino de apartarse de las multitudes, alejarse del mundanal ruido. En todo caso también hace alusión a la muerte, el camino no tomado, al elegir a la vida. Pero el viajero, en este caso, no tiene certeza de nada, va como un niño, con curiosidad, o con inocencia. En el camino puede ser favorable pero también puede ser un camino lleno de peligros y sobresaltos. Frost no da ninguna pista, el camino se convierte en un misterio, que solo quien lo recorre lo sabrá.   El segundo poema, también es muy citado y puesto en antologías. La reparación del muro. Mending Wall, de su libro NORTH OF BOSTON (1914). Retrata una situación común, dos vecinos que por mucho tiempo se han reunido  una vez al año, para reparar el muro que los divide. Puede ser una alusión a los diferentes puntos de vista, los problemas de segregación, razas, exclusión.  Un llamado a la coexistencia pacifica entre dos vecinos, que se aceptan como tales. Pero, el muro los une, y es buen trato repararlo para que no cause daño. Es un buen ejemplo de la buena vecindad. El respeto de la otredad.  Pero también ahonda en otra posibilidad, el proceso creativo y la elaboración de la poesía. Frost era un poeta fundado en tradición poética,  seguía las métricas y ritmos conocidos, evitaba el verso libre o blanco, que era el que estaba de moda, y usaban  la mayoría de los poetas de su tiempo.  En el poema el vecino es un alter ego del poeta, ambos luchan uno con la tradición y el otro por abolir la tradición poética. Ese proceso se da en la creación poética.  Y también hay un tercer nivel de interpretación,  ese muro que se da entre el poema  y lector. En ese enfoque, el lector queda en parte vedado a lo más íntimo del poema, de ahí la intención del lector por derribar el muro  o saltarlo , para ver algo que no esta a su alcance, la visión desde adentro del poema.   (3) El tercer poema Alto en el bosque una noche de invierno. Stopping by Woods on a Snowy Evening, de su libro NEW HAMPSHIRE (1923). Es una meditación sobre la vida, cuando hay peligro por las inclemencias del tiempo y en la noche el viajero se detiene, acampa y deje que llegue la claridad del día.  Siempre faltan millas por recorrer, nada nos es dado en su totalidad, siempre hay que seguir caminando. Borges llego a decir que ese poema era sobre la muerte. Y si, puede ser, pero también es sobre el estado inacabado de las cosas, siempre hay que  mejorarlas, perfeccionarlas, seguir luchando porque aún hay millas por recorrer…







THE ROAD NOT TAKEN

Two roads diverged in a yellow wood,
And sorry I could not travel both
And be one traveler, long I stood
And looked down one as far as I could
To where it bent in the undergrowth.




Then took the other, as just as fair,
And having perhaps the better claim,
Because it was grassy and wanted wear;
Though as for that the passing there
Had worn them really about the same.


And both that morning equally lay
In leaves no step had trodden black.
Oh, I kept the first for another day!
Yet knowing how way leads on to way,
I doubted if I should ever come back.



I  shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I–
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.

EL CAMINO NO ELEGIDO

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
Y apenado por no poder tomar los dos
Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
Mirando uno de ellos tan lejos como pude,
Hasta donde se perdía en la espesura;

 Entonces tomé el otro, imparcialmente,
Y habiendo tenido quizás la elección acertada,
Pues era tupido y requería uso;
Aunque en cuanto a lo que vi allí
Hubiera elegido cualquiera de los dos.



Y ambos esa mañana yacían igualmente,
¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,
Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.



Debo estar diciendo esto con un suspiro
De aquí a la eternidad:
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso hizo toda la diferencia.




















Mending Wall

Something there is that doesn’t love a wall,
That sends the frozen-ground-swell under it,
And spills the upper boulders in the sun;
And makes gaps even two can pass abreast.
The work of hunters is another thing:


I have come after them and made repair
Where they have left not one stone on a stone,
But they would have the rabbit out of hiding,
To please the yelping dogs.  The gaps I mean, No one has seen them made or heard them made,
But at spring mending-time we find them there.


I let my neighbor know beyond the hill;
And on a day we meet to walk the line
And set the wall between us once again.
We keep the wall between us as we go.
To each the boulders that have fallen to each. And some are loaves and some so nearly balls
We have to use a spell to make them balance:


‘Stay where you are until our backs are turned!'


We wear our fingers rough with handling them.
Oh, just another kind of outdoor game,
One on a side.  It comes to little more:
There where it is we do not need the wall:
He is all pine and I am apple orchard.
My apple trees will never get across
And eat the cones under his pines, I tell him.
He only says, ‘Good fences make good neighbors.'


Spring is the mischief in me, and I wonder
If I could put a notion in his head:
'Why do they make good neighbors?  Isn’t it
Where there are cows?  But here there are no cows.



Before I built a wall I’d ask to know
What I was walling in or walling out,
And to whom I was like to give offense.
Something there is that doesn’t love a wall,
That wants it down.'  I could say ‘Elves’ to him,



But it’s not elves exactly, and I’d rather
He said it for himself.  I see him there
Bringing a stone grasped firmly by the top
In each hand, like an old-stone savage armed.


He moves in darkness as it seems to me,
Not of woods only and the shade of trees.
He will not go behind his father’s saying,
And he likes having thought of it so well
He says again, ‘Good fences make good neighbors.'
Reparar el Muro

Algo hay que no es amigo de los muros,
Que hincha la tierra helada a sus cimientos,
Que arroja al sol las piedras desde el borde
Y abre brechas por donde caben dos.
Lo que hace el cazador es otra cosa:



Lo he reparado tras seguirlo a donde
No ha dejado ni piedra sobre piedra
Persiguiendo al conejo a su guarida
Para animar al perro. Éstas son brechas
Que nadie ve formarse –no hay ni pista–
Pero en la primavera hay que enmendar.





Se lo anuncio al vecino tras la cuesta;
Luego, un día, en la línea divisoria,
Nos encontramos a rehacer el muro.
El muro nos separa mientras vamos.
A cada cual las piedras que le tocan.
Unas, óvalos, otras, casi esferas,
Las hechizamos para balancearlas:







"¡Quédense ahí hasta que nos demos vuelta!"



Nuestros dedos se agrietan al asirlas.
Cierto, es juego campestre, como tantos,
Uno contra otro. Para más no da:
Donde vivimos no hace falta muro:
Él es de pinos, yo de manzanares.
Mis manzanos no van a ir a comerse
Las piñas de tus pinos, le señalo.
Él responde, “Buen muro, buen vecino".





La primavera es travesura, y pienso
Qué podría meterle en la cabeza:
"¿Por qué «buen muro, buen vecino»? ¿No es. Eso una pauta para donde hay vacas?
Pero aquí no tenemos ni una vaca.




Antes de repararlo hay que plantearse
A quién uno va a incluir, a quién excluir,
Y quién puede acabar con un disgusto.
Algo hay que no es amigo de los muros,
Que los derriba”. Quiero decir “duendes”




Pero no son exactamente duendes,
Y prefiero que él sea quien lo diga.
Lo veo con una piedra en cada mano,
Como un salvaje troglodita armado.





La sombra en que se mueve me parece
Más que sombra de ramas o de selva.
No indaga el estribillo de su padre
Y tanto le complace recordarlo
Que repite, “Buen muro, buen vecino”.






Alto en el bosque en una noche de invierno

Robert Frost
Stopping By Woods On A Snowy Evening


Whose woods these are I think I know.
His house is in the village, though;
He will not see me stopping here
To watch his woods fill up with snow.



My little horse must think it queer
To stop without a farmhouse near
Between the woods and frozen lake
The darkest evening of the year.


He gives his harness bells a shake
To ask if there is some mistake.
The only other sound's the sweep
Of easy wind and downy flake.



The woods are lovely, dark and deep,
But I have promises to keep,
And miles to go before I sleep,
And miles to go before I sleep.

Alto en el bosque en una noche de invierno


Me imagino de quién son estos bosques.
Pero en el pueblo su casa se encuentra;
no me verá parada en este sitio,
ante sus bosques cubiertos de nieve.


Mi pequeño caballo encuentra insólito
parar aquí, sin ninguna alquería
entre el helado lago y estos bosques,
en la noche más lóbrega del año.


Las campanillas del arnés sacude
Como si presintiera que ocurre algo…
Sólo se oye otro son: el sigiloso
paso del viento entre los copos blandos.
  
Los bosques son hermosos, sombríos y profundos. 
Pero tengo promesas que cumplir,
y  mucho camino por recorrer ,
y  mucho camino por recorrer .





Notas bibliográficas

1. https://www.biography.com/people/robert-frost-20796091
2Wikipedia, Entrada Robert Frost.
3. Sobre las instrpretaciones del peoma el muro , como la tensión que se da en el proceso creativo y la frotera entre poema y lector,  se puede consultar el excelente artículo : El muro de Robert Frost,  Pedro Poitevin, Letras libres,  27 octubre 2014

Crédito poemas y traducciones.

Poemas en su original ingles . Selected poems of Robert Frost. Introduction Robert Graves Holt, Rinehart and Winston, INC.  Pages 23, 71, 140.

Traducciones

El camino no elegido, Ciudad Seva.
La reparación del muro, Versión del inglés de Pedro Poitevin a partir de una versión de Rhina Espaillat.Pedro Poitevin Lógico dubitativo. Poeta resignado. Profesor de matemáticas en Salem State University, en Massachusetts, EUA.
Alto en el bosque una noche de invierno. Ciudad Seva   

Crédito de fotografías


Foto de Robert Frost, File:Robert Frost NYWTS 4.jpg-Wiki Media Commons


Fotografías de Ansel Adams (1902-1984),  fotógrafo naturalista estadounidense.



PÁG1NA 10. LITERATURA Y NATURALEZA. LA NOVELA COMO NATURALEZA MUERTA. (ENSAYO), JAVIER VÁSCONEZ. POST PLAZA DE LAS PALABRAS.






Plaza de las palabras presenta un segundo ensayo sobre el tema Literatura y naturaleza. El primero, del académico chileno Cristián De Bravo Delorme,  enfocado a la poesía, y   análisis  del tema de la naturaleza como fortaleza creativa en la imaginación poética del poeta romántico ingles Wordsworth. Ahora, el segundo,  de Javier Vásconez, reconocido escritor ecuatoriano, novelista y cuentista.  Liga  la literatura, especialmente la novela,  al   medio ambiente. El ensayo abunda en sugerentes reflexiones y aproximaciones a relevantes tópicos literarios. Una reflexión asociada a la capacidad destructora del hombre a la naturaleza.

Describe Vásconez ese mundo real e imaginario: “Si uno va más allá de la trama argumental de algunas novelas de Dostoyevski, Melville, Conrad, Faulkner, Stevenson, Kafka o Joâo Gilberto Noll, por poner unos pocos ejemplos, ¿cómo no suponer que en ellas existe un miedo ancestral por la desaparición del hombre de la faz de la tierra? ¿Muchos de estos textos acaso no son una narración soslayada, sutil, una reflexión acerca de esta pesadilla? ¿No existe acaso un tipo de literatura que atestigua, festeja e incluso hace una crónica de este horror?”


Un futuro similar parece ver y anunciar Vásconez, cuando nos habla de un mundo sin animales ni arboles ni ríos Un tema que entre líneas también toca la frontera de la ciencia ficción, uno de los filones nutritivos, que conmueve la balanza entre el avance tecnológico, la dilapidación de los recursos naturales y la destrucción del planeta, y latiendo por ahí  proyectando al futuro  una sombra amenazante. Pero también pervive subyacente, a la espera de irrumpir,  un aura esperanzadora. Admite Vásconez, que,  “En definitiva, la literatura nos ayuda a ver la naturaleza, a entenderla. ¿Por qué? Porque nos propone una mirada diferente”. Y agregaríamos, no solo una mirada diferente, sino una mirada toral que atañe a todo lo que vale la pena salvar: lo humano, y esto no es posible si a la par también no salvamos a la naturaleza.   

Una segunda reflexión de Vásconez, muy oportuna y pertinente asocia ese peligro del poder destructor del hombre y la destrucción de la naturaleza,  a la contaminación que también acosa al lenguaje. Las palabras cada día son mas vacías, la relatividad plástica de las palabras. La multiplicidad y uniformidad de los discursos. El reino de las apariencias que impone su rigor y le hace muecas a la realidad. Y que como un cáncer también ha inundado el arte. Ya Walter Benjamín lo decía, en la reproductividad técnica de la arte. A tal fin, Vásconez  manifiesta “Y si hoy día el medio ambiente se encuentra amenazado por los excesos cometidos contra la naturaleza, también lo están las palabras, cada día más contaminadas y vacías, a las cuales un escritor debe contribuir a devolverlas su verdadero sentido, su camino memorioso hacia la verdad.

 

Y finalmente una tercera reflexión, brinda Vásconez, esta ya no tan explicita, sino entre líneas. Pero que se respira a lo largo de todo su texto. Y la enuncia el sugestivo y acertado  titulo de su Ensayo La novela como naturaleza muerta. El término “naturaleza muerta” se refiere usualmente a una corriente de pintura o grafismo, basado en un tipo de pintura que representa objetos inanimados, los llamados bodegones,  que pueden ser naturales o hechos por el hombre, pero que en todo caso están inermes: flores, animales, alimentos o cosas cotidianas. Sus orígenes se remontan las primeras representaciones del arte griego y egipcio: ofrendas de alimentos.  Pasando por diversas etapas, edad media, renacimiento,  dándole vueltas a  los siglos, y alcanzando su verdadero punto estético y técnico en  la escuela pictórica flamenca del siglo XVII. Pero el verdadero término, en alemán, still.-leben, “Naturaleza muerta”, también significa, en su sentido original,  tal y como lo dice Karel Kocis “naturaleza tranquila”. “vida tranquila”. En que el filósofo checo, advierte que esas cosas no están muertas sino que perduran  llenas de posibilidades de vida.  Y esto nos lleva a otra perspectiva. Y es el enlace naturalista de la  “contemplación en tranquilidad” de Wordsworth. Aquí aparece en contramedida a la naturaleza muerta, una naturaleza viva. La cercanía a la naturaleza como sabiduría ancestral, como regocijó de contemplación espiritual y sobre todo con respeto universal por la creación.  Es ésta posibilidad, la que aviva subyacente en las notables reflexiones de Vásconez. Si la literatura y la novela nos describen ese mundo de capacidad destructora del hombre como naturaleza muerta;  también conviven, como el reverso de la moneda,  una posibilidad de poder creador. Una  apuesta de la novela por la naturaleza viva: por rescatar lo humano y por proteger la naturaleza: con animales con  plantas con árboles con ríos…      




JAVIER VÁSCONEZ

El escritor Javier Vásconez (1946), es un novelista y cuentista ecuatoriano. “Nació en Quito, aunque vivió su infancia en otros países. Realizó estudios secundarios en el Mount Saint Mary’s College de Inglaterra. Luego, en el colegio Holy Croix de Roma y en Estados Unidos. Se graduó de bachiller en el Colegio Spellman de Quito. Prosiguió sus estudios de Artes Liberales y Filosofía en la Universidad de Navarra, en España, donde se graduó con una tesis acerca de los personajes en la obra de Juan Rulfo. También asistió a la Universidad de Vincennes, en París”. (1) Las obras de Javier Vásconez permiten descifrar las constantes temáticas del autor y, sobre todo, los lugares únicos en los cuales se identifican los acontecimientos, la descripción del discurso, es decir, el manejo temporal y espacial, la construcción de personajes y las formas narrativas, nos enseñan el estilo que el autor acogió a los largo de todas sus obras. El recorrido por las páginas de Vásconez es la confirmación del valor exclusivo que encierran sus textos y la certeza de que es uno de los autores ecuatorianos fundamentales y originales en la narrativa de la lengua española en las últimas décadas”. (2)
  ​
Sus principales obras Novela. El secreto (1996),El viajero de Praga (1996),La sombra del apostador (1999),El retorno de las moscas (2005),Jardín Capelo (2007),La piel del miedo (2010),La otra muerte del doctor (2012),Hoteles del silencio (2016). Relatos. Ciudad lejana (1982),El hombre de la mirada oblicua (1989),Un extraño en el puerto (1998),Invitados de honor (2004),El secreto y otros cuentos (Campaña de Lectura Eugenio Espejo), 2004),Estación de lluvia (antología) (2009). (3)




La novela como naturaleza muerta.


JAVIER VÁSCONEZ
Imaginemos un mundo sin animales ni plantas ni árboles ni ríos ni lagos ni mares ni volcanes, solo nos quedaría la posibilidad del horror, de la desolación, del desamparo, del desconcierto. ¿Cómo podríamos vivir en un mundo de tal naturaleza, mejor dicho, sin una naturaleza que nos sostenga? ¿Cómo pensar, soñar, delirar, amar e incluso escribir en un mundo en el que la naturaleza (gestación de la vida y anuncio de la muerte) esté ausente? ¿Cómo imaginar, por otro lado, la posibilidad de hacer literatura sin la movilidad, precisión y belleza de las palabras? Al parecer la una se alimenta de la otra. Desde una visión convencional a un escritor se lo considera un estorbo y al mismo tiempo un creador. No soy sociólogo. Soy un escritor. Por lo tanto, vivo seducido, deslumbrado por el poder de las palabras, vivo en consonancia con ellas y para ellas. Invento personajes, ciudades, situaciones específicas sostenidas en el marco de las palabras. Supongo que mi deber como escritor es limpiarlas de la contaminación, de la hojarasca provocada por el mal uso que se hace de ellas en los diarios, en el habla de todos los días, en los libros, de este modo un escritor se convierte inevitablemente en el jardinero del lenguaje.
Al recibir la invitación de Luis Sepúlveda para hablar sobre medio ambiente y literatura, precisamente en Asturias —un lugar donde la naturaleza estalla por sus cuatro costados con un verdor inusitado—confieso que, al principio, me sentí confundido y hasta intimidado. ¿Qué sabía yo del tema? Por lo que estuve a punto de rechazar la propuesta de venir. Provengo del país donde se encuentra una de las mayores reservas del mundo de colibríes, murciélagos, mariposas, orquídeas e incluso de ciertas especies insólitas de árboles y flores, por no decir nada de las rosas que aún siguen siendo un motivo de inspiración para los poetas.
Sin duda Ecuador es una potencia para los naturalistas. Pues se lo considera el paraíso de las ranas, las mariposas y las orquídeas. Gracias a la especial situación geográfica de las islas Galápagos, Darwin escribió su célebre libro La evolución de las especies (publicado en Londres el 24 de noviembre de 1859), que sentó las bases de la moderna teoría de la evolución. El viaje del Beagle, barco en el cual Darwin recorrió medio mundo, tardó del 2 de diciembre de 1831 a 2 de octubre de 1836. Por un buen tiempo estuvo anclado frente a las costas de Galápagos, convirtiendo a las islas en un laboratorio de sus observaciones. Y algunos años atrás, había ocurrido lo mismo con Humboldt, que vivió en Quito y desde allí realizó numerosos viajes por la región para ampliar sus estudios sobre geografía y vulcanología. Este ilustre sabio alemán registró y escribió con inteligencia y pasión sobre la naturaleza de América Latina. Realizó cientos de dibujos de la flora, fauna, de los minerales así como de la las costumbres indígenas y del resto de la sociedad, incluso ascendió a algunos volcanes. Existe un hermoso cuadro, pintado por Friedric Georg Weitsch, en el que están Alexander Von Humboldt y Aimé Bonpland al pie del Chimborazo. Otro ilustre viajero y explorador fue el británico Eduard Whymper, nacido en Londres en 1840, quien organizó una expedición a los Andes de Ecuador. Desde entonces, cientos de ecologistas, ambientalistas y naturalistas de toda índole visitan cada año Ecuador. Muchos de ellos acuden como devotos peregrinos a las islas Galápagos, a la selva amazónica, recorren los bosques húmedos, se acercan a nuestras playas, escalan algunos volcanes y nevados, haciendo un balance pormenorizado de nuestras especies, pero rara vez se interesan por otras cosas. En mi condición de testigo, ¿qué es exactamente lo que he podido observar? Sin duda hay algo que me parece evidente. Cuando estos estudiosos se instalan de manera más o menos definitiva en nuestros países, su desinterés, su falta de atención por todo lo que no sea naturaleza resulta bastante alarmante. Sí, todo esto puede ser muy estimulante para los sapos y los vampiros, incluso para sus devotos observadores, pero tirando del hilo es aquí donde creo percibir el origen de mi discrepancia. Con estos antecedentes, como es de suponer, adolezco de una cierta prevención hacia estos nuevos románticos, incluso algo de animadversión —tal vez injustificada, prejuiciosa— hacia las actividades a veces no tan inocentes a las que se dedican. Me atrevería a afirmar que para ellos solo somos o existimos como paisaje.
Sin embargo, conviene recordar a un curioso viajero: el poeta Henri Michaux, quien se traslado a Quito con el poeta quiteño Alfredo Gangotena. En aquel viaje parecía buscar una aventura, una explicación a su agitada existencia, pero en vez de conmoverse ante nuestro paisaje, más bien quedó deslumbrado, fascinado, ante el horror provocado por los habitantes de la ciudad de Quito. Años después, escribió Ecuador, un libro inacabado, cruel, pero sin duda memorable.
Todos sabemos que en literatura el tema en sí puede ser poca cosa en comparación con la importancia que cobra su tratamiento. Desconfío de toda manifestación literaria relacionada con el tipismo. Mi apuesta va por otro lado. Así pues, no me encuentro a gusto con la literatura excesivamente informativa, costumbrista, obediente a las coordenadas del periodismo. A pesar de mi admiración por una novela como A sangre fría, de Truman Capote, nunca he sido un gran entusiasta de ese tipo de literatura, aunque eso me obligue a confesar que esa carencia de interés me ha privado de un entretenimiento muy considerable. No coincido con el gusto por la literatura de esta naturaleza o de novelas tan apegadas al periodismo que no pasan de ser crónicas con personajes. Tampoco he experimentado interés con novelas como Los de abajo o Las uvas de la ira. Una novela debe ser ante todo un viaje y un desafío de la imaginación, «una exploración de parajes desconocidos de la memoria elaborados a solas hasta la saciedad». ¿No constituye ello un prejuicio? Quizá no sea tanto un prejuicio como una elección estética.
Por esta razón, al recibir la invitación de Luis Sepúlveda mi primera reacción fue preventiva porque no dejé de considerar la posibilidad de que este encuentro pudiera convertirse en «la vuelta rastrera a las esencias regionales, el sacrificio del lenguaje en los altares del costumbrismo». Y hasta se me vino a la cabeza una idea de Todorov: «La literatura existe en tanto que esfuerzo para decir lo que no dice ni puede decir el lenguaje corriente; si significara lo mismo que ese lenguaje corriente, la literatura no tendría razón de ser». En mis momentos de duda me preguntaba si en este congreso íbamos a tratar o hablar de literatura propiamente dicha, de la que se ocupa del lenguaje en vez de solo querer informar de forma más o menos explícita sobre el estado del medio ambiente o de cualquier otro tema a la moda.
Pero a pesar de estas dudas, nunca me caractericé por permanecer cerrado a las propuestas de otros. «Somos seres inacabados. Somos seres insatisfechos», dice Carlos Fuentes. Yo añadiría, además, somos seres profundamente contradictorios. A diferencia de los manuales de mecánica o de carpintería, las novelas exigen, piden casi a gritos, varias lecturas e interpretaciones. En mi tentativa por encontrar un camino que me llevara de la literatura al medio ambiente, de golpe caí en cuenta, como quien descubre el rostro revelador de un antepasado en una fotografía descubierta al azar, que algunos de los contenidos fundamentales de la literatura lindaban con las fronteras de la naturaleza y de la ecología. A partir de esta oscura sospecha, y como me gustan los desafíos, decidí aceptar venir a este evento porque deseaba encontrar la misteriosa relación entre literatura y medio ambiente. Si bien no me convencía el tema, o al menos me parecía un tanto rebuscado, opté por darle otra vuelta de tuerca a esta propuesta. De manera que decidí arriesgarme, indagar, hurgar en la literatura de los otros y en la mía a fin de encontrar una afinidad, un puente que me llevara por esa ruta desconocida, es decir, encontrar la posible relación entre medio ambiente y literatura.
Si bien la verdadera literatura es siempre un desafío, sobre todo en un mundo en el cual nadie quiere arriesgarse, pero además es uno de sus privilegios y una de sus más viejas aspiraciones, mostrarse dispuesta a la pluralidad. Porque es siempre la vida la que se expresa en nosotros y a través de nosotros. La vida le dice sí a la vida. En la literatura subyace un miedo atroz a nuestra ilimitada capacidad de destrucción. En eso nos acercamos a los ecologistas —aquí está el lazo invisible—, ya que en muchos aspectos la literatura en sí misma constituye un amplio registro de nuestra violencia. ¿Todo gran poema no lleva implícito dentro de sí el terror obsesivo del acabamiento y contaminación del lenguaje? Me atrevo a decir que el miedo a la destrucción es uno de los grandes temas de la literatura. Muchas novelas, cuentos, poemas lo han abordado de distintos ángulos y construyen sus mejores momentos cuando se ocupan del terror del hombre frente a sí mismo y también frente a la naturaleza. Si uno va más allá de la trama argumental de algunas novelas de Dostoyevski, Melville, Conrad, Faulkner, Stevenson, Kafka o Joâo Gilberto Noll, por poner unos pocos ejemplos, ¿cómo no suponer que en ellas existe un miedo ancestral por la desaparición del hombre de la faz de la tierra? ¿Muchos de estos textos acaso no son una narración soslayada, sutil, una reflexión acerca de esta pesadilla? ¿No existe acaso un tipo de literatura que atestigua, festeja e incluso hace una crónica de este horror?
Para convencerlos de esta hipótesis, sugiero trasladarnos por un momento a La Metamorfosis de Kafka. Aquel episodio tan minimalista como absurdo de la manzana podría ser ilustrativo. El padre lanza una manzana y eso le produce un dolor insoportable a Gregorio, porque ha quedado clavada sobre su espalda, y hasta empieza a podrirse en ella. Conviene analizar este episodio que nos ilustra sutilmente el miedo ante la naturaleza, la repulsión de Gregorio ante la podredumbre de la manzana dentro de su cuerpo.
Ahora bien, ¿de qué trata la ecología? En definitiva, según nos advierte Hans Jonas: «de tomar conciencia del formidable desfase entre la debilidad de nuestras luces y el extraordinario potencial de destrucción de que disponemos».
Si la historia parece haber perdido la memoria, imagino que el escritor tiene la obligación de suplirla con la imaginación. Y si hoy día el medio ambiente se encuentra amenazado por los excesos cometidos contra la naturaleza, también lo están las palabras, cada día más contaminadas y vacías, a las cuales un escritor debe contribuir a devolverlas su verdadero sentido, su camino memorioso hacia la verdad. Si podemos habitar en la tierra es gracias a que poseemos agua, árboles, animales y plantas, en tanto el arte de la literatura aporta palabras, ironía, belleza a nuestra existencia. En definitiva, la literatura nos ayuda a ver la naturaleza, a entenderla. ¿Por qué? Porque nos propone una mirada diferente. Pensemos así en el camino recorrido en Hispanoamérica desde las llamadas «novelas de la selva» a El hablador de Vargas Llosa. Imagino que el medio ambiente se resentiría aún más si no existiera esa mirada extrañada para ver las otras posibilidades de la vida, las más sutiles, aquellos susurros producidos por los árboles en medio de la noche.
2
Tras un breve recorrido por mis libros he descubierto con asombro la importancia que en ellos cobra la naturaleza, incluso algunos animales —caballos, perros, canarios, gatos, sapos, mariposas, ratas, moscas—entendidos como una prolongación de los sueños ante la vida.
Si El viajero de Praga fue un abrazo desesperado, acaso un acto de amor y de exorcismo, también fue un puente tendido a la literatura universal —como debe ser, ya que la literatura siempre es un puente, un proceso, una reflexión íntima e individual— cuya composición me permitió moverme sin vacilar por varias ciudades y culturas a fin de atenuar la asfixia literaria que padecemos en Ecuador. Asfixia debida al exceso de información sociológica, a la falta de riesgo y ambición, al costumbrismo que pretende ser un reflejo de la sociedad, a la insistencia por describir o intentar reproducir la realidad en vez de envolverla, en el sentido que Faulkner entendía el arte de narrar: «no despejando las tinieblas, sino tan solo mostrando su horror». Con esta novela me permití entablar un diálogo, legítimo y sin complejos con ciertos autores a quienes he rendido velada o abiertamente un homenaje de admiración, puesto que un escritor debe mantener un diálogo no solo consigo mismo, sino con toda la literatura. ¿Quién es el doctor Kronz? ¿Dónde situarlo? No creo que se lo pueda imaginar únicamente en Praga ni en las calles de Quito, ni siquiera junto a su gato Elmer, sino que es parte de esa larga lista de personajes enfrentados al pánico de su propia destrucción en el lugar al cual acaban de llegar. Al escribir aquella novela, mi aspiración más íntima, si se me permite el término, fue no sólo que conservara intacto el aroma de la lluvia, del páramo desolado, o de la ciudad andina, sino que trasmitiera la enorme soledad de un hombre y la desesperación del autor por mostrar las andanzas y el temor a la destrucción al penetrar en un territorio desconocido, en una línea imaginaria.
Con La sombra del apostador el estímulo creador fue otro. Esta novela se resistió bastante y no fue el producto de una visión afortunada, más bien constituyó una lucha por superar una serie de obstáculos. Nació con la imagen de una niña encerrada en una casa llena de perfumes. Luego fue creciendo con el desenfrenado galope de un caballo en un hipódromo, al tiempo que escuchaba voces de otros personajes. Aparte de eso, no tenía nada más. Unas cuantas huellas, algunos rostros dispersos, y el latido del lenguaje anunciándome vagamente el camino que debía seguir, aunque el doctor Kronz ya no iba a guiarme por los recovecos de la novela. Se había quedado atrás, solitario y fantasmal, sin intención de acompañarme por este arduo recorrido. Así que dejé correr libremente las palabras, y bajo este impulso creador, escribí los tres primeros capítulos hasta que sobrevino una especie de bloqueo. Padecí bastante. Podía adivinar y sentir aquellas voces torrenciales, desarticuladas, que no sabía de dónde provenían, aunque con el tiempo iba a descubrir que eran ellas las que habrían de configurar ciertas situaciones, como los paseos de Lena por los miradores de la ciudad o las visiones nocturnas del jockey Aníbal Ibarra. Eran esas voces, aparentemente dispersas, las que habrían de darle otro sentido a la llamada anónima dirigida a Roldán en el hotel. Dicho de otro modo, tenía que vérmelas con la «naturaleza» de los seres humanos que cambian poco como muestra la literatura.
Ahora bien, «el verdadero protagonista de una novela moderna no es el héroe que encarna un destino ejemplar, sino el ruido complejo y disperso de la vida que lo rodea, la bruma que sólo se percibe sin anteojos, las palabras sueltas que llegan a un oído débil y perceptivo», nos dice Juan Villoro. En una palabra, las posibilidades interpretativas que una novela ofrece para su lectura son infinitas, pero como la obra literaria carece de horizonte, de propósitos, el escritor actual se repliega con mayor o menor fortuna en los momentos más enigmáticos de la vida. Esa parece ser su naturaleza.
A estas alturas solo puedo decir, tentativamente, que captar esos matices y los episodios donde se registre la lenta y obstinada destrucción del hombre sobre la tierra, tal vez sea la tarea del futuro novelista. Acaso gracias al poder de la literatura, ¿vamos a navegar como el capitán de Conrad o el Maqroll de Mutis por el corazón de las tinieblas y las aguas tenebrosas de un río, indagando cuánta destrucción ha hecho el hombre en la naturaleza? De los distintos refugios de la imaginación, no sé si este accidentado peregrinar en un barco tendríamos que hacerlo a través de la literatura o de la ecología.
Para concluir voy a leer un fragmento del poema La ofrenda del cerezo del poeta ecuatoriano Iván Carvajal, ya que según los japoneses la floración del cerezo es uno de los espectáculos más atractivos de la naturaleza:

Contemplo al cerezo en su milagro.
Florece. Y aunque me embriaga su aroma,
No estaré aquí para probar sus frutos.
Mi vida depende del cerezo apenas
Mientras dure este instante. Un blanco manto
que cae y se mece, un fresco olor,
mi júbilo. Me iré en unos minutos.
Mi vida no depende del cerezo.
Y sin embargo irá el fantasma
del árbol conmigo para siempre.

25 septiembre 2008
Fuente Revista El Clarín.



 Notas bibliográficas

1.  Javier Vásconez,  Extractos de datos biográficos, Wikipedia.
2. El universo literario de Javier Vásconez. Quito: Pontificia Universidad Católica del Ecuador. p. 1-6. Citado en Wikipedia
3.Wikipedia.
Créditos de las ilustraciones

Un desierto en llamas, Kuwait Foto Sebastiao salgado (1944), fotógrafo fotoperiodista y ecologista a brasileño
HEART OF THE DRAGON, foto Beth Moon (1955), fotógrafa naturalista estadounidense
AVENUE OF THE BAOBABS, foto de Beth Moon (1955), fotógrafa naturalista estadounidense
Un desierto en llamas, Kuwait Sebastiao  Salgado (1944), fotógrafo fotoperiodista y ecologista  brasileño 
Foto Islas Bragas llamadas las encantadas de islas Galápagos. Generic

Foto Cerezos en flor al fondo El Fuji, Japón.