Plaza de las palabras
en sección Cuentos presenta el
relato El peatón (1951) de Ray Bradbury, (1920-2012), fue un
escritor estadounidense de misterio del género fantástico, terror y ciencia
ficción. Principalmente conocido por sus libros de relatos Crónicas marcianas (1950)
El hombre Ilustrado, (1951) y su novela distópica Fahrenheit 451 (1953).
También escribió obras de teatro, guiones de películas y poesía.
Se consideraba a sí mismo: «un narrador de cuentos con propósitos morales. Sus obras a menudo producen en el lector una angustia metafísica, y por lo cual desconcertante, ya que reflejan la convicción de Bradbury de que el destino de la humanidad es «recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiadores para concluir vencido, contemplando el fin de la eternidad». (1)
«Un poético y un cierto romanticismo son otros rasgos persistentes en la obra de Ray Bradbury, si bien sus temas están inspirados en la vida diaria de las personas. Por sus peculiares características y temáticas, su obra puede considerarse como exponente del realismo épico, aunque nunca la haya definido de este modo Si bien a Bradbury se le conoce como escritor de ciencia ficción, él mismo declaró que no era escritor de ciencia ficción sino de fantasía y que su única novela de ciencia ficción es Fahrenheit 451.» (2)
Bradbury
retrata en su obra «Una imagen despiadada
y caustica de lo que puede llegar a ser un mundo tecnificado, inhumano y brutal».
(3). Además de eso se le considera
un escritor que advierte sobre el exceso de tecnología y ciencia, en detrimento
del cultivo de los valores humanos, en ese tono se le ha identificado como un «fabulista moral» (4) No obstante Bradbury
nunca cae en un fatalismo apocalíptico o en un pesimismo a ultranza, siempre
equilibra su visión con un halito de esperanza y ternura en la humanidad.
Comentario por Plaza de las palabras: El cuento ¿El peatón o el caminante? El problema moral
de la soledad en una distopia totalitaria
El
cuento seleccionado Pedestrian, (1951)
traducido como El peatón aunque
también podría ser traducido como El
caminante. Retrata a un solo personaje, Leonard Mead, que es escritor, soltero
y además un caminante empedernido en un
tiempo futuro hipotético: año 2053 (5),
en que el hecho de caminar no era considerado normal. Esa actitud de caminar, o
de pasear al estilo de Walser o quizá al
estilo de flaneur de Baudelaire o Benjamín.
Un Thoreu urbano, o de un hombre de las multitudes en busca de Poe, es abruptamente
desalojado ya que las caminatas del personaje del cuento ocurren en una ciudad
sin peatones, horizonte de completa soledad, y ausente a ciertas horas hasta de
autos. No hay una explicación a eso, pero nuestro caminante tiene más de 10 años
de ser un consuetudinario paseante de arriba abajo de la gran ciudad; hasta que un día (de noche), es detectado y detenido.
En la vida real Ray Bradbury fue
detenido varias veces por caminar de noche.
No
obstante, que en todos hay algo de caminantes, y que el acto de caminar, es un hecho tan
natural y trivial. Uno se pregunta cómo el salir a caminar puede ser casi una
utopía en un mundo futuro. Casi todos tienen
algo de alma de caminantes y nadie esperaría
que en un futuro no tan lejano una actividad inocente como esa, sea prohibida o
que uno tenga que caminar en ciudades totalmente abandonadas o solitarias en que todos sus
habitantes están refugiados en sus casas jugando ping pong o viendo a los
Simpson en la televisión. Si bien el
tema y propuesta de Bradbury nos parece pertinente y podemos coincidir con
algunos aspectos del relato: la crítica a la tv, el poder omnímodo de control
social. Y sobretodo la irreverencia de Leonard Mead al caminar.
Pero
hay también otra lectura de este magistral
relato, que a veces queda soslayada o es pasada por alto. Si hemos de seguir
las pistas del personaje Leonard Mead. En fin, uno se pregunta quién es Leonard
Mead y qué representa. Acaso, un ser agobiado por la soledad o un escritor con vocación
naturalista en una ciudad en donde nadie sale a caminar. Posiblemente sea un
cautivo del sistema. Un escritor fracasado en una sociedad donde ya nadie
compra ni escribe libros porque ese acto creativo y mediático resulta casi
banal e innecesario. En el señor Mead no hay tampoco una declaración jurada de amor por la naturaleza, quizá queden unos cuantos
arboles por allí, y a su paso a veces recoja unas que otras hojas otoñales, como
una especie paleontólogo tardío. Sorprende
que en la ciudad irreal en que Mead camina nunca se detiene o llegue a un
parque, descanse o se siente en una banca. ¿Sera que los parques han sido
proscritos?
Tampoco
tenemos claro que pretende Mead al caminar, parece elegir rumbos sin rumbos, es
una protesta inútil. Y nos parece vano ese intento, en fin el señor Mead no
propone nada, es una especie de Sísifo moderno o ultramoderno: diez años de
salir todas las noches a caminar sin un motivo concreto mas que vagabundear y
ver casas vacías con personajes casi fantasmales. Jamás hay un intento serio de
entrar en comunicación con alguien, si bien pasa por aceras y casas donde el
señor Leonard Mead se pregunta: ««Hola, hay alguien por ahí», sin embargo, nunca
se acerca lo suficiente, no toca el timbre o se allega a la puerta. Su actitud
de comunicación es un suspiro, apenas un decir al aire. Los planes del señor Mead,
no conducen a nada. En realidad se ha prestado al mismo sistema que rige la
ciudad. Es un ser inofensivo y casi sin voluntad o una especie hombre vacio — aunque la comparación podría resultar
dramática e injusta—
como los imaginados por T.S. Eliot. Y aunque todavía tiene una pizca de autonomía y voluntad, en algún momento, ante el inminente arresto de la policía, dice: «Espere un minuto. Yo no he hecho nada», y se opone al carro policía. El señor Mead hace mucho tiempo dejo de ser el señor Mead y sencillamente se convirtió en parte del paisaje: un peatón si es la diferencia para un mundo motorizado o la de un caminante si lo apreciamos con espíritu aventurero o naturalista. Es un buen observador, pero solo un observador a medias. Porque no le interesa llegar mas allá de los hechos.
como los imaginados por T.S. Eliot. Y aunque todavía tiene una pizca de autonomía y voluntad, en algún momento, ante el inminente arresto de la policía, dice: «Espere un minuto. Yo no he hecho nada», y se opone al carro policía. El señor Mead hace mucho tiempo dejo de ser el señor Mead y sencillamente se convirtió en parte del paisaje: un peatón si es la diferencia para un mundo motorizado o la de un caminante si lo apreciamos con espíritu aventurero o naturalista. Es un buen observador, pero solo un observador a medias. Porque no le interesa llegar mas allá de los hechos.
Por
supuesto cada lector tendrá su propia interpretación del personaje del relato:
Nihilista o existencialista o alguna otra cosa por el estilo o sin ningún estilo. También puede tomar el papel de un héroe o hasta
de un antihéroe, según el lector simpatice o no con él. No hay nada de malo en caminar aun en una sociedad cerrada y totalitaria como
la que plantea y denuncia Bradbury; el
problema central es que no hay solución a la vista, el señor Mead sabe lo que ocurre en la ciudad, sabe sus
males, pero camina no con la esperanza de la mano o con nuevos ojos; sino que camina como un existencialista frustrado
o un nihilista resignado. Es decir el objetivo de toda ideología totalitaria,
sea una gnosis ideológica o tecnológica, es producir un hombre sin esperanza. El señor Mead nos puede resultar
simpaticón, porque no cae en el totalitarismo de la imagen (televisión), sale a
caminar contra todo pronostico (espíritu aventurero), ve los fantasma uniformes
de una sociedad estandarizada y casi esclavizada, en que todavía a ciertas
horas los autos demuestran el imperio ruidoso de sus bocinas. (Conocedor de la
realidad).
Mundo parejo en que se ha llegado a un estado en que el crimen misteriosamente ha desaparecido, pero no se sabe a qué costo. Por igual también han desaparecido los libros y los escritores. (Y seguramente la librerías, las editoriales, los periódicos y la voluntad). Pero con todo el Señor Mead es un hombre, fundamentalmente sin esperanza, en el mejor de los casos un lobo estepario, en el peor, simplemente, un rebelde sin causa. Porque realmente no hay un sentido claro de cual es su propuesta de vida y que es lo que se propone. No hay, realmente, luz en él. A pesar de ello, en algún momento el lector simpatiza con él y le produce algún tipo de ternura o quizá de lastima. Porque es obvio que es un tipo que sufre la soledad y también evidencia una conducta alienada. Hay un problema moral en Leonard Mead, y es un problema atinente, — en parte — a su soledad, a su rechazo de cualquier mundo.
Mundo parejo en que se ha llegado a un estado en que el crimen misteriosamente ha desaparecido, pero no se sabe a qué costo. Por igual también han desaparecido los libros y los escritores. (Y seguramente la librerías, las editoriales, los periódicos y la voluntad). Pero con todo el Señor Mead es un hombre, fundamentalmente sin esperanza, en el mejor de los casos un lobo estepario, en el peor, simplemente, un rebelde sin causa. Porque realmente no hay un sentido claro de cual es su propuesta de vida y que es lo que se propone. No hay, realmente, luz en él. A pesar de ello, en algún momento el lector simpatiza con él y le produce algún tipo de ternura o quizá de lastima. Porque es obvio que es un tipo que sufre la soledad y también evidencia una conducta alienada. Hay un problema moral en Leonard Mead, y es un problema atinente, — en parte — a su soledad, a su rechazo de cualquier mundo.
Ray
Bradbury nos presenta acertadamente dos caras del mismo problema: la moral de
la soledad colectiva de la humanidad y la moral de la soledad individual, en un
ambiente extremo: un totalitarismo tecnológico
y social. Colectivamente todos están domesticados, han caído en el canto de
sirenas de la televisión (imagen), en el sentido individual, el Señor Mead es
un rebelde pasivo, posiblemente sepa más de lo que diga y haga, pero no le interesa saber más de la cuenta, ni
tampoco hacer más de lo que hace, o cuando menos distribuir su conocimiento. Posiblemente sufra
más que la colectividad, porque tiene un grado más alto de conciencia; es decir,
sabe cuál es el problema, o cree adivinarlo. Su única esperanza no es salvarse el
mismo ni salvarse por los otros (los comunes y ordinarios), sino por «la
caballería de los estados unidos que ya esta en la próxima colina.» Tampoco el
Señor Mead representa un mayor peligro —que la caballería o los cowboys que van
o vienen corriendo— para la sociedad o el sistema imperante. Porque
él se ha vuelto un conformista consuetudinario (otra forma de domesticación).
No obstante, en ese tipo de mundos, nadie esta dispuesto a correr riesgos, por lo
que al final el señor Leonard Mead es enviado a una saludable y reconductista terapia
social. (Volverlo a los fundamentos correctos de una conducta social y política). En ese contexto, su
delito o su pecado no es, como se podría
pensar a primera vista: porque salga a caminar, sino porque es un tipo
raro. Esdecir, era escritor un oficio que siempre—en cualquier parte y tiempo— va
dejando un reguero de tinta sospechosa e
indeleble; además, súmese que es un
soltero empederniso, nunca se caso, a eso agréguese y (eso es imperdonable) que
no tiene televisor (sobretodo porque es el único medio de comunicación con la
autoridad), y probablemente tampoco tenga auto (ni bicicleta). Y todas esas cosas
juntas, en un mismo individuo en el año 2053, son (y serán) siempre altamente
sospechosas.
VERSION INGLES
The Pedestrian (1951)
1438 palabras
Ray Bradbury
To enter out into that silence that was the city at eight o'clock of a misty evening in
November, to put your feet upon that buckling concrete walk, to step over
grassy seams and make your way, hands in pockets, through the silences, that
was what Mr. Leonard Mead most dearly loved to do. He would stand upon the
corner of an intersection and peer down long moonlit avenues of sidewalk in
four directions, deciding which way to go, but it really made no difference; he
was alone in this world of A.D. 2053, or as good as alone, and with a final
decision made, a path selected, he would stride off, sending patterns of frosty
air before him like the smoke of a cigar. Sometimes he would walk for hours and
miles and return only at midnight to his house. And on his way he would see the
cottages and homes with their dark windows, and it was not unequal to walking
through a graveyard where only the faintest glimmers of firefly light appeared
in flickers behind the windows. Sudden gray phantoms seemed to manifest upon
inner room walls where a curtain was still undrawn against the night, or there
were whisperings and murmurs where a window in a tomblike building was still
open.
Mr. Leonard Mead would pause, cock his head, listen,
look, and march on, his feet making no noise on the lumpy walk. For long ago he
had wisely changed to sneakers when strolling at night, because the dogs in
intermittent squads would parallel his journey with barkings if he wore hard
heels, and lights might click on and faces appear and an entire street be
startled by the passing of a lone figure, himself, in the early November
evening. On this particular evening he began his journey in a westerly
direction, toward the hidden sea. There was a good crystal frost in the air; it
cut the nose and made the lungs blaze like a Christmas tree inside; you could
feel the cold light going on and off, all the branches filled with invisible
snow. He listened to the faint push of his soft shoes through autumn leaves
with satisfaction, and whistled a cold quiet whistle between his teeth,
occasionally picking up a leaf as he passed, examining its skeletal pattern in
the infrequent lamplights as he went on, smelling its rusty smell.
"Hello, in there," he whispered to every house
on every side as he moved. "What's up tonight on Channel 4, Channel 7,
Channel 9? Where are the cowboys rushing, and do I see the United States Cavalry
over the next hill to the rescue?" The street was silent and long and
empty, with only his shadow moving like the shadow of a hawk in midcountry. If
he closed his eyes and stood very still, frozen, he could imagine himself upon
the center of a plain, a wintry, windless Arizona desert with no house in a
thousand miles, and only dry river beds, the streets, for company."What is
it now?" he asked the houses, noticing his wrist watch. "Eight-thirty
P.M.? Time for a dozen assorted murders? A quiz? A revue? A comedian falling
off the stage?" Was that a murmur of laughter from within a moon-white
house? He hesitated, but went on when nothing more happened. He stumbled over a
particularly uneven section of sidewalk. The cement was vanishing under flowers
and grass. In ten years of walking by night or day, for thousands of miles, he
had never met another person walking, not once in all that time.
He came to a cloverleaf intersection which stood
silent where two main highways crossed the town. During the day it was a
thunderous surge of cars, the gas stations open, a great insect rustling and a
ceaseless jockeying for position as the scarabbeetles, a faint incense
puttering from their exhausts, skimmed homeward to the far directions. But now
these highways, too, were like streams in a dry season, all stone and bed and
moon radiance. He turned back on a side street, circlingaround toward his home.
He was within a block of his destination when the lone car turned a corner
quite suddenly and flashed a fierce white cone of light upon him. He stood entranced,
not unlike a night moth, stunned by the illumination, and then drawn toward it.
A metallic voice called to him:
"Stand still. Stay where you are! Don't move!"
He halted.
"
Put up your hands!"
"But-" he said.
"Your hands up! Or we'll Shoot!"
The police, of course, but what a rare, incredible
thing; in a city of three million, there was only one police car left, wasn't
that correct? Ever since a year ago, 2052, the election year, the force had been cut down from three cars to one.
Crime was ebbing; there was no need now for the police, save for this one lone
car wandering and wandering the empty streets.
"Your name?" said the police car in a metallic
whisper. He couldn't see the men in it for the
bright light in his eyes.
"Leonard Mead," he said.
"Speak up!"
"Leonard Mead!"
"Business or profession?"
"I guess you'd call me a writer."
"No profession," said the police car, as if talking to itself. The light held him fixed,
like a
museum specimen, needle thrust through chest.
"You might say that, " said Mr. Mead. He hadn't
written in years. Magazines and books didn't
sell any more. Everything went on in the tomblike houses at night now,
he thought, continuing his fancy. The tombs, ill-lit by television light, where
the people sat like the dead, the gray or multicolored lights touching their
faces, but never really touching them.
"No profession," said the phonograph voice, hissing.
"What are you doing out?"
"Walking," said Leonard
Mead."Walking!"
"Just walking," he said simply, but his face
felt cold.
"Walking, just walking, walking?"
"Yes, sir."
"
Walking where? For what?"
"Walking for air. Walking to see."
"Your address!"
"
Eleven South Saint James Street."
"And there is air in your house, you have an air
conditioner, Mr. Mead?"
"Yes."
"
And you have a viewing screen in your house to
see with?"
"
No."
"No?" There was a crackling quiet that in itself
was an accusation.
"Are you married, Mr. Mead?"
"No."
"Not married," said the police voice behind the
fiery beam, The moon was high and clear among the stars and the houses were
gray and silent.
"
Nobody wanted me," said Leonard Mead with a
smile.
"
Don't speak unless you're spoken to!"
Leonard Mead waited in the cold night.
"Just walking, Mr. Mead?"
"
Yes."
"But you haven't explained for what purpose."
"I explained; for air, and to see, and just to walk."
"
Have you done this often?"
"
Every night for years."
The police car sat in the center of the street with
its radio throat faintly humming.
"
Well, Mr. Mead," it said.
"Is that all?" he asked politely.
"Yes," said the voice. "Here."
There was a sigh, a pop. The back door of the police car sprang wide.
"Get in."
"Wait a minute, I haven't done anything!"
"Get in."
"I protest!"
"
Mr. Mead."
He walked like a man suddenly drunk. As he passed the
front window of the car he looked in. As he had expected, there was no one in
the front seat, no one in the car at all.
"Get in."
He put his hand to the door and peered into the back
seat, which was a little cell, a little black jail with bars. It smelled of
riveted steel. It smelled of harsh antiseptic; it smelled too clean and hard
and metallic. There was nothing soft there.
"Now if you had a wife to give you an
alibi,"said the iron voice.
"
But-" "Where are you taking me?"
The car hesitated, or rather gave a faint whirring
click, as if information, somewhere, wasdropping card by punch-slotted card
under electric eyes.
"
To the Psychiatric Center for Research on Regressive
Tendencies."
He got in. The door shut with a soft thud. The police
car rolled through the night avenues, flashing its dim lights ahead. They
passed one house on one street a moment later, one house in an entire city of
houses that were dark, but this one particular house had all of its electric
lights brightly lit, every window a loud yellow illumination, square and warm
in the cool darkness.
"That's my house," said Leonard Mead.
No one answered him.
The car moved down the empty
river-bed streets and off away, leaving the empty streets with the empty
side-walks, and no sound and no motion all the rest of the chill November
night.
VERSION ESPAÑOL POR PLAZA DE LAS PALABRAS
El peatón
Ray Bradbury
1537
palabras
Penetrar
el silencio que había en la ciudad a las 8 en punto de una brumosa tarde de
noviembre, al caminar; poner los pies sobre el agrietado concreto de la acera y
pasar sobre la hierba, con las manos en los bolsillos, parecía indicar el camino. Atravesar el silencio, eso era lo que al Señor Leonard Mead más vehementemente
amaba hacer. Él pararía en la esquina de una intersección y
observaría a la luz de la luna las
avenidas en cuatro direcciones, y decidir por cual camino ir, pero eso realmente
no hacia diferencia, él estaba solo en este mundo del año 2053, o casi prácticamente solo, y con una decisión
final tomada, un sendero seleccionado, él
pasearía, dejando a su paso formas de aire frio como el humo de un cigarrillo.
Algunas
veces el caminaba por horas y kilómetros y retornaba hasta medianoche a su
casa. Y en su recorrido el podría ver casas y chalet, con sus oscuras ventanas,
y parecía que caminaba a través de cementerios donde solamente las mas débiles
luces de las luciérnagas aparecían
intermitentes en las ventanas. Y repentinamente un gris fantasmal parecía descolgarse
dentro de las paredes interiores de algún
cuarto donde una cortina estaba aun sin correrse contra la noche. O se oían silbidos
y murmullos en algún edificio sepulcral donde una ventana continuaba todavía abierta.
De
pronto Mr. Leonard Mead se detenía, ladeaba
su cabeza, escuchaba el silencio, miraba a saber qué, y se marchaba
rápidamente, sin que pies hicieran ruido sobre la rugosa acera. Hace mucho
tiempo él había sabiamente cambiado sus
zapatos desuela dura por unos de suela blanda cuando deambulaba por la noche. Porque si él usaba suelas duras, los perros en
intermitentes jaurías le seguían con sus ladridos, y entonces las luces de las
casas podrían prenderse y aparecer
rostros, y de pronto la calle completa ser
sorprendida por el paso de una figura sola, él mismo, en la temprana tarde de noviembre.
En
esa particular tarde, él empezó su viaje más en dirección hacia el occidente,
hacia el mar escondido. Había una buena
escarcha de cristal en el aire, que le irritaba la nariz y hacia arder los
pulmones, como un árbol de navidad dentro, se podría sentir el entrar y salir
del frío ardor. Todas las ramas llenas con invisible nieve. El escuchaba
el débil rechinar de sus suaves zapatos a
través de las hojas otoñales con satisfacción, y silbaba una fría y quieta tonadita
entre sus dientes, y ocasionalmente recogía una hoja mientras pasaba, y examinaba
su esquelética forma a la luz de las ocasionales
lámparas, y olía su mohoso olor.
«Hola,
hay alguien por ahí», murmuraba él a
cada casa y a cada lado a donde se movía. «¿Qué hay hoy por la noche en canal cuatro,
canal siete, canal nueve? » « ¿Están
los vaqueros y la caballería de los estados unidos sobre la próxima colina viniendo
apresuradamente al rescate?» La calle estaba silenciosa, larga y vacía; y con solo
su sombra moviéndose como la sombra de un halcón en la mitad del campo. Si él
cerrara sus ojos y permaneciera muy quieto, congelado. Él podría imaginarse a
si mismo en el centro de una pradera, invernal y sin viento, en el desierto de Arizona,
sin ninguna casa en miles de kilómetros a la redonda. Y el lecho de ríos secos, las calles, por su única compañía.
¿Qué
hora es?, preguntó a las casas, al
tiempo que veía su reloj de pulsera: ocho
y treinta. ¿Tiempo para una docena bien surtida
de asesinatos? ¿O un rompecabezas? ¿O una revista teatral? ¿O un comediante que
se tropieza en el escenario? Era eso un murmullo de risas desde dentro de una casa
de blanca luna? Él titubeo cuando nada más paso pero continúo, y se tropezó en una maltrecha sección de la acera, en que
el cemento desaparecía bajo flores y hierbas. En diez años de caminar de noche y
de día, por miles de kilómetros, él
nunca se había encontrado a ninguna otra
persona caminando por ahí.
Pronto
llegó al cruce de trébol que permanecía silencioso y donde dos carreteras principales cruzaban el pueblo. Durante el día había ahí una ensordecedora oleada de autos Las gasolineras
abiertas, acompañados de un incesante susurro de insectos, los autos como escarabajos,
expedían un débil incienso, y competían por las mejores posiciones para luego
marcharse a lugares lejanos. Por ahora esas autopistas, también, eran como riachuelos
en una estación seca, todo puro cauce de piedra y pura resplandeciente luna. Él
regreso a una calle de al lado, circulando alrededor hacia su casa. Y ya estaba
a una cuadra de su destino cuando repentinamente un solitario carro doblo en
una esquina y con una cónica luz blanca le alumbro fieramente. Él permaneció asombrado, no muy diferente a una
polilla en la noche: aturdido por la iluminación, y entonces avanzo hacia ella.
Una voz metálica le llamo:
—
!Estese quieto! ¡Siga donde esta! ¡No se
mueva!
Él
se detuvo.
—¡Levante
sus manos!
—Pero.
— dijo.
—¡Sus
manos arriba o disparamos!
Por
supuesto, era la policía, pero que raro,
una cosa increíble; en una ciudad de tres millones de habitantes, había dejado
solo un carro de policía, eso no era correcto. Desde hace un año. El año de la elección:
2052, la fuerza había sido rebajada de
tres carros a uno. El crimen había
disminuido; no había necesidad para la policía, salvo para este único carro
vagando y vagando por calles vacías.
¿Su
nombre? —dijo el carro de policía en un metálico murmullo. Él no podía
ver al hombre porque la luz le cegaba.
—Leonard
Mead —dijo.
—!Hable
alto!
—!Leonard
Mead!
—¿Negocio
o profesión?
—Supongo
que me llamarían escritor.
—Ninguna
profesión —dijo el carro policía, como
si hablará asimismo. La luz le sostenía fija, como un espécimen de museo sostenido
por una aguja.
—Usted
puede decir eso —dijo el señor Mead.
El
no había escrito en años. Las revistas y los libros no se vendían más. Ahora cada
cosa era casas sepulcrales en la noche, el pensó, continuando su fantasía. Las casas eras como tumbas, enfermas por la luz
de la televisión, donde la gente pasaba sentada como si estuviese muerta, el gris
o las multicolores luces rozaban sus caras inexpresivas, pero nunca realmente
tocándolas.
—Ninguna
profesión, —dijo la voz de fonógrafo repicando. ¿Qué es lo que usted esta
haciendo en la calle?
—Caminando,
—dijo Leonard Mead. — ¡caminando!
—¡caminando!.
—Justo
caminando —dijo simplemente él, pero con su cara
tiritando de frío.
—
¿Caminando, justo caminando, caminando?
—Si,
señor.
—
¿Caminando a dónde? ¿Para qué?
—Caminando
por aire. Caminando para ver.
—
¡Su dirección!
—Once
Sur, calle San James
—
¿Hay aire en su casa, tiene usted aire acondicionado, Señor Mead?
—Si.
—
¿Y usted tiene una televisión en su casa para verla?
—No.
—
¿No? Hubo un crujido quieto que en si mismo era un acusación.
—
¿Es usted casado? Señor Mead?
—No.
—No
es casado —dijo la voz del policía detrás
del fiero rayo. La luna estaba alta y
clara entre las estrellas y las casas eran grises y silenciosas.
—Nadie
me quiere a mí —dijo Leonard Mead con una sonrisa.
—
¡No hable a menos que se le hable!
Leonard
Mead espero en la fría noche.
—
¿Justo caminando, Señor Mead?
—Si.
—Pero
usted no ha explicado con que propósito.
Ya
lo explique; por aire, para ver, y justo caminar.
—
¿Usted ha hecho esto a menudo?
—Cada
noche por años.
El
carro policía se situó en el centro de la calle con su radio como una garganta débilmente
zumbando.
—Bien,
Señor Mead, —fue dicho.
—
¿Eso es todo? — preguntó él cortésmente.
—Si,
— dijo la voz—. Aquí. —Hubo un respiro, un rechinar. La puerta trasera del
carro se abrió—. Entre
—Espere
un minuto. Yo no he hecho nada.
—Entre.
—
¡Yo protesto!
—Señor,
Mead.
Él
camino como un hombre repentinamente borracho. Mientras él pasaba frente a la ventana del carro vio
hacia dentro. Como él lo había esperado, no había nadie en el asiento delantero ni en
el carro.
—Entre.
El
puso sus manos en la puerta y atisbo
dentro del asiento trasero, el cual era una pequeña celda, una pequeña jaula
con barras negras Olor de remachado acero. Olía a severo antiséptico, olía a limpio
y duro metal. No había nada suave ahí.
—Si
tan solo tuviera una esposa que le pudiese asistir, — dijo la voz de hierro.
—Pero,
¿A dónde me lleva?
El
carro vacilo, o mas que eso dio un débil zumbido como si la información, de alguna
manera fuera una tarjeta electrónica.
—Al
Centro Siquiátrico para Investigaciones de Tendencias Regresivas.
El
Señor Mead entró. La puerta se cerró suavemente. El carro
policía dio vueltas a través de las avenidas
nocturnas, alumbrando la oscuridad con las débiles luces delanteras. Ellos
pasaran poco después una casa en una calle, una casa en una ciudad entera de
casas que eran oscuras, pero esta particular casa tenía todas sus luces
brillantemente encendidas, cada ventana con una fuerte iluminación amarilla, ventanas
cuadradas y cálidas en la fresca
oscuridad.
—Esa
es mi casa —dijo Leonard Mead.
Nadie
le respondió.
El
carro descendía el vacio lecho del rio de las calles y se alejaba, dejando las despobladas calles con las aceras despobladas.
No hubo un tan solo sonido y ningún tan solo
movimiento todo el resto de esa fría noche de noviembre.
Notas bibliográficas
1. Wiki pedía
2. Idem, Wikipedia
3. Diccionario de Grandes Figuras Literarias, José Martínez
Cachero, Espasa, 1998, p. 105
4. Literatura Diccionario. Bernard Gros, p.50-51.
5. Hemos identificado varias versiones del cuento en
su versión del ingles, una de ellas sitúa la narración en el futuro e
hipotético año 2131, pero en otra
versión el año de referencia es el año 2053. Versión, esta última que es la que tomamos, igualmente hay levísimas
variaciones entre estas versiones, por ejemplo en la versión del año 2131 una
frase como: multicored lights touchings
their expressionless faces, en la
versión año 2052, solo diría multicored lights touchings their faces. Salvo ligeros cambios de palabras u
omisiones y el año de referencia, las versiones son similares.
Créditos
Texto El peaton en español traducción por Plaza de las palabras
Enlaces
Version ingles the Pedestrian Short Story by Ray
Bradbury (PDF)