Ventura Ramos en su escritorio de la redacción del ya desaparecido Diario El Cronista, decano de la prensa nacional. |
El periodista verdadero tiene en cuenta, en primer lugar, los valores
del humanismo; la paz; la democracia en el sentido de conjunto de garantías
para que los pueblos puedan autodeterminarse; los derechos humanos, a fin de
que cada quien pueda escoger libremente su sistema económico, político, social
y cultural. En segundo lugar, esa formación humana demanda el dominio de las
técnicas indispensables para convertir los datos informativos en noticia.
El principio de la objetividad es la base en que se fundamenta la
técnica para elaborar y valorar la noticia. Esta y el reportaje deben ser verídicos. Deben responder
exactamente a la verdad, pero no una verdad a retazos, una verdad a medias,
sino una imagen completa de los acontecimientos. A este respecto, el Código
Ético de la Unesco, emitido con el consenso de unos 400,000 periodistas
organizados del mundo, establece lo siguiente:
Artículo 2. La tarea primordial del periodista es la de servir el derecho
de una información verídica y auténtica por la adhesión honesta a la realidad
objetiva, situando conscientemente los hechos en su contexto adecuado,
manifestando sus relaciones esenciales, sin que ello entrañe distorsiones,
empleando toda la capacidad creativa del profesional, a fin de que el público
reciba un material apropiado que le permita formarse una imagen precisa y
coherente del mundo, donde el origen, naturaleza y esencia de los
acontecimientos, procesos y situaciones sean comprendidos de la manera más
objetiva posible.
Si hacemos el mínimo esfuerzo de aplicar el amplio contenido del
artículo 2 del Código Ético de la Unesco a nuestra política informativa,
encontramos como generalidad una
separación alarmante entre el contenido del mensaje y la técnica predominante.
Esto no quiere decir que el país carezca totalmente de profesionales del
periodismo empeñados en dar vigencia a la unidad necesaria que debe existir
entre la adhesión
honesta a la realidad objetiva y la adhesión igualmente honesta a los valores
del humanismo, especialmente en la defensa de la paz, la
democracia, los derechos humanos, progreso social, liberación nacional. Hay
esfuerzos muy significativos en esta dirección.
Por otra parte, debemos recordar aquí la vulnerabilidad de nuestra cultura
común, esa cultura de la mayoría del público, incluso del que ha pasado por las
aulas universitarias. La cultura tradicional de las
personas alfabetizadas y del gran sector analfabeto consiste en ese saber estereotipado, ese saber
convertido en clisé, al margen del proceso evolutivo de los pueblos. La
ley de la evolución pareciera que no funcionara y la sociedad de hoy sigue
siendo casi igual a la que formaron nuestros antepasados. Esta cultura de
clisé no va sola en nuestro medio. Va acompañada y complementada con ese otro
factor negativo y de mayor violencia que se llama prejuicio.
De allí que hay que repensar la responsabilidad que pesa sobre aquel
sector del periodismo hondureño que aún no ha perdido su nacionalidad, por
renuncia tácita o expresa.
Los periodistas e intelectuales todos no podemos ser ajenos a lo que
sucede en Honduras. No podemos escapar a nuestra propia historia nacional. Por
ello tenemos que asumir la responsabilidad que nos corresponde como ciudadanos
y como difusores y creadores de la cultura que debe orientar al pueblo
marginado hasta del pan de cada día.
Debemos partir de un hecho: las
clases gobernantes no son la patria, no son la Honduras eterna,
la Honduras que mucho tiene que aportar si su pueblo toma la conciencia debida
para convertirse en el sujeto de su propia historia, en sustitución patriótica
de todos aquellos sectores que claudicaron y se rindieron.
Es nuestra obligación ciudadana sustituir la degradación política en que
ha caído el mundo oficial, base sobre la cual descansa la simulación y el
ocultamiento de la subordinación que tanto deteriora la imagen de
Honduras. La mentira,
el engaño y el cinismo oficiales deben ser sustituidos por la verdad y la
dignidad que la patria reclama como puntos de partida para recobrar el
prestigio perdido en escala internacional.
Extractos de Honduras, guerra y
antinacionalidad (Editorial Guaymuras,
1987). Capítulo IV: “El periodismo nacional frente a la crisis”, pp. 123-138).
Los subrayados son míos. (MER)