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Plaza de Italia, Giorgio De Chirico, 1913

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Critica y reseña: Poesia Hondureña:Poetas que cerraron y abrieron siglos por Leonel Alvarado











Tomado de la Revista Hispamérica, No. 128 
http://www.baquiana.com/Hispamerica_T%C3%ADtulos_Publicados.htm

 Leonel Alvarado

Poetas que cerraron y abrieron siglos

Como a muchos países que escasamente figuran en el mapa literario, a Honduras no le ha faltado buena literatura, pero sí buena difusión de la misma. A este mal se enfrentaron los que abrieron nuestro historial literario, como el romántico José Antonio Domínguez (1869-1903) y el modernista Juan Ramón Molina (1875-1908), confinados ambos al exclusivísimo reconocimiento municipal, a pesar de uno que otro espaldarazo transfronterizo. Hay que reconocer que su obra no trascendió, sobre todo, porque ambos poetas se enfrentaron a un medio feroz que terminó aniquilándolos; sus estrategias de sobrevivencia y su admirable velocidad intelectual no fueron suficientes en un país que pronto se convertía en una república bananera; la modernización, que iba de la mano con el Modernismo, no alcanzó a estos poetas. 

Ambos poetas clausuran el siglo diecinueve y abren el veinte, tanto ontológica como literariamente. En primer lugar, con ellos comienza uno de nuestros grandes dilemas: la relación conflictiva con un medio que dificulta la subsistencia tanto de espacios de creación como del mismo poeta. Molina es nuestro primer gran poeta del enfrentamiento, lo que luego se transformará, en otros poetas, en compromiso político. De hecho, es en el Modernismo donde comienza esta actitud vivencial y discursiva; como ejemplos, Molina y Froylán Turcios (1874-1943), el modernista involucrado en la causa de Sandino. En otras palabras, en el Modernismo ocurre esa escisión, que terminará definiendo nuestra poesía, entre el espacio privado y el público; por lo general, aunque esto no es tajante, la poesía seguía siendo estrictamente personal, mientras la prosa, especialmente la crónica, podía llenarse de historia, sobre todo al adoptar el discurso antiimperialista. Esto explica que Molina y Turcios escribieran crónicas y artículos incendiarios en contra de la ocupación norteamericana, sin dejar de ser simbolistas y parnasianos en sus textos personales.

En segundo lugar, en la obra de Domínguez y, sobre todo, en la de Molina, comienzan a definirse los que, en mi opinión, son los cuatro discursos que han dominado nuestra poesía: el amoroso, el militante, el existencial y el metapoético. Quizá no haya poeta hondureño que no se mueva entre estos discursos. Reconozco la prevalencia de los dos primeros, lo amoroso y lo militante, a lo largo del siglo veinte; Roberto Sosa (1930-2011), quien sigue siendo nuestro poeta de mayor reconocimiento internacional, está marcado por esta dualidad; esto se extiende a Pompeyo del Valle (1929), otro poeta de su generación, y, sobre todo, a los de la generación posterior: José Adán Castelar (1941), Rigoberto Paredes (1948), José Luis Quesada (1948), Galel Cárdenas (1945), Fausto Maradiaga (1947-2014), Efraín López Nieto (1948), e, incluso, a quienes publican a partir de los ochenta: Juan Ramón Saravia (1951), José González (1953), María Eugenia Ramos (1959), Oscar Amaya (1949)y David Díaz Acosta (1951).

Aunque esto suene a encasillamiento, no hay duda de que estos poetas comparten rasgos esenciales en términos generacionales y discursivos. Tampoco hay que negar la importancia de la presencia de Roberto Sosa, quien influye en muchos de ellos y a veces termina eclipsándolos.  

Otros poetas siguieron el rumbo de una poesía mucho más privada y hasta hermética, marcada por preocupaciones existenciales que se traducían en dilemas metapoéticos; esta línea, que no llega a ser corriente, proviene de Domínguez, pasa por Jorge Federico Travieso (1920-1953), se formula con mayor claridad en Oscar Acosta (1933) y alcanza su mayor expresión en Antonio José Rivas (1935-1995) y Edilberto Cardona Bulnes (1935-1991); más tarde aparece concentrada (quisiera decir, crispada) en Livio Ramírez (1943), quien vuelve a Molina y se replantea los conflictos éticos y estéticos del Modernismo. Con un tono y preocupaciones distintas, a esta línea pertenece parte de la poesía de Segisfredo Infante (1956).

En esta nómina de hombres, en lo que a la poesía escrita por mujeres se refiere, el siglo veinte estuvo dominado por Clementina Suárez (1906-1991), quien, desde los años treinta, irrumpió con una poesía anómala, por su rebeldía y heterodoxia, en un medio que seguía siendo provinciano; la poesía amorosa se volvió erótica y el oficio de poeta se planteó como un compromiso ético que adoptó un discurso no político, sino civil. Para las poetas de los ochenta y noventa, Suárez se convirtió en la poeta que había derribado muros vivenciales y discursivos.

Nuestro siglo veinte no estuvo marcado por la ruptura, sino por la transición generacional; no hubo en nuestra poesía esos enfrentamientos generacionales feroces que ocurrieron entre poetas de tantos países. Quizá se deba a que la mayoría de los escritores frecuentaba los mismos espacios y, sobre todo, al traspaso de posiciones éticas y estéticas frente al medio, la situación del país y el papel de la poesía; un título de Fausto Maradiaga lo define: La palabra y sus deberes. Esto no significa que todo fuera armonía, pues entre poetas de una misma generación o, mejor dicho, de un mismo grupo, nunca faltaron las rencillas y los arrinconamientos propios del oficio.

Sin ser sagrados caminamos hacia la luz: cuatro poetas que cierran y abren siglos

Dice Monsiváis que los jóvenes escritores buscan ser diferentes del pasado inmediato para conquistar su propio presente. En nuestra poesía, los jóvenes han conquistado su presente sin rupturas violentas. Precisamente, la poesía incluida en esta muestra es un reflejo de nuestro apego a las transiciones generacionales. Lo que sí ha cambiado es la percepción del papel de la poesía; la palabra ya no asume los deberes de otras generaciones y otras épocas. Para el caso, el discurso militante, prevalente en la poesía de fines de los sesenta a los ochenta, ha perdido su importancia, sobre todo por los cambios ocurridos en la región centroamericana; algunos poetas asociados a este discurso dieron el giro hacia la poesía amorosa, para el caso, Pompeyo del Valle y Rigoberto Paredes. No quiere decir que el compromiso poético-político haya desaparecido; esto fue evidente después del golpe militar de 2009.

El gran conflicto enfrentado por los modernistas entre el poeta y el medio ha cambiado pero sólo para empeorar. A la severidad de la crisis económica se suma una violencia sin precedentes, ahondada por el narcotráfico; cada día se sobrevive peligrosamente mientras se buscan espacios de creación. Sin embargo, los poetas aquí antologados no responden a esta crisis desgarradora con una postura discursiva en la que la ética y “el deber” ciudadanos se imponen a la estética, como lo hicieron algunos poetas de otras generaciones frente al militarismo; en otras palabras, no se recurre a la tan trajinada denuncia ciudadana que tan mala poesía nos dejó. No se le da la espalda a la historia; ésta entra ahora a la poesía convertida en una experiencia asumida desde una voz estrictamente personal. 

Los cambios históricos van a la par de cambios estéticos. La mal llamada poesía de denuncia da paso a búsquedas personales centradas en trascender la inmediatez o, mejor dicho, la trampa de la poesía escrita para poner a prueba un discurso sociopolítico. Esto se refleja en la poesía de todos los poetas incluidos en esta muestra. 

No es casual que esta muestra se abra con José Antonio Funes, quien comenzó a publicar a fines de los ochenta, en una época en que todavía se vivían las secuelas del terrorismo de Estado, así como llegaba la marea de los conflictos de los países vecinos. Su primer libro, Modo de ser(1989),es fundamental para entender el paso de una poesía pública, por asumir el discurso comprometido con la realidad histórica, a una poesía privada, en la que la solidaridad ciudadana se vierte a través de la experiencia personal. En su primer libro se advierte un tono intensamente humano y solidario que se ahondará en su poesía posterior, la que, sin abandonar la presencia del dolor humano, se vuelve mucho más personal. Esto ocurre, para el caso, en “Bajo una verde sombra”, poema de ineludible raigambre histórica que, a través de la presencia del padre, se asume como un drama personal; al final del poema, la dignidad del padre se impone a la humillación histórica y personal.

La gravedad del tono de gran parte de la primera poesía de Funes da paso, en su poesía posterior, al distanciamiento saludable entre poeta y mundo que llega con la madurez; el poeta descubre que, sin dejar de ser valedera, la experiencia del drama también puede verse desde un centro no ocupado por el poeta. En algunos casos, el filtro lo da el humor. El tema que, en la poesía de Funes, mejor se presta a esta descentralización del drama personal es el amoroso, como se puede ver en “Euclides pudo haberlo dicho” y, sobre todo, en “A manera de consejo”.

Menciono este asunto de la gravedad en el tono porque me parece que es una característica compartida por los jóvenes poetas de esta muestra. En todos ellos se advierte una seriedad en la escogencia de la temática, en su tratamiento y en el mundo de referencias literarias y vivenciales a las que remite la poesía; esto puede ser parte del hecho de asumir el oficio con una seriedad que lo pone por encima de la banalidad y la brutalidad del medio. Se crea, así, una poesía que busca afincarse en la universalidad de la condición humana, no en una percepción anacrónica de la historia. Un buen ejemplo de ello es la poesía de Marco Antonio Madrid; su poesía, sobre todo su primer libro, La blanca hierba de la noche (2000), está anclada en un mundo referencias clásicas; de la misma manera, a la temática le corresponde un lenguaje que se mueve, con gran versatilidad y eficacia, entre la gravedad y la transparencia. Aunque muchos poetas hayan frecuentado la biblioteca griega, a quien más se acerca Madrid dentro del canon nacional es a Edilberto Cardona Bulnes, poeta con el que comparte algunas de sus preocupaciones estéticas, aunque sin llegar al hermetismo de la poesía pura, tan característico de Bulnes. Alguna vez me pregunté por el sentido que tiene el convocar lo clásico en una ciudad de las Honduras; su sentido, como bien lo entienden ambos poetas, reside en el hecho de querer universalizar la experiencia humana, trascendiendo así el tan trajinado asunto de las literaturas nacionales; la poesía, parafraseando a Paz, es un asunto de lenguaje, no de fronteras.  

El primer libro de Madrid es una noticia feliz en la poesía hondureña; es una obra de madurez que no le da cabida al ‘nada mal, para ser un primer libro’. Por el contrario, se trata de un libro reposado, cuya solidez reside en un trabajo cuidadoso del lenguaje que le permite iluminar viejos temas. Hay en este libro, como en el segundo de Madrid, La secreta voz de las aguas (2010), el apego a un lenguaje que el tiempo ha puesto a prueba; esto lo reflejan los títulos de sus libros, así como la mayor parte de los títulos de sus poemas. Es un lenguaje que, como los temas abordados, evoca otras épocas y otra concepción del oficio de hacer poesía. Como en el título de un poema de esta muestra, se puede decir que la poesía de Madrid vuelve “al último sol” para replantearse, no los conflictos, sino  el peso descomunal de la historia en el presente.Mientras el primer libro está atravesado por la transitoriedad —todo es instante, fuga, reflejo—, el segundo es una experiencia de llegada a un lugar que ahora se contempla, se ahonda en la vida y, claro, en la muerte. En el hermoso y perfecto “Poema para bailar un trompo”, el trompo, como la infancia, sigue girando en un tiempo detenido en el vértigo entre la vida y la muerte; a la pregunta feroz del “Quién vive”, del poema que cierra el libro, una respuesta posible es ‘el trompo vive’, mientras dure su danza al borde del precipicio.

Entre el exceso de poesía pública ligada a causas, Madrid es un poeta de poetas, sobre todo en su primer libro; en el segundo, la gravedad del lenguaje da paso a una mayor transparencia, como el López Velarde —a quien me remite esa vida mínima y entrañable de “las tierras altas”— que regresa al pueblo, su “edén subvertido”, y encuentra a la prima Águeda. 

Finalmente, el hecho de que Madrid le rinda homenaje, en uno de sus poemas, al modernista Juan Ramón Molina constituye en sí una de las tradiciones de la literatura hondureña. Me refiero a esa necesidad, tanto literaria como ontológica, que nos lleva a volver a eventos y personajes de un pasado que quedó mal resuelto; por eso, para el caso, nuestra narrativa vuelve a Francisco Morazán, el General decimonónico de sueños truncados; por eso nuestra poesía vuelve a Molina, el poeta abatido por el medio. Se podría ir más lejos y decir que ambos son dos de nuestros padres inconclusos. No es casual que los cuatro poetas incluidos en esta muestra sean más viejos que Molina, quien murió a los 33 años; digo viejos, no mayores, porque Molina seguirá estando entre nuestros mayores. 

Atrapado en el provincialismo tegucigalpense, Molina fue nuestro primer flaneur. Por ello, es el primero que se plantea la posibilidad del mito urbano, es decir, con él comienza la tradición poética de inventarle mitos a la ciudad. Tegucigalpa entra, así, a la mitología literaria universal, como tantas ciudades del mundo. Borges, dice Sarlo, le inventó mitos a Buenos Aires; y uno piensa en el Montevideo de Benedetti, la Ciudad de México de Pacheco, La Habana de Lezama, entre tantos etcéteras notables. Al igual que Morazán y Molina, Tegucigalpa es otro de nuestros grandes mitos literarios, por lo que ha sido tema recurrente de muchos de nuestros poetas.

La poesía de Rebeca Becerra entra en esta mitología, y, como Molina, se pasea Sobre las mismas piedras (2002), título de su primer libro. Si bien Molina se sentía atrapado en Tegucigalpa y la aborrecía, Becerra asume de frente el diálogo con la ciudad, la desafía “con algo de infierno en los ojos”, como dice en el mismo libro. Es sumamente revelador que Becerra escriba una poesía de espacios cerrados; sus cuatro libros, dos todavía inéditos, ocurren y transcurren en espacios confinados: la ciudad, en Sobre las mismas piedras y en El principio y el fin; la tumba, en Las palabras del aire (2006); la casa y el cuerpo, en Esa voz que se consume. De hecho, la ciudad, la casa y el cuerpo son espacios recurrentes en su poesía. Se trata de un encierro ontológico, creativo y hasta políticamente opresivo; esto último es patente en poemas sobre los efectos del terrorismo de Estado, tema éste que acerca su poesía a una de nuestras más perecederas tradiciones. Sin embargo, como Funes, Becerra asume el “terrorífico insomnio” como un drama personal que lo aleja de la diatriba pública. Quizá el mejor ejemplo sea Las palabras del aire, un gran poema orgánico que constituye uno de esos poco frecuentes casos en que nuestros poetas se enfrentan a la arquitectura del libro-poema; como una Cinta de Moebius, el libro se mueve entre dos realidades, el sueño y la vigilia; su gran lección quizá sea el que nos obligue a preguntarnos de qué lado están la vida y la muerte.

En estos cuatro libros, al confinamiento, físico u ontológico, se le opone la rebeldía liberadora del amor, el erotismo, los sueños y, claro, la poesía misma. La poeta sigue ocupando el centro del mundo, lo que explica ese tono grave y a veces sentencioso de casi toda su poesía. Sin embargo, uno de los elementos renovadores de la poesía de Becerra es la incorporación de lo que podría llamarse un surrealismo cotidiano que revela el lado luminoso de las pequeñas realidades de la vida: “Cortinas que caen derramando flores sobre el piso de granito” (“Apenas te escribo”, de Esa voz que se consume) o la presencia ubicua de la amenaza: “La mesa solitaria/devorando/los hombres/ las mujeres” (“Desafío”, de Sobre las mismas piedras). Las instancias en que estas imágenes luminosas y amenazantes se filtran en la poesía de Becerra son frecuentes, por lo que ya son parte esencial de su lenguaje; constituyen una presencia de doble filo: liberadora, porque trasciende los límites de la cotidianeidad, y opresiva, al revelar el lado absurdamente brutal del medio en que se vive. 

Un elemento también frecuente en la poesía de Becerra, y compartido por los otros poetas aquí incluidos, es el movimiento constante dentro de los espacios confinados en que se vive y se hace poesía; esto no se limita a referencias al avanzar, girar, salir, entrar, irse, etc. Los espacios cerrados (ciudad, casa, tumba) imponen límites ontológicos que se quiere transgredir a través de una movilidad constantemente asediada; podría decirse que, en la poesía de Becerra, todo es irse sin dejar de estar en un aquí de contornos definidos. Quizá sea un retorno inevitable a esa relación conflictiva con la ciudad y el medio que nos viene del Modernismo; la invención de mitos puede ser una salida, una forma de romper esos “muros”, a los que alude el título de un libro de Roberto Sosa. Varios poetas hondureños se han planteado este dilema, y, de la ciudad, lo han transferido al país, como si se preguntaran, siguiendo a George Poulet, ¿qué tiempo es este lugar? 

El movimiento dentro de espacios cerrados también es recurrente en la poesía de Salvador Madrid, el otro poeta de esta muestra. Tengo a mano dos de sus libros inéditos: Mientras la sombra y El resplandor de los ojos cerrados, títulos de por sí sugerentes, pues remiten a ese choque de realidades que se acechan constantemente. Se vive en medio de esa fisura que puede expandirse en el lugar y en el tiempo; de ese centro feroz surge la poesía de Salvador Madrid. Esto explica el tono desafiante y hasta beligerante de la mayor parte de sus poemas. Repito, ya no estamos en el territorio de la denuncia política, pero sí hemos vuelto a replantearnos viejos dilemas, abiertos y dejados inconclusos por los modernistas. El siglo que media los agravó; los nuevos poetas los reasumen como conflictos ontológicos, sin buscar resolverlos, pues esa tarea no les corresponde. 

Existe, sí, la conciencia de habitar un lugar que es un tiempo endurecido, mal hecho, imperfecto: “Insistimos en creer/que la perfección es intocable/y que para nosotros lo imperfecto/es el único destino” (“Sin quemar las naves”, de Mientras la sombra). Esta es, francamente, una admisión dolorosa, vista en todo su peso histórico, pues habla de un país pesado de imperfecciones, ese “país asesinadísimo”, que decía Livio Ramírez. No es que se busque la apócrifa “tierra ideal”, como se dice en el mismo poema; estos poetas buscan, como lo hicieron tantos, un lugar digno o con al menos cierta cercanía a la dignidad. Pero tampoco se trata de pose o de militancia, pues también se reconocen los límites de la poesía; estos poetas han aprendido, y muy bien, la lección: primero hay que sobrevivir para después hacer poesía. Ésta es lo que se pasa en limpio, como hacíamos en los cuadernos de la escuela primaria, del caos. La poesía surge de esta relación conflictiva, por lo que se vuelve un punto de mira, ese panóptico ocupado por el poeta; esto, como he dicho, explica el hecho de que el joven poeta se vea en el centro: “el hombre joven sabe que la única ventana/a la que puede asomarse en su vida/es el agujero en el pecho del hombre viejo” (“Dialéctica”, de Mientras la sombra); también explica ese tono sentencioso que reaparece en Salvador Madrid.

Como en el caso de Becerra, en la poesía de Salvador Madrid existe la presencia constante de una amenaza que se vuelve mucho más tenebrosa por ser impredecible. Se trata del mismo conflicto histórico que ahora les toca enfrentar a estos poetas. La respuesta es un discurso metapoético, quizá como la única forma de encarar el grave asunto de la sobrevivencia creativa y existencial; esto de ser “cronista de los despojos” (“Ordenanza del caído”, de Mientras la sombra), puede fácilmente convertirse en una trampa para la poesía. Este es un riesgo mayor que antes amenazó a tantos poetas y que, sin duda, los jóvenes poetas pueden ver con claridad, como ocurre en la poesía de Salvador Madrid.

En la poesía de Salvador Madrid se está consciente de un lugar y un tiempo hechos para mirar atrás, pero sin caer en la traición o el espejismo de la nostalgia. Es lo que ocurre en El resplandor de los ojos cerrados; precisamente, la poesía es ese resplandor que descubre patios de la infancia, apegos y amores sin idealizarlos. Si bien existe una conciencia de la pérdida —vieja tradición poética—, es sólo como una forma de “recordar nuestras pertenencias” y afirmar “[el] ruido que lava a la piedra muerta hasta que resplandece”. Es aquí, me parece, donde la poesía de Salvador Madrid gana en madurez y se asienta a través de ese distanciamiento saludable tan necesario en la formación del poeta. A pesar de creer firmemente en el oficio, hay poemas que desacralizan la seriedad de la poesía; se hace poesía como se desayuna o se camina, es decir, como cualquier otra costumbre que evidencia nuestra mortalidad. 

Como los de otros poetas incluidos en esta muestra, los de Salvador Madrid dialogan directamente con el mundo interior y con el mundo transitado por la tradición. Reconocerse o no parte de una tradición fronteriza no es una de sus preocupaciones, aunque esto resulte inevitable por compartir historias y espacios con sus antecesores; tampoco importa que estos poetas constituyan una generación. Lo que vale la pena resaltar es que hay en ellos temas y preocupaciones compartidos, y, sobre todo, en cada uno, una voz reconocible, lo que no es poco decir. Todo ellos también comparten la convicción de que, en un país empecinado en hacerle honor a su nombre, los libros, como dice Funes, no nos dan “la prueba del cielo”, pero sí de la existencia.

José Antonio Funes

Poeta, académico, diplomático y profesor de literatura. Doctor en Filología por la Universidad de Salamanca. Ha sido Vice-Ministro de Cultura y Director de la Biblioteca Nacional de Honduras. Actualmente ejerce como Agregado Cultural de la Embajada de Honduras en París y como Profesor de Literatura Hispanoamericana en la Université Catholique de l’Ouest (UCO), Angers, Francia. Ha publicado los libros de poesía: Modo de ser (1989); A quien Corresponda (1995) y Agua del tiempo (1999). Poemas suyos han sido publicados y traducidos al inglés, francés y portugués en diferentes revistas y antologías. Es Premio de Estudios Históricos Rey Juan Carlos I [2004] con la obra Froylán Turcios y el modernismo en Honduras (2005).

Bajo una verde sombra

Mira padre esos bananales
sombra de tu sombra asalariada
de tu vida vaciada en un silencio verde.

Míralos bien
ahora que tus años llegan sigilosos
y se instalan en ese dolor de espalda
ahora que tus sueños se escapan
como el agua dorada que persiguen los pájaros.

Padre
después de tantas luchas
y tantos soles manchados de sangre
no hay luz que cruce por tus ojos y no se doble
no hay tesoro que quepa
en la dignidad de tu sombrero.


Euclides pudo haberlo dicho

El amor es un punto
donde un hombre y una mujer
se unen.

El amor es un punto
donde un hombre y una mujer 
se separan.

El amor es un punto.

A manera de consejo

Nunca dediques poema a mujer alguna.
Los amores posan y luego pasan
ante la cámara absurda de la vida,
mientras los versos avergonzados quedan,
heridos en su honor
de ver a la ingrata que se va con otro,
o se adentra para siempre en la niebla del nunca más.

Piensa en la lluvia
y su vieja canción sobre los techos,
en el mar que guarda un cofre de versos a cada poeta,
en el viento viajero que sabe bien de faldas y sus secretos.

Nunca dediques poema a mujer alguna.
Mejor díselo al oído,
en esa intimidad
donde la poesía es una caricia inédita, 
el bálsamo que alivia todos los dolores del mundo. 

Lecciones aún no olvidadas
Qué crueles éramos cuando niños.
Sordos al canto, ciegos a los colores,
amigos de la piedra y de la muerte,
matábamos pajarillos que apenas cabían en nuestras manos.

Qué injustos éramos cuando niños.
Nos burlábamos del loco del pueblo,
del loco que sonreía a las nubes y a los trenes
soñando quizá con volar, con viajar, con huir de esta miseria
tan impasible como la sombra de los almendros.

Qué bárbaros éramos cuando niños.
Jugábamos a la guerra, a sobrevivir en la selva
del que era más fuerte, del que golpeaba más, del que más humillaba.

Parecíamos adultos cuando niños: crueles, injustos y bárbaros.

Memoria en la Plaza de Anaya

Si alguna vez amor, amor que el tiempo aleja y oscurece,
te sientes tentada por el olvido
recuerda aquel beso en la Plaza de Anaya,
allí donde el sol o la nieve eran iguales de hermosos,
allí donde las piedras, siempre jóvenes,
dicen adiós a los siglos y atesoran como una flor la memoria.

Y recuerda la cigüeña coronada por ese cielo que sólo existe en Salamanca,
la catedral vestida de oro por las tardes
y el campanario que  nos convocaba en aquella hora sin tiempo
cuando la vida era tan pequeña que cabía en un abrazo.


Marco Antonio Madrid
Egresado de la Carrera de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Ha sido profesor de filosofía y letras. Ha publicado: La blanca hierba de la noche (2000) y La secreta voz de las aguas (2010). Sus poemas han aparecido en revistas y antologías nacionales y extranjeras.

Junto al último sol
Hundo mis manos en la última luz de la tarde.
Busco en ella quizá tan sólo
el fervor de un recuerdo.
El fruto que nos llama desde el fondo de las aguas.
La huella feliz que espera a lo lejos
el retorno de mi planta.
La luna colgada en los naranjos.
La soledad de aquellos patios.

Hundo mis manos en la última luz de la tarde.
¡Y todo está aquí!
Felizmente impalpable.
Como el fuego que yace en la memoria.
Como el vuelo reposado de las aguas.
Como el tiempo que me sueña
junto a la palabra que desciende 
y me nombra.

En Josafat

Preguntaré por ti en Josafat
frente a la vieja luna del abeto.
Preguntaré por ti a las buenas gentes
que ofician en el valle con sus labios
cansados de plegarias y de rezos.

Preguntaré por ti sobre el asfalto
en ese mar de sueños y olvido.
Preguntaré por ti y la soledad tendrá sus signos.
La noche y el vino taciturno de sus calles,
la ciudad como un río de luces recorriendo la avenida
la esquina y el zaguán donde el tiempo busca entre
los hombres su ceniza.

Preguntaré por ti, mujer, en Josafat,
con el naufragio de mi dolor herido,
y no serás la orfandad de un recuerdo,
serás la pequeña magnolia que da sombra
a mis huesos, el ave reminiscente
que vuelve para abrevar, en mis manos,
el polen de su tarde,
el canto que espere a mitad 
de mis cenizas.


Más allá de las furias

En vano será el afán de buscar otros nombres.
De una vez para siempre es Orfeo quien canta.
Viene y se va.
Reiner Maria Rilke

Habrás llegado tú, tierna Eurídice,
limpia ya de toda sombra.

Habrás llegado a palpar las llagas del vencido.

En las frías alamedas, mi cabeza
es tan sólo la lejana contemplación de algún astro.

Me defiendo de la noche
tratando de esquivar la marea de esas hojas
que el viento arrastra hasta mis ojos;
el agua estallando en la osamenta del mundo
es tan frágil en mis huesos.
La lluvia cae, y mi mano
roza la piel de algún camino.

Nada soy entre infectadas amapolas,
sobre esta corriente humana
que se hunde en el tedio de la urbe.
Entre el asfalto y la vendimia,
sobre la crueldad del fiero mármol,
no escucharé, el dulce canto de la lira.

El fuego lunar de las Ménades ha gastado estos muros.
Devastados los imperios,
muero y sueño junto al rumor espeso de los siglos.
Muero en el sueño de esa boca núbil
que ardorosa remonta la corriente
y me llama y me sueña.

El amor une en ti mis pedazos, tierna Eurídice,
limpia ya de toda sombra.


Fábula

Llega la tarde y duerme un poco su luz entre las hojas del patio.
En ella están el canto, la fábula y la memoria primera del ave,
la condición terrestre del hombre y el claro olor de un sol
aún verde en los naranjos, los caminos abriéndose paso
entre las zarzas del tiempo, la negra piedra de oscura lava,
el río, la montaña. El principio y el fin, las aguas que pulen
insomnes el duro mineral de un origen.


Poema para bailar un trompo

Giraba el trompo ya sin ninguna broza.
En un haz de sombras y en un vértigo
de luz, giraba como un pequeño sol,
como un planeta o como la luna que nace
entre las hojas del espino.
Mas hacerlo girar era un arte difícilmente
aprendido. Una y otra vez atabas el cáñamo
a su cresta y una y otra vez lo lanzabas
a la tierra ya vencida, hasta hacerlo girar
como una seda y hacer tuyo el aire limpio,
la música y el olor de su madera.



Rebeca Becerra

Egresada de la Carrera de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Ha publicado: Sobre las mismas piedras (2002) y Las palabras del aire (2006).

Sola a la mesa 

No me gusta 
sentarme sola a la mesa 
no encuentro palabras para los cuchillos 
si le digo al mantel que está elegante 
miento: 
no tengo manteles bonitos

Soy materia entre materia 
y aún no me acostumbro 
me da pena sentarme sobre una silla 
saludar con ojos al tiempo 
cuando ya se ha marchado 
o caminar despacio por las calles 
dejando a mis espaldas 
el vaho silencioso de los perros

Lentamente cruzo a través de este tiempo 
ocupando espacios que tal vez 
no me pertenecen 
arrebatando días que esperan sentados 
en el umbral de una puerta 
acumulando de esta tierra 
el polvo que se levanta sobre las cabezas

Todo esto es una fiesta 
donde no he sido invitada

Un ir y venir de soledades 
donde el címbalo de mi cuerpo 
golpea con su eco 
este mar infinito.


Quiero morir como un hombre
me dijiste;
mientras la muerte como un faro alumbraba tucamino
y asaltaba tus palabras en el aire.

Entraba la noche en tus ojos
—lodo de cementerio—
a mí se me derretían los dientes
con el ácido de las lágrimas que me tragaba.

Afuera era el mundo: un canasto de naranjas,
un puñado de sal en una diminuta mano que crecía,
un sexo de fuego que explotaba en unos labios.

Afuera era el mundo.

Los hombres sólo mueren como vos
—te respondí—
limpios y ligeros,
como espigas de trigo que se clavan en los besos,
pero el viento se llevó tu viento.


Vi que te estabas yendo diminuto sobre el aire,
como un colibrí desesperado por las horas;
y poco a poco me dejabas inundada del secreto detus alas,
convertidas en silencio las palabras de mi boca.

Vi que flotabas cada vez que reías,
tus dientes eran soles que explotaban.

Ya no quedaba fuerza que te atara;
todo era transparente, todo lo atravesabas
todo lo inundabas, todo lo contenías.

Naufragabas en el centro de las cosas,
te llenabas de agua, de fuego, de silencio, de tierra, de aromas;
—todo el mundo contenido en los cenotes de tusojos—

Cuando te acostamos no cabías en la tierra
brotaban las raíces, el agua,
te salías por la sombras de las hojas,
en una flor de fuego silbaba tu lengua.

Un solo cuerpo

Desperté peregrina: Una ciudad entera que avanzaba entre las mareas de tus manos.
El tiempo era un cascabel que habitaba nuestros oídos, no teníamos miedo porque no existía el mundo, solo la luz del amanecer que se atrevió a probar, el sudor de nuestra piel.

Ahí estuvimos:

La noche había dejado una legión de hormigas que inventaron caminos y puentes hacia nuestra cena; al agua que atrapada sin sentido reposaba en medio de unos tallos.
Nunca nos sentimos dos: Fuimos una sola nota atrapada en tus labios, un solo paisaje que nacía de tus dedos, un solo verso que resbaló de mis ojos.
Nunca nada nos partió los besos, ni siquiera tu lengua que atravesó mi cuerpo.

Las viejas horas

Las viejas horas vuelven, abren mis palabras, encienden los caminos de la sangre, me enseñan tus huesos inundados de espanto.
Tegucigalpa apenas te percibo como un nido de colibrí sobre un árbol desnudo; una solitaria gota de agua que llevo enredada en los labios.
Las viejas horas me abrazan, me torturan como a ti, hermano; me extraen los ojos, las uñas y los dientes; me cortan la lengua, me sangran; me quiebran los huesos y me pintan el pelo del color del río de polvo que atraviesa tus ojos.

Pequeña tu voz me susurra en la espalda, y los pasos avanzan; la piel se me desgaja de los huesos.

Y somos iguales, hermano, los dos sentimos frío y nos buscamos en dos ciudades sobre la misma tierra.

Salvador Madrid

Poeta y gestor cultural, es licenciado en literatura por la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. Ha publicado el libro Visión de las cenizas (2004) y la antología de poetas hondureños La hora siguiente (2005).  Fundador de Paíspoesible. Sus poemas han aparecido en revistas y antologías nacionales y extranjeras. Es editor del proyecto “Leer es fiesta”, proyecto de masificación de la lectura que ha publicado más de 85 mil libros de circulación gratuita y 480 mil cuadernillos de poesía y cuento en la edición de Diario El Heraldo de Honduras. Actualmente coordina el Festival Cultural Gracias Convoca. Escribe en Diario El Heraldo su sección «Viceversas » dedicada al arte y la literatura.

Presencia del olvido

Lejos, donde habita el rasguño de la memoria 
y un árbol ahuecado que no conoce la mañana, 
arde la materia del hombre, 
la mueca del muro que lo nombra.

Las palabras han sido dejadas 
como telaraña sobre el instante 
donde cree el hombre que atrapará su pérdida. 

No es un tímpano 
rondando el sonido de esta hora, 
ni el miedo que acoraza el grito y el encierro, 
es un pequeño golpe sin dolor, 
un mensaje que amenaza con dejarse interpretar, 
mientras el hombre se asoma a su puerta 
y ve de un lado a otro 
con la estéril pretensión de reconocer 
quién lo llama en la hora del espejismo.


El último regreso

Me recuesto en los escombros 
dejados por la luz en estos días 
donde fue posible creer. 
Presiento los amaneceres, 
su ceguera decapita la última gota de la espera
y la acústica de mi tacto derrite al ángel  
que custodia esa lengua que aletea en el vacío. 

Maldita sea la esperanza que endiosó este barro, 
las estaciones donde desaparezco,
las salidas de emergencia hacia el insomnio 
donde la desesperación mastica 
el vaho de las promesas.

He regresado a cada instante 
como quien vuelve a una edad donde se fue feliz, 
a esas fugas hermosas 
entre los bosques y las ciudades;
he ido, para caer otra vez  
y no perdonarme nunca 
como corresponde a los elegidos.

Otro es el destino
El polvo es el único astro 
que se quedó junto a nosotros 
a envenenar la cara y la cruz 
de quienes soñaron las monedas. 
El polvo que toca el laberinto de Dios 
y los barcos que parten 
a la profundidad de las glándulas. 
El polvo de finísima nada mueve los dados, 
esboza desde antes, la mueca del perdedor.

Y se limpian los tesoros, las cifras. 
Se bruñe el cetro de un rey muerto 
y se olvidan las uñas del hombre vivo. 

El polvo no perdona nuestra ambición 
de ser eternos como él.

Mi pensamiento roza el destello de la palabra, 
lo único limpio en el vacío. 
Y yo caigo creyendo cantar en su reino de nadie, 
lejos, lejos aún del significado que me llama.

SOY ESE HOMBRE ante un campo de luciérnagas.

La vida no es un campo de luciérnagas. Quizá sea un puente de lloviznas alzado por los sabios que al intuir el mar desde el más profundo de los insomnios comprendieron que nuestro destino es soñarlo todo.

Yo he cruzado la antigua oscuridad que se amuralla en tus ojos cerrados.
He burlado a los guardianes de las antorchas y descalzo entre las rendijas del miedo y de los relatos sagrados, he llegado hasta un campo de luciérnagas. 

La breve noción del lince en mi corazón se ha despertado para contemplar conmigo este gesto del tiempo y la naturaleza.

Sólo yo sé que a escondidas he salido esta noche.
¿Ha llovido?
La oscuridad tiene húmedo su lado más oculto y debo cruzar este campo de luciérnagas. Allí hay una puerta dispuesta a ser empujada, un cuerpo cuyos pies desenredan los secretos de las amapolas.

NOES NECESARIO correr sobre la ceniza para recordar nuestras pertenencias.

Quien ve en el abandonado eco de la tarde una casa abandonada y nada más piensa en la pobreza y no en el corazón de los pájaros que migran, no sabe del ruido que lava a la piedra muerta hasta que resplandece; no entiende la canción de los instrumentos construidos para el abandono; ni el reclamo de la intemperie entre los retratos mutilados.

Sumergidos en los árboles transparentes permanecen los pueblos que ardieron como herida en la lejanía.

La dureza con que nos expulsaron de nuestras casas es la dureza que poseerán los esqueletos de nuestros herederos.

Sin ser una revelación, arde, más allá del día, esa fuerza que ni la soledad ha podido destejer con sus relojes podridos, sus espejismos y su servil olor a santidad.
·                               blog de Leonel Alvarado


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Inicio el 4 de octubre de 2013.

Acerca de este Blog

Plaza de las palabras, es un blog literario, con énfasis en el género del cuento. Sin embargo, no es un blog ajeno a otros géneros, como la novela, el teatro, la poesía y la crítica literaria. Asimismo, da cabida a otras expresiones artísticas: la música, el cine, la pintura, la plástica y la fotografía. Plaza de las palabras, aspira, en la medida de lo posible; desde la plaza, confluencia de vida; a brindar al lector un contacto virtual con la literatura y el arte en general.

Autores

Plaza de las palabras ha sido creado por J. Álvaro Calix Rodríguez y Mario A Membreño Cedillo, ambos escritores hondureños. J. Álvaro Cálix Rodríguez ha publicado dos libros de cuentos: La plaza de los poetas, (2006) y Ariana y la burbuja (2014), Ebook en la tienda de Amazon. Sus cuentos han sido publicados en varios medios de difusión nacional e internacional. En Honduras ha obtenido dos Premios literarios en la rama de cuento: Grupo Ideas (1989), y Juegos Florales Santa Rosa de Copán (2008). Mario A. Membreño Cedillo, ha publicado un libro de cuentos, La orientación de la mirada, (2012), y varios de sus cuentos y ensayos literarios han sido publicados en revistas y diarios hondureños.


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Literatura y música.Tres grandes escritores latinoamericanos.Carpinter, Cabrera Infante y Cortazar

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ESCRITORES I

ESCRITORES I

IMAGEN I

IMAGEN I
Moonrise over Hernandez, New Mexico, 1941 Ansel Adams

Ansel Adams: La escultura de una fotografía

Ansel Adams: La escultura de una fotografía. Fragmentos POST PLAZA DE LAS PALABRAS


La historia del momento decisivo

En ese preámbulo que siempre antecede al hecho, Ansel Adams regresaba una noche a Santa Fe, New México, después de un desalentador día de fotografías, trabaja para el gobierno E.UU, como fotógrafo de los Parques Nacionales, son famosos sus fotografías del Parque Nacional de Yosemite. En esos recorridos de tomar fotografías, en uno de sus viajes; desde la carretera vio el paisaje a su izquierda, paisaje que lo deslumbro y cautivo, pensó inmediatamente fotografiarlo. Apresuradamente detuvo el auto y corrió a armar su cámara 8X 10. El mismo narraría después que el tuvo una clara visualización de la imagen que él quería. Pero no pudo hallar su exposímetro, por lo cual tomo la foto sin el; valiéndose solo de su experiencia de tomar fotografías de noche con la luz de la luna llena. Pensó que si no se apuraba el sol se pondría y dejaría de reflejar las cruces blancas hasta oscurecerlas. Sin pensarlo más tomo la fotografía. En este proceso, el momento es decisivo, previa a ello la visualización de la imagen, técnica que aplicaba Adams, y que consistía en la observación de un sujeto o tema o paisaje, e imaginarlo como quedaría después de tomar la foto. Combinación de intuición artística y oficio decantado, pero también de dominio de la técnica fotográfica. Este proceso mental se da también en los escritores se imagina mentalmente un tema o cuento, pero al intentar ponerlo en la pagina en blanco hay una diferencia en como se imaginaron el trazo narrativo y lo que pudieron escribir. En la fotografía esa visualización esta mas cerca de lograr lo imaginado con que finalmente resulta. Pero requiere con todo una compresión del sujeto observado y una destreza técnica para la impresión de la foto. Decía Cartier Bresson “De todos los medios de expresión la fotografía es el único que fija un instante preciso. Jugamos con cosas que desaparecen, y cuando han desaparecido es imposible hacerlas revivir”

La historia de una fotografía: Moonrise

La fotografía Moonrise over Hernández, New México, es la fotografía más popular de Ansel Adams. EL joven Adams en el principio de su carreara vendía sus fotos a $10, en 1981, tres años antes de su muerte Moonrise over Hernandez, se subasto por $71500. Fue tomada siguiendo la técnica de las tres partes, dividir la foto en tres segmentos para evitar la simetría. Aquí el cielo oscuro solo perturbado por la luna, es el primer segmento, las nubes multiformes el segundo y el tercero es el plano terrestre: lo que es un pequeño terreno en que sobresalen casas, tumbas y cruces. Todas de un blanco, cortado por el perfil de las montañas. En esta regla de los tres segmentos hay un contraste entre el negro del cielo, lo blanco de las nubes y el gris de paisaje, que determinan la composición.

Adams describe las sensaciones al ver el paisaje y el proceso de tomar la fotografía: El mismo nos explica sus impresiones: “combinando el momento oportuno o fortuito con el recuerdo inmediato de la técnica”. Mas adelante él agrega que “sentío en ese momento que aquel paisaje era una imagen excepcional” y cuando él tomó la fotografía, sentío “casi un sentido profético de satisfacción". Pero la historia de esa fotografía, no termina ahí, Adams en ese entonces trabajaba para el Ministerio del interior en Washington, DC, para fotografiar parques nacionales, esto resultaba que las fotos no eran de él, pero con Moonrise, Adams vacilo sobre la fecha en que la había tomado, razón por la que se estableció la fecha con base a “High Altitude Observatory at Boulder, Colorado, ayudándose con una computadora y usando datos de una visita al sitio, analizando la posición de la luna en la fotografía y la tabla de “azimuth” lunar. Eso dio como resultado octubre 31, 1941, a las 4:05 de la mañana. Ese era un día sábado, día de descanso de Adams, por lo que la foto le pertenecía.

Breve epilogo fotográfico

Finalmente, un breve epílogo, sobre esa crítica que señala que en su obra fotográfica no hay personas. Quizá esta orientación, tenga su explicación, en la visión de Adams “No tomas una fotografía, tú la haces” “Hay siempre dos personas en cada cuadro: el fotógrafo y el espectador.” Para Adams tanto el sujeto como el observador, estaban fuera de la visión de la cámara, sus fotos despobladas de seres, son una prosa que esta más allá de las palabras, un metalenguaje. Pero Adams les daba la oportunidad, como un libro abierto o una pintura develada, de leer sus visiones y ver su prosa fotográfica; y como suele suceder en la literatura o la pintura o la música; es la comprensión del observador, lector y oyente, quien termina de completar la obra. Adams también pensaba que “Una verdadera fotografía no necesita ser explicada ni expresada con palabras”.

Crédito

De la Fotografía, Club de fotografía net.

Dibujo II

Dibujo II
Árbol, diciembre 2016, dibujo a lápiz de Thiara Larissa Lozano Membreño,

Dibujo III

Dibujo III
Trió, diciembre 2016, Dibujo a tinta de Thiara Larissa Lozano Membreño

Libros

Libros
Mario .Membreño Cedillo, 2012

Ariana y la Burbuja

Ariana y la Burbuja
http://www.amazon.com/Ariana-y-Burbuja-Spanish-Edition-ebook/dp/B00IL15MTE

La plaza de los poetas

La plaza de los poetas
Libro de cuentos, 2010

POEMAS VUELTOS

POEMAS VUELTOS

https://www.amazon.com/Poemas-vueltos-Spanish-Alvaro-Rodríguez-ebook/dp/B083NGXMK1/ref=sr_1_1?keywords=poemas+vueltos&qid=1581393849&sr=8-1

PARNASO IV

PARNASO IV
Tres poetas y tres lecciones de vida: Ehrmann, Guillen Zelaya, Kipling. Post Plaza de las Palabras Haga click en imagen

PARNASO V

POETS to Come*

Walt Whitman (1819-1892).

POETS to come! orators, singers, musicians to come!

Not to-day is to justify me, and answer what I am for;

But you, a new brood, native, athletic, continental, greater than before known,

Arouse! Arouse—for you must justify me—you must answer.

I myself but write one or two indicative words for the future,

I but advance a moment, only to wheel and hurry back in the darkness.

I am a man who, sauntering along, without fully stopping, turns a casual look upon you, and then averts his face,

Leaving it to you to prove and define it,

Expecting the main things from you.



Poetas del Futuro

Poetas del porvenir, oradores, cantantes, músicos del porvenir.

Mi tiempo no es quien debe justifícame, ni debo responder lo que yo soy.

Pero vosotros, una nueva raza, nativa, atlética, global, la más grande jamás conocida.

¡Levantaos, Levantaos! Porque vosotros debéis justificarme. Vosotros debéis responder por mí.

Yo mismo apenas escribo una o dos palabras para el futuro.

Y avanzo unos pasos, solo para regresar rápidamente a la oscuridad.

Yo soy un hombre que deambuló sin parar; y lanzo una fortuita mirada a vosotros.

Y vuelvo a desviar mi rostro.

Dejándoos la tarea de examinar y comprender.

Para que reveléis lo trascendental.

*Fuente: Leaves of Grass, A Signet Classic, Ninth Printing, página 39. Traducción al español por Plaza de las palabras.

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PARNASO VI

PARNASO VI
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https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2017/02/tres-poetas-del-dolce-stil-nuovo.html Haga click en la imagen.

Tres poetas rusos : Mandelsthan, Mayakovsky, Brodsky

Tres poetas rusos : Mandelsthan, Mayakovsky, Brodsky

Pintura

Pintura
Vasili Kandinsky, Pintor abstracto ruso (1866-1944) Obra, El jinete azul (1905). Pintura que sirvió de puente entre el post impresionismo y el expresionismo.

IMAGEN II

IMAGEN II
Crédito : Dibujo La casona de Laura Isabel Calix Vindel (Paint)

Pagina Diez (Ensayos)

Pagina Diez (Ensayos)
John Keats:La imaginación poética

PARNASO VII

La casona

Desde el balcón, la tarde es larga,

hondea el verde-azul del tiempo.

Se fueron las palomas del quiosco,

desierto se mira el patio,

¿a dónde se fueron las cabriolas de los niños?

y los pasos firmes de su padre.


Sólo queda,

de aquellos años, un par de ancianos

y el trazo de las palmeras,

el tejado de antaño,

el cercado de piedra

y el eco del piano.


La soledad entra por las ventanas,

rechinan las puertas con pereza;

millar de recuerdos posados en los muebles,

en las grises cortinas,

en el retrato de los Señores

y sus ojos de lejano brillo.


Se dibuja el tiempo en aquella casa

en las paredes mustias

y sus delgadas grietas,

en las altas telarañas,

en la hiedra desbocada.


Aún la sonrisa de los abuelos,

al ver juntos el horizonte,

alistándose para el vuelo

entre retoños y nuevas flores

que pronto los verán partir.

(1995)



J. Álvaro Cálix Rodríguez

Imagen Reflexión Enero 2018

Imagen Reflexión Enero 2018
Lecsek Bujnowsky Fotógrafo polaco surrealista. Haga click imagen

Antes de la ocultación

María Zambrano (escritora española.)

Comencé a cantar entre dientes por obedecer en la oscuridad absoluta que no había hasta entonces conocido, la vieja canción del agua todavía no nacida, confundida con el gemido de la que nace; el gemido de la madre que da a luz una y otra vez para acabar de nacer ella misma, entremezclado con el vagido de lo que nace, la vida parturiente. Me sentí acunada por este lloro que era también canto tan de lejos y en mí, porque nunca nada era mío del todo. ¿No tendría yo dueño tampoco?


La música no tiene dueño, pues los que van a ella no la poseen nunca. Han sido por ella primero poseídos, después iniciados. Yo no sabía que una persona pudiera ser así, al modo de la música, que posee porque penetra mientras se desprende de su fuente, también en una herida. Se abre la música sólo en algunos lugares inesperadamente, cuando errante el alma sola, se siente desfallecer sin dueño. En esta soledad nadie aparece, nadie aparecía cuando me asenté en mi soledad última; el amado sin nombre siquiera. Alguien me había enamorado allá en la noche, en una noche sola, en una única noche hasta el alba. Nunca más apareció. Ya nadie más pudo encontrarme.

Diotima de Mantinea en Hacia un saber sobre el alma, Madrid,
Ed. Alianza, 1989

CUENTO III

CUENTO III
Gatos en la arena un cuento de Alvaro Calix (Haga click en la imagen).

CUENTO IV

CUENTO IV
Cuentos: Un cuento de kipling, La puerta de las cien penas.(Haga click en la imagen).

CUENTO VI

CUENTO VI
El puerto azul cuento por Alvaro Calix. (Haga click en la imagen).

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De regreso

De regreso
Alvaro Calix del libro Plaza de los poetas

Urbi et Orbis

Urbi et Orbis
Ambrogio Lorenzetti, la ciudad junto al mar, c.1335. La ciudad y lo poético, Karel Kocis Fragmento La viuda del gran poeta ruso Ossip Mandelstam, muerto en un campo de concentración, escribió un libro de memorias sobre su marido, en el que los acontecimientos y los hechos giran alrededor de una metáfora sorprendente: el poeta y el soberano luchan por la ciudad; el déspota expulsa al poeta de la ciudad, y éste intenta siempre regresar, hasta que finalmente, tras una serie de conflictos, el poeta es expulsado definitivamente de la ciudad y perece lejos de ella, en esta estepa. Se plantea una pregunta: ¿no nos revela esta metáfora una característica del destino de la ciudad moderna? ¿El destino de la ciudad moderna no es eliminar lo poético? Esta metáfora que caracteriza la ciudad en la época moderna plantea tres cuestiones fundamentales: primera, ¿qué es lo poético, cómo debemos caracterizarlo; lo poético que está a punto de desaparecer de las ciudades modernas o que es desterrado y expulsado de ellas?; segunda, ¿en qué se convertirán las ciudades y cómo cambiarán si lo poético ya no encuentra acomodo en ellas?; tercera, ¿cómo caracterizar al poder y a la fuerza, o incluso al soberano que expulsa lo poético de la ciudad? Lo poético que desaparece de las ciudades modernas abarca tres elementos: lo bello, lo sublime y lo íntimo (…) Karel Kosík, filosofo checo, (1926 – 2003) Fuente: Nexos, 1998, Febrero, Enero 67-73pp.

Traductor

CUENTO

Postal para la ausencia*

J. Alvaro Calix


Sobre las aguas achocolatadas del río, se dilata la espuma que deja el Ferry. Atrás quedan, borrados por las nubes bajas, el rimero de edificios altos y los brotes de nuevas construcciones en medio de grúas, excavadoras y cientos de peones hormigueando sobre los andamios. Los vientos de otoño empiezan a calar. No tengo frío. Desde mi asiento en el interior del buque, a través de la escotilla, veo el río, las últimas siluetas de la ciudad y, por supuesto, el perfil de Diana acodada en la barda de la cubierta, sola, mirando sin mirar la corriente. Pero ya no es mía.


No se mueve, apenas para recogerse el cabello que remolinea con la brisa, apenas para mirar su reloj, un poco menos para intentar concentrarse más de dos líneas en el libro que aprisiona bajo el brazo. ¿Una novela de Sweig?, quizás. Yo también permanezco inmóvil, ni siquiera he reparado en la señora que viaja a mi lado y sorbe un granizado de café. Tengo más de cincuenta años, como quien no quiere la cosa. Al contemplar a Diana ˗sospecho ha de pasarle a muchos˗ me siento el mismo veinteañero que la conoció en el parquecito del barrio. Salvo que tuviera un espejo enfrente, olvido arrugas y también las vastas entradas en las sienes. Soy o me figuro un Adán que transmuta su cuerpo por las décadas, como si nada, inmune al moho de los años y a la merma de los afanes. ¿Y ella?


Deja la pose y se dirige, de seguro, a la cafetería. No deseo comprar nada pero la seguiré para encararla; a lo mejor me reconoce. Acerté, viene a la cafetería, tararea la música de fondo, un estribillo de moda, que juzgo vulgar; pide un emparedado de queso y zumo de mango. Puedo sentir ya su huraño perfume de jazmín. Parece que se ha fijado en mí, pues voltea y me ve; alza la barbilla, nos encontramos y… no existo. Sigue de paso.


Con la tez bronceada, engreída como siempre, Diana, tan remota; pero qué distinto sería si ella viese en mí, como yo lo hago, el brillo de los años sesenta. La novela no es de Sweig, debí suponerlo antes. En su ajustada blusa color piel y la falda blanca de pliegues largos se vuelve hacia la cubierta. En el mismo sitio, se acoda en la baranda; de nuevo ve o imagina la otra orilla, que ya está a mitad de camino.


Regreso a mi asiento. La señora ahora come un emparedado, entre sorbos apurados de gaseosa; ella sí que me mira con inconfundible chispa en las pupilas. Sonrío y le pido permiso para pasar al fondo. Me dejo caer en la butaca y sigo la huella de burbujas del buque y, claro, de reojo, miro a Diana. La señora pregunta si soy norteño, niego con la cabeza; arremete luego para saber a qué me dedico, si el viaje es por asuntos de trabajo. Supongo que no le gustó el tono con el que le dije desempleado. Saca unas agujas, una madeja de lana, y comienza a distraerse con las puntadas de un gorrito o algo así. Me reclino cuanto puedo en el asiento y como un relámpago, el primer beso a Diana, bajo el pórtico de su casa en la calle Zaldívar, justamente el día que yo cumplía 18. Primero y único, pero qué más para atolondrarme un par de años, hasta que las once horas en el almacén acabaron con los retozos.


El río es siempre inescrutable en su anchura, como un océano interior; termina siempre empequeñeciéndonos, tragándonos en su delta, hasta que, como un espejismo, aparece la otra orilla, la de la ciudad modesta y bulliciosa. Diana se yergue cuando avista la ribera, los últimos rayos de sol se derraman sobre su cabello. No se me puede ocurrir otra cosa, coger la cámara, y tras la ventana sacarle una foto así, espléndida, magnética, con desdén hacia todo lo que no forme parte de su ciudad, su mundo, su barrio porteño. Ya no tengo más que hacer durante el recorrido. Me recuesto y cierro los ojos, con la imagen de Diana en el pórtico de su casa. En cinco minutos estaré bajando al muelle, tomaré el autobús y cenaré esta noche la sopa de almejas que prometió el compadre Tano.


La luz del día se va esfumando y se trueca con los primeros destellos de los faroles en el muelle. El agua refleja los mástiles de los botes que salpican el puerto. Me cuelgo la mochila de los hombros y busco la salida; ya he perdido el rastro de Diana. En la puerta de la terminal, ir y venir de gente braceando contra lo que queda del día. Resiento el empellón de un muchacho y luego recojo el peluche que se le cayó a una beba de chongos celestes, se lo entrego a los padres y avanzó hasta una de las puertas, sin volver a ver, sin afanarme con una nueva estampa de Diana. ¿No basta acaso una?

Una mano alzada me saluda, ante mi sorpresa, pues no espero a nadie. Es Braulio, viejo amigo, de esos que las prisas más que las distancias nos van alejando. Noto que anda medio achispado, propio en él los domingos. Abrazo, como se debe, con palmada doble. Pero se distrae, espera algo y enseguida toma por el talle a una mujer joven, dice que es su hija, y tiene edad para serlo; bella, fuera de toda duda, con una blusa color piel y un libro desconocido bajo el brazo.




Fuente: Ariana y la burbuja (2014) http://www.amazon.com/Ariana-y-Burbuja-Spanish-Edition-ebook/dp/B00IL15MTE


MUNDU IMAGINALIS I

Campo impresionista

Después de que el horizonte de paraguas desapareció; el campo, que quedó vacío como una plaza a media noche bajo una luna escondida detrás de una cordillera de nubes, que se va trasformando misteriosamente en una arquitectura de cosas transparentes. Era como ver una de esas calles baldías a las tres de la tarde, a las tres en punto de la tarde de un sórdido domingo, en que uno nunca cree que sean las tres en punto de la tarde hasta que son las cinco de la tarde. Entonces o ve el reloj y descubre que son las cinco de la tarde pero sigue pensando que son las tres de la tarde, aunque sean las cinco de la tarde. Pronto nos percatamos de un ligero movimiento entre la lluvia. Algo se movía entre la lluvia, alguien corría, vimos a alguien correr, era un hombrecito que vestía de negro, dando menudos saltos; y luego grandes zancadas. Detrás de él corría, lo que parecía ser un perro. Y si era un perro porque empezó a ladrar. Entonces, el hombrecito de negro se detenía, parecía tomar aire, y ahí parado taba los brazos horizontalmente a la altura de sus hombros, luego los bajaba, y continuaba corriendo. Todo le hacia con tal parsimonia como si no se hubiese dado cuenta que estaba lloviendo; Y mientras tanto, el perro también se detenía; y al momento que el hombrecito empezaba nuevamente a correr, el perro volvía a perseguirlo siempre endiabladamente ladrando como si persiguiera una sombra inalcanzable. Era solamente un solo perro, que ladraba tanto como si fuese un horizonte de ladridos. Además, no había ningún rió cerca. Pero, quizá en el Mapocho, si había un horizonte de perros ladrando cerca del rió. El acto se repitió varias veces a campo abierto, hasta que antes de llegar al término del campo, el hombrecito de negro vio el reloj de su muñeca y comprobó absolutamente que eran las tres de la tarde, aunque de lejos parecía que fuesen las cinco de la tarde. Entonces, el hombrecito giró bruscamente hacia la fuente, la cual apenas se distinguía entre la borrosa cortina de tono grisáceo que amontonaba el agua del chorro vertical de la fuente y la lluvia que caía a torrentes. A lo lejos el hombre de negro, apenas era una silueta negra, y la fuente sólo era un contorno y una masa difusa de luces y sombras. Entonces, el hombrecito empezó a dar vueltas a la fuente, y tras él, también el perro emprendió su persecución hasta que frente a la fuente, súbitamente, el perro se detuvo, alzó su cabeza, tenso sus patas, erizo su pelo, pausadamente inclino ligeramente su cuerpo hacia delante. Luego, vio fijamente la colosal fuente y empezó a ladrarle al vigoroso chorro de agua que caía en miles de gotas, sobre la superficie plana de la fuente. Entonces, y vaya a saber por qué, cómo y desde dónde alguien se le ocurrió to take a picture, todo quedo fotografiado: la escena del hombrecito, el perro negro tan empapado que parecía blanco aunque fuese definitivamente negro como una noche negra en un día sin color. De ahí para delante fuente circular de piedra y chorro vertical que sube, y aguacero horizontal que se desploma como se desploman los techos en un feroz aguacero. Todo amablemente fotografiado menos, las tres en punto de la tarde en algún reloj de muñeca que marca las tres en punto de la tarde. Aunque pareciese que no son las tres en punto de la tarde sino que en un señorial reloj de pared de una antañona casa con un zaguán morado de violetas, acaban de dar inquebrantablemente las cinco en punto de la tarde, mientras cerca de ahí un horizonte de niños juega a las estatuas de marfil; y calle arriba huye un horizonte de paraguas.

De Alfonsina , cuento experimental.

Mario A.Membreño Cedillo

Música en la plaza

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