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Saetas de junio un cuento por Álvaro Calix. Post Plaza de las palabras

 




Plaza de las palabras presenta el cuento Saetas de junio de Álvaro Cálix,  incluido en su libro La plaza de los poetas (2006). Álvaro Calix, es un académico y escritor hondureño que ha incursionado en el cuento y en la poesía. Actualmente reside con su familia en Ecuador y trabaja como investigador social y analista de políticas de desarrollo. Saetas de junio es  el primero de tres cuentos que volveremos a publicar del autor.

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El cuento seleccionado es Saetas de Junio, narrado en primera persona por un estudiante de la carrera de leyes que al final no se graduó porque abandonó los estudios a medio camino, pero que asiste a la graduación y va recordando a sus compañeros, entre ellos una compañera muerta, de nombre Hipatia que dice: « “El derecho”,(…) “oscila entre pulir la chapa del caballero o afilar la espada de Themis… De nosotros depende…”, decía Hipatia.»

 Un retrato hablado de una realidad en que el narrador testigo, del cual nunca sabemos su nombre, se aleja y se acerca  de la escena. Se va y abandona la carrera de leyes, pero luego vuelve para ver a sus ex compañeros recibir el titulo. Pero solo los ve. Casi como si tuviese una cámara y jugase con  el zoom  acercándose a la escena pero también alejándose.  

Cuento narrado con desenfado y un lenguaje diáfano y bien calibrado, con intromisiones acertadas de giros coloquiales, que retrata no solo el carácter de los estudiantes sino que ilustran el habla cotidiana para describir la  parcela de una   realidad muy usual y conocida, condensada en los personajes descritos.  Relato que hasta cierto punto también evidencia la banalidad de las cosas, y con un cierto eco del Eclesiastés o El predicador.


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Las saetas son flechas  o lanzas, tiene un carácter simbólico ya que puedes  ser buena o malas. En sentido bíblico son las saetas de Dios que pueden ser bendiciones, pero también la furia de Dios. El cuento presenta a lo ex compañeros del narrador como saetas cada quien elegirá si será una  saeta de salvación o una de destrucción. Así cada persona es una saeta, ya sea para el bien o para el mal. El narrador testigo solo presenta un catalogo de personajes, pero no se compromete. Actúa más como una voz de narrador que como un personaje. El relato no concluye con un  final moralista, todo queda en el aire como una saeta, que nadie sabe si dará en el blanco. El narrador-testigo con sus binoculares ve todo a la distancia, él también es una saeta.


                                                                  Saetas de junio  

Me cuesta sacarme las cobijas, ya lo sé; por eso es que tuve cuidado de acostarme más temprano que de costumbre, tenía que llegar a tiempo. ¡Vaya que me costó!, que lo diga mi madre, que para despertarme estuvo a punto de chorrearme la paila de agua. Por supuesto que no le conté adónde iba ni, mucho menos, le solté cuál era ese “asunto urgente” que exigía “madrugar”. Valga decir que eran quince kilómetros los que tenía que andar para llegar a la cita, una cita con la historia, puede decirse con propiedad. Con la camisa empapada de sudor -nada a tono con las formalidades académicas-, tras algo más de una hora de faena, llegué, como dije, a tiempo.

Encadené la bici a uno de los barrotes de la barda perimetral, saqué el bote de agua y fui a buscar el sitio más conveniente para sentarme. Se suponía que iban a iniciar a las siete y media, justo la hora que marcaba mi reloj cuando arribé al Campus. “Para variar”, no comenzarían a la hora en punto. La mañana aún era fresca, aunque los pronosticadores dijeron que iría calentando hasta merodear los treinta grados.

Poco a poco la gente iba colmando el local, entre poses y movimientos precipitados en busca de los mejores puestos; lo cual, desde mi leal saber y entender es una decisión de suyo relativa, sobre todo cuando de bancas de cemento se trata. Pero quién no conoce a los humanos y sus afanes por marcar territorio. Enseguida fueron llegando mis compañeros, a los que, para hacer tiempo, intenté repasar uno a uno.

Como es costumbre, desde ya asomaban los camarógrafos para acomodar tomas desde la parte alta del escenario o en los patios con grama del edificio. El ambiente empezaba a teñirse con el ropaje negro de la ocasión. Ya la multitud quería que el acto iniciase y, justo es decirlo, no dudo que muchos desearan también que acabase pronto. No diría lo mismo de algunas madres (sin venir al caso, no pude evitar pensar en la mía)  cuyos ojos brillaban, ubicuos, succionando de los segundos la eternidad.

A las ocho y minutos el Coro rompió el murmullo de la gente. Con épicos arrestos entonaban el himno nacional. Un aire solemne dominaba mientras se oía el cántico, como si las notas descendiesen del cielo. Con el pecho henchido, algunos sentíamos -supongo que no solo a mí me ocurría- la presencia de un halo que por momentos nos libraba de los bajos pensamientos. Sí, pero lo bueno es siempre breve, al concluir la intervención del Coro, el bullicio volvió a la carga como un agitado avispero.

Decenas de señoras fueron sacando sus sombrías, fulminadas por el sol que acaba de librarse de un banco de nubes. El maestro de ceremonias siguió con el programa. Me pregunto si se darán cuenta –los maestros de ceremonia- cómo impostan la voz para hacerla más grave, a mí me da un poquito de risa, pero sé que a la mayoría así le gusta. Que hablen como quieran.  Al pasar los minutos, en algún momento casi no le prestaba atención al programa, a hurtadillas me fui por un rato a cuando el profesor de Derecho Romano nos decía: “Hoy ingresan a esta Facultad... donde no faltarán escollos, mas para los de vocación genuina, serán apenas los primeros trazos en la senda de un jurista”. Palabras muy inspiradas, qué duda cabe. ¡Ah, pero cuánto se esconde detrás de un decálogo y una Constitución!

Ahí comencé a conocer estos compañeros que habitan el recuerdo de mis años de estudiante, años de idilio, cuando con ingenuidad creíamos que el saber se resumía en un discurso inspirado, en la teoría de Kelsen balbuceada por algún catedrático o, simplemente, en la euforia de un examen aprobado. Los suspiros de aquel tiempo tenían la enjundia de quien nada teme, nada debe; acorazados por la hidalguía, templados por la sangre caliente que nos arroja al cauce de los sueños. Sin embargo, entre día y noche, se fueron moldeando nuestras siluetas; mudando la piel que nos tornara en tal o cual clase de adultos, presionados por esa voz entre las sombras, esa que nos pedía camuflarnos con el traje gatopardo de la fiesta.

Me pongo a observar a Martínez, el de bigote recortado, en la segunda fila, si uno comienza a contar desde la parte baja del anfiteatro. De los más avispados. Yo diría que su interés está en la política más que en el derecho. Hijo de un encumbrado dirigente de uno de los partidos que malgobiernan el país. Muchacho en sus cabales... cuando de amigos se trata. Lo veo con una firme carrera por delante; estudioso de la sicología de masas, hábil para colarse en las tarimas. A cada quien lo suyo, Martínez tiene casta para zambullirse en esas aguas. Sin embargo, huelga decir, debe ser cauteloso, pues no a pocos se les hace agua la boca por comerse el mandado en ese reino de banderas y pancartas. Y a cualquier precio. Muchas anécdotas inolvidables con Martínez, cualquier cantidad de buenos momentos.  Excepto, cuando tocaba hablar de política.

Allí esta Marcelo, nadie discute su vocación: “¡Se equivocó de carrera!, nació para ser poeta”, él que se defiende: “No dejo de serlo por ser abogado”. Marcelo, el joven bardo, que si le daban orilla, retocaba en fina prosa hasta el más destemplado discurso. Siempre un libro bajo el brazo, pero eran todos libros de poesía, de unos autores que estaban de seguro metidos en el último estante de la biblioteca. Una mañana me dijo que tenía algo para mí, era una hoja de papel en tono mate con un poema de un tal W. B. Yeats. Marcelo lo había escrito a mano con pluma fuente, el poema se llama Navegando hacia Bizancio, me dijo que era la mejor traducción que se podía conseguir por aquí, lo mandé a enmarcar y lo colgué en mi cuarto. Puede ser que no terminé nunca de entender el poema pero igual lo tomé como un regalo especial. A Marcelo lo conocí desde la clase de Filosofía, hablaba poco, no lo miraba a uno de frente. Sí, era esquivo y creo que lo que no decía… lo escribía. A pesar de eso, ¡cuánto gancho al plexo cuando se animaba! Con él… poco que contar, aunque no olvido su detalle con el poema. Marcelo era, o al menos eso era para mí, una sombra que vagaba por los pasillos de la Facultad, siempre observando, como si grabase cada detalle, momentos que los demás suelen ignorar.

Armando es el de lentes oscuros, en la misma fila de Marcelo, siempre bien rasurado, la piel alba y ese aire enjuto. Fue de los mejores alumnos; siempre tan concentrado, tan puntual para acertar con su afinado análisis jurídico. Desde antes de terminar las clases, una firma de abogados de buena aureola lo acogió como procurador. En sus ojos brillaban los códigos, y desde su figura arropada en saco y corbata, nada costaba vislumbrar a un prominente hombre de leyes. No me llevé mucho con él; prefería codearse con personas de otro olor; era inusual verlo en un círculo que no fuese el de las oficinas alfombradas, los autos elegantes y los regios portafolios. Muy serio el Armando; siempre tan leal, tan incapaz de decir algo en contra de lo establecido. No alcanzamos a ser amigos, lo confieso; prejuicios a lo mejor, pero nunca terminó de agradarme.

Unas filas más arriba, cerca del pasaje de gradas que conduce al escenario, allí vemos a María Luisa; se gradúa porque Dios es grande, o mejor dicho, porque ella tiene el don de saber mirar; me refiero ciertamente, a la temible capacidad que poseía para alcanzar a ver las respuestas en los exámenes de los compañeros. No importaba si estuviesen correctas o no, de cualquier modo les sacaba provecho. Se ve tan alegre, lista para sentir el orgullo de portar el título entre sus manos, en honor a tan descomunal esfuerzo.

Ya me fijé en Ramiro, el del pueblito del sur; le costó un mundo venirse a estudiar a la universidad, no porque él nos lo haya contado; lo hemos visto con nuestros ojos. Sin embargo, ahí fue saliendo adelante, a veces trabajando, a veces... a veces no sé cómo sobrevivió, que prestame diez, te los pago mañana, en efecto, los paga mañana, que prestame otros veinte para fin de mes, y ahí estaba a la semana siguiente sin deberte nada. Un par de zapatos le duraba un siglo, y eso que caminaba como un chucho, él mismo nos decía que de vez en cuando buscaba una zapatería del mercado y les hacía cambiar la suela. Varias veces me fui con él en el bus de la universidad al centro, nos comíamos una banana y una naranja y a soltar la lengua, a masticar palabras para arreglar el mundo. Una vez me dijo, en broma y en serio, que iba a poner su despacho en su pueblo, que ni loco se quedaba en la capital; por qué, le pregunté, entonces me quedó viendo con una sonrisita burlona y me dijo que le gustaba dormir la siesta. Nunca se quejaba, es una especie de hombre para climas áridos, podría vivir con el rocío de la madrugada, con eso le basta.  Insistente el muchacho, hoy más que nadie siente en el alma este momento.

Quisiéramos ver a Hipatia, simpatías aparte, la de los ojos claros. Pero eso no es posible. La noticia nos cayó como plomo. Quién iba a pensar que no se estaría graduando hoy; cómo haber imaginado que moriría tan joven. Hipatia, la que desafiaba con buen tino los dogmas con los que algunos profesores querían herrarnos. Mientras se coció nuestro tiempo de universidad, tómenme la palabra, nadie tuvo jamás su talante. “El derecho”, solía decir, “oscila entre pulir la chapa del caballero o afilar la espada de Themis… De nosotros depende…”, decía Hipatia.

En el día de sus funerales, qué pena, no asistió ningún compañero, con eso de que todos se confiaron a que el otro iría... ¡Bah!, todos tenían miedo a que la policía los asociase con ella, porque era indudable que la policía iba estar husmeando por ahí. Detesto las velas y los camposantos, y sé que está de más decirlo ahora, pero me arrepiento de no haber ido al suyo. No sé, a lo mejor exagero, aun así me atrevo a pensar que vidas como la de Hipatia son un espejismo, un trazo surreal que solo podría caber en el interior del Campus. Fuera de ahí, la realidad desgarra cualquier ideal. Ojalá estuviese equivocado. Tal vez no esté bien pensarlo, pero desafío a la vida para que me muestre lo contrario…

Es una digresión, lo sé, de seguro, ecos del espíritu de Hipatia, pero admito, sin rodeos, que la ausencia de rumbo ha perdido ya en mí su encanto; empero, ni se me cruza en la mente, ¡por Dios!, ponerme al cuello el lazo de este mercado que es la vida; debo seguir huyendo; mientras, quién sabe, encuentre una ruta que valga la pena.

Sin advertirlo, infalibles, han pasado los minutos, la graduación está a punto de terminar. Cada uno ha sido llamado para recibir su título, menos yo, por supuesto. Sin embargo, aquí estoy en las gradas de arriba del anfiteatro, observando la escena con un par de binoculares. Está de más quebrarme la cabeza en justificar los motivos por los cuales abandoné la carrera, aunque a leguas se ve que me faltó tomar los estudios en serio, lo cual no es fortuito, si se toma en cuenta, reitero, que nunca pude encontrar incentivos para someterme a la rutina. El cebo no me atrajo, preferí comer fuera del plato. Pero no se malentienda, mi condición no implica, en lo absoluto, que lleve prejuicio hacia los que lograron adaptarse… De ninguna manera. ¡Allá ellos!

Casi lo olvido, el peso en la mochila me lo ha hecho recordar.  Saco con cuidado el vetusto libro de Derecho Romano, pasta dura, verde y con el lomo pegado con cinta adhesiva.  Es el libro de Eugene Petit, edición de 1958, ni pensaba yo en nacer. Veo por última vez sus páginas amarillentas y deslizo con cuidado el tomo por debajo de mis piernas. Alguien lo encontrará y de seguro le dará un mejor uso que el que yo pueda depararle.

El calor sofoca, mucho más a los que llevan puesta la toga, pero aún resta el acto final, algo que si bien no está en el programa se ha vuelto parte de la tradición. Así, jubilosos, los titulados, se quitan los gorros para lanzarlos al aire, por encima de sus cabezas; no obstante, contra lo que debería esperarse, impulsados por un vendaval, los birretes, tal si fueran cometas, con las borlas amarillas a manera de colas, comienzan a elevarse más y más, sin que regresen ya a las testas vacías. Puedo observar la angustia de todos, menos la mía... claro está.

Créditos

Texto

Saetas de junio por  Álvaro Calix,  PLAZA DE LOS POETAS. © Álvaro Cálix (2006)

Ilustración

Plaza de las palabrras  

La plasticidad del tiempo en 25 fotos de Graciela Iturbide. Segunda parte. Post Plaza de las palabras.

 




Niña en Zihuatanejo, México, 1969. Una de las primeras fotos de Graciela Iturbide, la toma a los 27 años.  La niña ve hacia su izquierda, la derecha para el observador, parece estar apenas  recostada contra la pared. El cuerpo de la niña esta conformado por  tres ángulos inversos del vértice, la pañoleta que de la cabeza  le cae a los hombros. Los ángulos de caídas de los brazos y el ángulo que forma las  piernas. Desde el punto de vista del observador hacia la izquierda de la niña, está a la mira parte de una puerta con una gran cruz tallada. Dos escalinatas separan al suelo de la entrada. La niña apoya levemente su pie derecho en el primer escalón. Y su mano izquierda parece agarrar la pared. Tiene su boca cerrada como si la  tapase un pescado.  A sus espaldas una pared borrosa que sugiere un cielo formado por un conglomerado de nubes difusas. La niña inclinada toda hacia su  izquierda parece un pájaro a puntos de tomar vuelo. Se presiente una indecisión entre el cuerpo y la mente. Perplejidad entre su posesión a la que parece aferrarse tibiamente y lo que esta mirando. A su derecha, hacia donde la niña no ve, asoma la puerta cerrada,  el pasado, la casa, la familia.  Pero su atención y mirada esta en sentido contrario  hacia algo que ya no esta en el encuadre visual de la foto.  ¿Qué ve la niña? Quizá solo es  una niña mirando pájaros o una niña mirando pasar a alguien que lleva iguanas en la cabeza. O  quizá la niña ve alguna otra de las innumerables maravillas o misterios del mundo. ¿Qué está viendo la  niña? Quizá, solo este viendo la calle solitaria y empedrada, o quizá este extasiada viendo la insondable profundidad  del mundo; o quizá solo es una niña que esta escuchando algo. Entonces ¿Que esta escuchando la niña? Quizá, solo este escuchando los sonidos del silencio, o el canto melodioso del viento,  o escuchado el llamado poético del mundo.


Plaza de las palabras en su sección Fotografía presenta  la segunda parte de  La plasticidad del tiempo de Graciela Iturbide. Con una selección de 25 fotografías en que al encuadre de la mirada revela la  plasticidad del tiempo y del símbolo.




Nuestra Señora de las  Iguanas, Juchitán, México, 1979




Colección Abierta. Pueblo Seri, Sonora, México, 1979

Pueblo Seri, pueblo nómada entre el desierto y la costa de Sonora. Naturaleza y rostro se semejan. Los espinos circundan el rostro y las arrugas de esta indígena se ven curtidas y fruto del dolor y esfuerzo. El desierto produce templanza y pruebas. La dureza de este rostro es la dureza del desierto de Sonora. Otro pueblo, los israelitas recorrieron durante 40 años por el desierto del Sinaí en búsqueda de la tierra prometida. 


El tema de  los pájaros muy recurrente en Graciela Iturbide, aquí juega al contrastar una parvada de pájaros con una cruz, que también podría ser un poste de luz en un área rural.


La misma idea solo que con un árbol, aquí hay movimiento porque los pájaros podrían ser hojas que se desprenden del árbol o viceversa que avanzan para nutrir al árbol. Fotografía dramática y con un cierto suspenso.



Arriba El señor de los pájaros, Nayarit, México, foto de Graciela Iturbide, 1984. Abajo

Una foto icónica de Alejandro Álvarez Bravo: Muchacha viendo pájaros, 1931 

 


Juchitán, México


Cholos, 1986

Foto que evoca la influencia de Cartier Bresson, en que Iturbide atrapa y juega con las sombras.


Duelo, Chiapas, 1975

Tres mujeres, las tres parcas  o las tres hilanderas de Corazón de las tinieblas de Conrad o Las tres brujas de Macbeth. Pero no,  estamos ante tres mujeres indígena en pose de duelo por la perdida de un ser querido. La mujer de la izquierda parece querer decir algo. La mujer del centro es la más dolorida y casi paralizada por el dolor. La de la extrema derecha parece tener un tono de incredulidad  o de rechazo.  Todas ven hacia abajo, a la tierra Las tres están ante el cadáver de un niño o niña. Serie los angelitos,  que inicio Graciela Iturbide, tras el golpe por la muerte de su propia hija, Claudia de 6 años.

 

Cuatro estudios

 

A la izquierda superior conjunto de llano, arboles y montaña. Foto de Graciela Iturbide en que logra trasmitir en el primer plano un punto de cercanía, le sigue un  punto intermedio boscoso y luego una lejanía hecha silueta de montaña al fondo.  En un enfoque similar, Cartier Bressson,  a la derecha extremo superior, el primer plano se toma la carretera, la zona intermedia los frondosos arboles y la zona lejana en perspectiva de la curvatura del camino con las copas de los árboles. A la derecha extremo inferior un acercamiento a un bosque sin hojas, obra de Ansel Adams. Al extremo inferior obra La carga de la caballería roja, pintura en color, 1932, Kacimir Malevicht. Con una composición de primer plano la pradera, plano intermedio la caballería roja y la lejanía marcada por el  fondo  del cielo.

 


El juego de las luces, y los contrastes producen un estado de ensoñación poética. No obstante, una foto documental semejante al tipo de las fotos de Sebastián Salgado.

 


Un nopal o una mano en el desierto


Juego de manos estampadas en lo que parece ser una ventana. Benarés, India, 1997, Colección Abierta


Manos en Juchitán, México



Al centro Jano, remembranza del dios Jano, a su izquierda un niño con mascara  a la derecha Procesión, Chalma, México, 1984


La geometría caótica de la entropía



Benarés, India, 2010

Un a foto curiosa, en donde se produce un contaste entre los espacio en blanco cruzados por el tendido eléctrico y el caballo que solo es una silueta negra.  Composición con una carga  onírica o surrealista.



Torito”, Coyoacán, Ciudad de México, 1982.  Pájaros, Colección Abierta, 1999



A la izquierda La luna, Roma Italia, 2007. A la derecha  Mérida, Yucatán, 90s.



A la izquierda Rocas en el Estaque, (pintura), obra de Paul Cezanne, 1882. Museo de Arte (São Paulo). Al centro una foto de Graciela Iturbide Hidroscalo, Ostia, Italia, 2008. A la derecha una foto del parque Yosemite de Ansel Adams.

 


Mujer Ángel, pueblo Seri desierto de Sonora, México.

Una de las fotos más icónicas de Graciela Iturbide, una mujer del pueblo Seri adentrándose en el desierto de Sonora, cargando lo que parece un megáfono o grabadora. Una foto que según Iturbide el desierto le regalo porque apenas estuvo consiente en el  momento en que  tomo la fotografía.

Enlaces

Pagina oficial Graciela Iturbide

http://www.gracielaiturbide.org/

Graciela Iturbide: Esculpir el tiempo. Post Plaza de las palabras

 

Autorretrato con pescados, 1996

Plaza de las palabras en su sección Fotografía presenta a la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide. Cuyo nombre completo es María Graciela del Carmen Iturbide Guerra (Ciudad de México, 1942). Actualmente tiene 79 años y vive en la ciudad de México. Recientemente gano el premio Sony Award Fotography (2021), en la categoría Contribución Sobresaliente a la fotografía: por  «evocar un México impregnado de carácter, cultura y espiritualidad». Este post esta dividido en dos partes, la primera parte Graciela Iturbide: Esculpir el tiempo. La segunda parte Graciela Iturbide La plasticidad del tiempo en una selección  de fotos comentadas.

Primera Parte

Graciela Iturbide: tres instantes  

1

«Nació en la Ciudad de México en 1942. Comenzó su incursión en la fotografía a principios de la década de los setenta y durante su paso por el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, fue alumna y asistente de Manuel Álvarez Bravo. Perteneció al Salón de la Plástica Mexicana, al Foro de Arte Contemporáneo y al Consejo Mexicano de Fotografía; fue becaria de la Fundación Guggenheim y del Sistema Nacional de Creadores de Arte (Fonca, 2011).»

«Es una de las figuras más importantes y prolíficas de la escena fotográfica mexicana. Ha participado en más de sesenta exposiciones colectivas e individuales en distintos países, entre los que destacan México, Estados Unidos, Francia, Ecuador, Cuba, Austria, Suiza, Italia, España, Alemania, Suecia, Polonia, Nicaragua y Japón. Fue premiada en la I Bienal de Fotografía del Instituto Nacional de Bellas Artes (1980). Entre 1987 y 1991 recibió los siguientes premios: W. Eugene Smith; Gran Premio del Mes de la Fotografía (París, Francia); Hugo-Erfurth (Leverkusen, Alemania); Gran Premio de Hokaido (Japón), y el premio Rencontres Photographiques (Arles, Francia). También ha recibido el Premio a la Mujer Montblanc (2005); el Premio Assegnato ad una Donna Fotografa alla Carriera (Benevento, Italia, 2005); el Premio Hasselblad (Gotemburgo, Suecia, 2008); el Premio Nacional de Ciencias y Artes (México, 2008), y el Premio PHotoEspaña Baume & Mercier (Madrid, España, 2009). Ha sido artista en residencia de Beaux-Arts (París, Francia, 1995); Kleberg Foundation (San Antonio, Texas, Estados Unidos); Civitella Ranieri (Italia, 2001); Atlantic Center for the Arts (Florida, Estados Unidos, 2002), así como miembro del jurado de Czech Press Photo (2005) y del Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI (2006). Recibió el Legacy Award (The Smithsonian Latino Center, Washington, Estados Unidos, 2007) y el Honorary Doctorate of Arts (San Francisco Art Institute, Estados Unidos, 2009).» (1)

2

«Cuando Iturbide pasa largas temporadas en un lugar, también ha estado en la India, en Estados Unidos, en España, en Italia, en Mozambique, tiende a revelar su trabajo para enseñarlo allí, algo que, como dice ella, lo aprendió de Francisco Toledo. Cuando hizo la exposición de los habitantes del desierto estos le dieron un lacónico '¡no gusta, no gusta, color!', por respuesta. Sin embargo, al día siguiente detectó que cada uno se había llevado su retrato. El blanco y negro es su marca personal porque, asegura, ve la vida en estos tonos. "Con Álvarez Bravo trabajé en blanco y negro y me acostumbré. He hecho algunos trabajos, como El baño de Frida Kahlo en color, pero como decía Octavio Paz: "la vida es, pero es en blanco y negro". Yo veo la vida así, el color distorsiona más la realidad que el blanco y negro. Este abstrae y el color, cuando es chillón, no representa la vida", opina la fotógrafa. Graciela Iturbide: "El color distorsiona más la realidad que el blanco y negro"» (2)

3

«Medina argumenta en contra de la clasificación de Graciela como fotógrafa antropológica, reaccionando en parte a la afirmación que hiciera, por ejemplo, Gerardo Estrada, en "Graciela Iturbide en la tradición fotográfica mexicana", texto que prologa el catálogo de Foto septiembre de la exposición realizada de su obra en el Museo del Palacio de Bellas Artes de septiembre a octubre de 1993.2 Estrada afirma desde el inicio de su ensayo: Detrás de la obra fotográfica de Graciela Iturbide hay quien encuentra la mirada de una antropóloga. Graciela Iturbide es, por así decir, una "antropóloga cultural". Además de saber ver, entiende lo que ve y por ello sabe expresarlo. La realidad ante la que ella se sitúa, en la que ella está inmersa, es exaltada por la forma artística y así adquiere su verdadera dimensión.

El segundo texto del mencionado catálogo, escrito por Christian Cajoulle, propone la obra de Graciela casi como el equivalente visual del realismo mágico literario. Y Medina se dedicará a intentar demostrar como erróneas, en la apreciación de la obra de la fotógrafa, tanto la afirmación de Estrada como la de Cajoulle.

Medina comienza su texto con una estrategia muy clara y atinada: ubicar al lector en el contexto del conflicto de identidades que existe en los países latinoamericanos. Nuestra experiencia poscolonial, explica, está marcada no por la existencia de un alma milenaria, como sugirieron nacionalismos y exotismos de principios del siglo XX, sino por la diferencia y "la aventura de diálogos imposibles" que conocemos a finales del siglo XX. De manera bastante directa, entramos de lleno en el problema de la clasificación equívoca de la obra de Graciela Iturbide como de una "antropóloga innata".» (3)

 

Gabriela Iturbide: la plasticidad del tiempo

2053  palabras

Por Plaza de las palabras

 

 

Serie Naturata, Graciela Iturbide,  1996̶ 2004

Graciela Iturbide de niña quería ser escritora pero a los 11 años su padre le regalo una cámara fotográfica Brownie. De adulta cayó en las clases de cine que impartía Manuel Álvarez Bravo.  Pero Iturbide a pesar de haberse inicialmente   matriculado en el Centro Universitario de Estudios Cinematográfico de la UNAM,  no fue cineasta sino fotógrafa. De Álvarez Bravo aprendió a ser paciente y a manejar el tiempo.  «Hay tiempo, siempre hay tiempo», rezaba un cartel en el estudio de Álvarez Bravo que Graciela Iturbide hizo suyo.  Y de ahí vienen esas imágenes que parecen retar al tiempo. No solo a lo Cartier Bresson como espera del instante preciso, sino a patentar una fotografía que parece congelada en el tiempo pero que a su vez dialoga desde la inmediatez de  lo cotidiano. Las fotografías de Iturbide son siempre un dialogo en el tiempo. La fotografía como el Dios Jano, reviste dos facetas, la de una especie de   escultura visual y la un destello de la magia del cine.

Pero ese emparejamiento entre la escultura y el cine, comparte esa paciencia que también circunda el arte de la fotografía. Cincelar la escena para dejar solo la imagen evocadora; el mensaje exacto.  O buscar esa perdurabilidad milenaria que uno reconoce en algunas de las fotos  de  Ansel Adams. No obstante, al fotógrafo se le impone el desmontaje visual para dejar la imagen final de una escena que comunique la esencia del objeto artístico. Si Ansel Adams parecía un escultor  del paisaje y un devoto de la naturaleza, Iturbide parece ser una escultura peregrina y consumada del  tiempo.

 

Zihuatanejo, México, 1969. Una de las primeras fotos de Graciela Iturbide 

Graciela Iturbide, además de haber sido asistente y alumna de Álvarez Bravo, tuvo un par de experiencias profesionales que fueron básicas para orientar su carrera fotográfica, la primera haber sido comisionada en 1978 por el Archivo Etnográfico del Instituto Nacional Indigenista de México para documentar la población indígena del país. Una experiencia similar tuvo Ansel Adams como fotógrafo de los Parques Nacionales en Estados Unidos. En ese marco Iturbide decidió fotografiar el pueblo Seri, un pueblo nómada en el desierto de Sonora al noroeste de México.  La segunda, fue la invitación por el artista Francisco Toledo en 1979  a fotografiar el pueblo de Juchitán, inmerso en la milenaria cultura zapoteca en Oaxaca, en el sureste mexicano.

 

Pero Iturbide va más a allá del simple paisaje o del tema meramente indigenista o etnográfico, que a veces se vuelve un cliché o es tan reiteradamente abusado. Tampoco Iturbide apuesta por un tiempo lineal, cronológico o histórico. Iturbide quiere atrapar una esencialidad, el rasgo distintivo de un rostro, un pedazo de paisaje que evoque la profundidad del mundo, unos animales que nos trasportan a otra época, una humanidad intima y dialógica.   Pero simultáneamente toda su obra también nos están diciendo que esas imágenes, que esas escenas, que esas secuencias, que esa narrativa visual, están aquí y ahora.  La presentación de rostros, cuerpos, objetos y animales que rememoran una pizca del cosmos y un instante de la eternidad.  Así para el observador, ante esa escena, se abre un espacio mítico y la mirada sabe que está ante algo más profundo que una simple forma temporal o un lenguaje simplemente simbólico.

 

Ante esa mirada  el símbolo a veces toma el rostro del personaje o la lejanía de la forma. Pero también la cercanía de lo inmediato. Si bien el símbolo sugiere mundos y evoca lo primigenio del mundo. El símbolo como tal, al final se diluye y todo queda en un saludo de manos en el presente. En un gesto que es más humano que esotérico. Más de presente que ancestral. Más de silencio que de gritos. Así el símbolo recogido por el acontecimiento produce ese desdoblamiento de atemporal  a temporal que es el tiempo. Por eso queda la rara impresión que algunas de sus fotografías fueron tomadas hace 100 años o quizá hace una hora. El símbolo y el tiempo se descarnan. 

 

Y si bien la fotografía de Iturbide hace un acercamiento a lo étnico y como tal puede atestiguar la mirada de una etnóloga, también nos sugiere algo de ascesis. Hay una fuerte e intuitiva introspección con el medio, hay una empatía emocional, hay una intuición virtuosa, hay un descombrar lo  insustancial. Y el acercamiento revelador a una veta de espiritualidad.  Aunque sin por eso etiquetar a Iturbide  de mística, ni entrar en esa polémica de si es una fotógrafa etnóloga, o que tiene una mirada de antropóloga o que su fotografía sea una vertiente visual del realismo mágico. Etiqueta que ella rechazo;  así como también se deslindo de cualquier tipo de surrealismo. Negó ser una socióloga o una antropóloga. También apunto que no era política ni feminista. Durante toda su vida se ha mantenido alejada de los ismos y las etiquetas. Pero desde lo conceptual si afirmo apostar más por la plasticidad del símbolo que por el tiempo.

 

Japón, 2014

No obstante, a lo que ella renuncia es a un tiempo lineal o un tiempo histórico. No al tiempo como símbolo. Porque el mismo tiempo es  a su vez un misterio y  es un símbolo. Solo insistiremos en un punto: el tiempo que abraza tanto el símbolo como la plasticidad. El proceso mental va  desde su espera,  la mirada paciente, la intuición justa, el desmontaje de la escenografía y dejar lo esencial: un dialogo visual y un llamado de lo profundo. Y que al final se convierte en un mensaje que va más allá de lo simplemente visual y se adentra en las posibilidades de un universo íntimo, provocativo e infinito. Las fotos de Graciela Iturbide no son necesariamente una respuesta sino una pregunta. No son una salida sino una entrada.   Retratar el tiempo desde el realismo cotidiano y la plasticidad poética  del instante.

Duelo, Chiapas, 1975 

El cineasta ruso Andrei Tarkovsky, en su libro Esculpir en el tiempo se preguntaba:

 Pero, ¿qué es el arte? ¿Lo bueno o lo malo? ¿Procede de Dios o del diablo? ¿De la fuerza del hombre o de su debilidad? ¿Es quizá una prenda de la comunidad humana y una imagen de armonía social? ¿Es esa su función? (El arte) Es algo así como una declaración de amor. Un reconocimiento de la propia dependencia de otros hombres. Es una confesión. Un acto inconsciente, que refleja el verdadero sentido de la vida: el amor y el sacrificio. (4)

 

Y citamos a Andrei Tarkovsky porque Graciela Iturbide comparte ciertas afinidades con el gran cineasta ruso. Ambos eran fotógrafos visuales, ambos comparten una vertiente de espiritualidad, ambos buscan el contacto directo con la gente, ambos levantan una voz revelada en el silencio del universo. Ambos nos hacen pensar desde lo cotidiano y desde la sencillez, en lo invisible de lo visible. En ambos se encuentra el lado poético de la vida. Y en ambas obras emana  flotando un misterio que siempre golpea la mirada y conmueve el alma. Y acerca del cine Graciela Iturbide declaraba que se sentía « atraída por el cine neorrealista italiano, las obras del director sueco Ingmar Bergman y Andréi Tarkovsky». Y puntualmente del cine  de Tarkovsky, confesaba: «es el que mas me llena el alma ». (5) Hay en ese misterio del tiempo  belleza pero también es un refugio del dolor y la soledad.  Lo bello y lo feo se hermanan.  Tarkovsky tal y como lo dice en su libro Esculpir en el tiempo, creía que en el cine la obra del cineasta era esculpir en el tiempo y subrayaba la  objetivismo del tiempo que se produce en el cine.  De ahí que él pensara:

 

«Del mismo modo que un escultor adivina en su interior los contornos de su futura escultura sacando más tarde todo el bloque de mármol, de acuerdo con ese modelo, también el artista cinematográfico aparta del enorme e informe complejo de los hechos vitales todo lo innecesario, conservando solo lo que será un elemento de su futura película, un momento imprescindible de la imagen artística, la imagen total» (6)

 

Primer día de verano en Veracruz, 1982

 

El objetivismo del tiempo que proclamaba Tarkovsky del cine también  puede ser trasladado a la fotografía. Si el cine es tiempo en movimiento, la fotografía es el congelamiento del tiempo en un instante. Pero aun en ese destello del instante abarca un contexto del tiempo anterior y del tiempo futuro.  Esculpir en el tiempo, es  un recurso metafísico y una inquietud filosófica que también es muy afín a la fotografía y que apreciamos en mayor o menor medida en la obra de fotógrafos, entre muchos otros;   fotógrafos tales como Ansel Adams, H. Cartier Bresson, Sebastián Salgado, Alejandro Álvarez Bravo y por supuesto Graciela Iturbide.

 

El cine y la fotografía le dan una importancia fundamental a la imagen.  La imagen es una especie de cuerpo viviente. De cómo se obtiene y qué tratamientos o por qué filtros pasa, es parte del proceso. En ese sentido  la imagen solo adquiere cuerpo si representa algo natural de manera visual, pero también si logra trasmitir una  impresión emocional. Es decir, hay una narración visual, la imagen también es prosa. Hay una historia que contar, una historia más por  sugerir. Para finalmente conseguir que el espectador capte ese mensaje y haga suyo ese tiempo en forma real y directa. En ese sentido la imagen nos presenta un presente eterno. En términos de Tarkovsky un «tiempo verdadero». (7) El instante que queda plasmado en la fotografía, produce un congelamiento del tiempo, pero también mediante la imagen atrapada, se trasmite una experiencia, un sentimiento, un conocimiento, una revelación  que llega y brinda al observador: el destello de alguna verdad, el abrigo de una emoción intima, el vínculo con la riqueza del cosmos.

 

Para Andréi Tarkovski, el arte es una vía y una búsqueda espiritual. Y aunque en algún momento Graciela Iturbide expreso que la fotografía no iba salvar el mundo. Para ella  la cámara y la fotografía son un pretexto para conocer el mundo. Es decir, es un viaje y como tal una búsqueda para conocer el anima mundi. La autora se va afirmando y conociendo cada vez más en su propia obra, la cual es solo un medio para llegar al  conocimiento pleno de su ser. Y en esa peregrinación, Iturbide  nos enfrentan con la belleza pero también con la fealdad. En ese agarrón confraternizan  lo sublime y lo ordinario. Conviven  la ternura y la crudeza del mundo.  Lo espiritual se funde con lo material. La vida y la muerte se hermanan.  Lo antiguo y lo moderno se encuentran. La prosa de la narración visual se mezcla con  la poesía visual del mundo.  Esa poesía que Iturbide aprendió a mirar. Y que le trasmitió Álvarez Bravo, quien por la visión poética de su fotografía decía: «Mira, yo no persigo la poesía. La poesía está en la realidad». (8) No obstante también Graciela Iturbide cree que «La imaginación es la facultad que permite narrar la realidad a través de un símbolo, descifrarla y compartirla». (9) Y cita a Dante Alighieri: «La fantasía es el lugar en el que llueven las imágenes». (10)

También pensaba Iturbide que uno era el mundo que veía y otro el que veía con la cámara. Una vez confeso que al estar con su cámara,  la hacia sentirse en estado de gracia así como se sentía Giotto al pintar sus lienzos. (11) De sus influencias fotográficas, es seguidora de Francesca Woodman, Diane Arbus, Robert Frank, Henry Cartier Bresson, Brassai, Josef Koudelka, Cesar Frank, Sebastian Salgado y por supuesto el mismo Manuel Álvarez Bravo. Sin embargo manifestaba Iturbide: « Hay que evitar todas las influencias. Álvarez Bravo me decía que la pintura me iba a ayudar más». (12) Pero sobre todo Graciela Iturbide al margen de todas las influencias aprendió a ser ella misma y tomar su propio rumbo y ser fiel a su visión fotográfica. 

Finalmente, Tarkovsky  en su libro póstumo, ‘Atrapad la vida: lecciones de cine para escultores del tiempo, afirmaba «El arte nos permite, al crear una imagen, abrazar la inmensidad.(…) Del mismo modo en que en una gota se reflejan las nubes y los árboles, así se refleja en la imagen artística, el universo.» (13) 





Mujer Ángel, desierto de Sonora, 1979

 

 

Notas bibliográficas

1.  Fotográfica MX 

2. Camarzana, Saioa;  Graciela Iturbide: "El color distorsiona más la realidad que el blanco y negro", El cultural, 24 mayo 2018

3. Libros Graciela Iturbide 55, Cuauhtémoc Medina por Deborah Dorotinsky  Londres, Phaidon Press Limited, 2001

4. Tarkovsky Andrei De esculpir el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine. Traducción Enrique Banus Irusta, Ediciones Rialp,  Madrid, 2002, p.  259

5 Flores soto, Alondra. Graciela Iturbide, fotógrafa que evoca un México impregnado de carácter y cultura. La Jornada, sábado 20 de marzo de 2021, p. 4a 

6. Ob. Cit.,   2002, p.  84

7. Citado en Hinojosa, Matias. Cine y tiempo: Las lecciones de Andréi Tarkovski. Revista Santiago, I 4 Diciembre 2018

8. Citado en CartierBressonnoesunreloj. Graciela Iturbide, Manuel Álvarez Bravo y Octavio Paz: breve historia de imágenes, poesía y palabras,  octubre 2020

9. Citada en Ávila, Sonia. Graciela Iturbide la académica de la imagen. Excélsior, 11 agosto 2014

10. Citado en Caballero, Jorge. La cámara es una lluvia de imágenes e imaginación: Graciela Iturbide. La Jornada,| domingo, 18 oct. 2020

11. Ob.cit. Flores Soto, Alondra.  La Jornada, 18 marzo 2021, p.4a

12. Ob.cit. Camarzana, Saioa;  El cultural, 24 mayo 2018

13. Tarkovsky, Andrei., Atrapad la vida: lecciones de cine para escultores del tiempo.(Libro póstumo). Errata Naturae, Madrid, 2018, p.41

 

Enlaces

Pagina oficial Graciela Iturbide

http://www.gracielaiturbide.org/

 

Sobre la obra de Gabriela Iturbide remitimos al lector a dos textos excelentes sobre Graciela Iturbide  

El ensayo y trabajo investigativo muy completo, bien documentado y muy esclarecedor. 

COLORADO NATES, ÓSCAR. GRACIELA ITURBIDE: SEÑORA DE LOS SÍMBOLOS. ABRIL 7, 2012 Sitio WEB Oscar en fotos

https://oscarenfotos.com/2012/04/07/graciela-iturbide-senora-de-los-simbolos/

 

Y la reseña perspicaz del libro Graciela Iturbide 55

Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

Versión impresa ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.24 no.80 México mar./may. 2002

Libros Graciela Iturbide 55, Cuauhtémoc Medina

por Deborah Dorotinsky  Londres, Phaidon Press Limited, 2001

http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-12762002000100010

 

Y sobre Andréi Tarkovsky remitimos al lector al excelente enlace

Cine y tiempo: Las lecciones de Andréi Tarkovski por Matías Hinojosa

Revista Santiago, I 4 Diciembre 2018

https://revistasantiago.cl/cultura/cine-y-tiempo-las-lecciones-de-andrei-tarkovski/

 

Y de este blog Plaza de las palabras en su sección Fotografía remitimos al lector a dos post

 Imagen y fotografía. Ansel Adams: la escultura de una fotografía. Post Plaza de las palabras

https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2019/02/imagen-y-fotografia-ansel-adams-la.html+

Sebastián Salgado: la cámara de Dios. Reproducido de El cultural

https://plazadelaspalabras.blogspot.com/2014/01/arte-sebastiao-salgado-la-camara-de.html