Cuatro piezas literarias de Federico García Lorca. Post Plaza de las palabras



En el 81 aniversario de la muerte de Federico García Lorca.
5 de junio de 1898, Fuente Vaqueros, Granada -19 de agosto de 1936, Viznar, Granada.   





  


La Rambla: «La única calle de la tierra que yo desearía no se acabara nunca»

«Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio».

« ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho.
¡Silencio! »
La casa de Bernarda Alba



Plaza de las palabras presenta cuatro piezas literarias de Federico García Lorca, poeta y dramaturgo  español de la generación del 27. La primera su discurso en  la presentación de  su obra de teatro Rosita  la soltera o el lenguaje de las flores, el  13 de diciembre de 1935.  Discurso en  el que brinda un homenaje a las vendedoras de flores de las Ramblas, en el Teatro Principal Palace de Barcelona junto a la compañía de teatro de Margarita Xirgú. La segunda aborda su producción teatral, especialmente de su trilogía  de obras sobre la condición de la mujer en el sur de España, La casa de Bernarda Alba, Bodas de sangre. Yerma, selección que muestra un extracto de su pieza teatral  Bodas de  sangre, la tercera también de su obra teatral, otro extracto de La casa de Bernarda de Alba. Y finalmente, la cuarta, el poema Denuncia de Un poeta en Nueva York, de su libro Poeta en Nueva  York, en que con su característico estilo imaginativo y cortante,  denuncia y reivindica con un tono ambientalista y con un eco casi franciscano, la vida dolorosa y abusiva contra los animales en Nueva York.





A las floristas de La Rambla de Barcelona

FEDERICO GARCÍA LORCA
Señoras y señores:
Esta noche, mi hija más pequeña y querida, Rosita la soltera, señorita Rosita, doña Rosita, sobre el mármol y entre cipreses doña Rosa, ha querido trabajar para las simpáticas floristas de la Rambla, y soy yo quien tiene el honor de dedicar la fiesta a estas mujeres de risa franca y manos mojadas, donde tiembla de cuando en cuando el diminuto rubí causado por la espina.

La rosa mudable, encerrada en la melancolía del Carmen granadino, ha querido agitarse en su rama al borde del estanque para que la vean las flores de la calle más alegre del mundo, la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona.

Como una balanza, la Rambla tiene su fiel y su equilibrio en el mercado de las flores donde la ciudad acude para cantar bautizos y bodas sobre ramos frescos de esperanza y donde acude agitando lágrimas y cintas en las coronas para sus muertos. Estos puestos de alegría entre los árboles ciudadanos son el regalo del ramblista y su recreo y aunque de noche aparezcan solos, casi como catafalcos de hierro, tienen un aire señor y delicado que parece decir al noctámbulo: "Levántate mañana para vernos, nosotros somos el día". Nadie que visite Barcelona puede olvidar esta calle que las flores convierten en insospechado invernadero, ni dejarse de sorprender por la locura mozartiana de estos pájaros, que, si bien se vengan a veces del transeúnte de modo un poquito incorrecto, dan en cambio a la Rambla un aire acribillado de plata y hacen caer sobre sus amigos una lluvia adormecedora de invisibles lentejuelas que colman nuestro corazón.

Se dice, y es verdad, que ningún barcelonés puede dormir tranquilo si no ha paseado por la Rambla por lo menos una vez, y a mí me ocurre otro tanto estos días que vivo en vuestra hermosísima ciudad.
Toda la esencia de la gran Barcelona, de la perenne, la insobornable, está en esta calle que tiene un ala gótica donde se oyen fuentes romanas y laúdes del quince y otra ala abigarrada, cruel, increíble, donde se oyen los acordeones de todos los marineros del mundo y hay un vuelo nocturno de labios pintados y carcajadas al amanecer.

Yo también tengo que pasar todos los días por esta calle para aprender de ella cómo puede persistir el espíritu propio de una ciudad.

Amigas floristas, [con] el cariño con que os saludo bajo los árboles, como transeúnte desconocido, os saludo esta noche aquí como poeta, y os ofrezco, con franco ademán andaluz, esta rosa de pena y palabras: es la granadina Rosita la soltera.
Salud.

Barcelona, 13 de diciembre de 1935



Bodas de sangre

Obra tragica  escrita en 1933,  ambientada en el sur español, su andalucia gitana, en que se emparejan el verso y la prosa. Compuesta en tres actos y siete cuadros;  y cuyo tema es una gama de colores y caracteres que pasan por la infedilidad, los celos, la costumbre inveterada, la muerte, el destino inexorable, el tradicionalismo y honor familiar. Tejido social y humano, que se ve comprometido y asaltado por un trio amoroso:  el novio, la novia y Leonardo. Y que desemboca en un desenlace fatal, en que la atmosfera se va trenzando habilamente desde la pedida de mano de la novia en casa de su padre,   hasta la boda, y la huida de la novia con Leonardo, vagando por un bosque enrarecido donde ronda la muerte.  Hay en esta obra realista y cargada de simbolos a la  par de sus personajes vulnerables y pasionales, un fondo pintado de simbolos muy  recurrentes en la narrativa poetica de Lorca: la muerte, la luna y el cuchillo. Solo recordemos algunos de los romances del Romancero Gitano. De  Bodas de Sangre presentamos extractos del Acto Tercero, Cuadro Tercero, en el cual   se describe la huida de LA NOVIA Y LEONARDO, y donde interviene los simbolos lorquianos de la La LUNA  y la MENDIGA.     

BODAS DE SANGRE
TRAGEDIA EN TRES ACTOS
Y SIETE CUADROS
(1933)


ACTO TERCERO

CUADRO PRIMERO

Bosque. Es de noche. Grandes troncos húmedos. Ambiente oscuro. Se oyen dos violines.

(…)

(Salen. Por la claridad de la izquierda aparece la LUNA. La LUNA es un leñador joven con la cara blanca. La escena adquiera un vivo resplandor azul.)

LUNA.-
Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrir tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales,
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre, su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada,
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme!

(A las ramas.)

No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.

(Desaparece entre los troncos, y vuelve la escena a su luz oscura. Sale una anciana totalmente cubierta por tenues paños verde oscuros. Lleva los pies descalzos. Apenas si se !e verá el rostro entre los pliegues. Este personaje no figura en el reparto.)

MENDIGA.-
Esa luna se va y ellos se acercan.
De aquí no pasan. El rumor del río
apagará con el rumor de troncos
el desgarrado vuelo de los gritos.
Aquí ha de ser, y pronto. Estoy cansada.
Abren los cofres, y los blancos hilos
aguardan por el suelo de la alcoba
cuerpos pesados con el cuello herido.
No se despierte un pájaro y la brisa,
recogiendo en su falda los gemidos,
huya con ellos por las negras copas
o los entierre por el blando limo.

(Impaciente.)

¡Esa luna, esa luna!

(Aparece la LUNA. Vuelve la luz azul intensa.)

LUNA.-
Ya se acercan.
Unos por la cañada y otros por el río.
Voy a alumbrar las piedras. ¿Qué necesitas?

MENDIGA.
Nada.

LUNA.
El aire va llegando duro, con doble filo.
MENDIGA.

Ilumina el chaleco y aparta los botones,
que después las navajas ya saben el camino.
LUNA.

Pero que tarden mucho en morir. Que la sangre
me ponga entre los dedos su delicado silbo.
¡Mira que ya mis valles de ceniza despiertan
en ansia de esta fuente de chorro estremecido!

MENDIGA.
No dejemos que pasen el arroyo. ¡Silencio!

LUNA.
¡Allí vienen! (Se va. Queda la escena oscura.)

MENDIGA.
De prisa. Mucha luz. ¿Me has oído? ¡No pueden escaparse!

(Entran el Novio y Mozo 1° La MENDIGA se sienta y se tapa con el manto.)

NOVIO. Por aquí.
Mozo 1º No los encontrarás.
NOVIO (Enérgico.) ¡Sí los encontraré!
MOZO 1° Creo que se han ido por otra vereda.
NOVIO. No. Yo sentí hace un momento el galope.
MOZO 1° Sería otro caballo.
NOVIO. (Dramático.) Oye. No hay más que un caballo en el mundo, y es éste. ¿Te has enterado? Si me sigues, sígueme sin hablar.
MOZO. 1° Es que quisiera...
NOVIO. Calla. Estoy seguro de encontrármelos aquí. ¿Ves este brazo? Pues no es mi brazo. Es el brazo de mi hermano y el de mi padre y el de toda mi familia que está muerta. Y tiene tanto poderío, que puede arrancar este árbol de raíz si quiere. Y vamos pronto, que siento los dientes de todos los míos clavados aquí de una manera que se me hace imposible respirar tranquilo.
MENDIGA. (Quejándose.) ¡Ay!
MOZO 1° ¿Has oído?
NOVIO.   Vete por ahí y da la vuelta.
MOZO 1° Esto es una caza.
NOVIO. Una caza. La más grande que se puede hacer.

(Se va el Mozo. El Novio se dirige rápidamente hacia la izquierda y tropieza con la MENDIGA, la Muerte.)

MENDIGA. ¡Ay!
NOVIO. ¿Qué quieres?
MENDIGA. Tengo frío.
NOVIO. ¿Adónde te diriges?
MENDIGA.   (Siempre quejándose como una mendiga.) Allá lejos. . .
NOVIO. ¿De dónde vienes?
MENDIGA. De allí. . ., de muy lejos.
NOVIO. ¿Viste un hombre y una mujer que corrían montados en un caballo?
MENDIGA. (Despertándose.) Espera. . . (Lo mira.) Hermoso galán. (Se levanta.) Pero mucho más hermoso si estuviera dormido.
NOVIO. Dime, contesta, ¿los viste?
MENDIGA. Espera... ¡Qué espaldas más anchas! ¿Cómo no te gusta estar tendido sobre ellas y no andar sobre las plantas de los pies que son tan chicas?
NOVIO. (Zamarreándola.) ¡Te digo si los viste! ¿Han pasado por aquí?
MENDIGA. (Enérgica.) No han pasado; pero están saliendo de la colina. ¿No te oyes?
Novio No.
MENDIGA. ¿Tú no conoces el camino?
NOVIO. ¡Iré sea como sea!
MENDIGA. Te acompañaré. Conozco esta tierra.
NOVIO.   (Impaciente.) ¡Pues vamos! ¿Por dónde?
MENDIGA. (Dramática.) ¡Por allí!

(Salen rápidos. Se oyen lejanos dos violines que expresan el bosque. Vuelven los LEÑADORES. Llevan las hachas al hombro. Pasan lentos entre los troncos.)

LEÑADOR 1°.
¡Ay muerte que sales!
Muerte de las hojas grandes.

LEÑADOR 2°.
¡No abras el chorro de la sangre!

LEÑADOR 1°.
¡Ay muerte sola!
Muerte de las secas hojas.

LEÑADOR 3°
¡No cubras de flores la boda!

LEÑADOR 2°-
¡Ay triste muerte!
Deja para el amor la rama verde.

LEÑADOR 1°.-
            ¡Ay muerte mala!
¡Deja para el amor la verde rama!

(Van saliendo mientras hablan. Aparecen LEONARDO y la NOVIA.)

LEONARDO.¬-
¡Calla!

NOVIA.
Desde aquí yo me iré sola.
¡Vete! Quiero que to vuelvas.

LEONARDO.-
¬¡Calla, digo!
NOVIA.
Con los dientes,
con las manos, como puedas,
quita de mi cuello honrado
el metal de esta cadena,
dejándome arrinconada
allá en mi casa de tierra.
Y si no quieres matarme
como a víbora pequeña,
pon en mis manos de novia
el cañón de la escopeta.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
LEONARDO.¬-
Ya dimos el paso; ¡calla!
porque nos persiguen cerca
y to he de llevar conmigo.
NOVIA.
¡Pero ha de ser a la fuerza!

LEONARDO.
¿A la fuerza? ¿Quién bajó primero las escaleras?

NOVIA.
Yo las bajé.

LEONARDO.
¿Quién le puso al caballo bridas nuevas?

NOVIA.
Yo misma. Verdá.

LEONARDO.
¿Y qué manos me calzaron las espuelas?

NOVIA.
Estas manos, que son tuyas,
pero que al verte quisieran
quebrar las ramas azules
y el murmullo de tus venas.
¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!
Que si matarte pudiera,
te pondría una mortaja con los filos de violetas.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!

LEONARDO.
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua¬!
Porque yo quise olvidar
y puse un muro de piedra
entre tu casa y la mía.
Es verdad. ¿No te recuerdas?
Y cuando te vi de lejos
me eché en los ojos arena.
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.
Con alfileres de plata
mi sangre se puso negra,
y el sueño me fue llenando
las carnes de mala hierba.
Que yo no tengo la culpa,
que la culpa es de la tierra
y de ese olor que te sale
de los pechos y las trenzas.

NOVIA.
¡Ay qué sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena,
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y voy,
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.
He dejado a un hombre duro
y a toda su descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta.
Para ti será el castigo
y no quiero que lo sea.
¡Déjame sola! ¡Huye tú!
No hay nadie que te defienda.

LEONARDO.
Pájaros de la mañana
por los árboles se quiebran.
La noche se está muriendo
en el filo de la piedra.
Vamos al rincón oscuro
donde yo siempre te quiera,
que no me importa la gente
ni el veneno que nos echa.

(La abraza fuertemente.)

NOVIA.
Y yo dormiré a tus pies
para guardar lo que sueñas.
Desnuda, mirando al campo,

(Dramática.)

como si fuera una perra,
¡porque eso soy! Que te miro
y tu hermosura me quema.

LEONARDO.
Se abrasa lumbre con lumbre.
La misma llama pequeña
mata dos espigas juntas.
¡Vamos!
(La arrastra.)

NOVIA.-
¿Adónde me llevas?
LEONARDO.
Adonde no puedan ir
estos hombres que nos cercan.
¡Donde yo pueda mirarte!

NOVIA. (Sarcástica.)
Llévame de feria en feria,
dolor de mujer honrada,
a que las gentes me vean
con las sábanas de boda
al aire, como banderas.

LEONARDO.
También yo quiero dejarte
si pienso como se piensa.
Pero voy donde tú vas.
Tú también. Da un paso. Prueba.
Clavos de luna nos funden
mi cintura y tus caderas.

(Toda esta escena es violenta, llena de gran sensualidad.)

NOVIA.-
¿Oyes?


LEONARDO. 
Viene gente.

NOVIA:
¡Húye!
Es justo que yo aquí muera
con los pies dentro del agua
y espinas en la cabeza.
Y que me lloren las hojas,
mujer perdida y doncella.

LEONARDO.
Cállate. Ya suben.

NOVIA.-
¡Vete!

LEONARDO.
Tú delante. ¡Vamos, digo!

(Vacila la NOVIA.)

NOVIA.
¡Los dos juntos!

LEONARDO. (Abrazándola.)
¡Como quieras!
Si nos separan, será
porque esté muerto.

NOVIA.-
Y yo muerta.

(Salen abrazados.)

(Aparece la LUNA muy despacio. La escena adquiere una fuerte luz azul. Se oyen los dos violines. Bruscamente se oyen dos largos gritos desgarrados, y se corta la música de los violines. Al segundo grito aparece la MENDIGA y queda de espaldas. Abre el manto y queda en el centro como un gran pájaro de alas inmensas. La LUNA se detiene. El telón baja en medio de un silencio absoluto.)



 

La casa de Bernarda Alba

Obra teatral escrita en 1936, cuyo estreno mundial, fue el 8 de marzo de 1945, en Buenos Aires, Argentina. Pieza teatral  armada con tres actos y 21 escenas distribuidas en los actos. Según la critica su obra teatral mejor lograda. Los temas se dibujan entre un realismo;  y se funden y  recobran aliento en  las tradiciones andaluces, y la cotineidad del ámbito rural. Sirve de base caracteres reales, así como en Bodas de Sangre, inspiradas en hechos reales. En La Casa de Bernarda Alba,  personaje 

principal es Bernarda, recién enviudada, y que envuelta en la  rigidez de sus apariencias guarda estricto luto por 8 años, y recluye a sus 5 hijas, sin dejarlas salir. Además de sus hijas juegan un papel importante las criadas. En esta obra discurren el poder y la dominación autoritaria de la madre: Bernarda. Quien encarna una   especie  de matrona,  acompañada siempre de la manipulación  de sus actuaciones con el fin de someter a su hijas. En la casa de las Alba impera el  decoro, el honor;  y la imagen familiar es vital. Pero se ve inundada por otros factores: el amor que irrumpe en sus hijas por el deseo de casarse, entablar relaciones. Escapar de aquella opresión, enclaustradas tal convento medieval o cárcel consuetudinaria  en que vivían sometidas a los caprichos y escrúpulos de su madre. Su intento de subordinación, huir  de la realidad asfixiante vía matrimonio. 

Hay dos  factores que fortalecen el drama,  Primero, a considerar es la atmosfera de los símbolos, es conocida la influencia del simbolismo en Lorca. Lo mismo que en Bodas de Sangre, la luna, el agua, la navaja. En Lorca los colores son importantes porque los usa tanto es su poesía como en su obra teatral a modo definiciones o perfiles de caracteres, llenos de significados y simbolismo.   Desgaja como caja de resonancia los colores, blanco negro, verde, rojo. Donde cada color adquiere su propia personalidad. Cada uno con su propio sello según la disposición y necesidad de la trama. Donde desempeñan un rol decisivo en la fortaleza dramática de la obra. La ambientación de la casa, una especie de claroscuro, entre el blanco de las paredes de la casa y el riguroso luto que Bernarda de Alva lleva e impone a sus hijas. La Segunda es que todos los  personajes activos son mujeres. Y estas y sus nombres definen su carácter. Los nombres de las hijas revelan  o condicionan su personalidad. Verbigracia: Remedios, Martirio, Adela, María José, Angustias, Magdalena,  Prudencia.  Desgaja como caja de resonancia los colores, blanco negro, verde, rojo. Cada uno con su propio sello según la disposición y necesidad de la trama. Donde desempeñan un rol decisivo en la fortaleza dramática de la obra.   Obra bien tejida, con diálogos directos, cortantes y cortos. Aspiraba Lorca a la refundación del teatro de su época, pero construirlo  desde la cotineidad, desde lo vernáculo, levantar  el perfil poético del lenguaje y blindar de vitalidad el cuerpo teatral. Ni la forma ni el fondo del teatro de los años 20 y 30 satisfacían al poeta granadino porque les faltaba poesía, pasión, latido social, invención. Lorca explica en otra ocasión que el ritmo y la música tienen en su teatro la misión de desrealizar la escena y elevar el nivel poético”. (1)


Y para ello se vale de todos los elementos a su mano: símbolos, colores, lenguaje poetizado, prosa alambicada, la ensoñación de la música. Los ritmos que van marcando el decir de palabras y los momentos conmovedores de la obra. Pero el más importante es esa trasmutación alquímica,  la conversión de la palabra llana en discurso poético y fuego prosísta.  Siempre abordado por esa potencia mental e intensidad poética característica de Lorca. Fiel a su visión, así como conmovió la poesía tradicional: el viejo romance español. También trasportó su espíritu poético, recogido del llano, de pueblos pequeños y bulliciosos, llenos del palabras y gestos. De  casas veraniegas salpicadas de rumores, de la siembra y recolección de los generosos  frutos y las palabras.  Para desembocar en un teatro que recoge, con altura literaria y convicción  cotidiana. Los fundamentos de una crítica social a los patrones tradicionales de sometimiento, en una España rural. Bruscamente   caracterizada por el rol inferior de la mujer que en esa época coexistía en la sociedad española. Paisaje teatral, que exhibe un abanico abierto de caracteres pasionales, y desviste toda la vulnerabilidad humana que esta en el centro del conflicto del alma humana. De  está obra presentamos un extracto del Tercer Acto.



LA CASA DE BERNARDA ALBA

Drama de mujeres en los pueblos de España
Tres actos y siete cuadros

El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico.


Tercer Acto
Cuatro paredes blancas ligeramente azuladas del patio interior de la casa de Bernarda. Es de noche. El decorado ha de ser de una perfecta simplicidad. Las puertas, iluminadas por la luz de los interiores, dan un tenue fulgor a la escena. En el centro, una mesa con un quinqué, donde están comiendo Bernarda y sus hijas. La Poncia las sirve. Prudencia está sentada aparte. Al levantarse el telón hay un gran silencio, interrumpido por el ruido de platos y cubiertos.

(…)


(Entran Adela, Martirio y Amelia.)

AMELIA. ¡Qué noche más oscura!
ADELA. No se ve a dos pasos de distancia.
MARTIRIO. Una buena noche para ladrones, para el que necesite escondrijo.
ADELA. El caballo garañón estaba en el centro del corral, ¡blanco! Doble de grande. Llenando todo lo oscuro.
AMELIA. Es verdad. Daba miedo. ¡Parecía una aparición!
ADELA. Tiene el cielo unas estrellas como puños.
MARTIRIO. Ésta se puso a mirarlas de modo que se iba a tronchar el cuello.
ADELA. ¿Es que no te gustan a ti?
MARTIRIO. A mí las cosas de tejas arriba no me importan nada. Con lo que pasa dentro de las habitaciones tengo bastante.
ADELA. Así te va a ti.
BERNARDA. A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo.
ANGUSTIAS. Buenas noches.
ADELA. ¿Ya te acuestas?
ANGUSTIAS. Sí; esta noche no viene Pepe. (Sale.)
ADELA. Madre, ¿por qué cuando se corre una estrella o luce un relámpago se dice:

Santa Bárbara bendita,
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita?

BERNARDA. Los antiguos sabían muchas cosas que hemos olvidado.
AMELIA. Yo cierro los ojos para no verlas.
ADELA. Yo, no. A mí me gusta ver correr lleno de lumbre lo que está quieto y quieto años enteros.
MARTIRIO. Pero estas cosas nada tienen que ver con nosotros.
BERNARDA. Y es mejor no pensar en ellas.
ADELA. ¡Qué noche más hermosa! Me gustaría quedarme hasta muy tarde para disfrutar el fresco del campo.
BERNARDA. Pero hay que acostarse. ¡Magdalena!
AMELIA. Está en el primer sueño.
BERNARDA. ¡Magdalena!
MAGDALENA. (Disgustada.) ¡Dejarme en paz!
BERNARDA. ¡A la cama!
MAGDALENA. (Levantándose malhumorada.) ¡No la dejáis a una tranquila! (Se va refunfuñando.)
AMELIA. Buenas noches. (Se va.)
BERNARDA. Andar vosotras también.
MARTIRIO. ¿Cómo es que esta noche no vino el novio de Angustias?
BERNARDA. Fue de viaje.
MARTIRIO. (Mirando a Adela.) ¡Ah!
ADELA. Hasta mañana. (Sale.)

(Martirio bebe agua y sale lentamente, mirando hacia la puerta del corral. Sale la
Poncia.)

PONCIA. ¿Estás todavía aquí?
BERNARDA. Disfrutando este silencio y sin lograr ver por parte alguna «la cosa tan grande» que aquí pasa, según tú.
PONCIA. Bernarda, dejemos esa conversación.
BERNARDA. En esta casa no hay un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo.
PONCIA. No pasa nada por fuera. Eso es verdad. Tus hijas están y viven como metidas en alacenas. Pero ni tú ni nadie puede vigilar por el interior de los pechos.
BERNARDA. Mis hijas tienen la respiración tranquila.
PONCIA. Esto te importa a ti que eres su madre. A mí, con servir tu casa tengo bastante.
BERNARDA. Ahora te has vuelto callada.
PONCIA. Me estoy en mi sitio, y en paz.
BERNARDA. Lo que pasa en que no tienes nada que decir. Si en esta casa hubiera hierbas, ya te encargarías de traer a pastar las ovejas del vecindario.
PONCIA. Yo tapo más de lo que te figuras.
BERNARDA. ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de la mañana? ¿Siguen diciendo todavía la mala letanía de esta casa?
PONCIA. No dicen nada.
BERNARDA. Porque no pueden. Porque no hay carne donde morder. ¡A la vigilia de mis ojos se debe esto!
PONCIA. Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus intenciones. Pero no estés segura.
BERNARDA. ¡Segurísima!
PONCIA. ¡A lo mejor de pronto cae un rayo! A lo mejor de pronto, un golpe de sangre te para el corazón.
BERNARDA. Aquí no pasará nada. Ya estoy alerta contra tus suposiciones.
PONCIA. Pues mejor para ti.
BERNARDA. ¡No faltaba más!
CRIADA. (Entrando.) Ya terminé de fregar los platos. ¿Manda usted algo, Bernarda?
BERNARDA. (Levantándose.) Nada. Yo voy a descansar.
PONCIA. ¿A qué hora quiere que la llame?
BERNARDA. A ninguna. Esta noche voy a dormir bien. (Se va.)
PONCIA. Cuando una no puede con el mar lo más fácil es volver las espaldas para no verlo.
CRIADA. Es tan orgullosa que ella misma se pone una venda en los ojos.
PONCIA. Yo no puedo hacer nada. Quise atajar las cosas, pero ya me asustan demasiado. ¿Tú ves este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto. El día que estallen nos barrerán a todas. Yo he dicho lo que tenía que decir.
CRIADA. Bernarda cree que nadie puede con ella y no sabe la fuerza que tiene un hombre entre mujeres solas.
PONCIA. No es toda la culpa de Pepe el Romano. Es verdad que el año pasado anduvo detrás de Adela y ésta estaba loca por él, pero ella debió estarse en su sitio y no provocarlo. Un hombre es un hombre.
CRIADA. Hay quien cree que habló muchas noches con Adela.
PONCIA. Es verdad. (En voz baja.) Y otras cosas.
CRIADA. No sé lo que va a pasar aquí.
PONCIA. A mí me gustaría cruzar el mar y dejar esta casa de guerra.
CRIADA. Bernarda está aligerando la boda y es posible que nada pase.
PONCIA. Las cosas se han puesto ya demasiado maduras. Adela está decidida a lo que sea y las demás vigilan sin descanso.
CRIADA. ¿Y Martirio también...?
PONCIA. Ésa es la peor. Es un pozo de veneno. Ve que el Romano no es para ella y hundiría el mundo si estuviera en su mano.
CRIADA. ¡Es que son malas!
PONCIA. Son mujeres sin hombre, nada más. En estas cuestiones se olvida hasta la sangre. ¡Chisssss!
(Escucha.)
CRIADA. ¿Qué pasa?
PONCIA. (Se levanta.) Están ladrando los perros.
CRIADA. Debe haber pasado alguien por el portón.
(Sale Adela en enaguas blancas y corpiño.)
PONCIA. ¿No te habías acostado?
ADELA. Voy a beber agua. (Bebe en un vaso de la mesa.)
PONCIA. Yo te suponía dormida.
ADELA. Me despertó la sed. ¿Y vosotras no descansáis?
CRIADA. Ahora.
(Sale Adela.)
PONCIA. Vámonos.
CRIADA. Ganado tenemos el sueño. Bernarda no me deja descanso en todo el día.
PONCIA. Llévate la luz.
CRIADA. Los perros están como locos.
PONCIA. No nos van a dejar dormir. (Salen.)
(La escena queda casi a oscuras. Sale María Josefa con una oveja en los brazos.)

MARÍA JOSEFA.
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar;
la hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el pan.
Bernarda, cara de leoparda,
Magdalena, cara de hiena.
Ovejita.
Meee, meeee.
Vamos a los ramos del portal de Belén.
(Ríe.)
Ni tú ni yo queremos dormir.
La puerta sola se abrirá
y en la playa nos meteremos
en una choza de coral.
Bernarda, cara de leoparda,
Magdalena, cara de hiena.
Ovejita.
Mee, meee.
¡Vamos a los ramos del portal de Belén!

(Se va cantando.)

(Entra Adela. Mira a un lado y otro con sigilo y desaparece por la puerta del corral. Sale
Martirio por otra puerta y queda en angustioso acecho en el centro de la escena. También
va en enaguas. Se cubre con pequeño mantón negro de talle. Sale por enfrente de
ella María Josefa.)

MARTIRIO. Abuela, ¿dónde va usted?
MARÍA JOSEFA. ¿Vas a abrirme la puerta? ¿Quién eres tú?
MARTIRIO. ¿Cómo está aquí?
MARÍA JOSEFA. Me escapé. ¿Tú quién eres?
MARTIRIO. Vaya a acostarse.
MARÍA JOSEFA. Tú eres Martirio. Ya te veo. Martirio: cara de Martirio. ¿Y cuándo vas a tener un niño? Yo he tenido éste.
MARTIRIO. ¿Dónde cogió esa oveja?
MARÍA JOSEFA. Ya sé que es una oveja. Pero ¿por qué una oveja no va a ser un niño? Mejor es tener una oveja que no tener nada. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena.
MARTIRIO. No dé voces.
MARÍA JOSEFA. Es verdad. Está todo muy oscuro. Como tengo el pelo blanco crees que no puedo tener crías, y sí, crías y crías y crías. Este niño tendrá el pelo blanco y tendrá otro niño y éste otro, y todos con el pelo de nieve, seremos como las olas, una y otra y otra. Luego nos sentaremos todos y todos tendremos el cabello blanco y seremos espuma. ¿Por qué aquí no hay espumas? Aquí no hay más que mantos de luto.
MARTIRIO. Calle, calle.
MARÍA JOSEFA. Cuando mi vecina tenía un niño yo le llevaba chocolate y luego ella me lo traía a mí y así siempre, siempre, siempre. Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las vecinas. Yo tengo que marcharme, pero tengo miedo de que los perros me muerdan. ¿Me acompañarás tú a salir del campo? Yo no quiero campo. Yo quiero casas, pero casas abiertas y las vecinas acostadas en sus camas con sus niños chiquititos y los hombres fuera sentados en sus sillas. Pepe el Romano es un gigante. Todas lo queréis. Pero él os va a devorar porque vosotras sois granos de trigo. No granos de trigo, no. ¡Ranas sin lengua!
MARTIRIO. (Enérgica.) Vamos, váyase a la cama. (La empuja.)
MARÍA JOSEFA. Sí, pero luego tú me abrirás ¿verdad?
MARTIRIO. De seguro.
MARÍA JOSEFA. (Llorando.)

Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar;
la hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el pan.

(Sale. Martirio cierra la puerta por donde ha salido María Josefa y se dirige a la puerta
del corral. Allí vacila, pero avanza dos pasos más.)

MARTIRIO. (En voz baja.) Adela. (Pausa. Avanza hasta la misma puerta. En voz alta.) ¡Adela!
(Aparece Adela. Viene un poco despeinada.)
ADELA. ¿Por qué me buscas?
MARTIRIO. ¡Deja a ese hombre!
ADELA. ¿Quién eres tú para decírmelo?
MARTIRIO. No es ése el sitio de una mujer honrada.
ADELA. ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo!
MARTIRIO. (En voz más alta.) Ha llegado el momento de que yo hable. Esto no puede seguir.
ADELA. Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío y el mérito que tú no tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo que me pertenecía.
MARTIRIO. Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has atravesado.
ADELA. Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en mí.
MARTIRIO. Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará con Angustias.
ADELA. Sabes mejor que yo que no la quiere.
MARTIRIO. Lo sé.
ADELA. Sabes, porque lo has visto, que me quiere a mí.
MARTIRIO. (Desesperada.) Sí.
ADELA. (Acercándose.) Me quiere a mí, me quiere a mí.
MARTIRIO. Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me lo digas más.
ADELA. Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a la que no quiere; a mí, tampoco. Ya puede estar cien años con Angustias, pero que me abrace a mí se te hace terrible, porque tú lo quieres también; ¡lo quieres!
MARTIRIO. (Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Lo quiero!
ADELA. (En un arranque y abrazándola.) Martirio, Martirio, yo no tengo la culpa.
MARTIRIO. ¡No me abraces! no quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es la tuya, y aunque quisiera verte como hermana, no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.)
ADELA. Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que se ahogue. Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los juncos de la orilla.
MARTIRIO. ¡No será!
ADELA. Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por las que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.
MARTIRIO. ¡Calla!
ADELA. Sí, Sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias, ya no me importa; pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando l e venga en gana.
MARTIRIO. Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo.
ADELA. No a ti, que eres débil. A un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique.
MARTIRIO. No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga.
ADELA. Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca.
(Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se le pone delante.)
MARTIRIO. ¿Dónde vas?
ADELA. ¡Quítate de la puerta!
MARTIRIO. ¡Pasa si puedes!
ADELA. ¡Aparta! (Lucha.)
MARTIRIO. (A voces.) ¡Madre, madre!
ADELA. ¡Déjame!
(Aparece Bernarda. Sale en enaguas, con un mantón negro.)
BERNARDA. Quietas, quietas. ¡Qué pobreza lamía no poder tener un rayo entre los dedos!
MARTIRIO. (Señalando a Adela.) ¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!
BERNARDA. ¡Ésa es la cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia Adela.)
ADELA. (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata el bastón a su Madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda nadie más que Pepe!

(Sale Magdalena.)

MAGDALENA. ¡Adela!

(Salen la Poncia y Angustias.)

ADELA. Yo soy su mujer. (A Angustias.) Entérate tú y ve al corral a decírselo. Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león.
ANGUSTIAS. ¡Dios mío!
BERNARDA. ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale corriendo.)

(Aparece Amelia por el fondo, que mira aterrada con la cabeza sobre la pared. Sale
detrás Martirio.)

ADELA. ¡Nadie podrá conmigo! (Va a salir.)
ANGUSTIAS. (Sujetándola.) De aquí no sales tú con tu cuerpo en triunfo, ¡ladrona!, ¡deshonra de nuestra casa!
MAGDALENA. ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca más!
(Suena un disparo.)
BERNARDA. (Entrando.) Atrévete a buscarlo ahora.
MARTIRIO. (Entrando.) Se acabó Pepe el Romano.
ADELA. ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale corriendo.)
PONCIA. ¿Pero lo habéis matado?
MARTIRIO. ¡No! ¡Salió corriendo en la jaca!
BERNARDA. Fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar.
MAGDALENA. ¿Por qué lo has dicho entonces?
MARTIRIO. ¡Por ella! ¡Hubiera volcado un río de sangre sobre su cabeza!
PONCIA. Maldita.
MAGDALENA. ¡Endemoniada!
BERNARDA. ¡Aunque es mejor así! (Se oye como un golpe.) ¡Adela! ¡Adela!
PONCIA. (En la puerta.) ¡Abre!
BERNARDA. Abre. No creas que los muros defienden de la vergüenza.
CRIADA. (Entrando.) ¡Se han levantado los vecinos!
BERNARDA. (En voz baja como un rugido.) ¡Abre, porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en silencio.) ¡Adela! (Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo! (La Poncia da un empujón y entra. Al entrar da un grito y sale.) ¿Qué?
PONCIA. (Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin!

(Las hermanas se echan hacia atrás. La Criada se santigua. Bernarda da un grito y
avanza.)

PONCIA. ¡No entres!
BERNARDA. No. ¡Yo no! Pepe; tú irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás.
¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie
dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! ¡Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas!
MARTIRIO. Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.
BERNARDA. Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A callar he dicho! (A otra hija.) ¡Las lágrimas cuando estés sola! ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!
Telón




Poeta en Nueva York, es después de Romancero Gitano la obra  poética más  reconocida de Lorca. Escrita entre 1929 y 1930, con base a sus experiencias de su estadía en la Universidad de Columbia. Obra póstuma, publicada por primera vez en México, 1940. Y que antes tuvo un recorrido pasmoso y errático, cuyo originales el propio Lorca entrego al poeta y amigo José Bergamín. (2) Libro que ordena y exhibe una profunda penetración de la vida norteamericana, especialmente la vista vertiginosa, las grandes multitudes, los espacios verticales y cerrados. El acento de las grandes ciudades, y todas sus consecuencias humanas.  El Nueva York idílico de los inmigrantes que entraban cargados de ilusiones  por Ellis Island. Ciudad selvática y cromática,  pero que Lorca con su genio y potencia poética, verbaliza y desnuda. Siempre critico pero humano. Siempre  irónico pero convincente. “Ahora veo la poesía y los temas con un juego nuevo. Más lirismo dentro de lo dramático. Dar más patetismo a los temas. Pero un patetismo frío y preciso, puramente objetivo”, (3) decía Lorca en 1931. El libro rompe la barrera del   sonido de las palabras y conquista la imagen. Una mente lucida, poética, se arma del surrealismo. Apela a toda su arsenal, esta combinación le permite una poesía vigorosa, llena de metáforas e imágenes inéditas. Y se enfundo con su artillería surrealista en la gran urbe. De mirada minuciosa y atento a la novedad. Dejo atrás su estilo de los romances, y se fortaleció en potencia poética, con un surrealismo a su estatura, siempre vital.

En fin no invocaba a la inspiración, ni llevaba las musas en el bolsillo de su jeans. En alguna calle cualquiera Lorca llego a decir, que su obra literaria, era el resultado de “técnica y esfuerzo”. Por otra indeterminada agrego la  “intensidad”. En resumen esfuerzo e intensidad: pasión. Pues entonces, “técnica y pasión”. Pero sobre el arte, el talento, la técnica o la pasión: denunciar y criticar lo superficial e inhumano que vio en Nueva York. En este apartado, aunque desde diferentes encuadres poéticos, Lorca hace con su Poeta en Nueva York, lo que hace Cesar Vallejo en su Poemas Humanos. Vallejo se iguala con los pobres, se los encuentra en la calle. La visión de Lorca es más distante, los ve desde arriba, desde un edificio, pero también toma partido por los oprimidos. Porque viendo la deshumanización industrial y la deshumanización del tiempo y la vida, para Lorca:

 «La aurora de Nueva York /tiene cuatro columnas de cieno/y un huracán de negras palomas /que chapotean las aguas podridas (…) / allí no hay mañana ni esperanza posible».  (4)


A Lorca le encantan los norteamericanos y el viaje le sienta bien. Lo sorprendió la  ingenuidad y educación del ciudadano medio Pero más le  sorprende es su inmediato  espíritu democrático, ese mismo en que reflexionaba  Tocqueville y cantaba Whitman;  pero Lorca condena el poder en todas sus formas. En Whitman la  visión era optimista y robusta, cargada de futuro, es del arranque del experimento social norteamericano. En Lorca es una mirada intermedia y cuasi liquidadora del sistema. Lo observa en fraganti. Su critica poética e ingeniosa se debatió entre ese pugilato entre naturaleza y civilización. Entre los oprimidos y los opresores. No una poesía ideologizada sino una poética fraterna y humana. Y el tomo partida por la naturaleza y los  excluidos del sistema. En su estadía le toca el crac del 29. Si hay depresión financiera, también hay depresión del alma, el mismo Lorca pasaba  por una angustia existencial. En parte su viaje obedeció a ese motivo, escaparse un poco de su realidad española. Así que dejo su Andalucía profunda: sus yermos llanos, sus bosques de olivares, y sus simulacros de montañas. Poeta camaleónico: neoyorkino y andaluz.

Lorca en Nueva York vio las virtudes de una gran ciudad, su cosmopolitismo babilónico  en cada esquina,  su infraestructura colosal a prueba de vértigos,  su crisol de razas reflejado en la luminosidad de los grandes carteles. Aprecio sus virtudes, pero también se encontró con sus  pasos decadentes: la deshumanización de la ciudad. Aquel torrente de gente, aquella prisa con cronometró, aquel estereotipo insurgente de masas sin rostro. Plural y efímero.  Un tema que aún ahora es vital y vigente. Pero que a Lorca lo impacto, a pesar que ya en su terruño  y por ese tiempo ideas como la deshumanización en las grandes ciudades, el vértigo de las multitudes, eran temas que habían sido abordados por su compañero generacional José Ortega y Gasset, en su Rebelión de las masas, (1930) y en La deshumanización del arte (1925). Sin embargo, estos tópicos son domesticados por Lorca desde la mirada poética.  De su  libro hemos seleccionado el poema Denuncia de un poeta en Nueva York, poema que irradia una posición ambientalista, un eco franciscano de solidaridad por los animales. No es un discurso vegetariano  ni vegano. Lorca pone la  palabra en la yugular del sistema: los excesos del consumismo y la deshumanización industrial. Grito de horror. Pero desde lo artístico atrapa la imagen con la mirada objetiva de un fotógrafo y encuadra su discurso poético con la mente de un sociólogo.

Aquí un ejemplo de  una metáfora que vale la pena desempolvar, en los versos finales del poema, dice:

“me ofrezco a ser comido
por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite”.

“Donde el Hudson se emborracha con aceite”, alude a la contaminación ambiental, los desechos tóxicos de las grandes fabricas que van a dar a los ríos. Un escollo actual y que ya tiene sus consecuencias en el deterioro de la calidad de vida en varias partes del mundo. El problema del agua es mundial. Por otra parte desde lo poético Lorca alude al agua, como símbolo de vida en su poesía y obra narrativa. Que un rio se emborrache, es una metáfora original si esta en un contexto original. Y además si es consecuente con su discurso poético. Rimbaud escribió su famoso poema El barco ebrio. Ambos, Rimbaud y Lorca, poetas rupturistas. Rimbaud  combinación de precocidad y rebeldía, fundado en un surrealismo todavía sin sal, y un simbolismo emergente y decadente, y Lorca en un surrealismo sin perder su esencia tradicional y andaluza. En fin un surrealismo con diferentes matices de color. Rimbaud en su poema,  lo hace desde la bohemia del poeta, desde un discurso de la imaginación, desde un banquete irreverente de palabras. Puede condenar la realidad o ridiculizarla. Pero va a lo lúdico.  Lorca lo hace desde el observador de una realidad determinada. Una mirada punzante con atrevimiento.  Lo hace desde la función social de la poesía. Donde el poeta deja de ser simplemente un poeta y se convierte en Conciencia Poética Universal.  Finalmente, he aquí el  poema. Si bien: algo neoyorkino en el sentido espacial y vigoroso de Whitman, algo en la raíz del alma a lo Lorca y su Andalucía Profunda, y el resto a lo duende de las palabras.          





Denuncia de Un poeta en Nueva York
(Oficina y denuncia)

 Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato;
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las sumas, un río de sangre tierna.
Un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas. Lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría.
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
Yo he venido para ver la turbia sangre.
La sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos,
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros
en las alucinantes cacerías,
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas,
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la ultima fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, orinando, volando, en su pureza
como los niños de las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
Nos es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados
y distancia inaccesibles
en la patita de ese gato
quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
Oxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas
por los números de la oficina.
Qué voy a hacer? Ordenar los paisajes?
Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera
y bocanadas de sangre?
San Ignacio de Loyola
asesinó un pequeño conejo
y todavía sus labios gimen
por las torres de las iglesias.
No, no, no, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radián las agonías,
que borran los programas de la selva,
 me ofrezco a ser comido
por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.



Notas bibliográficas
1. La casa de Bernarda Alba: Resumen, personajes y análisis. (Ensayo) Teatro Lorca. Publicado el marzo 21, 2012. El autor cita a María Jiménez, quien dice “el teatro de Lorca confronta el teatro de su época y los atavismo de la sociedad española. Insatisfecho con la obra dramática de sus contemporáneos, Federico García Lorca escribe un teatro literario-metafórico, en el que música y poesía se combinan con la prosa para desrealizar el argumento y conferirle una dimensión humana, universal, en temas que brotan de la tensión provocada entre pasión y represión en el individuo y en la sociedad.” Para García Lorca el teatro es también literatura, el teatro ha de recoger el drama total de la vida actual. Jiménez  continua diciendo en (1981, Pag140.)”
2. Una reseña detallada sobre el recorrido de los manuscritos originales y las diversas ediciones se puede consultar  en Ve la luz ‘Poeta en Nueva York’ tal y como García Lorca lo concibió historia del libro. El Cultural. El País  JESÚS RUIZ MANTILLA-Madrid 26 MAR 2013

4. Fragmento de su poema La Aurora, de Poeta en Nueva York. Uno de los  poemas más conocidos y famosos del libro. En que retrata en forma muy condesada  y nítida su visión sobre Nueva York.   




CRÉDITOS

Texto de las vendedoras de flores, Toda la esencia de la gran Barcelona está en esta calle: el homenaje de Lorca a La Rambla en 1935. Diario El País, España.
Poema Denuncia de un poeta, Federico García Lorca, prologo de Salvador Novo, Editorial Porrúa  No,251. 2000, Pagina 132.
Los textos de las obras de teatro son descargas de las versiones originales de los respectivos libros. La casa de Bernarda de Alba, Librosdot.com Alejandría Digital.    

Ilustraciones

Fotografías

(Por orden de aparición)
Foto inicial de Federico García Lorca, "Toda la esencia de la gran Barcelona está en esta
 calle": el homenaje de Lorca a La Rambla en 1935. (Articulo). Pie de foto,
 Federico García Lorca visitó Barcelona por primera vez por invitación de Dalí, en 1925.
 El País.
Foto de Federico Garcia Lorca, en sede de Teatro Barracas. http://federicogarcialorca.net/fotos/index.htm
Foto de  Federico Garcia Lorca, Universidad de Columbia , 1929. http://federicogarcialorca.net/fotos/index.htm.
Foto final de Federico Garcia Lorca  

Las demás ilustraciones son de Plaza de las Palabras 


Pagina 10. Alejo Carpentier: la verdad de la historia y la historia de la verdad.(Ensayo) Por Rodica Gregori. Plaza de las palabras

 PAG1INA 10
Plaza de las palabras presenta un ensayo de Rodica Gregori, filóloga y ensayista rumana,   sobre el arte de la novela histórica o ficcional, analizando la obra de Alejo Carpentier. Novelista que solía dar a sus novelas una ambientación histórica. Y que se debatió entre lo real maravilloso  que asaltaba la realidad histórica. Ensayo bien hilvanado y documentado, en que da una visión sobre las novelas de Carpentier de quien comenta Rodica Gregori , “Había en él un modo de escribir capaz de incorporar, además de tradiciones culturales, una inventiva certera para poner un punto de inflexión a la historia novelada y crear un espacio de narración viva” Pero poniendo énfasis en la novela  El arpa y la sombra (1979), sobre la cual dice Rodica Gregor citando a Carpentier : He aquí lo que leemos en la “Advertencia del autor” a esta novela: “Este pequeño libro sólo debe verse como una variación (en el sentido musical del término) sobre un gran tema que sigue siendo, por lo demás, misteriosísimo tema. Y diga el autor, escudándose con Aristóteles, que no es oficio del poeta (o digamos, del novelista) ‘el contar las cosas como sucedieron, sino como debieron o pudieron haber sucedido’



RODICA GREGORI*

Alejo Carpentier / Foto tomada por Paolo Gasparini en La Habana, 1964.

Analizando la obra de Borges, Octavio Paz señaló que sus cuentos debían leerse como ensayos y sus ensayos como cuentos. El escritor cubano Alejo Carpentier, por su parte, fusiona ambos géneros desde el ejercicio intelectual combativo, con predominio de la tensión narrativa y de la cotidianidad. La desolación del hombre es para el autor cubano un modo de exclusión social que, además, tiene raíces en la angustia de no comprender lo que verdaderamente pasa en este mundo. Por eso sus historias exhiben la lucha entre una modernidad que avanza y una realidad que, en muchos sentidos, se vuelve primitiva.
En el prólogo a El reino de este mundo (1949), una de sus obras más significativas, inspirada en un viaje que había hecho a Haití en 1943, aparece el sustento de su teoría sobre lo real maravilloso, una teoría que, no obstante la innovación, bucea en la realidad con áspera dureza. Parte del éxito de El reino de este mundo se debe a que su contenido resulta de la simbiosis entre la verdad histórica y la ilusión de olvidar los hechos para dar figura humana a los mitos. En medio de las tradiciones haitianas tienen lugar varios episodios insólitos que, a la vez, sirven para comprender mejor la realidad americana. En efecto, lo real maravilloso no surge de la distorsión, sino que, en el decir del propio Carpentier, “se encuentra a cada paso en las vidas de los hombres que inscribieron fechas en la historia del continente”.Así que podemos decir sin duda alguna que fue precisamente Alejo Carpentier —aunque también hay que citar por cierto a Miguel Ángel Asturias— quien sentó las bases sobre las cuales habría de erigirse el fenómeno del “boom” literario hispanoamericano de los años 60. Y la verdad es que es mucho lo que heredaron de él García Márquez, Carlos Fuentes, Vargas Llosa y también Juan Rulfo. A veces, la crítica ha discutido la paradoja de un autor que, en cierto modo, estuvo más cerca de lo europeo que de lo americano; pero los signos de su narrativa son la presencia latinoamericana y, en estrecha relación, el cultivo de una estética barroca.
De todas formas, a partir de su conocida novela El reino de este mundo, la mirada literaria de Carpentier ya era más que una concepción estética. Había en él un modo de escribir capaz de incorporar, además de tradiciones culturales, una inventiva certera para poner un punto de inflexión a la historia novelada y crear un espacio de narración viva. Su variada formación y sus múltiples intereses (la arquitectura, la música, la historia, el periodismo, las letras) le permitieron crear un mundo literario signado por la inquietud de quien ansía conocer. Todos estos aspectos pueden ser encontrados en la otra novela de Alejo Carpentier, El arpa y la sombra (1979), que trata sobre el intento del papa Pío IX de canonizar a Cristóbal Colón. Después, la intención inicial se convierte en un fascinante relato que une las intrigas del conquistador con las intrigas no menos audaces del Vaticano. Pero El arpa y la sombra no es una novela histórica al uso. Su propósito no es solamente el de reconstruirnos una época y unas costumbres (cosa que sabía hacer Carpentier cuando quería), sino el de introducirnos en el alma de un ser humano. Así que podemos decir que se trata de una obra de asunto histórico, lo que unido al hecho indiscutible de que es una novela parece no dejar lugar a dudas, y sin embargo el lenguaje es engañoso: cuando un lector de principios del siglo XXI lee la novela, piensa, por ejemplo, en las grandes novelas escritas por los anglosajones durante las épocas pasadas. Pero las novelas de Alejo Carpentier suelen tener una ambientación histórica: El siglo de las luces trata sobre los ecos caribeños de la Revolución Francesa, y El reino de este mundo sobre un levantamiento de la población negra en el Haití del siglo XIX, así que el tipo tradicional de novela histórica no se respeta en el caso de Carpentier.
En cuanto a la novela El arpa y la sombra, está dividida en tres capítulos. El primero, protagonizado por el papa Pío IX, nos da cuenta de las razones de retorcida geopolítica (no exentas de lógica) que le movieron a abrir tal expediente. El segundo está contado por Colón en primera persona y trata de la historia del descubrimiento; y el tercero, una portentosa y cruel bufonada, trata del juicio de canonización del Gran Almirante, al que éste asiste como espíritu incorpóreo e invisible. Sin embargo, el corazón de la novela está en el capítulo central: Carpentier hace de Colón un judío converso hijo de tabernero, mentiroso, pendenciero, visionario y, por si todo eso fuera poco, marinero. Desde luego, la historia de cómo llego a convencer a Isabel la Católica (a la que llama cariñosamente “Columba”), después de vagabundear por las cortes europeas, es maravillosa y demuestra el gran talento de Alejo Carpentier no solamente para reconstruir una época desde el punto de vista histórico, sino también para hacer lo que le gusta más: contar una historia. Además, como señaló Fernando Alegría, los personajes del escritor cubano representan a un hombre que está consumido por el vacío espiritual y la espantosa presión que genera la decadencia del mundo moderno. Y eso vale tanto para los personajes sin ética como para las víctimas. Por ejemplo, en El recurso del método se advierte la forma sutil en que Carpentier crea a un tirano cerebral, cuyo cinismo es el de alguien que extiende su acción a un sistema. Lo real maravilloso opera allí, también como en El arpa y la sombra, como descubrimiento y ausencia al mismo tiempo: el tirano ya está, sus actos son espantosos, pero nada es más cierto que el poder abstracto que envuelve la historia del continente; la situación será incluida de nuevo en la novela El arpa y la sombra y la idea es casi la misma: sólo queda seguir buscando, luego de releer sus páginas, en un argumento que no se disuelve, el origen de signos autoritarios que aún hoy continúan latentes a través de resabios. Además, el exilio, la lealtad a las utopías y el rechazo a una modernidad de exclusión condujeron a Carpentier y a otros autores latinoamericanos a pergeñar un universo literario, en algún punto, bastante efectista. Como lo era también el estilo neobarroco, que servía para proyectar en la escritura la exuberancia de los acontecimientos.
El interés de los escritores de la modernidad por la reconstrucción del pasado histórico se ha dirigido en buena parte al polémico tema del descubrimiento de América en un intento de revelar la cara oculta, no oficial, callada por la historiografía oficial. Desde El arpa y la sombra, novela publicada por Carpentier en 1979, a La vigilia del Almirante (1992), de Augusto Roa Bastos, ha aparecido una serie de libros que tienen como protagonista a Colón y sus viajes. Todos ellos presentan, más o menos, las características que establece Seymour Menton (citado por Rosa Pellicer) para la novela histórica: imposibilidad de conocimiento de la verdad histórica o la realidad, distorsión, ficcionalización de los caracteres históricos, metaficción, intertextualidad, lo paródico y lo carnavalesco.A las que puede añadirse, como señala Fernando Aínsa, la “abolición de la distancia épica”por medio de la narración en primera persona, la superposición de tiempos diferentes, la presencia del anacronismo, la reconstrucción o desmitificación del pasado por medio del arcaísmo, el pastiche o la parodia. Además, uno de los temas recurrentes en las novelas sobre Colón es el de la busca y hallazgo del Paraíso Terrenal en el tercer viaje, que servirá como ejemplo para caracterizar algunas de las variaciones sobre la vida del Almirante.
Las novelas sobre Colón suelen citar sus supuestas palabras, tan influidas por la Imago Mundi de Pierre d’Ailly y tal vez por Mandeville, que se utilizaran para configurar su visión del personaje y de la historia. Las novelas en que el protagonista no es el Almirante sino un personaje de ficción se limitan a aludir al motivo del Paraíso, situación perfectamente ilustrada por El mar de las lentejas, de Antonio Benítez Rojo, en la que la alternancia de distintos episodios, el desorden cronológico, la alteración de textos originales, desmantelan la autoridad del discurso histórico para reconstruir el origen del poder en términos políticos; la presencia de lo imaginario es más bien escasa. Muchos críticos reflexionan sobre la historia y la ficción, acentuando el carácter metaficcional de los libros del escritor cubano. Pero la relación con la historia que había mantenido Carpentier en las obras anteriores a Concierto barroco se invierte en El arpa y la sombra, al optar de forma irónica por la perspectiva del poeta en vez de la del historiador. He aquí lo que leemos en la “Advertencia del autor” a esta novela: “Este pequeño libro sólo debe verse como una variación (en el sentido musical del término) sobre un gran tema que sigue siendo, por lo demás, misteriosísimo tema. Y diga el autor, escudándose con Aristóteles, que no es oficio del poeta (o digamos, del novelista) ‘el contar las cosas como sucedieron, sino como debieron o pudieron haber sucedido’ ”. Analizando la importancia del descubrimiento de América, Germán Arciniegas concluye: “Con este momento la vida toma una nueva dimensión. De 1500 hacia atrás, los hombres se mueven en pequeños solares, están en un corral, navegan en lagos. De 1500 hacia delante surgen continentes y mares océanos. Es como el paso del tercero al cuarto día, en el capítulo del Génesis”.
Por su parte, Alejo Carpentier vuelve sobre esa nueva imagen de América donde se sobreimprimen la fisura temporal, la impronta genesiaca y el sentido de la imagen previa del mundo. La cultura de los pueblos que habitan en las tierras del mar Caribe (1978) y El arpa y la sombra, textos aparecidos en la última etapa de la vida del escritor cubano, significan este camino de regreso, modulando, como bien dice Gabriela Tineo en su ensayo sobre “variación cubana y las tierras del mar Caribe”, “desde el ensayo y la ficción, respectivamente, los alcances de un proyecto de escritura decididamente interesado en releer y reescribir —en clave proyectiva— los orígenes”.En la novela, el retorno a los umbrales hará de la figura de Colón, y de los escritos colombinos, los vectores de una doble travesía. Carpentier crea un Almirante movido por la codicia, el reverso de los que quieren, sin éxito, elevarlo a los altares: Pío IX y León XIII y sus exégetas Roselly de Morgues y Bloy. Es muy conocido el fragmento de El arpa y la sombra en que, antes de morir, al repasar la relación de su primer viaje, alude a las veces que aparece la palabra “oro”: “Es como si un maleficio, un hálito infernal, hubiese ensuciado ese manuscrito, que más parece describir una busca de la Tierra del Becerro de Oro que la busca de una Tierra Prometida para el rescate de millones de almas sumidas en las tinieblas nefandas de la idolatría”. Además, es bien sabido que la presencia de oro anuncia la cercanía del jardín del Edén. Por esta razón, aunque Colón se lamente de no haber encontrado las riquezas esperadas, se vanagloria del hallazgo del Paraíso: “¡Encontraré nada menos que el Paraíso Terrenal!”. Este Colón, que no halla la mina buscada y tratará de hacer fortuna con la venta de indios caníbales en España, como tributo a la “historia” mantendrá en el cuarto viaje la idea de utilizar el posible oro existente de lo que cree tierra firme en la reconquista de Jerusalén, aunque a renglón seguido Carpentier le haga dudar de la sinceridad de sus intenciones.
El escritor cubano elige regresar a los comienzos, explorando esa escritura que le confiere “existencia histórica a América”,como bien lo dice Noé Jitrik. El título de la novela reenvía al epígrafe que la cifra en todo su espesor, La leyenda áurea, y jerarquiza la presencia de los dos términos que habrán de desplegarse sobre el orden composicional: “En el arpa, cuando resuena, hay tres cosas: el arte, la mano y la cuerda. / En el hombre: el cuerpo, el alma y la sombra”. Arpa y sombra se constituyen, pues, en los soportes connotadores de las dos perspectivas —mitificadora y demitificadora— desde las cuales, en un juego de alto contraste, se recupera a Cristóbal Colón y tienden por ello a ser reconocidos como los puntos de partida y de llegada que recorre la imagen.
Resulta muy interesante analizar el proceso de ficcionalización de la voz del Almirante, pronto a morir en Valladolid, a la espera del confesor, para revelar la trama oculta de una vida y de una experiencia de escritura que ni la versión hagiográfica ni la condenatoria lograron desentrañar. Sin embargo, en la intrincada red urdida por las “textualidades” de la novela, no todas se dejan oír con el mismo grado de intensidad. El Arcipreste, la picaresca, Quevedo, García Lorca, resuenan “con acabada contundencia”,como demuestra Gabriela Tineo en el ensayo ya citado. Y todas estas actualizan el interés del cubano por fijar el carácter dinámico de una tradición, cuyo eslabonamiento sostenido en la selección y reelaboración de los textos más significativos del pasado pulsa el deseo de legitimar su lugar de pertenencia. Desde esta perspectiva, podemos decir que Cristóbal Colón (como personaje de Carpentier) se convierte en lector del propio Cervantes, abrevando en su ámbito imaginario para reconocer en esta fuente inagotable el principio propulsor de su desenfrenada búsqueda de un “más allá geográfico”. Y Carpentier parece autorizarse legatario de ambos, se filtra en la voz del navegante y rinde tributo a la imaginación cervantina, apoderándose y transformando el impulso por “domesticar lo exótico”(para utilizar la expresión de Said) que orienta la travesía escrituraria del Almirante. “La construcción imaginaria”,analizada por Beatriz Pastor en sus ensayos, que trae de la edad áurea de la literatura pagana la visión de un Paraíso perdido que había que “recobrar o encontrar” se permea de esa “dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados”, como considera Alejo Carpentier. En efecto, los pasajes destinados a recuperar esos momentos prodigiosos en los cuales el navegante confiesa haber asistido a la celebración del encuentro entre lo imaginado y lo real son numerosos en la novela El arpa y la sombra; pero se despojan de las connotaciones “bizantinas” deudoras del Persiles de Cervantes. Podemos pensar en la escena del espectáculo montado por Colón antes las cortes para mostrar al mundo sus descubrimientos. En inflexión expurgatoria, el almirante viejo y sin gloria confiesa: “...cuando me asomo al laberinto de mi pasado en esta hora última, me asombro ante mi natural vocación de farsante, de animador de antruejos, de armador de ilusiones. Fui un trujamán de retablo, al pasear de trono en trono mi Retablo de Maravillas”.
Por su parte, el mar Caribe, como sitio paradisíaco, comienza a prefigurarse ante los ojos del lector de Carpentier; matices resplandecientes sugieren su cercanía, totalizando de inesperadas iluminaciones la percepción desde las naves del almirante: “Y de pronto, es el alba: un alba que se nos viene encima, tan rápida en ascenso de claridades que jamás vi semejante portento de luz en los muchos reinos conocidos por mí hasta ahora...”. La mirada colombina es la dimensión sobre la que recala la novela para revelar los mecanismos de construcción de esos pasajes y contribuir al trastrocamiento de la visión a veces llamada “maravillada” por la crítica literaria hispana. Una de las estrategias recurrentes en los documentos es la que reduce los indicios de lo diverso a un modelo de comprensión establecido. El Colón carpenteriano, distanciado del momento de la escritura, reflexiona sobre esa práctica, desenmascara el engaño: “Digo que la hierba es tan grande como la de Andalucía en abril y en mayo, aunque nada parece aquí, a nada andaluz” y los explica con ironía: “...me esmeré en describir las maravillas de las arboledas, que me recordaban (a buen entendedor) las delicias del mes de abril en Andalucía... (a buen entendedor, nuevamente)...”.
Si el legado de Cervantes es el que, dijimos, lidera la construcción del mundo imaginado por el desfalleciente Colón de la novela de Carpentier y nutre de avatares las andanzas de su vida aventurera, un juego anacrónico alternativo se privilegia a la hora de ficcionalizar sus ansias frustradas de hacer nombrar lo diverso. En estos pasajes, es tanto el universo reflexivo del cubano como el que cobra cuerpo en la materialidad barroca de su escritura el que resuena en la voz del moribundo almirante, alternando ostensiblemente aquellas zonas de los documentos donde se imprimen las primeras imágenes de América.
Así que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que El arpa y la sombra privilegia la reinvención textual de la geografía americana; hay aun reminiscencias bíblicas en la novela en cuanto a una cuestión central de la meditación de Alejo Carpentier, es decir la tarea onomástica del escritor-navegante: “¿Y no era yo un nuevo Adán escogido por su Criador, para poner nombre a las cosas?”. La contemplación y la escritura colombina inmovilizadas por asombro (“un poeta acaso, usando símiles y metáforas, hubiese ido más allá, logrando descubrir lo que no podía yo descubrir”) se rinden ante la majestuosidad del escenario de las tierras cubanas. La mirada colombina es una mirada que recorre, atraviesa y aproxima los objetos hasta hacerlos tangibles y hasta alcanzar su punto culminante en la captación totalizadora de la constelación insular: “Islas, islas, islas... De las grandes, de las ariscas y de las blandas; isla calva, isla hirsuta, isla de arena gris y líquenes muertos; islas de las gravas rodadas, subidas, bajadas. [...] isla donde canta el viento en la oquedad de enormes caracolas, islas en tan apretada constelación. [...] Islas, islas, islas”.
Las islas son “resplandecientes” pero una se destaca: Cuba. He aquí su descripción en las palabras del almirante: “Era recia, alta, diversa, sólida, como tallada en profundidad, más rica en verdes-verdes, más extensa, de palmeras más arriba, de arroyos más caudalosos, de altos más altos...”. La singularidad de esta isla se enlaza con el gesto del navegante moribundo que la inscribe como única verdad en el vasto territorio de sus mentiras: “Fui sincero cuando escribí que aquella tierra me pareció la más hermosa que ojos humanos hubiesen visto”. El encuentro del lugar prodigioso (el Paraíso Terrenal) redunda en expresiones que depositan, en la facultad de mirar, la excepcionalidad de la experiencia: “Lo vi. Vi lo que nadie ha visto”. Como “una variación (en el sentido musical del término) sobre un gran tema que sigue siendo por lo demás misteriosísimo tema”,10 definía el cubano El arpa y la sombra. 
El escritor también establece el enlace con la literatura cervantina: “Cervantes, con el Quijote, enfatizaba en Alcalá de Henares Alejo Carpentier al recibir el prestigioso Premio Cervantes en 1978, instala la dimensión imaginaria dentro del hombre, con todas sus implicancias terribles o magníficas, destructivas o poéticas, novedosas o inventivas, haciendo de ese nuevo yo un medio de indagación y conocimiento del hombre, de acuerdo con una visión de la realidad que pone en ella todo y más aun de lo que en ella se busca”.11 Pero no tan sólo en el sistema de creencias y expectativas alimentando el sueño del lector, la invención cervantina se revela como herencia: es también en las operaciones a través de las cuales la textualidad carpenteriana se inscribe en una perspectiva barroca para emplazar su interrogación al pasado.
Gabriela Tineo llama al proceso “una perspectiva prismática que puede validar el magisterio de una visión descompresora”,12 abierta a la investigación permanente. Es decir, que podemos hablar de una manera de mirar, de asediar que, si en el viaje de regreso a los orígenes del “descubrimiento” opera propulsada por un movimiento relativizador de las fijezas: donde batallan la apariencia y la realidad, la verdad y el engaño, las versiones consagradas y las contra-versiones, un Colón instrumento de la Divina Providencia y otro Colón, condenado por el juicio de la Historia, en el viaje de retorno a las imágenes primigenias, fundantes de la representación de América, el movimiento, la “variación”, serán portadores y desencadenantes de otros sentidos. Allí, en este proceso complicado que no eclipsa la escritura primera sino que vuelve a ella para imprimirle una nueva dirección hacia el futuro, es exactamente donde lo barroco (el que se amasa en el universo teórico y filosófico carpenteriano) deviene renovado. Y en este punto se encuentran tan bien los caminos de la historia y de la verdad, transformándose en una maravillosa y única historia textual, de una verdad para siempre estética.

Rodica Grigore
Filóloga y ensayista

Notas
1-. Alejo Carpentier, Ensayos (Lo barroco y lo real maravilloso), Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984, p. 109.
2-. Rosa Pellicer, “Colón y la busca del paraíso en la novela histórica del siglo XX (de Carpentier a Roa Bastos)”, en América sin nombre: boletín de la Unidad de Investigación de la Universidad de Alicante, Nº 5-6/2004, p. 182.
3-. Ibíd., p. 190.
4-. Germán Arciniegas, Biografía del Caribe, Editorial Porrúa, México, 1983, p. 11.
5-. Gabriela Tineo, “Variación cubana. Las tierras del mar Caribe en ‘El arpa y la sombra’, de Alejo Carpentier”, en Istmo, revista del Centro de Letras Hispanoamericanas, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2000, p. 4.
6-. Noé Jitrik, Historia de una mirada. El signo de la cruz en los escritos de Colón, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1992, p.
7-. Gabriela Tineo, obra citada, p. 7.
8-. Edward Said, Principios. Intención y método, Ediciones Libertarias, Madrid, 1990, p. 49.
9-. Beatriz Pastor, Discurso narrativo de la conquista de América, Casa de las Américas, La Habana, 1983, p. 74.
10-. Alejo Carpentier, Ensayos (América ante la joven literatura), edición citada, p. 185.
11-. Ídem, Ensayos (Cervantes en el alba de hoy), edición citada, p. 230.
12-. Gabriela Tineo, obra citada, p. 9. 

Bibliografía
Alejo Carpentier, El arpa y la sombra, Alianza Editorial, 1998.
—, Ensayos (Lo barroco y lo real maravilloso), Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984.
Germán Arciniegas, Biografía del Caribe, Editorial Porrúa, México, 1983.
Noé Jitrik, Historia de una mirada. El signo de la cruz en los escritos de Colón, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1992.
Beatriz Pastor, Discurso narrativo de la conquista de América, Casa de las Américas, La Habana, 1983.
Rosa Pellicer, “Colón y la busca del paraíso en la novela histórica del siglo XX (de Carpentier a Roa Bastos)”, en América sin nombre: boletín de la Unidad de Investigación de la Universidad de Alicante, Nº 5-6/2004.
Edward Said, Principios. Intención y método, Ediciones Libertarias, Madrid, 1990.
Gabriela Tineo, “Variación cubana. Las tierras del mar Caribe en ‘El arpa y la sombra’, de Alejo Carpentier”, en Istmo, revista del Centro de Letras Hispanoamericanas, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2000.

*RODICA GREGORI Filóloga y ensayista rumana (Sibiu, 1976). Licenciada (1999) y doctora (2004) en filología románica por la Universidad Lucian Blaga de Sibiu. Ha publicado cinco libros de crítica literaria y ensayo: Despre carti si alti demoni (De libros y otros demonios, 2002), Retorica mastilor în proza interbelica româneasca (Retórica de las máscaras en la narrativa rumana moderna, 2005), Lecturi în labirint (Lecturas en laberinto, 2007) Masti, caligrafie, literatura (Máscaras, caligrafía, literatura, 2011) y În oglinda literaturii (En el espejo de la literatura, 2011). Además, ha traducido al rumano el libro de ensayos de Octavio Paz, Hijos del limo (2003), una selección de la obra poética del autor colombiano Manuel Cortés Castañeda, con el título general Oglinda celuilalt (El espejo del otro, 2006) y el libro de narrativa breve del escritor norteamericano de origen rumano Andrei Codrescu, A Bar in Brooklyn (2006). Realiza también la antología de textos y las traducciones para el Festival Internacional de Teatro de Sibiu (2005, 2006, 2007, 2008, 2009, 2010, 2011). Enseña literatura comparada en la Universidad de Sibiu.

CREDITO

También ha sido publicado en LETRALIA. La revista de los escritores hispanoamericanos  en internet. Enlace https://letralia.com/255/ensayo03.htm


Fotografía Alejo Carpentier / Foto tomada por Paolo Gasparini en La Habana, 1964.De PANORAMA CULTURAL.com.