La ceniza de la batalla. (La cenere delle battaglie): un cuento de Carlos Emilio Gadda. Las reminiscencias del futuro. Post Plaza de las palabras





Plaza de las palabras en su sección Cuentos presenta a Carlo Emilio Gadda (1893–1973), escritor italiano que con una formación de ingeniero, llego a ser   novelista, ensayista y cuentista. Carlos Emilio Gadda fue uno de los renovadores de la narrativa  italiana, gran conocedor del lenguaje, incorpora dialectos romano y lombardo. Además un gran crítico de la sociedad de su tiempo. Escritor rupturista, «El Joyce italiano que cita Italo Calvino en sus Seis propuestas para el próximo milenio, como ejemplo supremo de multiplicidad. » (1) 
 
«Tuvo una buena formación. Participó en la Primera gran Guerra en el norte de Italia: Giornale di guerra e di prigionia. Comenzó a escribir en la década de 1930 con un estilo despojado de sentimentalismo y una fuerte presencia de análisis psicológico y sociológico. Sus primeros trabajos fueron recopilados en 1955 bajo el título de Los sueños y el fulgor. En 1957 se publicó su obra más famosa Quer pasticciaccio brutto de via Merulana en la que utiliza un lenguaje denominado Pastiche, por la manera de mezclar jergas, tres dialectos romanos, palabras extranjeras, alusiones clásicas y parodias. Todo ello con una estructura de novela policiaca. Poco después el cineasta y actor Pietro Germi, dirigió e interpretó una adaptación al cine de El zafarrancho aquel de Vía Merulana, en un estupendo policiaco: Un maldito embrollo (Un maledetto imbroglio, 1959), bastante fiel al original y clásico del cine italiano y europeo. Luego, destacaría con su novela El conocimiento del dolor. Es uno de los más importantes y originales escritores italianos y uno de los mayores novelistas vanguardistas del siglo XX, junto a nombres como Kafka, Joyce, Faulkner, Gombrowicz o Cortázar.» (2)

«Como la mayoría de romanos, hubo un hombre que comía helado en la Plaza Navona y se perdía en los Cuatro continentes de la fuente de Bernini. Sus volutas y contrastes, su amplitud ciceroniana, lo arrastraban a sus fondas e iglesias, a sus voces y dialectos, a sus palacios barrocos. Su mirada penetra el lugar donde su dimensión es la misma de aquel hombre, y donde su esperanza, pasión y frustración resuenan con naturalidad. Pero el arabesco, el movimiento, la brusca noche o la torsión flavia de una superficie, la acumulación de estratos calcáreos que rezuma el agua, donde el color no ha sido aplicado sino surge de lo profundo, son la materia misma. Esta materia, este hombre es Carlo Emilio Gadda. Y no era romano, era un milanés, para muchos el gran autor italiano del siglo XX.» (3)

«También sabemos que Gadda tenía maneras exquisitas y anacrónicas, sin desdeñar lo puntilloso. Sabemos que escribía cartas con la fulgente pereza del genio. Y que como un demiurgo de arrabal, cartografió el chisme y la tragedia, pareció saberlo todo con inspirado desvarío. Lo cierto es que su omnívora y lejana presencia, su propensión a la autofagia, lo hacían trabajar con tenacidad. Era una especie de Funes cuya prosa son notas de pie de una oscura obra maestra, en una lengua amnésica. De tal manera quiso ser el mundo: modulaciones y tonos, falsetes y dialectos, pensamientos, sueños y sensaciones. Su avidez cognitiva llega a decir que “conocer es insertar algo en lo real, y por lo tanto deformar lo real”. Incluso en “Una visita médica” arremete contra todos los pronombres y dice “¡El yo, el yo… ¡El más asqueroso de los pronombres!».(4)

«Por otra parte el argumento de Emparejamientos juiciosos cifra el reverso de Gadda. Así escribe sobre los bienes: “Ellos corrían el riesgo, en cada nuevo emparejamiento de herederos, subherederos y herederos probables, de disminuir un poco a la vez, de desmigajarse y de dispersarse, de desvanecerse, en suma, como espuma evaporada de las Marmore, en las divisiones y subdivisiones y desmenuzamientos infinitos, a lo largo de toda una ebullición de pequeñas cascadas sucesorias”. Esto es: el autor es la prefiguración del suceso que cambia hasta ser predisposición histórica. Su obra es un alma que se le atribuye al sistema de fuerzas y probabilidades que circunda a todo sistema, a toda humana criatura, y que solemos llamar “destino”». (5)

El cuento : Las cenizas del pasado (La cenere delle battaglie) (1951)



«La cenere delle battaglie" (1951) Gadda si cala nei panni di Prosdocimo, vecchio pazzo che conduce una vita solitaria e bizzarra crudamente rimproveratagli dal saggio ex compagno di scuola, Eucarpio. Prosdocimo-Gadda, definito dall'amico un "anomalo psichico", è ammalato di stomaco, non ha voluto prender moglie, ha rinunciato a un "impiego redditizio, e molto serio" (quello di ingegnere) per occuparsi di "quisquiglie" (la letteratura), gode della "disistima" dei vicini di casa. Nel gustoso autoritratto non mancano malinconici accenni alla guerra, né la caricatura delle forme di superstizione dell'autore e del suo sacro terrore del matrimonio».(6)


Comentario crítico,  traducción y notas por Plaza de las palabras
Las reminiscencias del porvenir

El cuento La cenere delle battaglie, es un cuento típico y conocido de C. E. Gadda, un cuento representativo de su cuentistica;  en tanto, usa un lenguaje culto, a veces con cierta erudición que rebota lo mismo de  la  ciencia que a la  historia o asalta a la misma literatura,  pero también combinado con lenguaje popular. Conocedor profundo de la lengua y observador de varios usos dialectales regionales. Recurre a un estado gris, especie de limbo pensativo  y desenterrado,  desde un pasado ficcional, histórico y realista, que se mueve y habla  entre el humor y la ironía, aunque  nunca deja atrás a la ternura. Y otras veces también destaca su posición antifascista, pero el cuento va mucho más allá, ya que recrea una un paisaje de época, un archipiélago de  amistades  escolares, una religiosa devoción familiar: con paisajes salpicados de bombardeos, casas con goteras, barricadas de nieve.  Hay dos personajes Eucarpio, perfecto ejemplo del hombre de familia,  triunfador y adinerado  y Prosdocimo, perfecto ejemplo del fracasado, escritor,  vividor, extremista solitario. Ambos herederos de su propio código genético y de sus propias circunstancias,  sobrevivientes de una guerra mundial y de su colaterales arrestos sicológicos. Binomio del hombre de éxito y del hombre fracasado. Representa dos facetas distintas, quizá ambos son una combinación de estira y afloja del alter ego del propio C. E. Gadda. O una especie de dios Jano. En que Eucarpio es la conciencia de Prosdocimo. No obstante, como en muchos de los cuentos de C. E. Gadda irrumpen sutilezas en que  a veces dice muchas cosas con una sola palabra. O justo de una imagen pueden derivarse otras connotaciones. Cada lector encontrara su propia versión del relato. En este cuento con una textura variopinta enterrada por varias capas afectivas y de la memoria, relato de profunda perspicacia sicológica, y un simbolismo lleno de acuciosas imágenes, palabras bicornes y excéntricos estados mentales, acompañado de un fondo siempre en movimiento de improvistas y recurrentes rarezas que no son más que las cenizas de batallas pasadas o reminiscencias a cuenta gotas de un lejano provenir.



Versión en español por plaza de las palabras
Las cenizas de la batalla (La cenere delle battaglie)

2904 palabras
Carlo Emilio Gadda

Eucarpio Vanzaghi, hombre probo y serio, dirigía como gerente una industria. No era un commendatore. (1)  Gozaba de la fama de un sicólogo;  es decir, alguien que sabe leer dentro del corazón de la gente, hombres o mujeres, jóvenes o viejos. Arios o no arios.  Su trabajo lo absorbía, sin embargo, siempre era fino,  cuando se daba el caso, de obrar por los demás. Por demás, en Eucarpio, la agudeza sicológica y la seguridad de juicio, siempre iba acompañada de la bondad. Tenía cincuenta y cinco años y un reloj de oro de pulsera.  Su negocio lo mantenía, frecuentemente, en viajes por tren. Entonces, el consultaba su reloj más que nunca. El había estudiado, trabajado duro, perseverado,  «había batallado», como solía decirlo, para si mismo y para sus hijas. Él tenia una esposa y tres hijas. Las tres muy bien educadas y muy bien constituidas. En su casa, además de sus usuales servicios, había un teléfono, una radio, agua caliente, carpetas y alfombras de Monza. Su familia y su trabajo, le habían procurado la «satisfacción» mas alta, el mas saludable disfrute por vivir. Él nunca había estado excesivamente preocupado, si una hija se rompía una pierna esquiando, o si tenía que gastar unas cuantas miles de liras para tuturearlos en matemáticas. Él podía holgadamente afrontar esos gastos. Él era un convencido partidario de las profilaxis preventivas modernas. Él se había hecho remover su apéndice.  Y ofreció pagar la operación a sus tres hermanas: Juana, Ema y Teresa,  como presente de navidad. En 1936, 1937 y 1938. El asunto había estado de moda  por los años 20s. Pero las personas de juicio, consideraban la moda con cierta ponderación: durante ese intervalo esa moda podría sufrir un cambio como una veleta.  De hecho Zacchi, el cirujano, había extirpado de las tres hermanas tres magníficos apéndices. En la clínica Buscaretti, todo mundo había felicitado a las tres pacientes  por la belleza y rosada frescura de los tres apéndices extraidos (la extensión de un pequeño dedo) y de la rápida sanación de la cicatriz. Gente saludable, la familia Vanzaghi, de la vieja casta y de lo mejor. Zacchi había estado satisfecho consigo mismo. No obstante la esposa de Eucarpio, la señora Josefina, había rechazado el presente:

«Puedes abrir toda una panza. No siento necesidad de eso».  
   
Eucarpio vivía en una ciudad industrial donde el espectáculo de la laboriosidad común y alegre, estimulaba a trabajar y confortaba  para vivir.  Después de su esposa y sus tres hijas , quienes eran las personas más cercanas a su corazón. Eran sus hermanas, sus cuñados, sus primos. Sus sobrinos y sus nietos.Todos descendientes de su gran abuelo, los esposos y esposas de sus primos. El viejo Bettoni, astuto y sonriente, con la barbilla puntiaguda de una befana (2), ingeniero que se había casado en segundas nupcias con una prima muy madura en tercer grado de Eucarpio. De pronto ella entro al círculo de lo más amados de Eucarpio. En fin, para sus ex compañeros de escuela, Eucarpio tenia una especie de culto !Lo recordaban ellos. Quizás! Los años de juventud cuando el mundo  del canto del gallo, era un amanecer infinito. Ellos le recordaban junto con algunas vejaciones. La Belleza y la Felicidad, de aquellos años en que las muchachas se volvían  a verlo pasar  en su derechura, su elegante cuello de 17 años, un tanto rígido, otro tanto cónico, y elevado como una torrre, así como el rígido y almidonado coello del Poeta. (3) Arbitro, entonces, de toda una almidonada elegancia. 

Eucarpio ignoraba el mortificante cinismo, que abandona a la soledad del corazón. Y  conduce desesperados a la muerte. Lo ignoraba porque el quería ignorarlo, ciertos gastados dichos, o proverbios, tales como los parenti serpenti o los amici nemici. (4) En cambio seguía fiel a sus amigos, un hermano para sus primos, un amor con sus tías, devoto de sus hermanas: Juana,  Ema, Teresa. El habría hecho cualquier cosa como partir en pedacitos su   corazón y dárselo a cada uno de sus amigos y amigas de sus tiempos de escuela.  Este amor, este culto, esta conectado al culto básico que cada uno tiene de si mismo. En consecuencia atado a la indestructible estructura del Yo y del Yo emocional. A través de la cual nos sentimos radicados en nuestra propia cepa. Atados por los sacros límites de nuestra común madre, la ciudad, la gente, la casa, la patria, o el encantador campanario de Cormano dos metros más largo que el de Brusuglio. Con  nuestros compañeros de escuela, primos, y aun cuñados, todos gotas de la misma sangre. Ciertamente, un motivado e  inconsciente orgullo, el así llamado respecto de si mismo,    que se ha endurecido y que anda y manda por el mundo con la cabeza erguida. y que resultaba no solo inaceptable sino también impensable para Eucarpio Vanzaghi.  Un juicio negativo sobre sus primos o uno en cualquier modo haciendo reserva a sus meritos,  los cuales eran ciertamente grandes, ciertamente raros. (Basta decir que ellos eran personas honestas). Un moribundo antifascista, hubiere pronunciado con reverente tono y énfasis litúrgico el nombre de tia Magdalena, la señora Schioppi, quien murió de  cáncer besando un retrato de Quel Tale. (5) Eucarpio no compartía del todo  la opinión histérica  de la difunta, concerniente a Quel Tale. Ciertamente que el los aborrecía,  pero no se debe soslayar que con todo, ella era su tía, y la madre de una nidada de sus primas. 
  
En la tenaz deferencia que mantenía en la memoria, figuro por lo tanto, todo un completo   surtido de afectos y devociones,  del más digno encomio. Primero el culto a la muerte, si del difunto. Seguido de la dedicación a la familia, la familia entendida en el sentido de unas  cuantas centenas de personas. En tercer lugar, la caridad cristiana,  el perce sepulto, sepultae. El cuarto lugar el espíritu de caballería,  dado que la persona que beso esa clase de retrato (sin necesidad de insistir), era una mujer,  y más que toda una mujer con una enfermedad implacable: carcinoma. (6) En que parte de su cuerpo ella había sido atacada. Seria indiscreto, publicarlo. Este noble afecto, colectivamente  con la memoria de tía Magdalena, era como el filo hilo de agua que sale de la rosa de una regadera que riega una pizca de hierba, sin embargo, seca. Entre sus ex compañeros, el más dilecto a su corazón era Prosdocimo, por quien Eucarpio  sentía un benevolente cariño y hermandad. Pero la vida de Prosdicimo con la Segunda Guerra Mundial, o quizá aun desde  antes había tomado un mal cariz. Sobretodo…él se había ido a vivir a otro pueblo, mucho menos industrioso, que el referido antes, en el cual ambos, habían aprendido a conjugar verbos latinos en la escuela. Prosdocimo había dejado un empleo muy remunerado y muy valioso a cambio de perder su tiempo en menudencias. Agréguese que el había estado enfermo y padecía del estomago: por lo que abandono para siempre la idea del matrimonio y vivía íntegramente una vida de solitario. Como la gente decía al búho le gusta vivir así (Lo cual no es tan cierto, porque hasta el búho tiene compañera).Prosdicimo vivía en lo que el decía era un miserable buhardilla: un magnifico apartamento, en realidad construido por el mismo propietario, que era un ingeniero de gran merito. Tanto lo era que había sido  general del ejército. Pero en la buhardilla la lluvia atravesaba el techo, mas este no era el punto. Prosdicimo no disfrutaba de una buena reputación entre sus vecinos. Si una mesera cantaba una mañana, o un perro ladraba a la luna desde un abandonado huerto trasero,  Prosdocimo se llevaba la peor parte, y  no tenía ningún salario. Esto último lo trastornaba. Sobre este punto Eucarpio que era un hombre de gran perspicacia, como ya ha sido explicado, pero ahora no había ni la más mínima duda. Sin embargo en su bienaventurada gran bondad de corazón, el no vacilo en ofrecer alguna ayuda a su amigo para mitigar las privaciones y lo duro del  año después de la lluvia de bombardeos y destrucción, mientras el esperaba por la reconstrucción prometida  de la ciudad. 
 
Prosdocimo había aceptado sin más ni menos la ayuda: unos cuantos préstamos, uno tras otro. «Si así lo cree, si es de su parecer, si puede…»   Él había dicho cada vez con su mirada baja y con ese modo suyo que parecía tan incierto, y quizá no lo era, su manera vacilante, evasiva: de cualquier modo la orden de pago del Banco de Interés Nacional  (uno de lo cinco mas importantes), desaparecía en un santiamén entre sus diestros dedos, cada vez como un soplo,   como desaparecen un Rey de Espadas en las manos de un prestidigitador o un mago.

Eucarpio en su buen disposición de corazón, meditaba si seria factible; mientas tanto continuar ejerciendo la perspicacia que desde hace tiempo le venia sirviendo, y llego a la conclusión que  el remedio para todas las enfermedades de Prosdocimo seria la panacea del matrimonio. Pero dado que Prosdocimo estaba enfermo quien podría ser una buena candidata a proponerle. Que victima seria ofertada, a tan raro y bicornudo minotauro (7).

Cuando 22 años atrás (la edad en que por voluntad de Dios Lorenzo había pedido la mano de  Lucía) (8). Nadie había sugerido una esposa para Prosdocimo. Ello fue, entonces en Monte Adello, que esperaba por ahí.  En las tierras altas de las siete comunas. La Carso, la Sabotina , y el Isonzo. Ahí, quizás, podría haber encontrado una prometida, una esposa que no le pusiese los cuernos a nadie;  y por quien, día tras día, todos los hombres son infieles. Pero aun ahí el no encontró una. Antes, verdaderamente, entre aquel pedregal y el estruendo seguido de truenos, él llego a comprender que el no era querido por nadie. Ni aun la novia de La Carso podría quererle a él. Ella prefería a muchos otros antes que a él.

Sucedió que en esa ciudad menos industriosa que en la que estaba, por así decirlo:     bombas, ametralladoras, artillerías, explosiones,  y preso a cañonazos;  más o menos de todo el mundo. Así entre los últimos años del Emperador Francisco José, y aquellos nuevos  barbaros hitleristas, entre guaridas y trincheras de nieves en  Adamello y el apartamento con goteras del General. Ocurrió que también en esa misma casa se había hospedado, una dama de quien ambos Eucarpio y Prosdicimo  en aquellos tiempos, en otras palabras, cuando en la escuela de los tiempos juveniles y de admiradoras. Al efecto, Ludovico Ariosto el escritor decía: «que los hombres a menudo se encuentran y las montañas permanecen donde ellos están». Lo mismo para hombres y mujeres. Los altibajos de la vida trajeron a la señora Eulalia, una viuda de radiante encanto a lo giaconda en esa ciudad menos industriosa desde la cual ella con tanta frecuencia tenia que tomar el tren en dirección a una ciudad más industrial.

Cuando Eucarpio  por una felicísima  coincidencia, se la encontró en el Expresó, en el lado opuesto estaba el sorprendido coronel, quien cambio puesto con él. Y ahí ella le conto todo:   que la había tomado por sorpresa a Prosdicimo en el UPIM, en el momento de hacer la vergonzosa compra de un par de tirantes… (Ellos rieron, la señora se tiro una sonora carcajada, mostrando sus finos dientes). En las reiteradas y generosas invitaciones de su ex compañera de escuela, el comprador de los tirantes elásticos se comporto como es usual en el, vacilante, tartamudeando, cambiando entre balbuceando y adecuándose, replicando: Eso es, no es así, si, eso, es No, y entonces el no se decidió del todo, así que ella, desdeñada, se fastidio de rogarle a el.  El se había encerrado así mismo en su casa, como aquel Don Abundo, después de su fatal reunión con aquel par de bravucones. (9)  
  
Eucarpio ¿Y usted que ha hecho? Pues bien, él  tomó el tren de vuelta y desenterró esa locura de su guarida.  Y le dedico un tiempo de lo ocurrido a su pensamiento. El dijo:
— Debería estar avergonzado de usted mismo, yo no sé que se trae. No esta claro para mi., y yo no quiero saberlo. —Pero, de cualquier modo, el continuo —. Yo se que no es digno de un hombre, de un amigo, de n ex compañero, usted esta agotando sus últimos ahorros y desperdiciando sus últimos años. Sin lograr nada. Usted morirá en la calle sin un cinco. Mi ayuda no podrá ser para siempre. Su conducta es la de un lunático. Su rareza sicológica, la cual es incuestionable.
—Por  qué incuestionable, —demando, tristemente,  Prosdicimo           
—Porque ello es, déjeme decirlo, su rareza sicológica, como yo digo y no me interrumpa. Sirve espléndidamente como un pretexto para engañar a su prójimo. Una verdadera causa no puede ser un pretexto. Ella es verdad pero también es un pretexto. Usted explota su manía para engañar a la gente llevar a todo mundo a…
—Engañar, pe... ¿Y como? ¿A quien he yo engañado…?—Prosdocimo buscó en vano entre las angustias de su memoria por algo que pudiese ser descrito como engañar a todo mundo.
—Usted ha engañado a todo mundo, más o menos usted ha desilusionado a todos. Toda gente muy respetable. Todos aquellos que tenía una opinión de usted, quienes tenían razón de esperar algo de usted, en cambio…y a pesar de ahora! Es desafortunado, si ellos estuviesen esperando cualquier cosa: Su cara parecía replicar…yo no espero nada de ellos,  yo soy hecho…para…
—Yo no soy responsable por sus… serias inclinaciones…
Él miro hacia fuera por la ventana. La armazón general de las casas. Contrastando contra el fondo eterno de las colinas. Un pequeño y fino campanario decorado con cierto estilo moderno y floreado, estaba manchado con el excremento de las palomas. 
Eucarpio le miro y se enfureció.
—Tal insolencia, realmente pasa los limites de la credibilidad. Basta ya. Aquí están las últimas 4000 liras que yo le debo a usted de acuerdo a nuestra cuenta pendiente. Pero no espere otra lira de mí, déjeme decirle…que si usted prosigue en esto
Prosdicimo le miro a él con un  golpe de terror (fingido terror) y señalo con fingido descuido, el pequeño amuleto de coral escarlata con la forma de un rojo pimiento muy puntiagudo y retorcido, el cual atrevidamente sobresalía de su chaleco.
—Usted tendrá un mal fin. No siga con eso. Yo no le deseo un mal. Es una certeza matemática     
Prosdicimo, a cada reclamo, repetidamente palpaba y jugueteaba toqueteando con sus dedos aquella baratija  especie de amuleto contra el Mal de Ojo.
—Déjelo,  tonto, si usted sigue con eso le vendrá un mal fin.
—Muy probablemente, todos nosotros cuando venga el fin, nadie acabara muy bien.
Eucarpio sin hacerle caso y fastidiado por la necedad tan obtusa parecía haber ganado un repentino pensamiento. 
—Nuestra amiga de la escuela. Una mujer como ella. Tan bella y tan generosa. Una mujer de su inteligencia. De quien usted mismo estuvo enamorado. Uno podría decir, cuando usted era  otro, cuando usted era realmente usted.
—Otro…yo mismo
—Cuando usted no era un idiota. Esto Prosdicimo, a quien di mi estima, mi amistad, por tantos años…A quien yo aprecie en aquellos años…cuando uno no podría ayudarle amar a usted. Cuando ella misma le amaba a usted, y quizás
—Si, quizás, 38 años después  
—Por esos 38 años. Usted debía de avergonzarse  —Eucarpio vocifero echando humo—. Debería casarse con ella. Eso es lo que yo hubiera hecho en su lugar. Me habría casado con ella. Pero se, que hablarle a usted de eso es perder el tiempo, mi voz es Vox clamantis... (10)
—Ante Porcos
Y no trate usted, también de engañarme con Cristo. No vaya ni se degrade tan lejos. Estese contento en ser una rareza sicológica.   Eso ya es bastante…

Esa tarde Prosdocimo, contra todos sus usuales hábitos,  gasto 256 liras en comprar Brandy. Y después el se encerró en su apartamento (y un  terrífico crujido de los cerrojos metálicos asusto a todos los otros inquilinos). Entonces él palpó su coral amuleto 32 veces, 32 es el quinto poder  de 2, y 256 es el octavo. Dos es el número genético: de la ameba y de los mamíferos y del  homo sapiens. Cinco es un número perfecto y así es el doce, de acuerdo a la gnosis de los pitagóricos. Entonces el conto y recontó los vales de las 4000 liras, como si ellas hubiesen sido 400 liras. Entonces los beso. Él agrego 96 liras para completar 496 el cual es el doceavo poder de 2. El numero generativo de las notas de1000 liras. Entonces, el volvió a besar el lote completo una vez más. Y después escondió los vales en el libro de Tractatus de lapide philosophico  de Santo Tomas de Aquino. Pero pronto cambio de opinión y los puso en Las Confesiones de J.J Rousseau. Entonces, Prosdocimo  perdió su compostura porque la sirvienta de uno de los apartamentos contiguos, estaba hablando por teléfono con un novio y sus patrones estaban lejos. Entonces, Prosdocimo, comenzó a golpear el piso mientras gritaba: ramera, ramera, ramera, ramera…Hasta que ella, mucho después dejo de hablar por teléfono.   Entonces él recordó el Brandy y se lo acabo de un solo golpe, así como un niño glotón  se bebe de sopetón su pepe. Luego él se sentó a la mesa, encendió una lámpara,  se froto sus manos: y comenzó con una voz desafinada a cantarse a si mismo,  mientras trataba de cambiar el refectorio de su pluma: «Sicológica rareza, sicológica rareza…»

Entre cenizas de batallas pasadas…




Notas bibliográficas

1. Daniel Sada, Atrás quedo lo disperso (cuento) Letras Libres, mayo 2010
2. Wikipedia
3. Castillo, Diego. Carlos Emilio Gadda un escritor destructivo. Arcadia, 2017
4. Idem., 2017
5. Idem., 2017
6. Bonaccorsi,Angela. Letteratura italiana: Gadda. Letteratura italiana del Novecento opere di GADDA. Commento critico Angela Bonaccorsi. I racconti - Accoppiamenti giudiziosi.

Notas de traducción

1. Comendador, por lo general miembro a quien se le ha concedido su entrada a una orden de caballería, medieval  o religiosa,  gozaba de derechos y obligaciones. En el orden civil, se estila incorporar a empresarios o gente poderosa, pero también se ha abusado seleccionado a gente pomposa y sin ningún merito.    
2.Befana La Befana (o Strega Befana) es una figura típica del folclore italiano. Su nombre deriva de la palabra epifanía, a cuya festividad religiosa está unida a la figura de la Befana.1 Pertenece por tanto a las figuras folclóricas, repartidoras de regalos, vinculadas a las festividades navideñas. Tomado de Wikipedia. Ademas, «La storia della befana inizia nella notte dei tempi e discende da tradizioni magiche precristiane. Il termine “Befana” deriva dal greco “Epifania”, ovvero “apparizione” o “manifestazione”. La Befana si festeggia, quindi, nel giorno dell’Epifania, che solitamente chiude il periodo di vacanze natalizie. Nella tradizione cristiana, la storia della befana è strettamente legata a quella dei Re Magi. La leggenda narra che in una freddissima notte d’inverno Baldassare, Gasparre e Melchiorre, nel lungo viaggio per arrivare a Betlemme da Gesù Bambino, non riuscendo a trovare la strada, chiesero informazioni ad una vecchietta che indicò loro il cammino. I Re Magi, allora, invitarono la donna ad unirsi a loro, ma, nonostante le insistenze la vecchina rifiutò. Una volta che i Re Magi se ne furono andati, essa si pentì di non averli seguiti e allora preparò un sacco pieno di dolci e si mise a cercarli, ma senza successo. La vecchietta, quindi, iniziò a bussare ad ogni porta, regalando ad ogni bambino che incontrava dei dolcetti, nella speranza che uno di loro fosse proprio Gesù Bambino. Tomado de La storia della Befana. La Befana vien di notte
3. El Poeta con relación a Gabrielle D'Anunccio que era un poeta de referencia, especie de arbitro del buen gusto de su época. De ahí que Gadda se refiera irónicamente a él, y lo etiquete de «toda una elegancia almidonada».
4. Aun entre parientes hay  serpientes  y aun entre amigos hay enemigos. Alude a la imagen idealizada que tenia Eucarpio de la familia y de los amigos sobretodo de su infancia.
5. Quel Tale. Juego de palabras para señalar o nombrar a Mussolini. Algo así, como Ese hombre, Ese Tal, Ese tal por Cual. Todas en sentido peyorativo o de insignificancia.   
6. Corcoma: tumor maligno
7. Lo  más notable es el carácter singular y extraordinario que representa Prosdocimo.
8. Referencia a Renzo y Lucia, principales personajes de la novela Los Novios, cumbre del romanticismo italiano, escrita por Alejandro Monzoni. 
9. De la misma novela, Bravucones, especie  de mercenarios a disposición de los poderosos.  Dos de ellos esperan a Don Abundo  en el camino para ordenarle que no case a Lucia con Lorenzo, esto por orden de Don Rodrigo.  En el primer capitulo de Los novios de Alejandro Monzoni.
10. Vox clamatis, referencia a lo inútil que es cambiar a Prosdocimo. Vox Clamatis hace alusión a la voz que clama en el desierto de Juan el Bautista.  A lo que Prosdocimo responde cínicamente: Ante Porcos (antes puerco en alusión a que a los puercos no se les dan perlas).

Créditos

Traducción Plaza de las palabras

Ilustración

Carlos Emilio Gadda, foto, Wikipedia
Foto de portada de libro I Racconti Accoppiamenti Giudizioce
Dibujos por Plaza de las palabras


La Plage (La playa), un cuento por Alain Robbe-Grillet. El subjetivismo del objetivismo literario. Edición trilingüe. Post Plaza de las palabras

 Plaza de las palabras en su sección Cuentos presenta La Plage un cuento de Alain Robbe-Grillet (1922- 2008), escritor y cineasta (director y guionista) francés. Principal teórico y  animador del movimiento literario llamado nouveau roman (traducido como nueva novela), también conocida como escuela de la mirada. Sus principales obras teóricas son: Una vía para la novela futura, (1956) y Por una nueva novela (1963). Entre sus  novelas están: Las gomas (1953), El mirón (1955), En el laberinto (1957), La casa de citas (1965).


El subjetivismo del objetivismo literario

Robbe-Grillet, abogaba por un objetivismo en la literatura, en la cual se debía escribir sin ningún tipo de afectación, sentimiento o interioridad sicológica o significativa.  Bastaba solamente describir el hecho o los hechos tal y como se presentaban en su máxima objetividad. De ahí que hubiese un  horizonte hacia los objetos, una mirada objetiva y sin sensibilidad. Parecido con las limitaciones de contexto y genero literario, a lo que propuso e hizo en poesía Francis Ponge. Apuntar a una idea de las cosas en su propia autonomía,  y quizá a esa intención de pintar a las personas como objetos que prevaleció en algunos de los retratos que pinto Cèzanne.  Robbe-Grillet, intento llevar esa idea al extremo, incluso en dicho enfoque el tiempo es eliminado, ya que eso supone una cuota de subjetividad. Así solo existe la realidad literaria de la mirada, en que el mismo hombre no es más que un simple objeto convertido en realidad literaria.  

No obstante, hay que decirlo esta orientación hacia una objetividad  ha sido un derrotero  que muchos escritores han tenido en su horizonte. Como génesis el realismo como movimiento literario responde en parte a esa inquietud, pero en el terreno de la cultura francesa donde encuentra algunos de sus asideros. La misma escuela de Flaubert con su búsqueda de la palaba justa y su obsesión por la objetividad, escuela que también desencadenado toda una corriente de escritores que van por ese estilo: desde Hemingway hasta Vargas  Llosa. Pero, volviendo a la cultura francesa, tan a fin y dispuesta a la experimentación: estructuralismo, deconstrucción; y tan rica en interpretaciones y modos de aprehender  la cosa  literaria, pensemos en Bachelard y Bataille. O más periféricos pensemos en Levi Strauss  o Merleu-Ponty. Llevan esa experimentación a la  critica, con el cambio del autor por el lector. En ese marco de innovaciones, terreno fértil,  no sorprende los intentos de Robbe- Grillet. Por supuesto, ese intento tuvo sus justificaciones y; por lo menos desde la experimentación es legítimamente valido. Aunque nunca haya desembocado en un movimiento propio y validado totalmente por la critica internacional.

Esos intentos puristas de llevar la literatura a una rigurosa objetividad, de cuando en cuando,   asoman. O vuelven aparecer como fantasmas en pena con grillete y todo. No obstante es muy complejo llevarlos a la practica; que no sea en el terreno puramente experimental,   o sencillamente como método riguroso de despojarse de las subjetividades a fin de matricularse en una literatura sin intromisiones del autor o mas purista.  Pensemos en Ponge o acaso, en T.S.Eliot y su ascesis poética, aquello de despojarse de la personalidad para poder producir poesía. Como todo puede ser plausible, pero ese rigorismo muy pocos lo podrían ejercitar o soportar. El intento despojar de lo subjetivo a la literatura es tentador pero poco práctico en el mundo real, y aun en el mundo de la ficción. En fin el arte no se puede divorciar de la vida.  Nos viene a la memoria la Odisea de Homero, un poema que se inicia con la cólera de Ulises. Como hubiese sido esa obra sin la pasión o sin el sentido subjetivo y sicológico de los personajes, que son todo temperamento.

Finalmente, he aquí un cuento La playa, muy bien escrito y muy bien logrado,  y que responde ejemplarmente, — más o menos—,   a ese criterio de objetividad literaria. En sentido contrario, a las ideas literarias de Robbe-Grillet,  el escritor Ernesto Sábato critica en El escritor y sus fantasmas (1963) el pretendido  objetivismo de Robbe-Grillet. Agréguese además que Sábato escribió un  estudio crítico sobre Robbe–Grillet, donde también analiza a Borges y Sartre (1968). 



La Plage

Version original en francés


Alain Robbe-Grillet  
1530 palabras.


Trois enfants marchent le long d’une grève. Ils s’avancent, côte à côte, se tenant par la main. Ils ont sensiblement la même taille, et sans doute aussi le même âge: une douzaine d’années. Celui du milieu, cependant, est un peu plus petit que les deux autres.
Hormis ces trois enfants, toute la longue plage est déserte. C’est une bande de sable assez large, uniforme, dépourvue de roches isolées comme de trous d’eau, à peine inclinée entre la falaise abrupte, qui paraît sans issue, et la mer.
Il fait très beau. Le soleil éclaire le sable jaune d’une lumière violente, verticale. Il n’y a pas un nuage dans le ciel. Il n’y a pas non plus de vent. L’eau est bleue, calme sans la moindre ondulation venant du large, bien que la plage soit ouverte sur la mer libre, jusqu’à l’horizon.
Mais à intervalles réguliers, une vague soudaine, toujours la même, née à quelques mètres du bord, s’enfle brusquement et déferle aussitôt, toujours sur la même ligne. On n’a pas alors l’impression que l’eau avance, puis se retire; c’est au contraire, comme si tout ce mouvement s’exécutait sur place.
Le gonflement de l’eau produit d’abord une légère dépression, du côté de la grève, et la vague prend un peu de recul, dans un bruissement de graviers roulés, puis elle éclate et se répand laiteuse, mais seulement pour regagner le terrain perdu. C’est à peine si une montée plus forte, ça et là, vient mouiller un instant quelques décimètres supplémentaires.
Et tout reste de nouveau immobile, la mer, plate et bleue, exactement arrêtée à la même hauteur sur le sable jaune de la plage, où marche côte à côte les trois enfants.  
Ils sont blonds, presque de la même couleur que le sable: la peau un peu plus foncée, les cheveux un peu plus clairs. Ils sont habillés tous les trois de la même façon, culotte courte et chemisette, l’une et l’autre en grosse toile d’un bleu délavé. Ils marchent côte à côte, se tenant par la main, en ligne droite, parallèlement à la mer et parallèlement à la falaise, presque à égale distance des deux, un peu plus près de l’eau pourtant. Le soleil, au zénith, ne laisse pas d’ombre à leur pied.
Devant eu le sable est tout à fait vierge, jaune et lisse depuis le rocher jusqu’à l’eau.  Les enfants s’avancent en ligne droit, à une vitesse régulière, sans faire le plus petit crochet, calmes et se tenant par la main.  Derrière eu le sable, à peine humide, est marqué des trois lignes d’empreintes laissées par leurs pieds nus, trois successions régulières d’empreintes semblables et pareillement espacées, bien creuses sans bavures.
Les enfants regardent droit devant eux. Il’s n’ont pas un coup d’œil vers la haute falaise, sur leur gauche, ni vers la mer dont les petites vagues éclatent périodiquement, sur l’autre côté.  A plus forte raison ne se retournent-ils pas, pour contempler derrière eux la distance parcourue.  Ils poursuivent leur chemin, d’un pas égal et rapide.
Devant eux, un troupe d’oiseaux de mer arpente le rivage, juste à la limite des vagues.  Ils progressent parallélement à la marche des enfants, dans le même sens que ceux-ci, à une centaine de mètres environ.  Mais, comme les oiseaux vont beaucoup moins vite, les enfants se rapprochent d’eux.  Et tandis que la mer efface au fur et à mesure les traces des pattes étoilées, les pas des enfants demeurent inscrits avec netteté dans le sable à peine humide où les trois lignes d’empreintes continuent de s’allonger.  
Le profondeur de ces empreintes est constante : à peu près deux centimètres. Elles ne sont déformées ni par effondrement des bords ni par un trop grand enfoncement du talon, ou de la pointe. Elles ont l’air découpées à l’emporte-pièce dans une couche superficielle, plus meuble, du terrain.
Leur triple ligne ainsi se développe, toujours plus loin, et semble en même temps s’amenuiser, se ralentir, se fondre en un seul trait, qui sépare la grève en deux bandes, sur toute sa longueur, et qui se termine a un menu mouvement mécanique, là-bas, exécuté comme sur place : la descente et la remontée alternative de six pieds nus.
Cependant à mesure que les pieds nus s’éloignent, ils se rapprochent des oiseaux. Non seulement ils gagnent rapidement du terrain, mais la distance relative qui sépare les deux groupes diminue encore beaucoup plus vite, comparée au chemin déjà parcourue. Il n’y a bientôt plus que quelques pas entre eux…
Mais, lorsque les enfants paraissent enn sur le point d’atteindre les oiseaux, ceux-ci tout à coup battent des ailes et s’envolent, l’un  d’abord, puis deux, puis dix….   Et toute la troupe, blanche et grise, décrit une courbe au-dessus de la mer pour venir se reposer sur le sable et se remettre å l’arpenter, toujours dans le même sens, juste à la limite des vagues, à une centaine de mètres environ.
A cette distance, les mouvements de l’eau sont quasi imperceptibles, si ce n’est par un changement soudain de couleur, toutes les dix secondes, au moment où l’écume éclatante brille au soleil.  Sans s’occuper des traces qu’ils continuent de découper,  avec précision, dans le sable vierge, ni des petites vagues sur leur droite, ni des oiseaux, tantôt volant, tantôt marchant, qui les précedent, les enfants blonds s’avancent côte à côte, d’un pas égal et rapide, se tenant par la main.
Leurs trois visages hâlés, plus foncés que les cheveux, se ressemblent. L’expression en est la méme : sérieuse, rééchie, préoccupée peut-être. Leurs traits aussi sent identiques, bien que, visiblement, deux de ces enfants sont des garçons et le troisième une lle. Les cheveux de la lle sont seulement un peu plus longs, un peu plus bouclés, et ses membres à peine un peu plus graciles. Mais le costume est tout à fait le même :  culotte courte et chemisette, l’une et l’autre en grosse toile d’un bleu délavé.
La lle se trouve à l’extrême droite, du côté de la mer. A sa gauche, marche celui des deux garçons qui est légèrement plus petit. L’autre garçon, le plus proche de la falaise, a la même taille que la lle.
Devant eux s’étend le sable jaune et uni, à perte de vue.  Sur leur gauche se dresse la paroi de pierre brune, presque verticale, où aucune issue n’apparaît.  Sur leur droite, immobile et bleue depuis l’horizon, la surface plate de l’eau est bordée d’un ourlet subit, qui éclate aussitôt pour se répandre en mousse blanche.
*
Puis, dix secondes plus tard, l’onde qui se gon
e creuse à nouveau la même dépression, du côté de la plage, dans un bruissement de graviers roulés.
La vaguelette déferle ; l’écume laitcuse gravit à nouveau la pente, regagnant les quelques décimètres de terrain perdu.  Pendant le silence qui suit, de trés lointains coups de cloche résonnent dans l’air calme.
” Voila la cloche”, dit le plus petit des garçons, celui qui marche au milieu.
Mais le bruit des graviers que la mer aspire couvre le trop faible tintement. Il faut attendre la n du cycle pour percevoir à nouveau quelques sons, déformés par la distance.
“C’est la première cloche”, dit le plus grand.  La vaguelette déferle, sur leur droite.
Quand le calme est revenu, ils n’entendent plus rien. Les trois  enfants blonds marchent toujours à la même cadence régulière, se tenant tous les trois par la main. Devant eux, la troupe d’oiseaux qui n’était plus qu’à quelques enjambées, gagnée par une brusque contagion, bat des ailes et prend son vol.
Ils décrivent la même courbe au-dessus de l’eau, pour venir se reposer sur le sable et se remettre à l’arpenter, toujours dans le même sens, juste à la limite des vagues, à une centaine de mètres environ.
*
“C’est peut-être pas la première, reprend le plus petit, si on n’a pas entendu l’autre, avant…
— On l’aurait entendue pareil”,  répond son voisin.
Mais ils n’ont pas, pour cela, modifié leur allure ; et les mémes empreintes, derrière eux, continuent de naître, au fur et à mesure, sous leurs six pieds nus. “Tout à l’heure, on n’était pas si près”, dit la fille.  Au bout d’un moment, le plus grand des garçons, celui qui se trouve du côté de la falaise, dit :  “On est encore loin.”
Et ils marchent ensuite en silence tous les trois.
Ils se taisent ainsi jusqu’à ce que la cloche, toujours aussi peu distincte, résonne à nouveau dans l’air calme. Le plus grand des garçons dit alors : “Voila la cloche. » Les autres ne répondent pas.”  Les oiseaux qu’ils étaient sur le point de rattraper, battent des ailes et s’envolent, l’un d’abord, puis deux, puis dix…
Puis toute la troupe est de nouveau posée sur le sable, progressant le long du rivage à cent metres environ devant les enfants.
La mer efface à mesure les traces étoilées de leurs pattes.  Les enfants, an comtraire, qui marchent plus prés de la falaise, côte à côte, se tenant par la main, laissent derrière eux de profondes empreintes, dont la triple ligne s’allonge parallèlement aux bords, à travers la très longue grève.
Sur la droite, du côté de l’eau immobile et plate, déferle, toujours à la même place, la même petite vague.




La Plage

Version en ingles by Text Parallel Pinguin Book

A. Robbe-Grillet 
1565 palabras

THREE children are walking along a beach. They move forward, side by side, holding hands. They are roughly the same height, and probably the same age too: about twelve.  The one in the middle, though, is a little smaller than the other two.

Apart from these three children, the whole long beach is deserted. It is a fairly wide, even strip of sand, with neither isolated rocks nor pools, and with only the slightest downward slope between the steep cliff, which looks impassable, and the sea.

It is a very ne day. The sun illuminates the yellow sand with a violent, vertical light. There is not a cloud in the sky.  Neither is there any wind. The water is blue and calm, without the faintest swell from the open sea, although the beach is completely exposed as far as the horizon.

But, at regular intervals, a sudden wave, always the same, originating a few yards away from the shore, suddenly rises and then immediately breaks, always in the same line.  And one does not have the impression that the water is owing and then ebbing; on the contrary, it is as if the whole movement were being accomplished in the same place.

The swelling of the Water at rst produces a slight depression on the shore side, and the wave recedes a little, with a murmur of rolling gravel; then it bursts, and spreads milkily over the slope, but it is merely regaining the ground it has lost. It is only very occasionally that it rises slightly higher and for a moment moistens a few extra inches.
  
And everything becomes still again; the sea, smooth and blue, stops at exactly the same level on the yellow sand along the beach where, side by side, the three children are walking.

They are blond, almost the same colour as the sand: their skin is a little darker, their hair a little lighter. They are all three dressed alike; shorts and shirt, both of a coarse, faded blue linen. They are walking side by side, holding hands, in a straight line, parallel to the sea and parallel to the cliff; almost equidistant from both, a little nearer the water, though. The sun is at the zenith, and leaves no shadow at
their feet.

In front of them is virgin sand, yellow and smooth from the rock to the water. The children move forward in a straight line, at an even speed, without making the slightest little detour, calm, holding hands. Behind them the sand, barely moist, is marked by the three lines of prints left by their bare feet, three even series of similar and equally spaced footprints, quite deep, unblemished.

The children are looking straight ahead. They don’t so much as glance at the tall cliff on their left, or at the sea, whose little waves are periodically breaking, on the other side. They are even less inclined to turn round and look back at the distance they have come. They continue on their way with even, rapid steps.

*
In front of them is a ock of sea-birds walking along the shore, just at the edge of the waves. They are moving parallel to the children, in the same direction, about a hundred yards away from them. But, as the birds are going much less quickly, the children are catching them up. And while the sea is continually obliterating the traces of their starshaped feet, the children’s footsteps remain clearly inscribed in the barely moist sand, where the three lines of prints continue to lengthen.

The depths of these prints are constant: just less than an inch.  They are not deformed; either by a crumbling of the edges, or by too deep an impression of toe or heel. They look as if they have been  mechanically punched out of a more mobile, surface-layer of ground.

Their triple line extends thus ever farther, and seems at the same time to narrow, to become slower, to merge into a single line, which divides the shore into two strips along the whole of its length, and ends in a minute mechanical movement at the far end: the alternate fall and rise of six bare feet, almost as if they are marking time.
But as the bare feet move farther away, they get nearer to the birds. Not only are they covering the ground rapidly,  but the relative distance separating the two groups is also diminishing far more quickly, compared to the distance already covered. There are soon only a few paces between them. . . .

But when the children nally seem just about to catch up with the birds, they suddenly ap their wings and y off, rst one, then two, then ten. . . . And all the white and grey birds in the ock describe a curve over the sea and then come down again on to the sand and start walking again, still in the same direction, just at the edge of the waves, about a hundred yards away.

At this distance, the movements of the water are almost imperceptible, except perhaps through a sudden change of colour, every ten seconds, at the moment when the breaking foam shines in the sun.

Taking no notice of the tracks they are carving so precisely in the virgin sand, nor of the little waves on their right, nor of the birds, now ying, now walking, in front  of them, the three blond children move forward side by side, with even, rapid steps, holding hands.

Their three sunburnt faces, darker than their hair, are alike. The expression is the same: serious, thoughtful, perhaps a little anxious. Their features, too, are identical, though it is obvious that two of these children are boys and the third a girl. The girl’s hair is only slightly longer, slightly more curly, and her limbs just a trie more slender.  But their clothes are exactly the same: shorts and shirt, both of coarse, faded blue linen.

The girl is on the extreme right, nearest the sea. On her left  the boy who is slightly the smaller of the two. The other boy, nearest the cliff, is the same height as the girl.

In front of them the smooth, yellow sand stretches as far as the eye can see. On their left rises, almost vertically, the wall of brown stone, with no apparent way through it. On their right, motionless and blue all the way to the horizon, the level surface of the sea is fringed with a sudden little wave, which immediately breaks and runs away in white foam.
*
Then, ten seconds later, the swelling water again hollows out the same depression on the shore side, with a murmur of rolling gravel.

The wavelet breaks; the milky foam again runs up the slope, regaining the few inches of lost ground. During the ensuing silence, the chimes of a far distant bell ring out in the calm air.

 ‘There’s the bell,’ says the smaller of the boys, the one walking in the middle.

But the sound of the gravel being sucked up by the sea drowns the extremely faint ringing. They have to wait till the end of the cycle to catch the few remaining sounds which are distorted by the distance.                                                                        
‘It’s the rst bell,’ says the bigger boy.

The wavelet breaks, on their right.  When it is calm again, they can no longer hear anything. The three blonde children are still walking in the same regular rhythm, all three holding hands. In front of them, a sudden contagion affects the flock of birds, who were only a few paces away; they ap their wings and y off.

They describe the same curve over the water, and then come down on to the sand and start walking again, still in the same direction, just at the edge of the waves, about a hundred yards away.
*
‘Maybe it wasn’t the rst,’ the smaller boy continues, ‘if we didn’t hear the other, before . . . ‘
‘We’d have heard it the same,’ replies the boy next to him.

But this hasn’t made them modify their pace; and the same prints, behind them, continue to appear, as they go along, under their six bare feet. ‘We weren’t so close, before,’ says the girl.
After a moment, the bigger of the boys, the one on the cliff side, says:
‘We’re still a long way off.’ And then all three walk on in silence.

They remain thus silent until the hell, still as indistinct, again rings out in the calm air. The bigger of the boys says then: ‘There’s the bell.’ The others don’t answer.  The birds, which they had been on the point of catching up, ap their wings and y off, rst one, then two, then ten .
                                                                    
Then the whole ock is once more on the sand, moving along the shore, about a hundred yards in front of the children.

The sea is continually obliterating the star-shaped traces of their feet. The children, on the other hand, who are walking nearer to the cliff, side by side, holding hands, leave deep footprints behind them, whose triple line lengthens parallel to the shore across the very long beach.

On the right, on the side of the level motionless sea, always in the same place the same little wave is breaking








La playa

Versión en español por Plaza de las palabras  
1570 palabras

Tres niños caminan a lo largo   de una playa. Ellos avanzaban, lado a lado, tomados de la mano. Los tres son  aproximadamente de la misma estatura, y sin duda también de la misma edad: cerca de 12 años. Aunque el de en medio, era un poco más pequeño que los otros dos.

Además de los tres niños, toda la playa está desierta. Era una franja de arena muy grande, uniforme, sin rocas aisladas ni charcos de agua, un poco pendiente inclinada entre los abruptos acantilados que parecían infranqueables,   y el mar. 

Hermoso día, el sol iluminaba la amarilla arena de una luz violenta y vertical. No había nubes en el cielo ni tampoco viento. El agua era azul y tranquila, sin el más leve oleaje de mar abierto, aunque  la playa estaba completamente  expuesta como el mismo horizonte.

A intervalos regulares, una ola repentina, siempre la misma, brotaba a unos cuantos metros de la playa y se armaba  y luego repentinamente se desarmaba  sobre la misma línea. Y uno no siempre tenia la impresión que el agua avanzaba, y que se retiraba;  sino por el contrario, era como si todo movimiento se ejecutara de una sola vez y en  el mismo lugar.

Al principio el oleaje producía una ligera depresión en un lado de la playa, y la ola con el murmullo de la arenilla rodando,  cedía un poco hasta que  rompía, y se desplegaba blancuzca sobre la pendiente, pero ello es simplemente considerando el suelo que había perdido. Solamente muy ocasionalmente es que se levantaba ligeramente más alto y por un momento humedecía unas pulgadas más.

Entonces todo descansaba   nuevamente inmóvil;  el mar, liso y azul,  exactamente a  la misma altura de la arena amarilla de la playa, donde caminan, lado a lado los tres niños.

Ellos eran rubios, casi del mismo color que la arena: su piel un poco más oscura, su cabello un poco más claro.  Ellos vestían  del mismo modo: pantalones cortos y camiseta, de un tosco azul despintado. Ellos marchaban,  lado a lado, tomados de la mano, en línea recta, paralela al mar y paralela a los acantilados, a equidistante distancia de los dos, un  poco más hacia el agua. El sol se ponía y no dejaba caer sombra alguna a sus  pies.  

Delante de ellos la arena era virgen, amarilla y lisa; y  detrás de las rocas, el agua. Los niños avanzaban en línea recta, a un paso regular,  sin prestar el más mínimo desvió, quietos y tomados de las manos. Detrás, la arena, un poco húmeda  era marcada por la marca de tres líneas que dejaban sus pies desnudos, tres sucesiones regulares de impresiones de espacios parecidos y paralelos, bastantes  hondas, impecables.   

Los niños miraban derecho, hacia adelante. Ellos no miraban, tanto a los altos acantilados a su izquierda  ni al mar, cuyas pequeñas olas rompían periódicamente sobre el otro lado. Aun menos estaban inclinados a  voltear y mirar atrás,  a la distancia que ellos iban dejado atrás. Ellos prosiguieron su camino, constante y a  pasos rápidos. 
  
Delante de ellos una bandada de pájaros marinos caminaba a zancadas justo al límite de las olas. Los pájaros progresaban paralelamente a la marcha de  los niños, en el mismo sentido, a una centena de metros adelante. Pero como los pájaros iban mucho menos rápido, los niños estaban por alcanzarlos. Y ahora que el mar estaba poco a poco borrando las huellas de sus patas estrelladas, las huellas de lo niños permanecían nítidamente  impresas  en la húmeda arena, donde las  tres impresiones lineales de los niños seguían proyectándose. 

La profundidad de las huellas era constante, justo menos de una pulgada. No eran  deformes, ni desmoronadas por las orillas, ni tampoco por la profunda impresión de  los dedos o del talón. Más bien parecían   como si hubiesen sido estampadas  mecánicamente en una capa más permeable de la superficie del suelo.   

La triple línea se extendía así siempre más lejos, y parecía al mismo tiempo más estrecha, hasta llegar lentamente  a converger en una sola línea. La cual dividía en dos franjas la extensión total de la playa, y al final terminaba en un diminuto movimiento mecánico, alternando el descenso y el ascenso de seis  pies descalzos, casi como si ellos estuviesen marcando el tiempo. 

Pero a medida que los pies desnudos avanzaban  alejándose, simultáneamente se acercaban más  a los pájaros. No solamente ellos cubrían rápidamente  el terreno, sino la relativa distancia que separaba los dos grupos estaba disminuyendo velozmente, comparado la distancia ya cubierta. Pronto tan solo unos cuantos pasos entre ellos…

 Pero cuando finalmente los niños estuvieron a punto de alcanzar a los pájaros, estos batieron sus alas, primero uno, luego  dos, después 10… Y todo el blanco y gris de  la bandada de pájaros dibujo una curva sobre el mar ; para luego descender otra vez a la arena y comenzar de nuevo a caminar,  en la misma dirección, justo a la orilla de las olas, cerca de 100 yardas adelante.

A esa distancia el movimiento del agua  era casi imperceptible, excepto quizás a través de repentino cambio del color; que cada 10 segundos, en el momento donde la espuma resplandeciente  brillaba bajo el sol. Sin prestarle atención a las huellas que ellos estampaban tan nítidamente  en la arena virgen, ni  a  las pequeñas olas  a su derecha, ni delos pájaros, ora en vuelo, ora caminando frente a ellos. Los tre
s niños rubios se movían, lado  a lado, tomados de la mano,  con pasos uniformes, consta
ntes  y rápidos.   
  
Sus tres caras bronceadas, más oscuras que su pelo, se parecían.  La expresión era la misma: seria, pensativa quizás algo agitadas. Los rasgos, también eran idénticos, aunque es obvio que dos eran niños  y la tercera era una niña. El cabello de la niña era solo levemente más largo,  ligeramente más rizado, y sus labios justo apenas  más gráciles, pero su ropas eran exactamente las mismas, pantalones cortos y camisas, ambas de áspero  y despintado  azulón.

La niña al  extremo derecho estaba más cerca del mar. A su izquierda, el niño mas ligeramente pequeño de los dos. El otro muchacho más cerca de los acantilados, era de la misma altura que la niña. 

Frente a ellos, la lisa  y amarilla arena se alarga tanto como se puede ver. Sobre su izquierda se levantaba, casi verticalmente, un  muro de piedras terrosas, sin ningún aparente camino a través de ellas. Hacia la derecha, inmóvil y azul todo por todo el camino el horizonte. El nivel de la superficie del mar era bordeado por una repentina y pequeña ola, la cual inmediatamente corría  y se deshacía lejos en blanca espuma.
  
Entonces, 10 segundos más tarde, la onda otra vez rellenaba y vaciaba  la misma depresión sobre un lado de la playa, con un murmullo de  arenilla arrastrada.

La pequeña ola rompía, y la lechosa espuma otra vez subía la pendiente, recobrando algunas pulgadas del terreno perdido. Durante el subsiguiente  silencio, los repiques de una lejana campana alborotan el pacifico aire. 
—«He ahí la campana», dijo el más pequeño de los niños, el que caminaba en medio.

Pero el ruido de la grava chupado por el mar ahogaba al extremo el débil llamado. Entonces ellos tuvieron que esperar hasta el fin del ciclo para atrapar unos pocos sonidos sueltos los cuales eran distorsionados por la distancia.
—«Es la primera campana », dijo el niño más grande.

La pequeña onda rompía hacia la derecha. Cuando ella se calmo otra vez, ellos ya no podían escuchar nada. Los tres niños rubios estaban caminados al mismo regular ritmo, los tres tomados  de la mano. Frente a ellos, una repentina revuelta  asalto a la bandada de pájaros, que estaban solo unas cuantas zancadas  adelante. De pronto los  pájaros batieron sus alas y volaron lejos. 
 
Los pájaros describieron la misma curva sobre el agua, y entonces bajaron a posarse sobre la arena y comenzaron a caminar a zancadas otra vez, siempre en la misma dirección, justo a la orilla del olas, unas cien yardas adelante. 
  
—«Quizá no es la primera campanada», —el niño más pequeño continuo—, «si nosotros no escuchamos la otra, antes…»

—«Nosotros hemos escuchado la misma», replico el niño próximo a él.

Pero esto no hizo a ellos modificar su marcha, y las mismas huellas, detrás de ellos, continuaban apareciendo, mientras ellos iban a lo largo, bajo sus 6 pies descalzos.

—«Toda una hora y no estamos tan cerca», dijo la niña.

Después de un momento, el más grande de los muchachos,   el del lado de los acantilados, dijo:

—«Hay un largo camino».

Y en seguida ellos marcharon, los tres  en silencio.

Ellos permanecieron así silenciosos hasta que la campana, aun muy vaga, otra vez sacudió el calmo aire. Entonces, el más grande de los muchachos dijo:

—«Ahí está la campana.»Los otros dos no contestaron.

Los pájaros, los cuales habían estado a punto de alcanzar, batieron sus alas y volaron, primero uno, después dos, y después diez. 

Entonces, una vez más la bandada completa, estaba moviéndose a lo largo de la costa, cerca de 100 yardas  frente a los niños.

El mar borraba continuamente las huellas estrelladas de sus patas. Mientras que,  los niños seguían  caminando cerca del acantilado, lado a lado, tomados de la mano. Dejando profundas huellas detrás de ellos, cuya triple líneas se alargaban paralelas a la costa de la larga playa. 

Sobre el lado del mar inmóvil:

siempre hacia la derecha, siempre en el mismo lugar;  
 rompía,  
siempre la misma pequeña ola.


Fin






Créditos
Texto en francés y texto en ingles
Texto original en francés y texto traducido al ingles tomados de sitio web French  language, song and literature. Source: Penguin Parallel Text.    Nouvelles Françaises 1. La Plage Alain Robbe-Grillet. 15 diciembre 2014. John Harte   


Texto en español
Traducción del francés al español por Plaza de las palabras





Ilustraciones
Alain Robbe-Grillet, foto, wikipedia

La playa, serie de dibujos por Plaza de las palabras.