Cuentos Hispanoamericanos. Antes de la Guerra de Troya y La culpa es de los tlaxcaltecas por Elena Garro. Post Plaza de las Palabras.







Plaza de las palabras en su sección Cuentos Hispanoamericanos presenta el cuento Antes de la Guerra de Troya de la escritora mexicana Elena Garro. (Puebla, México, 1916 - Cuernavaca, 1998). Guionista, periodista, dramaturga, cuentista y novelista. Escritora polémica y quien fue esposa del escritor Octavio Paz. Según narra la escritora. mexicana Elena Paniatowska: «Elena Garro  fue un ser lleno de contradicciones y enigmas. Para ella nunca hubo medias tintas. ¿Se comió el personaje a la escritora? Elena es un icono, un mito, una mujer fuera de serie, con un talento enorme. A nadie deja indiferente. Impresionó a todos los que la conocieron, marcó con una huella indeleble a quienes la trataron; imposible para su hija Helena Paz vivir y “ser” sin ella. Sin embargo, con su muerte, no ha crecido su leyenda. Quien la sostiene con lealtad admirable es Patricia Rosas Lopátegui, que la envuelve en libros como caricias e insiste en que la recordemos y le rindamos tributo.» (1)

Elena Garro, cuya obra abarco varios géneros, abordó el feminicidio y la problemática de la mujer, marginalidad y violencia sexual. También expuso la injusticia contra los indígenas. Es ubicada literariamente como precursora del  realismo mágico, escribió   su novela Recuerdos del porvenir,   en 1953, y la llego a publicar cuatro años antes de Cien años de soledad de García Márquez. Aunque la misma Garro reniega que se  tilde a su obra de realismo mágico, porque el realismo mágico era una etiqueta mercantilista y que ya existía en la cosmovisión de todas las culturas autóctonas. Jorge Luis Borges le incluyo una obra de teatro Un hogar sólido en su Antología de la literatura fantástica. Elena Garro obtuvo vario premios literarios, entre otros el Premio Xavier Villaurrutia (1963), por su novela Los recuerdos del porvenir y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (1996). A su producción se suman otros títulos fundamentales. Los cuentos de La semana de colores y las narraciones de Andamos huyendo Lola, Las farsas teatrales de Un hogar sólido y el drama histórico-documental Felipe Ángeles.

Presentamos el cuento corto Antes de la guerra de Troya, uno de sus cuentos más conocido. También presentamos al final el enlace al cuento Échale la culpa a los Tlaxcaltecas, cuento que motivo elogiosos comentarios de Sergio Pitol. Y también remitimos al lector a una semblanza de Elena Poniatowska sobre Elena Garro.  



Antes de la Guerra de Troya
2059 palabras

      Antes de la Guerra de Troya los días se tocaban con la punta de los dedos y yo los caminaba con facilidad. El cielo era tangible. Nada escapaba de mi mano y yo formaba parte de este mundo. Eva y yo éramos una.
       —Tengo hambre —decía Eva.
       Y las dos comíamos el mismo puré, dormíamos a la misma hora y teníamos un sueño idéntico. Por las noches oía bajar al viento del Cañón de la Mano. Se abría paso por las crestas de piedra de la sierra, soplaba caliente sobre las crestas de las iguanas, bajaba al pueblo, asustaba a los coyotes, entraba en los corrales, quemaba las flores rojas de las jacarandas y quebraba los papayos del jardín.
       —Anda en los tejados.
       La voz de Eva era la mía. Lo oíamos mover las tejas. De las vigas caían los alacranes y las cuijas cristalinas se rompían las patitas rosadas al golpearse sobre las losas del suelo de mi cuarto. Protegida por el mosquitero, tocaba el corazón de Eva que corría en el mío por los llanos, huyendo del vaho que soplaba del Cañón de la Mano. El viento no nos quemaba.
       —¿Tuvieron miedo anoche?
       —No. Nos gusta el viento.
       Después, la casa estaba en desorden. Con las trenzas deshechas, Candelaria nos servía la avena.
       —¡Viento perverso, hay que amarrarle los pelos a una roca para que nos deje silencios!
       —Es la cólera caliente de las locas —agregaba Rutilio.
       —Por eso digo que hay que clavarle las greñas a las rocas y ahí que aúlle.
       Era mucha la cólera de Candelaria. Nosotras nos movíamos intactas en su voz y en el jardín mirábamos las flores derribadas.
       «Fue antes de que Leli naciera…», decía a veces mi madre.
       Esas palabras eran lo único terrible que me sucedía antes de la Guerra de Troya. Cada vez que «antes de que Leli naciera» se pronunciaba, el viento, los heliotropos y las palabras se apartaban de mí. Entraba en un mundo sin formas, en donde sólo había vapores y en donde yo misma era un vapor informe. El gesto más mínimo de Eva me devolvía al centro de las cosas, ordenaba la casa deshecha y las figuras borradas de mis padres recuperaban su enigma impenetrable.
       —Vamos a ver qué hace la señora…
       La señora se llamaba Elisa y era mi madre. Por las tardes Elisa se escondía en su cuarto, se acercaba al tocador y cerraba las puertas de su espejo. No volvía a abrirlas hasta la noche, a la hora en que se ponía polvos en la cara. Echada en la cama, su trenza rubia le dividía la espalda.
       —¿Quién anda allí?
       —Nadie.
       —¿Cómo que nadie?
       —Es Leli —contestaba Eva.
       Elisa escondía algo y luego se incorporaba. A través del mosquitero su cara y su cuerpo parecían una fotografía.
       —¡Sálganse de mi cuarto!
       Volvíamos al corredor, a caminarlo de arriba abajo, de abajo arriba, de loseta en loseta, sin pisar las rayas y repitiendo: fuente, fuente, o cualquier otra palabra, hasta que a fuerza de repetirla sólo se convertía en un ruido que no significaba fuente. En ese momento cambiábamos de palabra, asombradas, buscando otra palabra que no se deshiciera. Cuando Elisa nos echaba de su cuarto, repetíamos su nombre sobre cada loseta y preguntábamos «¿por qué se llama Elisa?». y la razón secreta de los nombres nos dejaba atónitas. ¿Y Antonio? Era muy misterioso que su marido se llamara Antonio. Elisa-Antonio, Antonio-Elisa, Elisa-Antonio, Antonio, Elisa y los dos nombres repetidos se volvían uno solo y luego, nada. Perplejas, nos sentábamos en medio de la tarde. El cielo naranja corría sobre las copas de los árboles, las nubes bajaban al agua de la fuente y a la pileta en donde Estefanía lavaba las sábanas y las camisas del señor. Antonio tenía chispas verdes y amarillas en los ojos. Si los mirábamos de cerca, era como si estuviéramos adentro de una arboleda del jardín.
       —¡Mira, Antonio, estoy dentro de tus ojos!
       —Sí, por eso te dibujé a mi gusto —contestaba los domingos, cuando nos recortaba el fleco.
       Antonio era mi padre y no nos mandaba a la peluquería porque «la nuca de las niñas debe ser suave y el peluquero es capaz de afeitarlas con navaja». Era una lástima no ir a la peluquería. Adrián giraba entre sus frascos de colores, afilando navajas y batiendo tijeras en el aire. Platicaba como si recortara las palabras y un perfume violento lo seguía.
       —¡Aja!, buenas ganas me tienen las rubitas, pero su papá no paga peluquero.
       Sentadas en la tarde redonda, recordábamos las visitas a Adrián y las visitas a Mendiola, el que vendía «besos» envueltos en papelitos amarillos.
       —¡Aquí está ya la parejita de canarios!
       Mendiola nos ponía un «beso» en cada mano. Las dos éramos visitadoras. Cuando íbamos al cine veíamos a los dos amigos desde lejos. No podíamos platicar con ellos ni con don Amparo, el que vendía los cirios, porque estábamos en medio de Elisa y Antonio, que sólo saludaban con inclinaciones de cabeza. Les gustaba el silencio y cuando hablábamos decían:
       —¡Lean, tengan virtud!
       Asomadas a los dioses dibujados en los libros, hallábamos la virtud. Los dioses griegos eran los más guapos. Apolo era de oro y Afrodita de plata. En la India los dioses tenían muchos brazos y manos.
       —Deben ser muy buenos ladrones.
       «Que tu mano derecha ignore lo que hace tu izquierda». Nosotras robábamos la fruta con la mano izquierda. ¿Y los dioses de la India? Ellos tenían mano izquierda, mano derecha, mano arriba, mano abajo, mano simpática, mano antipática, y mano de en medio. Imposible determinar cuál mano era la que ignoraba lo que hacían las otras manos.
       —¡Ah, si fuéramos como ellos robaríamos todo: tornillos, dulces, banderitas, y al mismo tiempo!
       Los demás dioses eran como nosotras. Hasta Nuestro Señor Jesucristo tenía sólo dos manos clavadas en la cruz. Huitzilopochtli era un bultito oscuro, con manos y sin brazos, pero él nos daba mucho miedo y preferíamos no mirarlo, inmóvil sobre uno de los estantes de los libros.
       —¿Cómo sería una cruz para clavar a Kali?
       —Como un molino.
       —Te digo una cruz, no un molino.
       —¿Una cruz?… Igual a una cruz.
       —Habría que clavarle una mano encima de la otra y de la otra con un clavo tan largo como una espada.
       —¿Y la mano de en medio?
       —Se la dejamos suelta como un rabo, para espantarse las moscas.
       —No se puede. Hay que clavársela también.
       —¿Del lado izquierdo o del derecho?
       —Vamos a preguntárselo a Elisa.
       —¿Que quieren? —preguntó Elisa con su voz de fotografía.
       —Nada.
       —¡Pues sálganse de mi cuarto! —y escondió algo otra vez.
       Salimos al corredor con la vergüenza de saber que Elisa ocultaba algo en su cama. Recorrimos las losetas repitiendo su nombre y cuando sólo nos quedó el ruido volvimos a su cuarto.
       —¿Qué quieren?
       —Te llama tu marido… está en el gallinero.
       El gallinero no era un lugar para Antonio y Elisa nos miró curiosa. Pero el gallinero estaba en el fondo de los corrales y Elisa tomaría un buen rato en ir y volver a su cama. Se fue. Su cama estaba caliente y de las almohadas se levantaba un vapor de agua de Colonia. Buscamos lo que escondía.
       —¡Mira!
       Eva me mostró una bolsita de besos y frutas cristalizadas. Sacamos dos besos y los comimos.
       —¡Mira!
       Una hoja seca marcaba las páginas del libro que Elisa guardaba debajo de su almohada.
       —¡Vámonos!
       Nos fuimos de prisa, sin los dulces y con el libro. Buscamos un lugar seguro donde hojearlo. Todos los lugares eran peligrosos. Miramos a las copas de los árboles y escogimos la más verde, la más alta. Sentadas en una horqueta leímos: la Ilíada. Así empezó la desdichada Guerra de Troya.
       «¡Canta, oh Musa, la cólera del pélida Aquiles!».
       La cólera de Elisa duró muchas semanas. Nosotras, ensordecidas por el fragor de las batallas, apenas tuvimos tiempo de escucharla.
       ¿En dónde se esconden todo el día?
       —¡Hum…! Quién sabe…
       Arriba, entre las hojas, nos esperaban Néstor, Ulises, Aquiles, Agamenón, Héctor, Andrómaco, Paris y Helena. Sin darnos cuenta, los días empezaron a separarse los unos de los otros. Después, los días se separaron de las noches; luego el viento se apartó del Cañón de la Mano, y sopló extranjero sobre los árboles, el cielo se alejó del jardín y nos encontramos en un mundo dividido y peligroso.
       «No permitas que los perros devoren mi cadáver», decía Héctor por tierra, alzando el brazo para apoyar su súplica. Aquiles, de pie, con la cabeza apoyada en la garganta del caído, lo miraba desdeñoso.
       —¡Pobre Héctor!
       —Yo estoy con Aquiles —contestó Eva súbitamente desconocida.
       Y me miró. Antes, nunca me había mirado. Yo la miré. Estaba a horcajadas sobre la rama del árbol, como otra persona que no fuera yo misma. Me sorprendieron sus cabellos, su voz y sus ojos. Era otra. Sentí vértigo. El árbol se alejó de mí y el suelo se fue muy abajo. También ella desconoció mi voz, mis cabellos y mis ojos. Y también tuvo vértigo. Descendimos afianzándonos al tronco, con miedo de que se desvaneciera.
       —Yo estoy con Héctor —repetí en el suelo y sintiendo que ya no pisaba tierra. Miré la casa y sus tejados torcidos me desconocieron. Me fui a la cocina segura de encontrarla igual que antes, igual a mí misma, pero la puerta entablerada me dejó pasar con hostilidad. Las criadas habían cambiado. Sus ojos brillaban separados de sus cabellos. Picaban las cebollas con gestos que me parecieron feroces. El ruido del cuchillo estaba separado del olor de la cebolla.
       —Yo estoy con Aquiles —repitió Eva abrazándose a las faldas rosas de Estefanía.
       —Yo estoy con Héctor —dije con firmeza, abrazada a las faldas lilas de Candelaria.
       Y con Héctor empecé a conocer el mundo a solas. El mundo a solas únicamente era sensaciones. Me separé de mis pasos y los oí retumbar solitarios en el corredor. Me dolía el pecho. El olor de la vainilla ya no era la vainilla, sino vibraciones. El viento del Cañón de la Mano se apartó de la voz de Candelaria. Yo no tocaba nada, estaba fuera del mundo. Busqué a mi padre y a mi madre porque me aterró la idea de quedarme sola. La casa también estaba sola y retumbaba como retumban las piedras que aventamos en un llano solitario. Mis padres no lo sabían y las palabras fueron inútiles, porque también ellas se habían vaciado de su contenido. Al atardecer, separada de la tarde, entré a la cocina.
       —Candelaria, ¿tú me quieres mucho?
       —¡Quién va a querer a una «güera» mala!
       Candelaria se puso a reír. Su risa sonó en otro instante. La noche bajó como una campana negra. Más arriba de ella estaba la Gloria y yo no la veía. Héctor y Aquiles se paseaban en el Reino de las Sombras y Eva y yo los seguíamos, pisando agujeros negros.
       —Leli, ¿me quieres?
       —Sí, te quiero mucho.
       Ahora nos queríamos. Era muy raro querer a alguien, querer a todo el mundo: a Elisa, a Candelaria, a Rutilio. Los queríamos porque no podíamos tocarlos.
       Eva y yo nos mirábamos las manos, los pies, los cabellos, tan encerrados en ellos mismos, tan lejos de nosotros. Era increíble que mi mano fuera yo, se movía como si fuera ella misma. Y también queríamos a nuestras manos como a otras personas, tan extrañas como nosotras o tan irreales como los árboles, los patios, la cocina. Perdíamos cuerpo y el mundo había perdido cuerpo. Por eso nos amábamos, con el amor desesperado de los fantasmas. Y no había solución. Antes de la Guerra de Troya fuimos dos en una, no amábamos, sólo estábamos, sin saber bien a bien en dónde. Héctor y Aquiles no nos guardaron compañía. Sólo nos dejaron solas, rondando, rondándonos, sin tocarnos, ni tocar nada nunca más. También ellos giraban en el Reino de las Sombras, sin poder acostumbrarse a su condición de almas en pena. Por las noches yo oía a Héctor arrastrando sus armas. Eva escuchaba los pasos de Aquiles y el rumor metálico de su escudo.
       —Yo estoy con Héctor —afirmaba en la mañana en medio de los muros evanescentes de mi cuarto.
       —Yo, con Aquiles —decía la voz de Eva muy lejos de su lengua. Las dos voces estaban muy lejos de los cuerpos, sentados en la misma cama.



Notas bibliográficas

1.Elena Garro por Elena Paniatowska .Puro cuento.






Créditos

Texto Antes de la Guerra de Troya

Literatura .us
La semana de colores
(Xalapa: Universidad Veracruzana, Ficción, #58, 1964, 217 págs.)
  

Enlace al cuento  Échale la culpa a los tlaxcaltecas

 

Enlace Semblanza  Elena Garro por Elena Paniatowska.Puro cuento

http://laciudadletrada.com/Archivo/poniatowskagarro.ht

https://teecuento.wordpress.com/2010/07/29/elena-garro-por-elena-poniatowska/

 

 
Ilustraciones
Foto de Elena Garro Google imagen
Foto Urna griega Cerámica griega. 530 ac.- terracota -  Detalle - Dos guerreros luchando flanqueados por dos mujeres.56,5 x 34 x 25,5 cm. - Attica, Grecia - artista griego

Foto Elena Garro y Elena Poniatowska en  Semblanza  Elena Garro por Elena Poniatowska

1+1 POEMAS CLAVES: MI ÚLTIMA DUQUESA DE ROBERT BROWNING. VERSION BILINGÜE. POST PLAZA DE LAS PALABRAS.




Plaza de las palabras continúa con su sección  1+1 POEMAS CLAVES, y presenta el poema Mi Última duquesa, del poeta ingles, Robert Browning (1812-1889), poeta, dramaturgo y  crítico literario. Casado con la poeta inglesa Elizabeth Barret. Robert Browning se formo  desde su niñez en la biblioteca de su padre, en  donde adquirió un gusto por la historia, el arte  y la poesía. Aprendizaje que lo llevo a desdoblar una basta cultura ecléctica. Admirador devoto del poeta romántico ingles Percy B. Shelly. Él es un poeta atípico porque no solo fue un gran poeta, sino porque aporto nuevos perspectivas a la poesía victoriana de su época; hecho que hizo afirmar a Horacio Pater, que Browning era el primer poeta moderno ingles por la forma en que llego a enfocar su poesía. Si bien ya había  antecedente del monologo dramático en los poemas del también victoriano  Tennyson.  Aún así es Browning quien lleva a su culminación y maestría el monologo dramático. Un punto que a veces escapa en   su evolución, es que Browning era también dramaturgo, y había desarrollado una gran introspección y análisis de los personajes. También había estudiado a Shakespeare y las introspecciones sicológicas del poeta metafísico John Donne. Si bien, Browning  con sus obras teatrales nunca llego a tener mucho éxito. Si, se valió del recurso dramático del teatro para armar sus monólogos. Tuvo influencias futuras en poetas como William B.Yates,  Robert Frost, y  T.S.Eliot, con su famoso Correlato Objetivo;  y además en Ezra Pound  Si bien, Browning ha sido acusado de que  a veces sus  poemas son oscuros y difíciles de comprender. También lo mismo se ha dicho de otros poetas más modernos como T.S.Eliot y  W.A.Auden o el mismo Ezra Pound.
 
Los dos grandes aportes de  Robert Browning a la cultura universal literaria, son los famosos Monólogos dramáticos, plasmados en: Men and Women (1859) y Dramatis Personae (1864), cuyos poemas más reconocidos son: “My Last Duchess”, "Andrea del Sarto" y "Fra Lippo Lippi", ambientados en el renacimiento italiano de  donde Browning saco su inspiración para varios de sus monólogos dramáticos. Un segundo aporte siempre dentro de su monólogos dramáticos fue su largo poema en verso blanco inglés The Ring and the Book, (1868).  Obra polifónica, sostenida  por diversos personajes que dan su parecer y revelan su participación sobre  un complejo caso de asesinato en la Roma de la década de 1690.  Este tipo de técnica fue innovadora para su tiempo, más si considera que se desplego  en  el ámbito de la poesía.  Técnica que después utilizaría en prosa, escritores de la talla de Marcel Schwob, Jerzy Andrzejewski y el japonés  Akutagawa.   


 

Monologo dramático

El monólogo dramático cómo genero poético El monólogo dramático cuenta con procedimientos enunciativos y temáticos que lo singularizan. Proponemos nuestra propia definición: es un poema en el que, en primera persona, un hablante emite un discurso frente  un interlocutor presente, ausente o imaginario, ante el que revela progresivamente su personalidad (revelación determinada por este interlocutor, ante el que ofrece una ‘fachada social’) y sus propósitos en ciertas circunstancias espaciales y temporales, más o menos aludidas. Además, esta dimensión enunciativa le permite al autor incentivar en el lector efectos pragmáticos: este yo ficcional o histórico desarrolla una serie de reflexiones –desde su personal punto de vista- sobre la coyuntura existencial crítica que vive y el lector oscila, al escuchar el discurso del hablante, entre la identificación y el distanciamiento crítico o juicio moral. Como puede verse, esta definición incorpora, sobre todo, criterios pragmáticos (enunciativos). Esta definición es una síntesis de los aportes de los teóricos de este género. Se sintetiza en esta definición el conjunto de aportes –presentados a continuación- de los teóricos que se han ocupado de este género. (1)

El poema La ultima duquesa, es una miniatura ejemplar, como la mayoría de los poemas de Browning  en sus monólogos dramáticos, esta escrito a medias rex, es decir, no hay una explicación previa. El lector ya esta sumergido en el hecho dramático, y esa circunstancia es parte de la característica del monologo dramático, que se diferencia del soliloquio tipo Shakespeare. El poema es narrado en primera persona por Alfonso II d`Este, Duque de Módena y Ferrara, y  el tema es acerca de  Lucrezia di Cósimo de Médici,  su esposa de diecisiete años, a quien se cree que el mismo Conde de Ferrara enveneno. Al inicio del poema, el conde está frente al retrato de su última  esposa y se dirige a ella como si estuviera viva. Menciona a un tal Fra Pandolf,  pintor imaginario que presumiblemente pinto ese retrato. Sin embargo no hay un interlocutor a quien se dirige, salvo a un hipotético lector u oyente, o su futuro consuegro o así mismo. El retrato, hipotéticamente,  en que se inspiro el poeta Browning es el de Lucrecia Medici, pintado por Bronzino, y que incluimos al inicio del poema.

 





MY LAST DUCHESS

(Version original en ingles)

Robert Browning

That’s my last Duchess painted on the wall,
Looking as if she were alive. I call
That piece a wonder, now: Frà Pandolf’s hands
Worked busily a day, and there she stands.
Will ‘t please you sit and look at her? I said
‘Frà Pandolf’ by design, for never read
Strangers like you that pictured countenance,
The depth and passion of its earnest glance,
But to myself they turned (since none puts by
The curtain I have drawn for you, but I)
And seemed as they would ask me, if they durst,
How such a glance came there; so, not the first
Are you to turn and ask thus. Sir, ‘t was not
Her husband’s presence only, called that spot
Of joy into the Duchess’ cheek: perhaps
Frà Pandolf chanced to say, ‘Her mantle laps
Over my lady’s wrist too much,' or ‘Paint
Must never hope to reproduce the faint
Half-flush that dies along her throat:' such stuff
Was courtesy, she thought, and cause enough
For calling up that spot of joy. She had
A heart -- how shall I say? -- too soon made glad,
Too easily impressed; she liked whate’er
She looked on, and her looks went everywhere.
Sir, ‘t was all one! My favour at her breast,
The dropping of the daylight in the West,
The bough of cherries some officious fool
Broke in the orchard for her, the white mule
She rode with round the terrace -- all and each
Would draw from her alike the approving speech,
Or blush, at least. She thanked men, -- good! but thanked
Somehow -- I know not how -- as if she ranked
My gift of a nine-hundred-years-old name
With anybody’s gift. Who’d stoop to blame
This sort of trifling? Even had you skill
In speech -- (which I have not) -- to make your will
Quite clear to such an one, and say, ‘Just this
Or that in you disgusts me; here you miss,
Or there exceed the mark’ -- and if she let
Herself be lessoned so, nor plainly set
Her wits to yours, forsooth, and made excuse,
-- E’en then would be some stooping; and I choose
Never to stoop. Oh, sir, she smiled, no doubt,
Whene’er I passed her; but who passed without
Much the same smile? This grew; I gave commands;
Then all smiles stopped together. There she stands
As if alive. Will ‘t please you rise? We’ll meet
The company below then. I repeat,

2
The Count your master’s known munificence
Is ample warrant that no just pretence
Of mine for dowry will be disallowed;
Though his fair daughter’s self, as I avowed
At starting, is my object. Nay, we’ll go
Together down, sir. Notice Neptune, though,
Taming a sea-horse, thought a rarity,
Which Claus of Innsbruck cast in bronze for me!

MI ÚLTIMA DUQUESA

(Versión traducida en español)

 Robert Browning

FERRARA

He ahí mi última duquesa pintada en la pared,
que mira como si estuviera viva. Es lo que llamo
toda una maravilla, fíjese: las manos del Pandolfo
un día entero trabajaron con ahínco. Y ahí está.
¿Podría, por favor, sentarse y contemplarla? Dije
a posta Fra Pandolfo, pues no ven jamás
extraños como usted ese semblante así plasmado,
la hondura y la pasión de su mirar ferviente,
sino que a mí tienden sus ojos (ya que nadie aparta
esa cortina que he corrido para vos que no sea yo)
y preguntarme a mí parecen, si a ello osaran,
cómo esos ojos fueron a parar ahí; así que no el primero
sois vos que a mí se vuelve y lo pregunta. Pues, señor, no fue
sólo presencia de su esposo lo que alzó esa luz
de júbilo a la piel de sus mejillas: fue quizás
ventura del Pandolfo si decía, “El manto cae
sobre la mano demasiado, mi señora”, o bien “Pintar
no debe nunca hacerse en la ambición de reflejar el leve
rubor que baja hasta morir en la garganta”: eso
era cortés, pensaba ella, y condición que puede
bien concitar ese fulgor de júbilo. Tenía un corazón
ella, ¿cómo diré?, muy fácil de alegrar,
o demasiado impresionable; le placía cualquier cosa
en la que su mirada se posara, y su mirada iba por todas partes.
¡Todo era uno aquí, señor! Mi dádiva en su pecho,
la declinante luz del día por poniente,
la rama de cerezas que algún loco intempestivo
quebró en el huerto para ella, aquella mula blanca
en la que daba vueltas a la finca, todos
sacaban de ella por igual señal de aprobación,
o, al menos, un rubor. Daba las gracias a los hombres,
de alguna forma, no sé cómo, igual que si rimara
el don de novecientos años de mi nombradía
con otro de cualquiera. ¿Y cómo rebajarse a amonestarle
algo de tal trivialidad? Incluso con destreza
en el hablar, algo que yo no tengo, hacerle ver
lo que uno deseaba, así, decirle, “Es sólo
esto o lo otro lo que en ti me desagrada; aquí no llegas,
y allí te pasas de la raya", si dejara
que se la aleccionase así y jamás pusiera
su ingenio al mismo rango que el de uno, y se excusara;
incluso ya sería aquello rebajarse y yo prefiero
no rebajarme nunca. Sí, señor, me sonreía, sin ninguna duda,
cuando pasaba por su lado; aunque, ¿quién por allí pasaba sin
una sonrisa parecida? Fue la cosa a más, di órdenes;
luego cesó toda sonrisa. Ahí la tiene
igual que si estuviera viva. ¿Se levanta, por favor? Iremos
con los demás que están abajo. Y le repito,
la conocida liberalidad del Conde, su señor,
es plena garantía de que no habrá justa pretensión
mía de dote que él no vaya a consentir;
bien que su hija y su persona, como confesé
de entrada, sea mi objeto. Es hora de bajar
los dos juntos, señor. Vea, no obstante, ese Neptuno
domando un caballito de mar, una rareza,
que Claus de Innsbruck ha forjado en bronce para mí.


Nota bibliográfica

1. Véase para una perspectiva  académicamente más detallada del monologo dramático   a Dorde Cuvardic García*El monólogo dramático en el discurso poético RESUM EN Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. Costa Rica XL (1): 167-182, 2016 / EISSN: 2215-2636 Dramatic monologue in poetic discourse

Créditos

Versiones y traducción.
UT PICTURA POESIS. Blog elaborado por Santiago Elso Torralba: santielso2@yahoo.es y poesía-pintura.blogspot.com

Enlaces a la obra de Robert Browning

El monólogo dramático en el discurso poético
Dramatic monologue in poetic discourse
Dorde Cuvardic García. Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. Costa Rica XL (1): 167-182, 2016 / EISSN:2215-2636 Dramatic monologue in poetic discourse.





Ilustraciones

"El amor entre las ruinas". Pintura sobre uno de los poemas
de la colección Men and Women. Pintura por  Burne Jones, pintor ingles 
Retrato de Robert Browning, 1865.Wikipedia.  
Retrato de Lucrezia de Medici por el pintor renacentista Agnolo Bronzino