Plaza de las palabras en su sección Lenguaje y escritura, presenta el texto: El arte de contar historias, escrito por Mauricio Bach y publicado en La Vanguardia, Cultura/s. El autor presenta un texto en que responde a las inquietudes de lo que más gusta en un cuento o historia y sus probables relaciones con el funcionamiento del cerebro. ¿Cómo se atrapa al lector? En definitiva enuncia las fórmulas que rigen los procesos mentales en la elaboración de una narración. Basa sus comentarios en su experiencia, ya que imparte clases sobre novela en Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès.
Igualmente cita a varios autores, entre otros, Joseph Campbell, quien se especializa en los mitos, y el formalista ruso Vladimir Propp, quien estudia las estructuras del lenguaje, especialmente en la narración de historias. Se sigue auxiliando en Eduardo Vara, autor «que explica que nuestro cerebro busca estímulos en lo nuevo e inesperado y al mismo tiempo trata de controlar el entorno.» Will Storr, quien analiza la eficacia narrativa en relación al cerebro.
Así también el texto expone hallazgos de los neurólogos Anthony Brandt y David Eagleman. Según estos autores: «la creatividad se basa en tres elementos nucleares que ellos denominan doblar, romper y mezclar. Se trata de tomar elementos ya existentes –nunca partimos de la nada– y manipularlos, forzarlos, reelaborarlos hasta crear algo nuevo.» El autor del texto, continúa comentando la obra de tres escritores más: Albert Sánchez Piñol, Brandon Sanderson y Kurt Vonnegut. Autores que además impartieron clases de escritura narrativa y creativa. Sanderson en la Universidad Brigham Young, y Vonnegut, en la Universidad de Iowa, en el mítico Writer’s Workshop. Finalmente, el texto es acompañado con una breve entrevista al autor Eduardo Vara, pediatra, dramaturgo y editor en la Universitat Pompeu Fabra. Autor para quien: “Somos verbívoros y narratívoros”
Cultura/s
¿Cómo se atrapa al lector? ¿Por qué un personaje nos gusta?¿Por qué un final sin sorpresa nos decepciona? Más allá de clásicos como Campbell, distintos libros tratan de explicar las fórmulas que rigen toda narración
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El arte de contar historias
Mauricio Bach
En 1949 el profesor norteamericano Joseph Campbell publicó El viaje del héroe, un tratado de mitología cuya relevancia no tardó en sobrepasar el ámbito académico: el llamado viaje del héroe es utilizado por guionistas y escritores. Campbell sintetizó el viaje iniciático en una sucesión de etapas o pruebas que deben superarse. Y descubrió que esta estructura se repetía en mitos procedentes de culturas sin ninguna conexión entre sí. Todos compartían una misma estructura narrativa, que sigue siendo la que, de manera diáfana o disfrazada, vemos replicada en novelas y películas de los géneros más diversos.
Unas décadas antes, en 1928, ya lo había apuntado el formalista ruso Vladimir Propp en La morfología del cuento, con una esquematización más compleja en forma de listado de 31 puntos o funciones. Los relatos populares de tradiciones muy diversas compartían elementos estructurales comunes. Es decir, cuando narramos –sea en una novela, un cómic, una película o una serie de televisión– repetimos ciertas pautas cuya eficacia probada se remonta a la antigüedad. Algo similar pasa con la llamada estructura en tres actos, presente en el teatro griego y que sigue funcionando en cualquier película – salvo las muy experimentales–tanto si es de Hollywood como si se ha rodado en Alcarràs.
Hace años que imparto cursos de novela en la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès y siempre empiezo la primera clase con el viaje del héroe de Campbell, porque contiene sintetizada la esencia de toda narración. Se han escrito centenares de libros que tratan de explicar esa fórmula mágica y de responder a preguntas del tipo: ¿cómo se atrapa al lector?, ¿por qué un personaje nos despierta empatía?, ¿por qué un final sin sorpresa nos decepciona? Por afición y por profesión he ido acumulando un buen número de esas obras y ahora llegan a librerías varias novedades, entre ellas algunas que dan un paso más allá del simple manual de técnicas narrativas y las que dan un paso más allá del simple manual de técnicas narrativas y las conectan con la neurociencia. Tratan de explicar por qué leemos lo que leemos y qué estímulos busca nuestro cerebro en una narración.
Es el caso de Érase una vez en tu cerebro de Eduardo Vara, que explica que nuestro cerebro busca estímulos en lo nuevo e inesperado y al mismo tiempo trata de controlar el entorno. Con la combinación de ambas cosas debe jugar una narración exitosa, poniendo en práctica algo en apariencia paradójico: tener elementos reconocibles –piénsese por ejemplo en el lector de género policiaco, que busca encontrarse con una estructura clásica: detective investiga crimen–, pero al mismo tiempo, sobre estos elementos con los que el cerebro está familiarizado debe ser capaz de lanzar retos al lector, ofrecerle giros inesperados, chocantes incluso, sin los que no habría estímulo. Y la tercera cosa que busca el cerebro es coherencia, de modo que al final todo debe cobrar sentido, cada pieza del puzle encajar en su lugar, aunque en la vida real no siempre sea así (y tampoco tiene por qué serlo en la novela más experimental o vanguardista que sería la excepción a la regla).
Una trama no tiene por qué ser realista,
pero sí verosímil;
este es un pacto básico con el lector
que el autor no puede transgredir
La ciencia de contar historias de Will Storr es otra exploración de las claves de la eficacia narrativa conectándola con el funcionamiento de nuestro cerebro, que procesa información constantemente y está especialmente alerta al cambio. Por eso la primera regla para Storr es captar la atención del lector con la amenaza de un cambio inesperado, el tipo de arranque de novela que resulta imbatible. A partir de aquí el desarrollo narrativo debe seguir los parámetros de pensamiento de nuestro cerebro: se plantean preguntas y se responden. La narración óptima es una sucesión de causas y efectos, porque el cerebro entiende así el mundo. El autor apunta otro aspecto interesante: el hombre primitivo sobrevivió creando grupos y lo que mantiene cohesionado al grupo a través del lenguaje es el chisme, que es el origen de todas las
narraciones, el deseo de saber de las vidas de otros.
Aunque no aborda de manera específica la creación literaria, La especie desbocada , coescrito por un compositor y un neurocientífico –Anthony Brandt y David Eagleman–, puede ayudar a entender por qué básicamente estamos contando siempre las mismas historias y sin embargo estas siempre nos parecen nuevas. El libro analiza la creatividad en sentido amplio, la que sirve para crear un cohete lunar o un iPhone, pero también para revolucionar las artes plásticas o la arquitectura. Según los autores, la creatividad se basa en tres elementos nucleares que ellos denominan doblar, romper y mezclar. Se
trata de tomar elementos ya existentes –nunca partimos de la nada– y manipularlos, forzarlos, reelaborarlos hasta crear algo nuevo.
Los tres últimos libros que comentaré son manuales de técnicas narrativas escritos por autores con grandes éxitos a sus espaldas. Es el caso de Les estructures elementals de la narrativa de Albert Sánchez Piñol, cuya primera novela, La pell freda , se convirtió en un best seller internacional y desde entonces no ha dejado de estar en las listas de más vendidos. Su propuesta es muy técnica, pero servida con encomiables dosis de humor y abundantes ejemplos tanto de novelas como de películas de todo tipo. Él no entra a
explorar el cerebro, sino que se centra en proporcionar fórmulas infalibles para construir una trama eficaz. Proporciona un esquema compositivo que después cada uno debe rellenar con su imaginación y su talento. Para él son cruciales el desencadenante con el que arranca la acción, los giros narrativos bien dosificados que mantienen al lector en vilo y lo que los guionistas denominan el midpoint (el punto intermedio, también llamado de no retorno), un momento de gran intensidad dramática, que se sitúa en el centro de la historia y en el que el protagonista debe tomar decisiones trascendentales que cambiarán el curso de la trama.
Brandon Sanderson es otro autor superventas, en su caso especializado en fantasy . Su Curso de escritura creativa es la transcripción de las clases que imparte en la Universidad Brigham Young. El libro está enfocado a la fantasy, pero las reflexiones teóricas que plantea son en su mayoría aplicables a otros géneros. Explica, por ejemplo, sus celebérrimas leyes de la mágica o leyes de Sanderson, que acotan qué se puede hacer y qué no con la magia en una novela; son un buen ejemplo de cómo generar verosimilitud en una narración fantástica a partir de respetar el principio de coherencia: una trama no tiene por qué ser realista, pero sí verosímil; este es un pacto básico con el lector que el autor no puede transgredir.
A partir de elementos con los que el cerebro está
familiarizado,
la narración debe lanzar retos al lector,
ofrecerle giros inesperados
Kurt Vonnegut también escribió literatura de género –ciencia ficción–, aunque con la ambición de romper las barreras de ese género, y también dio clases de escritura en una universidad. En su caso en la de Iowa, en el mítico Writer’s Workshop por el que han pasado, como profesores o alumnos, grandísimos nombres de la literatura americana. Él llegó allí a mediados de los años sesenta, acuciado por las necesidades económicas para mantener a su familia, cuando todavía no era un autor reconocido. Compadezcan al lector reconstruye y explica esas clases, a partir del material recopilado por una de
sus alumnas. Hay en esta obra pistas creativas explicadas con el característico humor del autor que ya insinúa el ingenioso título. Explica, por ejemplo, cómo construir personajes interesantes manejando los claroscuros que los dotan de complejidad y por tanto de humanidad. Pero sus reflexiones van más allá de las técnicas narrativas para adentrarse en para qué escribimos y cuál es el sentido de la ficción en la sociedad (les recomiendo el documental Kurt Vonnegut: a través del tiempo, que se puede ver en Filmin y les apunto que Blackie Books está rescatando su obra en una biblioteca de autor, cuyo título
más reciente es la deslumbrante Desayuno de campeones ).
Desde los mitos ancestrales de Campbell al siglo XXI, pasando por las tragedias y comedias griegas, Dante, El Quijote, Shakespeare, las películas de Hitchcock, los cómics de Tintín o la serie Breaking Bad, el cerebro humano pide ficciones que lo seduzcan. Como seres dotados de lenguaje y de pensamiento, necesitamos contar y que nos cuenten historias. Son un modo de entender y ordenar el mundo no siempre ordenado, de entendernos a nosotros mismos.
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Entrevista a Eduardo Vara
“Somos verbívoros y narratívoros”
Eduardo Vara es pediatra y además se formó como dramaturgo en un taller de la Sala Beckett y como editor en la Universitat Pompeu Fabra. Érase una vez en tu cerebro no es un simple manual de escritura, también explora cómo se relaciona nuestro cerebro con las historias que narramos.
¿Necesitamos que nos cuenten historias como necesitamos comer?
Totalmente. El neurolingüista Steven Pinker nos define como una especie verbívora que necesita las palabras para dar forma concreta a las ideas abstractas y pensamientos que surgen dentro de su cerebro. Pero podemos ir más allá. Somos una especie narratívora. Las palabras aisladas no nos bastan, necesitamos articularlas alrededor de historias que hablen de sus relaciones de semejanza, contigüidad o causa-efecto y, así, entender mejor el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. Además, guardamos esas historias en nuestra memoria, las repasamos mentalmente y, si hace falta, las repensamos con añadidos, cortes o reenfoques. Así que, para ser más exactos, somos narratívoros rumiantes.
Hoy el cine y las series televisivas nos cuentan historias con gran eficacia. ¿Qué
aportan las narradas solo con palabras?
Lo fantástico de las historias basadas en palabras, sean escritas u orales, es que tenemos que escenificarlas en nuestra mente usando nuestros propios recursos (comprensión lingüística, imaginación, trazos de recuerdos...). Así que nos convierten en responsables de la producción y escenógrafos, directores de casting, técnicos de luz y sonido... Hasta nos permiten jugar a vernos a nosotros mismos como protagonistas. Eso también significa que requieren más esfuerzo mental por nuestra parte, pero, si la narración es buena, aceptamos ese trabajo con gusto y, después, incluso recordamos mejor una misma historia si la leemos como novela que si la vemos como película.
¿Qué nos sigue impulsando a contar historias, de los mitos tribales a la novela
del siglo XXI? ¿Ha cambiado la razón para hacerlo?
La razón sigue siendo la misma: nuestro instinto de exploración y el sesgo de información que nos empuja a buscar el máximo de datos, aunque sea en ficciones, para adaptarnos al entorno. En ese sentido, como nuestro entorno es cambiante, siempre habrá nuevas narraciones que contar o antiguas que reescribir para adaptarlas a nuestra nueva realidad.
¿El lector y el espectador de hoy están más entrenados? ¿Es más difícil sorprenderlos?
Creo que sí. Pero seguimos cayendo en los mismos trucos una y otra vez a poco que los autores agucen el ingenio. Y nos encanta que lo hagan. Que nos sorprendan cuando pensábamos que no iban a hacerlo nos produce aún más placer porque le recuerda a nuestro cerebro que, en el juego de la supervivencia, aunque sea en una ficción, nunca podemos bajar la guardia.
¿Hay diferencias sustanciales en cómo leemos de niños y de adultos?
El cerebro de un niño es muy distinto al de un adulto, tiene muchas más conexiones neuronales, las llamadas sinapsis. Luego, hacia los doce años, comienza la poda sináptica, un proceso que dura más allá de la veintena y anula las conexiones poco usadas y refuerza las más útiles o entrenadas. Por eso la lectura durante la infancia y preadolescencia tiene ese componente hiperestimulador, casi mágico. Respecto a qué buscamos en la lectura como adultos, es una pregunta para la que cada uno puede tener una respuesta, pero, en general, como dijo Michael Ende, “la ficción no es una forma de huir de la realidad, sino de acercarnos a ella de una manera más agradable”.
¿Qué ingredientes debe tener una narración para interesarnos?
Debe despertar la curiosidad generando alguna expectativa, mantener la atención a través del suspense y la sensación de estar participando en una aventura emocional y, al final, rematar ese viaje de un modo coherente y, a ser posible, con un punto sorpresivo.
Héroes, antihéroes, superhéroes, villanos. ¿Qué debe tener un personaje para interesarnos?
Crear personajes cautivadores quizá sea uno de los mayores retos de los autores. Si son estereotipados, nos parecerán autómatas y poco creíbles. Así que la clave está en que los autores trasladen a esos personajes el máximo de matices humanos: nuestra vulnerabilidad, virtudes, defectos, contradicciones… Y que lo hagan de una manera evaluable, es decir, a través de esos pequeños detalles que rastreamos en la vida real cuando nos presentan a un desconocido y necesitamos etiquetarle como una persona fiable o dudosa.
Habla en el libro de la importancia de los finales. ¿Buscamos en la novela un
orden, un sentido que no siempre se da en el mundo real?
Todas las ficciones, incluso las que llevan el disfraz de la fantasía, son pequeñas recreaciones del mundo real, que es desbordante, digresivo, caótico y ruidoso. Cualquier narración es un intento de poner orden entre el caos; y al margen de su final, puede ofrecernos alguna recomendación para evitar el caos, como el cuento de Los tres cerditos, que señala el esfuerzo y la colaboración como herramienta de protección; o puede simplemente señalarnos un peligro o pregunta relevante, como los finales abiertos de muchos cuentos de Chéjov. En cualquiera de esos casos, lo importante es que tengamos la sensación de que la aventura que hemos compartido nos llevaba hasta ese lugar y ese momento.
Enlace
El arte de contar historias Mauricio Bach
Créditos
El arte de contar historias, Mauricio Bach. La Vanguardia. Cultura/s. 9 julio de 2022
Ilustración
María Corte