La poeta Mayra Oyuela en una foto de Ariel S
Una poesía que desde la intuición y desde la intimidad
resplandeciente de la pérdida dialoga con el mundo nuestro de cada día.
Pocas miradas sobre la ciudad son tan hondas y
memorables como las que nos entrega la poesía de Mayra Oyuela.
Se trata de volver a otra esencia, más real, actual y
sutil; digo sutileza lindando con un universo poético donde el lenguaje se
entreteje con la experiencia plena y surge un diálogo que indaga instantes,
dudas, pérdidas; y quizá sea la pérdida la que cala más fuerte en ese diálogo,
la que orada y señala en el mapa íntimo de la poeta, esas cosas que todos
amamos porque no nos pertenecen: la ciudad, el amor, una estación donde se dijo
adiós, el papel que una vez elevó el viento ante nosotros. Digo sutileza y no
delicadeza, pues lo sutil gusta de agudizar con profundidad las cosas, y la
sutileza de la poesía de Oyuela cumple su misión en la transparencia del poema:
no usa un lenguaje rebuscado, un yo poético que conversa sin esconderse y que
cuando se sustrae nos lleva de la mano, cierta inquietud narrativa y sobre todo
la percepción que hablar de algo es necesario en cuanto que el poema deja ser
espacio del poeta y es espacio de todos, es la voz que permite las voces. Sus
formas poéticas son simples, las construcciones verbales lindan con el coloquio
cotidiano pero se encabalgan en laberintos casi surrealistas; sus poemas son
imágenes puras, rondan el simbolismo y la alegoría y en ello no hay un afán
retórico ni artificioso, sino una base mucho más trascendental y es la
capacidad intuitiva de la poeta para poseer los instantes valiosos de la vida.
Es esa intuición, vital, íntima y resplandeciente que sirve de crisol al poema.
Cuando Oyuela insiste en la ciudad, sus poemas son
sencillamente memorables; pero la ciudad de Oyuela en cierto modo es nuestra y
en cierto modo no lo es: es la ciudad fugaz apenas atesorada en un chispazo, en
un rumor; una especie de máquina del capitalismo que muele la memoria
individual y colectiva, es una ciudad pérdida, alienada, fantasma, aunque en
ella se planifique en este momento el próximo crimen, se limpien los muros de
la protesta, nazca un niño o se borre de los archivos la vergüenza pública del
señor burgués oloroso aún al humo de la traición. Lo otro es que la ciudad de
Oyuela es poética en cuanto a la forma en que sobrevive y no por su existencia,
pues Oyuela no nos da una descripción física de la ciudad, sino una honda
mirada interior, la ciudad de Mayra Oyuela está adentro de ella, adentro de su
más pura voz poética, adentro de las palabras secretas de la ausencia, adentro
de la columna sucia de la esperanza, en los frisos mugrosos y vetustos que
sobreviven en los acantilados del tráfico que bulle en la memoria de la
creadora. Y hay una fuerza en esta poesía: es el testimonio vivo, es la
autentica mirada del habitante. No recurre Oyuela a ser maldita para lograr la
pose ya transitada por muchos en los temas urbanos; pues antes de ser maldita
es poeta, una maldición que en su basamento primario es signo y brújula de los
elegidos: se es maldito por vocación no por adquisición o falsa rebeldía.
La poesía de Mayra Oyuela desborda humanidad; en ella
la furia es una necesidad que redime; la solidaridad es palabra que resguarda
los pasos hacia ese posible encuentro con el otro; el amor es letal, aún así la
poeta lo asume y arriesga sus límites más personales: el deleite y la pena. Una
poética que sugiere instantes, relatos de deseos fosilizados y la lucha por su
condición humana que salta entre las rosas y la carroña.
Su primer libro “Escribiéndole una casa al barco” es
un retablo donde la inocencia sobrevive en el hastío de una ciudad, donde la
poeta señala ese otro decir que está en las palabras; en cierto modo la poesía
interpreta y traduce el lenguaje del ruido, del afán, de la intemperie y de la
desesperanza. En un poema reciente, “Tranviaria”, la ciudad se ha borrado como
paisaje, como objeto de observación: la poeta es la ciudad, la poesía es su voz
y las voces; convertida en tranvía, en línea férrea, en muro, en túnel, en afiche,
en silencio, en dolor, transita las vísceras de Tegucigalpa “…con los puños
cerrados en señal de auxilio y no de defensa /cerrados para llevar en ellos el
resto de aire /que no supo caber en mis pulmones…”.
Pocas voces de la poesía joven hondureña guardo en mi
memoria, entre ellas está la de la poeta Mayra Oyuela. Lo digo de otro modo:
entre ellas está la voz de la ciudad de la poeta Mayra Oyuela.
MAYRA OYUELA, nació en Tegucigalpa en 1982. Ha
publicado los libros de poesía “Escribiéndole una casa al barco” (il miglior
fabbro 2006), “Puertos de arribo” (Casa de poesía, Costa Rica 2009) Sus poesía
aparece en varias antologías nacionales e internacionales en entre las que
destacan “Papel de oficio” (paíspoEsible 2006), “Puertas abiertas” (Fondo de Cultura
Económica, México 2011). Ha participado en festivales de poesía en España y
varios países de América Latina.
POEMAS DE MAYRA OYUELA
TRANVIARIA
Llevo al mundo como pendientes en mis orejas;
rozo con mis pestañas a los desconocidos,
beso manos de transeúntes
(hormigueo en los labios).
Qué alguien me aborde,
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
atrevidos en mí todos los años,
en mí el transcurrir,
en mí la palabra ventrílocua de cada estación,
en mí la espina y el diente que muerde la rosa de lo
oculto.
Mis muertos no son sombras raídas en la luz.
Qué alguien me aborde,
sé cuál es el principio y el final de este cuento.
Qué alguien suba y se detenga en mí;
mis ojos son túneles que dan a cualquier lugar,
mis manos paredes para reposar en lo oscuro,
mis brazos sillones para que vengan a hacer el amor.
Roto ya todo lo íntimo en mí,
he de saberte andar, mundo,
con los puños cerrados en señal de auxilio y no de
defensa
cerrados para llevar en ellos el resto de aire
que no supo caber en mis pulmones.
En la imperfección esta lo bello.
No necesito ser el poeta sino el poema,
la belleza está por encima de la lógica de cualquier
poeta.
Necesito andarte despacio, camino,
no me detengo en el asombro de saber llegar, mundo:
en tus barrios, tatuadas están las paredes de calcárea
sumisión,
en tus barrios fue donde aprendí a defender el
descenso.
Soy el metro que esta ciudad jamás conoció;
en mí las volantes con fotos de desaparecidos,
en mí túmulos de palabras que alguien no supo barrer
bajo la alfombra,
en mí el transcurrir.
Que nadie venga a preguntar por qué no te describo,
esperanza,
yo hablo de esa otra belleza que no está en lo bello.
Abórdenme predicadores de la tarde,
zanates, pirueteros, estudiantes: no olviden el punzón
y escriban en la oquedad de mis vagones
teléfonos para citas de amor,
DJ, bartenders y todos con título de extranjerismo en
su profesión,
suban carniceros del San Isidro, conserjes y putas,
albañiles vengan a devolver la sonrisa
a las princesas de los domingos.
Mujeres: describan con su carmín la caricia que no les
tocó,
suban, fresitas de las High School, madres solteras,
suicidas,
docentes, vengan a traficar perfumes traídos del Canal
de Panamá.
Vengan a abordarme; en mí el transcurrir, todos los
años,
el suspenso del que anda a tu lado, a pesar de su
humanidad.
Sé quién soy,
basta una palmada en el hombro
y retorno a mis pies nauseabundos de sueños,
basta una palmada en el hombro
y retorno a mí,
al anonimato,
a la flatulencia, a la humana que soy.
¡Abórdenme!
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
vengan y calcen mis pies
ya que nunca podrán calzar mis zapatos.
SAL
La sal fue la bebida de tu infierno,
indefensas a la hora del bullicio
tus mejillas no eran rosas por el rubor,
ni por la bofetada que palpó levemente tu ironía.
Vos Desnuda al crepúsculo
ahogada en la sed del reptil que llevas atado a tu
pie.
Haciendo de tripas sangre,
de vísceras olfato,
de carne olvido.
Nadie encontrará tus pasos bajo la argamasa.
Soltá el arma, encendé la vela,
la cuidad es una bestia que tirita de frío en tu
ombligo.
Ya no hay más que esperar
no hay llantos de niños que se raspan las rodillas,
esos niños saltaron la orilla de tu cama y ahora son
hombres.
Que los recuerdos no retocen como perros afeitados
lamiendo la piel que se mezcla con el polvo
de una habitación ajena
con hedor a cerveza,
a caricia que sabe a jabón de hotel,
a manos que atraviesan pubis
de esa otra, que despertó al lado de su abismo
socavando en su cuerpo la sabia mordaz de otra fosa.
Lejana es la piel de ese hombre
con el que despierta en silencio y muerta de
cansancio.
Que sean otras las que cobardemente acepten el reclamo
de un -hasta que la muerte los separe-
no tengas miedo
que hasta la más bella guarda en su memoria
una mañana insegura en los brazos del hombre
equivocado.
AHORA
Ahora que todo es invierno
ahora que la melancolía corroe la escalera de lo
incierto
ahora que fracasamos en lo íntimo
y el café fue ceniza fría
que llevaron en sus pies los astronautas.
Un almendro frondoso es mi memoria
anidada en él está toda la luz que nos habita.
Mi cuerpo aún es arena invicta
y sobre él
no existen barloventos
que disuelvan tus pasos.
Acá no existe el milagro del retorno
acá sólo la humedad de un tronco encallado
acá sólo el salitre pegado a las persianas
acá la brisa que lava tiernamente la barca que aprieta
mis pulmones
acá todas las noches
un beso húmedo de laberintos
me cierra los párpados.
BALLENA DE SAL
Una ballena de sal
apareció muerta
en la Plaza Central de Tegucigalpa.
Nadie sabe nada;
la expectativa a puerta cerrada
y el miedo como una piedra torcida en la mano
se abalanza sobre el crepitar de los pasos.
Rifles despuntando esperanzas,
palabras cuánticas midiendo injusticias.
Se ha levantado un triangulo de humo
sobre la plaza y perfora a cuadros
el grito glacial de la multitud.
Una sustancia violenta ronda las esquinas,
hombres verduzcos con bombas tragapalabras
llenan alforjas de desesperación,
cuento común para empezar el día.
Sólo seis heridos pronosticó el diario.
Nadie vio nada, nadie sabe nada,
y la ballena de sal vuelta piedra,
por la impotencia de rostros
que siempre serán ajenos.
ESCRIBIÉNDOLE UNA CASA AL BARCO
Esta casa vuela,
su altura conjura un papalote
que se distorsiona a la distancia.
Esta casa es un mar
y un barco también,
donde crispados, salimos
a contemplar
los delfines más blancos de la locura.
Esta casa tiene un color, un nombre,
su capitán Morgan lanza de sus anzuelos
aurelianos peces,
espectros que devoramos
en lo profundo de los desvelos.
Esta casa barco se desliza
por las olas de una Tegucigalpa oscura
mientras humanos veleros,
navegan lento
dentro de botellas.
La poeta Mayra Oyuela en una foto de Ariel S
Una poesía que desde la intuición y desde la intimidad
resplandeciente de la pérdida dialoga con el mundo nuestro de cada día.
Pocas miradas sobre la ciudad son tan hondas y
memorables como las que nos entrega la poesía de Mayra Oyuela.
Se trata de volver a otra esencia, más real, actual y
sutil; digo sutileza lindando con un universo poético donde el lenguaje se
entreteje con la experiencia plena y surge un diálogo que indaga instantes,
dudas, pérdidas; y quizá sea la pérdida la que cala más fuerte en ese diálogo,
la que orada y señala en el mapa íntimo de la poeta, esas cosas que todos
amamos porque no nos pertenecen: la ciudad, el amor, una estación donde se dijo
adiós, el papel que una vez elevó el viento ante nosotros. Digo sutileza y no
delicadeza, pues lo sutil gusta de agudizar con profundidad las cosas, y la
sutileza de la poesía de Oyuela cumple su misión en la transparencia del poema:
no usa un lenguaje rebuscado, un yo poético que conversa sin esconderse y que
cuando se sustrae nos lleva de la mano, cierta inquietud narrativa y sobre todo
la percepción que hablar de algo es necesario en cuanto que el poema deja ser
espacio del poeta y es espacio de todos, es la voz que permite las voces. Sus
formas poéticas son simples, las construcciones verbales lindan con el coloquio
cotidiano pero se encabalgan en laberintos casi surrealistas; sus poemas son
imágenes puras, rondan el simbolismo y la alegoría y en ello no hay un afán
retórico ni artificioso, sino una base mucho más trascendental y es la
capacidad intuitiva de la poeta para poseer los instantes valiosos de la vida.
Es esa intuición, vital, íntima y resplandeciente que sirve de crisol al poema.
Cuando Oyuela insiste en la ciudad, sus poemas son
sencillamente memorables; pero la ciudad de Oyuela en cierto modo es nuestra y
en cierto modo no lo es: es la ciudad fugaz apenas atesorada en un chispazo, en
un rumor; una especie de máquina del capitalismo que muele la memoria
individual y colectiva, es una ciudad pérdida, alienada, fantasma, aunque en
ella se planifique en este momento el próximo crimen, se limpien los muros de
la protesta, nazca un niño o se borre de los archivos la vergüenza pública del
señor burgués oloroso aún al humo de la traición. Lo otro es que la ciudad de
Oyuela es poética en cuanto a la forma en que sobrevive y no por su existencia,
pues Oyuela no nos da una descripción física de la ciudad, sino una honda
mirada interior, la ciudad de Mayra Oyuela está adentro de ella, adentro de su
más pura voz poética, adentro de las palabras secretas de la ausencia, adentro
de la columna sucia de la esperanza, en los frisos mugrosos y vetustos que
sobreviven en los acantilados del tráfico que bulle en la memoria de la
creadora. Y hay una fuerza en esta poesía: es el testimonio vivo, es la
autentica mirada del habitante. No recurre Oyuela a ser maldita para lograr la
pose ya transitada por muchos en los temas urbanos; pues antes de ser maldita
es poeta, una maldición que en su basamento primario es signo y brújula de los
elegidos: se es maldito por vocación no por adquisición o falsa rebeldía.
La poesía de Mayra Oyuela desborda humanidad; en ella
la furia es una necesidad que redime; la solidaridad es palabra que resguarda
los pasos hacia ese posible encuentro con el otro; el amor es letal, aún así la
poeta lo asume y arriesga sus límites más personales: el deleite y la pena. Una
poética que sugiere instantes, relatos de deseos fosilizados y la lucha por su
condición humana que salta entre las rosas y la carroña.
Su primer libro “Escribiéndole una casa al barco” es
un retablo donde la inocencia sobrevive en el hastío de una ciudad, donde la
poeta señala ese otro decir que está en las palabras; en cierto modo la poesía
interpreta y traduce el lenguaje del ruido, del afán, de la intemperie y de la
desesperanza. En un poema reciente, “Tranviaria”, la ciudad se ha borrado como
paisaje, como objeto de observación: la poeta es la ciudad, la poesía es su voz
y las voces; convertida en tranvía, en línea férrea, en muro, en túnel, en afiche,
en silencio, en dolor, transita las vísceras de Tegucigalpa “…con los puños
cerrados en señal de auxilio y no de defensa /cerrados para llevar en ellos el
resto de aire /que no supo caber en mis pulmones…”.
Pocas voces de la poesía joven hondureña guardo en mi
memoria, entre ellas está la de la poeta Mayra Oyuela. Lo digo de otro modo:
entre ellas está la voz de la ciudad de la poeta Mayra Oyuela.
MAYRA OYUELA, nació en Tegucigalpa en 1982. Ha
publicado los libros de poesía “Escribiéndole una casa al barco” (il miglior
fabbro 2006), “Puertos de arribo” (Casa de poesía, Costa Rica 2009) Sus poesía
aparece en varias antologías nacionales e internacionales en entre las que
destacan “Papel de oficio” (paíspoEsible 2006), “Puertas abiertas” (Fondo de Cultura
Económica, México 2011). Ha participado en festivales de poesía en España y
varios países de América Latina.
POEMAS DE MAYRA OYUELA
TRANVIARIA
Llevo al mundo como pendientes en mis orejas;
rozo con mis pestañas a los desconocidos,
beso manos de transeúntes
(hormigueo en los labios).
Qué alguien me aborde,
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
atrevidos en mí todos los años,
en mí el transcurrir,
en mí la palabra ventrílocua de cada estación,
en mí la espina y el diente que muerde la rosa de lo
oculto.
Mis muertos no son sombras raídas en la luz.
Qué alguien me aborde,
sé cuál es el principio y el final de este cuento.
Qué alguien suba y se detenga en mí;
mis ojos son túneles que dan a cualquier lugar,
mis manos paredes para reposar en lo oscuro,
mis brazos sillones para que vengan a hacer el amor.
Roto ya todo lo íntimo en mí,
he de saberte andar, mundo,
con los puños cerrados en señal de auxilio y no de
defensa
cerrados para llevar en ellos el resto de aire
que no supo caber en mis pulmones.
En la imperfección esta lo bello.
No necesito ser el poeta sino el poema,
la belleza está por encima de la lógica de cualquier
poeta.
Necesito andarte despacio, camino,
no me detengo en el asombro de saber llegar, mundo:
en tus barrios, tatuadas están las paredes de calcárea
sumisión,
en tus barrios fue donde aprendí a defender el
descenso.
Soy el metro que esta ciudad jamás conoció;
en mí las volantes con fotos de desaparecidos,
en mí túmulos de palabras que alguien no supo barrer
bajo la alfombra,
en mí el transcurrir.
Que nadie venga a preguntar por qué no te describo,
esperanza,
yo hablo de esa otra belleza que no está en lo bello.
Abórdenme predicadores de la tarde,
zanates, pirueteros, estudiantes: no olviden el punzón
y escriban en la oquedad de mis vagones
teléfonos para citas de amor,
DJ, bartenders y todos con título de extranjerismo en
su profesión,
suban carniceros del San Isidro, conserjes y putas,
albañiles vengan a devolver la sonrisa
a las princesas de los domingos.
Mujeres: describan con su carmín la caricia que no les
tocó,
suban, fresitas de las High School, madres solteras,
suicidas,
docentes, vengan a traficar perfumes traídos del Canal
de Panamá.
Vengan a abordarme; en mí el transcurrir, todos los
años,
el suspenso del que anda a tu lado, a pesar de su
humanidad.
Sé quién soy,
basta una palmada en el hombro
y retorno a mis pies nauseabundos de sueños,
basta una palmada en el hombro
y retorno a mí,
al anonimato,
a la flatulencia, a la humana que soy.
¡Abórdenme!
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
vengan y calcen mis pies
ya que nunca podrán calzar mis zapatos.
SAL
La sal fue la bebida de tu infierno,
indefensas a la hora del bullicio
tus mejillas no eran rosas por el rubor,
ni por la bofetada que palpó levemente tu ironía.
Vos Desnuda al crepúsculo
ahogada en la sed del reptil que llevas atado a tu
pie.
Haciendo de tripas sangre,
de vísceras olfato,
de carne olvido.
Nadie encontrará tus pasos bajo la argamasa.
Soltá el arma, encendé la vela,
la cuidad es una bestia que tirita de frío en tu
ombligo.
Ya no hay más que esperar
no hay llantos de niños que se raspan las rodillas,
esos niños saltaron la orilla de tu cama y ahora son
hombres.
Que los recuerdos no retocen como perros afeitados
lamiendo la piel que se mezcla con el polvo
de una habitación ajena
con hedor a cerveza,
a caricia que sabe a jabón de hotel,
a manos que atraviesan pubis
de esa otra, que despertó al lado de su abismo
socavando en su cuerpo la sabia mordaz de otra fosa.
Lejana es la piel de ese hombre
con el que despierta en silencio y muerta de
cansancio.
Que sean otras las que cobardemente acepten el reclamo
de un -hasta que la muerte los separe-
no tengas miedo
que hasta la más bella guarda en su memoria
una mañana insegura en los brazos del hombre
equivocado.
AHORA
Ahora que todo es invierno
ahora que la melancolía corroe la escalera de lo
incierto
ahora que fracasamos en lo íntimo
y el café fue ceniza fría
que llevaron en sus pies los astronautas.
Un almendro frondoso es mi memoria
anidada en él está toda la luz que nos habita.
Mi cuerpo aún es arena invicta
y sobre él
no existen barloventos
que disuelvan tus pasos.
Acá no existe el milagro del retorno
acá sólo la humedad de un tronco encallado
acá sólo el salitre pegado a las persianas
acá la brisa que lava tiernamente la barca que aprieta
mis pulmones
acá todas las noches
un beso húmedo de laberintos
me cierra los párpados.
BALLENA DE SAL
Una ballena de sal
apareció muerta
en la Plaza Central de Tegucigalpa.
Nadie sabe nada;
la expectativa a puerta cerrada
y el miedo como una piedra torcida en la mano
se abalanza sobre el crepitar de los pasos.
Rifles despuntando esperanzas,
palabras cuánticas midiendo injusticias.
Se ha levantado un triangulo de humo
sobre la plaza y perfora a cuadros
el grito glacial de la multitud.
Una sustancia violenta ronda las esquinas,
hombres verduzcos con bombas tragapalabras
llenan alforjas de desesperación,
cuento común para empezar el día.
Sólo seis heridos pronosticó el diario.
Nadie vio nada, nadie sabe nada,
y la ballena de sal vuelta piedra,
por la impotencia de rostros
que siempre serán ajenos.
ESCRIBIÉNDOLE UNA CASA AL BARCO
Esta casa vuela,
su altura conjura un papalote
que se distorsiona a la distancia.
Esta casa es un mar
y un barco también,
donde crispados, salimos
a contemplar
los delfines más blancos de la locura.
Esta casa tiene un color, un nombre,
su capitán Morgan lanza de sus anzuelos
aurelianos peces,
espectros que devoramos
en lo profundo de los desvelos.
Esta casa barco se desliza
por las olas de una Tegucigalpa oscura
mientras humanos veleros,
navegan lento
dentro de botellas.