Textos sobre una playa (Fragmentos)


 M.A.Membreño Cedillo


La playa






I. La playa como abstracción: el horizonte abierto 
La playa  que existe en forma abstracta como un espejismo que adquiere su fisonomía propia al verla, como sí siempre hubiese estado ahí, exactamente  una playa, como la palabra playa que la alberga estrechamente transformándola en una imagen nítida. Luego empieza a dibujarse algo escondido entre dos salientes, y desde cierta altura se ve en una perspectiva perpendicular, como se vería al fondo una playa desde lo alto de unos riscos. Y también un bostezo de somnolencia, de esquiva parcela yacente de  cuerpo definitivo alargándose en un brazo blanco, arenoso y delicado. La  playa tan  virgen de blanca arena luce el intacto  aspecto de una porcelana. Por aquí y por allá leves montículos de arena, y al fondo una muralla labrada con la paciencia de los siglos, sedienta de agua que recorta todo el frente de la playa como si fuese un gran estuche milenario.

Todo inmóvil, todo tan primitivo, todo tan hermoso en su franca desnudez. Solo las olas boqueando en lengüetazos y desenrollándose rítmicamente, humedeciendo persistentemente aquella franja que impasible parecía desvanecerse en un dulce silencio. Y al frente ese mar inagotable, mudo, eterno y besando constantemente aquellos labios arenosos que nunca se resisten. Boquita despintada, cabellera de espuma y cuerpo de dunas que el viento acaricia con manos transparentes. Y todo a la vista; más que una anodina tarjeta postal o una fotografía anónima de un mar dormido. Ni siquiera acecha esa  impaciencia que se respira en un mar encabritado. Solo un mar de espejo: compacto, silencioso, plano, imaginativo como una gaviota volando dentro de un espejo de mar

1. La playa como personaje

La playa  incógnita, fulgurante en lejanos  pasos que no suenan pero si sonaran, sonarían como suenas los tacones de charol  en un salón de baile. Playa, playera, playa bonita; “cuando calienta el sol, allá en la playa, oigo tus pasos pasar”.  Es como imaginársela y al estar en ella, silent, please, sentir que todo es la  perfecta armonía de espacio y tiempo. El espacio definido por unos cuantos colores, unos cuantos trazos ondulantes, y uno que otro silencio en vuelo. Un ritmo en movimiento por el que corren los segundos y se deslizan imperturbablemente las horas. El tiempo sin rostro como a veces es el  rostro de ciertas mujeres, que pareciera no tener edad. Un saludo de manos intemporal, un sueño que apenas se recuerda parecido a una llovizna lavando un rostro sonrojado en medio de la intimidad de una  plaza a las siete en punto de la noche. Y pareciese que la playa dormida no despierta y que el mar lleva allí desde siempre, y las olas a cada minuto corren hincándose en calcado saludo.

Y las olas languidecen como pasan fugaces los recuerdos  y como agonizan las tortugas  tendidas bocarriba en la playa. Frente a las memoriosas rocas. Por lo demás, una impresión equivoca y un carácter peculiar  define las playas.  Por que quien dijo que todas las playas son iguales, igualitas. “No touch me, no feel me”.  Esta no seria una playa para un rendez vaus. Pero ocurre, lo de siempre: un personaje o dos, y repentinamente la playa se trasforma en algo inmediato. There is some, here.

2. La playa como historia narrada

Una historia devela otra historia, y la playa solo es un perpetuo y momentáneo escenario. El mar es un testigo fiel y las olas los recuerdos  evanescente y los acantilados en su solidez la memoria persistente. Y quien podrá develar toda la historia, aunque sea un pedacito de la historia. Puede ocurrir en cualquier playa, a cualquier hora, pero siempre habrá algo definitivo y siempre quedara algo  borroso. Algo que queda y algo que esta más allá de la historia, más allá de la playa, más allá  una fotografía, más allá del  papel.

Y el perrito de Chejov, la dama que llego, vio y se fue. Aquella silueta de mujer en una  playa en Yalta, aquí estamos en una playa quizás en  Chile o el pacifico  mexicano, y definitivamente no hay ningún perrito abordo, ni ese aire de aristocracia de balneario que solía pintar  Monet. Ni tampoco es la playa melancólica alargando sus  costillas de Pavese, ni la playa repetitiva de Robbe-Grillet. Ni aquella playas de Oran y Argel que pintaba Camus en El Extranjero, ni  la de Salvador Elizondo con sus huellas en la playa.  

3. Las olas como actores

Y las fugaces olas  humedecen suave la arena como siempre las olas humedecen  suavemente la playa; y luego lamen las memoriosas rocas y revientan en la blanca  espuma de una botella de champagne. Si el mar borracho hecho un gran espejo Algo que  lacónicamente las olas se llevan en su fatiga, como un dibujo en la arena, o un nombre en el agua o un silbido en el viento ; y que   apenas insinuado queda escondido entre una gran bruma que cubre una isla deshabitada o una noche que desdibuja totalmente un litoral. Nada a la vista ni siquiera un faro, ni un solo centinela más que la playa íngrima, la llanura del mar, el sol en su desnudez impresionista y las estrellas en su danza nocturna, tan brillante y puntual como relojes suizos.

II. La  playa como sujeto habitado: la mujer que camina por la playa.


    
Luego, deviene una  mujer que camina por la playa; como si la playa se dibujara sola y la mujer apareciera de repente de la nada con esos pasos livianos de viento y con esos ojos marinos de vastedad y refugio. Pequeño caracol del tiempo. Se presenta sin saludar,  sin preámbulos, solo es una mujer caminando por la playa como caminaría una mujer exactamente  por la playa. Por la playa camina una mujer con el paso definitivo con que caminaría resueltamente, intocablemente, parsimoniosamente,  una mujer que quisiera caminar por la playa; y camina sabiendo que únicamente  ella esta en esa playa. Nada de artificios ni nada de cosméticos.

La mujer camina como si estuviera suspendida en el aire, pero por supuesto nadie camina en el aire, solamente parece que camina en el aire vista desde cierta perspectiva. Vista desde los riscos  ella parece un ángel flotando por la playa. Camina apenas dejando un rastro de huellas que se ven desde lo alto de un  risco como un lenguaje inteligible pero simétrico. Un leve aire le levanta el vestido blanco de una pieza que parece moverse como una bandera invicta, inclaudicable, atrevida; que  marcha dulcemente abriendo un sendero trasparente en el aire. La mujer camina casi tocando la franja humedad de la playa, va descalza, el pelo suelto  contra el viento, se levanta en vaivenes El  rumor del mar apenas un rumor. Desde lejos la blancura de la mujer avanza convertida en una silueta esbelta que parece luchar contra el aire. Y que  va disminuyendo mientras aumenta la profundidad de la  desierta playa.


III. La playa como sujeto  de interpretación: El hombre  que observa la playa.
Punto focal  
El hombre que esta en la cima del risco,  ve a la mujer casi con la impresión de un solo punto en movimiento caminando por la playa. Piensa que es una ilusión, una playa impresionista sin Monet, todo pura espuma,  de ola derritiéndose como un hielo en agua caliente. Sabe que es una mujer. Trata de  imaginarse  el rostro de ella, pero el rostro se le escapa, huraño, huidizo, remoto, exuberante, elástico, se le dificulta verla claramente, sabe que es un pelo casi castaño quizá rojizo. Apenas una  forma moviéndose lentamente y dejando atrás un sendero de huellas que de vez en cuando las olas borran como si fuera solamente un gracioso nombre escrito en la arena. Por un instante se pregunta que hará esa mujer caminando solitariamente en una playa tan ariscamente solitaria. . Es como su hubiese salido del mar. Es más marítima que terrenal. Se imagina que quizás es alguien que disfruta de la naturaleza,  pero luego piensa que aquella mujer es algo especial, que alguna razón poderosa la trae a caminar poderosamente por la playa. Piensa que el también a veces lo ha hecho pero nunca en esa forma tan definitiva. No sabe por qué piensa que conoce a esa mujer con esa vaga sensación que producen los sueños.

Ella camina, él la observa. Ella no sabe que él la observa. Ella parece sola, el también esta solo. Pero piensa que él la esta observando con la precisión de un fotógrafo. Si, la ve con esa perspectiva con que un fotógrafo vería a una mujer caminar por la playa. Siente el impulso de tomar una foto pero desiste. Piensa que el acto de tomarle una fotografía  es invadir la intimidad de la mujer. Transgredir un límite de decoro. No sabe  por qué intuye que la mujer busca algo. O quizá solo es una aficionada a las caminatas, a la vida peregrina, algo saludable. Alguien que quiere  pasar de incógnita en aquella monotonía anónima que es el mar.


Zoom
Aunque la mujer camina de espaldas a él, aquel rostro se le antoja hermoso aunque no lo ha visto. Pero sin saber por qué piensa en las manos de la mujer, se las imagina  delgadas, blancas, serenas, siguiendo el ritmo de sus pasos, y librándose de todo el peso del cuerpo, casi transparentes. Piensa en  el color de sus ojos  y no logra imaginárselos.  Aunque no la conoce, y aún sin verla, le gana una extraña sensación de haber visto a esa mujer en algún lado. “Bajare a la playa “,  piensa él. Si, piensa bajar a la playa pero no se atreve. Piensa en un encuentro fortuito. Pero luego se pregunta que sentido tendrá todo esto. Quizá la mujer espera que aparezca alguien. Aunque no pereciera esperar a nadie, no a nadie inmediato. Luego piensa que ha de ser una turista de esas que hay miles, que inundan lugares exóticos buscando una sombra de amor en esa huida soñolienta que se viste de mar. Pensar en ella le resulta dulce pero también extraño, la ve lejana, una sensación de tenerla cerca, casi frente a él, pero lejana, siempre lejana, muy lejana. Por qué caminaría alguien así por una playa desierta, se pregunta sin siquiera contestar, sin siquiera buscar una respuesta porque piensa que cualquier respuesta no tendría ninguna importancia. Él esta ahí, simplemente viendo a una mujer que no conoce caminando por la playa y que va dejando un par de huellas que han formado una línea recta que desde lo alto se distingue con la  facilidad con que se ve el humo de un tren en un horizonte despoblado, un relámpago a en el cielo invicto o se escucha a medianoche el maullido de un gato en el tejado.




Fuente: Del cuento experimental La playa  © que consta de 15 capítulos (2007). Crédito de las ilustraciones Plaza de las palabras (2016). 

Literatura hondureña para el nuevo siglo: perspectivas y desafíos1



María Eugenia Ramos
Honduras

El final del siglo XX y el inicio de un nuevo milenio implica para los pueblos latinoamericanos la disyuntiva de elegir entre asumir su identidad, como un proceso forjado en un entorno social e histórico específico, o plegarse incondicionalmente a las exigencias de una globalización que pretende arrasar con nuestra memoria histórica y terminar de uniformarnos en los parámetros de una tecnología a ultranza, que en nuestros países subdesarrollados se convierte en analfabetismo tecnificado.
En estas circunstancias, la literatura y el arte, como componentes esenciales de la memoria y la identidad de los pueblos, podrían significar las tablas de salvación que nos permitan hacer-nos escuchar en los centros culturales hegemónicos y contribuir, no solo a nuestra supervivencia como pueblos, sino a la reafirmación de nuestro propio ser.
Lograr esta aspiración implica una relectura apropiada de las contribuciones universales, así como la interpretación y codificación de signos, para estar en capacidad de generar una obra con la solidez suficiente para lograr validez universal, al tiempo que reafirme el proceso de construcción de la identidad.2
Estos desafíos demandan, a la vez que una toma de conciencia individual por parte de escritores y artistas, la construcción de las condiciones mínimas indispensables en el entorno social para posibilitar la creación, difusión y consolidación de la obra artística y literaria. Tales condiciones abarcan la promulgación de políticas estatales apropiadas y coherentes; toma de conciencia de la sociedad civil sobre la cultura como un derecho fundamental; promoción de la lectura en todos los estratos y en todas las formas posibles; y apertura y consolidación de espacios para la creación, la investigación, la difusión, la crítica y el intercambio cultural.
Si el cumplimiento de estos parámetros es difícil aun en países que constituyen auténticas potencias culturales en el ámbito latinoamericano, como México, Argentina o Colombia, las dificultades adquieren grados alarmantes en los países centroamericanos, históricamente desplazados al último rincón del traspatio.
El huracán Mitch puso de relieve las debilidades estructurales, económicas, políticas y sociales de la región centroamericana. En Honduras, el país más afectado por este fenómeno natural, las características de la sociedad hondureña, la dependencia, el atraso, las desigual
dades sociales, la corrupción, la ineficiencia gubernamental y privada, la falta de conciencia sobre nuestras responsabilidades, agravaron el impacto del huracán y continúan incidiendo para que no se haya avanzado mucho desde entonces.
Una situación de desastre no es el marco más deseable para el fomento de la cultura. Sin embargo, muchos sectores han reconocido que la pregonada “reconstrucción” no servirá de nada si se limita a sustituir carreteras, edificios y redes de servicio público obsoletas por otra infraestructura igualmente deficiente. De lo que se trata es de generar y aplicar alternativas propias que comprendan como una necesidad básica el derecho a la educación y a la cultura —incluyendo la creación artística y literaria— como elementos imprescindibles del desarrollo humano.
Y aquí entra en discusión un problema esencial, que entraña una diversidad de subcomponentes y limitantes, y está íntimamente relacionado con la cultura y la creación; el sistema educativo, en sus dimensiones formal y no formal. Actualmente, las agencias de cooperación internacional y el gobierno están auspiciando una serie de encuentros dirigidos, según se ha informado, a lograr la participación de la sociedad civil y la concertación de los diversos sectores en la elaboración de las políticas educativas.3
Hasta ahora, dichos encuentros se han limitado a abordar el tema desde la perspectiva de cómo entrenar individuos aptos para competir en los mercados internacionales de la globalización, es decir, dotados de destrezas computacionales y conocimientos de inglés. No obstante, la esencia del problema es de carácter humano, y por tanto filosófico; el inglés y la computación no serán más que adornos para venderse mejor si se carece de una formación humanística integral que capacite, no solo para entender, sino para decidir sobre el uso de las herramientas tecnológicas.
La educación y la cultura deben ser democratizadas, no solo en cuanto al acceso a los bienes y servicios, sino también como parte de un proceso de democratización de la sociedad en su conjunto. La cultura (y por tanto la literatura y las artes) debería ser “el espacio en que se participa, se juzga y se escoge”.4
Teniendo en cuenta las premisas anteriores, resulta más fácil comprender el por qué en Honduras la literatura y las artes continúan luchando, no solo por romper el hermetismo de la sociedad hondureña y ocupar un espacio propio, sino por trascender las fronteras, antes geográficas y ahora comerciales.
En estos últimos años se ha manifestado un creciente interés, tanto desde adentro como fuera del país, por aproximarse a la literatura hondureña y revalorarla para subsanar los graves vacíos de que adolecen la mayoría de las antologías y textos críticos sobre literatura latinoamericana, en los que olímpicamente se ignora lo que se hace en Honduras, quizás porque es más cómodo, al estilo de los antiguos europeos, asegurar que algo no existe cuando en realidad no se conoce.
Los estudios más exhaustivos demuestran que en la narrativa, y más específicamente la cuentística, hay un número considerable de autores cuyo trabajo merece ser considerado, no solo por su sensibilidad hacia el entorno social, sino también por reflejar criterios estéticos a la altura de los parámetros universales.5 Cabe señalar, asimismo, como resultado de la correspondencia entre la realidad social y el trabajo literario, la presencia de un número significativo de autoras, sobre todo en poesía, y en menor medida en narrativa.
En cuanto a la novela, aún queda un largo camino por recorrer. No se puede dejar de destacar el trabajo de Julio Escoto, no solo por su volumen y constancia, sino por sus recursos estilísticos y su capacidad de explorar la identidad y la memoria histórica a través de los códigos lingüísticos, sin caer en lo discursivo, lo costumbrista, la linealidad ni la xenofobia. Por su parte, Marcos Carías, narrador y ensayista, sobresale por su búsqueda experimental.
La poesía es mucho más abundante y por lo mismo requiere un mayor trabajo de descombro, sin que por ello desconozcamos que, como apunta Helen Umaña, “todo es un proceso de lenta maduración en la que una etapa prepara a la otra. (…) En este aspecto, ningún autor es innecesario. Todos (…) ponen peldaños en la construcción del legado literario”.6
Es necesario decir que la reducida industria editorial hondureña no ha logrado sobrepasar los límites de un mercado cautivo, conformado por profesores de nivel medio y universitario que obligan a sus estudiantes a comprar textos cuya selección no obedece siempre a criterios estéticos, literarios ni aun pedagógicos, sino más bien atendiendo a la comisión resultante de la venta o a la comodidad de no tener que hacer una investigación más profunda para estar en capacidad de orientar a los estudiantes.
Desde esta perspectiva, en Honduras se sigue reproduciendo el cliché de que “la gente no lee”, lo cual es cierto, pero por las mismas razones por las que no escucha música clásica, prefiere un cuadro costumbrista a una instalación abstracta o vota por cualquiera de los dos partidos tradicionales: porque es lo único que le han puesto al alcance, sin restricciones.
A la par de “reeducar a los educadores”, es imperativo buscar mecanismos alternativos para oxigenar la producción editorial. En este aspecto, cabría pensar en la posibilidad de que algunas editoriales pequeñas del área centroamericana, que por lo general están más vinculadas a la creación artística y literaria porque sus objetivos van más allá del éxito comercial, participaran en proyectos conjuntos de publicación.
México, y especialmente el Estado de Chiapas, han propiciado el intercambio cultural entre los países de la región. Y aquí no podemos dejar de mencionar el importante papel desempeñado por intelectuales mexicanos como Andrés Fábregas Puig, Jesús Morales Bermúdez y su equipo de colaboradores, quienes iniciaron la tradición de estos encuentros entre intelectuales, artistas y trabajadores de la cultura, que han facilitado el intercambio de experiencias, así como la reafirmación de nuestros lazos comunes.7 Esta saludable influencia podría expandirse mediante la convocatoria a certámenes regionales y publicaciones conjuntas de obras que, a través de la literatura o la investigación social y cultural, contribuyan a reafirmar nuestras identidades como países y como región.

En conclusión, es largo el camino que la literatura hondureña debe recorrer, y no lo andarán solos los narradores, poetas, ensayistas y dramaturgos. Se tendrá que ir definiendo y recorriendo a la par de los pueblos que conformamos la Nuestramérica que predicó Martí. Tenemos conciencia de que, en el decir del poeta hondureño José Luis Quesada,

Nuestro tiempo es difícil.
Pero la vida lo rebasará.
Unos con otros nos ayudaremos. Unos con otros.8

Y, como el poeta guatemalteco Humberto A’kabal, pedimos fervientemente:
Que la luz no le dé paso a la oscuridad
para no perder la seña de nuestro camino.9

NOTAS

1 Artículo publicado en el Anuario 1999 del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez, 2000. Presentado originalmente como ponencia en el marco del tercer Encuentro de Escritores e Intelectuales Chiapas-Centroamérica.
2 Arzú Quioto, Santos (2000). “La identidad en el nuevo orden mundial y el artista que genera libertad”. En Trayectos, revista de arte, literatura y pensamiento social. Al momento de escribir este artículo, el primer número de esta publicación de gran formato (editada por María Eugenia Ramos, con un comité editorial del que formaban parte Santos Arzú Quioto, Tito Ochoa, Nolban Medrano y Ruth Helena Jaramillo) estaba diagramado y listo para impresión. Desafortunadamente no llegó a publicarse.
3 UNESCO (1999). Hacia la transformación de la educación hondureña. Tegucigalpa.
4 Licona Calpe, Winston (1995). “El debate internacional sobre las políticas culturales”, en revista Huellas No. 44, agosto de 1995. Universidad del Norte, Barranquilla.
5 Umaña, Helen (1999). Panorama crítico del cuento hondureño (1881-1999), Letra Negra - Editorial Iberoamericana. Guatemala. P. 461.
6 Ídem, p. 460.
7 Encuentros de escritores e intelectuales Chiapas-Centroamérica, realizados en la década de los noventa. Desde 2013, Centroamérica cuenta, evento anual organizado por un equipo de escritores e intelectuales liderado por Sergio Ramírez en Nicaragua, cumple un papel similar en cuanto al intercambio de visiones y experiencias de escritores y artistas de la región centroamericana.
8 Quesada, José Luis (1981). Cuaderno de testimonios. Editorial Universitaria, Tegucigalpa. P. 79.

9 En Cinco puntos cardinales (1998). Organización de Estados Americanos, Santafé de Bogotá, 1988. Ilustraciones del artista hondureño Santos Arzú Quioto