El Peatón un cuento de Ray Bradbury. El problema moral de la soledad en una distopia de Bradbury. Edición bilingüe. Post de Plaza de las palabras


Plaza de las palabras en sección Cuentos presenta el relato  El peatón (1951) de Ray Bradbury, (1920-2012),​ fue un escritor estadounidense de misterio del género fantástico, terror y ciencia ficción. Principalmente conocido por sus libros de relatos Crónicas marcianas (1950) El hombre Ilustrado, (1951)​ y su novela distópica Fahrenheit 451 (1953). También escribió obras de teatro, guiones de películas y poesía.

Se consideraba a sí mismo: «un narrador de cuentos con propósitos morales. Sus obras a menudo producen en el lector una angustia metafísica, y por lo cual desconcertante, ya que reflejan la convicción de Bradbury de que el destino de la humanidad es «recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiadores para concluir vencido, contemplando el fin de la eternidad». (1) 

«Un  poético y un cierto romanticismo son otros rasgos persistentes en la obra de Ray Bradbury, si bien sus temas están inspirados en la vida diaria de las personas. Por sus peculiares características y temáticas, su obra puede considerarse como exponente del realismo épico, aunque nunca la haya definido de este modo Si bien a Bradbury se le conoce como escritor de ciencia ficción, él mismo declaró que no era escritor de ciencia ficción sino de fantasía y que su única novela de ciencia ficción es Fahrenheit 451(2)

Bradbury retrata en su obra «Una imagen despiadada y caustica de lo que puede llegar a ser un mundo tecnificado, inhumano y brutal». (3). Además de eso se le considera un escritor que advierte sobre el exceso de tecnología y ciencia, en detrimento del cultivo de los valores humanos, en ese tono se le ha identificado como un «fabulista moral» (4)  No obstante Bradbury nunca cae en un fatalismo apocalíptico o en un pesimismo a ultranza, siempre equilibra su visión con un halito de esperanza  y ternura en la humanidad.




Comentario por Plaza de las palabras: El cuento  ¿El peatón o el caminante? El problema moral de la soledad en una distopia totalitaria

El cuento seleccionado Pedestrian, (1951) traducido como El peatón aunque también podría ser traducido como El caminante. Retrata a un solo personaje, Leonard Mead, que es escritor, soltero y  además un caminante empedernido en un tiempo futuro hipotético: año 2053 (5), en que el hecho de caminar no era considerado normal. Esa actitud de caminar, o de pasear  al estilo de Walser o quizá al estilo de flaneur de Baudelaire o Benjamín. Un Thoreu urbano, o de un hombre de las multitudes en busca de Poe, es abruptamente desalojado ya que las caminatas del personaje del cuento ocurren en una ciudad sin peatones, horizonte de completa soledad, y ausente a ciertas horas hasta de autos. No hay una explicación a eso, pero nuestro caminante tiene más de 10 años de ser un consuetudinario paseante de arriba abajo de la gran ciudad;  hasta que un día (de noche), es detectado y detenido. En la vida real Ray Bradbury  fue detenido varias veces por caminar de noche.

No obstante, que en todos hay algo de caminantes,  y que el acto de caminar, es un hecho tan natural y trivial. Uno se pregunta cómo el salir a caminar puede ser casi una utopía en un mundo futuro. Casi todos  tienen  algo de alma de caminantes y nadie esperaría que en un futuro no tan lejano una actividad inocente como esa, sea prohibida o que uno tenga que caminar en ciudades totalmente  abandonadas o solitarias en que todos sus habitantes están refugiados en sus casas jugando ping pong o viendo a los Simpson en la televisión.  Si bien el tema y propuesta de Bradbury nos parece pertinente y podemos coincidir con algunos aspectos del relato: la crítica a la tv, el poder omnímodo de control social. Y sobretodo la irreverencia de Leonard Mead al caminar.

Pero hay también otra lectura de este  magistral relato, que a veces queda soslayada o es pasada por alto. Si hemos de seguir las pistas del personaje Leonard Mead. En fin, uno se pregunta quién es Leonard Mead y qué representa. Acaso, un ser agobiado por la soledad o un escritor con vocación naturalista en una ciudad en donde nadie sale a caminar. Posiblemente sea un cautivo del sistema. Un escritor fracasado en una sociedad donde ya nadie compra ni escribe libros porque ese acto creativo y mediático resulta casi banal e innecesario. En el señor Mead no hay tampoco una  declaración jurada de  amor por la naturaleza, quizá queden unos cuantos arboles por allí, y a su paso a veces recoja unas que otras hojas otoñales, como una especie  paleontólogo tardío. Sorprende que en la ciudad irreal en que Mead camina nunca se detiene o llegue a un parque, descanse o se siente en una banca. ¿Sera que los parques han sido proscritos?

Tampoco tenemos claro que pretende Mead al caminar, parece elegir rumbos sin rumbos, es una protesta inútil. Y nos parece vano ese intento, en fin el señor Mead no propone nada, es una especie de Sísifo moderno o ultramoderno: diez años de salir todas las noches a caminar sin un motivo concreto mas que vagabundear y ver casas vacías con personajes casi fantasmales. Jamás hay un intento serio de entrar en comunicación con alguien, si bien pasa por aceras y casas donde el señor Leonard Mead se pregunta: ««Hola, hay alguien por ahí», sin embargo, nunca se acerca lo suficiente, no toca el timbre o se allega a la puerta. Su actitud de comunicación es un suspiro, apenas un decir al aire. Los planes del señor Mead, no conducen a nada. En realidad se ha prestado al mismo sistema que rige la ciudad. Es un ser inofensivo y casi sin voluntad o una especie hombre vacio — aunque la comparación podría resultar dramática e injusta—
 como los imaginados por  T.S. Eliot. Y aunque todavía tiene una pizca de autonomía y voluntad, en algún momento, ante el inminente arresto de la policía,  dice: «Espere un minuto. Yo no he hecho nada»,  y se opone al carro policía. El señor Mead  hace mucho tiempo dejo de ser el señor Mead y sencillamente se convirtió en parte del paisaje: un peatón si es la diferencia para un mundo motorizado o la de un caminante si lo apreciamos con espíritu aventurero o naturalista. Es un buen observador, pero solo un observador a medias. Porque no le interesa llegar mas allá de los hechos.  

Por supuesto cada lector tendrá su propia interpretación del personaje del relato: Nihilista o existencialista o alguna otra cosa por el estilo o sin ningún estilo. También puede tomar el papel de un héroe o hasta de un antihéroe, según el lector simpatice o no con él.  No hay nada de malo en caminar aun en una sociedad cerrada y totalitaria como la que plantea y denuncia Bradbury;  el problema central es que no hay solución a la vista, el señor Mead  sabe lo que ocurre en la ciudad, sabe sus males, pero camina no con la esperanza de la mano o con nuevos ojos;  sino que camina como un existencialista frustrado o un nihilista resignado. Es decir el objetivo de toda ideología totalitaria, sea una gnosis ideológica o tecnológica, es producir un hombre sin esperanza. El señor Mead nos puede resultar simpaticón, porque no cae en el totalitarismo de la imagen (televisión), sale a caminar contra todo pronostico (espíritu aventurero), ve los fantasma uniformes de una sociedad estandarizada y casi esclavizada, en que todavía a ciertas horas los autos demuestran el imperio ruidoso de sus bocinas. (Conocedor de la realidad). 

Mundo parejo en que se  ha llegado a un estado en que el crimen misteriosamente ha desaparecido, pero no se sabe a qué costo. Por igual también han desaparecido los libros y los escritores. (Y seguramente la librerías, las editoriales, los periódicos y la voluntad). Pero con todo el Señor Mead  es un hombre, fundamentalmente  sin esperanza, en el mejor de los casos un lobo estepario, en el peor, simplemente,  un rebelde sin causa. Porque realmente no hay un sentido claro de cual es su propuesta de vida y que es lo que se propone. No hay, realmente,  luz en él. A pesar de ello, en algún momento el lector simpatiza con él y le produce algún tipo de ternura o quizá de lastima. Porque es obvio que es un tipo que sufre la soledad y también evidencia una conducta alienada. Hay un problema moral en Leonard Mead, y es un problema atinente, — en parte —  a su soledad, a su rechazo de cualquier mundo.   

Ray Bradbury nos presenta acertadamente dos caras del mismo problema: la moral de la soledad colectiva de la humanidad y la moral de la soledad individual, en un ambiente extremo: un totalitarismo tecnológico y social. Colectivamente todos están domesticados, han caído en el canto de sirenas de la televisión (imagen), en el sentido individual, el Señor Mead es un rebelde pasivo, posiblemente sepa más de lo que diga y haga,  pero no le interesa saber más de la cuenta, ni tampoco hacer más de lo que hace, o cuando menos  distribuir su conocimiento. Posiblemente sufra más que la colectividad, porque tiene un grado más alto de conciencia; es decir, sabe cuál es el problema, o cree adivinarlo. Su única esperanza no es salvarse el mismo ni salvarse por los otros (los comunes y ordinarios), sino por «la caballería de los estados unidos que ya esta en la próxima colina.» Tampoco el Señor Mead representa un mayor peligro —que la caballería o los cowboys que van o vienen corriendo—   para la sociedad o el sistema imperante. Porque él se ha vuelto un conformista consuetudinario (otra forma de domesticación). No obstante, en ese tipo de mundos,   nadie esta dispuesto a correr riesgos, por lo que al final el señor Leonard Mead es enviado a una saludable y reconductista terapia social. (Volverlo a los fundamentos correctos de una  conducta social y política). En ese contexto, su delito o su pecado  no es, como se podría pensar a primera vista:   porque salga a caminar, sino porque es un tipo raro. Esdecir, era escritor un oficio que siempre—en cualquier parte y tiempo— va dejando un  reguero de tinta sospechosa e indeleble;  además, súmese que es un soltero empederniso, nunca se caso, a eso agréguese y (eso es imperdonable) que no tiene televisor (sobretodo porque es el único medio de comunicación con la autoridad), y probablemente tampoco tenga  auto (ni bicicleta). Y todas esas cosas juntas, en un mismo individuo en el año 2053, son (y serán) siempre altamente sospechosas.   




VERSION INGLES

The Pedestrian (1951)
1438 palabras
Ray Bradbury

To enter out into that silence that was the  city at eight o'clock of a misty evening in November, to put your feet upon that buckling concrete walk, to step over grassy seams and make your way, hands in pockets, through the silences, that was what Mr. Leonard Mead most dearly loved to do. He would stand upon the corner of an intersection and peer down long moonlit avenues of sidewalk in four directions, deciding which way to go, but it really made no difference; he was alone in this world of A.D. 2053, or as good as alone, and with a final decision made, a path selected, he would stride off, sending patterns of frosty air before him like the smoke of a cigar. Sometimes he would walk for hours and miles and return only at midnight to his house. And on his way he would see the cottages and homes with their dark windows, and it was not unequal to walking through a graveyard where only the faintest glimmers of firefly light appeared in flickers behind the windows. Sudden gray phantoms seemed to manifest upon inner room walls where a curtain was still undrawn against the night, or there were whisperings and murmurs where a window in a tomblike building was still open.

Mr. Leonard Mead would pause, cock his head, listen, look, and march on, his feet making no noise on the lumpy walk. For long ago he had wisely changed to sneakers when strolling at night, because the dogs in intermittent squads would parallel his journey with barkings if he wore hard heels, and lights might click on and faces appear and an entire street be startled by the passing of a lone figure, himself, in the early November evening. On this particular evening he began his journey in a westerly direction, toward the hidden sea. There was a good crystal frost in the air; it cut the nose and made the lungs blaze like a Christmas tree inside; you could feel the cold light going on and off, all the branches filled with invisible snow. He listened to the faint push of his soft shoes through autumn leaves with satisfaction, and whistled a cold quiet whistle between his teeth, occasionally picking up a leaf as he passed, examining its skeletal pattern in the infrequent lamplights as he went on, smelling its rusty smell.

"Hello, in there," he whispered to every house on every side as he moved. "What's up tonight on Channel 4, Channel 7, Channel 9? Where are the cowboys rushing, and do I see the United States Cavalry over the next hill to the rescue?" The street was silent and long and empty, with only his shadow moving like the shadow of a hawk in midcountry. If he closed his eyes and stood very still, frozen, he could imagine himself upon the center of a plain, a wintry, windless Arizona desert with no house in a thousand miles, and only dry river beds, the streets, for company."What is it now?" he asked the houses, noticing his wrist watch. "Eight-thirty P.M.? Time for a dozen assorted murders? A quiz? A revue? A comedian falling off the stage?" Was that a murmur of laughter from within a moon-white house? He hesitated, but went on when nothing more happened. He stumbled over a particularly uneven section of sidewalk. The cement was vanishing under flowers and grass. In ten years of walking by night or day, for thousands of miles, he had never met another person walking, not once in all that time.

He came to a cloverleaf intersection which stood silent where two main highways crossed the town. During the day it was a thunderous surge of cars, the gas stations open, a great insect rustling and a ceaseless jockeying for position as the scarabbeetles, a faint incense puttering from their exhausts, skimmed homeward to the far directions. But now these highways, too, were like streams in a dry season, all stone and bed and moon radiance. He turned back on a side street, circlingaround toward his home. He was within a block of his destination when the lone car turned a corner quite suddenly and flashed a fierce white cone of light upon him. He stood entranced, not unlike a night moth, stunned by the illumination, and then drawn toward it. A metallic voice called to him:

"Stand still. Stay where you are! Don't move!"

He halted.
"
Put up your hands!"

"But-" he said.

"Your hands up! Or we'll Shoot!"

The police, of course, but what a rare, incredible thing; in a city of three million, there was only one police car left, wasn't that correct? Ever since a year ago, 2052, the election year, the force  had been cut down from three cars to one. Crime was ebbing; there was no need now for the police, save for this one lone car wandering and wandering the empty streets.

"Your name?" said the police car in a metallic whisper. He couldn't see the men in it for the
bright light in his eyes.

"Leonard Mead," he said.

"Speak up!"

"Leonard Mead!"

"Business or profession?"

"I guess you'd call me a writer."

"No profession," said the police car, as if  talking to itself. The light held him fixed, like a
museum specimen, needle thrust through chest.

"You might say that, " said Mr. Mead. He hadn't written in years. Magazines and books didn't  sell any more. Everything went on in the tomblike houses at night now, he thought, continuing his fancy. The tombs, ill-lit by television light, where the people sat like the dead, the gray or multicolored lights touching their faces, but never really touching them.

"No profession," said the phonograph voice, hissing. "What are you doing out?"

"Walking," said Leonard Mead."Walking!"

"Just walking," he said simply, but his face felt cold.

"Walking, just walking, walking?"

"Yes, sir."
"
Walking where? For what?"

"Walking for air. Walking to see."

"Your address!"
"
Eleven South Saint James Street."

"And there is air in your house, you have an air conditioner, Mr. Mead?"

"Yes."
"
And you have a viewing screen in your house to see with?"
"
No."

"No?" There was a crackling quiet that in itself was an accusation.

"Are you married, Mr. Mead?"

"No."

"Not married," said the police voice behind the fiery beam, The moon was high and clear among the stars and the houses were gray and silent.
"
Nobody wanted me," said Leonard Mead with a smile.
"
Don't speak unless you're spoken to!"

Leonard Mead waited in the cold night.

"Just walking, Mr. Mead?"
"
Yes."
"But you haven't explained for what purpose."

"I explained; for air, and to see, and just to walk."
"
Have you done this often?"
"
Every night for years."

The police car sat in the center of the street with its radio throat faintly humming.
"
Well, Mr. Mead," it said.

"Is that all?" he asked politely.

"Yes," said the voice. "Here." There was a sigh, a pop. The back door of the police car sprang wide.
"Get in."

"Wait a minute, I haven't done anything!"

"Get in."

"I protest!"
"
Mr. Mead."

He walked like a man suddenly drunk. As he passed the front window of the car he looked in. As he had expected, there was no one in the front seat, no one in the car at all.
"Get in."

He put his hand to the door and peered into the back seat, which was a little cell, a little black jail with bars. It smelled of riveted steel. It smelled of harsh antiseptic; it smelled too clean and hard and metallic. There was nothing soft there.

"Now if you had a wife to give you an alibi,"said the iron voice.
"
But-" "Where are you taking me?"

The car hesitated, or rather gave a faint whirring click, as if information, somewhere, wasdropping card by punch-slotted card under electric eyes.
"
To the Psychiatric Center for Research on Regressive Tendencies."

He got in. The door shut with a soft thud. The police car rolled through the night avenues, flashing its dim lights ahead. They passed one house on one street a moment later, one house in an entire city of houses that were dark, but this one particular house had all of its electric lights brightly lit, every window a loud yellow illumination, square and warm in the cool darkness.

"That's my house," said Leonard Mead.

No one answered him.
 The car moved down the empty river-bed streets and off away, leaving the empty streets with the empty side-walks, and no sound and no motion all the rest of the chill November night.





VERSION ESPAÑOL POR PLAZA DE LAS PALABRAS

El peatón
Ray Bradbury
1537 palabras

Penetrar el silencio que había en la ciudad a las 8 en punto de una brumosa tarde de noviembre, al caminar; poner los pies sobre el agrietado concreto de la acera y pasar sobre la hierba, con las manos en los bolsillos, parecía indicar el camino.  Atravesar el silencio, eso  era lo que al Señor Leonard Mead más vehementemente amaba hacer.    Él pararía en la esquina de una intersección y observaría a  la luz de la luna las avenidas en cuatro direcciones, y decidir por cual camino ir, pero eso realmente no hacia diferencia, él estaba solo en este mundo del año 2053,  o casi prácticamente solo, y con una decisión final tomada,  un sendero seleccionado, él pasearía, dejando a su paso formas de aire frio como el humo de un cigarrillo.  

Algunas veces el caminaba por horas y kilómetros y retornaba hasta medianoche a su casa. Y en su recorrido el podría ver casas y chalet, con sus oscuras ventanas, y parecía que caminaba a través de cementerios donde solamente las mas débiles luces de las luciérnagas  aparecían intermitentes en las ventanas. Y repentinamente un gris fantasmal parecía descolgarse dentro de las  paredes interiores de algún cuarto donde una cortina estaba aun sin correrse contra la noche. O se oían silbidos y murmullos en algún edificio sepulcral donde una ventana  continuaba todavía abierta.

De pronto Mr. Leonard Mead se detenía,  ladeaba su cabeza, escuchaba el silencio, miraba a saber qué, y se marchaba rápidamente, sin que pies hicieran ruido sobre la rugosa acera. Hace mucho tiempo él había sabiamente cambiado  sus zapatos desuela dura por unos de suela blanda cuando deambulaba por la noche.  Porque si él usaba suelas duras, los perros en intermitentes jaurías le seguían con sus ladridos, y entonces las luces de las casas podrían  prenderse   y aparecer rostros,  y de pronto la calle completa ser sorprendida por el paso de una figura sola, él mismo, en la temprana tarde de noviembre.  

En esa particular tarde, él empezó su viaje más en dirección hacia el occidente, hacia el mar escondido.  Había una buena escarcha de cristal en el aire, que le irritaba la nariz y hacia arder los pulmones, como un árbol de navidad dentro, se podría sentir el entrar  y salir  del frío ardor. Todas las ramas llenas con invisible nieve. El escuchaba el débil rechinar de sus suaves zapatos  a través de las hojas otoñales con satisfacción, y silbaba una fría y quieta tonadita entre sus dientes, y ocasionalmente recogía una hoja mientras pasaba, y examinaba su esquelética forma  a la luz de las ocasionales lámparas, y olía su  mohoso olor.

«Hola, hay alguien por ahí»,  murmuraba él a cada casa y a cada lado a donde se movía. «¿Qué hay hoy por la noche en canal cuatro, canal  siete, canal nueve?  »  « ¿Están los vaqueros y la caballería de los estados unidos sobre la próxima colina viniendo apresuradamente al rescate?» La calle estaba silenciosa, larga y vacía; y con solo su sombra moviéndose como la sombra de un halcón en la mitad del campo. Si él cerrara sus ojos y permaneciera muy quieto, congelado. Él podría imaginarse a si mismo en el centro de una pradera, invernal y sin viento, en el desierto de Arizona, sin ninguna casa en miles de kilómetros a la redonda. Y el  lecho de ríos secos, las calles, por su única compañía.

¿Qué hora es?,  preguntó a las casas, al tiempo que veía  su reloj de pulsera: ocho y treinta.  ¿Tiempo para una docena bien surtida de asesinatos? ¿O un rompecabezas? ¿O una revista teatral? ¿O un comediante que se tropieza en el escenario? Era eso un murmullo de risas desde dentro de una casa de blanca luna? Él titubeo cuando nada más paso pero continúo, y se tropezó en una maltrecha sección de la acera, en que el cemento desaparecía bajo flores y hierbas. En diez años de caminar de noche y de  día, por miles de kilómetros, él nunca se había encontrado  a ninguna otra persona caminando por ahí.  

Pronto llegó al cruce de trébol que permanecía silencioso y donde dos carreteras  principales cruzaban el pueblo. Durante el día  había ahí una ensordecedora oleada de autos   Las gasolineras abiertas,  acompañados de un incesante susurro  de insectos, los autos como escarabajos, expedían un débil incienso, y competían por las mejores posiciones para luego marcharse a lugares  lejanos.  Por ahora esas autopistas, también, eran como riachuelos en una estación seca, todo puro cauce de piedra y pura resplandeciente luna. Él regreso a una calle de al lado, circulando alrededor hacia su casa. Y ya estaba a una cuadra de su destino cuando repentinamente un solitario carro doblo en una esquina y con una cónica luz blanca le alumbro fieramente.  Él permaneció asombrado, no muy diferente a una polilla en la noche: aturdido por la iluminación, y entonces avanzo hacia ella.  Una voz metálica le llamo:

— !Estese quieto!  ¡Siga donde esta! ¡No se mueva!
Él se detuvo.
—¡Levante sus manos!
—Pero. —  dijo.
—¡Sus manos arriba o disparamos!

Por supuesto, era la policía,  pero que raro, una cosa increíble; en una ciudad de tres millones de habitantes, había dejado solo un carro de policía, eso no era correcto. Desde hace un año. El año de la elección: 2052,  la fuerza había sido rebajada de tres carros a uno.  El crimen había disminuido; no había necesidad para la policía, salvo para este único carro vagando y vagando por calles vacías.

¿Su nombre?  —dijo el carro de policía en un metálico murmullo. Él no podía ver al hombre porque la  luz le cegaba.
—Leonard Mead  —dijo.
—!Hable alto!
—!Leonard Mead!
—¿Negocio o profesión?
—Supongo que me llamarían escritor.
—Ninguna profesión  —dijo el carro policía, como si hablará  asimismo.  La luz le sostenía  fija, como un espécimen de museo sostenido por una aguja.  
—Usted puede decir eso  —dijo el señor Mead.

El no había escrito en años. Las revistas y los libros no se vendían más. Ahora cada cosa era casas sepulcrales en la noche, el pensó, continuando su fantasía.  Las casas eras como tumbas, enfermas por la luz de la televisión, donde la gente pasaba sentada como si estuviese muerta, el gris o las multicolores luces  rozaban  sus caras inexpresivas, pero nunca realmente tocándolas.

—Ninguna profesión,  —dijo la voz de fonógrafo repicando. ¿Qué es lo que usted esta haciendo en la calle?
—Caminando,    —dijo  Leonard Mead. — ¡caminando!
—¡caminando!.                          
—Justo caminando   —dijo simplemente él, pero con su cara tiritando de frío.
— ¿Caminando, justo caminando, caminando?
—Si, señor.
— ¿Caminando a dónde? ¿Para qué?
—Caminando por aire.   Caminando para ver.
— ¡Su dirección!
—Once Sur, calle San James
— ¿Hay aire en su casa, tiene usted aire acondicionado, Señor Mead?
—Si.
— ¿Y usted tiene una televisión en su casa para verla?
—No.
— ¿No? Hubo un crujido quieto que en si mismo era un acusación.
— ¿Es usted casado? Señor Mead?
—No.
—No es casado  —dijo la voz del policía detrás del fiero rayo.  La luna estaba alta y clara entre las estrellas y las casas eran grises y silenciosas.
—Nadie me quiere a mí  —dijo  Leonard Mead con una sonrisa.
— ¡No hable a menos que se le hable!
Leonard Mead espero en la fría noche.
— ¿Justo caminando,  Señor  Mead?
—Si.
—Pero usted no ha explicado con que propósito.
Ya lo explique; por aire, para ver, y justo caminar.
— ¿Usted ha hecho esto a menudo?
—Cada noche por años.

El carro policía se situó en el centro de la calle con su radio como una garganta débilmente  zumbando.

—Bien, Señor Mead, —fue dicho.
— ¿Eso es todo?  — preguntó él cortésmente.
—Si, — dijo la voz—. Aquí. —Hubo un respiro, un rechinar. La puerta trasera del carro se abrió—. Entre
—Espere un minuto. Yo no he hecho nada.
—Entre.
— ¡Yo protesto!
—Señor, Mead.

Él camino como un hombre repentinamente borracho. Mientras  él pasaba frente a la ventana del carro vio hacia dentro. Como él lo había esperado,  no había nadie en el asiento delantero ni en el carro.

—Entre.

El puso sus manos en la puerta y  atisbo dentro del asiento trasero, el cual era una pequeña celda, una pequeña jaula con barras negras Olor de remachado acero. Olía a severo antiséptico, olía a limpio y duro metal. No había nada suave ahí.  

—Si tan solo tuviera una esposa que le pudiese asistir, — dijo la voz de hierro.
—Pero, ¿A dónde me lleva?

El carro vacilo, o mas que eso dio un débil  zumbido como si la información, de alguna manera fuera una tarjeta electrónica.

—Al Centro Siquiátrico para Investigaciones de Tendencias Regresivas.

El Señor Mead entró.  La puerta se cerró suavemente. El carro policía dio vueltas a través de las avenidas  nocturnas, alumbrando la oscuridad con las débiles luces delanteras. Ellos pasaran poco después una casa en una calle, una casa en una ciudad entera de casas que eran oscuras, pero esta particular casa tenía todas sus luces brillantemente encendidas, cada ventana con una fuerte iluminación amarilla, ventanas cuadradas  y cálidas en la fresca oscuridad.

—Esa es mi casa  —dijo Leonard Mead.

Nadie le respondió.

El carro descendía el vacio lecho del rio de las calles y se alejaba, dejando  las despobladas calles con las aceras despobladas. No hubo un tan solo sonido y ningún  tan solo movimiento todo el resto de esa fría noche de noviembre.


Notas bibliográficas

1. Wiki pedía
2. Idem, Wikipedia
3. Diccionario de Grandes Figuras Literarias, José Martínez  Cachero, Espasa, 1998, p. 105  
4. Literatura Diccionario. Bernard Gros, p.50-51.
5. Hemos identificado varias versiones del cuento en su versión del ingles, una de ellas sitúa la narración en el futuro e hipotético año 2131, pero  en otra versión el año de referencia es el año 2053. Versión, esta última que  es la que tomamos, igualmente hay levísimas variaciones entre estas versiones, por ejemplo en la versión del año 2131 una frase como:  multicored   lights touchings their  expressionless faces, en la versión año 2052, solo diría  multicored lights touchings their  faces. Salvo ligeros cambios de palabras u omisiones y el año de referencia, las versiones son similares.

Créditos

Texto El peaton en español traducción por Plaza de las palabras

Enlaces

Version ingles the Pedestrian Short Story by Ray Bradbury (PDF)