Flannery O'connor: La escritora que le enseño a un pollo a caminar hacia atrás. Post Plaza de las palabras





(savannah Georgia, 25 de marzo de 1925-
Milledgeville,Georgia  3 de agosto de 1964)


Pese a que Flannery O'Connor comenzó a escribir cuentos a  los seis años de edad,  no fue lo que suele llamarse una escritora prolífera. Si fue una escritora sin ambages, de un golpe directo al hígado, pero no aspiraba a llegar al knot out sino llamar la atención sobre la naturaleza humana, y la posible redención del hombre.  Otra forma de desempaquetar la  vida: sin concesiones y sentimentalismos. Entretanto, Flannery O'connor  escribió novelas y cuentos, publicó también ensayos, Mistery and Manners, que recoge ensayos sobre literatura, reseñas, el arte de escribir, pero también de su visión católica.  Su diario A Prayer Journal (1969) y The Habit of Being (1979), que reúne su correspondencia. Ambos libros son póstumos; recopilados y editados por Sally Fitzgerald. También la mayoría de sus relatos son póstumos. Escribió dos novelas: Sangre sabia, Wise Blood, (1952), la cual llevo al cine el director Sam Houston, novela con resabios de The Waste Land de T.S.Elliot, y Miss Lonelyhear de Nathanael West. Y Los violentos lo arrebatan, The Violent Bear It Away, (1960), así como 31 relatos breves, recogidos en dos libros: Un hombre bueno no es fácil de encontrar, A Good Man Is Hard To Find, (1955) y Todo lo que asciende tiene que converger, Everything That Rises Must Converge, (póstumo 1965). 

La crítica suele considerarla como una escritora del grupo Gótico del sur, o de la School of Southern ficcional, que   incluía  a William Faulkner, Katherine Anne Porter, Eudora Welty y Carson MacCullers. Se la estudia a veces dentro de la literatura sureña, aunque se distingue de la mayoría de los escritores de la Patria Chica sureña, por su perspectiva católica de alta catadura. Una especie de Juana de Arco, en el Deep South. Terreno hostil por naturaleza y con peligros de alta intensidad. Las tensiones son triples, primero su pertenencia territorial a los escritores sureños. Segundo su conflicto en un territorio de mayoría fundamentalista  protestante. La denominada “faja Bíblica”, en que permeaba una visión teológica del hombre y un color poético y destino profético;  y en esa faja Flannery  arrinconada en el gueto católico, en que su alta  dosis de catolicismo se vio confrontado y puesto a prueba. Algunos estudiosos afirman que más que una escritora católica era una católica metida a escritora. Pedazo de geografía, manchado de un alto grado  racial, en que la triple K, perseguía y acosaba, judíos, negros y católicos. Sumado a una tercer tensión  condicionante, su enfermedad, que la aquejo en su últimos años de vida en su finca Andalusia, cercana al pueblo de  Milledgeville,donde vivía acompañada de su madre; y donde se la pasaba escribiendo, cuidando pavos reales y hablando con Dios. Muere a los 39 años.




Ella destaco por la calidad y estrépito de sus cuentos. En que retrato pequeños núcleos rurales y suburbanos, el conflicto racial, el fundamentalismo religioso, la humillación de las mujeres, la incomunicación, la violencia, el conflicto de identidades, la pobreza, no solo pobreza física sino pobreza espiritual; y además ese halo de enajenación que caracterizaba la vida rural y urbana de los pueblos del sur. Y tan plagada de seres extraños, una recurrente en los escritores sureños. En cuanto a su estilo, los críticos han señalado su crudeza, su temática sin concesiones, su uso del expresionismo, que desembocan en un “realismo grotesco”. (1). Pero Flannery, que también era ensayista, reflexiono sobre el proceso creativo y el lenguaje, y llego a escribir también un diario, A Prayer Journal, en el que declaraba tres aspiraciones: “ser una buena escritora, ser una mística y conocer la voluntad de Dios” (2) por el cual algunos de sus lectores y escritores llegaron después a sus cuentos. Los diario son el sótano de su edificio narrativo, porque describen a una Flannery, más intima y cercana. El “agua viva” que regaba sus relatos.  También escribía  reseñas literarias en Georgia Bulletin.  En uno de sus ensayos “Naturaleza y finalidad de la narrativa”, afirma: “Arte es una palabra que asusta a la gente, porque parece demasiado grandiosa. Pero para mí el arte es escribir algo que es valioso por sí mismo. La base del arte es la verdad en un sentido imaginativo.” (3)
 
Tuvo diversas influencias entre ellos a Edgar Allan Poe y Nathaniel Hawthorne, dos mentes sombrías pero lucidas, y en los aspectos técnicos a dos estilistas consumados: Henry James y a Joseph Conrad, de quien afirmaba que era su autor favorito.  Pero aún en esto su aureola tiene dos motivaciones. Los escritores de los que se nutrió y los escritores que admiraba, entre los segundos hay un buen numero de escritores, que al igual que ella, eran católicos. Los ingleses Greene y Vaugh, para citar dos. La novela  Wise Blood de Flannery O'Connor, vino a ser en el mundo de los escritores católicos, lo que fue The Power and Glory, de Grahan Greene, novela ambientada en  México. Y la novela Brideshead Revisted de Vaughn. Sumados a Greene y Vaugh , Flannery admiraba y leía a los tres mosqueteros franceses George Bernanos, Francois Muriac, y Leon Bloy. Pero sobre todo en sus grandes concepciones,  se había nutrido de la vision de  Pierre Teilhard de Chardin, del cual había asimilado su concepto de punto omega, un punto en que todo convergía. Leía también a Jacques Maritain.  En la universidad de Iowa descubriría a Kafka y Joyce  y también  formaban parte de su arsenal de lecturas los escritores rusos Dostoievski y Gogol. De los  escritores contemporáneos,  sentía simpatía por Celine, el del largo viaje al fin de la noche. Y  admiraba la personalidad de los judíos Bernard Malamud y Simone Weil. El Nobel Kenzaburo Oe, reconoció y agradeció los escritos de Flannery. Muchos de sus cuentos y temas tienen un eco con algunos de los cuentos y novelas de Faulkner, no en cuanto al estilo, pero si en su reproducción de las atmósferas. Ella misma rechazaba tener influencias de Faulkner: “Intento ni acercarme a él, para que mi pequeño bote no se empantane(4). Sin embargo confesaba que la novela de Faulkner “Mientras agonizo”, era su preferida. Respetaba a Faulkner. Ese bicho raro que, afirmaba que entre una botella de whisky y la nada, prefería una botella de whisky. Y quien también lleno su galería de personajes enajenados y rufianes, tan así que Italo Calvino, llego a firmar que hacían parecer las tragedias de Sófocles en juego de niños. No en vano, Faulkner era sureño, y en sus relatos también exudan algo del  sopor y tremendismo gótico. Pero Flennery solía citar una extraña y lapidaria frase sobre los escritores: “Los narradores son cavernícolas pintando sus manos en las paredes de una caverna subterránea”.





Pero, ¿cómo era Flannery O’connor? Contrario a lo que se podría pensar, a pesar de acusar una cierta timidez, no fue de esas escritoras encerradas en su cuarto de papel. Disfruto de cierta vida social, conocer escritores, trabajar en periódicos y revistas. Obtuvo una beca para estudiar periodismo, que luego cambio, por asistir al taller de escritura creativa de la Universidad de Iowa. En donde departió y compartió con muchos escritores entre ellos Robert Penn Warren y Arthur Koestler. No se caso ni tuvo hijos, tuvo amigas y también es publica su animadversión a la escritora Carson MacCullers,  a quien Faulkner consideraba su “hija”. Quizá un resabio de rivalidades, ambas escritoras generacionales y sureñas. Una parodia de los altibajos en la amistad de Virginia Woolf y Katherine Mansfield. Con todo Flannery aún con sus adversidades y sufrimiento, no se escondió del mundo, sino que quiso develar el mundo. Descubriendo las grandes falencias de la naturaleza humana, y a veces de una ética vulnerable, hipócrita y de cristal. 

No era una mujer sufrida al  estilo de  las laceraciones existenciales y morales de Emily Dickson, en su pose de una puritana ensimismada encerrada en su bunker de Nueva Inglaterra,   ni de las heridas físicas y emocionales de Frida Khalo, en su refugio pictórico de Coyoacán. No fue una feminista a ultranza. Tampoco su fama fue inmediata, todavía a inicios de la década de los 90s, no había llegado a ser una escritora muy conocida en lengua castellana. Tampoco contó con el boom mediático de ganar un nobel como Alice Munro o tener un salvavidas a prueba de olvido, como la gótica danesa Isak Denisen, con la película África Mía.  Llego a conocer al poeta Robert Lowell, y la poeta Elizabeth Bishop, a la muerte de Flannery, afirmo: “Si la literatura norteamericana sobrevive,  los relatos de Flannery O'connor sobreviran”. (5)

Flannery triple hija : de su tiempo, de su  territorio, pero también hija de su educación conservadora en donde se enseñaba a las muchachas como llegar a ser buenas esposas y no mujeres. Y en donde el sustrato religioso y de normas pétreas, aunado a su visión casi mística de la vida produjo esos ensayos y diarios a veces difíciles de entender totalmente, pero que son necesarios para luego abordar sus esperpénticos cuentos. Sin embargo, un close up a sus maneras, identificaba a una Flannery  con “tres vocaciones: religiosa, como escritora y como amiga (6). Su principal biógrafo oficial  el profesor William “Bill” Sessions (7), quien la conoció y compartió trabajos en una modesta  revista literaria, la describe así: «simpática, voluntariosa», dispuesta siempre a bromear, una persona que «sabía acoger a todos pero que no tenía miedo de decir las cosas a la cara», motivo por el que era apreciada por la cantidad de gente que le escribía centenares de cartas, una autora refinada que cambió para siempre la literatura estadounidense y no solo. Influyó sobre escritores, poetas y cantautores y era la mujer que el 23 de septiembre de 1947, cuando tenía 22 años, escribió en su diario: «Oh Dios, haz que yo Te desee. Para mí sería la felicidad más grande. Haz que yo Te desee no sólo cuando pienso en ti, sino en cada momento, haz que este deseo se mueva dentro de mí, que viva dentro de mí como un cáncer. Como un cáncer me mataría y esto sería el Cumplimiento». (8)Y paradójicamente llego a padecer de cáncer, sin embargo, ella  enfrento ese flagelo con estoicismo, enfundada en su cuartel general: la Fe y la Gracia de su catolicismo, mismo que tampoco convirtió en militante en sus narraciones, porque supo guardar la distancia; pero si es cierto que esta factor influyo no solo en su vida personal, sino también en la arquitectura invisible de sus  personajes y las tramas de sus cuentos.

De sus personajes, sacados del bajo y medio fondo sureño: inadaptados, violentos, machistas, racistas, egoístas, en definitiva tan sórdidos que su misma madre le decía que mejor escribiera sobre  “personas buenas”. Una asamblea de personajes donde no faltarían predicadores, el mismo Dios, Jesús y siempre niños deambulando en el paisaje narrativo. Pero sin convertirlos en alegorías ni símbolos. Sus personajes no simbolizan a nada más que su propia carne y heridas abiertas. En todo caso preferia hablar del misterio.  Al respecto Flannery cuenta: “Todos mis relatos tratan sobre la gracia de un personaje que no la desea, por eso la mayoría de la gente piensa que las historia son duras, sin esperanza, brutales” (9) Pero en el fondo ella tenia la profunda convicción de que hacia lo correcto, que así había que escribir, presenta al hombre en su desnudez, para que viera una posibilidad de redención. Que al fin y al cabo había una posibilidad de salvación, aun en contra de si mismo y actuando inconscientemente, al final en esa remate siempre había una mirada de  misterio. La redención era una posibilidad que los hombres tenían, su laboratorio social, era sus habitantes del sur, sus lectores, la humanidad toda.

Estremecer al lector, no desde el kitsch de las emociones sino desde la conmoción de la conciencia, en los cuentos de Flannery, habita el abecedario de lo telúrico, están diseñados para producir no  terremotos de baja intensidad, sino para terremotos de alta intensidad. Nadie sabe a ciencia cierta cundo ocurrirán, sus desenlaces son impredecibles, aunque el lector siga las pista de buen sabueso, camina sobre una tierra fangosa. Pero ese sabor de lo impredecible tiene un formato metafísico, de ahí su eficacia. Sus cuentos van dirigidos a la conciencia, y develan ese sentido de perdida, tan natural y sensible de la fragilidad de la naturaleza humana. Son un espejo, que produce un rosario de escalofríos al lector, como quien se mira en un espejo y se dice, calmadamente, ese no soy yo, pero duda de su aseveración y como buen filósofo empieza a dudar hasta del espejo que tiene enfrente. Algo ha pasado y pasa en los personajes de Flannery, y la conciencia apunta su  dedo índice y la mirada se petrifica. Pero ella no quiere que veamos lo celestial ni lo abstracto, sino que miremos el dedo índice apuntando a un  horizonte concreto que puede no estar más allá de nuestras narices, y tan lejano como una montaña que apenas intuimos. Pero ese apuntar a la nada o al todo, al vacío o lo concreto,  también apunta al lector desconocido. Manifestaba Flannery en el cierre de sus diarios A Prayer Journal: “Hoy me he demostrado a mí misma ser una glotona de whisky, de galletas de avena y de pensamientos eróticos”.   



En su concepción de la narración, creía que el fin de toda literatura, es aturdir al lector, exprimirlo para que abra la ventana del mundo. Y descubrirnos en ese horizonte abarcador como personajes por medio del espejo de la ficción. Pese a lo grotesco de sus personajes, entre la ironía y la comicidad, ella  no era el estandarte al viento de una visión decadente, pero esto le permitía llegar a posesionar a sus personajes en situaciones extremas, solo al filo del abismo sus personajes, podrían, a veces verse a si mismos, en el fondo del abismo. No en el sentido, tipo aforismo de “No mires tanto al abismo porque podrías caer en el”. Secuela de aquel otro aforismo parecido de Nietzsche.  Comentaba Antonio Spadaro en una entrevista leer a O'Connor tiene una relevancia educativa: enseña a ver mejor la realidad”. Y citando a Flannery decía: "Cuanto más detenidamente miras un objeto más mundo verán dentro". Porque para Flannery O'connor la narración tiene que ver con el misterio del hombre y recurre a una educación de la mirada. (10). 

Sin embargo, los personajes de Flannery, ya estaban todos en el abismo. Su posibilidad solo era seguir en el -consiente o inconscientemente- o salir del fondo del abismo. Lo que significaba una enérgica sacudida.  Pero para encontrar ese punto de arranque de la gnosis  solo se lograba en una atmosfera francamente desoladora y radical. La condición humana, sufría ese tamiz del triunvirato de su doctrina católica: la revelación, la gracia y el misterio. Por eso estaba convencida de que sin “el infierno no habría dignidad”. No para darnos un mensaje moralizante ni pontificar sobre las bienaventuranzas  y desgracias de la vida. Sino para confrontar a sus personajes, con acontecimientos decisivos, verticales y  totales. Desde una posición en que pudieran tener atisbos de la gramática real de la vida y del lenguaje maravilloso del mundo. Por eso “En cada cuento hay una dimensión extra", nos anuncia Flannery. "El escritor nos pone en medio de una acción humana y la ilumina delineada por el misterio. En cada relato hay una revelación menor." Quien lee a Flannery siente que ha visto algo del mundo y que eso que ha visto lo ha transformado. (11)


En fin toquemos tierra, porque escribir desde un pequeño pueblo de Georgia  en los años 50s, podría parecer milagroso. Pero sus escritos y relatos trasportan un legado visionario, y como cuentista, un sentido universal y profético, asentado en el sustrato cultural y popular del sur.  “Para ella lo particular que podría identificarse, falsamente pero podría hacerse, con lo estrecho, pequeño familiar o limitado, deja de serlo cuando se mira seriamente: “Cuanto más tiempo se mire un objeto, más cosas del mundo se ven en él, y es bueno recordar que el escritor de narrativa serio escribe siempre sobre el mundo entero, por muy reducido que sea su escenario particular. Para él la bomba que estalló en Hiroshima afecta en la vida del río Oconee y no hay nada que él pueda hacer sobre ello”. El narrador comienza por la observación de lo más cercano –por ejemplo el río que cruza el estado de Georgia- pero se ve afectado por los acontecimientos del mundo entero. Por otro lado, la universalidad en lo particular consiste en que una buena narración está destinada a conmover al lector y, por tanto, a permitir un despertar, de la experiencia de cualquier hombre. De esta manera, sus escritos requieren el coraje, por parte del que lee, de no temer hacer una experiencia, es decir, que la buena narración es aquella en la que uno pueda decir que tras su lectura le ha sucedido algo: (12)




Cuenta el escritor Antonio Muñoz Molina, en una brevísima semblanza de Flannery, muy concisa y didáctica, (13),  un dato curioso. “Flannery a los 6 años había enseñado a  un pollo a caminar hacia atrás”, dice Muñoz Molina “y eso le ganó una fama precoz nunca igualada por la que le dio la literatura; la sacaron en un noticiario cinematográfico que fue visto en todo el país”. Es decir un anticipo de Shirley Temple, en 1931. Y es revelador  ese dato porque ella  había empezado a escribir cuentos también a la edad de 6 años. Entonces  tenemos dos datos duros de Flannery a los seis años, su formación del hábito del ser: escribir cuentos y una metáfora de su posible método. En fin enseñar a caminar un pollo al revés, no resulta tan extraño una vez consumado el hecho. Lo verdaderamente sorprendente es que sea una niña de 5 o 6 años a quien  se le ocurre semejante proceder, y no solo lo piensa como potencia sino que le efectúa como acto. Y algo le pasó a esa edad a Flannery que la marco, tal como ella misma lo confiesa en unos de sus  ensayos. “Living with a Peacock:” (14) En sus cuentos  todos  los personajes se nos presentan en su última etapa casi destruidos, aniquilados. Se presentan en su estado natural: con todos sus atavismos y complejidades en sus bolsillos. Todos han caminado hacia atrás sin ver hacia adelante. Nos llegan ya consumados, los relatos insinúan que tiene la posibilidad de aprender a caminar hacia adelante, pero no lo hacen rechazan el estado de Gracia. Ese que esta más allá, al borde del camino, y que no ven. Paradójica circunstancia, pero no es nueva. Esto de escritura a la inversa lo inventaron los surrealistas y quien este familiarizado con  Pérec y  Cortázar: instrucciones para bajar una escalera al revés. 

Además la famosa tesis IX de Walter Benjamín, El ángel de la Historia, quien avanza pero sin ver hacia adelante, porque solo ve hacia atrás impedida por un fuerte viento que le imposibilita ver el futuro. Los personajes de Flannery son como ese ángel de la historia de Benjamín. Ambos tienen en común la redención de los oprimidos y los pobres. En Benjamín por la acción de su ángel de la historia, es una redención histórica. En Flannery, por  la  acción de la Gracia, es una redención teológica.  Y aquí centrándonos en Flannery, vislumbramos una noción finalista, como se da en todos los personajes y se desarrollan en todos los relatos de Flannery. Esa posición nos deja con una Escatología Grotesca, pero no por esto, menos útil y eficaz para lo que el narrador quiere expresar. En el pensar de Antonio Spadaro, todos los personajes parecieran enfrentar una especie de juicio final.  Si bien la tesis de Benjamín, sobre la  filosofía  de la historia,  es graciosa  y literaria,  también es muy polémica y discutible. Sin embargo a Flannery le sienta bien, como arranque metodológico.  Iniciación de una niña que a los seis años quería ser escritora y enseñarles a los pollos a caminar hacia atrás.  Y presentarnos personajes que toda su vida han caminado hacia atrás y brindarles esa posibilidad de caminar, por fin hacia delante, el aceptar dicha decisión o no;  es en Benjamín y su ángel un problema dialéctico, en Flannery y sus personajes, es un problema del misterio de la Gracia. Por que también, Flannery O'connor  creía que La fe es lo que alguien sabe que es verdad, ya sea que lo creas o no”.





Notas bibliográficas

1. Hay varias denominaciones la más puristas es la de Gótico del sur, que incluye a W. Faulkner, Anne Porter, Carson MacCullers, Eudora Welty y Flanery O'connor. La primera responde a una noción geográfica, la segunda del realismo grotesco, a una condición de contenidos. Y es más general e incluye a autores tan diversos en género literarios como generacional, Y bajo este rotulo  podemos situar a escritores como Caroline Gordon, Allen Tate, W. Faulkner, Thomas Wolfe, Robert Penn Warren, Eudora Welty, Catherine Anne Porter, Tenessee Williams, Ralph Ellison, Carson MacCullers, Walker Percy, Peter Taylor, etc. También existe la denominada School of southern ficcional.
2. Leoni Grotti La Flannery O´Connor más desconocida: sus oraciones, su trato con Dios y sus grandes sufrimientos / Tempi.it. Religión en libertad. (Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares) 24 agosto 2014
3. JOSÉ ANTONIO GURPEGUI | | El Cultural, Madrid Edición impresa Cuentos completos Flannery O’Connor (Reseña) | 13/10/2005
4. RODRIGO FRESÁN ABC.es CULTURAL / LIBROS Cincuenta años sin William Faulkner, 05/06/2012  
5.Ob…cit. Leoni Grotti
6. Ob…cit. Leoni Grotti
7. La obra se titulará Stalking Joy: The Life and Times of Flannery O’Connor ("Persiguiendo la alegría: la vida y el tiempo de Flannery O´Connor", N.d.T.), título extraído del pasaje de una de las casi 300 cartas que, entre 1955 y 1964, se intercambiaron la escritora y su amiga Betty Hester, la misteriosa A. di Sola que defendía la fortaleza: cartas. «Betty la acusaba de no estar suficientemente dentro del mundo real - recuerda Bill Sessions - y Flannery quería darle una imagen muy distinta de sí misma. Le escribió: “Imagíname persiguiendo la alegría, rechinando de dientes y armada de los pies a la cabeza, visto que se trata de una empresa bastante arriesgada”».
8. Ob…cit. Leoni Grotti
9. Libros y textos, Cuentos completos parte 1, Flannery O'connor.    
10. Antonio Spadaro, Marco Respinti (entrevistador) Flannery O'Connor. La escritora que puso a Dios en un pavo,  La scrittrice che mise Dio in un tacchino. 2010-07-06. Traducción: Jorge Enrique López Villada. Antonio Spadaro, es un especialista italiano en Flannery O'connor, es sacerdote y miembro  de la orden jesuita.     
11. Carolina Esses ¿Por qué queremos tanto a Flannery? LA NACION 24 de julio de 2016.
12. Lo profético vendría dado según la autora por no por la descripción de una realidad histórica pasada, sino porque muchos delos problemas que trata Flannery siguen vigentes, son actuales y algunos hasta sean agudizado: la segregación racial, el ver de menos  a pueblos y razas  enteras, el desprecio y la marginalidad de los pobres.   Un excelente análisis en Identidad y diferencia. La discriminación personal, social y racial en los relatos de Flannery O’Connor (PDF) Guadalupe Arbona Abascal Universidad Complutense de Madrid. También ver el Negro artificial y otros relatos. Con introducción de Guadalupe Arbona Abascal. 
13. Antonio Muñoz Molina Blog personal. Entrada Flannery O'connor.Febrero 2011.
14. What changed Flannery O’Connor at 5: NMissCommentor.A blog from the hills in North Mississippi.





Plaza de las palabras presenta el artículo ensayístico  El arte del cuento de Flannery O'connor.  Ensayo en que aconseja a los escritores de cuentos. Y lo hace naturalmente, con precisión y sentido común. Si bien abundan los consejos de escritores sobre el arte de escribir cuentos, solo pasemos lista de algunos: Poe, Quiroga, Cortázar, Hemingway, Bradbury. Flannery lo hace más a  quemarropa,  desde la sensibilidad de una mujer con un horizonte más inmediato y perspicaz. Como en sus relatos, en este ensayo es directa y rigurosa en los detalles pero sincera.






El arte del cuento

Flannery O´Connor
4966 palabras

Siempre he oído decir que el cuento es uno de los géneros literarios más difíciles; y siempre he tratado de descubrir por qué la gente tiene tal impresión de lo que considero una de las formas más naturales y básicas de la expresión humana. Al fin y al cabo, uno comienza a escuchar y a contar historias ya en la primera infancia, y no parece haber nada demasiado complejo en ello. Sospecho que la mayoría de ustedes se habrá pasado toda la vida contando historias; y sin embargo aquí están –ansiosos por aprender cómo se hace–.
Hasta que la semana pasada, cuando apenas si había apuntado algunas de estas serenas reflexiones para exponerlas aquí hoy, recibí los manuscritos de siete de entre ustedes me pidieron que leyese, y toda mi seguridad se trastocó.
Después de tal experiencia estoy en condiciones de admitir, no que el cuento sea uno de los géneros más difíciles, pero sí que resulta más difícil para unos que para otros.
Aún me inclino a pensar que la mayor parte de la gente posee una cierta capacidad innata para contar historias; capacidad que suele perderse, sin embargo, en el curso del camino. Por supuesto, la capacidad de crear vida con palabras es esencialmente un don. Si uno lo posee desde el vamos, podrá desarrollarlo; pero si uno carece de él, mejor será que se dedique a otra cosa.
No obstante, he podido advertir que son las personas que carecen de tal don las que, con mayor frecuencia, parecen poseídas por el demonio de escribir cuentos. Fuera como fuese, estoy segura de que son ellas quienes escriben los libros y los artículos sobre “cómo-se-escribe-un-cuento”. Una amiga mía, que sigue uno de estos cursos por correspondencia, me ha dictado alguno de los títulos de sus lecciones: “Recetas para escribir un cuento”, “Cómo crear un personaje”, “¡Inventemos una trama!”. Esta forma de corrupción le cuesta sólo veintisiete dólares.
Desde mi punto de vista, hablar de la escritura de un cuento en términos de trama, personaje y tema es como tratar de describir la expresión de un rostro limitándose a decir dónde están los ojos, la boca y la nariz. He oído decir a algunos estudiantes: “se me ocurren muy buenos argumentos, pero con los personajes no voy ni para atrás ni para adelante”; o bien, “tengo el tema para un cuento, pero no consigo inventar la trama”, e incluso: “he descubierto una buena historia, pero carezco de toda técnica”.
A propósito, “técnica” es una palabra que no se les cae de la boca. Cierta vez debí hablar en una asociación de escritores, y durante el debate posterior a la conferencia un alma de Dios me preguntó: “¿podría usted indicarme, señorita, cuál es la técnica apropiada para escribir un cuento del tipo marco-dentro-del-marco?”. Yo debí admitir que era tan ignorante como para no haber oído hablar ni una sola vez de ello, pero esta persona me aseguró que tales cuentos existían, porque ella misma había participado en un concurso que los premiaba, y cuyo premio era de cincuenta dólares.
Pero dejando a un lado la gente que carece de talento, existen personas que de hecho lo poseen, pero que se pierden en vanos esfuerzos porque ignoran qué es en realidad un cuento.
Supongo que las cosas obvias son siempre las más difíciles de definir. Todo el mundo cree saber qué es un cuento. Pero si ustedes piden a un alumno principiante que les escriba uno, es muy probable que recojan cualquier cosa –una reminiscencia, un episodio, una opinión, una anécdota– cualquier cosa menos un cuento. Un cuento es una acción dramática completa –y en los buenos cuentos, los personajes se muestran por medio de la acción, y la acción es controlada por medio de los personajes–. Y como consecuencia de toda la experiencia presentada al lector se deriva el significado de la historia. Por mi parte, prefiero decir que un cuento es un acontecimiento dramático que implica a una persona en tanto persona y en tanto individuo, vale decir, en tanto comparte con todos nosotros una condición humana general, y en tanto se halla en una situación muy específica. Un cuento compromete, de modo dramático, el misterio de la personalidad humana. Cierta vez presté un libro de cuentos a una vecina mía, de allá del campo, y cuando me lo devolvió me dijo: “Bueno, esas historias no hacen más que mostrar lo que algunos de nuestros paisanos harían en determinadas ocasiones”; yo me dije que era cierto; cuando ustedes escriban cuentos, deberían conformarse con partir exactamente de este punto: mostrar lo que harían ciertos y determinados tipos, y lo que harían pese a quien pese, contra viento y marea.
Ahora bien, éste es un nivel muy modesto como punto de partida; y la mayor parte de la gente que cree desear escribir cuentos no está dispuesta a arrancar de allí. Quieren escribir acerca de determinados problemas, no de determinados individuos; o de cuestiones abstractas, no sobre situaciones concretas. Tienen una idea, o sentimiento, o un ego desbordante, o quieren Ser-Un-Escritor, o legar su sabiduría al mundo de un modo lo suficientemente simple como para que el mundo pueda comprenderla. Carecen en todos los casos de una historia; y aun cuando la tuvieran, tampoco estarían dispuestos a escribirla; no los guía el propósito de escribir una historia sino una teoría o una fórmula, o el de aplicar determinada técnica.
Esto no quiere decir que para escribir un cuento ustedes deban olvidar o resignar ninguna de las posturas morales que sustentan. Las convicciones serán la luz que les ayudará a ver, pero no aquello que ustedes deban enfocar, ni el sustituto de la propia mirada. Para el escritor de ficciones, en el ojo se encuentra la vara con que ha de medirse cada cosa; y el ojo es un órgano que además de abarcar cuanto se puede ver del mundo, compromete con frecuencia nuestra personalidad entera. Involucra, por ejemplo, nuestra facultad de juzgar. Juzgar es un acto que tiene su origen en el acto de ver y cuando no lo tiene, cuando nuestros juicios se desligan de nuestra mirada, una confusión muy grande se produce en la mente, confusión que por supuesto se traslada al cuento.
La ficción opera a través de los sentidos. Y creo que una de las razones por las cuales a la gente le resulta tan difícil escribir cuentos es que olvidan cuánto tiempo y paciencia se requiere para convencer al lector a través de los sentidos. Ningún lector creerá nada de la historia que el autor debe limitarse a narrar, a menos que se le permita experimentara situaciones y sentimientos concretos. La primera y más obvia característica de la ficción es que transmite de la realidad lo que puede ser visto, oído, olido, gustado y tocado.
Ahora bien, esto es algo que no puede aprenderse sólo por la inteligencia; también debe adquirirse por el hábito. Tal debe llegar a ser la forma en que ustedes mirarán las cosas. El escritor de ficciones debe comprender que no se puede provocar compasión con compasión, emoción con emoción, pensamientos con el pensamiento. Debe transmitir todas estas cosas, sí, pero provistas de un cuerpo; el escritor debe crear un mundo con peso y espacialidad.
He notado que los cuentos de los escritores principiantes están, en muchos casos, erizados de emoción, pero que resulta muy difícil determinar a quién corresponde la emoción referida. El diálogo suele operar sin el auxilio de personajes que uno pueda ver de hecho, y un pensamiento incontenible se cuela por cada grieta de la historia. La razón reside en que, por lo general, el aprendiz está interesado ante todo en sus propios pensamientos y emociones y no en la acción dramática y es demasiado perezoso o pretencioso como para descender a ese nivel de lo concreto en donde la ficción opera. Piensa que la capacidad de juzgar reside en un sitio y la impresión sensorial en otro. Pero para el escritor de ficciones, el acto de juzgar comienza en los detalles que ve, y en el modo en que los ve.
Los escritores de ficción a quienes no les preocupan estos detalles concretos pecan de lo que Henry James llamó “especificación endeble”. El ojo se deslizará sobre sus palabras mientras nuestra atención se va a dormir. Ford Madox Ford enseñaba que uno puede introducir un vendedor de diarios en una historia, ni siquiera por el corto lapso en que tarda en vender un solo periódico, a menos que podamos describirlo con el suficiente detalle como para que un lector lo vea.
Tengo una amiga que está tomando clases de actuación en Nueva York con una dama rusa de gran reputación en su campo. Mi amiga me escribe que, durante el primer mes, los alumnos no hablan una sola línea, sólo aprenden a ver. Y es que aprender a ver es la base de todas las artes, excepto de la música. Conozco a muchos escritores de ficción que además pintan, no porque posean talento alguno para la pintura, sino porque hacerlo les sirve de gran ayuda en su escritura. Los obliga a mirar las cosas. En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas.
No obstante, afirmar que la ficción procede por el uso de detalles no implica el simple, mecánico amontonamiento de éstos. Cada detalle debe ser controlado a la luz de un objetivo primordial, cada detalle debe introducirse de modo que trabaje para nosotros. El arte es selectivo. Todo lo que hay en él es esencial y genera movimiento.
Ahora bien, todo esto requiere su tiempo. Un buen cuento no debe tener menos significación que una novela, ni su acción debe ser menos completa. Nada esencial para la experiencia principal deberá ser suprimido en cuento corto. Toda acción deberá poder explicarse satisfactoriamente en términos de motivación; y tendrá que haber un principio, un nudo y un desenlace, aunque no necesariamente en este orden. Se me ocurre que mucha gente deduce que quiere escribir cuentos porque el cuento es un género breve; pero que al decir “breve” entienden cualquier tipo de brevedad. Creen que un cuento es una acción incompleta, fragmentaria, en la cual se muestra muy poco y se sugiere mucho, y suponen que sugerir algo equivale a omitirlo. Resulta muy difícil disuadir a un principiante de esta convicción, porque cree que cuando omite algo está ejercitando su sutileza; y cuando se le señala que no puede encontrarse en un texto nada que no haya sido puesto de algún modo en él, nos mira como si fuéramos idiotas insensibles.
Quizá la cuestión central que debe ser considerada en toda discusión acerca del cuento es qué se entiende por brevedad. Que un cuento sea breve no significa que deba ser superficial. Un cuento breve debe ser extenso en profundidad, y debe darnos la experiencia de un significado. Tengo una tía que piensa que nada sucede en una historia a menos que alguien se case o mate a otro en el final. Yo escribí un cuento en el que un vagabundo se casa con la hija idiota de una anciana, con el sólo propósito de quedase con el automóvil de esta anciana. Después de la ceremonia, el vagabundo se lleva a la hija en viaje de bodas, la abandona en un parador de la ruta, y se marcha solo, conduciendo el automóvil. Bueno, ésa es una historia completa. Ninguna otra cosa relacionada con el misterio de la personalidad de ese hombre puede mostrarse a través de esa dramatización específica. Y sin embargo, yo nunca pude convencer a mi tía de que ése fuera un cuento completo. Mi tía quiere saber qué le sucedió a la hija idiota luego del abandono.
Hace tiempo, esa historia sirvió de base a un guión de TV, y el adaptador, que conoce bien su negocio, hizo que el vagabundo cambiara a último momento de parecer y volviera a recoger a la hija idiota, y que los dos juntos se alejaran, al fin, en el automóvil, carcajeando a dúo como verdaderos dementes. Mi tía consideró que la historia estaba por fin completa, pero yo experimenté otros sentimientos nada apropiados para expresar en esta charla. Cuando ustedes quieran escribir un cuento, deberán escribir sólo una historia; y siempre habrá gente que se niegue a leer el cuento que ustedes han escrito.
Lo cual nos lleva a abordar, naturalmente, la engorrosa cuestión del tipo de lector para el cual cada uno escribe cuando escribe ficciones. Quizá cada uno de nosotros piense que tiene una solución personal para este problema. Por mi parte, tengo una muy buena opinión del arte de la ficción, y una muy mala opinión de aquello que suele llamarse “el lector promedio”. Me digo que no puedo escapar de él, que tal es la personalidad cuya atención, se supone, debo cultivar; y al mismo tiempo, se espera de mí que provea al lector inteligente de esa experiencia profunda que él busca en la ficción. El caso es que, en concreto, ambos lectores ideales no son sino aspectos de la propia personalidad del escritor; y en un último análisis, el único lector acerca del cual uno puede saber algo es uno mismo. Todos nosotros escribimos según nuestro propio nivel de entendimiento; pero es una característica particular de la ficción que su superficie literal pueda estar configurada de tal modo que brinde entretenimiento en un plano obvio y físico, el plano de la evidencia física, a un cierto tipo de lector; y al mismo tiempo, pueda brindar significado a la persona preparada para experimentarlo.
El significado es lo que impide que un cuento breve sea “corto”. Yo prefiero hablar de “significado” del cuento a hablar del “tema” de un cuento. La gente habla del tema del cuento como si el tema fura un trozo de cuerda que anuda el extremo de una bolsa de comida para aves. Creen que si se puede extraer el tema de un cuento, del mismo modo que se quita el hilo que ata la bolsa de maíz, puede abrirse la historia y dar de comer a las gallinas. Pero no es ésa la forma en que el significado opera en la ficción.
Cuando ustedes puedan enunciar el tema de un cuento, cuando puedan separarlo de la historia en sí misma, podrán estar seguros de que ese cuento no es muy bueno. El significado de un cuento debe estar corporizado en la historia, debe hacerse concreto en ella. Una historia es una forma de decir algo que no puede decirse de ninguna otra manera, y nos cuesta cada una de las palabras del relato decir cuál es su tema. Uno cuenta un cuento porque una simple enunciación resultaría inadecuada. Cuando alguien pregunta de qué trata un cuento, la única respuesta apropiada es indicarle que lo lea. El significado de la ficción no es un significado abstracto, sino un significado que se experimenta, y el único objetivo de hacer enunciaciones acerca del significado de un cuento es ayudar a experimentar más plenamente ese significado.
La ficción es un arte que demanda la más estricta atención a lo real –tanto en el caso de un escritor que se aboca a componer un cuento naturalista, como en el del escritor que prefiere el género fantástico–. Quiero decir: todos nosotros partimos siempre de lo que es verdadero –o de lo que tiene una eminente posibilidad de serlo–. Incluso cuando uno escribe un relato fantástico, la realidad es el único fundamento conveniente. Algo es fantástico porque es tan real, tan real que es fantástico. Graham Greene ha dicho que él no podría escribir “me hallaba suspendido sobre un pozo sin fondo” porque tal cosa no puede ser cierta, ni “bajando a todo correr las escaleras salté dentro de un taxi”, porque eso tampoco puede ser posible. Pero Elizabeth Bowen puede escribir, refiriéndose a uno de sus personajes, “ella se llevó la mano a los cabellos como si oyera moverse algo en su interior”, porque tal cosa es eminentemente posible.
Me atrevería incluso a afirmar que la persona que escribe un relato fantástico debe mantenerse más estrictamente atenta al detalle concreto que quienes escriben en una cuerda naturalista –porque cuanto mayor sea el apoyo de un cuento en lo verosímil, más convincentes resultarán sus características–.
Un buen ejemplo es el relato titulado “La metamorfosis”, de Franz Kafka. Es la historia de un hombre que despierta una mañana y descubre que, durante la noche, se ha convertido en cucaracha, aunque sin perder su naturaleza humana; y si esta situación es aceptada por el lector, es porque los detalles concretos del relato son absolutamente convincentes. Lo cierto es que ese relato describe la naturaleza dual del hombre de un modo tan realista que resulta casi intolerable. La verdad no ha sido distorsionada en el relato; antes bien, una cierta distorsión ha sido efectuada como forma de llegar a la verdad. Si admitimos, como es preciso hacerlo, que la apariencia no es lo mismo que la realidad, deberemos entonces dar al artista la libertad de hacer ciertos reacondicionamientos en la naturaleza de las cosas cuando éstos conducen a ampliar la profundidad de la visión. El artista debe recordar siempre que aquello que él recrea es naturaleza, y debe saber y ser capaz de describirlo apropiadamente a fin de tener el poder de reinventarlo en su totalidad.
El problema del cuentista reside en cómo hacer que la acción que él describe revele tanto como sea posible respecto del misterio de la existencia. Dispone solamente de un espacio muy breve y no puede hacerlo por un procedimiento declarativo. Debe conseguirlo mostrando, no diciendo; y mostrando lo concreto, de modo que su problema es, en definitiva, saber cómo servirse de lo concreto de modo que “trabaje doble turno”.
En la buena ficción, ciertos detalles de la historia tienen a concentrar significados; cuando esto sucede se vuelven simbólicos por la misma función que desempeñan. Yo escribí un cuento titulado “Buena gente del campo”, en el cual, a una muchacha, doctora en filosofía, un vendedor de Biblias, a quien ella ha tratado previamente de seducir, le roba su pierna de madera. Ahora bien, debo admitir que, contada de esta manera, la situación no es ni más ni menos que un chiste de dudoso gusto. Al lector promedio le agrada observar cómo a alguien se le roba su pierna de madera. Pero sin dejar de atrapar su atención, y sin que al decir esto quiera yo autoelogiarme, creo que esta historia consigue operar en otro nivel de experiencia, desde el momento en que permite que en dicha pierna de madera se reconcentren varios significados. Al principio de la historia se nos hace evidente que la doctora en filosofía, tanto en lo espiritual como en lo físico, es una mutilada. No cree en nada más que en su creencia en nada, y percibimos que en su alma hay una parte de madera que se corresponde con su pata de palo. Ahora bien, nada de esto se dice. El escritor de ficciones declara tan poco como sea posible. Incluso puede ignorar que está creando esta conexión de niveles; pero la conexión, como quiera, existe, y tiene efectos sobre él. Con el transcurso del relato, la pierna de madera continúa acumulando significados. El lector se entera de cómo se siente esta chica respecto de su pierna, y qué siente su madre respecto de ella, y qué siente, también respecto de ella, una arrendataria de la familia. Y así, para cuando el vendedor de Biblias llega, la pierna ha acumulado ya tanto significado que, digamos, está cargada hasta el tope. Y cuando el vendedor de Biblias se la roba, el lector comprende que se ha llevado con él parte de la personalidad de la chica, y que le ha revelado, por primera vez, su aflicción más profunda.
Si ustedes quieren decir que la pierna de madera es un símbolo, pueden hacerlo. Pero es, ante todo, una pierna de madera, y en tanto pierna de madera es absolutamente imprescindible para el cuento. Tiene lugar en el primer nivel, literal, de la historia, pero también opera en la profundidad, tanto como en la superficie. Prolonga la historia en todas direcciones; y ésta es, en pocas palabras la manera por la cual el cuento burla su propia brevedad.
Ahora bien, detengámonos por un momento en la manera en que esto sucede. No quisiera que ustedes pensasen que, cuando me dispuse a escribir ese cuento, me senté a la máquina y dije: “ahora voy a escribir un cuento acerca de una joven doctora en filosofía con una pierna de madera, empleando la pierna de madera como símbolo de otro tipo de aflicción”. Personalmente, dudo de que haya muchos escritores que sepan lo que habrán de hacer cuando se aprestan a escribir. Cuando empecé a trabajar en ese cuento, yo ignoraba incluso que habría de incluir a una doctora en filosofía con una pierna de madera. Simplemente, una mañana me encontré escribiendo una descripción de dos mujeres de las cuales yo sabía ciertas cosas, y antes de que pudiera darme cuenta había dotado a una de ellas de una hija con una pierna de madera. Con el correr de la historia, introduje al vendedor de Biblias, pero sin tener la menor idea de lo que habría de hacer con él. Yo ignoraba que él iba a robar esa pierna de madera hasta diez o doce líneas antes de que sucediera; pero cuando comprendí que tal cosa iba a suceder, descubrí que era inevitable. Ese es un cuento que produce un shock en el lector; y creo que una de las razones de ese shock reside en que antes lo produjo en quien lo escribía.
Por otro lado, a pesar de que este cuento nació de una manera aparentemente irracional, no necesitó de casi ninguna corrección o reescritura. Es un cuento que estuvo bajo control mientras se lo escribía; y ustedes me preguntarán cómo opera esta forma de control, desde el momento en que no es enteramente consciente.
Creo que la respuesta a esta pregunta es lo que Maritain llama el “hábito del arte”. Es un hecho que toda la personalidad participa del proceso de escritura de una ficción –tanto la conciencia como la mente inconsciente–. El arte es el hábito del artista. El arte debe cultivarse como cualquier otro hábito, durante un largo período de tiempo, por la experiencia; y enseñar cualquier tipo de escritura es, primordialmente, ayudar al aprendiz a desarrollar el hábito del arte. Creo que el arte es mucho más que una disciplina, aunque de hecho también lo sea; creo que es un modo de mirar al mundo creado, y de usar los sentidos de modo que éstos puedan encontrar en las cosas tantos significados como sea posible.
Por supuesto, no soy tan ingenua como para suponer que la mayor parte de la gente que asiste a las conferencias de los escritores pretende aprender o escuchar qué clase de visión es necesaria para escribir historias que han de formar parte permanente de nuestra literatura. E incluso en el caso de que ustedes quisieran escucharlo, sus preocupaciones deben ser inmediatamente prácticas. Ustedes quieren saber cómo pueden escribir un buen cuento, y más aún cuándo pueden decir que lo han hecho; desean saber, entonces, cuál es la forma de un cuento, como si la forma fuera algo que existiese fura de cada cuento y pudiera aplicarse, imponerse al material. Por supuesto, cuanto más escriban, mejor comprenderán que la forma es orgánica, que crece desde el material, que la forma de cada cuento es única. Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando ustedes pueden seguir viendo más y más cosas en él, y cuando, pese a todo, sigue escapándose de uno. En ficción, dos y dos es siempre más que cuatro.
La única manera, creo, de aprender a escribir cuentos es escribirlos, y luego tratar de descubrir qué es lo que se ha hecho. El momento de pensar en la técnica es aquél en el cual se tiene al cuento bajo los ojos. El maestro puede ayudar al estudiante a mirar este trabajo individual y a discernir si ha escrito una historia completa, vale decir, una historia en la cual la acción ilumina plenamente el significado.
Quizá lo más útil que pueda hacer yo ahora es transmitirles algunos comentarios sobre esas siete historias que ustedes me pidieron que leyera. Ninguna de esas observaciones se aplica estrictamente a una historia en particular; son simples puntualizaciones que no deben herir a nadie verdaderamente interesado en reflexionar sobre la escritura.
La primera cosa en la que cualquier escritor profesional repara al leer un texto es, naturalmente, en el uso del lenguaje. Muy bien. El uso del lenguaje en estos cuentos, con una sola excepción, es tal, que resultaría muy difícil distinguir unos de otros. Si bien puedo señalar la caída en numerosos lugares comunes, no puedo recordar una sola imagen o una metáfora. No quiero decir que no las hay en ninguno de los siete cuentos; simplemente, digo que no son lo suficientemente efectivas como para quedarse en nuestra mente.
En relación con esto, reparé en otro aspecto que me produjo una considerable alarma. Excepto en uno solo de los cuentos, prácticamente no se hace uso del habla local. Ahora bien, éste es un Congreso de Escritores Sureños. Todos los remitentes de los sobres en los que me llegaron los siete cuentos, señalan lugares de Georgia y Tennessee. Y sin embargo, no hay en ellos signos distintivos de la vida sureña. Una cierta cantidad de topónimos salpican los textos, como Savannah o Atlanta o Jacksonville, pero podrían ser fácilmente trocados por los Pittsburg o Pasaaic sin necesidad de realizar ninguna otra alteración en el cuento. Los personajes hablan como si nunca hubieran escuchado otro lenguaje que el que emana de un estudio de televisión. Lo cual indica que hay algo fuera de foco.
Dos calidades conforman la obra de ficción una es el sentido del misterio y la otra el sentido de los hábitos. Uno aprehende las costumbres de la textura de la existencia que nos rodea. La gran ventaja de ser un escritor del Sur es que no necesitamos mirar hacia ningún otro lugar en busca de costumbres: buenas o malas, las tenemos, y en abundancia. En el Sur, habitamos una sociedad rica en contradicciones, rica en ironía, rica en contrastes y particularmente rica en su lenguaje. Y sin embargo, he aquí seis historias de sureños en las cuales casi no se hace uso de los dones de la región.
Por supuesto, una de las razones ha de residir en que ustedes han visto abusar tantas veces de tales dones que se han vuelto excesivamente escrupulosos respecto de su uso. No obstante, cuando la vida que de hecho nos rodea es ignorada totalmente, cuando las particularidades de nuestra habla son desdeñadas de modo sistemático, es obvio que algo funciona muy mal. El escritor debería preguntarse si no está buscando, en fin, una forma de vida artificial.
Un modismo caracteriza a una sociedad, y cuando se ignoran los modismos, se está muy cerca de ignorar todo el tejido social que pudo forjar aun personaje significativo. No se puede extirpar a un personaje de su sociedad y decir mucho acerca de él como individuo. No se puede decir nada significativo acerca del misterio de una personalidad a menos que se la inserte en un contexto social creíble y significativo. Y la mejor forma de hacerlo es por medio del propio lenguaje de ese personaje. Cuando alguien, en uno de los cuentos de Andrew Little, dice desdeñosamente que tiene “una mula más vieja que Birmingham”, vemos en esa sola frase un sentido de una sociedad y su historia. Gran parte de la obra de un escritor del Sur ha sido realizada antes de que éste comience a escribir, porque nuestra historia vive en nuestro lenguaje. En uno de los cuentos de Eudora Welty, un personaje dice: “en el pago de donde vengo, hay zorros en vez de perros de cuadra, búhos en vez de gallinas, pero cantamos de verdad…”. Verán que hay todo un libro en esa sola frase: y cundo el pueblo de nuestro distrito puede hablar de esa manera y uno lo ignora, simplemente estamos desaprovechando lo que es nuestro. El sonido de nuestra habla es demasiado claro como para que se lo menosprecie con toda impunidad, y el escritor que trate de evadir esta responsabilidad estará a punto de destruir la mejor parte de su poder creativo.
Otra cosa que he observado en estas historias es que, en su mayoría, no profundizan demasiado en un personaje, no revelan demasiado de su interioridad. No quiero decir que no se metan en la mente del personaje, sino que, simplemente, no muestran que el personaje está dotado de una personalidad. Una vez más, debemos remitirnos al tema del lenguaje. Estos personajes carecen de un habla distintiva que los revele; y a veces no tienen en realidad, rasgos distintivos. Al final, uno siente que no nos ha sido revelada personalidad alguna. En la mayoría de los buenos cuentos es la personalidad del personaje lo que crea la acción de la historia. En la mayoría de esos cuentos, siento que el escritor ha pensado en una acción y luego ha seleccionado un personaje para que la lleve a cabo. Usualmente, existen más probabilidades de llegar a buen fin si se comienza de otra manera. Si se parte de una personalidad real, un personaje real, estamos en camino de que algo pase; antes de empezar a escribir, no se necesita saber qué. En verdad, puede ser mejor que uno ignore qué sucederá. Ustedes deberían ser capaces de descubrir algo en los cuentos que escriban. Porque si ustedes no lo son, probablemente, nadie lo será.





Créditos

Textos y traducciones
El arte del cuento. Traducción de Leopoldo Brizuela. Publicado por Blog Textos.


Fotografía por orden de aparición

Foto Flannery Oconnor http://gretchenrubin.com/happiness_project/2015/07/what-did-flannery-oconnor-prayed-for/

Foto Flannery en su finca Andalusia rodeada de pavos reales. Cortesía Joe Motine /Atlanta Constitution. 

Foto Pavo  Apuntes de viaje: Los pavos reales de Flannery Oconnor .Violeta Balian. Periódico Irreverente. 


Foto de ocelo policromado en la pluma de un pavo, Ob...cit Violeta Balian 

Foto Flannery a los 6 años con el pollo. NMissCommentor.A blog from the hills in North Mississippi

Foto de Autoretrato de Flanery O connor “I am the one on the left; the one on the right is the Muse.1955. Peacock Memories: Flannery O'Connor and the King of the Birds. Catholic Pundit Wannabe. 29 December 2015.


Portada Cartoons.  MARIA POPOVA. Flannery O’Connor’s Little-Known Cartoons. BrainPickings


Foto Room The writer Flannery O’Connor’s desk and typewriter in her bedroom at Andalusia, her farm near Milledgeville, Ga. Credit Susana Raab for The New York Times In Search of Flannery O’Connor. By LAWRENCE DOWNES FEB. 4, 2007


Foto Andalusia Farm, andalusiafarm.blogspot.com

Grandes cuentos del siglo XX: Un hombre bueno es difícil de encontrar de Flannery O 'connor: Post Plaza de las Palabras 1/2






(25 de marzo de 1925-3 de agosto de 1964)

Plaza de las palabras, en esta serie dedicada a la escritora norteamericana Flannery O' connor. Que consta de dos post entradas . El primero  post presenta el cuento más emblemático y citado,  y fiel representante de su estilo y del  realismo grotesco:  “Un hombre bueno es difícil de encontrar”, de su colección de cuentos del mismo nombre (1955), pero también se citan y se analizan con frecuencia otros excelentes cuentos como: “La buena gente del campo”, “El rio”, “Revelación”, “La Espalda de Parker”, “El pavo”,  y el cuento preferido de Flannery O'connor, y quien confeso que ese  cuento fue el que más le costo escribir.  “El negro artificial”. Aquí presentamos “Un hombre bueno es difícil de encontrar”,  que ejemplifica su estilo  y su temática. Y aun  con la dificultad de la traducción sobre todo por los acentos sureños. Cuento descarnado e implacable, tal era su estilo. En el diálogo entre El Desequilibrado y la abuela, perfectamente puede ser las líneas de una escena de teatro. Y uno como testigo ocular: ve,  toca y siente la presencia de los personajes dialogando. El sentido visual era importante en Flannery, como también lo era, para citar a dos latinoamericanos : los cuentos de Cortázar y Rulfo, en que el espacio visual y el movimiento de los personajes, son magistrales. En el  segundo post, de Plaza delas palabras, se presenta un perfil de la escritora Flannery O'connor: La escritora que le enseño a un pollo a caminar hacia atrás, post que también  incluye su texto: El arte de escribir cuentos.  



Un hombre bueno es difícil de encontrar


 


 Flannery O`Connor
6307 palabras


La abuela no quería ir a Florida. Quería visitar a algunos de sus conocidos en el este de Tennessee y no perdía oportunidad para intentar que Bailey cambiase de opinión. Bailey era el hijo con quien vivía, el único varón que tuvo. Estaba sentado en el borde de la silla, a la mesa, reclinado sobre la sección deportiva del Journal.
—Mira esto, Bailey —dijo ella—, mira esto, léelo.
Y se puso en pie, con una mano en la delgada cadera mientras con la otra golpeaba la cabeza calva de su hijo con el periódico.
—Aquí, ese tipo que s'hace llamar el Desequilibrado s'ha escapao de la Penitenciaría Federal y se encamina a Florida, lee aquí lo que hizo a esa gente. Léelo. Yo no llevaría a mis hijos a ninguna parte con un criminal d'esa calaña suelto por ahí. No podría acallar mi conciencia si lo hiciera.
Bailey no levantó la cabeza, así que la abuela dio media vuelta y se dirigió a la madre de los niños, una mujer joven en pantalones, cuya cara era tan ancha e inocente como un repollo, con un pañuelo verde atado con dos puntas en lo alto de la cabeza, como orejas de conejo. Estaba sentada en el sofá, alimentando al bebé con albaricoques que sacaba de un tarro.
—Los niños y'han estao en Florida —dijo la anciana señora—. Deberías llevarlos a otro sitio pa variar, así verían otras partes del mundo y aprenderían otras cosas. Nunca han ido al este de Tennessee.
La madre de los niños no pareció oírla, pero el de ocho años, John Wesley, un niño robusto con anteojos, dijo:
—Si no quieres ir a Florida, ¿por qué no te quedas en casa? Él y su hermanita, June Star, estaban leyendo las páginas de entretenimiento en el suelo.
—No se quedaría en casa aunque la nombraran reina por un día —dijo June Star sin levantar su cabeza amarilla.
—¿Y qué harían si este hombre, el Desequilibrado, los agarrara? —preguntó la abuela.
—Le daría un puñetazo en la cara —respondió John Wesley. —No se quedaría en casa ni por un millón de dólares —afirmó June Star—. Teme perderse algo. Tiene que ir a donde vayamos.
—Muy bien, señorita —dijo la abuela—. Acuérdate d'eso la próxima vez que me pidas que te ondule el pelo.
June Star dijo que sus rizos eran naturales.
A la mañana siguiente la abuela fue la primera en subir al coche, lista para partir. A un costado dispuso su gran bolsa de viaje negra que parecía la cabeza de un hipopótamo y debajo de ella escondía una cesta con Pitty Sing, el gato, en el interior. No tenía la menor intención de dejar solo al gato durante tres días, porque este la echaría mucho de menos y ella temía que se frotara con la llave del gas y se asfixiara por accidente. A su hijo, Bailey, no le gustaba llevar un gato a un motel.
Se sentó en el centro del asiento trasero, con John Wesley y June Star a cada lado. Bailey, la madre de los niños, y el bebé se sentaron adelante. Y así salieron de Atlanta, a las ocho y cuarenta y cinco, con el cuentakilómetros del coche en 89.927. La abuela lo anotó, porque pensó que sería interesante decir cuántos kilómetros habían hecho cuando regresaran. Tardaron veinte minutos en llegar a las afueras de la ciudad.
La anciana se sentó cómodamente, se quitó los guantes de algodón y los dejó con su bolso en la repisa de la ventanilla de atrás. La madre de los niños aún llevaba los pantalones y la cabeza atada con el pañuelo verde; la abuela, en cambio, llevaba un sombrero de paja azul marino con un ramillete de violetas blancas en el ala y un vestido azul marino con pequeños lunares blancos. El cuello y los puños eran de organdí blanco adornado con encaje, y en el cuello se había prendido un ramillete de violetas de tela de color púrpura perfumado. En caso de accidente, cualquiera que la viera muerta en la carretera sabría al instante que era una dama.
Dijo que pensaba que sería un buen día para conducir, pues no hacía demasiado calor ni demasiado frío, y advirtió a Bailey que el límite de velocidad era de ochenta kilómetros por hora, que los coches patrulla se escondían detrás de carteles publicitarios y de pequeños grupos de árboles y que podían salir disparados en su persecución sin darle tiempo a aminorar la marcha. Señaló los detalles interesantes del paisaje: la montaña Stone, el granito azul que en algunos lugares asomaba a ambos lados de la carretera, las lomas de brillante arcilla roja ligeramente rayadas de púrpura, y las mieses que trazaban líneas de encaje verde sobre el terreno. Los árboles estaban llenos de la luz blanca y plateada del sol y hasta los más míseros destellaban. Los chicos leían tebeos y su madre se había dormido.
—Pasemos Georgia a toda velocidad, así no tendremos que verla mucho —dijo John Wesley.
—Si yo fuera un niño —dijo la abuela—, no hablaría d'esa manera de mi estado natal. Tennessee tiene montañas y Georgia, colinas.
—Tennessee n'es más que un muladar lleno de pueblerinos y Georgia es también un estado asqueroso.
—Tú l'has dicho —dijo June Star.
—En mis tiempos —dijo la abuela entrecruzando los dedos, delgados y venosos—, los niños tenían más respeto por su estado natal y por sus padres y por to lo demás. La gente era buena entonces. ¡Oh, mirar qué negrito más mono! —Y señaló a un niño negro plantado ante la puerta de una choza—. Qué estampa más bonita, ¿verdá?
Todos se volvieron para mirar al negrito por la luneta trasera. Él saludó con la mano.
—Ese chico no llevaba pantalones —observó June Star.
—Probablemente no tiene —explicó la abuela—. Los negritos del campo no tienen las cosas que nosotros tenemos. Si supiera pintar, pintaría ese cuadro.
Los niños intercambiaron sus historietas.
La abuela se ofreció a tomar al bebé y la madre de los chicos se lo pasó por encima del asiento delantero. La abuela lo sentó sobre sus rodillas y le hizo el caballito y le explicó lo que se veía por la ventanilla. Puso los ojos en blanco, frunció los labios y apretó su cara delgada y curtida contra la piel blanda y suave. De vez en cuando, el bebé le dedicaba una sonrisa distraída. Pasaron junto a un vasto campo de algodón con cinco o seis tumbas en medio, rodeadas de un cerco, como una isla pequeñita.
—¡Mirar el camposanto! —dijo la abuela señalándolo—. Era el antiguo camposanto de la familia. Pertenecía a la plantación.
—¿Dónde está la plantación? —preguntó John Wesley.
—El viento se la llevó —dijo la abuela—. Ja, ja.
Cuando los chicos terminaron de leer todas las historietas que habían llevado, abrieron la caja del almuerzo y se lo comieron. La abuela comió un bocadillo de mantequilla de cacahuete y una aceituna, y no permitió que los chicos arrojasen la caja y las servilletas de papel por la ventanilla. Cuando no tuvieron otra cosa que hacer, se pusieron a jugar; elegían una nube y los otros tenían que adivinar qué forma sugería. John Wesley eligió una con forma de vaca y June Star adivinó la vaca y John Wesley dijo: «No, un coche», y June Star dijo que hacía trampas y comenzaron a pegarse por encima de la abuela.
La abuela dijo que les contaría un cuento si se quedaban calladitos. Cuando contaba un cuento, ponía los ojos en blanco, movía la cabeza y era muy histriónica. Contó que una vez, cuando era jovencita, la había cortejado un tal señor Edgar Atkins Teagarden, de Jasper, Georgia. Dijo que era un hombre muy apuesto y un caballero, y que todos los sábados por la tarde le llevaba una sandía con sus iniciales grabadas, E. A. T. Pues bien, un sábado por la tarde, el señor Teagarden llevó la sandía y no había nadie en la casa; la dejó en el porche de entrada y volvió a Jasper en su calesa, pero ella nunca vio la sandía, explicó, porque un chico negro se la comió cuando vio las iniciales, E. A. T.: come. A John Wesley le hizo mucha gracia la historia y reía y reía, pero June Star opinó que no tenía nada de gracioso. Dijo que nunca se casaría con un hombre que sólo le trajera una sandía los sábados. La abuela dijo que habría hecho muy bien en casarse con el señor Teagarden, porque era un caballero y había comprado acciones de Coca-Cola cuando salieron al mercado y había muerto, hacía unos pocos años, muy rico.
Se detuvieron en The Tower para tomar unos bocadillos calientes. The Tower era una gasolinera y sala de baile, en parte de estuco y en parte de madera, en un claro en las afueras de Timothy. Lo regentaba un hombre gordo llamado Red Sammy Butts, y había letreros aquí y allá sobre el edificio y a lo largo de varios kilómetros de la carretera que rezaban:
PRUEBA LA FAMOSA BARBACOA DE RED SAMMY. ¡NADA IGUALA AL FAMOSO RED SAMMY! EL GORDO DE LA SONRISA FELIZ. ¡UN VETERANO! ¡RED SAMMY ES EL HOMBRE QUE NECESITAS!
Red Sammy estaba tendido en el suelo fuera de The Tower con la cabeza bajo una camioneta, mientras un mono gris de unos treinta centímetros de altura, encadenado a un árbol del paraíso pequeño, chillaba cerca. El mono saltó hacia el arbolito y se encaramó a la rama más alta apenas vio a los chicos apearse del coche y correr hacia él.
El interior de The Tower era una larga habitación oscura con una barra en un extremo y mesas en el otro y una pista de baile en medio. Todos se sentaron a una mesa cerca de la máquina de discos y la esposa de Red Sam, una mujer alta y bronceada con ojos y cabellos más claros que la piel, llegó y tomó nota de lo que querían. La madre de los chicos insertó una moneda en la máquina y se pudo escuchar el «Vals de Tennessee», y la abuela dijo que esa melodía siempre le daba ganas de bailar. Preguntó a Bailey si quería bailar, pero él tan sólo la miró. No era de natural alegre como ella y los viajes lo ponían nervioso. Los ojos marrones de la abuela resplandecían. Movió la cabeza de un lado a otro e hizo como si bailara en la silla. June Star dijo que pusieran algo para que ella pudiera bailar claqué. Entonces la madre de los niños metió otra moneda y eligió una pieza más movida; June Star saltó a la pista de baile y bailó el claqué de costumbre.
—¡Qué graciosa! —exclamó la mujer de Red Sam, inclinada sobre la barra—. ¿Te gustaría quedarte aquí y ser mi pequeñita?
—Claro que no —contestó June Star—. No viviría en un lugar medio en ruinas como este ni por un millón de dólares. Y salió corriendo hacia la mesa.
—¡Qué graciosa! —repitió la mujer, estirando la boca con amabilidad.
—¿No te da vergüenza? —susurró la abuela.
Red Sam entró y le dijo a su mujer que dejara de holgazanear en la barra y que se apresurara a servir a esa gente. Los pantalones caquis le llegaban hasta las caderas y la barriga le caía sobre ellos como un saco de comida bamboleante bajo la camisa. Se acercó y se sentó a una mesa cercana; emitió una mezcla de suspiro y gritito en falsete.
—No hay manera. No hay manera —dijo, y se secó la cara sudorosa y roja con un pañuelo gris—. En estos tiempos que corren, no se sabe en quién confiar. ¿No es verdá?
—Desde luego, la gente ya no es como antes —sentenció la abuela.
—La semana pasada vinieron aquí dos tipos —explicó Red Sammy— que conducían un Chrysler. Un coche muy baqueteado pero bueno, y los muchachos me parecieron decentes. Dijeron que trabajaban en el molino y ¿saben que les permití poner en la cuenta la gasolina que compraron? ¿Por qué hice yo semejante cosa?
—¡Porque usté es un hombre bueno! —contestó de inmediato la abuela.
—Bueno, supongo que es así —dijo Red Sammy como si su respuesta lo hubiera dejado atónito.
La mujer sirvió lo que habían pedido. Llevaba los cinco platos al mismo tiempo sin usar bandeja, dos en cada mano y uno en equilibrio sobre el brazo.
—No hay una sola alma en este mundo de Dios en la que se pueda confiar —dijo—. Y yo no excluyo a nadie de la lista, a nadie —afirmó mirando a Red Sammy.
—¿Han leído algo sobre ese criminal, el Desequilibrado, que se escapó? —preguntó la abuela.
—No me sorprendería na que llegase a atacar este lugar —dijo la mujer—. Si oye lo qu'hay aquí, no me sorprendería verlo. Si se entera de que hay dos centavos en la caja, no me sorprendería que...
—Basta —dijo Red Sam—. Trae las Coca-Colas a esta gente. Y la mujer se retiró a buscar el resto del pedido.
—Un hombre bueno es difícil d'encontrar —dijo Red Sammy—. Las cosas s'están poniendo cada vez más feas. Yo m'acuerdo de qu'antes podías salir sin echar el cerrojo a la puerta. Eso s'acabó.
Él y la abuela hablaron de tiempos mejores. La anciana dijo que en su opinión Europa tenía la culpa de la situación actual. Dijo que por la manera en que actuaba Europa se podía llegar a pensar que estábamos hechos de dinero, y Red Sammy dijo que no valía la pena hablar de eso y que tenía toda la razón. Los chicos salieron corriendo a la luz blanca del sol y observaron al mono encadenado al árbol. Estaba entretenido quitándose pulgas y las mordía una a una como si se tratase de un bocado exquisito.
De nuevo partieron en la tarde calurosa. La abuela dormitaba y se despertaba a cada rato con sus propios ronquidos. En las afueras de Toombsboro se despertó y se acordó de una vieja plantación que había visitado en los alrededores una vez, cuando era joven. Dijo que la mansión tenía seis columnas blancas en el frente y que había una avenida de robles que conducía hasta la casa y dos pequeñas glorietas con enrejado de madera donde te sentabas con tu pretendiente después de pasear por el jardín. Recordaba con exactitud por qué carretera había que doblar para llegar allí. Sabía que Bailey no estaría dispuesto a perder el tiempo viendo una casa vieja, pero cuanto más hablaba de ella más ganas tenía de volver a verla y comprobar si las dos pequeñas glorietas seguían en pie.
—Había un panel secreto en la casa —afirmó astutamente, sin decir la verdad pero deseando que lo fuera—, y se contaba que toda la plata de la familia estaba escondida allí cuando llegó Sherman, pero nunca la encontraron...
—¡Eeeh! —dijo John Wesley—. ¡Vamos a verlo! ¡L'encontraremos nosotros! ¡Lo registraremos to y l'encontraremos! ¿Quién vive allí? ¿Dónde hay que girar? Eh, papá, ¿no podemos girar allí?
—¡Nunca hemos visto una casa con un panel secreto! —chilló June Star—. ¡Vayamos a la casa con el panel secreto! Eh, papá, ¿no podemos ir a ver la casa con el panel secreto?
—No está lejos d'aquí, lo sé —aseguró la abuela—. No tardaríamos más de veinte minutos.
Bailey miraba al frente. Tenía la mandíbula tan rígida como la herradura de un caballo.
—No —dijo.
Los chicos comenzaron a alborotar y a gritar que querían ver la casa con el panel secreto. John Wesley la emprendió a patadas contra el respaldo del asiento delantero, y June Star se colgó del hombro de su madre y le gimoteó desesperada al oído que nunca se divertían, ni siquiera en vacaciones, que nunca les dejaban hacer lo que querían. El bebé empezó a llorar y John Wesley pateó el respaldo del asiento con tal fuerza que su padre notó los golpes en los riñones.
—¡Muy bien! —gritó, y aminoró la marcha hasta parar a un costado de la carretera—. ¿Quieren cerrar la boca? ¿Quieren cerrar la boca un minuto? Si no se callan, no iremos a ningún lado.
—Sería muy educativo pa ellos —murmuró la abuela.
—Muy bien —dijo Bailey—, pero métanse esto en la cabeza: es la única vez que vamos a parar por algo así. La primera y la última.
—El camino de tierra donde debes doblar queda dos kilómetros atrás —observó la abuela—. Lo vi cuando lo pasamos.
—Un camino de tierra —gruñó Bailey.
Después de dar la vuelta en dirección al camino de tierra, la abuela recordó otros detalles de la casa, el hermoso vidrio sobre la puerta de entrada y la lámpara de velas en el recibidor. John Wesley dijo que el panel secreto probablemente estaría en la chimenea.
—No se puede entrar en esa casa —dijo Bailey—. No sabemos quién vive allí.
—Mientras ustedes hablan con la gente delante de la casa, yo correré hacia la parte d'atrás y entraré por una ventana —propuso John Wesley.
—Nos quedaremos todos en el coche —dijo la madre.
Doblaron por el camino de tierra y el coche avanzó a tropezones en un remolino de polvo colorado. La abuela recordó los tiempos en que no había carreteras pavimentadas y hacer cincuenta kilómetros representaba un día de viaje. El camino de tierra era abrupto y súbitamente se encontraban con charcos y curvas cerradas en terraplenes peligrosos. Tan pronto se hallaban en lo alto de una colina, desde donde se dominaban las copas azules de los árboles que se extendían a lo largo de kilómetros, como en una depresión rojiza dominada por los árboles cubiertos de una capa de polvillo.
—Mejor será que aparezca ese lugar antes de un minuto —dijo Bailey—, o daré la vuelta.
Daba la impresión de que nadie había pasado por aquel camino desde hacía meses.
—No falta mucho —comentó la abuela, y apenas lo hubo dicho cuando tuvo un pensamiento horrible. Le produjo tal vergüenza que la cara se le puso colorada y se le dilataron las pupilas y sus pies dieron un salto, de modo que movieron la bolsa de viaje en el rincón. En el momento en que se movió la bolsa, el periódico que había colocado sobre la cesta se levantó con un maullido y Pitty Sing, el gato, saltó sobre el hombro de Bailey.
Los chicos cayeron al suelo y su madre, con el bebé en brazos, salió disparada por la portezuela y se desplomó en la tierra; la vieja dama se vio arrojada hacia el asiento delantero. El automóvil dio una vuelta y aterrizó sobre el costado derecho, en una zanja al lado del camino. Bailey se quedó en el asiento del conductor con el gato —de rayas grises, cara blanca y hocico naranja— todavía agarrado al cuello como una oruga.
Tan pronto como los chicos se dieron cuenta de que podían mover los brazos y las piernas, salieron arrastrándose del coche y gritaron: «¡Hemos tenío un accidente!». La abuela estaba hecha un ovillo bajo el salpicadero y esperaba estar tan malherida que la furia de Bailey no cayera sobre ella. El pensamiento terrible que había tenido antes del accidente era que la casa que recordaba tan vívidamente, no estaba en Georgia, sino en Tennessee.
Bailey se quitó el gato del cuello con las manos y lo arrojó por la ventanilla contra el tronco de un pino. Luego salió del coche y empezó a buscar a la madre de los chicos. Estaba sentada en la cuneta, con el chico, que no paraba de llorar, en brazos, pero solo había sufrido un corte en la cara y tenía un hombro roto. «¡Hemos tenío un accidente!», gritaban los chicos en un delirio de felicidad.
—Pero nadie se ha muerto —señaló june Star con cierta desilusión, mientras la abuela salía rengueando del coche, con el sombrero todavía prendido a la cabeza pero el encaje delantero roto y levantado en un airoso ángulo y el ramito de violetas caído a un costado.
Se sentaron todos en la cuneta, excepto los chicos, para recobrarse de la conmoción. Estaban todos temblando.
—Tal vez pase algún coche —dijo la madre de los niños con voz ronca.
—Creo que m'hecho daño en algún órgano —comentó la abuela apretándose el costado, pero nadie le prestó atención.
A Bailey le castañeteaban los dientes. Llevaba una camisa amarilla de sport, con un estampado de loros en un azul vivo y tenía la cara tan amarilla como la camisa. La abuela decidió no comentar que la casa en cuestión estaba en Tennessee.
La carretera quedaba unos tres metros más arriba y sólo podían ver las copas de los árboles al otro lado. Detrás de la cuneta donde estaban sentados había más árboles, altos, oscuros y graves. A los pocos minutos divisaron un coche a cierta distancia, en lo alto de una colina; avanzaba lentamente como si sus ocupantes los estuvieran observando. La abuela se puso en pie y agitó los brazos dramáticamente para atraer su atención. El automóvil continuó avanzando con lentitud, desapareció en un recodo y volvió a aparecer, rodando aún más despacio, sobre la colina por la que ellos habían pasado. Era un vehículo grande y baqueteado, parecido a un coche fúnebre. Había tres hombres dentro.
Se detuvo justo a su lado y durante unos minutos el conductor miró fija e inexpresivamente hacía donde estaban sentados, sin decir palabra. Luego volvió la cabeza, susurró algo a los otros dos y se apearon. Uno era un muchacho gordo con pantalones negros y una sudadera roja con un semental plateado estampado delante. Caminó, se colocó a la derecha del grupo y se quedó mirándolos con la boca entreabierta en una floja sonrisa burlona. El otro llevaba pantalones color caqui, una chaqueta de rayas azules y un sombrero gris echado hacia delante que le tapaba casi toda la cara. Se acercó despacio por la izquierda. Ninguno de los dos habló.
El conductor salió del coche y se quedó junto a él mirándolos. Era mayor que los otros. Su pelo empezaba a encanecer y llevaba unas gafas con montura plateada que le daban aspecto académico. Tenía el rostro largo y arrugado, y no llevaba camisa ni camiseta. Vestía unos tejanos que le quedaban demasiado ajustados y llevaba en la mano un sombrero y una pistola. Los dos muchachos llevaban pistolas.
—¡Hemos tenío un accidente! —gritaron los niños.
La abuela tuvo la extraña sensación de que conocía al hombre de las gafas. Le sonaba tanto su cara que era como si le hubiera conocido de toda la vida, pero no lograba recordar quién era. Él se alejó del coche y empezó a bajar por el terraplén dando los pasos con sumo cuidado para no resbalar. Calzaba zapatos blancos y marrones y no llevaba calcetines; sus tobillos eran flacos y rojos.
—Buenas tardes —dijo—. Veo que han tenío un accidente de na.
—¡Hemos dao dos vueltas de campana! —dijo la abuela.
—Una —corrigió él—. Lo hemos visto. Hiram, prueba el coche a ver si funciona —indicó en voz baja al muchacho del sombrero gris.
—¿Pa qué lleva esa pistola? —preguntó John Wesley—. ¿Qué va hacer con ella?
—Señora —dijo el hombre a la madre de los chicos—, ¿le importaría decirles a esos chicos que se sienten a su lao? Los niños me ponen nervioso. Quiero que se queden sentados juntos.
—¿Quién es usté pa decirnos lo que debemos hacer? —preguntó June Star.
Detrás de ellos, la línea de los árboles se abrió como una oscura boca.
—Vengan aquí —dijo la madre.
—Verá usted —dijo Bailey de pronto—, estamos en un apuro. Estamos en...
La abuela soltó un chillido. Se levantó trabajosamente y lo miró de hito en hito.
—¡Usté es el Desequilibrado! ¡Lo he reconocío na más verlo!
—Sí, señora —dijo el hombre, que sonrió levemente como si estuviera satisfecho a pesar de que lo hubieran reconocido—, pero habría sido mejor pa todos ustedes, señora, que no me hubiese reconocío.
Bailey volvió la cabeza bruscamente y dijo a su madre algo que dejó atónitos hasta a los niños. La anciana se echó a llorar y el Desequilibrado se ruborizó.
—Señora —dijo—, no se disguste. A veces un hombre dice cosas que no piensa. No creo qu'haya querido hablarle d'esa manera.
—Tú no dispararías a una dama, ¿verdá? —dijo la abuela, que se sacó un pañuelo limpio del puño y empezó a secarse los ojos.
El Desequilibrado clavó la punta del zapato en el suelo, hizo un pequeño hoyo y luego lo tapó de nuevo.
—No me gustaría na tener qu'hacerlo.
—Escucha —dijo la abuela casi a gritos—, sé qu'eres un buen hombre. No pareces tener la misma sangre que los demás. ¡Sé que debes de venir d'una buena familia!
—Sí, señora —afirmó él—, la mejor del mundo. —Cuando sonreía mostraba una hilera de fuertes dientes blancos—. Dios nunca creó a una mujer mejor que mi madre, y papá tenía un corazón d'oro puro.
El muchacho de la sudadera roja se había colocado detrás de ellos con la pistola en la cadera. El Desequilibrado se acuclilló.
—Vigila a los niños, Bobby Lee —dijo—. Sabes que me ponen nervioso.
Miró a los seis apiñados ante él y dio la impresión de estar incómodo, como si no se le ocurriera qué decir.
—No hay ni una nube en el cielo —comentó alzando la vista—. No se ve el sol, pero tampoco hay nubes.
—Sí, es un día hermoso —dijo la abuela—. Escucha, no te tendrías que apodar el Desequilibrado, porque yo sé que en el fondo eres un hombre bueno. Con solo mirarte ya me doy cuenta.
—¡Calla! —gritó Bailey—. ¡Calla! ¡Cállense todos y déjenme a mí arreglar esto! —Estaba en cuclillas como un atleta a punto de iniciar la carrera, pero no se movió.
—Muchas gracias, señora —dijo el Desequilibrado, y dibujó un circulito con la culata de la pistola.
—Tardaremos una media hora en arreglar el coche —avisó Hiram mirando por encima del capó abierto.
—Bueno, primero tú y Bobby Lee lleven a él y al niño allá —dijo el Desequilibrado señalando a Bailey y a John Wesley—. Los muchachos quieren preguntarle algo —explicó a Bailey—. ¿Le importaría acompañarlos hasta el bosque?
—Escuche —comenzó Bailey—, ¡estamos en un gran aprieto! Nadie se da cuenta de lo qu'es esto. —Y se le quebró la voz. Tenía los ojos tan azules y brillantes como los loros de su camisa, y se quedó absolutamente inmóvil.
La abuela levantó la mano para ponerse bien el ala del sombrero como si fuera al bosque con él, pero se le desprendió entre los dedos. Se quedó mirándola y después de un segundo la dejó caer al suelo. Hiram levantó a Bailey tomándolo del brazo como si estuviera ayudando a un anciano. John Wesley agarró la mano de su padre y Bobby Lee se colocó detrás de ellos. Se encaminaron hacia el bosque y, cuando llegaron al borde oscuro, Bailey se dio la vuelta y, apoyándose contra el tronco gris y pelado de un pino, gritó:
—¡Estaré de vuelta en un minuto, espérame, mamá!
—¡Vuelve ahora mismo! —exclamó la abuela, pero todos desaparecieron en el bosque—. ¡Bailey, hijo! —gritó con voz trágica, pero se encontró con que estaba mirando al Desequilibrado, que estaba acuclillado delante de ella—. Sé muy bien qu'eres un hombre bueno —le dijo con desesperación—. ¡No eres una persona corriente!
—No, no soy un hombre bueno —repuso el Desequilibrado un instante después, como si hubiera considerado su afirmación con sumo cuidado—, pero tampoco soy lo peor del mundo. Mi viejo decía que yo era un perro de raza diferente de la de mis hermanos y hermanas. «Mira —decía mi viejo—, hay algunos que pueden vivir toa su vida sin preguntarse por qué y otros que tienen que saber el porqué, y este muchacho es d'estos últimos. ¡Va estar en to!»
Se puso el sombrero y súbitamente alzó la mirada y la dirigió hacia el bosque como si de nuevo se sintiera incómodo.
—Perdonen qu'esté sin camisa delante de ustedes, señoras —añadió encorvando un poco los hombros—. Enterramos la ropa que teníamos cuando escapamos y nos apañamos con lo que tenemos hasta que consigamos algo mejor. Esta ropa nos la prestaron unos tipos que encontramos.
—No pasa na —observó la abuela—. Tal vez Bailey tenga otra camisa en su maleta.
—Luego la buscaré —dijo el Desequilibrado.
—¿Adónde se lo están llevando? —gritó la madre de los niños.
—Papá era un gran tipo —dijo el Desequilibrado—. No había quien l'engañara. Pero nunca tuvo problemas con las autoridades. Tenía l'habilidá de saber tratarlos.
—Tú podrías ser honrado si te lo propusieras —afirmó la abuela—. Piensa en lo bonito que sería establecerse en algún sitio y vivir cómodamente sin que nadie t'estuviera persiguiendo to el tiempo.
El Desequilibrado escarbaba en el suelo con la culata de la pistola como si estuviera reflexionando sobre estas palabras.
—Sí, siempre hay alguien persiguiéndote —murmuró.
La abuela reparó en cuán delgados eran sus omóplatos detrás del sombrero, porque estaba de pie y lo miraba desde arriba.
—¿Rezas alguna vez? —preguntó.
Él negó con la cabeza. Ella sólo vio cómo el sombrero negro se movía entre sus omóplatos.
—No.
Sonó un disparo de pistola en el bosque, seguido de inmediato por otro. Luego, silencio. La cabeza de la anciana dio una sacudida. Oyó cómo el viento se movía entre las copas de los árboles como una larga inspiración satisfecha.
—¡Bailey, hijo! —gritó.
—Durante un tiempo fui cantante de gospel —explicó el Desequilibrado—. He sido casi to. Serví en el Ejército de Tierra y en la Marina, aquí y en el extranjero. Me casé dos veces, trabajé de sepulturero, trabajé en los ferrocarriles, aré la madre tierra, presencié un tornado, una vez vi quemar vivo un hombre. —Y miró a la madre de los chicos y a la niña, que estaban sentadas muy juntas, con la cara blanca y los ojos vidriosos—. Hasta he visto azotar a una mujer.
—Reza, reza —empezó a repetir la abuela—, reza, reza...
—No era un chico malo por lo que recuerdo —prosiguió el Desequilibrado con voz casi soñadora—, pero en algún momento hice algo malo y m'enviaron a la penitenciaría. M'enterraron vivo.
Miró hacia arriba y mantuvo la atención de la abuela con una mirada fija.
—Fue entonces cuando deberías haber comenzado a rezar —dijo ella—. ¿Qu'hiciste pa que te enviaran a la penitenciaría la primera vez?
—Doblabas a la derecha y había una pared —explicó el Desequilibrado con la mirada alzada hacia el cielo sin nubes—. Doblabas a la izquierda y había una pared. Mirabas arriba y estaba el techo, mirabas abajo y estaba el suelo. Olvidé lo qu'había hecho, señora. Me quedaba sentado allí tratando de recordar lo qu'había hecho y, hasta el día de hoy, no lo recuerdo. De vez en cuando pensaba que lo recordaría, pero no fue así.
—Tal vez t'encerraron por error —apuntó la anciana. —No —dijo él—. No hubo error. Había pruebas contra mí. —Tal vez robaste algo.
El Desequilibrado soltó una risita burlona.
—Nadie tenía na que yo quisiese. Un jefe de médicos de la penitenciaría dijo que lo que yo había hecho fue matar a mi padre, pero sé que es mentira. Mi viejo murió en mil novecientos diecinueve de la epidemia de gripe y yo nunca tuve na que ver con eso. L'enterraron en el cementerio de la iglesia baptista de Mount Hopewell y usté puede ir y verlo por sí misma.
—Si rezaras —dijo la anciana—, Cristo te ayudaría.
—Así es.
—Entonces, ¿por qué no rezas? —preguntó ella, temblando de súbita alegría.
—No quiero ninguna ayuda. Solo, las cosas me van bien.
Bobby Lee y Hiram regresaron del bosque con paso lento. Bobby Lee arrastraba una camisa amarilla con loros azules estampados.
—Tírame esa camisa, Bobby Lee —dijo el Desequilibrado.
La camisa llegó volando, aterrizó en su hombro y se la puso. La abuela no podía pensar en lo que le hacía recordar esa camisa.
—No, señora —prosiguió el Desequilibrado mientras se abrochaba los botones—, comprendí que el delito da igual. Puedes hacer una cosa o hacer otra, matar a un hombre o quitarle una rueda del coche, porque tarde o temprano t'olvidas de lo qu'has hecho y simplemente te castigan por ello.
La madre de los chicos comenzó a emitir sonidos entrecortados, como si no pudiese respirar.
—Señora —dijo él—, ¿podrían usted y la pequeña acompañar a Hiram y a Bobby Lee hasta donde está su esposo?
—Sí, gracias —dijo la madre débilmente. Su brazo izquierdo colgaba inútil, y llevaba al bebé, que se había quedado dormido, en el otro.
—Ayuda a la señora, Hiram —dijo el Desequilibrado, cuando ella trataba penosamente de subir por la zanja—. Y tú, Bobby Lee, toma a la pequeña de la mano.
—No quiero que me dé la mano —replicó June Star—. Parece un cerdo.
El muchacho gordo se ruborizó y se rió, la tomó de la mano y tiró de ella hacia el bosque detrás de Hiram y la madre.
Sola con el Desequilibrado, la abuela se dio cuenta de que había perdido la voz. No había una sola nube en el cielo, y tampoco sol. No había nada a su alrededor excepto el bosque. Quiso decirle que debía orar. Abrió y cerró la boca varias veces antes de que saliera algo. Finalmente se encontró a sí misma diciendo: «Jesús, Jesús». Quería decir «Jesús t'ayudará», pero de la manera en que lo decía era como si estuviera maldiciendo.
—Sí, señora —dijo el Desequilibrado como si le estuviera dando la razón. Jesús rompió el equilibrio de todo. Le ocurrió lo mismo que mí, salvo que Él no había cometido ningún crimen y en mi caso pudieron probar que yo había cometido uno porque tenían los documentos contra mí. Por supuesto, nunca me mostraron los papeles. Por eso ahora pongo la firma. Dije hace mucho tiempo: te consigues una firma y firmas to lo qu'haces y te quedas con una copia. Entonces sabrás lo qu'has hecho y podrás contraponer el delito con el castigo y ver si se corresponden y al final tendrás algo pa probar que no t'han tratao como debían. Me hago llamar el Desequilibrado porque no puedo hacer que las cosas malas que he hecho se correspondan con lo que he soportao durante`l castigo.
Se oyó un grito desgarrador en el bosque, seguido de inmediato por un disparo.
—¿Le parece bien a usté, señora, que a uno le castiguen mucho y a otro no le castiguen na?
—¡Jesús! —gritó la anciana—. ¡Tienes buena sangre! ¡Yo sé que no dispararías a una dama! ¡Sé que vienes d'una familia buena! ¡Reza! Por Dios, no deberías disparar a una dama. ¡Te daré to el dinero que tengo!
—Señora —repuso el Desequilibrado mirando hacia el bosque—, nunca ha habido un cadáver que diera una propina al sepulturero.
Se oyeron otros dos disparos y la abuela levantó la cabeza como un viejo pavo sediento pidiendo agua y gritó: «¡Bailey, hijo, Bailey, hijo!», como si fuera a partírsele el corazón.
—Jesús es el único qu'ha resucitao a los muertos —continuó el Desequilibrado—, y no tendría qu'haberlo hecho. Rompió el equilibrio de to. Si Él hacía lo que decía, entonces sólo te queda dejarlo to y seguirlo, y si no lo hacía, entonces sólo te queda disfrutar de los pocos minutos que tienes de la mejor manera posible, matando a alguien o quemándole la casa o haciéndole alguna otra maldad. No hay placer, sino maldad —dijo, y su voz casi se había transformado en un gruñido.
—Tal vez no resucitó a los muertos —murmuró la anciana, sin saber lo que estaba diciendo y sintiéndose tan mareada que se dejó caer en la zanja sobre las piernas cruzadas.
—Yo no estaba allí, así que no puedo decir que no lo hizo —repuso el Desequilibrado—. Ojalá hubiera estado allí —añadió golpeando el suelo con el puño—. No está bien que no estuviera allí, porque d'haber estao allí yo sabría. Escuche, señora —añadió alzando la voz—, d'haber estao allí, yo sabría y no sería como soy ahora.
Su voz parecía a punto de quebrarse y la cabeza de la abuela se aclaró por un instante. Vio la cara del hombre contraída cerca de la suya como si estuviera a punto de llorar, y entonces murmuró:
—¡Si eres uno de mis niños! ¡Eres uno de mis hijos!
Tendió la mano y lo tocó en el hombro. El Desequilibrado saltó hacia atrás como si le hubiera mordido una serpiente y le disparó tres veces en el pecho. Luego dejó la pistola en el suelo, se quitó las gafas y se puso a limpiarlas.
Hiram y Bobby Lee regresaron del bosque y se detuvieron junto a la cuneta para observar a la abuela, que estaba medio sentada, y medio tendida en un charco de sangre, con las piernas cruzadas como las de un niño, y su rostro sonreía al cielo sin nubes.
Sin las gafas, los ojos del Desequilibrado estaban bordeados de rojo y tenían una mirada pálida e indefensa.
—Llévensela y déjenla donde dejaron a los otros —dijo, y tomó al gato, que se estaba refregando contra su pierna.
—Era una charlatana —dijo Bobby Lee, y bajó a la zanja cantando.
—Habría sido una buena mujer —dijo el Desequilibrado— si hubiera tenío a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida.
—¡Pequeña diversión! —dijo Bobby Lee.
—Cállate, Bobby Lee —dijo el Desequilibrado—. No hay verdadero placer en la vida.






Créditos

Cuento  Un hombre bueno es difícil de encontrar. Ediciones DeBolsillo. Blog La maquina del Tiempo. Tambien se pueden encontrar cuentos de Flannery Oconnor en Ciudad Seva  y Literatura.us 

Fotografías

Fotografía de Flannery O'connor New Georgia Encyclopedia. Flannery O'Connor (1925-1964). Original entry by Sarah Gordon, Georgia College and State University, 07/10/2002

Fotografía Carro y carretera, Georgia 1950. Images Getty


Fotografia de portada de cuentos completos Catholic Pundit Wannabe DECEMBER.Peacock Memories: Flannery O'Connor and the King of the Birds TUESDAY, DECEMBER 29, 2015.