PAG1NA 10: Barthes desde el placer hacia la relectura y la transtextualidad del texto. Otra manera de leer. (Ensayo)Post Plaza de las palabras.





Abstrac: La  primera parte, esta  dividida en tres acápites.  El primero El placer y el goce del texto tomados de la mano.  Aborda la distinción que establece Roland Barthes entre el placer del texto y el goce del texto. El segundo acápite La lectura y relectura como una espiral. Establece una relación entre la lectura y la relectura del texto, considerando las líneas argumentales de Barthes, Gadamer y Borges.   Y el tercer acápite, La trastextualidad  como otra posibilidad de interpretación. Termina con la salida del texto, vía  transtextualidad, considerando tres conceptos claves el  intertexto,  metatexto e hipertexto, como posibilidad de  reinterpretación del lector: vía el crítico o el autor de un nuevo texto. En la segunda parte, consta de Reflexiones finales, se  reconfigura la tesis; y a veces se altera o se entra en contradicción con la infraestructura conceptual de Barthes. En ese sentido se plantea un sistema operativo básico computacional,  en donde el placer es el hardware y el  goce el software. En que la entrada  al sistema es el texto del autor y la salida es la interpretación de ese texto por el  lector. 

Palabras claves: Placer del texto, goce del texto, lectura, relectura, Transtextualidad, intertexto, metatexto, hipertexto, metalector.



Mario A. Membreno Cedillo

PRIMERA PARTE

El placer y el goce del texto tomados de la mano

Roland  Barthes, en su conocido obra  sobre El placer del texto, hace la distinción entre el placer y el goce del texto. El primero afincado en la cultura, el segundo como una ruptura. El primero va hacia la realización del  ser, no trasgrede ni socava;  y el  segundo hacia una desaparición, un especie de perdida de los  fundamentos culturales del lector.  Estamos aquí ante una subversión del texto. Si bien, hace esa distinción que es más de grado, también uno podría ser la consecuencia del otro. En fin ambos pueden convivir en un mismo texto. Y aquí establecemos una posibilidad, que no hay textos puros, cada texto en si puede llevar el placer como el goce, aunque haya una orientación más marcada de unos sobre el otro. En el placer del texto hay una dialéctica del deseo. “El placer del texto es individual, no personal”  (1)  “El placer del texto no usa de la representación, sino de la figuración” (2) En ese sentido está más cerca de un film. “Para Barthes el lenguaje es el principal sujeto y objeto del placer, el texto es un cuerpo erótico. Cuando el cuerpo textual desborda la cultura  se produce el goce” (3)

Texto original de Barthes.

Para Barthes el placer del texto del autor no asegura el placer del texto del lector. Es necesario para el autor salir a buscar ese hipotético lector. Pero este lector no interesa en tanto individuo sino como espacio. “Esto produce el espacio del goce”, “una dialéctica del deseo, de una imprevisión del goce: que las cartas no estén echadas sino que hay juego todavía” (4) “Y sin embargo, es en el ritmo de lo que se lee y de lo que no se lee aquello que construye el placer de los grandes textos”. (5) Para Barthes, el “Texto de placer: el que contenta, colma, da euforia, proviene de la cultura, no rompe con ella y esta ligado a una practica confortable de la cultura”(6) Mientras que el “Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, desacomoda… hace  vacilar los fundamentos  históricos, culturales, sicológicos del lector, la congruencia del gusto, de sus valores y de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje”. (7) Y aquí da una de las claves, la del sujeto escindido, que conjuga ambos placer y goce: “El que tiene en su mano el placer y el goce goza simultáneamente de su yo (es su placer) y del a búsqueda de su perdida (es su goce) es un sujeto dos veces escindido”. (8) 

Para Barthes “La crítica se ejerce siempre sobre textos de placer, nunca sobre textos de goce.(9) “Placer del texto, Clásicos, Cultura (cuando más cultura más grande y diverso será el placer)” (10) “El placer es decible, el goce no lo es” (11)  No obstante, el placer no es un elemento del texto, no es un residuo inocente, no depende de una lógica  del entendimiento y de la sensación , es una deriva, , algo que es a la vez revolucionario y asocial, y no puede ser asumido por una colectividad, ninguna mentalidad, ningún idiolecto” (12) “El texto de placer no es forzosamente aquel que relata placeres, el texto de goce nunca es aquel que cuenta un goce” (13  “El Intertexto: la imposibilidad de vivir fuera del texto infinito”. (14)

El placer y el goce del texto como lectura.

Cuando uno lee a Dostoievski, por ejemplo, Crimen y castigo, o la novela Bomarzo del escritor argentino Manuel Mújica Laínez, o una novela  policial. Uno se siente tirado a seguir leyéndola de un tirón. Cuando el placer del texto encuentra al lector o viceversa, se da ese resultado. Una vez Gabriel García Márquez, contó la fuerte sacudida que le había causado leer la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo, tan fuerte impresión le produjo que la leyó de una sentada. Inmediatamente consiguió también su libro El Llano en Llamas. Esa seducción del lector, es el placer del texto. Pero esa experiencia es única para cada lector. Es su intimidad la que esta en juego. Y no es transmisible a cada lector del planeta.  Si hablamos del goce del texto, requiere por lo general una segunda lectura, las rupturas en realidad, son posibilidades de interpretación o reinterpretación;  el goce esta asegurado por una búsqueda, quizá más lenta pero siempre productiva de un texto.

Podemos citar el cuento de Flannery O'Connor, Un hombre bueno es difícil de encontrar. Aquí estamos ante una lectura más lenta, quizá hasta de una segunda lectura. Necesitamos calibrar o establecer las coordenadas de lo que la autora nos esta contando. Pero esa verdad solo es verdad para un lector determinado. Lo mismo sucede con la poesía, por ejemplo hay un placer del texto en los poemas de Mario Benedetti, los leemos de tirón y quizá hasta los releemos. Pero todo la impresión esta en la primera lectura. Lo aceptamos tal como el poeta nos lo dicta. Sin embargo en un poema de Keats, sea A una urna griega, o El ruiseñor, al margen del placer que nos puede brindar ese texto, estamos obligados a releerlo para entender esos poemas. La búsqueda de esa interpretación es el goce del texto.  Nos conmueve el goce del texto. Hay un sentido de urgencia en el placer  del texto, y un sentido de degustar lentamente el goce del texto. Esto va de la mano con la liberalización del lenguaje, se decostruye para construir, para volver armar el paquete. Y situarlo en un punto de vista más personal e íntimo. Se produce en el lector esa cualidad fáustica que también asalta al autor. En esa combinación se produce un  horizonte abarcador, amalgama de textos, fue Borges quien dijo que toda narración es una repetición o consecuencia de todas las narraciones anteriores.


II
La lectura y relectura como una espiral


 

Ansel Adams, desde la expresión fotográfica, sostiene  que en una foto solo hay dos personajes: el fotógrafo y el espectador. Lo mismo sucede con los textos, sean un cuento, una poesía, o una novela. Si bien el texto por si mismo, convive por y en el lenguaje.  Pero lo que cuenta en la cadena final:    que es el lector; y a ese paso el autor del texto tiende cada vez más a borrarse y debilitarse. El lector asume consiente o inconscientemente, la calidad de autor transitorio. Es el que  disfruta o interpreta. Una vez que la foto ha sido tomada, pertenece al espectador. En un cuento o texto, una vez que su autor lo ha terminado, todo queda en manos del ávido prestidigitador  lector. Y aquí introducimos esa posibilidad del texto de ser interpretados de muchas formas, según la combinación del mismo lenguaje y de los significados. Si bien hay un texto que el autor nos entrega y este puede ser un texto acabado o definitivo con una sola interpretación. En esto juega un papel la comprensión del texto. (15)

 David Cooper presenta otra definición que coincide, a grandes rasgos, con lo interior y considera que “la comprensión lectora es el proceso de elaborar el significado por la vía de aprender las ideas relevantes del texto y relacionarlas con las ideas que ya se tienen; es el proceso a través del cual el lector interactúa con el texto” (16) Un lector que no sigue la vía del texto sino cuando va leyendo sigue la del intertexto o el metatexto. Sea leer  Raymond Chandler, e ir repensando alguna otra novela policiaca,  o si se lee Alicia en el país de las maravillas, pensando en cualquier cuento fantástico de Hoffmann que toca  algún punto con la realidad,  o un lector que se imagina El señor de los anillos de Tolkien, mientras lee a Harry Potter o  la epopeya Beowulf  o las crónicas de Narnia de C.S. Lewis.

Volviendo a Barthes, para él “hay dos  regímenes de lectura una va directamente a la
 articulación del anécdota, considera la extensión del texto, ignora los juegos del lenguaje (…) La otra lectura  no deja nada: pesa  el texto y ligada a el, si así puede se, con aplicación y ardientemente, atrapa en cada punto del texto el asíndeton que corta el lenguaje, y no la anécdota: no es la extensión (lógica) que la cautiva, el deshojamiento de las verdades sino la superposición de los niveles de la significancia” (17). Para Barthes, “el intersticio del goce se produce en el volumen de los lenguajes. En la enunciación y no en la continuación de los enunciados: no devorar, no tragar sino masticar, desmenuzar minuciosamente,” (18). Esto significa un lector avezado pero también pensante. Es lo que se lee confrontando el conocimiento del lector, no es una simple lectura por placer; implica un agregado profundo del lector.

Y ahora para establecer un nexo con el pensamiento de Gadamer, quien como paso inicial señala que la lectura de un texto resulta de leer un texto según los códigos que el mismo texto establece. En ese proceso, estamos en presencia de una lectura per si. Aquí confluyen la naturaleza del lector y el texto y sus propiedades, no solo connotativas, sino que “El significado del texto se apropia del lector.”(19). [...] el texto (ocurre lo mismo con la voz que canta) no puede arrancarme sino un juicio no adjetivo: ¡es esto! Y todavía más: ¡es esto para mí! Este para mi no es subjetivo ni existencial sino nietszcheano ("... en el fondo es siempre la misma cuestión: ¿Que significa esto para mí…?") (20)

Y ahí tenemos de nuevo al lector, a Gadamer y a Barthes. (21) Para Barthes el lector es importante. Precisamente, uno de los puntos clave de los textos de Barthes, es haber cambiado el eje de la mirada del autor del texto a la mirada  lector del texto. En esa perspectiva el lector es el héroe del texto. Por eso Barthes dice: “La unidad de un texto no esta en su origen (el autor) sino en  su destino (el lector)” (22). Puede estar atrincherado en el placer del texto o del goce. Es el lector quien elige o se deja seducir por el texto. Para Barthes, entre texto y lector, se da una relación amorosa. En ese juego amoroso, el lector es un actor activo, en que puede ir leyendo una historia o las posibilidades que el relato le remite. Es una especie de operario del texto; en que placer de la lectura, también conlleva del goce del texto: un constructor o deconstructor del lenguaje.A tono un párrafo de Barthes sobre la lectura: “…leer un discurso es, en efecto(…),organizar en briznas de estructuras, es esforzarse para llegar a nombres que “resumen mas o menos la profusa sucesión  delas señalizaciones , es proceder en uno mismo , en el momento mismo en que uno se devora” la historia , a realizar ajustes nominales, es domesticar incesantemente  lo que uno lee, apelando para ello a nombres conocidos, surgidos del vasto código anterior de la lectura…” (23)

Y aquí nos encontramos con otra pista clave de este entramado: la relectura. Solo la relectura, facilitara encontrar las múltiples significaciones del texto. En ese proceso de relectura aparecen otros textos, entrelineas, o con los significantes de una palabra o una frase o un dialogo. Pero siempre continuamos en el texto per se, la materia prima. Pero sucede otro fenómeno, tras la relectura  se abre la posibilidad de la transtextualidad sea en algunas de sus modalidades. Como forma de leer desde el texto otro texto, o de ir más allá del texto por el metatexto. O reconfigurar una posibilidad inédita desde el hipertexto. Los mecanismos varían, si bien el texto brinda pistas y pautas, es la capacidad del lector  la que brinda la solvencia de la lectura.  Es responsabilidad del lector esa nueva reconfiguración. Y aquí recordamos que para Barthes el goce del texto esta también asociado a la novedad. Es aquí que el lector juega con el texto, a la manera en que jugaba Cortázar. Pero también vale la pena, hacer unas observaciones sobre un gran escritor, pero también un gran lector y relector: Jorge Luis Borges.

Quizá Borges sea un ejemplo clásico de lo que significo para él, no la lectura y comentario de un texto, sino la relectura innumerables del texto. Solo de esa forma pudo exprimir el jugo de las posibles significaciones del texto. Este proceso, lo llevo a encontrar significaciones y relaciones que ni los mismos autores de los textos que él comentaba, pudieron establecer o siquiera medio imaginar.

“Hay unas páginas en las que Borges analiza, párrafo por párrafo, el último capítulo del Quijote. Páginas que por su sabiduría e insólita lucidez valen por una cátedra de literatura. Borges descubre en las palabras de Cervantes nuevas dimensiones y nuevos sentidos del relato o del carácter de los personajes; nos maravilla con reflexiones estrictamente surgidas de la lectura que iluminan nuestra comprensión de la novela y nos introducen de ese modo en la prodigiosa aventura mental de Cervantes, aunque éste no hubiese sido plenamente consciente de su genio, cosa que a veces ocurre con el escritor y el artista. Buen lector antes que buen escritor”. (24)

En su poema, El lector, de su libro Elogio a  la sombra, (1969). Borges dice “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.


 


Ahora citamos un párrafo valioso porque ilustra lo hasta aquí dicho: “la relectura es propuesta aquí de entrada, pues sólo ella salva al texto de la repetición (los que olvidan releer se obligan a leer en todas partes la misma historia), lo multiplica en su diversidad y en su plural: lo saca de la cronología interna (“esto pasa antes o después que aquello”) y encuentra de nuevo un tiempo mítico (sin antes ni después); cuestiona la pretensión que intenta hacernos creer que la primera lectura es una lectura primera, ingenua, fonemática, que luego sólo habría que “explicar”, que intelectualizar (como si hubiese un comienzo de la lectura, como si todo no hubiese sido ya leído: no hay una primera lectura, aunque el texto se esfuerce por crear en nosotros esa ilusión mediante algunos operadores de suspensión, artificios espectaculares más que persuasivos); no es ya consumo, sino juego (ese juego que es el retorno de lo diferente). Por lo tanto si -contradicción voluntaria en los términos- se relee inmediatamente el texto, es para obtener, como bajo el efecto de una droga (la del recomienzo, la de la diferencia), no el texto “verdadero”, sino el texto pluralel mismo pero nuevo”. (Las negrillas son nuestras). (25).

Vladimir Navokov da una puntual advertencia entre lectura y relectura. Y su diferencia en términos de utilidad y provecho (26) Y aquí entramos a los tipos de lectores o los tipos de lectura. Para Piglia hay dos tipos de lectores,  el errante James Joyce entre libros y bibliotecas y el refugiado Frank Kafka encerrado en su soledad en un cuarto a prueba de molestias y terremotos. (27). Pero en ese mundo del lector también hay el que repensar lo que va leyendo para criticar el texto (el critico) o el lector autor (que va repensando otra nueva obra con el material que va  leyendo).  Para Barthes el autor o lector en su goce del texto es un antihéroe. Pero también podría ser pensando a lo  Walter Benjamin, un flaneur  en que el lector recorre libros y paginas de aquí a allá, o un voyeur del texto, una especie de lector contemplativo.  En ese recorrido se presenta al lector un paisaje novedoso, un portal a otros textos. Este acto revelador se da porque. “Es una lectura retroactiva, inconforme, insatisfecha la del que así lee, una lectura a la que no le importará el sentido pues este es su insatisfacción, una lectura tropezante”. (28)

Pero siempre el lector sea desde el placer o desde el goce, se encuentra ante una imposibilidad. El límite, intenta salvarlo desde su conocimiento y desde su imaginario. Pero siempre habrá un límite. Mario Vargas Llosa decía en Historia de un Deicidio, que el autor debe suplantar la realidad, fingir algo nuevo, pero nunca podrá llegar a la realidad total, al  autor solo le queda la posibilidad de ser persuasivo, para que el lector entre en el texto. Quizá el  lector  se encuentre en ese mismo dilema, también para él será imposible atrapar todas las significaciones del texto.  En el reciclaje y renovación del texto, esta ante una posibilidad, ya sea representativa o figurativa. Necesita la convicción que esa posibilidad textual sea firme, necesita persuadirse. Y si pasa al discurso narrativo por escrito también necesita convencer al otro lector. Se produce una  cadena. El lector siempre termina, aunque con otras formas y  por otros medios en el puesto del autor. De ahí que esta cita termina con la posibilidad del texto plural, “el mismo pero nuevo”.




 


III La transtextualidad como otra posibilidad de interpretación

Transtextualidad

Para ahondar en la  transtextualidad, citamos: “Gérard Genette, utiliza el concepto de Transtextualidad para definir la trascendencia textual del texto. Transtextualidad es todo aquello que relaciona, manifiesta o secretamente, a un texto con otros”. (29) Aquí Genette, esta estableciendo dos niveles de la transtextualidad, el primero ordenado por el texto en si, lo que se dice, lo segundo como lo no dicho. Lo dicho corresponde en su mayor parte al intertexto. Hay una remisión directa a otro texto. Lo segundo, el metatexto, aún con sus puntos de referencia al texto, deja abierto un camino o un espacio inédito.  El primero puede corresponder al lector avezado o al crítico. El segundo al  lector/autor. Y aquí se da esa dicotomía, porque el lector autor también puede ser de nuevo el crítico o un lector avezado.   Pero fundamentalmente, esta dado para el lector/autor de textos narrativos. En ese orden de ideas: “Un receptor en el acto de lectura no solo encuentra un texto, sino también el metatexto.  El metatexto define la actividad realizada y también los rasgos o propiedades de ese  texto en relación a su pertenencia a determinada clase. Es desde el metatexto que se puede comprender el ámbito de producción e interpretación de los textos, allí están incluidas las expectativas reales en que se inscribe una obra poética, es decir, el hecho de que el fenómeno literario depende de un mundo cultural”. (30).

Intertexto y metatexto

Aquí definimos con más detalles ambos conceptos: El intertexto y el metatexto. Ambos  desde un corte clásico y comúnmente aceptado.  

Intertexto

Como su nombre lo indica la intertextualidad es una relación entre un texto y otro. Actúa a dos niveles: interviene el autor del texto quien hace la referencia, sea directa o indirecta a otro texto. Pero también actúa el lector quien asume esa postura, puede ver o no ver esa relación, muy visible o no tan visible. Pero siempre actúa porque hay un patrón cognitivo y escritural dado por el autor. Para el lector además de la comprensión de esa intertextualidad, supone un conocimiento sobre esa materia. Puede conocerla a fondo o solo tener nociones. En todo caso siempre hay un a espacio para que el lector también, y puede ocurrir, relea desde una sugerencia del intertexto señalada por el autor. Pero también que establezca una intertextualidad inédita producto de su conocimiento como lector. (31)
“La intertextualidad supone una apelación intencional, consciente, de un texto a otro y provoca un proceso de descontextualización del texto anterior y recontextualización en el nuevo texto, donde adquiere una nueva significación.”. (32) “La intertextualidad permite comprender que los límites de un texto no están jamás rigurosamente establecidos y que en su interior hay una estructuración, no una estructura, es decir, que está cubierto por una red de citas y alusiones explícitas e implícitas a otros textos”(33)

Metatexto

El concepto de metatexto es definido por Gerard Genette “como un texto que habla o instruye sobre otro. Un metatexto puede funcionar de varias maneras: puede ser interno, externo o mixto; puede ser un discurso crítico, una estructura especular, una categoría narrativa, una figura, etcétera. El metatexto contribuye a la coherencia del texto y provee al lector de claves de lectura. Los modelos de escritura alternativos, al evitar el planteo lineal de sus textos y la clásica estructura tripartita aristotélica de principio, medio y fin, han recurrido con frecuencia al recurso del metatexto para organizar la experiencia narrativa”. (34) Sin embargo, esa experiencia narrativa adquiere mayor dimensión en el lector; es el lector quien organiza esa lectura desde su propia experiencia y conocimiento como lector.  Además, “Establece una relación de tipo causal con el núcleo del texto, porque tiene sobre este una finalidad cognoscitiva-valorativa, ya que lo norma, interpreta, explica, valora y encauza, con el objetivo de construirlo, aclararlo y socializarlo mejor. Son ejemplos de metatextos las notas a pie de página, símbolos y gráficos, los tratados de poética vigentes, los tratados historiográficos, los textos de tradición literaria, de crítica y de divulgación”. (35) “Como otra característica importante hay que señalar que posee una relativa independencia estructural pues no se inserta en el texto nuclear, de allí su diferencia sustancial con respecto al intertexto; pero mantiene con este una relación de coexistencia”. (36) En ese sentido ambos conceptos, aunque cumplen funciones parecidas, tiene sus diferencias, pero bajo esa definiciones, ambos se encuentran limitados y condicionados. Es el lector el que puede liberarlos. Sobre todo el metatexto, que por su naturaleza brinda una posibilidad más amplia. Y su explosión inédita desemboca en el hipertexto.

Y aquí introducimos dos especies de comodines sobre teoría narrativa, que nos ayudaran a darle una mayor significación al intertexto y metatexto, ambas herramientas o procesos bastantes conocidos. Primero la teoría de la doble historia de Piglia, porque en el caso de la novela o cuento, es un recurso del escritor. Para Piglia en una historia o narración, dos historias se van entretejiendo simultáneamente y producen una nueva densidad y dimensión en el relato. La segunda, ese intento balbuceante de leer entre líneas, o el  famoso dato oculto de Hemingway, o teoría del iceberg. En Hemingway también hay dos historias, pero solo una esta en el texto, la otra simplemente no esta en el cuerpo escritural, se debe leer vía intuición o especulación desde el metatexto. Y sacamos esto a colación porque ambos teorías están directa o indirectamente ligados al placer del texto y al goce del texto, a la lectura y a la relectura; pero sobre todo porque el uso de estos recursos en el corpus narrativo ejemplifican visiblemente, la posibilidad de la intertextualidad  y del metatexto. La primera porque remite desde la vaguedad o insinuación narrativa a lo no escrito a lo que no es tan visible. Aquí la remisión a otro texto obliga al lector a una mayor intensidad y compresión. Y la segunda porque abre la posibilidad al discurso interpretativo, dado que hay todo un cuerpo del texto que no esta en el texto.  Y también vinculadas al placer y goce del texto, porque el placer no solo es lo que se lee, sino también lo que no se lee, lo que apenas se intuye, lo que permanece oculto.  El volumen de lo dicho y no dicho siempre gravita sobre la impresión del lector. Porque el lector avezado, el critico o el lector autor, toman de esos resquicios de esos ocultamientos intermitentes, su material del goce; y abren desde ahí una  posibilidad de autoría.  


SEGUNDA PARTE


Reflexiones finales


1. Configurando un sistema operativo básico. Para este ensayo hemos focalizado un  horizonte abarcativo,  partimos de un esquema proveniente de la computación: el sistema operativo. En ese sentido como en todo sistema, hay una entrada al sistema que es el texto del autor, y hay también una salida del sistema representada  por el lector y su comprensión lectora. Como contenido y parte del sistema actúan dos componentes: el hardware que es el placer del texto y el software  el goce del texto Y aquí según el tipo de receptor/lector, convierte vía conocimiento o imaginación, ese texto en transtextualidad: sea un intertexto, un metatexto o un hipertexto.   Es el lector quien  procesa el texto y lo interpreta, reconstruye o lo amplia. En ese sentido el lector también adquiere las funciones de un programador del texto. Es este punto estamos ante el heroico lector que se ha apropiado de un texto. Y en esa reconfiguración a partir del enunciado del texto,  continua agregando más contenidos, es el punto en que el lector como tal, asume directa o indirectamente, consiente o inconscientemente, el papel de metalector, para posibilitar un producto nuevo.

A partir de ahí este hipotético lector vuelve al punto de partida, asume el papel de autor; y  el proceso vuelve a comenzar. Esa relación de un texto continuo que va mutando se va ampliando y bifurcando incontables veces, es la red virtual. En este punto que se puede representar como una lectura en espiral, en tanto hay un lector anterior y  habrá un lector futuro.  Y aquí tocamos la  noción de Borges de los textos infinitos. La comprensión del lector tiene partes y contenidos del texto original pero también tiene su plusvalía, su agregado cultural, y contiene elementos de los textos que vendrán y las lecturas que pasaran, que siguiera ascendiendo e enriqueciéndose, en todo texto hay un pasado y un futuro latente. Algo parecido a la noción de la espiral de la historia de Vico

2. Reconfigurando el placer del texto, entendido en su más simple especulación, y aún con la ambigüedad del texto de Barthes. Para fines de este ensayo significa además de la cultura, el acomodo, la satisfacción, el estado de un lector primerizo. Asociado a un status quo cultural, pero entendido ese estatus  de y en la lectura. El típico joven que se lee una novela de aventuras como Siddhartha o una de las novelas de Julio Verne. Ese placer deriva propiamente de lo que significa, el acto de leer. Diremos que el placer del texto es la materia prima (el hardware). En cuanto al goce del texto (el software),  lo asignamos a un lector más versado, más perceptivo, con mayor oficio de lector. Quizá apunte y esto es interesante, a la lectura que tiene que hacer un crítico sobre un texto. Estos parámetros son solo como referencia; en tanto no suponen que un lector versado no pueda tener placer en la lectura de un texto, o viceversa que un joven sin tanto oficio como lector, no pueda llegar al goce del texto.
Primera tensión.

Si bien Barthes establece esa diferenciación, y supone dos tipos de lectores. También habla de una escisión, en el lector conviven dos lectores. Característica que nos recuerda aquella sentencia de Hofmannsthal, el hombre moderno es un ser dividido.  Para Barthes quien habla de “«una contradicción viviente»”: un sujeto dividido que goza simultáneamente a través del texto de la consistencia de su yo y de su caída”. (37) Por demás, no hay un texto que sea puro, es decir que sea solo placer o que sea solo goce. En realidad el placer y el goce no están en el texto, sino en el receptor del texto: el lector. En  ese hipotético lector donde confluyen el placer y el goce. Ambos se encuentran e irrumpen en el mismo texto. Una con mayor fuerza y estructura  que el otro. Pero ambos se sustentan. No solo hay una relación amorosa entre el texto y lector, o erótica como plantea Barthes, sino una relación necesaria entre el placer y el goce. Y también entre el autor y el lector.

Segunda tensión

La atribución que el placer del texto esta anclado en la cultura y el goce en la ruptura,  resulta ambiguo. Desde la óptica del lector, el receptor del mensaje. Todo lector tiene una condicionante cultural. De la cual no puede escapar, podrá haber lectores irreverentes, lectores que cuestionan el texto o a los personajes, igualmente podrá haber alta literatura o literatura clásica o no clásica, tópica o no atópica,  pero  hasta esa subversión es producto de una cultura determinada.  Para Barthes un texto es una cadena de citas sacadas del contexto cultural. En ese sentido, aunque el lector desde la subversión, sea una contracultura, lo hace desde un espacio; que en su minimización genética, tiene que estar en el gran nido de la cultura. De ahí que el goce también implica una aproximación a la cultura. 
Tercera tensión

Para Barthes el goce del texto no es decible. Pero eso no significa que el texto en si no sea decible. El texto si es decible. Y el goce aunque no decible puede ser demostrable. Aquí tocamos una puerta cerrada, proveniente de los filósofos del lenguaje. Para citar a Wittgenstein, para quien “los limites de mi lenguaje son los limites de  mi mundo”. En un sentido amplio, se reconoce que el lenguaje como tal no puede describir toda la realidad, por lo tanto hay cosas que no son  decibles. Pero también toca aspectos como que hay un silencio antes y un silencio después de la palabra, que señalaba Paz.  En todo caso Barthes, al afirmar que el goce no es decible, le esta dando una característica de inefable. Pero también reforzando la impronta de lo que el texto no dice: pero lo dice  la intertextualidad y lo dice desde el discurso crítico el metatexto; y también el hipertexto como posibilidad creativa.

3. El placer y el goce del texto desde la lectura. En este clima entre placer y goce, entre lo dicho y lo no dicho, entre el texto y su interpretación, entre la intertextualidad  y el metatexto, entre la continuad y la ruptura;  el lector intenta sobrevivir y lo hace encontrando significados en el texto, pero también más allá del texto. No obstante, nadie le asegura el fin ni tampoco el regreso. Ese antihéroe, lo es por elección pero también porque la naturaleza del texto a veces restringe su capacidad, pero también la fortalece. El lector hace un viaje que le permite el continuum de la aventura, como detective va encontrando pistas, como viajero visitando lugares. En ese sentido Barthes requiere no del lector como otro, sino del espacio que este ocupa. En sentido contrario el lector no requiere del autor, sino el espacio que este le brinda. El lector necesita su lebensraum. Pero en ese peregrinaje, el lector esta  solo, navega como el capitán Memo por aguas placidas (placer)  o por aguas turbulentas (el goce de la subversión o ruptura). Y sea lo que descubra o confirme en sus lecturas. Lo hace solo desde las posibilidades de la imaginación y del conocimiento.  Aquí el conocimiento se constriñe, siempre es una región perfectamente demarcada. Aquí seria imposible establecer, a ciencia cierta, en donde esta el placer y el goce. Si bien en un sentido general para Barthes  el placer esta afincado en la cultura, y el goce en esas rupturas y subversión. 

Y hasta en la destrucción como señala Barthes. Sin embargo, esta destrucción no es total. Todo o acto creativo es parcialmente una destrucción. Se lea o se escriba; el acto creativo lleva implícito una destrucción de los referentes, pero aquí nos interesa más, toda obra nueva ha destruido parte de un imaginario ya establecido, pero se ha nutrido de sus pedazos.  Recordamos la conocida frase de abraxas, “para nacer hay que destruir al mundo”. O aquel ángel de la historia de Benjamín que aspira a recostruir una historia nueva de los pedazos de la historia. Sin embargo esta destrucción en el campo literario, solo es un abandono de ciertos textos referenciales asociados a la cultura, a la moda, al estilo. Solo recordemos la historia y modus operandi de las vanguardias europeas. Esta reconfiguración que se da en el lector o metalector, se tiene que alimentar de lo textual pasado para plantearse un futuro textual. Y esto solo es posible desde la imaginación y el conocimiento porque ambos van de la mano, como una pareja de enamorados. Y en ese encuentro, producto del deseo, a partir de la primera piedra, se va construyendo o una autopista  virtual o una biblioteca eterna.   El camino del lector, viajero del placer o el lector/autor como constructor gozoso de la transtextualidad

4. La lectura y relectura del texto como principios rectores. La lectura, la asociamos a un  proceso mental, un dialogo primerizo entre el autor y al lector. Consideramos el ejemplo de Borges como lector y relector pero  también hay que razonarlo en su dimensión de autor. En ese sentido, hay una simbiosis entre autor y lector. Se ha dicho que un buen escritor tiene que ser un buen lector. Y esto es así, en su sentido más general. Si hay una correspondencia, entre la calidad del autor y la calidad del lector. Pensemos en función de lectores con gran oficio que por su naturaleza mediadora entre el autor y el lector: el de los críticos. Y aquí establecemos una diferencia con Barthes, quien asigna la crítica solo desde el placer del texto. 

Para fines de este ensayo le estamos asignado la función crítica al goce del texto. Establecemos esa diferencia en el tipo de lectura. El placer es una primera impresión basada en el disfrute de la lectura, el goce es un paso más allá de la lectura, es el movimiento operativo simultáneo de la imaginación y el conocimiento como herramientas para trasformar o reconfigurar el texto. Es una acto cognitivo, en que el lector asalta el texto e intenta no solo interpretarlo sino modificarlo y hacerlo nuevo. En ese sentido, esta más cerca del lector critico y del lector/autor que del lector por disfrute.  Para Barthes “el critico y el lector, son tan creadores como el autor” (38).

5. Del  intertexto y metatexto al hipertexto,  como posibilidades creativas. Para fines de este ensayo, aquí le estamos atribuyendo al metatexto, un carácter más espacial, libre, determinado más por la posibilidad del lector que de las del autor. Dejando de lado, los aspectos formales del metatexto: citas de pie de pagina,  textos literarios, de critica y divulgación etc. Aquí le estamos asignando un rango y horizonte más amplio. Si el intertexto esta caracterizado más por el conocimiento, sea del autor o lector sobre otro texto determinado. En el metatexto esta configurado más por la imaginación del receptor. Esto no quiere decir que no haya un proceso cognitivo, que sirva de sustento a la aventura de la imaginación. Si bien se puede auxiliar del conocimiento y la experiencia. El intertexto no es que restringe la capacidad imaginativa del lector, sino que quien lleva la pauta es el autor, no el receptor del texto; quien se ve meridianamente obligado a ir más por el camino del autor. Aunque la potencia del autor sea imaginativa. En el metatexto, el lector amplia esa capacidad, porque posibilita más naturalmente el acto creador.  El lector es más un metalector, un metaautor. Aquí se combinan la noción individual con el lector;  y la noción  personal con el autor. En ese desdoblamiento, ese lector del goce, asienta por escrito su nuevo texto crítico  o ese metaautor, su nuevo texto. Estamos hablando de lectores productivos: autores de crítica o autores de textos (novela, poesía, teatro, ensayo).  En que la lectura y relectura permite no solo reconfigurar el texto leído, sino elaborar un texto nuevo. (39) 

 Por antonomasia el intertexto es más del autor, mientras que el metatexto esta más abierto a la posibilidad de que lo aborde el creador. En el acto creador se da una operatividad cognitiva, relacionada con un núcleo de conocimientos provenientes de la cultura y circunscritos a sistema de códigos literarios. Y la   operatividad imaginativa, libre por naturaleza, válida como vehículo o espacio para dar cabida al nuevo producto. El Interlocutor fabrica ese desdoblamiento que se da entre si, en su capacidad lectora pero también su potencia creadora como autor. Pero este desdoblamiento no es un ser escindido como declara Barthes. Simplemente asumimos un solo ser en que se dan simultáneamente o intermitentemente, el placer y el goce, el conocimiento y la imaginación, el acto de la lectura y el acto escritural. Todos conviven en una sola mente; la del operario textual: metalector o metaautor.    

De esa manera se acerca a la transtextualidad, en este acercamiento al  metatexto, hay dos momentos, el primero es como  proceso mental, en que   desde su lectura va no solo leyendo sino ligando lo leído, y en esa operación mental va construyendo o modificando el texto que lee. Por supuesto lo hace a pedazos, a intervalos, valiéndose de tropismos o intuiciones. Se auxilia de si acervo cultural, de su saber narrativo. Aquí tenemos al lector en cualquiera de sus estados. En el segundo momento, es propiamente ese aterrizaje en el  texto escrito. Aquí ya no estamos ante un lector, sino un metalector, de sus inferencias y de su potencia mental y cognitiva, traduce esos mundos, esos mundos leídos y reimaginados, y lo vuelca en el texto: éste es el crítico o el autor. Si es el crítico, se valdrá también del metatexto, si es el autor de narrativa, dará rienda suelta a su vocación creadora y rebasara el texto leído. Aquí él siempre estará más allá del texto. En un espacio en blanco donde podrá disponer de su imaginación creativa, de su conocimiento literario, de su acervo cultural. Este metatexto mental, producto de la relectura y del goce del texto, puede sonar subversivo. Pero es un final natural a toda lectura bien realizada.

 y aquí entra, finalmente la  hipertextualidad; que para Genette, era “Por ésta entiendo toda relación que una un texto B (que llamaré hipertexto) a un texto anterior A (que llamaré, desde luego, hipotexto). De una u otra manera el hipertexto se convierte en un depositario y fortificador  del acto creativo de la lectura y del acto de escribir. Pero la hipertextualidad no solo es un acto escritural, sino primariamente es un acto mental, es en ese espacio que la imaginación creativa se anuda con el conocimiento previo del lector. Desde ahí solo hay un paso para convertir ese proceso mental  hipertextual en una posibilidad de transformar un arquetipo del texto en un nuevo texto. Sea vía el escritor o el crítico literario. (40)  

6. Tres metáforas de la aventura literaria.  Finalmente, nos auxiliamos de tres metáforas, por un lado el oficioso autor, ese infatigable operario de la creatividad. Y otro la del aventurero lector ese perseverante buscador de imaginarios y realidades.  Para el primero el mito de Sísifo, escribir algo de lo que nunca estará satisfecho, algo que nunca podrá acabar a plenitud. Toda obra narrativa solo devela una faceta de las múltiples apariencias que puede tener un texto. Es como comentaba Vargas Llosa,  el autor tiene que mentirnos piadosamente, porque sabe que nunca alcanzara la verdad ni la perfección. Y como tal esta obligado a repetir aquel proceso fastidioso de subir el texto hasta la cima y luego verlo rodar. Aunque quizá sea una comparación extrema. Aquí el autor es un simulador de Dios o un Pequeño Dios como sugería Huidobro en su Ars poética. Por otro lado nos viene el mito del lector total,  y aquí nos aparece la alegoría de Icaro;  como tal el lector, se aventura, se arriesga a llegar a ese sol lejano y amarillo. Lo hace con alas de plumas pegadas con cera. Lo intenta pero en ese viaje sin  fin, las alas se derriten antes que alcance su fin. Y entre Sísifo y Prometeo, quizá hay un área gris, un devenir impensable: las nuevas tecnologías apuntan hacia eso. (41) Finalmente una metáfora del goce del lector de  Silesius citada por Barthes, en su obra El placer del texto:  "El ojo por el que veo a Dios es el mismo ojo por el que Dios me ve."”




Bibliografía

·         Roland Barthes. El placer del texto y lección inaugural. Siglo XXI, México, Traducción de Nicolás Rosa (El placer del texto) y Oscar Terán (Lección inaugural). Decimotercera reimpresión, 2009. 
·         Gerard Genette, Palimpsestos: la literatura en segundo grado (1962). Paidos, traducción  Celia Fernandez Prieto.  

Notas bibliográficas
El placer y el goce del texto tomados de la mano.

1. Para un ensayo amplio y muy meticuloso, ver CultIvoox. Sobre el placer del texto.
http://cultivoox.blogspot.com/2010/12/sobre-el-placer-del-texto-de-roland.html
2. Idem., CultIvoox También ver: Silvia Colmenero Morales, “Barthes parte de una crítica severa a la ideología, a los sistemas, a la valorización de la cultura y del arte en cuanto es útil. La oposición entre el texto de placer y el texto de goce nace de la crítica a otra oposición: aquella entre lo clásico y lo no clásico, lo útil y lo inútil, lo cultural y lo a-cultural, la doxa y la paradoxa, lo tópico y lo atópico”. En (2004). El Goce del Texto y La Babel Feliz, reseña del libro El Placer del Texto de Roland Barthes. Texto publicado en la Revista Comunicologí@: indicios y conjeturas, Publicación Electrónica del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, Primera Época, Número2,Otoño2004,disponibleen: 
3. Para un breve pero didáctico ensayo desde la relación texto/cuerpo, ver: Estéfany Villegas. El placer del texto: Reflexiones en torno a Roland Barthes. Revista Primera Página. 2  de diciembre de 2016https://primerapaginarevista.com/2016/12/02/el-placer-del-texto/

Texto de Roland Barthes

4. Roland Barthes, El placer del texto y Lección inaugural de la cátedra de semiología del College de france. Traducción de Nicolás de Rosa. Siglo XXI, decimotercera reimpresión 2009., p. 12.
5. Ídem., Roland Barthes,  p.21.
6. Ídem., Roland Barthes p.25.
7 Ídem., Roland Barthes p.25.
8 Ídem.,Roland Barthes, p.25.
9. Ídem., Roland Barthes p36
10.  Ídem., Roland Barthes p.83.
11. Ídem., Roland Barthes p.35
12. Ídem., p.37-38.
13 Ídem., Roland Barthes p.90.
14. Ídem., Roland Barthes p.59.


La lectura y relectura como una espiral.

15. La lectura pasa por tres etapas:  la lectura como proceso, la lectura como producto y la lectura como estrategia. Ver, Khemais Jouini, ESTRATEGIAS INFERENCIALES EN LA COMPRENSIÓN LECTORA GLOSAS DIDÁCTICAS ISSN: 1576-7809 Nº 13, INVIERNO 2005 Revista Electrónica  Internacional ISN  111555777666---777888000999.p.97.www.um.es/glosasdidacticas/GD13/GD13_10.pdf
16. Ídem., p.96.
17. op…cit. Roland Barthes, p. 22-23.
18. ídem., Roland Barthes, p.22-23.
19. Sobre lectura y relectura ver:  Gonzalo Martín, 2013 El Placer del Texto, de Roland Barthes, desde la perspectiva hermenéutica de Gadamer. En el Prostíbulo Gadabarthes.http://gadabarthes.blogspot.com/2013/09/el-placer-del-texto-de-roland-barthes.html
20.  Ídem., Gonzalo Martín.
21. Ídem., Gonzalo Martín, “Gadamer se encuentra con Barthes para reivindicar la pluralidad del significado pero, en su caso, entendida como horizonte donde el intérprete se encontrará habitado por el texto. No así Barthes, que se verá abocado a una permanente reedición en lo nuevo, donde se encontrará no con una fusión de horizontes sino con un horizonte de fusión proporcionado por todas las lecturas dialécticas del texto, agitándolo en una nueva pero continuada significancia”.
22. Entrada Barthes, Roland, Diccionario Literatura, p.34. Ediciones Mensajero. Edición español Juan José Ferrero, Bilbao, 1971.
23. (Barthes, 1990:208)   La aventura semiológica, 1990 Piados, Barcelona, citado en   Dialnet. Roland Barthes y el análisis del discurso.(PDF). Luis Enrique Alonso y Carlos Fernández Rodríguez
24. Antonio Requeni. Buen lector antes que buen escritor. LA NACION, viernes 10 de mayo de 2002.
25. La relectura salva al texto de la repetición, Roland Barthes Blog de literatura Calle del Orco, 4 de junio 2016.https://calledelorco.com/2016/06/04/la-relectura-salva-al-texto-de-la-repeticion-rolland-barthes/
26. Idem.,  Vladimir Nabokov citado en Cursos de literatura europea “A propósito, utilizo la palabra lector en un sentido muy amplio. Aunque parezca extraño, los libros no se deben leer: se deben releer. Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un «relector». Y os diré por qué. Cuando leemos un libro por primera vez, la operación de mover laboriosamente los ojos de izquierda a derecha, línea tras línea, página tras página, actividad que supone un complicado trabajo físico con el libro, el proceso mismo de averiguar en el espacio y en el tiempo de qué trata, todo esto se interpone entre nosotros y la apreciación artística”. También ver: citando a Barthes: Variations sur l´ecriture, la lectura es un fenómeno en el que “participa a la vez la percepción, la intelección, la asociación y también la memoria y el goce”. Analizar mensajes. La lectura según Barthes. * Traducción de César A. Rodríguez, con fines pedagógicos de la página Web citada. 2002.
27. Ricardo Piglia y Juan Villoro. El lector que no sigue la ruta del tranvía sino del texto. Blog de literatura La calle del Orco. Escribir es conversar. Lo que hace Piglia y Villoro es una clasificación del lector fundada en la personalidad del lector. Pero también puede haber otro tipo de lectores, ya no determinados por la personalidad; sino por la necesidad, los modos mentales y operativos de lectura del lector. En el caso que nos ocupa, para establecer un símil: un lector sedentario como Kafka seria el teléfono fijo y un lector más movible como Joyce seria el celular. Finalmente, ver: Colmenero Morales, Silvia (2004). El Goce del Texto y La Babel Feliz, reseña del libro El Placer del Texto de Roland Barthes. Texto publicado en la Revista Comunicologí@: indicios y conjeturas, Publicación Electrónica del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, Primera Época, Número 2, Otoño 2004, disponible en: http://revistacomunicologia.org/index.php?option=com_content&task=view&id=79&Itemid=92  http://revistacomunicologia.org. Silvia Colmenero Morales citando a Barthes nos da otros tipos de lectores, más ceca de la tipología clínica: El fetichista, el obsesivo, el paranoico, (Barthes, 103).Y sin embargo se podría rescatar una lectura psicológica (Barthes, 103)”,      
28. Ob…cit., Antonio Requeni.

La transtextualidad  como otra posibilidad de interpretación.

29. Genette reconoce cinco tipos de transtextualidad: Paratextualidad, Metatextualidad, Arquitextualidad, Hipertextualidad e Intertextualidad. Ver en Teoría literaria. El concepto de TRANSTEXTUALIDAD, de Gerard Genette. Publicado por Miriam Cañete, 23 de febrero de 2010
30. Mario Gallardo. Memorias, erotismo y arte poética en los almanaques de Julio Cortázar. Publicado por Susana Anaine el Viernes 12 de Noviembre de 2010 |
31.  Sobre la lectura, Roland Barthes. Programa y Unidades de Redacción I, “Esto es lo que tan claramente ha expresado el escritor Roger Laporte: “Una lectura pura que no esté llamando a otra escritura tiene para mí algo de incomprensible… Una lectura pura que no esté llamando a otra escritura tiene para mí algo de incomprensible…La lectura de Proust, de Blanchot, de Kafka, de Artaud no me ha dado ganas de escribir sobre esos autores (ni siquiera, añado yo, como ellos), sino de escribir”. Publicado el 1 Junio, 2008 por Mauricio Mayo.
32. Para el desarrollo del intertexto y metatexto nos apoyamos en  Hernández Sánchez, José E. (et.al.). Introducción a los estudios literarios. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2012. Sistema architextual, ECURED   
33.idem, Hernández Sanchez, José.
34. Creaciones: El METATEXTO, publicado por Alexandra Collantes
35.ob…cit.,  Hernández Sanchez, José.
36.idem., Hernandez Sanchez, José.
37 Ob…cit., Roland Barthes, El placer del texto, p.35.
Reflexiones finales


38. Ob…cit., Entrada Barthes, Roland, Diccionario Literatura, p.34.
39. Idem., André Akoun, Las nuevas formas de la critica, Diccionario Literatura, p.122. Ya Valery lo había subrayado, “Toda obra es de muchas otras cosas , además del autor” (…) A lo que hace eco Genette: “Desde hace mas de un siglo, nuestro concepto _y nuestro uso_  de la literatura se ven afectados por un prejuicio  cuya aplicación, cada vez mas sutil  y mas audaz no ha cesado de enriquecer ,pero tampoco de pervertir y en definitiva  de empobrecer  el comercio de las letras: y es el postulado según el cual  una obra esta esencialmente determinada  por su autor  y,  en consecuencia lo manifiesta. Esta lamentable evidencia  no solo ha modificado los métodos  e incluso los objetos dela critica  literaria, sino que incide sobre la operación  más delicada e importante  de las que contribuyen al nacimiento de un  libro: la lectura. (El subrayado y la negrita es nuestro). Citado de G.Genette, Figures, (Seuil, Paris, 1966). Y agregamos dialogo de otras escrituras, ya no desde la intersubjetividad del autor, ni de la historia como referente para hacer el texto critico,  sino partir de la transtextualidad del texto.
40. En informática el concepto hipertexto, esta referido a la posibilidad que tiene el usuario virtual de pasar por medio de un hipervínculo a otro, ese horizonte de un texto plagado de hipervínculos es la hipertextualidad. Pero para fines de este ensayo, no es esa la idea en juego. Sino que el hipertexto esta referido a la posibilidad de un hipertexto mental en el acto de la lectura y derivado  al hipertexto en un libro o texto duro. Es el lector quien lo convierte en hipertexto, en su proceso de lectura y relectura. Tomando partes o ideas o sugerencias del texto que se lee, este proceso pasa por su mente. Desde una perspectiva literaria, Gerard Gennette, fue quien dijo que todo texto es hipertextual. Genette fue de los precursores de los estudios del hipertexto, en su obra Palimpsestos. El La literatura en segundo grado (1982). Para él la hipertextualidad se da por dos vías la trasposición y la imitación.
41. Sobre las nuevas tecnologías aplicadas a la literatura sea vía hipertextual o por otras caminos ver: Sobre uno de los principales estudiosos de las nuevas tecnología y su aplicación a la literatura, LANDOW , P. George. Su obras principales Hipertexto. La convergencia de la teoría crítica contemporánea y la tecnología. Barcelona, Paidós, 1995 LANDOW, P. George (comp.) Teoría de hipertexto. Barcelona, Paidós, 1997. [Volver] LANDOW, P. George. Hypertext 3.0: New Media and Critical Theory in an Era of Globalization. Baltimore, The John Hopkins University Press, 2005. También se puede consultar el interesante artículo de María Jesús Lamarca Lapuente Hipertexto en la literatura Hipertexto: El nuevo concepto de documento en la cultura de la imagen.  Las obras que citan como precursoras del hipertexto son innumerables, pero entre ellas podemos destacar: "Finnegan's Wake" de Joyce, "Pale Fire" de Nabokob, "Tristram Sandy" "de Sterne, "El Castillo de los destinos cruzados" o "Si una noche de invierno un viajero" de Italo Calvino, "Rayuela" de Julio Cortázar o muchas de las "Ficciones" del autor más citado por los defensores de la hiperficción hipertextual, el maestro Borges. Todas estas obras destacarían por su peculiar estructura narrativa y por ofrecer distintas lecturas no secuenciales”.http://www.hipertexto.info/documentos/literat.htm
Tambien se puede consultar su tesis doctoral en  http://www.hipertexto.info/

  
 

Créditos de las ilustraciones
El lector,  pintura al oleo,1856, por Ferdinand Halibuth, pintor francés de origen aleman. 1856

Las demás ilustraciones son tomadas de Las palabras mueven al mundo del blog Una mirada a mi universo. 
La ultima ilustración "dibujo de manos ", 1948,  es un dibujo de M.C Escher, artista holandés. 

























Cuentos hispanoamericanos: La cena de Alfonso Reyes. Post Plaza de las palabras.






Plaza de las palabras siguiendo con la nueva sección, Cuentos hispanoamericanos, presenta al escritor mexicano  Alfonso Reyes, (1889-1959), fue un poeta, ensayista y narrador. Sus obras principales en el campo de la narrativa: El plano oblicuo. Cuentos y diálogos (1920), El testimonio de Juan Peña (1930), La casa del grillo (1938), Verdad y mentira (1950), Árbol de pólvora (1953), Quince presencias (1955), Los tres tesoros (1955). Su obra es más conocida por sus ensayos y poesía, que por su narrativa, también incursiono en el teatro, la crítica y teoría literaria y en la crítica de cine, además fue diplomático. Escritor de talla universal,  con una gran formación de los clásicos y la cultura griega. Su obra completa;  vastísima, esta reunida en 27 volúmenes (FCE). Fundador y director de El Colegio de México. Su cuento La cena ha merecido numerosos elogios y criticas literarias. Es un cuento fantástico, sea de paso fue el inspirador de la famosa novela corta  Aura (1962)  de Carlos Fuentes. El cuento en si se ha clasificado como un cuento del realismo mágico, pero también con tintes surrealistas (1), escrito en 1912 y publicado en 1920, en Plano Oblicuo, cuando el surrealismo no había despegado (1924). André Bretón llega a México en 1930 y Benjamín Pèret en 1940.  En el cuento La cena el  protagonista principal es Alfonso, personaje  que también es el narrador, cuento  escrito en primera persona, cumpliendo uno de los postulados de todo relato fantástico de Todorov, para hacer más creíble la historia narrada y la realidad de los personajes.  Así la trama ágil y convincente se desliza, entre la realidad cotidiana y la fantasía portentosa, entre  lo onírico y lo irreal, sin dejar de pisar el piso de lo real y concreto. En que el tiempo se escamotea, en un abrir y cerrar de puertas, en el tictac de un reloj, en una fugaz mirada.  Un cuento bien escrito (2), con un lenguaje quirúrgico y de gran impacto; que subvierte la realidad, y la fusiona con lo irreal, claroscuro de la narración,  ¿en qué momento sucede esto? ¿Y cómo se da? Son interrogantes que quedan en duda en el cuento, pero que son requisitos de su calidad onírica fantástica, en que el tiempo tira sus cartas y  juega con las apariencias; y que nos recordara, por su final,  el conocido ensayo de Borges La flor de Coleridge, de su libro ensayístico Otras inquisiciones, (1952).  Escrito mucho después del cuento La cena.  Sea de paso que J.L Borges tuvo en gran estima al escritor Alfonso Reyes y llegó afirmar que éste  era  "el mejor prosista del idioma español del siglo XX"




La cena
La cena, que recrea y enamora.
San Juan de la Cruz

Tuve que correr a través de calles desconocidas. El término de mi marcha parecía correr delante de mis pasos, y la hora de la cita palpitaba ya en los relojes públicos. Las calles estaban solas. Serpientes de focos eléctricos bailaban delante de mis ojos. A cada instante surgían glorietas circulares, sembrados arriates, cuya verdura, a la luz artificial de la noche, cobraba una elegancia irreal. Creo haber visto multitud de torres —no sé si en las casas, si en las glorietas— que ostentaban a los cuatro vientos, por una iluminación interior, cuatro redondas esferas de reloj.
Yo corría, azuzado por un sentimiento supersticioso de la hora. Si las nueve campanadas, me dije, me sorprenden sin tener la mano sobre la aldaba de la puerta, algo funesto acontecerá. Y corría frenéticamente, mientras recordaba haber corrido a igual hora por aquel sitio y con un anhelo semejante. ¿Cuándo?

Al fin los deleites de aquella falsa recordación me absorbieron de manera que volví a mi paso normal sin darme cuenta. De cuando en cuando, desde las intermitencias de mi meditación, veía que me hallaba en otro sitio, y que se desarrollaban ante mí nuevas perspectivas de focos, de placetas sembradas, de relojes iluminados… No sé cuánto tiempo transcurrió, en tanto que yo dormía en el mareo de mi respiración agitada.
De pronto, nueve campanadas sonoras resbalaron con metálico frío sobre mi epidermis. Mis ojos, en la última esperanza, cayeron sobre la puerta más cercana: aquél era el término.
Entonces, para disponer mi ánimo, retrocedí hacia los motivos de mi presencia en aquel lugar. Por la mañana, el correo me había llevado una esquela breve y sugestiva. En el ángulo del papel se leían, manuscritas, las señas de una casa. La fecha era del día anterior. La carta decía solamente:
«Doña Magdalena y su hija Amalia esperan a usted a cenar mañana, a las nueve de la noche. ¡Ah, si no faltara!...»
Ni una letra más.
Yo siempre consiento en las experiencias de lo imprevisto. El caso, además, ofrecía singular atractivo: el tono, familiar y respetuoso a la vez, con que el anónimo designaba a aquellas señoras desconocidas; la ponderación: «¡Ah, si no faltara!...», tan vaga y tan sentimental, que parecía suspendida sobre un abismo de confesiones, todo contribuyó a decidirme. Y acudí, con el ansia de una emoción informulable. Cuando, a veces, en mis pesadillas, evoco aquella noche fantástica (cuya fantasía está hecha de cosas cotidianas y cuyo equívoco misterio crece sobre la humilde raíz de lo posible), paréceme jadear a través de avenidas de relojes y torreones, solemnes como esfinges de la calzada de algún templo egipcio.
La puerta se abrió. Yo estaba vuelto a la calle y vi, de súbito, caer sobre el suelo un cuadro de luz que arrojaba, junto a mi sombra, la sombra de una mujer desconocida.
Volvíme: con la luz por la espalda y sobre mis ojos deslumbrados, aquella mujer no era para mí más que una silueta, donde mi imaginación pudo pintar varios ensayos de fisonomía, sin que ninguno correspondiera al contorno, en tanto que balbuceaba yo algunos saludos y explicaciones.
—Pase usted, Alfonso.
Y pasé, asombrado de oírme llamar como en mi casa. Fue una decepción el vestíbulo. Sobre las palabras románticas de la esquela (a mí, al menos, me parecían románticas), había yo fundado la esperanza de encontrarme con una antigua casa, llena de tapices, de viejos retratos y de grandes sillones; una antigua casa sin estilo, pero llena de respetabilidad. A cambio de esto, me encontré con un vestíbulo diminuto y con una escalerilla frágil, sin elegancia; lo cual más bien prometía dimensiones modernas y estrechas en el resto de la casa. El piso era de madera encerada; los raros muebles tenían aquel lujo frío de las cosas de Nueva York, y en el muro, tapizado de verde claro, gesticulaban, como imperdonable signo de trivialidad, dos o tres máscaras japonesas. Hasta llegué a dudar… Pero alcé la vista y quedé tranquilo: ante mí, vestida de negro, esbelta, digna, la mujer que acudió a introducirme me señalaba la puerta del salón. Su silueta se había colorado ya de facciones; su cara me habría resultado insignificante, a no ser por una expresión marcada de piedad; sus cabellos castaños, algo flojos en el peinado, acabaron de precipitar una extraña convicción en mi mente: todo aquel ser me pareció plegarse y formarse a las sugestiones de un nombre.
—¿Amalia?— pregunté.
—Sí—. Y me pareció que yo mismo me contestaba.
El salón, como lo había imaginado, era pequeño. Mas el decorado, respondiendo a mis anhelos, chocaba notoriamente con el del vestíbulo. Allí estaban los tapices y las grandes sillas respetables, la piel de oso al suelo, el espejo, la chimenea, los jarrones; el piano de candeleros lleno de fotografías y estatuillas —el piano en que nadie toca—, y, junto al estrado principal, el caballete con un retrato amplificado y manifiestamente alterado: el de un señor de barba partida y boca grosera.
Doña Magdalena, que ya me esperaba instalada en un sillón rojo, vestía también de negro y llevaba al pecho una de aquellas joyas gruesísimas de nuestros padres: una bola de vidrio con un retrato interior, ceñida por un anillo de oro. El misterio del parecido familiar se apoderó de mí. Mis ojos iban, inconscientemente, de doña Magdalena a Amalia, y del retrato a Amalia. Doña Magdalena, que lo notó, ayudó mis investigaciones con alguna exégesis oportuna.
Lo más adecuado hubiera sido sentirme incómodo, manifestarme sorprendido, provocar una explicación. Pero doña Magdalena y su hija Amalia me hipnotizaron, desde los primeros instantes, con sus miradas paralelas. Doña Magdalena era una mujer de sesenta años; así es que consistió en dejar a su hija los cuidados de la iniciación. Amalia charlaba; doña Magdalena me miraba; yo estaba entregado a mi ventura.
A la madre tocó —es de rigor— recordarnos que era ya tiempo de cenar. En el comedor la charla se hizo más general y corriente. Yo acabé por convencerme de que aquellas señoras no habían querido más que convidarme a cenar, y a la segunda copa de Chablis me sentí sumido en un perfecto egoísmo del cuerpo lleno de generosidades espirituales. Charlé, reí y desarrollé todo mi ingenio, tratando interiormente de disimularme la irregularidad de mi situación. Hasta aquel instante las señoras habían procurado parecerme simpáticas; desde entonces sentí que había comenzado yo mismo a serles agradable.
El aire piadoso de la cara de Amalia se propagaba, por momentos, a la cara de la madre. La satisfacción, enteramente fisiológica, del rostro de doña Magdalena descendía, a veces, al de su hija. Parecía que estos dos motivos flotasen en el ambiente, volando de una cara a la otra.
Nunca sospeché los agrados de aquella conversación. Aunque ella sugería, vagamente, no sé qué evocaciones de Sudermann, con frecuentes rondas al difícil campo de las responsabilidades domésticas y —como era natural en mujeres de espíritu fuerte— súbitos relámpagos ibsenianos, yo me sentía tan a mi gusto como en casa de alguna tía viuda y junto a alguna prima, amiga de la infancia, que ha comenzado a ser solterona.
Al principio, la conversación giró toda sobre cuestiones comerciales, económicas, en que las dos mujeres parecían complacerse. No hay asunto mejor que éste cuando se nos invita a la mesa en alguna casa donde no somos de confianza.
Después, las cosas siguieron de otro modo. Todas las frases comenzaron a volar como en redor de alguna lejana petición. Todas tendían a un término que yo mismo no sospechaba. En el rostro de Amalia apareció, al fin, una sonrisa aguda, inquietante. Comenzó visiblemente a combatir contra alguna interna tentación. Su boca palpitaba, a veces, con el ansia de las palabras, y acababa siempre por suspirar. Sus ojos se dilataban de pronto, fijándose con tal expresión de espanto o abandono en la pared que quedaba a mis espaldas, que más de una vez, asombrado, volví el rostro yo mismo. Pero Amalia no parecía consciente del daño que me ocasionaba. Continuaba con sus sonrisas, sus asombros y sus suspiros, en tanto que yo me estremecía cada vez que sus ojos miraban por sobre mi cabeza.
Al fin, se entabló, entre Amalia y doña Magdalena, un verdadero coloquio de suspiros. Yo estaba ya desazonado. Hacia el centro de la mesa, y, por cierto, tan baja que era una constante incomodidad, colgaba la lámpara de dos luces. Y sobre los muros se proyectaban las sombras desteñidas de las dos mujeres, en tal forma que no era posible fijar la correspondencia de las sombras con las personas. Me invadió una intensa depresión, y un principio de aburrimiento se fue apoderando de mí. De lo que vino a sacarme esta invitación insospechada:
—Vamos al jardín.
Esta nueva perspectiva me hizo recobrar mis espíritus. Condujéronme a través de un cuarto cuyo aseo y sobriedad hacia pensar en los hospitales. En la oscuridad de la noche pude adivinar un jardincillo breve y artificial, como el de un camposanto.

Nos sentamos bajo el emparrado. Las señoras comenzaron a decirme los nombres de las flores que yo no veía, dándose el cruel deleite de interrogarme después sobre sus recientes enseñanzas. Mi imaginación, destemplada por una experiencia tan larga de excentricidades, no hallaba reposo. Apenas me dejaba escuchar y casi no me permitía contestar. Las señoras sonreían ya (yo lo adivinaba) con pleno conocimiento de mi estado. Comencé a confundir sus palabras con mi fantasía. Sus explicaciones botánicas, hoy que las recuerdo, me parecen monstruosas como un delirio: creo haberles oído hablar de flores que muerden y de flores que besan; de tallos que se arrancan a su raíz y os trepan, como serpientes, hasta el cuello.
La oscuridad, el cansancio, la cena, el Chablis, la conversación misteriosa sobre flores que yo no veía (y aun creo que no las había en aquel raquítico jardín), todo me fue convidando al sueño; y me quedé dormido sobre el banco, bajo el emparrado.
—¡Pobre capitán! —oí decir cuando abrí los ojos—. Lleno de ilusiones marchó a Europa. Para él se apagó la luz.
En mi alrededor reinaba la misma oscuridad. Un vientecillo tibio hacía vibrar el emparrado. Doña Magdalena y Amalia conversaban junto a mí, resignadas a tolerar mi mutismo. Me pareció que habían trocado los asientos durante mi breve sueño; eso me pareció…
—Era capitán de Artillería —me dijo Amalia—; joven y apuesto si los hay.
Su voz temblaba.
Y en aquel punto sucedió algo que en otras circunstancias me habría parecido natural, pero entonces me sobresaltó y trajo a mis labios mi corazón. Las señoras, hasta entonces, sólo me habían sido perceptibles por el rumor de su charla y de su presencia. En aquel instante alguien abrió una ventana en la casa, y la luz vino a caer, inesperada, sobre los rostros de las mujeres. Y —¡oh cielos!— los vi iluminarse de pronto, autonómicos, suspensos en el aire —perdidas las ropas negras en la oscuridad del jardín— y con la expresión de piedad grabada hasta la dureza en los rasgos. Eran como las caras iluminadas en los cuadros de Echave el Viejo, astros enormes y fantásticos.
Salté sobre mis pies sin poder dominarme ya.
—Espere usted —gritó entonces doña Magdalena—; aún falta lo más terrible.
Y luego, dirigiéndose a Amalia: —Hija mía, continúa; este caballero no puede dejarnos ahora y marcharse sin oírlo todo.
—Y bien —dijo Amalia—: el capitán se fue a Europa. Pasó de noche por París, por la mucha urgencia de llegar a Berlín. Pero todo su anhelo era conocer París. En Alemania tenía que hacer no sé qué estudios en cierta fábrica de cañones… Al día siguiente de llegado, perdió la vista en la explosión de una caldera.

Yo estaba loco. Quise preguntar; ¿qué preguntaría? Quise hablar; ¿qué diría? ¿Qué había sucedido junto a mí? ¿Para qué me habían convidado?
La ventana volvió a cerrarse, y los rostros de las mujeres volvieron a desaparecer. La voz de la hija resonó:
—¡Ay! Entonces, y sólo entonces, fue llevado a París. ¡A París, que había sido todo su anhelo! Figúrese usted que pasó bajo el Arco de la Estrella: pasó ciego bajo el Arco de la Estrella, adivinándolo todo a su alrededor… Pero usted le hablará de París, ¿verdad? Le hablará del París que él no pudo ver. ¡Le hará tanto bien!
(«¡Ah, si no faltara!»… «¡Le hará tanto bien!»)
Y entonces me arrastraron a la sala, llevándome por los brazos como a un inválido. A mis pies se habían enredado las guías vegetales del jardín; había hojas sobre mi cabeza.
—Helo aquí —me dijeron mostrándome un retrato. Era un militar. Llevaba un casco guerrero, una capa blanca, y los galones plateados en las mangas y en las presillas como tres toques de clarín. Sus hermosos ojos, bajo las alas perfectas de las cejas, tenían un imperio singular. Miré a las señoras: las dos sonreían como en el desahogo de la misión cumplida. Contemplé de nuevo el retrato; me vi yo mismo en el espejo; verifiqué la semejanza: yo era como una caricatura de aquel retrato. El retrato tenía una dedicatoria y una firma. La letra era la misma de la esquela anónima recibida por la mañana.
El retrato había caído de mis manos, y las dos señoras me miraban con una cómica piedad. Algo sonó en mis oídos como una araña de cristal que se estrellara contra el suelo.
Y corrí, a través de calles desconocidas. Bailaban los focos delante de mis ojos. Los relojes de los torreones me espiaban, congestionados de luz… ¡Oh, cielos! Cuando alcancé, jadeante, la tabla familiar de mi puerta, nueve sonoras campanadas estremecían la noche.
Sobre mi cabeza había hojas; en mi ojal, una florecilla modesta que yo no corté.

Notas bibliográficas
1. Sobre una excelente reseña y análisis del cuento, ver Lee Kyeong Min La universalidad de Alfonso Reyes: un acercamiento a La cena. Seminario de Literatura Mexicana
Universidad Nacional de Seúl.
 2. Sobre los orígenes realistas o surrealista   del cuento, ver el ensayo «LA CENA» DE ALFONSO REYES, CUENTO ONÍRICO: ¿SURREALISMO O REALISMO MÁGICO? THESAURUS. Tomo XXXVI. Núm. 2 (1981). James WILLIS ROBB. «La cena» de Alfonso Reyes .Centro Virtual Cervantes.
 

Créditos de las ilustraciones

Fotografía Capilla Alfonsina, El País, Cultural.
Dos mujeres encantadas, Alex Lazard, pintor mexicano

Fotografía de Alfonso Reyes, Fundación Inba