Londres, 31 de octubre de 1795 - Roma, 23 de febrero de 1821
En el segundo centenario de la muerte del poeta romántico ingles John Keats. (23 de febrero de 182123 de febrero de 2021) Selecciónanos tres de sus más conocidos poemas: A una urna griega, poema en que explora el concepto del tiempo pero también la estética. Y cuyos dos versos finales han desgajado tantas interpretaciones de los críticos. Brillante estrella, si fuera tan constante, una comparación entre la constancia de una estrella y la errática e inconstante conducta del hombre. Pero tambien ha sído interpretado como un poema de amor a Fanny Brawne. Odas a un ruiseñor, en que Keats explora la vida del artista y la creación en relación al sufrimiento humano y la inmortalidad del canto del ruiseñor. Complementariamente acompañamos cuatro acápites (1,2,3… 21) del ensayo John Keats: La imaginación poética*, post ya publicado en el año 2017 en la sección Página 10 de este blog, con su respectivo enlace con el fin de tener acceso al ensayo completo.
Tres poemas de Keats
A una urna griega
I
Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales,o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres?
¿Qué doncellas rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera?
¿Quién lucha por huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles,
ese salvaje frenesí?
II
Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
sonad por eso, tiernas zampoñas,
no para los sentidos, sino más exquisitas,
tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar,
como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!
III
¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes
que no despedirán jamás la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigable
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso!
Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.
IV
¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su clama ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.
V
¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»...
Nada más se sabe en esta tierra y no más hace falta.
¡Brillante estrella! Si fuera tan constante
Estrella brillante, quien fuera tan constante como tú
no en solitario esplendor colgada arriba en la noche
y observando, con eternos párpados abiertos
como el eremita paciente e insomne de la naturaleza.
las aguas ondeantes en su clerical tarea
de ablución pura de las playas humanas de la tierra redonda
o mirando sobre la nueva máscara caída
de nieve sobre las montañas y las llanuras
No-- y aun así constante, aun sin cambio,
almohadado sobre el pecho en maduración de mi amada
sentir por siempre su suave respiración
despierto para siempre en un dulce insosiego
aun, aun escuchando su tierno respirar
y así vivir por siempre o desfallecer en la muerte.
Oda a un ruiseñor
I
Me duele el corazón y aqueja un soñoliento
torpor a mis sentidos, cual si hubiera bebido
cicuta o apurado algún fuerte narcótico
ahora mismo, y me hundiese en el Leteo:
no porque sienta envidia de tu sino feliz,
sino por excesiva ventura en tu ventura,
tú que, Dríada alada de los árboles,
en alguna maraña melodiosa
de los verdes hayales y las sombras sin cuento,
a plena voz le cantas al estío.
II
¡Oh! ¡Quién me diera un sorbo de vino, largo tiempo
refrescado en la tierra profunda,
sabiendo a Flora y a los campos verdes,
a danza y canción provenzal y a soleada alegría!
¡Quién un vaso me diera del Sur cálido,
colmado de hipocrás rosado y verdadero,
con bullir en su borde de enlazadas burbujas
y mi boca de púrpura teñida;
beber y, sin ser visto, abandonar el mundo
y perderme contigo en las sombras del bosque!
III
A lo lejos perderme, disiparme, olvidar
lo que entre ramas no supiste nunca:
la fatiga, la fiebre y el enojo de donde,
uno a otro, los hombres, en su gemir, se escuchan,
y sacude el temblor postreras canas tristes;
donde la juventud, flaca y pálida, muere;
donde, sólo al pensar, nos llenan la tristeza
y esas desesperanzas con párpados de plomo;
donde sus ojos claros no guarda la hermosura
sin que, ya al otro día, los nuble un amor nuevo.
IV
¡Perderme lejos, lejos! Pues volaré contigo,
no en el carro de Baco y con sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque la mente obtusa vacile y se detenga.
¡Contigo ya! Tierna es la noche
tal vez en su trono esté la Luna Reina
y, en torno, aquel enjambre de estrellas, de sus Hadas;
pero aquí no hay más luces
que las que exhala el cielo con sus brisas, por ramas
sombrías y senderos serpenteantes, musgosos.
V
Entre sombras escucho; y si yo tantas veces
casi me enamoré de la apacible Muerte
y le di dulces nombres en versos pensativos,
para que se llevara por los aires mi aliento
tranquilo; más que nunca morir parece amable,
extinguirse sin pena, a medianoche,
en tanto tú derramas toda el alma
en ese arrobamiento.
Cantarías aún, mas ya no te oiría:
para tu canto fúnebre sería tierra y hierba.
VI
Pero tú no naciste para la muerte, ¡oh, pájaro inmortal!
No habrá gentes hambrientas que te humillen;
la voz que oigo esta noche pasajera, fue oída
por el emperador, antaño, y por el rústico;
tal vez el mismo canto llegó al corazón triste
de Ruth, cuando, sintiendo nostalgia de su tierra,
por las extrañas mieses se detuvo, llorando;
el mismo que hechizara a menudo los mágicos
ventanales, abiertos sobre espumas de mares
azarosos, en tierras de hadas y de olvido.
VII
¡De olvido! Esa palabra, como campana, dobla
y me aleja de ti, hacia mis soledades.
¡Adiós! La fantasía no alucina tan bien
como la fama reza, elfo de engaño.
¡Adiós, adiós! Doliente, ya tu himno se apaga
más allá de esos prados, sobre el callado arroyo,
por encima del monte, y luego se sepulta
entre avenidas del vecino valle.
¿Era visión o sueño?
Se fue ya aquella música. ¿Despierto? ¿Estoy dormido?
John Keats: La imaginación poética*. (Ensayo)
MARIO A. MEMBREÑO CEDILLO
PRIMERA PARTE
1. Bajo la noche romana: la alta moda del romanticismo
Bajo el cielo azul celeste de Roma, en la Piazza di Spagne, cerca de la Fonte de Barcaccia, realizada por Bernini en 1598; al pie de la escalinata que da acceso a la Trinita del Monti, tenía su casa el poeta John Keats. En ella murió en febrero de 1821. En esa misma casa, la número 20, vivió 4 años el poeta Shelley. Keats solo vivió 3 meses en Roma, llegó a la ciudad eterna por prescripción médica, tenía solo 25 años, había nacido bajo el brumoso cielo de Londres en 1795. Actualmente la casa en que vivió es el Museo Keats-Shelley, al que se puede entrar por 5000 liras. Y en sus alrededores los vendedores ambulantes ofrecen sus baratijas y flores, creando un concierto móvil de colores y aturdimiento. En la temporada julio-septiembre, en la escalinata de Triniti del Monti, se hilvanan desfiles de moda, y bajo la noche romana se ilumina una excepcional escenografía, en que desfilan esbeltas modelos, tan bellas que parecen irreales, y tan irreales que parecen un sueño andante bajando nítidamente por la escalinata ataviadas en sensuales y finos vestidos. Keats muchas veces subió y bajo por esa escalinata, seguramente pensando en su Fanny Brawne.
2. La escudería romántica: la noche imaginada
Nos imaginamos esas noches romanas de luna llena, como aquel memorable paisaje de Henry James, en su Daisy Miller: A Study, en que Daisy sentada, solitaria y pensativa en el centro del circo romano y bajo la luz de la luna contempla un horizonte de piedras. O aquella otra escena en Return Native de Thomas Hardy, en que la heroína, Eustacia Vye ensimismada al resplandor de una fogata que ilumina la noche cavila ante aquella columna de humo ascendente esperando que la fogata acabe con la noche o la noche con la fogata. O aquella escena en uno de los cuentos mejor logrados de James Joyce. The Death, en que una poderosa, imaginativa y remota mujer, Gretta, parada en el descansillo de una escalera permanece pensativa recordando una tonada recién tocada en el piano: The Lass of Aughrim, que le recuerda a un joven que conoció en su adolescencia, y que murió de amor por ella. Esas escenas bien las pudo haber escrito Keats, si hubiera sido novelista o cuentista, pero Keats solo fue un poeta romántico: sensitivo, exuberante y lírico. Pero también fue un poeta ardientemente vivencial para capturar las más recónditas sensaciones y ponerlas andar por la calle, y fue lo suficientemente concreto para reconocerlas en la esquina y estrecharles la mano. Poeta siempre atrapado entre ese ímpetu peregrino por escribir y seducido por ese derrotero casi fáustico de trasmutar las palabras en seres alados, en manos transparentes que tocan a la puerta y en pies inmediatos que fatigan la noche Sus arranques románticos estaban delineados por su propia vida y circunstancias. Keats, convocaba espontáneamente una pasión equilibrada entre saludar a quemarropa a la eternidad y vivir intensamente cada instante subido en un carrusel ensamblado de sensaciones y vaivenes.
3. La larga marcha del romanticismo
Cuando, los primeros hombres que poblaron el planeta tierra descubrieron el fuego y encendieron la primera fogata, el primero que pensó al calor de esa fogata, contemplando a trasluz el paisaje contra la noche sideral, y se preguntó, ¿qué somos?, sembró las primeras semillas del aparato romántico y dio inicio a la silenciosa marcha, que pondría en operación, tras una prolongada espera, una serie de dispositivos en torno a la conciencia del hombre y de su destino. Romanticismo que se ramifica en innumerables puntos, como las coordenadas de un mapa genético de la conciencia humana, aún por elaborar. Así comenzó esta marcha del romanticismo, gesta heroica de luz y sombras, que no es más que un recorrido inmemorial por las plásticas praderas de la historia del pensamiento; pero también por los oscuros desfiladeros de la conciencia. En ese pendular paisaje el romanticismo se centra en el individuo y su experiencia personal. Keats una vez dijo «quiero atravesar las nubes y existir» Pero, también fue Keats quien dijo «Solo es real, lo que se ha experimentado».Una rápida mirada, nos anuncia, entre ambas frases una perenne contradicción, pero una segunda mirada, irrevocablemente, nos revela su cromática complementariedad. Keats concibe a la experiencia, no como una simple comprobación en el sentido experimental, sino que le da a la experiencia la categoría de sensible, porque para Keats toda experiencia sensible: es sensitivamente real.
(4,5,6,7…20)
21. La sonrisa transparente de la eternidad
Finalmente, convoca Keats una persecución poética por las huellas de una realidad sensible, de la cual solo le llegaban destellos que estaban más allá de lo visible inmediato. Keats, fue un formidable cazador de realidades contrastantes y volátiles sensaciones Al respecto, podríamos lanzar una atrevida hipótesis; por ejemplo, escribir que Keats con la potencia de lo sensible quiso fotografiar el instante, para encontrarse face to face con la sonrisa de la eternidad. Si algo podemos agregar, a este mundo de contrastes y sensaciones, aunque podría parecer una hipótesis atrevida, o para abrir la puerta del mundo de Keats, y «“saludarlo coloquialmente en espíritu»”; podríamos aventurar la idea de que Keats trasmutaba en la el gesto del instante, la sonrisa de la eternidad. En fin Keats fue un poeta impecablemente remoto e inmediatamente imaginativo, de duro acento romántico, que entre la suave voz de su espíritu y la elocuente expresión de su sensibilidad, se atrevió a escribir su propio epitafio «Aquí yace un hombre cuyo nombre fue escrito con agua».
Créditos
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John Keats
https://bhanzy.tumblr.com/post/135710987674/poemas-completos-de-john-keats-en-espa%C3%B1ol-en-pdf
Odas y sonetos
https://marisabelcontreras.files.wordpress.com/2015/07/odas-y-sonetos.pdf
Enlace al ensayo completo
John Keats: La imaginación poética*. (Ensayo) Versión completa. Post Plaza de las palabras
https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2017/04/pagina-diez-john-keats-la-imaginacion.html
Ilustración
Retrato de John Keats por William Hilton, Wikipedia
Dibujo Plaza de las palabras