7 piezas literarias de Mario A.Membreño Cedillo. Post Plaza de las palabras



Plaza de las palabras , presenta 7 textos de Mario Membreño Cedillo, algunos de los textos ya se han publicado en este blog,  otros son versiones reformuladas y otros son ineditos. Fuente del libro Miniatura:Alfonsina y otros textos breves, incluimos el cuento experimental Alfonsina y la cosa mas extraña, los capítulos XII, XXIII,XXXVIII y XXXIX,  y  del libro Trashumancias y otros textos, incluimos tres textos: Encuentro lejano, La playa del mundo  y El espíritu  Ifigenia.  




Miniatura:Alfonsina y otros textos breves


Del cuento experimental  Alfonsina y la cosa mas extraña


XII. LA BOINA ROJA

    A poca distancia de   la mujer de verde, estaba un tipo  calvo que se había quitado su camisa y la agitaba al aire, como si escribiese en  el aire su  repentina  impaciencia. Desde un extremo de la aglomeración que cada vez era más amorfa, sonaron voces. Las voces llegaron  desde el fondo de la multitud,  que lo instaban  a ponerse inmediatamente la camisa. Y la afluencia de voces coreaba un estribillo que el aire desvanecía a dentelladas. El hombre calvo no se dio por aludido, y en su lugar empezó a tocar con sus manos su  brillante calva, como si fuese la  hoja sonora de un  tambor tembloroso que alguien toca en los confines del llano. A su par había un  joven fornido que no le quitaba el ojo a una espectacular  rubia de Boina Roja.  Él parecía querer decirle algo a  ella, o quizá quitarle la Boina Roja. Pero vacilaba olímpicamente; hasta que al fin algo le dijo. Aunque ella no se inmutó ni tampoco le contestó. A la sazón desde muy  atrás llegaban gritos y empujones. Llegaban como puñaladas finas y rápidas. Luego, se iban intempestivamente como una bandada rebelde de pájaros bermejos. La orden era avanzar pesadamente y acercarse a un muro imbatible.  Para luego frenar de golpe y respirar con holgura.Y todas las miradas convergían en la Boina Roja.




XXIII LOS TORREONES MEDIEVALES

   En ese maremágnum, hacia muy atrás, en lo profundo de la masa humana, sobresalían como torreones medievales, las cabezas de dos mujeres que no cesaban  de gritar a saber qué. They were very high, voluminosas y pesadas como si semejasen  un cuerpo tallado en pura pasta italiana.  Mujeres,  tout à fait, fuertes, y de anchos hombros y trenzas largas y trenzas negras. Ellas luchaban por moverse. Y muy delante de ellas ya despuntaba la espectacular rubia de la Boina Roja,  que había optado por hacer señas con la mano de su brazo derecho. Y cuando se cansaba,  sacaba oportunamente su brazo izquierdo, y su mano izquierda parecía  moverse como si estuviera nadando;  y al mismo tiempo con su mano derecha sostenía un abanico que ocasionalmente usaba.  Y que  a la distancia nadie notaba lo del abanico porque hacía el movimiento alterno tan rápido que siempre parecía la misma mano. Y un poco más adelante, estaba de nuevo la madre, (que ya había avanzado),  y que  descansaba  con la guagua que ya para entonces había dejado de llorar. Y,  al fin  la madre,  después de una tenaz escaramuza, había logrado colarse entre una capa de gente, al  imponer frenéticamente su perfil izquierdo. Mientras que su perfil derecho, sin embargo  iba quedándose rezagado, a pesar que con su mano derecha acolchaba al infante que lucía tan remoto como una criatura  que sueña. Pero el crío no dormía ni tampoco soñaba, sino que les veía a ellos con una mirada glacial. Y después que la madre llegó al mostrador y  por fin,  ser  atendida, entre un alivio en su rostro y detrás de ella  un mar de manos estiradas.  

 

XXXVIII. CAMPO IMPRESIONISTA

    Con la lluvia revolcándose en aquel campo;  y que de pronto se quedó tan vacío como una plaza a medianoche. Bajo una luna escondida, detrás de una cordillera de  nubes que se va desencajando misteriosamente, en una arquitectura de formas borrosas y metafísicas. Y en cuanto al ancho y ajeno escenario, ellos pronto se percataron de que un ligero movimiento aparecía entre la lluvia. Apenas un movimiento fugaz, una sombra intermitente. Como la que uno vería  si estuviera viendo la lluvia caer  desde detrás del vidrio delantero de   un auto Ford  Galaxie 500, con los parabrisas a toda velocidad. Mover, moverse. Algo se movía entre la lluvia, alguien o algo corría. Ellos vieron a alguien correr, era un hombrecito que vestía de negro, que daba menudos saltos; y luego grandes e imposibles zancadas. Y detrás de él corría, lo que parecía ser un perro. Y vaya que si era un perro porque empezó a ladrar. Entonces, el hombrecito de negro enfundado en una cierta ligereza, se detenía a  tomar aire, y ahí parado elevaba los brazos a la altura de sus hombros, para después bajarlos  y continuar corriendo, primero trotando y luego a grandes e increíbles zancadas.  


XXXIX. KAFKA Y SU PERRO

    El hombrecito todo lo hacía con tal parsimonia, que se pensaría  que actuaba como si no se diese cuenta de que estaba lloviendo. Y  simultáneamente  cuando el hombre dejaba de correr,  el perro también  interrumpía su carrera. Y  al momento que el hombrecito empezaba nuevamente a correr, el perro volvía a  perseguirlo siempre endiabladamente  ladrándole, tal cual persiguiera una sombra inalcanzable. Y esta vez no había un «horizonte de perros que ladraban cerca del río». Era únicamente un perro, que ladraba tanto como si fuese un horizonte de ladridos. Tampoco había ningún río cerca. Pero, quizá en el Mapocho, se  había organizado un horizonte de perros ladrando cerca del rió. A quemarropa el acto se repitió varias veces a campo abierto, hasta que antes de llegar al final del campo, el hombrecito de negro vio el reloj de su muñeca y comprobó que eran las tres de la tarde. Aunque de lejos se pensase que eran las cinco de la tarde. A lo que el hombrecito giró bruscamente hacia la fuente, la cual apenas se distinguía entre la borrosa cortina grisácea que amontonaba el agua del chorro vertical de la fuente  y de la lluvia  que caía a torrentes. 



De trashumancias y otros textos 






Encuentro lejano

    Desde lo alto de una colina un hombre contempla  la cautiva y hermosa pradera. Él solía visitarla una vez por semana. Toda su vida la había visto y no se cansaba de amarla. Ese tarde cansado  se sentó sobre la hierba y reclinó su espalda sobre la saliente de una amable roca. Sin perder de vista la escena maravillosa de aquella pradera: el hombre caviló en el vasto y misterioso  universo, pensó en el fugaz e inmemorial tiempo,  y se quedó dormido. 

    Dormía profundamente cuando el movimiento de un tren alteró el paisaje. El  tren pasó veloz y  con su traqueteo  desarmó la escena campestre. En uno de los vagones iba un hombre, era el único pasajero.  Él hacía  ese viaje una vez por semana. Llevaba cumpliendo ese recorrido toda su vida y se conocía de memoria el infatigable paisaje.  La noche se deslizaba a ráfagas ante sus ojos, y al ver aquel firmamento que conocía perfectamente  bien, y que siempre lo hacía pensar en el infinito y en el movimiento de los cuerpos celestes.  Esta vez, contrario a su costumbre, ya cansado y con los párpados que casi se le cerraban,  se quedó dormido. 

    Mientras tanto, el hombre de la pradera recostado en la hospitalaria saliente rocosa, al oír el ruido del tren, se despertó y sobresaltado vio pasar aquel tren que jamás había visto. Y se preguntó: ¿Qué hace ese increíble tren aquí?  Mientras que, al mismo tiempo, el hombre que iba en el vagón del tren igualmente súbitamente se despertó y al ver  desde la ventana una pradera que tampoco jamás había visto; se preguntó: ¿Y de dónde  ha salido esa colosal  pradera?



*




La playa del mundo

I

 Al  principio 

   Por fin, después de una lucha colosal de grandes titanes y fuegos en el cielo y terremotos por doquier,  la tierra se había transformado en un hermoso lugar: portador de la claridad  y de la iluminación. Todas las luces del mundo se encendieron. La ecuación no era perfecta, pero sí idílica. Ese  día el sol reposó sobre el color metálico de un manto de nubes y su luz caía lentamente, y tocaba cada hoja y cada pedacito de hierba. Paulatinamente, la luz comenzó a derramarse sobre cada cosa y ser de toda la explanada del mundo; que  antes había sido inhóspita, agreste, árida, desolada, infértil, wasteland. Y al instante, cayó como bajada del cielo, un tiempo singular, sin la degradación de la tierra, sin el aire contaminado. Sin autos ni ferrocarriles, y sin aviones ni  portaaviones. Era el comienzo… 

La mañana

    El murmullo, el cuchicheo, el silbido, canto in crescendo de las Leaves of Grass, suavemente movidas por el viento. Y el balbuceo de un arroyo inundó el aire; y su coro musical perfectamente orquestado  y muy a acompasado con el dulce  espíritu que imperaba en el mundo.  Ahora todo era poderío: la mañana con su vitalidad matutina se desparramaba sin fronteras: los árboles crecían majestuosos, potentes y misteriosos. El león y la oveja convivían en paz. Y las aves descendían y se alzaban, hasta parecerse a livianos  cometas atados a un hilo sostenido por la mano de un niño que recién acababa de despertarse. 

La tarde

    Al atardecer un tenue sueño se apoderaba de todo. La explanada del mundo yacía silenciosa  y estática. Y  contemplada a gran distancia, parecía una escena vista desde el  pico de aquella montaña, desde la cual una tarde gris Leopardi se la pasó admirando el infinito. O aquella otra en que Petrarca ejercitó los músculos en el ascenso al Ventoux. O acaso como Cézanne al observar y medir en paciencia infinita la línea imaginaría de la vertical  del Sainte-Victoire. O quizás como un explorador extraviado ve a sus pies la estepa tupida y  lejana desde una tarde nubosa,  nevada y fría, desde la cima del Kilimanjaro o del Aconcagua. 

    Todo era mágico, aunque  concreto como el cemento portland. Y una particular y amable interrogación  flotaba por doquier; mientras que la tarde se desplazaba lentamente y una nueva revuelta de colores  comenzaba a revolver el horizonte. En que el azul del cielo se había transformado en una tonalidad compacta con los diversos colores rebeldes con que inundaba sus cuadros Kandinsky. Sin lugar a dudas, la tarde desaparecía con los pasos firmes de un fantasma guerrero y jubiloso y muy seguro de sí mismo.

La noche

    La noche domino el paisaje,  y cubrió con su manto de misterio toda la extensión del firmamento.Las  estrellas exhibían su imperio, y parecían agrandarse con las formas contorneadas y su repetición mántrica de las noches estrellada de  Van Gogh. O  las impensables formas de las fotos fantasmagóricas del telescopio Hubble o Webb. Y la explanada volvía a dormir, prosiguiendo en su interminable e incansable faena, señalada antes de que el mundo fuera mundo. Y ese mundo a bocajarro a la mitad de la noche, en una maroma pronunciada de medianoche.  Como el movimiento musculoso de una ola que deposita un navío,  volvió a alterar el paisaje. La noche corrió la voz. Y los pájaros sorprendidos  parecían sombras aladas en permanente huida, la maleza uniforme comenzó a refugiarse, el arroyo tímido apagó su canto. Y el movimiento de paso de los animales cesó abruptamente. 


II

Lo que oyó  el viento

    Primero, se oyó un sonido indefinible que cada vez se acercaba más. El viento conmovido quedó en paréntesis. La tierra ligeramente temblaba. El  paso veloz y su traqueteo, volcó  la escena campestre en una escena marítima. Y toda la explanada del mundo  se convirtió en el sueño de un  guerrero extravagante, solitario y soñador.  


Lo que vio  el  mar

    Después, el mar se llenó de navíos. Todos los navíos del mundo inundaron con sus quillas y sus velas todas las playas del mundo. En uno de los navíos  iba un hombre, era el único tripulante de aquel navío inmemorial e inmortal. Al hombre le llamaban Ulises.


                                                                 Lo qué dijo el sueño  

      El hombre se llamaban Ulises.  Dormía, soñaba  con las playas de Troya. 




*



El espíritu de Ifigenia

    La tarde desembarcó sin arrepentimiento, sin claraboyas, asaz trashumante. Al tiempo ella tuvo la sensación que las palabras le huían y los recuerdos se desvanecían, como la estela efímera que va escupiendo un navío al ir achicándose en alta mar. Sintió en profundo el tañido de una cuerda de citara, la rasgadura de una emoción en vigilia, una grieta que se ensanchaba en el recuerdo. Eso la aterró. Y decidió anotar sus recuerdos en tarjetas de papel amarillo del que había varias resmas en el escritorio de Padre. Y una vez escritas, las guardaba y de vez en cuando, las leía en voz alta, a la hora en que la verbena de la tarde en oleadas, desbrozaba pedazos concretos y entumecidos del  mundo. Fue en ese período de espera y redención, en que al hojear una revista, se tropezó con la palabra sacrificio, sin poder comprender  su significado. En vano al olor del incienso,  la rememoró. No sabía si era un objeto, una fruta o un animal. Buscó en los libros, en las revistas sin columbrar la angosta puerta, que le develara el castillo interior, que germinaba en aquel vocablo humeante. Subió al segundo piso, exploró con las manos, indagó con la mirada. Buscó, buscó, buscó, algo que le revelara la porción del universo ardiendo en ese vocablo. Nada vino a su mente; salvo unas gotas de añoranza, una cena decembrina, un candelabro encendido, y un villancico batiente. 

    A partir de entonces, antes de que el nombre de las cosas desapareciera en su ya frágil memoria.  Pensó en ponerle nombre a todo, rotular cada cosa de la casa, y descombrar cada significado. Esa actividad física y ejercicio mental, la hizo sentir mejor. Durante siete meses, siete días y siete noches, persistió en esa tarea. Asignó un nombre a cada cosa. Catalogó todas las revistas y escrudiñó cada libro de la biblioteca de Padre.   No cejaba de hacer incesantes apuntes, cuando el papel se le acabó, empezó a escribir en las paredes lisas, en la superficie plana de las mesas, detrás de la puerta umbría de los armarios. Y un mural de grafías pobló los límpidos e incólumes estancias de la casa. Cuando ya no hubo más resquicios en donde escribir; memorizaba lo que no había apuntado y se entretenía repasando lo que había escrito.  En las noches estrelladas repetía y repetía y repetía en voz alta, el nombre sagrado de las cosas. Y aquel nombre expedía columnas de incienso, aras de sacrificio y alquimia en redención. Su propio nombre, abnegado y secreto: ¡Ifigenia!, ¡Ifigenia!, ¡Ifigenia! 




CREDITOS


Textos 

Mario A.Membreño Cedillo

Ilustraciones

Dibujos 

Plaza de las palabras 

Fotografía 

 Cerro Santa Lucia, Santiago de Chile

Plaza de las palabras









       


ORBIS&URBIS.Construcción de un liderazgo ético para la nación. Sergio A. Membreño Cedillo. Post Plaza de las palabras

  




Plaza de las palabras,
presenta un artículo publicado en Diario El País, por Sergio A. Membreño Cedillo, economista hondureño, autor académico, que ha centrado sus investigaciones, en el campo del Desarrollo de Humano, políticas públicas y análisis prospectivo. Tiene varios libros publicados y ha trabajado, principalmente con organismos internacionales. Fue el secretario técnico del Foro  por la Democracia ( PNUD), secretario técnico de la Comisión por la Verdad y la Reconciliación (Honduras), y coordinador del último Informe de Desarrollo Humano, Honduras, 2023 (PNUD) Actualmente trabaja como consultor internacional.


Construcción de un liderazgo ético para la nación 

Sergio A. Membreño Cedillo

Esta columna se titula Emunah, derivado de la palabra hebrea fe. Caminar con fe. Esa es la actitud que debemos tener como ciudadanos; no es lo mismo el optimismo que es falaz, que la esperanza basada en la fe, porque creemos que Dios sí puede trasformar una nación.

La teoría de liderazgo no es nueva y tiene aportes conceptuales, académicos y prácticos muy difundidos en la literatura sobre el liderazgo. Sin embargo, hacemos referencia al liderazgo ético porque creemos firmemente que el mismo responde a la problemática central de nuestros países en Latinoamérica y Honduras. El liderazgo ético orienta a la ciudadanía a tomar decisiones fundamentadas, tales como justicia, transparencia, confianza, honestidad, igualdad y respeto. Estos se expresan como respeto a otros, construir comunidad, servir a otros, mostrar justicia e integridad.

El liderazgo ético es una aproximación necesaria que el país requiere, porque Honduras está sumida en una corrupción profunda, pobreza históricamente elevada y una dinámica política y social basada en un caudillismo, que ha prevalecido en la historia de nuestro país, y que ha producido una captura del Estado.

La formación de líderes que prioricen la integridad, el respeto y la transparencia es esencial. Pero que a la vez inspiren a otros miembros de la sociedad a formarse como líderes transformadores. Un aspecto relevante del liderazgo ético es que, si orienta a construir comunidad, pero implica a trabajar con la gente y entenderla Valorarla como un ser humano y no usarla como parte del modelo clientelista predominante en Honduras. Por ello, la empatía es fundamental porque no hay liderazgo centrado en la persona misma sino en el prójimo, es decir, un liderazgo de servicio. Otro elemento en términos de desarrollo es la confianza. Las investigaciones del sociólogo Robert D. Putman (1995) son clásicas y muy conocidas en el desarrollo: sin confianza no hay desarrollo.

En Honduras la corrupción y la impunidad son hermanos gemelos. La corrupción sistémica y estructural existe en toda la sociedad. El caudillo alimenta la corrupción. Hay un enorme riesgo de que la corrupción pueda también perpetuarse y está es una dimensión que debe ser señalada con coherencia y preocupación.

En Honduras se ha perdido la lucha por la ética en la política, y, por lo tanto, se ha perdido la visión transformadora con una política sin ética. No hay respuesta a los problemas centrales del país. Nuevos caudillos, pero la misma visión del siglo XX y del siglo XIX, que se perpetúa en los partidos políticos. La ética se origina de una visión y de la experiencia del bien común, pero el caudillo conspira contra ese tipo de liderazgo trasformador.

En esencia, un sistema caudillista ha permeado la forma de operar de la sociedad hondureña y de su clase política. El caudillo ha dañado al país y su desarrollo. Un liderazgo transformacional es requerido en esta Honduras que emerge en el siglo XXI. El pensador cristiano Jim Wallis (1995) nos dice que es fundamental un liderazgo enraizado en valores morales. En ese contexto, requerimos en Honduras un liderazgo ético que inspire a la nación y que comprenda e incluya en su visión a los jóvenes y mujeres, a los pobres y los excluidos, a los grupos vulnerables y a los pueblos autóctonos.

El líder debe fundamentar su acción y su conducta en la ética política. En la visión griega, la política no se separa de la ética. En la visión hebrea, la integridad era el fundamento de cualquier accionar humano. El pensador y sociólogo León Strauss (1964) nos recuerda que la enseñanza política de los filósofos clásicos, a diferencia de sus enseñanzas técnicas, estaba dirigida en primer lugar, no a todos los hombres inteligentes, sino a todos los hombres íntegros. Para la sociedad hondureña del siglo XXI, el propósito de construcción de un liderazgo ético no debe ser solo retórico, sino de corazón, mente y espíritu.

Hay un desafío central en Honduras. Un destino histórico construido gradualmente entre las injusticias seculares y la pérdida de sus valores, reflejado en una extensa corrupción e impunidad. Se requiere rescatar la política del caudillo por un liderazgo transformador basado en la ética.

Mientras el país no tenga líderes con ética, muy difícilmente podemos esperar cambios trasformadores en Honduras. Por ahí deberíamos de comenzar para cambiar el país. No es un líder carismático o mesiánico. Un líder único; si no más bien, un conjunto de líderes que el país requiere. En el plano político, implica un cambio fuerte en la forma de hacer política y de entenderla. Si liderazgo ético basado en los valores es construir futuro, con visión, ética y eficiencia, entonces, ese es el liderazgo que Honduras necesita.

smembrenocedillo@gmail.com

@SergioAMembreo1

 


La historia trashumante del señor Habber. Por Mario A. Membreño Cedillo. Cuento experimental. Post Plaza de las palabras

 


Plaza de las palabras presenta un cuento experimental La historia trashumante del señor Habber por Mario A. Membreño Cedillo, de su libro Trashumancias y otros textos, que contiene 5 cuentos. El Cuento seleccionado, es hilvanado con base a retazos de un Diario que consigna frases y comentarios del personaje principal, el musico Matthias Habber. Protagonista, que al terminar la II Guerra Mundial, tiene que abandonar su vida cómoda y acomodada, y huye de Alemania a EE. UU. Situación que le hace cambiar su estilo de vida y su nombre. Musico afecto al periodo renacentista italiano del siglo XV y XVI, y cantante, además melómano, aficionado a la música clásica, especialmente de los grandes compositores alemanes y austriacos, y quien que termina tocando Jazz en un night club de Nueva York. La historia se intercala con retazos de la vida del musico austrohúngaro del siglo XIX Frank Liszt y su discografía musical : Annes de Pelerinage, (Años de Peregrinaje) narrativa musical sobre sus viajes a Suiza e Italia.  El cuento en primera persona registra frases y testimonios de Matthias Habber, sacados de un diario inacabado que se entreteje en un tiempo indeterminado que va desde la juventud a la adultez, e intercalados con pasajes narradas en tercera persona omnisciente por un narrador anónimo.

3363 palabras

La historia trashumante del señor Habber

 

I

Fragmentos de un Diario inacabado, disperso y lacónico

Inicio de un diario con forro de cuerina roja con el año de inicio de 1915, y que únicamente conserva unas cuantas anotaciones, la mayoría sin fecha.

«Mi nombre era Matthías Habber. Y mi apellido tiene vocación ecuménica. De niño simplemente me llamaban Matthias. No recuerdo cuándo fue la primera vez que oí el sonido junto de Matthias Habber, pero poco a poco me fui acostumbrando aquel nombre que ahora me era tan familiar como un saludo de manos y tan lejano como una estrella.» Ese es el inicio del Diario.

«No sé porque en lo personal me agrada mi nombre, que por supuesto, no es Wolfang ni William. Pero amo mi nombre como amo los campos que parecen trigales y las casas que parecen castillos». Había escrito en un viejo cuaderno escolar. No había fecha ni nada más que esa frase. Nota insertada en el Diario, en el papel original del cuaderno escolar.

«Realmente, nunca he sabido a ciencia cierta de dónde era originario ese apellido, quizás del sur de Alemania o de Austria. Quizá de algún pueblito pintoresco que se desliza somnoliento en la falda de una colina, como hay tantos pintorescos pueblitos que se deslizan tibiamente en la falda de una colina y colindan con la frontera austriaca.» Se leía en uno de los cuadernos de apunte de su juventud. La nota fue pegada en el Diario.

«No recuerdo en qué año descubrí a Goethe, pero su apellido al igual que el mío me parece musical. Siempre he pensado que cada nombre detenta una fuerza recóndita, en algunos nombres más que en otros. En los nombres se esconde el misterio. Nadie se imagina a Goethe con un nombre que no sea Goethe, ni a la señora Barlach tocando al piano a alguien más que no fuera Franz Liszt: Années de Pèlerinage, suite para piano, S160, Première Année: Suisse Álbum de un viajero, 6 Vallée de O'Bermann, 1835. (Lento assai - Più lento - Recitativo - Più mosso - Presto - Lento): 14 min 27 s

«Lo simpático fue que Goethe no conoció a la señora Barlach y que la señora Barlach no conoció a Liszt» Texto encontrado entre papeles y viejas fotografías en blanco y negro. Y que no era parte original del Diario

«Yo cantaba, aunque en realidad no era un canto, sino una práctica de canto. A ella (la Maria y no la señora Barlach) le encantaba oírme practicar el canto. Para mí era la hora más árida, pero me gustaba que María estuviera ahí sentada como una madona renacentista y fingir que mi voz le gustaba. Siempre tan callada, con sus manos sobre las rodillas y su mirada perdida en las nubes. Al terminar la clase ella se levantaba, y hacía una pequeña reverencia de geisha y se marchaba sin decir palabras. Pero su salida era como si hubiese dicho todas las palabras del universo y una más. Eso sucedía los jueves, los santos y humildes jueves, entonces yo salía a la ventana y me encantaba ver como María se perdía, poco a poco en aquellos campos de trigos, aunque todos sabían que no eran un campo de trigo. En realidad, únicamente la veía perderse como el viento entre la esquina de una alta edificación de granito rosado». Fragmento del Diario, probablemente de la década de los 40s

«Lo sé, los nombres son como la piel, a veces se vuelven una simple costra. No se pueden cambiar. Pero son otros tiempos, todo cambia. A veces hasta los nombres. De pronto, cambiaré de lugar, seguiré otras pistas, identificaré otras notas melodiosas, y huiré sereno y potente como la música. Necesitaré otro escenario, aún hoy no sé exactamente cómo se dieron las cosas. Pero tuve que dejar los castillos y los trigales y a mi madona renacentista de manos de porcelana. Para ese entonces mi canto no era tan bueno como debería serlo, pero mis manos habían aprendido algunas escaramuzas de piano.» Una nota de papel (hoja de papel nueva), insertada en el Diario. Quizá la última nota antes del viaje a América

II

Gestación de la vida trashumante

Entonces, después de los puntos suspensivos entre paréntesis (…). De cuando en cuando el señor Habber salía presuroso sin que hubiera necesidad de ir presurosamente. Porque de tarde en tarde Maria, (en alemán), solía visitar la vieja casa Habber. Esa casa pintada con el color de las nubes y que se elevaba como un castillo, pero que no era un castillo porque solamente era una casa. La casa del señor Habber se levantaba como un castillo en la perdurable explanada, que nadie sabía por qué la llamaban explanada de Helsingor.  Pero todos sabían que solo era una casa, quizá una villa. Decían que tenía parte de la arquitectura italiana y de la arquitectura suiza. Para todos era una especie de castillo medieval. Lo expresaban convencidos sin dudarlo un solo instante, entonces decían: «El castillo del señor Habber». Aunque todos pensaran que aquello no era un castillo, sino una casa. Porque hay una gran diferencia entre una casa, una villa y un castillo. Pero ¿Cómo se podría tener una idea de una casa suiza, ser una villa italiana y pensar en un castillo medieval? El castillo tenía un dueño, su nombre era Matthias Habber.

Al oído atento las glosas sobre su nombre, la minuciosidad exegética de antiguos medievalistas y los ponderados recuerdos de sus ancestros. Desde canciones de campo hasta opiniones doctorales. Entonces, Matthias Habber recordó una noche decembrina hosca y nubosa, alguna vez haber visto un escudo de armas y una página amarilla con la etimología de las palabras de su apellido. Pero no se fatigó ni le dedicó más cavilaciones porque sospechaba que en el fondo aquella inquietud era banal. Luego escuchó un rumor que frecuentemente oía en los pueblos pintorescos y las casas señoriales. Nunca supo cómo había llegado a saberlo, que un zapatero oriundo de la región había dicho algo siniestro y maravilloso, sobre el origen de la familia Habber. Pero ¿qué puede saber un zapatero de castillos y de la familia Habber? Si la botánica es una ciencia, un astrónomo nunca podrá opinar del crecimiento de los insectos cuando estudia el parto de una estrella.

Lo de Matthias era una costumbre, quizá una derivación del Mateo de los evangelistas.  Etimológicamente del hebreo, Matthias significa “don de Yahveh”, “don de Dios” o “regalo de Dios” (del hebreo “mattath/ מַמַ תָּתָּ ת” = don/regalo + “yah/ יָיָה” = se refiriere al nombre hebreo de Dios, es decir Yahveh). Pronunciación regalo de dios o bendición de dios. Esto lo había averiguado en un diccionario de etimologías. Lo había apuntado a mano, pero nunca lo puso en su Diario. Los evangelistas nos recuerdan que Mateo fue el sustituto de judas Iscariote. Pero todo aquello eran únicamente etimologías. Él desdeñaba tanta opinión docta. Todos los nombres son; al fin y al cabo, una costumbre inmemorial, como lo son la Muralla China fabricada con Legos o la galaxia Andrómeda disfrazada de una suculenta salchicha. Pero eso que el apellido Habber era originario de un clínico y quirúrgico pueblito alemán colindando con la frontera austriaca, era solo una noción geográfica.

Entonces, al trasgredir su acostumbrado mutismo, a veces a Matthias Habber se le oía decir, casi como si lo declarase a un público selecto: 

«En lo personal me satisface ni nombre. En cuanto a mi apellido no me satisface esa opinión, prefiero seguir pensando que ese apellido puede ser parte de cualquier parte de la tierra. Y no verlo atrapado en un punto geográfico». Lo decía en voz alta, lo decía convincentemente mientras caminaba por el amplio salón lleno de muebles intactos y sobrios; y luego después de un rato agregaba, casi hablando consigo mismo: «Pero, ahora a quien le podrá importar eso.” Alemania había perdido la guerra.

III

De lo inútil de los nombres

Había recordado que alguna vez lo había anotado, en un papel que yacía con viejas fotografías sin nombre ni fecha, y sepultado de indemnes y mudas cartas que nunca envió, y que solo tenía una dirección en Frankfurt: «En fin los nombres son siempre intrascendentes, aunque haya gente que piensa lo contrario», se escuchaba decir a Matthias Habber, con una voz nítida. «Y de buena fuente se sabe que en una librería de Hamburgo existe una obra monumental acerca de la importancia de los nombres de las personas. Pero que jamás nadie le dio importancia al libro. Quizá se podría hacer otro tratado con igual número de argumentos que demuestran lo inútil de los nombres.» Esa declaración sin fecha existe en una grabación sonora con la voz del Matthias Habber, aunque no es parte del Diario.

Pero a la hora del canto Maria (en alemán) y no Merie en francés ni Mary en inglés. Llegaba puntualmente. Llegaba puntualmente porque a ella le gustaban también los campos que parecían trigales y las casas que parecían castillos, y le gustaba como tocaba la señora Barlach a Liszt. Aunque la señora Barlach nunca había conocido a Liszt. Y Liszt lejano en el tiempo, andaba por Suiza e Italia con la otra María. Pero no la señora Barlach ni la Maria en alemán de los trigales. Arrivederci Maria.

IV

La iniciación del nombre

«Cada cosa en su lugar», murmuraba frecuentemente el señor Habber. «El pasado debe ser demolido totalmente.» En la cabeza no había espacio para tanto recuerdo. Los recuerdos son como el paso sigiloso de las nubes, uno nunca sabe adónde van o dónde se quedan. Siempre emerge una franja borrosa que va almacenado todo. Y recordó aquella frase que tan a menudo le indicaba su madre: cada instante es la eternidad. Y Matthias también recordó que jamás recordó cuándo fue la primera vez que en la escuela le dijeron: Matthias Habber. (Algo había escrito alguna vez en un papel que solamente Dios sabía en dónde estaba). Pero, si se recordaba que ese día en la escuela se había sentido confuso y cuando escuchó su nombre, pensó que era el de otro de sus condiscípulos. Aquel hecho lo dejo perplejo pero expectante.  Y al llegar a la casa creyó que se le abría un nuevo mundo, lleno de pureza y luminosidad.  Las cortinas blancas, los muebles de nogal, y la imagen de una mujer colgada a su memoria. Un retrato en una pared labrada: hermosa y solemne, con su cara de madona renacentista perdiéndose en un horizonte amarillo. Era el orden del universo que entraba por una ventana. Era la claridad del mundo que despertaba los sueños irredentos. Él pensaba que el mundo tenía que ser hermoso y definitivo.

Todo era puntual, diáfanamente puntual. No la puntualidad matemática de un reloj suizo ni el bostezo consuetudinario y cálido del sol al mediodía, sino la puntualidad del orden y la limpieza y la luminosidad.  Era algo ligeramente diferente a la puntualidad de un toquido en la puerta, cuando sabemos que quien va a tocar la puerta, ha venido de un campo de amarillos. Y toca la puerta de un castillo que todos sabemos que no es un castillo. Y toda la escena se arma, separados solamente por una puerta. Hay alguien detrás de la puerta dispuesto abrir la puerta porque sabe perfectamente bien quien tocará a la puerta. Y del otro lado habrá alguien más que tocará a la puerta porque sabe perfectamente bien quien la abrirá. Y eso es lo que cimenta la claridad del mundo. 

V

Una madona en los trigales

Y entre el toquido en la puerta y el acto de abrirla, se colaban las voces de coro de la escuela que llegaba desde lejos, pero se oían solo a medio metro. Simultáneamente un leve rumor musical recorría el campo, pero no era un campo cualquiera, era un campo cuajado del verde de las montañas y del amarillo de los trigales, pero verdaderamente no había trigales solo parecían trigales. Lo realmente importante no eran los campos que parecen trigales, ni el amarillo que pinta los campos de los trigales. Lo esencial es que seguramente dentro de muy poco la señora Barlach tocará el piano: en el fondo una peregrinación musical por Suiza e Italia.

            Era la hora de la   limpieza y de la exactitud, y de la música. El reloj azul y las horas plateadas eran solo recuerdos desde una ventana de un edificio alto, que no era una casa y tampoco era un castillo. El cual evocaba por horas aquel campo. No el de los trigales amarillo, porque desde la ventana no había trigales amarillos, sino el color de una pradera verde como el paño verde de una mesa de billar. Y vaya a saber cómo alrededor de aquella mesa de billar se arremolinaba la gente, y vista de cerca la mesa parecía una pradera verde. Y fácilmente uno pensaría que detrás de la pradera verde, latía un campo amarillo de trigales, por el que pasaba exclusivamente caminado una madona renacentista.  

Y en tanto, que el viento azotaba los trigales, la señora Barlach seguía tocando el piano en aquel castillo, y Maria en alemán, siempre Maria en alemán, tan impecable como una madona renacentista con sus manos sobre las rodillas que parecían dos palomas dormidas. Solamente dormidas porque las palomas no sueñan ni las manos tampoco. Pero al irse, parecía que se levantaban dos palomas como si acabaran de despertar de un sueño. En medio de un campo de trigales, desde donde se veía al fondo, un castillo en que seguramente la señora Barlach acababa de tocar a Liszt. Y ahí en ese castillo, Maria en alemán, con su mirada coqueteaba al señor Habber y la señora Barlach disimulaba no ver nada porque ella estaba perdida, únicamente, en los ojos musicales y tiernos y fantásticos de Liszt: Années de Pèlerinage, Italia, suite para piano, S161, Deuxième Année: Italie Après une Lecture de Dante: Fantasia Quasi Sonata ("Tras una lectura de Dante: Fantasía.) (Andante maestoso - Presto agitato assai - Tempo I (Andante) - Recitativo - Adagio - Allegro moderato - Più mosso - Tempo rubato e molto ritenuto - Andante - Più mosso - Allegro - Allegro vivace - Presto - Andante): 16:59 (“Années de pelegrinare — Wikipedia”)

VI

El cambio de mudada

Y de nota musical a nota musical, repentinamente una línea se abrió en el mar con sus estelas de espuma, y el canto perseguidor infinito, poemas sinfónicos de arduo y paciente trabajo, con su solemne leitmotiv.  Y aquel público que entraba en un lugar que no alcanzaba a ser lugar, porque no era una casa ni era un castillo. Ni tampoco un edificio, pero el cual se desparramaba con sus colores púrpuras y rayos luminosos, como un telón se abre en un teatro de Broadway. Y ahí parado, vertical y multitudinario, New York con sus grises avenidas y sus edificios espectaculares. Pero Matthias no puede ser Matthias aquí, tampoco puede ser el señor Habber. Era imprescindible cambiar los nombres. Él se resiste como la línea Maginot, o una sórdida trinchera en Marne o como el Peñón de Gibraltar a ser reducido a nada por los lengüetazos de mar. Y luce tan extraño en su nueva mudada como un árbol con su pescuezo gótico en el desierto de Kalahari. Pero al final cede y deja su nombre y recala su apellido, sus campos de trigales, su castillo de memoria y su amada madona renacentista.

Pero que contento que se puso en aquel salón de baile el señor Habber, al anuncio del espectáculo, y las luces que flotaban como mil rayos de Thor. Y una conglomeración de la música total de Wagner, y una pintura de Turner levemente iluminada en que las formas se pierden y encienden tibiamente la tormenta del hombre moderno.  El señor Habber se divierte, pero ya dijimos que él ya no es el señor Habber. Él solo es parte de la diversión, porque ve en aquellas rubias de ojos azules campos amarillos, que no son trigales, pero parecen trigales. Ve las manos que se mueve como palomas o las palomas que se posan en la saliente de las rodillas como dos quietas manos que ya no tocan a Liszt, rodeadas del silencioso amarillo de los trigales que se encumbra como matas de cabellos amarillos. Entonces seguramente la señora Barlach por algún otro lado, muy lejos estará a punto de tocar el piano, estará pensando en Liszt:  Années de Pèlerinage, suite para piano S161, Années de Pèlerinage, Italia, Deuxième Année 4. Sonetto 47 del Petrarca (Preludio con moto - Semper mosso con íntimo sentimento): 5 min 17 s

VII

El cambio de nombres

New York, New York, pero he ahí que aquel salón no es un castillo pintado con el blanco de las nubes. Solo es un salón de paredes grises y más grises. Pero ¿dónde está Maria con su inmovilidad de madona renacentista? Y de estar aquí ya no sería Maria en alemán, sino Mary porque ahí así son las cosas. Y Matthías que ya no se llama Matthias porque aquí hay que llamarse con otro nombre. Ahora no es oriundo de un pueblecito que se desliza por una pendiente de una colina en la frontera austriaco-alemana. Es New York que se alza como corona de luces y de cristal que secuestran el inadvertido y huyente cielo.  Él ex señor Habber ahora es uruguayo o cubano. Vaya a saber qué nombre lleva ahora, pero seguro de que el nombre que lleva es el de un uruguayo o el de un cubano. Le divierte tocar en aquel Night Club que no es un castillo ni una casa. Toca allí no porque toque bien, sino porque la gente cree que toca tan bien, tal y como tocaba la señora Barlach a Liszt. Pero ahora ha habido un trueque: jazz y blues. Porque aquí ya no se puede tocar a Liszt y aquí no está la señora Barlach para tocar Années de Pèlerinage, suite para piano, S162 Les Jeux d'Eaux à la Villa d'Este (Las fuentes de Villa de Este) Troisième Année 4. Juegos de agua en Villa d'Este (Allegretto): 7 min 44 s 

VIII

La otredad

Y al terminar de tocar, Matthias que ya no se llama Matthias, sino que lleva el nombre de un uruguayo o de un cubano. Quizá se llame Pablo o se llame Alberto.  Se asoma a la salida y, desde una ventana ve irse a una esbelta rubia flanqueada, no por el amarillo de los trigales sino por el amarillo de las luces que iluminan el horizonte vertical de ciudad. La ve irse con una cabellera luminosa irradiando destellos amarillos, con sus manos cremosas, su paso delicado, y su mirada lejana. Pero ella no se amedrenta, y camina, quizá en busca de alguien que se podría llamar John o Dante o quizá Petrarca, tal y como caminaría una madona renacentista entre un campo de trigales que cortan el frente de un castillo en que la señora Barlach siempre estará tocando a Liszt: Années de Pèlerinage, suite para piano, Deuxième Année: Italie 2. Aux Cyprès de la Villa d'Este I: Thrénodie (A los cipreses de la Villa de Este I: Treno) 3. En los cipreses de Villa d'Este (2) Thrénodie (Andante, non troppo lento): 10 min 55 s

IX

El campo de las luces

Y la urbe se cierra en una larga y festiva noche, solo iluminada por las luces de las calles y los faros de los autos, y las manos de un pianista hacen increíbles acrobacias en las indefensas y sonoras teclas del piano, y él ahí siempre con la memoria colgada de su madona florentina que ya no está aquí, y que seguramente camina por los dorados trigales en busca de un castillo para tocar la puerta.

X

La música del alma

Y antes de tocar la puerta ya escucha a la señora Barlach que al piano toca a Liszt: Années de Pèlerinage, Troisième Année suite para piano, S162, 7, Sursum corda Levantad los corazones.  (Erhebet eure Herzen) (Andante maestoso, non troppo lento): 4 min 15 s 4. Les Jeux d'Eaux à la Villa d'Este (Las fuentes de Villa de Este) Troisième Année4. Juegos de agua en Villa d'Este (Allegretto): 7 min 44 s.

Créditos

De Trashumancias

Ilustración

Plaza de las palabras

 

30 fotos de Yuscarán. La geometría de las piedras y las nubes. Mario A. Membreño Cedillo. Post Plaza de las palabras

 


 

cuadrado

 

    Plaza de las palabras  en su sección Imágenes y fotografía, presenta 30 fotos de Yuscarán. La geometría de las piedras y las nubes. Fotografías  tomadas por Mario A.Membreño Cedillo en Yuscarán cabecera municipal del Departamento de El Paraíso, pueblito mítico y como suspendido en el tiempo,  enclavado a la ladera del  cerro  de Montserrat, esta a 69 km de Tegucigalpa. Pueblo de raigambre minera fundado en 1760, con arquitectura colonial, de calles estrechas y empadradas, rodeado también de una Reserva Biológica. Cuenta apena con 20000 habitantes. Aún subsisten más de 200 casa de la época colonial. Su nombre etimológico proviene de lenguas mexicas y se traduce como El lugar de la casa de flores. 

 

    La selección de las fotografías tomadas, sigue unos lineamientos. Sus objetivos primarios: piedras, casas y nubes.  Conjuntada por un lazo común, las líneas geométricas que juegan una ilación en una buena parte de las fotografías aquí seleccionadas, desde el trazo de una calle, el alargamiento de una acera, un alambre eléctrico que rompe el cielo. Un balcón que parece flotar. Se combinan los  planos horizontal o vertical según la disposición arquitectónica de las casas. O la verticalidad de los postes de luz o de los postes de los corredores. Pero sobre todo recogen estas fotografías, cada una un sugerente misterio. Y que eventualmente incluye el paisaje humano. Fotografías   en que la luz siempre es protagonista, pero a veces se combina con un contraste oscuro de un negro bravo y rotundo. Imágenes en que el silencio habla, las piedras hablan, las nubes hablan,  todas unidas por la geometría de las líneas, las formas  y los sólidos. Cada fotografía cuenta su propia historia y se abre a la mirada de la sorpresa.

 

Alambre al cielo



Franjas 



Mujeres dando la espalda

Verticales


 

Portón abierto

 

 

Balcón aéreo

 

Columnas

  

Tertulia

  

Miradas

 

 

Luz, sombras y concreto


 Muralla

 

Tres cúpulas


Escaleras

 

Baranda

 

Jinete

 

 
Bicicleta

 

Piedras y sombras

 

 

Tres postes


Mirador

 

Triangulo

 

4 Puertas  cerradas

 

 

Intervalos

 

El camino  de  la luz

 

 

Sincronía

 

A la espera

 

Punto de fuga

 

Techo del mundo