Lenguaje y escritura




Kurt Vonnegut (1922-2007) es uno de los escritores norteamericanos más importantes del siglo XX. Su novela más conocida, al menos por mí, es Matadero 5. Vonnegut era un enamorado de la ciencia ficción y, sobre todo, de encontrar el humor en todo como forma de evasión a su escepticismo absoluto.
Fuente:You tube http://youtu.be/nmVcIhnvSx8

En este vídeo Vonnegut relata con su propia voz sus 8 consejos para escribir una buena historia corta. Son, a mi parecer, muy acertados y totalmente aplicables al storytelling publicitario. ¿Por qué? Porque las narraciones publicitarias son, la gran mayoría de las veces, cortas. Y porque a menudo se olvidan criterios básicos como la sencillez o el respeto por la audiencia. Ahí van los 8 consejos, espero que os sirvan tanto como a mí:

1. Utiliza el tiempo de un desconocido total de forma que él o ella no sienta que ha perdido el tiempo.
2. Dale al lector al menos un personaje al que pueda apoyar emocionalmente.
3. Todos los personajes deberían querer algo, aunque solo sea un vaso de agua.
4. Todas las frases deben hacer una de estas dos cosas — desvelar al personaje o avanzar en la acción.
5. Empieza tan cerca del final como sea posible.
6. Sé sádico. Da igual cuán dulces e inocentes sean tus personajes principales, haz que les ocurran cosas terribles para que el lector pueda ver de qué están hechos.
7. Escribe para satisfacer solo a una persona. Si abres una ventana y haces el amor al mundo, por así decirlo, tu historia cogerá neumonía.
8. Dales a tus lectores tanta información como sea posible tan pronto como sea posible. A la mierda con el suspense. Los lectores deberían tener tal comprensión de qué es lo que está ocurriendo, dónde y cómo, que deberían de ser capaces de terminar la historia por ellos mismos si las cucarachas se comieran las últimas páginas.
Kurt Vonnegut
Otros valiosos consejos sobre narración recogidos en Brain Pickings que te pueden interesar:  los 6 consejos sobre escritura de John Steinbeck, los 10 mandamientos de la escritura de Henry Miller, las 30 creencias y técnicas para la prosa y la vida de Jack Kerouac y las 8 normas de la escritura de Neil Gaiman.
Fuente:El blog de Iker Mugica http://ikermugica.wordpress.com/  http://ikermugica.wordpress.com/2012/12/16/los-8-consejos-para-escribir-una-buena-historia-de-kurt-vonnegut/

Lectura: Los escritores y sus gatos.

Una alianza entre seres libres




"No es posible usar al gato para nada personal, no hay manera de privatizarlos" Osvaldo Soriano



NOTAS EN ESTA SECCION






Imagen: Ernest Hemingway y uno de sus gatos. Foto Corbis]



 Esta página debería titularse los gatos y sus escritores. Porque si usted convive con un gato habrá notado muchas veces que no "tiene" un gato, como se tiene un perro, un canario o una tortuga. Ustedvive en la casa del gato. Antonio Burgos, quien le ha dedicado varios libros al tema, dice que el gato es un animal políticamente incorrecto, pues no es condescendiente con nadie. Si uno trata de llamar a un gato como llama a un perro, aún ese gato que quiere, cuida y alimenta, no recibirá más que frustración.

Gatos & Escritores
Aunque muchos sostengan que el "flechazo" entre escritores y gatos proviene del carácter solitario, sedentario e individualista de la escritura (la típica imagen de Ernest Hemingway escribiendo en la soledad nocturna y ardiente del trópico, rodeado de gatos), creemos que el fundamento de esa singular alianza se explica por la actitud de libertad suprema del felino, que podría traducirse: "Si te hago compañía es porque yo quiero, no porque me lo pides".
El escritor -Borges lo ha dicho- es un anarquista, en el sentido llano del término. No tiene horarios para escribir y su tarea muy raras veces la realiza a pedido. O sea, en pocas y entendibles palabras: "hace lo que quiere". Pues bien, lo mismo hace el gato. Escritores y gatos: una alianza entre seres libres.

Los gatos y sus escritores
Algunos gatos y algunos escritores:
H. G. Wells: tuvo un gato llamado Mr. Peter Wells
Tennessee Williams: tuvo un gato llamado Topaz.
Charlotte & Emily Brontë: tuvieron un gato llamado Tiger que jugaba con el pie de Emily mientras ella escribía "Wuthering Heigts".
Alejandro Dumas: tuvo los gatos Mysouff I Mysouff II, siendo este último de color blanco y negro, el favorito del escritor, pese a que se comiera en una ocasión todos los pájaros exóticos de la casa. También tuvo un gato llamado Le Docteur.
Charles Dickens: tuvo una gata llamada William a la que rebautizó con el nombre de Williamina. Todo ello se debió a que consideraba que su gato era un macho y gracias a que tuvo una numerosa camada de gatitos descubrió que era una hembra. Y eso que la gata avisó al escritor de que no era un macho cuando inició los preparativos del parto con su traslado dentro del estudio de Dickens. De esa camada nacióMaster's Cat y fue el único que se quedó con Dickens. 

Mark Twain: tuvo numerosos gatos como son Apollinaris, Beelzebub, Blatherskite, Buffalo Bill, Satan, Sin, Sour Mash, Tammany y Zoroaster. 
Lord Byron: tuvo cinco gatos que llegaron a viajar con él. Entre ellos destacamos a Beppo, cuyo nombre fue recogido por Borges para bautizar al suyo, originalmente llamado Pepo.
Edgar Allen Poe: tuvo una gata llamada Catarina, quien se sentaba frecuentemente en su hombro mientras él escribía. La gata le inspiró la obra "The Black Cat".
Victor Hugo: tuvo un gato llamado Chanoine, aunque inicialmente se llamaba Gavroche y no le gustaba, y otro que se llamabaMouche
F. Scott Fitzgerald: tuvo un gato llamado Chopin. 
Theóphile Gautier: tuvo numerosos gatos a los que llamó Childebrand (un gato negro y rayado al que mencionó en "La Ménagerie Intime"), Cléopatre (hija de Epoine y a la que le gustaba mantenerse sobre 3 patas, siendo mencionada en la misma obra), Don Pierrot de Navarre (a este gato blanco le gustaba robarle la pluma y engendró a 3 gatitos negros, siendo mencionado en la obra anterior),Enjoras (este gatito negro era hijo de los blancos Don Pierrot y de Séraphita y fue bautizado con un nombre procedente de la obra "Les Miserables", siendo también mencionado en la obra anterior), Eponine (gato de piel negra con los ojos verdes procedente de los mismos padres que Enjoras, con la misma procedencia de su nombre y siendo mencionado en la misma obra), Gavroche (gato negro con idénticas referencias al anterior), Madame Theóphile (gata blanca y roja a la que le gustaba robar la comida y mencionada en la misma obra), Séraphita (gata blanca que tuvo 3 gatos negros con Dom Perriot y también aludida en la obra anterior) y Zizi (un angora que le gustaba tocar las teclas del piano y también mencionado en la misma obra). 
Colette: esta escritora tuvo varios gatos: Franchette, Kapok, Kiki-la-Doucette, Kro, La Chatte, La Chatte Dernière, La Touteu, Mini-mini, Minionne, Muscat, One and Only, Petieu, Pinichette, Toune, Zwerg y Saha, a la que dedicó su novela "La Chatte". 
T. S. Elliot: tuvo varios gatos llamados George Pushdragon, Noilly Prat, Pattipaws o Pettipaws, Tantomile y Wiscus. 
Walter Scott: tuvo un gato llamado Hinse al que le gustaba molestar a los perros de Scott, hasta que en 1826 uno de esos perros acabó con su vida.

Fuente:file:///C:/Users/usuario/Downloads/zcat/Gatos%20y%20escritores.htm



Cuentos breves Adolfo Bioy Casares



Cuatro cuentos breves de Adolfo Bioy Casares (a propósito de su centenario).

Salvación
  

  Salvación 

Esta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente. Mientras abundaba en explicaciones técnicas y disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora. Comprendió la causa. “¿Cómo un ser tan ínfimo” –sin duda estaba pensando el tirano– “es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?” Entonces un pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo salvaría. “Por humildes que sean” -dijo indicando al pájaro- “hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros”.

Post operatorio

–Fueran cuales fueran los resultados –declaró el enfermo, tres días después de la operación– la actual terapéutica me parece muy inferior a la de los brujos, que sanaban con encantamientos y con bailes.

Retrato del héroe

Algunos al héroe lo llaman holgazán. Él se reserva, en efecto, para altas y temerarias empresas. Llegará a las islas felices y cortará las manzanas de oro, encontrará el Santo Grial y del brazo que emerge de las tranquilas aguas del lago arrebatará la espada del rey Arturo. A estos sueños los interrumpe el vuelo de una reina. El héroe sabe que tal aparición no le ofrece una gloriosa aventura, ni siquiera una mera aventura -desdeña la acepción francesa del término- pero tampoco ignora que los héroes no eluden entreveros que acaban en la victoria y en la muerte. Porque no se parece a nuestros héroes criollos, no sobrevive para contar la anécdota. ¿Quiénes la cuentan? Los sobrevivientes, los rivales que él venció. Naturalmente, le guardan inquina y se vengan llamándolo zángano.

La francesa

Me dice que está aburrida de la gente. Las conversaciones se repiten. Siempre los hombres empiezan interrogándola en español: «¿Usted es francés?» y continúan con la afirmación en francés: « J’aime la France». Cuando, a la inevitable pregunta sobre el lugar de su nacimiento ella contesta «Paris», todos exclaman: «Parisienne!», con sonriente admiración, no exenta de grivoiserie como si dijeran «comme vous devez éter cochonne!». Mientras la oigo recuerdo mi primera conversación con ella: fue minuciosamente idéntica a la que me refiere. Sin embargo, no está burlándose de mí. Me cuenta la verdad. Todos los interlocutores le dicen lo mismo. La prueba de esto es que yo también se lo dije. Y yo también en algún momento le comuniqué mi sospecha de que a mí me gusta Francia más que a ella. Parece que todos, tarde o temprano, le comunican ese hallazgo. No comprendo -no comprendemos- que Francia para ella es el recuerdo de su madre, de su casa, de todo lo que ha querido y que tal vez no volverá a ver.



Fuente: zonaliteratura.com 

http://zonaliteratura.com/index.php/2014/09/15/cuatro-cuentos-breves-de-adolfo-bioy-casares-a-proposito-de-su-centenario/




Lectura:11 Ways the 'The Little Prince' Prepared Us for Adulthood Antoine de Saint_ Exupery (1900-1940).

11 Ways the 'The Little Prince' Prepared Us for Adulthood
Antoine de  Saint_ Exupery (1900-1940).

To a child, the grown-up world can be perplexing. What is this “work” they always claim to have? Why do they refuse to run around in fields and find shapes in clouds? And why do they assume that children know nothing? Anyone who remembers her child self will probably remember being completely confused by this adult world that seemed so important, so grand, and yet, so painfully boring. 
Although I spent the majority of my childhood reading Roald Dahl, C.S. Lewis, and later J.K. Rowling, a little novella from 1943 gave me the greatest gift of all: a literary character I could identify with above all the rest, even Matilda. Antoine de Saint-Exupery’s The Little Prince taught me an important lesson back then: My lack of understanding about adulthood wasn’t because I was unintelligent or a silly kid. It was because grown-ups are confusing and weird and spend far too much time preoccupied with numbers and rules and mirrors.
Looking back, The Little Prince — its 80 pages of magic that have sold more than 140 million copies worldwide — was full of lessons that prepped us for adulthood. And, reading it now, the pages still ring true; it doesn’t just teach kids about being grown-ups, it teaches grown-ups about how to be better grown-ups. 


Remember to look beyond the surface.

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When the narrator draws a boa constrictor digesting an elephant, all the grown-ups around him see is a hat. Their interpretations are dull and lifeless; their imaginations long gone. Feeling defeated, the little prince abandons a “magnificent career as an artist” — all because adults refused to see or feel.




Don’t hide your true feelings; it will cost you everything that is important.

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Once the little prince begins hinting at his plans to explore new planets, his flower — whom he has nurtured and cared for — claims not to need him and to be self-sufficient. And so, the little prince abandons her, even though he “ought to have realized the tenderness underlying her silly pretensions.”


Judge yourself before you judge others.

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On the first planet he visits, the little prince meets a king who encompasses the entire population of the planet, and claims to reign over everything. Though the little prince can’t fathom what it is he actually does, the king teaches the hero that judging yourself is far more difficult, and at times far more important, than judging others. It is only through judging ourselves that we can grow as individuals. 


There is very little substance in coveting the admiration of others.


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On the second planet, the little prince meets a vain man who spends his time admiring himself, and seeking the admiration of others. But living for the admiration of others is to never live for oneself. And living for only oneself is to never love or care for another.


Drinking to forget is a vicious and ultimately feeble endeavor.



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The drunkard drinks to forget he is ashamed. The drunkard is ashamed because he drinks. To the little prince, it seems very strange for a man to spend his days in such a manner when he could be doing far more exciting things (like planting flowers). But to us grown-ups, its a reminder of a vicious cycle, and one that only ever ends in more sadness and despair.



You should never take yourself too seriously.

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The little prince meets a businessman who counts all the stars in the galaxy so that he can own them. “I manage them. I count them and then count them again. It’s difficult work. But I’m a serious person.” But being too serious has landed him a monotonous life, a lonely life, and a life in which he does not even appreciate the beauty of the stars he owns.



Don’t forget to enjoy your life — take a moment and take it all in.



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It is the lamplighter of the 5th planet who gains the little prince’s respect, for he follows his orders dutifully to switch the lamplight on and off through the day. But because his planet revolves once a minute, he never gets a moment of rest. A month goes by in a minute. And a lifetime in a few days.  


Follow your instincts to explore.


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When the little prince meets a geographer who refuses to explore his own world because he is too busy researching far-off lands, we learn that it is far too easy to fall into the trap of investigating into the places we wish to explore, but never actually going anywhere.


Trust in unusual characters — you might learn something.

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Foxes are often depicted as tricksters or villains, but this fox simply needed companionship — friendship. And it is the fox who bestows upon the little prince three important life lessons.
  • “One sees clearly only with the heart. Anything essential is invisible to the eyes.”
  • “It’s the time you spent on your rose that makes your rose so important.”
  • “You become responsible for what you’ve tamed.”
Care for the the things you have, for they cannot be replaced.


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Even amidst a garden of beautiful roses, the little prince cannot escape thoughts of his own rose — he just can’t replace her. “One couldn’t die for you. Of course, an ordinary passerby would think my rose looked just like you. But my rose, all on her own, is more important than all of you together, since she’s the one I’ve watered.”


Sometimes you have to let those you love fly free.

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Even though the narrator — a lonely and stranded pilot — has come to know and love the little prince; he knows that to keep him on Earth would be to hurt his friend. Before the little prince leaves, he tells the pilot, “In one of the stars I shall be living. In one of them I shall be laughing. And so it will be as if all the stars were laughing, when you look at the night sky.” Sometimes you have to let people go, because to keep them would be to trap them. But letting them go can be the truest demonstration of love there is.


Fuente: file:///C:/Users/usuario/Downloads/11%20Ways%20the%20'The%20Little%20Prince'%20Prepared%20Us%20for%20Adulthood%20%20%20Bustle.htm

Cuento Un cuento de León Tolstoy :¿Cuánta tierra necesita un hombre?


¿Cuánta tierra necesita un hombre?

León Tostoy (28 de agosto 1828-1910).
A 186 años de su nacimiento. 

Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra -pensaba a menudo- los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."
Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.
"Qué te parece -pensó Pahom- Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."
Así que decidió hablar con su esposa.
-Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.
Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.
Así que ahora Pahom tenía su propia tierra. Pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena cosecha. Al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la dama y su cuñado. Así se convirtió en terrateniente, y talaba sus propios árboles, y alimentaba su ganado en sus propios pastos. Cuando salía a arar los campos, o a mirar sus mieses o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría. La hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le parecían diferentes de las de otras partes. Antes, cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.
Un día Pahom estaba sentado en su casa cuando un viajero se detuvo ante su casa. Pahom le preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de allende el Volga, donde había estado trabajando. Una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras en venta por allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. Las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una avilla. Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos, y ahora tenía seis caballos y dos vacas.
El corazón de Pahom se colmó de anhelo.
"¿Por qué he de sufrir en este agujero -pensó- si se vive tan bien en otras partes? Venderé mi tierra y mi finca, y con el dinero comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".
Pahom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas ganancias, y se mudó con su familia a su nueva propiedad. Todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pahom estaba en mucha mejor posición que antes. Compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado que deseaba.
Al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción, Pahom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a pensar que tampoco aquí estaba satisfecho. Quería sembrar más trigo, pero no tenía tierras suficientes para ello, así que arrendó más tierras por tres años. Fueron buenas temporadas y hubo buenas cosechas, así que Pahom ahorró dinero. Podría haber seguido viviendo cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos los años, y de sufrir privaciones para ahorrar el dinero.
"Si todas estas tierras fueran mías -pensó-, sería independiente y no sufriría estas incomodidades."
Un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó que acababa de regresar de la lejana tierra de los bashkirs, donde había comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.
-Sólo debes hacerte amigo de los jefes -dijo- Yo regalé como cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y di vino a quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.
"Vaya -pensó Pahom-, allá puedo tener diez veces más tierras de las que poseo. Debo probar suerte."
Pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y emprendió el viaje, llevando consigo a su criado. Pararon en una ciudad y compraron una caja de té, vino y otros regalos, como el vendedor les había aconsejado. Continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos kilómetros, y el séptimo día llegaron a un lugar donde los bashkirs habían instalado sus tiendas.
En cuanto vieron a Pahom, salieron de las tiendas y se reunieron en torno al visitante. Le dieron té y kurniss, y sacrificaron una oveja y le dieron de comer. Pahom sacó presentes de su carromato y los distribuyó, y les dijo que venía en busca de tierras. Los bashkirs parecieron muy satisfechos y le dijeron que debía hablar con el jefe. Lo mandaron a buscar y le explicaron a qué había ido Pahom.
El jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le dijo a Pahom:
-De acuerdo. Escoge la tierra que te plazca. Tenemos tierras en abundancia.
-¿Y cuál será el precio? -preguntó Pahom.
-Nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.
Pahom no comprendió.
-¿Un día? ¿Qué medida es ésa? ¿Cuántas hectáreas son?
-No sabemos calcularlo -dijo el jefe-. La vendemos por día. Todo lo que puedas recorrera pie en un día es tuyo, y el precio es mil rublos por día.
Pahom quedó sorprendido.
-Pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de tierra -dijo.
El jefe se echó a reír.
-¡Será toda tuya! Pero con una condición. Si no regresas el mismo día al lugar donde comenzaste, pierdes el dinero.
-¿Pero cómo debo señalar el camino que he seguido?
-Iremos a cualquier lugar que gustes, y nos quedaremos allí. Puedes comenzar desde ese sitio y emprender tu viaje, llevando una azada contigo. Donde lo consideres necesario, deja una marca. En cada giro, cava un pozo y apila la tierra; luego iremos con un arado de pozo en pozo. Puedes hacer el recorrido que desees, pero antes que se ponga el sol debes regresar al sitio de donde partiste. Toda la tierra que cubras será tuya.
Pahom estaba alborozado. Decidió comenzar por la mañana. Charlaron, bebieron más kurniss, comieron más oveja y bebieron más té, y así llegó la noche. Le dieron a Pahom una cama de edredón, y los bashkirs se dispersaron, prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba y viajar al punto convenido antes del amanecer.
Pahom se quedó acostado, pero no pudo dormirse. No dejaba de pensar en su tierra.
"¡Qué gran extensión marcaré! -pensó-. Puedo andar fácilmente cincuenta kilómetros por día. Los días ahora son largos, y un recorrido de cincuenta kilómetros representará gran cantidad de tierra. Venderé las tierras más áridas, o las dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la mejor y la trabajaré. Compraré dos yuntas de bueyes y contrataré dos peones más. Unas noventa hectáreas destinaré a la siembra y en el resto criaré ganado."
Por la puerta abierta vio que estaba rompiendo el alba.
-Es hora de despertarlos -se dijo-. Debemos ponernos en marcha.
Se levantó, despertó al criado (que dormía en el carromato), le ordenó uncir los caballos y fue a despertar a los bashkirs.
-Es hora de ir a la estepa para medir las tierras -dijo.
Los bashkirs se levantaron y se reunieron, y también acudió el jefe. Se pusieron a beber más kurniss, y ofrecieron a Pahom un poco de té, pero él no quería esperar.
-Si hemos de ir, vayamos de una vez. Ya es hora.
Los bashkirs se prepararon y todos se pusieron en marcha, algunos a caballo, otros en carros. Pahom iba en su carromato con el criado, y llevaba una azada. Cuando llegaron a la estepa, el cielo de la mañana estaba rojo. Subieron una loma y, apeándose de carros y caballos, se reunieron en un sitio. El jefe se acercó a Pahom y extendió el brazo hacia la planicie.
-Todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. Puedes tomar lo que gustes.
A Pahom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen, chata como la palma de la mano y negra como semilla de amapola, y en las hondonadas crecían altos pastizales.
El jefe se quitó la gorra de piel de zorro, la apoyó en el suelo y dijo:
-Ésta será la marca. Empieza aquí y regresa aquí. Toda la tierra que rodees será tuya.
Pahom sacó el dinero y lo puso en la gorra. Luego se quitó el abrigo, quedándose con su chaquetón sin mangas. Se aflojó el cinturón y lo sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un costal de pan en el pecho del jubón y, atando una botella de agua al cinturón, se subió la caña de las botas, empuñó la azada y se dispuso a partir. Tardó un instante en decidir el rumbo. Todas las direcciones eran tentadoras.
-No importa -dijo al fin-. Iré hacia el sol naciente.
Se volvió hacia el este, se desperezó y aguardó a que el sol asomara sobre el horizonte.
"No debo perder tiempo -pensó-, pues es más fácil caminar mientras todavía está fresco."
Los rayos del sol no acababan de chispear sobre el horizonte cuando Pahom, azada al hombro, se internó en la estepa.
Pahom caminaba a paso moderado. Tras avanzar mil metros se detuvo, cavó un pozo y apiló terrones de hierba para hacerlo más visible. Luego continuó, y ahora que había vencido el entumecimiento apuró el paso. Al cabo de un rato cavó otro pozo.
Miró hacia atrás. La loma se veía claramente a la luz del sol, con la gente encima, y las relucientes llantas de las ruedas del carromato. Pahom calculó que había caminado cinco kilómetros. Estaba más cálido; se quitó el chaquetón, se lo echó al hombro y continuó la marcha. Ahora hacía más calor; miró el sol; era hora de pensar en el desayuno.
-He recorrido el primer tramo, pero hay cuatro en un día, y todavía es demasiado pronto para virar. Pero me quitaré las botas -se dijo.
Se sentó, se quitó las botas, se las metió en el cinturón y reanudó la marcha. Ahora caminaba con soltura.
"Seguiré otros cinco kilómetros -pensó-, y luego giraré a la izquierda. Este lugar es tan promisorio que sería una pena perderlo. Cuanto más avanzo, mejor parece la tierra."
Siguió derecho por un tiempo, y cuando miró en torno, la loma era apenas visible y las personas parecían hormigas, y apenas se veía un destello bajo el sol.
"Ah -pensó Pahom-, he avanzado bastante en esta dirección, es hora de girar. Además estoy sudando, y muy sediento."
Se detuvo, cavó un gran pozo y apiló hierba. Bebió un sorbo de agua y giró a la izquierda. Continuó la marcha, y la hierba era alta, y hacía mucho calor.
Pahom comenzó a cansarse. Miró el sol y vio que era mediodía.
"Bien -pensó-, debo descansar."
Se sentó, comió pan y bebió agua, pero no se acostó, temiendo quedarse dormido. Después de estar un rato sentado, siguió andando. Al principio caminaba sin dificultad, y sentía sueño, pero continuó, pensando: "Una hora de sufrimiento, una vida para disfrutarlo".
Avanzó un largo trecho en esa dirección, y ya iba a girar de nuevo a la izquierda cuando vio un fecundo valle. "Sería una pena excluir ese terreno -pensó-. El lino crecería bien aquí.". Así que rodeó el valle y cavó un pozo del otro lado antes de girar. Pahom miró hacia la loma. El aire estaba brumoso y trémulo con el calor, y a través de la bruma apenas se veía a la gente de la loma.
"¡Ah! -pensó Pahom-. Los lados son demasiado largos. Este debe ser más corto." Y siguió a lo largo del tercer lado, apurando el paso. Miró el sol. Estaba a mitad de camino del horizonte, y Pahom aún no había recorrido tres kilómetros del tercer lado del cuadrado. Aún estaba a quince kilómetros de su meta.
"No -pensó-, aunque mis tierras queden irregulares, ahora debo volver en línea recta. Podría alejarme demasiado, y ya tengo gran cantidad de tierra.".
Pahom cavó un pozo de prisa.
Echó a andar hacia la loma, pero con dificultad. Estaba agotado por el calor, tenía cortes y magulladuras en los pies descalzos, le flaqueaban las piernas. Ansiaba descansar, pero era imposible si deseaba llegar antes del poniente. El sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.
"Cielos -pensó-, si no hubiera cometido el error de querer demasiado. ¿Qué pasará si llego tarde?"
Miró hacia la loma y hacia el sol. Aún estaba lejos de su meta, y el sol se aproximaba al horizonte.
Pahom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez más rápido. Apuró el paso, pero todavía estaba lejos del lugar. Echó a correr, arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y conservó sólo la azada que usaba como bastón.
"Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder. Tengo que llegar antes de que se ponga el sol."
El temor le quitaba el aliento. Pahom siguió corriendo, y la camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel, y tenía la boca reseca. Su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un martillo, sus piernas cedían como si no le pertenecieran. Pahom estaba abrumado por el terror de morir de agotamiento.
Aunque temía la muerte, no podía detenerse. "Después que he corrido tanto, me considerarán un tonto si me detengo ahora", pensó. Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los bashkirs gritaban y aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón. Juntó sus últimas fuerzas y siguió corriendo.
El hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo como la sangre. Estaba muy bajo, pero Pahom estaba muy cerca de su meta. Podía ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se diera prisa. Veía la gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo, riendo a carcajadas.
"Hay tierras en abundancia -pensó-, ¿pero me dejará Dios vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he perdido la vida! ¡Nunca llegaré a ese lugar!"
Pahom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado. Con el resto de sus fuerzas apuró el paso, encorvando el cuerpo de tal modo que sus piernas apenas podían sostenerlo. Cuando llegó a la loma, de pronto oscureció. Miró el cielo. ¡El sol se había puesto! Pahom dio un alarido.
"Todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya iba a detenerse, pero oyó que los bashkirs aún gritaban, y recordó que aunque para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la loma aún podían verlo. Aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba. Allí aún había luz. Llegó a la cima y vio la gorra. Delante de ella el jefe se reía a carcajadas. Pahom soltó un grito. Se le aflojaron las piernas, cayó de bruces y tomó la gorra con las manos.
-¡Vaya, qué sujeto tan admirable! -exclamó el jefe-. ¡Ha ganado muchas tierras!
El criado de Pahom se acercó corriendo y trató de levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca. ¡Pahom estaba muerto!
Los pakshirs chasquearon la lengua para demostrar su piedad.
Su criado empuñó la azada y cavó una tumba para Pahom, y allí lo sepultó. Dos metros de la cabeza a los pies era todo lo que necesitaba.

Fuente: Ciudad Seva . WWW: ciudad.seva.com