Plaza de las palabras en su sección dedicada al ensayo, Página 10, presenta un
ensayo de la escritora hondureña REBECA ETHEL
BECERRA LANZA (1), sobre la obra
del escritor polaco JERZY ANDRZEJEWSKI,
Las puertas del paraíso (1959), obra
centrada en narrar el viaje de miles de niños en tiempo de las cruzadas, cuyo finalidad
era llegar a Jerusalén y liberar el Santo Sepulcro de los infieles. Ésta obra también tiene otra versión La cruzada de los niños (1896) del
escritor francés Marcel Schwob. Pero
la obra de ANDRZEJEWSKIES,
es más contemporánea.
Afirma la autora:
“Un gran
aporte de los autores del siglo XX a la narrativa universal fue el hecho de
crear y concretar a través de sus obras modernas formas narrativas. La obra de
Andrzejewski se encuentra inmersa dentro de estas grandes obras innovadoras y
perdurables a través del tiempo”.
Además de la calidad de la obra de Andrzejewskies, el ensayo permite aproximar y cotejar parcelas de la versión de Schwob, y desprender un análisis
comparativo de este episodio histórico, convertido en fina literatura. En que a
partir de una leyenda oral, aproxima lo
histórico y lo ficcional. El ensayo de REBECA BECERRA, introduce con maestría, al lector en una aventura suspendida en los
sueños y en el tiempo. Viaje
iniciático por una geografía humana hostil, flanqueados, por los peligros del hambre, la
guerra y los filtros del poder. Peregrinaje solo guiado
por el candor infantil de una marcha impulsada
por la fe, que al final es insuficiente e inconclusa. Pero que en las voces libertarias de los niños
y de otros personajes, narran una historia irredenta entre los excesos de la fe,
la fragilidad de la condición humana, y
las trampas de la razón. Relatos hilvanados desde sus recuerdos infantiles y sus lacerantes confesiones,
por medio de la simultaneidad de los monólogos. Aún hoy, resuenan como una
plegaria entre la expiación y la salvación: voces vivas y proféticas.
Las Puertas de El Paraíso de Jerzy Andrzejewski
REBECA BECERRA
Dos son los
autores que han llevado a la literatura la leyenda sobre la expedición de cruzadas infantiles del año de
1212, Marcel Schwob (Chaville,
1867-París, 1905) con su libro La cruzada de los niños (1896),
el cual “constituye una joya de la literatura universal. Mediante una polifonía
de voces (ocho monólogos) se describirá la aciaga suerte de dos columnas de
niños que, alentados por las fogosas prédicas de monjes goliardos, partieron en
el siglo XIII de Flandes, el norte de Alemania y Francia hacia Jerusalén para
liberar el Santo Sepulcro. Su fe e inocencia eran sus únicas armas. Una de las
columnas zarparía desde Génova, perdiéndose los barcos en una tempestad. La
otra saldría de Marsella para arribar a Alejandría, donde los niños serán
asesinados, vendidos como esclavos o destinados a harenes y burdeles. Esta
disposición narrativa —una suerte de anticipo de las técnicas de la denominada
historia oral— tenía su antecedente en el poema narrativo The Ring and the
Book (1868) de Robert Browning”[1].
Según Borges en el prólogo a La Cruzada de los Niños de
Schwob, éste “aplicó a la tarea el método analítico de Robert
Browning, cuyo largo poema narrativo nos revela a través de doce monólogos la
intrincada historia de un crimen, desde el punto de vista del asesino, de su
víctima, de los testigos, del abogado defensor, del fiscal, del juez, del mismo
Robert Browning”[2].
“La primera traducción al castellano de La cruzada de los niños —utilizada
en la edición de Tusquets de 1971— fue efectuada en 1917 por Rafael Cabrera,
miembro del célebre grupo mexicano de los Contemporáneos. Igualmente, Jorge
Luís Borges prologará la edición argentina de 1949, reconociendo su deuda
literaria con Schwob”[3].
Otro es el autor polaco Jerzy Andrzejewski con su libro Las Puertas de
El Paraíso.
Las cruzadas
dieron comienzo en 1095 y eran expediciones militares realizadas por cristianos
de Europa occidental y por petición del Papa Urbano II, cuyo objetivo era
liberar a Jerusalén y el Santo Sepulcro, además de otros lugares santos que se
encontraban en manos de los musulmanes. Pero también fueron motivadas por los
intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia
y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente.
Se llevaron a cabo cuatro cruzadas desde el 12 de noviembre de 1095 hasta 1119
cuando se efectuó la cuarta, aunque los historiadores no se ponen de acuerdo
respecto a su finalización, y han propuesto fechas que van desde 1270 hasta
incluso 1798.
Entre las
cruzadas infantiles se mencionan: La expedición de cruzados infantiles de Borgoña y la
cruzada infantil de Alemania. Se cree que quienes incitaron a los niños a las
cruzadas fueron frailes capuchinos para que continuasen la obra que, había
caído en la desconfianza hacia los cruzados mayores y que solamente un espíritu
sano y limpio podría llevar a cabo tal empresa divina: los niños.
Los niños
“creían poder atravesar a pie enjuto los mares. ¿No los autorizaban y protegían
las palabras del Evangelio Dejad que los niños vengan a mí, y no los
impidáis (Lucas 18:16); no había declarado el Señor que basta la fe
para mover una montaña (Mateo 17:20)? Esperanzados, ignorantes, felices, se
encaminaron a los puertos del Sur. El previsto milagro no aconteció. Dios
permitió que la columna francesa fuera secuestrada por traficantes de esclavos
y vendida en Egipto; la alemana se perdió y desapareció, devorada por una
bárbara geografía y (se conjetura) por pestilencias”[4].
Las historias de Schwob
y principalmente Andrzejewski están basadas en las cruzadas que se emprendieron
en los territorios de Francia. La de Andrzejewski es una versión más
contemporánea sobre esta ingenua leyenda. Las Puertas de El Paraíso fue
publicada en 1959, y significó un desafío en su momento ya que rechazaba por
completo la estética oficial de Polonia.
Las
Puertas de El Paraíso se aleja completamente
del estilo simbolista y teosófico de Marcel Schwob, Andrzejewski “logró crear
con ese antiguo tema un monólogo de extrema tensión lingüística cuyo núcleo es
aún más insondable que el del relato de Schwob”[5]
La única
traducción al español de esta maravillosa novela fue realizada por Sergio
Pitol, escritor mexicano, que vivió y conoció a Andrzejewski en su país natal
Polonia, durante los años de 1963 a 1966. Para Pitol la novela se
compone de dos frases únicas, la primera que consta de ciento cincuenta páginas
y la segunda que consta de cinco palabras. En la primera se entretejen las
confesiones de los cinco adolescentes de Cloyes; es una parte tormentosa y
oscura, un rosario de confesiones complejas que van asombrando al lector a
medida que avanza en ese picado mar de palabras. Y la segunda es una sola frase
que cierra la novela con la esperanza y la desesperanza de llegar a las puertas
de Jerusalén “Y caminaron toda la noche”[6].
Un gran aporte
de los autores del siglo XX a la narrativa universal fue el hecho de crear y
concretar a través de sus obras modernas formas narrativas. La obra de
Andrzejewski se encuentra inmersa dentro de estas grandes obras innovadoras y
perdurables a través del tiempo. “Su hálito poético ha resistido perfectamente
al tiempo, y su sentido, a pesar de lo explícitas que parecen las confesiones,
parecen ahora aún más enigmáticas”[7].
Esa primera
parte a la que se refiere Sergio Pitol, se entreteje a través de un ejercicio
reiterativo, es común la repetición del objetivo que se persigue con la cruzada
como una obsesión, liberar a Jerusalén de los turcos infieles, atravesar sus
muros y rescatar al Santo Sepulcro; además de la repetición de otros párrafos u
oraciones claves dentro de la novela. Este carácter de elementos
reiterativos, sumado a otros como las palabras iniciales que introducen los
monólogos o las voces de los personajes: dijo, pensó.... nos
remiten a las características de la literatura de carácter oral. Y es que esta
leyenda ha sido transmitida a través de este vehículo.
Hay dos caras
dentro de esta historia primera, parecieran dos objetivos completamente
diferentes; el centro de la novela se mueve de un lado a otro sin encontrar
valga la redundancia su propio centro: Uno es la procesión hacia los muros de
Jerusalén y otro son las historias amorosas que cada uno de los adolescentes
van expulsando de sus cuerpos como demonios para que el Padre los absuelva y
poder continuar en la cruzada. Esta primera parte está presentada como un
rosario de palabras donde Andrzejewski no hace concesiones al lector debido a
que no hay pausas mayores, me refiero a puntos. Solamente hay pausas pequeñas o
comas, esta intención estructural también pareciera ser el móvil de la novela;
entonces encontramos tres centros que buscan su centro y no logramos al final
de la lectura definirlo. Las pausas cortas a través de comas marcan un ritmo y
atrapan al lector al que solamente le queda continuar leyendo la historia hasta
que se acabe la novela y encontrar ese punto y aparte tan deseado.
Andrzejewski crea a través de su técnica una tensión lingüística extraordinaria
que escruta nuestros limitados conocimientos técnicos narrativos.
La fábula trata
de cuatro adolescentes de la aldea de Cloyes que marchan hacia los muros de
Jerusalén a liberar al Santo Sepulcro de los turcos infieles, después de que
uno de ellos Santiago, el hallado, mejor conocido por sus dotes naturales como
Santiago, el bello, tiene una visión en su cabaña donde vive solitario debido a
su orfandad. Todos son adolescentes entre 14 y 16 años. Los otros son Maud, la
hija del herrero, Roberto el hijo del molinero, Blanca la hija del carpintero y
Santiago, que es pastor. Los acompañan Alesio Melisseno, griego de Bizancio,
Conde de Chartres y de Bliois. Es importante destacar que los niños de la
leyenda de las cruzadas eran menores de 12 años, por lo tanto criaturas
inocentes lanzados a una empresa sumamente descabellada. Andrzejewski hace su
propia versión en esta novela que aunque nos remita a un hecho posiblemente
real nos interna también en la ficción. El verdadero pastor que tuvo la visión
o la revelación fue de nombre Esteban quien abandonó el rebaño, corrió al lugar
y reunió a todos los niños. Pero no solamente los niños le escucharon, sino
también los mayores. En Las Puertas de El Paraíso, Santiago
baja a la plaza del pueblo donde suspende una fiesta, el casamiento de la
hermana de Maud, y anuncia:
“Dios
todopoderoso me ha revelado que frente a la insensible ceguera de los reyes,
príncipes y caballeros es necesario que los niños cristianos hagan gracia y
caridad a la cuidad de Jerusalén en manos de los turcos infieles, porque por
encima de todas las potencias de la tierra y el mar sólo la fe ferviente y la
inocencia de los niños puede realizar la más grandes empresas, tener piedad
de la Tierra Santa y del Sepulcro solitario de Jesús...”
En esta historia
los mayores no están de acuerdo por lo que no se les unen a la cruzada como se
supone que sucedió en realidad. Solamente marcha con ellos a la cabeza un
fraile menor quien en un sueño se le reveló que dicha empresa iba a ser un
fracaso; en el sueño escucha una voz que le muestra los muros de Jerusalén que
no son más que un desierto inanimado y calcinado por el sol. En el sueño se le
aparecen dos jóvenes que avanzan solos a través de este desierto, uno de ellos
muere, el otro continua la marcha; en el sueño el padre descubre que ese joven
es Santiago, el hallado; el fraile comprende que todos los demás han muerto en
la travesía, por lo que decide a través de la confesión saber el origen de todo
lo que está sucediendo para comprender el significado y por qué el Señor no lo
tomó en cuenta para emprender tal empresa, realiza una confesión general,
ausculta el espíritu de los adolescentes para saber si en alguna de ellas se
esconde un grave pecado y absolverlo.
“Schwob en La
Cruzada de los Niños presenta de modo sucesivo los monólogos
infantiles, y los de algunos personajes que participaron, aunque sea
casualmente en aquella empresa inaudita. Andrzejewski, por el contrario,
intenta la simultaneidad”[8].
Esta simultaneidad nos permite conocer los pensamientos y acciones ocultas de
los cuatro adolescentes, dicha simultaneidad se lleva a cabo a través del
ejercicio de la confesión; sin embargo dentro de ésta se van dar paralelamente
otras confesiones como la autoconfesión del fraile menor, y aun más intrincado
dentro de las confesiones de los personajes de los cuatro jóvenes se van a
confesar otros personajes por boca de los primeros, como la del padre adoptivo
de Alesio Melisseno, el Conde Ludovico de Vendome, quien se confiesa a través
de su hijastro y posteriormente a través de Santiago, el bello.
Pero qué es lo
que encierran esas confesiones: pues que el móvil de la cruzada son las
pasiones ocultas, el deseo del cuerpo y no la fe, una cuestión de moral. Cada
una de las confesiones pasa a formar parte de la anterior, es decir se van
entrelazando de una manera que una esclarece o amplía la otra. A medida que
avanzan el escritor va dando nuevos elementos que poco a poco se van integrando
en un todo complejo. Es una fábula fragmentada pero donde al mismo tiempo se
integran el punto de vista del narrador y las voces de los personajes.
El tercer día de
las confesiones ha llegado y toca confesar a los cuatro jóvenes: Maud, Blanca,
Roberto y Santiago. El fraile percibe grandes pecados detrás de la empresa pero
“su larga vida de confesor le ha enseñado que de los sufrimientos, de los
infortunios y de la perdición pueden nacer también el deseo de la fe, y que las
mismas fuentes envenenadas son capaces de generar un milagro. Y ese milagro no
puede ser sino el rescate del Sepulcro de Cristo. Él estará presente en el
momento supremo. Siente que su muerte está próxima, pero esa muerte alcanzará
una grandeza que su vida jamás ha conocido”[9].
Está dispuesto a absolverlos a todos, pero a medida que avanzan las confesiones
su espíritu entra en una disputa moral que lo hace reflexionar sobre la fe y
razón. Para Pitol esta “contienda moral constituye la más sólida columna
de la novela; sin esta reflexión ética la novela sería de cualquier manera
asombrosa, pero correría el riesgo de que la aquejara una situación decorativa
y arqueológica”[10].
Son confesados
desde los pecados más simples hasta los más complejos moralmente como la
relación sexual del Conde Ludovico con su hijastro Alesio Melisseno. A través
de las confesiones nos vamos dando cuenta de la vida de cada personaje y como
se entrelazan unas vidas con otras. “El final es terrible, el último
confesante, Santiago de Cloyes, el iluminado por la gracia de Dios, no puede
ser absuelto. Lo que el niño cree ser una iluminación no lo es. El confesor
comprende que debe detener esa marcha de la locura, de la inocencia, de las
pasiones y la mentira”[11].
Comprende que su sueño solamente fue una premonición y no una señal que lo
llevaría ser testigo de una gloriosa empresa. En el fraile simboliza la razón,
pero esa razón será aplastada por lo onírico, la pasión, el deseo y lo
irracional de la adolescencia que marchará sobre su cuerpo que ha sido
derribado por el brazo de una enorme cruz.
Finalmente
aunque el texto no lo anuncie, se vislumbra un final funesto como supuestamente
sucedió en la realidad. “Y caminaron toda la noche” nos
dice la segunda parte de esta novela, frase única y avasalladora que nos
muestra la pérdida total en las tinieblas humanas de estas almas adolescentes, quienes
engañadas marcharon hacia las puertas de un paraíso ilusorio.
[2] Prólogo de Jorge Luis Borges a la versión en
español de Las Cruzadas de los Niños de Marcel Schwob. Buenos Aires, Argentina.
1949
[4] Prólogo de Jorge Luis Borges Op.Cit
[5] Pitol, Sergio. Prólogo. Las Puertas del Paraíso.
2da. Ed. Veracruz, México. 1996. P. 22
[6] Andrzejewski, Jerzy. Las Puertas del Paraíso.
2da. Ed. Veracruz, México. 1996. P. 144.
[7] Pitol,
Sergio. Op.Cit. P. 24
[8] Pitol,
Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 25
[9] Pitol,
Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 27
[10] Pitol,
Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 28
[11] Pitol,
Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 29
1. Rebeca Becerra, (1970), escritora hondureña, poeta, ensayista, narradora, graduada en
letras con especialidad en literatura de la Universidad Nacional Autónoma de
Honduras (UNAH). También ha incursionado en la investigación oral de las culturas
indígenas y en la cuentistica. Ha publicado varios libros de poesía: Sobre
las mismas piedras (2004), Las palabras del aire (2006), Persuasión de las cosas (2017), Camila (2017)
En el año de 1992 recibió el Premio Único de
Poesía Centroamericana “Hugo Lindo” en la ciudad de San Salvador, El Salvador.
Su obra aparece en múltiples antologías de Estados Unidos, México, Nicaragua,
El Salvador y Costa Rica. Dirigió la Revista Ixbalam, de estudios culturales y
literatura, y también dirigió la Dirección General del Libro, Secretaria de
Cultura, Artes y Deportes (SCAD, Honduras)
Ha
sido incluida en varias antologías: Antología Hondureña de Poesía Escrita por
Mujeres “Honduras Mujer y Poesía”, Poetry by Contemporary Honduras Women, “LA
HORA SIGUIENTE: poesía emergente de Honduras” (1988-2004), Memoria/Antología
Jornadas para las Mujeres. Memoria/Antología del I Festival de Poesía de
Granada, Nicaragua. “Literatura Hondureña”. Helen Umaña. Sus trabajos
literarios (poesía, cuento y ensayo) han sido publicados en revistas nacionales
y extranjeras.
Enlace
Blog MI VOZ, MI PALABRA
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Créditos de las ilustraciónes
Las
puertas del paraíso, (1425-1452), Baptisterio de Catedral de Santa María del
Fiore Florencia, de Lorenzo Ghiberti, escultor renacentista
italiano
La cruzada de los niños, grabado de, Paul Gustave Doré (1832- 883), pintor, ilustrador y grabador francés.