7 poemas y un texto sobre Tegucigalpa. Post Plaza de las palabras


Plaza de las Palabras en su sección Poesía presenta 7 poemas y  un texto sobre la ciudad de Tegucigalpa. Todos los poetas seleccionados en sus poemas hacen la mención explicita de la ciudad de Tegucigalpa. Ya sea en el titulo del poema o en su contenido. Sin embargo, son solo una muestra representativa ya que seguramente habrá más poemas y poetas que escribieron poemas a la ciudad de Tegucigalpa.

Visiones de Tegucigalpa de diferentes épocas y desde diversas perspectivas, cada poeta ve una ciudad muy particular, pero todas son la misma ciudad siempre suspendida en el tiempo. Si Italo Calvino creía en las ciudades invisibles, aquí tenemos resquicios, asomos de una ciudad que es y que no es. Que fue o que será. La Tegucigalpa presente siempre huyente. Todas las ciudades bajo el ojo poético y revelador de 7 distinguidos escritores y poetas. Comenzando por el dilecto Augusto  C. Coello, le sigue la nostalgia clásica de Rafael Heliodoro Valle, se suma  Marcos Carias Reyes con su aquilatada prosa poética, luego aparece Antonio José Rivas  y la edificación de una metáfora del amor pero sin renunciar a la mirada metafísica, rompe el hilo Roberto Sosa con su agudeza lingüística e ironía sapiencial,  seguido de Rigoberto Paredes con su mirada sociológica de un flaneur o diletante urbano  enrevesado a lo Roland Barthes con un discurso amoroso y  con la ciudad a cuestas, y finalmente Juana Pavón, con su siempre irreverente poética a mano.   

Los tres primeros poetas, están más en una visión romántica e idealizada de la ciudad.  Augusto C. Coello y R Heliodoro Valle nos presentan sonetos. Mientras que Carias Reyes es una texto en prosa pero muy poético y a su vez revelador por medio de la exploración de la palabra de una ciudad apertrechada en el pasado pero que también da un zarpazo a un hipotético futuro:   «Pequeñita ciudad que te  pierdes para siempre en la nueva argamasa que forjan los biznietos  de tus moradores para la metrópoli del futuro;». Curioso que los tres primeros poetas Coello, Valle, Carias; ven e inician sus poemas a Tegucigalpa con la palabra Madre. Tegucigalpa como una madre que los alumbro y les dio cobijo y a la que ellos responden con la  abnegación del hijo a la madre.  

Un poeta  de transición y sin ser oriundo de Tegucigalpa, es Antonio José Rivas, presenta un poema ambivalente en que se funde un sentido amoroso por Tegucigalpa, o quizá una fachada para exteriorizar el amor a una mujer, acaso la sulamita  del Rey Salomón. Pero simultáneamente va desarrollando también un trasfondo metafísico en que pareciese vislumbrar la ciudad de Dios. Sin embargo, el poema  es más el tono de una añoranza que de una meta o realización.

 Hay una ruptura con los tres poetas finales: Sosa. Paredes, Pavón. Ninguno de ellos  es oriundo de Tegucigalpa. Paredes lo es de Santa Barbara, Sosa de Yoro y   Pavón de Choluteca. Pero los tres vivieron gran parte de sus vidas en Tegucigalpa, y la llegaron a amar y comprender a su manera.  Estos poetas ya no obedecen a una visión solamente romántica o idealizada de la ciudad, sino que la descarnan o la desnudan, la ven desde la marginalidad, el análisis sociológico o la fragmentación social. En ese sentido la poesía adquiere un sentido de denuncia, de rechazo, de diagnostico. La entrada de la modernización urbana y las sombras del poder trastocan la ciudad romántica de los primeros poetas.  Sin embargo, los tres poetas: Sosa, Paredes, y Pavón; no renuncian al amor. Ellos  entre calles, recovecos y esquinas también desarrollan un discurso amoroso. Pero es un discurso amoroso roto en que se hilvana también la ciudad. En que además del amor también existe la soledad, la incomunicación y hasta el sin sentido de la vida. Ellos reconocen, Sosa que  en «cada puente pasa la gente hacia la nada» o Paredes «a lo largo de puentes infructuosos»

En el fondo, se lee una cierta desesperanza sin caer en ningún momento en un fatalismo. La existencia del individuo en el meollo de las masas, en que hasta el amor es un amor sufrido,  y en ello asoma la siempre rampante soledad del hombre tan característico de las  sociedades modernas  en el ámbito de una urbe  desgastada o una especie de tierra baldía o ciudad masificada y a veces hasta marginalizada  por la pobreza.  No obstante, la Tegucigalpa romántica esta ahí a la vuelta de la esquina, en una ciudad en que ya casi no quedan esquinas. Pero están las esquinas de la memoria. Decía la poeta estadunidense Louise Gluck: «Solo una vez vemos el mundo: en la infancia. Lo demás es Memoria». Y la escritora inglesa Virginia Woolf, afirmaba: «Solo puedo notar que el pasado es hermoso porque uno nunca se da cuenta de una emoción en el momento. Se expande más tarde, y por lo tanto no tenemos emociones completas sobre el presente, solo el pasado.»

Por eso el pasado siempre nos parece hermoso. Porque lo vemos desde el presente. Una memoria expandida. Porque cuando suceden las emociones no somos capaces de asimilarlas o comprenderlas totalmente. Solo en el recuerdo vislumbramos su significación. Que muy bien encaja en la tesis del escritor  Ilan Stavans: la invención de la memoria, siguiendo al historiador estadunidense Y.H. Yerushalmi  quien afirmaba que lo importante no es recordar sino encontrar la significación de lo recordado. En ese sentido recordar es recrear. Y escribir es recordar e interpretar.   

Si bien hay muchas visiones de Tegucigalpa, al repensar en las ciudades invisibles de Italo Calvino,  algunas visiones no han sido descubiertas  y otras visiones todavía no han nacido. Posiblemente la ciudad se vuelve cada día más una fotografía que un texto. Una imagen que una palabra. Más que un indicio Tegucigalpa se antoja como un signo. Y más que un debate entre pasado y futuro, es un amor presente pero también huyente.  El viejo argumento de las ciudades desoladas o barridas de  T.S. Eliot, fabrica un  discurso roto  en que se mezclan la ciudad como tal y los intentos de búsqueda del amor,  la necesidad de la  comunicación y guiñarle el ojo a la humanidad.

Así en la ciudad moderna de siglo XXI,  entre el vacio y el todo, el  silencio y el ruido, o entre el «barro y el humo» como decía la poeta Pavón.  Para que al fin en ese horizonte abarcador de la ciudad que se vuelve cada vez más vertical y marginal: haya en algún rincón algo que decir y algo que escuchar. Algo que ver y algo que recordar. En definitiva, algo que nos conmueva y nos de  esperanza. Porque la esperanza misma es ya una ciudad invisible por construir y habitar. Ahí nomas esta, como una madre abnegada esperando a sus hijos pródigos.    

Finalmente, en ese marco de la ciudad, al final de la selección de poemas remitimos al  lector a enlaces ya publicados en este Blog, poemas escritos por poetas hondureños acerca de ciudades: calles,  plazas, cafés (1)    

 

"A Tegucigalpa":

Bella, indolente, garrida

Tegucigalpa allí asoma

Como un nido de paloma

En una rama florida...

José Joaquín Palma,  poeta cubano

 

 

 

Selección de poetas y poemas por Plaza de las palabras

 

AUGUSTO C. COELLO.

Tegucigalpa, 1884-Tegucigalpa, 1941.

 

 

TEGUCIGALPA

 

 

Madre Ciudad  de cuyo augusto trazo

fue el heroísmo su primer diseño;

madre Ciudad  en cuyo fiel regazo

Se abrió como una flor mi primer sueño.

 

Calvario de fecundas redenciones,

siempre inmortal y siempre noble y bella;

ciudad que para nuestros corazones

eres la sola y peregrina estrella.

 

A la sombra viril de tus picachos,

del heroísmo y del honor penachos,

sedeño  y blancos se colgó mi nido;

 

y es mi mas hondo afán reconcentrado

dormir eternamente calentado

al fuego de tu sol siempre encendido.   

 

Fuente: Alabanza de Honduras Antología Prologo, selecciones y notas de Oscar Acosta, Anaya, Madrid, 1975, p.89

 

 

 

 

RAFAEL HELIODORO VALLE

Tegucigalpa, 1891-Ciudad de México 1959.

 

LA CASA DE LAS AMATISTAS

 

Madre Tegucigalpa: a ti regreso

diariamente en nostalgia que me quema,

mi corazón engarzo en tu diadema,

beso tus sienes y tus sienes beso. 

 

¡Que azul el de tus ojos! ¡qué embeleso

ver el glorioso arcángel de tu emblema!

Tu campana de amor es una gema

y en su ámbito de nácar  estoy preso.

 

Tu catedral es una equilibrista

paloma que se fuga hacia el morado

cíngulo de tus cerros de amatista.

 

Ciudad de amor azul y de alma mía:

soy el novio más fiel que te ha besado

y te besa en el pan de cada día.

 

 

Fuente: Alabanza de Honduras Antología Prologo, selecciones y notas de Oscar Acosta, Anaya, Madrid, 1975, p. 90   

 

 

 

MARCOS CARIAS REYES

Tegucigalpa, 1905-Tegucigalpa, 1949. Escritor, periodista y diplomático,

 

 

TEGUCIGALPA

 

(Fragmento)

 

«¡Madre ciudad que duermes tus sueños heroicos a la sombra propicia de tus montañas! Nido de piedra que escondes en el embrujado recogimiento  de tu seno, el hierro de la virilidad nativa, el oro del espíritu prócer  y la patina delas edades que se fugaron hacia el olvido. Joyel de la naturaleza, donde se volcaron con profusión sus maravillas de colores y de líneas, haciendo  más abundantes las sugerencias, más honda la emoción  y más espontaneo el asombro, por ese   atrevimiento y esa originalidad con que se ofrecen. Recinto amurallado donde las enormes moles de tus cerros enhiestos  velan eternamente, guardianes de tu indomable altivez.  ¡Madre ciudad augusta, muelle, pétrea, huraña,  y libre! Mi cariño evoca tu  niñez remota, sintiendo arder en las venas la sangre  de los bisabuelos autóctonos y la osadía de los primitivos gambusinos; repercute en mis oídos el golpe del pico que rompió tu roca virgen  y pienso en aquella aurea desfloración: veo llegar a los hombres blancos, posesos  de la sed que atormenta al rebaño, en todas las edades. Acuden a ti y te entregas. Se abren claros en la selva oscura, se insinúan vacios en el pinar compacto, se perciben heridas en la secular cantera,  se alzan humos hacia el cielo azul. Escalando alturas, salvando torrentes, abriendo caminos, unos seres audaces, han llegado al corazón del istmo.  Al herirlo, broto su sangre en manantiales de oro. Y ya esta, en la niebla del pasado, el Real de Minas de San Miguel de Tegucigalpa.

 

Pequeñita ciudad antañona, de brujas consejas y hospitalarios aleros, de románticas rejas y de argentinos maitines; de graves ediles y de pacientes serenos. Pequeñita ciudad que te  pierdes para siempre en la nueva argamasa que forjan los biznietos  de tus moradores para la metrópoli del futuro;»

 

Fuente: Alabanza de Honduras Antología Prologo, selecciones y notas de Oscar Acosta, Anaya, Madrid, 1975, p.80, 81 y 82

 

 

 



ANTONIO JOSE RIVAS

Comayagua 1925-Comayagua 1995.

 

POEMA A TEGUCIGALPA

 

(FRAGMENTOS)

 

I

Antes de deshojar yo entre mis parpados

tu antigua flor rupestre

trepadora

y adelgazar las manos

hasta el pétalo

para cubrir tu cuerpo de palabras,

moja su paz mi labio,

intensamente,

en el cálido y hondo rumor de mi sangre

para poder hablarte

y retenerte

en lo poco que me queda de mi

cuando te sueño.

 

***

Tegucigalpa: ya  

todo universo alado

empieza en ti,

en tu alta mar de roca

y de sonido.

 

Tu geografía mínima divide  

el pasto del cordero

y de la nube.

Te sobrepones

a tu pétrea orilla,

a tu minero corazón de gruta,

y te asomas al filo de los muros  

o trepas por la escala de los días

a limpiar los vitrales

de la aurora,

a desnudar el aire rumoroso

donde hundes el latido

y con la frente

cortas trozos de un cielo   

cielo puro

para las profecías de los pájaros

y el sueño de tus ángeles

nocturnos

 

(***)

(***)

 

II

Amanecer en ti es

no despertar de un sueño

de fosfóricos peces

en el aire;

ir y venir

sobre un oleaje duro;

confirmar en el rostro

que el cielo es menos cielo,

mas aliento terrestre;

divisar calles que huyen

por secretos peldaños

a su porción remota;

sentir que el pie ha limado

la perfección del muro

que flor rebasa

de su cielo oculto;

sostenerte en la palma dela mano

como un  seno

despierto a la caricia.  

 

(***)

 

III

Tegucigalpa: ya

Filo de luz;

interior de perfil;

murado afán.

Fuera:

vuelo sin fin;

bajel ya

con su proa

libada

por la nube

libada por la nube

y el lucero.

 

***

 

(…)

 

Lenta orilla,

 sin mar.

 

¡Tegucigalpa!

Jardín de geometrías inmoladas,

pero en mi mano

estrella de verdad. 

 

 

 

 

Fuente: Antonio José Rivas, fascículo 4 Alcaldía metropolitana del Distrito Central, pp.9-14. Sin fecha.  

 


ROBERTO SOSA


Yoro, 18 de abril de 1930 - Tegucigalpa, 23 de mayo de 2011

 

LA ETERNIDAD Y UN DÍA

 

Se hace tarde, cada vez más tarde.

Ni el viento pasa por aquí y hasta la Muerte es parte

del paisaje.

 

Bajo su estrella fija Tegucigalpa es una ratonera.

 

Matar podría ahora y en la hora en que ruedan sin amor las palabras.

 

Solo el dolor llamea

en este instante que dura ya la eternidad

y un día.

 

¿Qué hacer?

¿Qué hacer?

 

Alguien que siente y sabe de qué habla

exclama, por mejor decir, musita - hagamos algo pronto,

hermanos míos, por favor muy pronto.

 

Fuente: Revista Altazor

 


 

Fuente: (De: CALIGRAMAS, 1959) En Roberto Sosa, fascículo 6, Alcaldía Metropolitana del Distrito Central, sin fecha, pp.1 y 2     




RIGOBERTO PAREDES

 

Trinidad, Santa Bárbara, Honduras, 26 de abril de 1948 – Tegucigalpa, 9 de marzo de 2015

 

LOS QUE SE AMAN

 

(Fragmentos)

 

1

caminan

van tegucigalpasando

estas calles que exigen pies de plomo

el alma puesta en ropas de trabajo

y una que otra mirada 

insobornable

hacia ciertos  lugares  ciertos rostros

2

por inhábiles parques

a lo largo de puentes infructuosos

al pie del día en llamas

algo buscan

 

3

ellos saben que el mundo es un fértil lugar recién hallado

un peaje cotidiano

un arduo impredecible golpeteo

una cuota de amor creciendo penas

el roce de algún cuerpo semejante

que les da la noción de su esperanza 

 

4

los que se aman

tienen algo en común 

iguales nombres

señas de identidad

y direcciones

(Café del italiano parque central y amigos

esquinas avenidas de costumbre)

quiero decir la misma ciudad sencillamente

 

5

Algunas realidades

como el sol y la lluvia

esas cosas que nadie dice mías

son para ellos la única ventaja

un modo de vivir 

y traspirar el tiempo

sólo eso

 

6

lo demás

es materia de la lucha

la vida que hay que dar y recibir

difícilmente

 

7

Así piensan

( con alguien de los suyos)

que no sirve tan mansa la esperanza

 

 8

que es con las mismas llaves del abrazo

que deben descifrarse las trampas de los días

y con el mismo aliento de decir te quiero

hay que escribir hablar

de otras maneras

 

9

los amantes lo saben

es su oficio

 

10

por eso

cada noche

antes de todo amor ante de todo

verifican su haber y sus deberes

preguntas

certidumbres

rasgaduras

ese alto diario impuesto de conciencia

que les  toca pagar a sangre y fuego

 

11

dura es la vida

en la ciudad que habitan

y pocas cosas ven por aire y tierra

que puedan defenderse

en términos humanos

 

12

quizá soñaron algo  diferente   

una manera de morir más razonable

que esta sin previo aviso

sin tiempo para al menos morir como se debe

 

13

una ciudad buscaban

de extensiones comunes y corrientes

o más bien de parejas y fábricas y casas

sin permiso de nadie

sin la llave del dueño   

sin las camas vacías

(y esas dichas )

una sola ciudad

como de veras tendrá que ser el mundo

 

14

Pero esa es otra historia

la vida que hay que hacer desde el presente

como a  una criatura

posible

y necesaria

 

15

el hombre se reparte en los quehaceres

para hacer habitable su planeta

se rodea de grandes y pequeñas cosas

entra sale  va  viene por los días 

sudoroso impaciente en sus batallas

se debate entre el riesgo y la certeza

espera y desespera

hace sus cuentas

acude a sus costumbres o querencias

y abre de par en par su corazón viviente

para no estar solo   

 

16

los amorosos

llevan

consigo

estas señales

 

17

tal vez por eso pasan tomados de la mano

con sus caras de siempre

sonriendo pese a todo

cruzando parques

calles

                  avenidas 

seguros de llegar puntuales a la cita

 

18

no en vano

arden sus cuerpos

entre el vasto follaje

del amor y la furia

 

Fuente: Rigoberto Paredes, Las cosas por su nombre, p. 29-33, Editorial Universitaria, 1978

 

 

JUANA PAVON


San Marcos de Colon, Choluteca, 1945 –Tegucigalpa, 2019. Margarita Velásquez Pavón  más conocida como Juana Pavón.

 

Tegucigalpa

 

Tegucigalpa de barro y humo             

fauna humana enloquecida               

Tegucigalpa sin canteras               

de misteriosas callejas                 

y de balcones sin flores               

puentes de ida y vuelta                 

al más allá de lo inevitable           

con sus remedos de ríos                 

que apenas ruedan al mar               

Tegucigalpa marginada y rota           

Tegucigalpa de privilegios             

contraste de mis contrastes             

depósito de miseria y lágrimas         

arrastrando mi tristeza                 

en esas calles ya conocidas             

mil y mil veces recorridas             

capital de la ignominia                 

de la estúpida política                 

capital de mis enredos                 

del amor y el desamor                   

Tegucigalpa conmigo                     

Tegucigalpa contigo                     

ciudad mía pero ajena                   

ciudad de nadie pero amada             

dejaste cicatrices                     

en un cuerpo otrora hermoso             

otrora limpio                           

ahora viejo                              

cuando te adopté conmigo               

fue tu prioridad                       

atrapar mis pies vagabundos             

cortar mis alas                         

y transformar mi vivir intenso         

en esta loca sedentaria                 

sola solita sola                       

pero no cortaste mis manos             

para escribirte                         

para cantarte                           

Tegucigalpa de noche y día             

cómo me dueles toda                     

mi canto                               

eterno lamento                         

por esas horas                         

sola y perdida                         

¡ay! Tegucigalpa de mis amores         

de mis sueños                            

de mis ideales y penas                 

de los estancos unidos                 

de la siempre ciudad mía               

Tegucigalpa                             

implacable conmigo                     

sin respetar ni perdonar mi juventud   

envejeces pero aquí conmigo             

aquí loca y leal                       

cloaca testigo de mis tragedias         

así sucia o limpia                     

bonita o fea                           

grande o pequeña                       

me iluminas                             

aunque tenga tristes mis días           

y yo aquí amándote                     

odiándote                               

emborrachándome                         

pelear con todos                       

vivir aquí me obliga a algo             

a vociferar llorando                   

a amar odiando                         

a subsistir                             

¡ay Tegucigalpa de mis amores!

                                                                                                      

Fuente: Juana Pavón, Tegucigalpa, Pagina web Poetas Poemas  

 

 

 

LA CIUDAD Y LA TORMENTA. O EL CABALLERO DE LA LUMINOSIDAD (2)

(Fragmentos)  

Mario A. Membreño Cedillo

I

 

Era una ciudad peculiar, ni lo suficientemente grande para perderse; ni tan ciertamente pequeña para  abarcarla de una sola mirada. Era una ciudad en su justo medio, engañosamente aristotélica. Exhibía  esa abrupta topografía de que gozan las ciudades enclavadas entre montañas. Recorrida por una especie de vértigo, un sube y baja de imprevistas sensaciones; y rematada por un puñado de luengas explanadas y abruptas hondonadas. En un tiempo había sido una ciudad minera, pero ese era solo un pírrico dato, un dato evanescente. Algo tan  lejano como el mar, cuya inmensa imagen reposada siempre habita en las mentes nostálgicas. Siempre rondando la periferia pero no el centro de la memoria. Entonces el chasquido de picos y palas demoliendo canteras, apuntalando bocaminas era algo así como oír el traqueteo de una locomotora en una ciudad sin locomotoras. No era esta la ciudad de los andarines pasos del recuerdo, ni la de los bronquiales sonidos del progreso, era una ciudad adormilada casi con esa ancestral modorra con que astutamente se enmascara la eternidad. Tampoco poseía esa bizarría de las ciudades edificadas junto al mar, ni la visual sensación que  con la velocidad el hallazgo puebla las grandes urbes. Esta era una ciudad ya descubierta, casi agotada en su inercia, pero  aun con el animo de respirar como respira una mariposa o como se mueve una marmota.

 

Había si, un rebelde bullicio  de cláxones y un murmullo etéreo viniendo «de a saber dónde»;  llegando a los oídos con el sigilo con que un barco arribado a media noche llega a puerto seguro; y éste le extiende los brazos generosos al calor de la pálida luna. Entonces uno se hacía el desentendido como si la cosa no fuera con uno. Como si aquel barco convertido en palabra no fuera una palabra entendida o si no fuera un sustantivo resonando en nuestro entendimiento, como si ese recién llegado sin avisar no llegara al puerto de nuestro «mundillo». O como un poblador desinteresado a escuchar lo que intentan decirle las mudas calles, el flotante pedazo de cielo, la angulosa esquina furtiva, los opulentos colores en movimiento. Otras veces, la ciudad parecía  un anonadado pez en un estanque de colores iridiscentes de nerviosos giros, de boca puntiaguda, ojos sorprendidos, y solo dueña absoluta de su propia soledad. Vista desde lo alto de las montañas, parecía una vitrina en permanente exposición, observada por un transeúnte, que ocasionalmente se paraba y la veía sin mirarla, sin el arrebato del éxtasis, apenas un reflejo condicionado  cuando uno ve un rostro sin mirar a los ojos, porque como decía Machado: «el ojo no es ojo porque ve, sino porque te ve». 

 (…)

 

II

En la espesura de esa tarde, de nostalgias y coros infantiles, de vigor y ternura, de afirmación y rebeldía, el centro de la ciudad, el antiguo centro inmemorial de casonas señoriales y edificios lóbregos, que recordaban un pasado amorfo, pero con todo pasado. El centro de la ciudad se llenaba de parroquianos, de transeúntes despistados, vendedores de lo imaginable, había sonrisas por doquier, una extraña laxitud seguida siempre de una costra de incertidumbre, además miradas lejanas buscando algo sin atreverse a encontrar. Aunque a cierta hora los cafés lucían repletos de voces murmuronas y colores maromeros. Las tiendas desde sus vitrinas, se habían transformado en minúsculos bazares  haciendo alusión a la celebración, los dueños de los bazares se apuraban en poner sus más osadas mercancías a la vista de los  sorprendidos  transeúntes de ojos desorbitados, como los cazadores aficionados contemplan por primera vez una bandada de palomas de la que solo ven las formas, sin dirigir su mirada al pico compacto, al ojo vivaracho, al movimiento enérgico de las alas. Entonces una rumba de ávidos compradores entraba y salía de las tiendas, los supermercados estaban  al rojo vivo, templo mayor de una feria santa, inundados de una multitud. Luego, a los parroquianos o quizá los peregrinos modernos se les veía salir  cargando bolsas atiborradas de formas,  una andanada de colores en perpetuo movimiento. Entonces la tarde en su anchura llegaba a su fin, y la siempre puntual noche aparecía con su negrura haciendo temblar la moribunda luz; hasta que por un acto de magia, la redondez del sol desaparecía y multitud de lucecitas se apoderaban de la ciudad, que desde lejos, desde bien lejos rememoraba un hermoso pesebre navideño, un viril campamento romano, una bandada inaudita de luciérnagas flotando en una traslucida noche.




(…)


Ben se rasuró rápido y por un instante se miro ante el espejo. «Si lo sorprendente es el instante» dijo con voz trémula y luego lo repitió con voz enérgica. Salió del cuarto de baño, se asomo a la ventana. Levanto su vista, miro el cielo. Y creyó ver unas nubes juguetonas tomando las formas más extrañas. Aquello lo inquieto, paso su mirada de nuevo y la dirigió a la vieja acacia cuya copa casi tocaba el balcón de su alcoba, y un ruido melodioso lo conmovió, era el trinar de unos pajarillos, quedo absorto viéndolos saltar de rama en rama, el suceso era sorprendente, porque en la ciudad no se habían visto pájaros desde hace décadas.  Los  últimos en emigrar habían sido las palomas de castilla de la Catedral. Aún las recordaba, aunque sus recuerdos eran borrosos, de repente un leve toquido lo hizo volver su mirada a la cornisa de su ventana y vio uno de los pajarillos picoteando el vidrio. Sintió deseos de alargar su brazo, pero entre él y el pajarillo se interponía el vidrio de una sola plancha que remataba la ventana sellada. Observo con curiosidad el pajarito que seguía saltando y picoteando el aire. Entonces una extraña idea recorrió su mente: «me gustaría ser pajarito y picotear el cielo». Una leve risa escapo de sus labios. Levanto su mano y se pellizco su nariz. Y comprobó que su nariz aguileña, aún estaba pegada a su cuerpo.

 

(…)

 



Ahí estaba él frente al gran árbol que él mismo había sembrado en su niñez, ahí estaba él con su memoria a cuestas. Dio unos pasos y pensó «nadie me dañará si estoy bajo la sombra de un buen árbol». Se llevó las manos a la frente y se quito el sudor. Se sentó y vio como la tormenta la única y verdadera tormenta, terrible descendía sobre la ciudad y descendía sobre el mundo. Y oyó el tronido de los rayos, el destello de los relámpagos, el atronador paso de la lluvia. Sintió la furia de la tierra. Pero nada de eso lo conmovió porque él solo escuchaba una canción de cuna y  pensaba en los pajaritos que había visto en su niñez. Y en aquel Caballero de la Luminosidad que entre la vigilia y el sueño, apenas había visto de perfil y entre sombras, le vio casi como un destello, paso casi como un segundo, le oyó casi como un susurro.   Entonces por fin le vio  face to face.  

 

 

 

Fuente: De Cuentos Iluminados, © Mario A. Membreño Cedillo

 

Notas bibliográficas

 

1. Enlaces de la serie De ciudades y calles de poetas hondureños. Serie que incluye poesía sobre la ciudad en general, seguramente la mayoría de ciudades del país, pero también hay algunos poemas que son indeterminados  o muy genéricos para atribuirles una especifica localización geográfica. Otros si podría estar ambientados en honduras, y hay unos cuantos que señalan explícitamente la ciudad de Tegucigalpa.

 

De ciudades y calles. Poemas y textos de 23 escritores hondureños. 1y2/4 Post plaza de las palabras.

https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2017/09/de-calles-y-ciudades-poemas-y-textos-de.html

 

De ciudades y calles. Poemas y textos de 23 escritores hondureños. 3/4. Post Plaza de las palabras. (1)

https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2017/09/de-ciudades-y-callespoemas-y-textos-de.html

 

Poemas y textos de 23 escritores hondureños. Textos de ciudades. 4/4 Post Plaza de las palabras.

https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2017/09/poemas-y-textos-de-23-escritores.html

 

 

2. Fragmentos del  cuento LA CIUDAD Y LA TORMENTA. O EL CABALLERO DE LA LUMINOSIDAD, incluido en el libro Cuentos Iluminados, © Mario A. Membreño Cedillo. Cuento y ficción que en su versión original tiene 5432 palabras, y que describe y se desarrolla en la ciudad de Tegucigalpa en el marco del huracán Micht (1998),  y que también se remonta al origen minero y mítico de la ciudad  y hace una lanzada a un futuro hipotético.

 


Ilustraciones


Tegucigalpa en el siglo XIX, (Dibujo), del libro Exploraciones y viajes por Honduras de William Wells

Vista de Tegucigalpa, 1968, Maury Flores, pintor hondureño.

Plaza Los Dolores, foto  Memoria Grafica de Honduras

Los puentes, (oleo) Cesar Rendón, pintor hondureño

Vista de Tegucigalpa, foto, Google Imagen

Árbol Guanacaste, foto, Memoria Grafica de Honduras